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Miedo y terror, una historia sin final feliz

-Te amo
-Te amo

Sabina y Telurio se despidieron. Tenían miedo, mucho miedo y lo peor es que no podían enfrentarlo solos. Separados por un cristal imposible de romper con sus manos desnudas, se limitaban a mirarse mientras que un hombre encapuchado estaba por asestar el golpe final.

Fue una fracción de segundo en el que Telurio rogó por su vida y la de su mujer y en el que su vida pasó frente a sus hijos. Su infancia, su adolescencia, su casamiento con Sabina, el nacimiento de sus hijos y la desgracia de perderlos frente a una enfermedad que no pudieron detectar ninguno de los dos médicos que los trataron. Los extrañaba mucho y por lo menos sabía que los volvería a ver.
Recordó el odio que sintió hacia los médicos responsables de afirmar que sus hijos estaban bien y darles el alta sin hacerles los estudios suficientes.
Ya los perdieron y ahora perdería a su mujer delante de sus ojos. Era mucho dolor contenido en un instante y quería que terminen rápido para volver reunirse con su familia.
El dolor al perder a sus hijos, el dolor de la impotencia al saber que se podrían haber salvado si los médicos no hubiesen sido arrogantes y el dolor de saber que su vida estaba a punto de acabar de la mano de un extraño sádico que buscaba su muerte como diversión, le hizo llorar.
Su cabeza volvió a la realidad solamente para evidenciar la muerte de su amada esposa.

-Es tu fin- dijo el encapuchado mientras que Telurio aspiraba el aire por última vez.

Todo comenzó hace escasas horas, luego de ser secuestrados mientras dormían.
Cuatro sujetos irrumpieron en su casa y los ataron de manos y pies.
Despertaron en una habitación, separadas por un inmenso cristal blindado y debieron soportar las torturas que los secuestradores les tenían planeadas. Mientras uno sufría, el otro miraba.
Sin embargo, el dolor más grande para ellos era el de no poder estar juntos, no poder abrazarse ni tocarse. Mucho menos besarse y enfrentar esto juntos.
maldijeron su mala suerte en la vida. Perder a sus hijos y ahora sufrir esta dura realidad.

-Todo ha terminado- dijo uno de los encapuchados.
-Por fin- dijo una mujer tras él.
-Estos malnacidos por fin están muertos, los hemos vengado.
-Si mi amor, los vengamos.

Lucrecia había perdido su alma desde aquella fatídica noche en que los cuerpos de sus hijos fueron encontrados sin vida.
Rómulo, su marido, dejó de creer en la justicia de los jueces y se reunió con Guillermina y Josefo, los padres de Romina y Tino, otros niños que murieron en las mismas circunstancias que los hijos de la otra pareja.
Misma metodología, secuestro, tortura y muerte para los dos varones y las dos mujeres.
El investigar los asesinatos de sus hijos los llevó a encontrarse y no accionar de la justicia los unió en busca del mayor propulsor del cuerpo, la venganza.
Contándose cada detalle de sus vidas, descubrieron un punto en común al recibir las amenazas de una misma pareja. Tanto Rómulo como Josefo los recordaban bien, una pareja que habían perdido a sus hijos y les recriminaban a ellos no haberlos atendido en su momento.

-Me acuerdo- dijo Rómulo. -Este hombre vino a la guardia con sus hijos, yo había discutido con mi mujer- hizo una pausa para mirar a Lucrecia- ¿recordás?

Su mujer asintió con la cabeza, recordando que aquella fue una pelea más que importante, con una amante involucrada.

-Estaba tan distraído que lo único que quería hacer era volver a casa y arreglar las cosas.

-¿Entonces no los revisaste?- indagó Guillermina.

Rómulo volteó a verla, indignado.

-Por supuesto que lo hice, mujer. Los revisé y estaban bien, no vi la necesidad de hacerle más estudios y les di el alta.

-¿Mataron a nuestros hijos porque no supiste hacer tu trabajo como corresponde?- dijo Josefo, encolerizado, levantando el puño en busca de un rostro que lo reciba.

-¿Y tú? Si ese fuese el caso tus hijos no tendrían nada que ver. Cuéntanos que hiciste, señor perfección- respondió Lucrecia.

-Yo no recuerdo haberlo atendido, pero si recuerdo que se presentó en mi despacho, amenazando mi vida. No lo recuerdo…¡Espera! Ya lo sé.

Josefo hizo una pausa, recordando aquel momento.

-Seguramente fue así. El día que falleció mi padre, no me permitieron salir del hospital y me escapé dejando en la guardia a un reemplazo con mi sello. Oh dios, no imaginé que por unas horas sucedería esto.

No pudiendo cambiar el pasado, los cuatro adultos decidieron investigar y en poco tiempo tenían tantas coincidencias que ya les resultaba bastante obvio que sus sospechosos sean los culpables de la muerte de sus hijos.

-Se desquitaron con nuestros hijos y ahora nosotros vamos a hacer lo mismo con ellos.

Entre los cuatro planearon poner fin a su despecho y actuar contra los responsables en libertad del asesinato de sus hijos, contra los asesinos Sabina y Telurio.

El odio

-Míralo a ese. Camina como si estuviese en su casa.
-Vienen a este país a aprovecharse de nuestra bondad. Nos quitan nuestros trabajos en medio del paro y ni siquiera nos lo agradecen.
-No deberían permitir que entren, debemos hacer algo. Están atentando contra nosotros, contra nuestro futuro.
-Si, que se vayan a su casa. Gente así arruina nuestra economía. Parásitos mantenidos.

Dos hombres discutían en las calles de Madrid. Frente a ellos, una pareja de origen sudamericano caminaba tomados de la mano. El hombre llevaba puesto el típico uniforme de barrendero, mientras que la mujer vestía de forma casual.
Caminaban lentamente.

-No es la vida que imaginaba para nosotros, mi amor- le dijo la mujer.
-Lo sé. Pero es esto o volver a casa sin posibilidades de un mejor futuro para nosotros y para nuestro hijo.
-Trabajas limpiando las calles, tú, que fuiste gerente ahora barres el suelo y no me dejas ayudarte.
-Ocúpate de tu panza, de Maicón que está creciendo y yo me ocuparé del resto. Empezamos de abajo, cariño. Por lo menos tenemos trabajo y gracias a este barrido tenemos casa.

La pareja se abrazó y se despidió con un tierno beso. Él debía regresar al trabajo.
Después de todo, barrer y asear las calles era un laboro bastante tranquilo.

-¡Vete a tomar por culo, venezolano!
-¡Lárgate de este país, escoria sudaca!

Los dos hombres españoles comenzaron a gritar, queriendo molestar al barrendero. Los comentarios de odio no parecían afectarle, no era la primera vez que los recibía.
Otros españoles que atestiguaron los gritos brindaron su placaje.

-Déjalo en paz, gilipollas- dijo un hombre
-¿Qué te ha hecho él a ti? -agregó una mujer bastante mayor.

Los dos agresores discutían con los transeúntes que salieron en defensa del trabajador, mientras que otros daban palabras de aliento.

-No creas que somos todos así, hombre.
-Los españoles somos buenos, no le hagas caso a un grupo de porculeros.

Un hombre mayor, un futuro padre de familia, un hombre de casi dos metros de altura, de piel morena y de mirada fría se puso a llorar desconsoladamente.

-Vine aquí por un mejor futuro para mi y para mi esposa y mi hijo. No vine por ganas, vine por ellos, para darles una vida de paz. Dejamos a nuestras familias y comenzamos de cero. No es justo lo que dice, no somos escoria- dijo entre sollozos.

Dos hombres mayores le brindaron una mano para que se levante del suelo.

-No nos tienes que explicar nada, hombre. Si quieres estar aquí, lo estás y punto. Al que le moleste, que le den.
-Si. No nos tienes que dar pena. Tu estás trabajando, haciendo algo que la mayoría de nosotros no quiere hacer. Tienes más dignidad que esos dos. Venga ya, seca esas lágrimas.

-Gra…gracias-tarmatumeó el venezolano mientras tomaba sus cosas y continuaba, como podía, con su trabajo.

Historias de odio hay muchas, las vemos y escuchamos por todos lados.
Ser distinto en cualquiera de sus formas, ser de otra nacionalidad, de otra religión, de otro color de piel, bajo, gordo, cualquier cosa puede ser usada de adjetivo para el juego del racismo.
Un odio interno que poseen ciertas personas que asumen la vida del otro y se permiten juzgar de forma gratuita para satisfacer sus necesidades internas de bronca.
Cualquier motivo es suficiente, lo importante es catalogar y no poseer empatía, es decir, no ponerse en el lugar del otro, en sus zapatos y no conocer su vida.
¿A quién no le ha pasado? ¿Quién no lo ha sufrido?
Yo lo viví (y lo sigo viviendo) en carne propia por mi religión. Soy judío y me gusta serlo. Me gustan las tradiciones que me enseñaron y me gusta la historia del «pueblo elegido». Pero, dejando de lado la religión, que salvo algunos días de festividades, el resto del año está dormido y no forma parte de mi yo cotidiano, sin embargo, en mi corta vida me han dado muchos adjetivos humillantes por el mero hecho de pertenecer a una religión, sin siquiera conocerme. Narizón, usurero, asesino, Hitler, jabón, víctima y un sin fin de palabras me merezco, según ellos, al pertenecer a una minoría.
Ser cristiano está bien, es ser alguien puro y bondadoso. Ser un buen cristiano es una expresión típica por mis pagos. Pero recordarles la historia de los asesinatos cometidos en nombre de Cristo está mal y decirles que ahora predican la paz luego de someter al mundo con su espada durante siglos, está aún peor.
Ser parte de una minoría automáticamente te descalifica para todo, como me contó un amigo una vez:
-No sábes las mujeres que hay. Carlota es mía, pero sus amigas están, uff, ni te imaginas.
-Prefiero quedarme en casa.

El otro de los jóvenes, que escuchaba la conversación en silencio, interrumpió.

-Ni de coña. Tu te vienes con nosotros.
-En serio, prefiero quedarme.
-No seas cagón. No le diremos a nadie que éres judío, ¿vale?
-¿Piensas que eso es lo que me jode?
-Claro. Porque las amigas de Carlota pensarán que, como sois judío, la tienes pequeña.
-Y tendrán razón, pero eso no me molesta.
-¿Entonces? Venga ya tío, no te hagas el misterioso.
-Ya saben por qué.
-¿Aún sigues con esa tontería de que eres gay?
-No es ninguna tontería.
-Vamos, tío. Ya tienes bastante con tu religión como para agregar eso de que te molan los tíos.
-Por eso no quiero ir. Me van a presionar para que me líe con una chavala y no quiero.
-Pero si están buenísimas. Vamos, incluso te dejo a la Carlota para ti solito.
-Que no.
-Que te den, jodido maricón.

Mi amigo me contó que esa fue la última vez que volvió a ver a esos amigos.
Un poco exagerado, le dije, pero nunca se puede anticipar como van a reaccionar las otras personas. Yo he perdido amigos por apoyar a partidor políticos distintos, que es una tontería como para perder una amistad.
Odiar a otros, hablar mal de esas personas, descargar la ira acumulada que tenemos junto con nuestras frustraciones nos hace sentirnos mejor con nosotros mismos. Centrarse en la desgracia ajena, acusando a un tercero de cosas que no conocemos nos hace unir con otras personas y nos vuelve populares.
Odiar te da satisfacción y te vuelve popular y por eso la gente lo hace sin importar las consecuencias.
Odiar es un pasatiempo que nunca pasará de moda y solo nosotros, las «víctimas» lo entendemos y sufrimos.

Odiar te hace congeñar y es por eso que es tan popular.

Amor tras amor

-Sos demasiado lindo para mi.

Fue lo último que dijo antes de irse. Lo peor es que habíamos venido con su auto y ahora yo me encontraba a la espera de un taxi para regresar a mi casa.
Admito que durante cierto tiempo creí que esto fue cierto y eso me ayudó a aumentar el ego.

Después de una relación, llega el periodo de duelo. Tiempo en el cual uno reflexiona sobre lo sucedido y espera a sanar las heridas.
Este tiempo es proporcional al tipo de relación vivida, a su duración y a su desenlace final.
Aunque además influye uno mismo y su capacidad para sanar, como si de un superpoder se tratara.
Pasado el tiempo de duelo, uno se reinserta en el mercado de citas y es en ese entonces que comienzan las situaciones extrañas. Sea el objetivo puramente sexual o el de formar una relación, en una primera cita puede suceder de todo y se pueden escuchar cosas impensadas. Cada uno es un mundo, cada persona posee su forma de ser y de actuar, pero algunas situaciones son demasiado complicadas para entender en un primer encuentro.
Mientras más tiempo se haya pasado en la relación anterior, mayor es el olvido a estos misterioros primeros encuentros.

Una vez sucedió que arreglé salir con una chica que por fotos era muy bella.
Lo de arreglé salir es una exageración, la realidad es que ella fue quien propuso la salida.
Como sea el caso, la pasé a buscar por la casa una calurosa tarde de sábado.
Estaba un poco nervioso, ella era muy bella y yo…bueno, yo era yo. Algo debo tener de atractivo, supongo.
Al llegar a su casa y tocar el timbre, abrió la puerta alguien que no parecía humano. Era un ángel, un ser digno del cielo cuya belleza irradiaba una cálida luz.
Tragué saliva al verla y me puse aún más nervioso.

-Caminemos- me dijo, sin siquiera saludar.

-Bueno- acepté, limpiándome la baba del labio.

No llegamos a dar ni diez pasos cuando me lo soltó.

-Tengo una regla- me dijo. -Vamos a caminar y a charlar durante dos calles y al final de la segunda calle, yo me iré a dar una vuelta. Si regreso es que me gustaste y quiero continuar con la salida.

Me quedé más que sorprendido. Si no quería salir conmigo me lo podía decir y no inventar estas cosas.

-¿Y yo que hago?- le pregunté.

-Te podés quedar y esperar cinco minutos a que yo regrese o te podés ir. No me voy a demorar ni un segundo más de ese tiempo y si cuando regrese no estás, lo entenderé.

No iba a discutir en una primera salida, más aún cuando me pareció una idea simpática y, después de todo, me dio curiosidad y quería continuar.
Acepté y comenzamos a caminar las dos calles de prueba. La charla era amena y ambos estábamos igualmente de locos.
Al poco tiempo llegamos al final del recorrido y antes de partir me mostró una pequeña libreta que llevaba consigo.

-Doscientos setenta y seis veces no regresé y 7 veces si lo hice. -me mostró su estadística.
-Podés llegar a ser el número 8 o el doscientos setenta y siete. Como sea, ya vuelvo.

Decidí esperarla. No solo me parecía interesante, otra forma de pensar, sino que tampoco tenía nada mejor que hacer.
Mientras esperaba, pensé en si había tenido otra primera cita tan rara como esta.

Recordé la vez que una chica me había pasado a buscar para ir a un restaurante ultra fino, como ella. Una chica de clase alta, elegante, sofisticada y sobre todo, forrada.
Casi casi que tuve que desempolvar el esmoquin.
Por mensajes era muy charlatana, habladora y simpática, pero desde que nos vimos que casi no hablaba y se pasó la cena mirándome.
Yo estaba ya medio cansado de comer con la pared y se ve que ella lo notó, porque no llegamos al postre cuando se levantó, le dejó un poco de dinero al mozo y se fue.

-Sos demasiado lindo para mi -se despidió

Fue lo último que dijo antes de irse. Lo peor es que habíamos venido con su auto y ahora yo me encontraba a la espera de un taxi para regresar a mi casa.
Admito que durante cierto tiempo creí que esto fue cierto y eso me ayudó a aumentar el ego.

Miré mi relój, habían pasado dos minutos desde que mi bello ángel partió y yo ya me empezaba a sentir como un tonto parado en la calle, sin siquiera poder sentarme.

Otra situación me vino a la mente, una vez en que iba todo sobre ruedas.
Nos vimos y la charla fluyó. Ella me gustaba y yo a ella también.
Fuimos a tomar unos tragos y las risas y besos estuvieron a la órden del día.
Al salir, fuimos a su casa y nos besamos en el zaguán. Ella puso su mano dentro de mi pantalón, por encima de la ropa interior, probablemente para agarrarme el culo, pero la sacó con asco al instante.
Su mano estaba totalmente negra.

-¿Qué mierda es esto?- me preguntó mientras que corría a lavarse las manos.

Me echó tan rápido de su casa que no me dio tiempo a explicarle que lo negro era un chocolate que tenía para regalarle, pero que olvidé que llevaba y se derritió, traspasando mi ropa.
Saqué el envoltorio del bolisllo y lo tiré a la basura. Luego regresé a mi casa chupándome los dedos, después de todo, era un chocolate costoso y muy sabroso.
Aún pienso en el impacto de esa situación en el cuchicheo femenino.

-Cuatro minutos- me dije. -Aún falta uno.

También recordé la historia de desgracias que me sucedió con una amiga de una amiga.

-Tu éres la desgracia en persona- me dijo, con tono de pitonisa.

Fuimos al cine y la película fue cancelada por un conflicto con los trabajadores.
Luego fuimos a comer y el mozo volcó el plato de pastas sobre el vestido de ella, arruinándolo completamente.
La acompañé a la casa y el taxi en el que viajábamos fue detenido por la policia. Pasamos un par de horas en la comisaria intentando explicar que éramos simples pasajeros.
Su ropa ya comenzaba a oler mal y cuando nos dejaron marchar, sin querer la empujé y su sucio vestido se enganchó con un clavito suelto, dejando su ropa interior al descubierto.

-Tu éres la desgracia en persona- me dijo mientras que se marchaba, sola, sin que quiera que la acompañe.

«Que triste primera cita» pensé mientras que comencé a reir hasta que algo me tocó el hombro.
Finalmente el ángel había regresado a mi lado y me estaba viendo reir.

-Bueno, sos el número 8, te felicito.-me dijo. -¿Quéres seguir?

Intenté besarla de la alegría, pero me apartó.
Aquel fue el primer obstáculo de una larga cita llena de pruebas y barreras, que continuaron durante varias salidas más.  Pruebas y barreras que superé y que ahora, casi once años después de aquel primer encuentro, veo que le hace a nuestra hija, Alma.

 

Ingenuo amor (final)

-Prometeme que esto- le dije, señalando a sus muñecas en recuperación -no va a pasar más.

-Te lo prometo- me respondió, pero no le creí.

-En serio te hablo. No sos una loca demente, no necesitás esto ni tampoco drogarte.

-No me jodas, en serio. Dejame hacer lo que se me cante el ogete.

Sabía que no iba a ser fácil.

-¿Querés el cuchillo? No te das cuenta lo mierda que estás ahora. Cortándote, drogándote, sin estudiar, sin trabajar…

Parecía que mis palabras empezaban a tener efecto.

-¿Estudiar? Si lo intenté y no aprobé.  No sirvo para nada, soy tonta.

No me animaba a hacerle daño. Era verdad, no era buena para las ciencias duras y estaba empecinada en estudiar esas carreras.

-Intentalo de nuevo. Seguro que te va a ir bien -mentí. -Yo te ayudo.

Ella me sonrió y trajo los ejercicios de matemática del examen. En mi cabeza eran sencillos, pero para ella eran como escalar una montaña sin llevar un tanque de oxígeno.

-Es una mierda todo, soy una tarada- lloró.

-Vamos. No son tan complicados, un poco de paciencia solamente.

-No. No los entiendo, no quiero más.

-Bueno. No te queda otra que elegir otra carrera.

-Ni loca.

Caminar por el campus universitario con sus apuntes de ecuaciones, sentarse en la biblioteca llena de gente lista y aspirar el aire de una de las carreras más difíciles que se puedan hacer le llenaba intelectualmente y no quería perder esa sensación.

-¿No te das cuenta que no sos buena en matemáticas?- exploté.

Me acurruqué a su lado. Tenía miedo de su respuesta, pero quedé gratamente sorprendido por la reacción, como si lo único que necesitara era que alguien le hablase de esa forma.

-Tenés razón. Tenéz toda la razón. No sirve que lo siga haciendo. ¿Qué carrera puedo hacer?

La respuesta era tan obvia para mi como para ella.

-Arte- le dije, levantando un brazo.

Sus dibujos eran muy buenos. Su trazo limpio y prolijo y era creativa en sus diseños. Sin embargo, en su cabeza era una carrera de poco prestigio. Debía hacer el cambio de mentalidad antes de comenzar.

A la mañana siguiente me llamó para decirme que lo va a hacer y me pidió que la acompañe para anotarse. Se la veía contenta y más aún lo iba a estar con la noticia que yo tenía para darle.

-Te conseguí trabajo. Medio tiempo como asistente en un pequeño negocio de ventas. Un trabajo sencillo y que te va a dar un poco de dinero.

Aquel fue el principio de la nueva vida que le ayudé a que tenga y noté como poco a poco ella fue madurando.
Había hecho un cambio tan grande que ni siquiera los padres, que se habían reconciliado, lo podían creer, pero nadie, absolutamente nadie, me dio crédito por ello.
Lejos habían quedado las drogas y las mutilaciones y, al parecer, también yo.
Me evitaba, no me hablaba y casi no nos veíamos. Menos que menos hacíamos el amor, una práctica que quedó en desuso en nuestra relación.
Con el paso del tiempo, ella ya había logrado una nueva vida, muy distinta a la anterior y en sus planes no estaba yo.
Pensé erroneamente que haberle salvado la vida fuese suficiente como para que se quede a mi lado, pero fue todo lo contrario y fue el punto del fin para mi estadía en su corazón.

Después de 4 años de relación, me llegó el rumor que ella estaba en una relación formal con otro, mientras que estaba «oficialmente» conmigo. En las fotos de las redes sociales los describía como un amigo, un amigo que luego pasó a tener derechos y que finalmente se convirtió en su pareja y todo esto a mis espaldas porque las fotos que subía eran privadas y además yo no era miembro de aquella flamante red social.
A pesar de todo yo seguía feliz. Tenía novia que por fin era feliz y aunque la veía poco, me imaginaba un futuro más serio, juntos. Yo estaba seguro que me amaba tanto como yo a ella, pero como dice la canción, todo tiene un final y todo termina.

A punto de entrar a rendir un examen parcial, me suena el móvil. Era ella pidiéndome que nos veamos de forma urgente.
Acudí al lugar de encuentro, una casa de comidas rápidas y apenas nos sentamos a comer me dijo que ya no quería continuar juntos y me confesó que estaba saliendo con otro y que estaba enamorada de él.
Después de incontables engaños, despues de haberle salvado la vida, después de ayudarla a crecer, después de tratarla durante años como una reina, me pisotea y me deja tirado en al arcén, dejando mi corazón destruido frente a la mirada de varios comensales.
Quedé mal. Me costó regresar a mi casa. Mi caminar era lento y desganado. Lloré, lloré mucho encerrado en mi habitación y no quise salir en varios días. Mis padres se preocupaban por mi pero yo fingía que estaba bien y que estaba estudiando. Les mentía todos los días para que me dejaran solo, solo con mis lágrimas.
Desde aquel primer día la llamé una y mil veces. No atendió ninguna de las llamadas.
Agoté todo el saldo del móvil en mensajes de amor y no recibí ninguno.
Fui a buscarla a la salida del trabajo pero nunca la encontraba.
Había desaparecido y en un mes de que me hayan dejado, solamente recibí un mensaje de texto de su teléfono diciendo que no la busque más.
Mi cabeza no lograba entender como había llegado a esta situación y qué es lo que había hecho mal. Le mandé varios mensajes pidiéndole disculpas por todo y que quería estar con ella. Tenía miedo a quedarme solo por el resto de mi vida, a pesar de que por dentro sabía que iba a estar mejor sin ella.

Y así los días fueron pasado, luego las semanas y los meses y yo pensaba cada día en ella. Veía las fotos y añoraba volver a aquellos tiempos de felicidad.
Ya no le mandaba mensajes, pero revisaba las fotos que colgaba en Internet examinando que tenía el otro que no tenga yo. Más dinero era lo obvio. Mientras que yo apenas podía pagar unas cenas en restaurantes y algunas salidas y regalos, con el otro ostentaba una buena vida de viajes, autos y departamentos propios.

Pasado un año me permití olvidarla y comenzar a sonreir nuevamente.
Había conocido a una chica, quien sabe como, que poseía una mirada tierna.
Ella realmente me quería, se le notaba en el rostro.  Se trataba de una persona totalmente distinta a mi primer amor.
Tiernos abrazos, dulces besos y dueña de un corazón noble. Más de una vez me sorprendió planificando salidas según mis gustos. Que se interesaran en mi era una nueva sensación.
Geacias a ella pude comenzar a olvidar, pero la herida dentro mío no estaba cerrada y los puntos se abrieron cuando recibí su llamada.

-Necesito verte urgente- me dijo sin posibilidad de negarme.

Mi cabeza fue una nube de pensamientos y tenía miedo a caer nuevamente en sus encantos.
Mis miedos y temores se hicieron realidad. Ella estaba exactamente igual que la última vez que la vi. Me saludó con un beso en los labios, que no esperaba y no pude evitar, y me habló incongruencias sobre llamados que podía recibir y posibles amenazas. No entendía nada de nada pero tampoco prestaba atención a lo que decía. Estaba inmerso en su ser, nuevamente había quedado cautivado por sus encantos.
Pocos minutos después, se despidió y yo volví a ser quien era un año atrás.
Me separé de la pareja que tenía y me enfoqué en volver a conquistar a aquella misteriosa mujer.

Regresé a mi amargura y soledad, incrementada ahora por el enojo de otra mujer a la cual dejé cruelmente.
Volvieron a pasar los días, las semanas y los meses y yo seguía estando triste.
Casi un año después, luego de un esfuerzo sobrehumano mío de evitar a toda costa ver sus fotos en Internet, decidí volver a verla para poder encararla y cerrar esta historia. La cité en una pizzería y le obligué a que fuera, me lo debía. Quería terminar con todo esto.

Quería terminar con el ingenuo amor.

Ingenuo amor (parte 5)

Por dentro sabía que me engañaba, pero no quería admitirlo. Yo estaba feliz y era todo lo que me importaba.
Era tan evidente que hasta mis amigos, los pocos que me quedaban y mis hermanos me decían que no podía estar más con ella.
No les hice caso a ninguno y de a poco los fui apartando. No creía en sus palabras, no creía que lo hacían por mi. Suponía que todos estaban cansados de verme tan contento y con tanta vida que querían que vuelva a ser el tímido papanatas de siempre.
El tiempo les dio la razón, a cada uno de ellos y por suerte para mi, el tiempo no fue cruel y me permitió volver a juntarme con quienes aparté en mis momentos de falsa alegría.

Yo estaba en mi segundo año en la carrera y ella había terminado el secundario y deseaba seguir mis pasos en la facultad, queriendo perseguir un imposible.
En el colegio público no le brindaron una base matemática y hacer el ingreso en la universidad le fue imposible, literalmente. Yo sabía que no poseía gran inteligencia analítica pero no pude decir que no al verla todos los días en el campus.
Dentro de ese periodo, sus padres se separaron y ella se mudó, junto a su madre, a la casa de sus abuelos en las afueras de la ciudad a más de una hora en transporte público de mi.
Salvo en la facultad y los sábados, ya no nos veíamos y eso causó un mayor deterioro en la relación. Se la notaba muy triste, aún más cuando le dieron las notas del curso de ingreso y en matemáticas y física su inminente cero se hizo presente y no le fue permitido el ingreso a la carrera.

Al poco tiempo, a mis oídos me llegó la versión de un nuevo cuerno sobre mi cabeza. De estas versiones me llegaban muchas, pero no le daba importancia a ninguna, yo confiaba en ella. Sin embargo, esta vez vino con evidencia en video y no lo pude negar.
Fui a su casa sin siquiera saber si estaba o no en ella, decidido a acabar con todo esto. Estaba ya cansado de tantos rumores de engaños que podían ser ciertos. ¿Qué valgo yo en todo esto?

Casi una hora después, llegué y toqué timbre. Todo el tiempo del viaje lo agoté repitiendo las palabras para dejar y terminar todo, pero nada me preparó para lo que estaba por ver.
Me abrió la puerta un zombie, una persona más viva que muerta. Pálida, completamente blanca estaba. Su bronceado de color dorado había desaparecido. No podía creer su estado si la había visto apenas una semana atrás.
Prácticamente se derrumbó en mis brazos, sin fuerzas.

-Tengo hambre, mi amor- me dijo en un susurro.

Me acongojé. No pude pensar en nada más que ayudarla.
Salí corriendo a comprar algo de comer tanto dulce como salado y volví a su lado.
Ella comió como pudo y se quedó dormida. La llevé a la cama y le saqué el abrigo al acostarla y al hacerlo, entendí todo.
Sus muñecas, tapadas por el suéter estaban cubiertas por una gaza blanca manchada de rojo.
No podía creer lo que mis ojos estaban viendo. Revisé su cuarto y en un rincón encontré dos cuchillas de afeitar con el filo cubierto de sangre.

«Dios mío» pensé.

Me quedé a su lado, mirándola con pena. Sabía que no estaba pasando por un buen momento, pero tampoco creía que pudiese llegar a tanto.
No había nadie más en la casa, todos se habían ido de viaje salvo ella que se quedó con la excusa del estudio.
Unas horas después, despertó, si cara estaba tomando color.
Al abrir los ojos y verme, lloró. Me confesó que me había engañado con un amigo y me contó que no recordaba nada más porque le habían dado para fumar y ella fumó más de la cuenta (aunque para mi, un poco ya era más de la cuenta).

-Calma, calma- le dije al ver que volvía a ponerse pálida.

Las heridas se le volvieron a abrir y se quedó dormida nuevamente, momento en que aproveché para salir a comprar alcohol y gazas nuevas para limpiar los cortes.
Durmió hasta entrada la noche, cuando despertó, miró sus cortadas y me habló con su tierna voz angelical.

-Gracias-me dijo, sin fuerzas. -Me salvaste la vida

«Me salvase la vida», unas palabras que me rompieron el corazón. No podía dejarla, no podía abandonarla. Estaba en un pésimo momento y yo debía ayudarla. Todo lo demás, los engaños, las mentiras y las drogas habían pasado a segundo plano.
Me propuse sacarla de aquel pozo y encaminarla a lo que yo creía que era una vida correcta de estudio y trabajo.
Seguía siendo la mujer de mi vida y ahora yo era el de la suya, el que la había salvado y eso nunca lo olvidaría.

Ingenuo amor (parte 4)

En aquel entonces vivía volando. El cielo me quedaba muy abajo y sentía que moraba en el paraiso.
Aquellas primeras sensaciones de placer eran muy grandes para mi pero pequeñas para ella que buscaba constantemente nuevas posibilidades, nuevas poses y nuevas formas de amor.
Terminaba el año escolar, me graduaba del secundario y llegaba el momento en que se organizaba y planeaba el viaje de egreso del colegio. Durante aquellos meses su actitud cambió y se volvió fría y hostíl conmigo.

-Te querés ir para acostarte con todas las mujeres que te encuentres. Admitilo.

Aquella frase se repetía constantemente. Demostró ser muy celosa, hasta llegar a límites insospechados para mi en ese entonces.
Gritos, amenazas, llantos, incluso varias veces me dijo que si me iba nuestra relación se terminaba.
No podía comprender que le pasaba por la cabeza, pero le aseguré mil veces que no pasaría nada durante el viaje.

-No va a pasar nada, quedate tranquila.

-No te creo- me reprochaba.

-¿Cómo querés que te lo demuestre? -atiné a decir.

Ella pensó durante un momento y se fue de la habitación, regresando unos segundos más tarde con una birome y una hoja de papel. Me entregó una nota de compromiso.

«Yo…» tenía que completar mi nombre «me comprometo a no engañar a…» tenía que poner el de ella «y a no olvidarla durante el viaje…»
Una nota comprometiéndome a serle fiel y llamarla todos los días. Una nota que en su momento consideré muy tierna y un lindo gesto. Ella era el amor de mi vida, mi primer y único amor y no quería hacer nada para perderla. Quería estar con ella para siempre y ahora sabía que ella también quería lo mismo.
Luego de eso, la sonrisa le regresó al rostro, pero con ciertos matices falsos. Ella estaba más segura que yo que algo pasaría en ese viaje.

El viaje y llegó y se fue como una estrella fugaz. Todo había pasado demasiado rápido y no veía la hora de volverla a ver. Fueron diez días alejados de mi familia y sin embargo solamente pensaba en verla a ella.
El recibimiento que me dio no fue el abrazo que esperaba y mantuvo distancia al reprocharme que me había acostado con otras mujeres.
Mi cara de alegría por verla se borró y fueron reemplazadas por una más sombría.

-No hice nada- le reproché.

Ella no lo creía. -No me mientas, ya me lo contaron- recriminó.

-¿Quién?

-Mis amigos, todos me dijeron que en el viaje se está con mucha gente.

-Son todos tarados, no estuve con nadie más. Yo te quiero a vos. -intenté abrazarla pero me apartó.

Aquella tarde ella permaneció en silencio. Yo intentaba hablarle pero era todo en vano, mis palabras no penetraban en su gélida armadura.
Me senté en la computadora para jugar y distraerme un poco y fue allí cuando todo comenzó.
Ella había dejado el programa de chateo abierto. La última conversación que había tenido era reciente y era con su mejor amigo. Al subir en la conversación pude leer frases como «Te va a engañar», «Es obvio que te engañó», «Es un tarado».  Era evidente que yo no le caía bien, sin embargo lo siguiente que leí fue mi primer límite. «Me gustó mucho lo del otro día, sos una genia. Quiero repetirlo».

Yo era demasiado ingenuo pero aquello ya saltaba a la vista. La llamé, le mostré la conversación y  su actitud se volvió amenazante.

-¿Quién te dio permiso de leer mis conversaciones?

-¿Qué es esto?- le reproché, ignorando su evasiva.

-Nada- respondió, mirando hacia un costado.

-¿Todo este tiempo diciéndome que yo te engañe con esta y con la otra cuando la que me engañó fuiste vos? -levanté la voz.

Ella seguía mirando al suelo, estaba callada.

-¿Cuantas veces fueron?

-Una -respondió en un susurro.

-No quiero que lo veas mas -fue todo lo que se me ocurrió y fue el punto de partida que ella utilizó para el contrataque.

-Es mi amigo, lo voy a ver las veces que quiera y vos no tenés nada para criticarme porque se bien que te acostaste con varias durante el viaje.

Yo no lo podía comprender. No solamente yo no había hecho nada sino que ella fue la que engañó y encima lo criticaba.
Aquel día nos separamos y no nos volvimos a ver hasta la mañana siguiente cuando se me acercó, me dio un beso en la mejilla y me pidió perdón con una voz angelical.
Yo la perdoné y aquella situación quedó en el olvido. Aún sellaba con fuego mis palabras de que ella era la mujer de mi vida, sin embargo, le había abierto la puerta para que se salga con la suya en este tipo de situaciones.

Ingenuo amor (parte 3)

A los pocos días la pasé a buscar por la casa.
Ya nos habíamos dado aquel primer beso y ahora tenía mis dudas sobre como debía saludarla. ¿Debía de darle un beso en la mejilla o en los labios?
Era un mar de nervios y preguntas. Era todo nuevo para mi y no sabía como debía reaccionar.
Contrario a mi, ella era decidida con lo que quería y sin dejarme entrar en dudas, me saludó con un fuerte beso en la boca.

«Bien» Pensé. Una pregunta menos. De ahora en más la saludo con un beso en la boca. «Vamos avanzando» me dije.

Pasaron los días y semanas. El año finalizó y comenzó uno nuevo.
Con dieciseis años estaba cursando el último año del secundario. Era el más joven de la clase por un gran margen siendo que algunos chicos estaban próximos a alcanzar la mayoría de edad.
Me adelantaron un año escolar gracias a mis notas, pero la inteligencia analítica que tenía para el estudio no se traducía en inteligencia emocional y es por eso que caí en el ingenuo amor.

Mi cabeza dejó de pensar en el estudio, aunque en realidad nunca lo hacía, y se concentraba en estar con ella, en oler su perfume, en sentir tu tacto y en disfrutar del sabor de sus besos.
Yo me sentía más cómodo y relajado y ya me animaba a besarla en los momentos en que quería. Ya no le tenía miedo al contacto de nuestros labios, sin embargo aún faltaba algo.
Faltaba el contacto físico, el roce de nuestros sexos.
Finalmente llegó el día, no lo planeamos pero lo pensábamos en silencio. No solo sería nuestra primera vez juntos sino que sería la primera vez de cada uno.
Acostados los dos en su cama, nos tomamos de la mano y nos comenzamos a tocar, sintiéndonos. Luego tomé un preservativo y me lo coloqué como pude. Me puse encima de ella y la miré a los ojos. Ella me miraba fijo, su cara totalmente roja, mezcla de excitación y de temor.
En ese momento intentaba pensar en ella. Sabía que la primera vez era dolorosa para una mujer, pero la verdad es que pensaba en mi y en estar concentrado para que los nervios no me ganen.
Lentamente comenzamos. Yo me puse rojo, a tono con el color que ella ya tenía. Aquella primera sensación de pentración es algo que no se olvida. Escuchar el ruido que generaba mi movimiento, verla a ella apretar los dientes por el dolor que sentía y notar como nuestros cuerpos se incendiaban era un festín de emociones.

-Pará, pará.-me dijo en voz baja.

No habían pasado ni dos minutos desde que comenzamos hasta que nos detuvimos, pero ella ya no aguantaba el dolor.
Le hice caso, me detuve y al retirar mi miembro de su sexo, lo ví rojo, totalmente cubierto de sangre y me preocupé.
Le llené de preguntas de que si está bien y de que me disculpe por lastimarla. Creía que el dolor y la sangre se lo provoqué yo y me sentía muy mal por eso.

-Perdón, perdón- le insistí.

Finalmente me explicó que el dolor y el sangrado son normales la primera vez y que no debía preocuparme.
¿Cómo iba a saber yo eso? Si era un tonto niño ingenuo. Igualmente no pude dejar de sentirme culpable por lastimarla.
Comenzaba a tratarla como una reina, haciéndome a mi responsable de todo el sufrimiento que ella tenía y convirtiéndome en el paladín de su felicidad.
Si discutía con sus padres era mi deber calmarla. Si le iba mal en el colegio era mi deber ayudarla. Si salíamos a la noche, era mi deber acompañarla a la casa para asegurarme de que llegue a salvo y si me engañaba era mi deber perdonarla al creer que era por mi culpa que lo hacía, pero para esta parte aún falta y en este momento la relación estaba en su esplendor.

Poco a poco fuimos haciendo el amor sin llegar al climax, preparando el terreno para dejar de lado el dolor y abrazar el placer. Debo mencionar que yo seguía siendo tímido para el sexo, pero ella floreció como un jazmín en primavera y su aroma fue intoxicante para todo hombre y mujer que se le cruzace.
Luego de ocho meses de relación, finalmente logramos tener una buena y completa sesión de amor.
Había abierto la puerta a un mounstruo de gran apetito lascivo y yo lo estaba disfrutando.

El acabose de mis tiempos

-Ya está, me cansé de toda esta mierda. Hasta acá llegué y acá me planto. Renuncio

Ya sabía que nadie me escuchaba. Estoy solo, como siempre y hablo solo, como siempre.
Mi única compañía es la televisión, sintonizada en el canal de noticias.
Demente soy al escribir esto mientras escucho los panoramas negros sobre el futuro del país.

-Tanto esfuerzo, tanto sacrificio, para nada.

El noticiero hablaba sobre la suba de precios en la canasta básica.

-Me cansé de todo esto. Maldita profesión desagradecida, maldito mundo de contactos, maldito yo al darme cuenta de esto tan tarde.

La nota por la suba de los precios continuaba y ahora hablaban sobre el alza en el valor de los servicios.

-A menos que tenga una señal ahora mismo de que mis escritos son tenidos en cuenta, entonces dejo esto para siempre.

Nuevamente el silencio entre mis pausas era solamente interrumpido por las palabras del conductor del noticiero, pero de mi pedido, cero señales.

-Algo…por favor. Lo que sea. Un mínimo indicio de que tantos años de escritura y tantos libros publicados no hayan sido en balde.

Nada. Nada de nada sucedía. Lloré.

-ADIOS.

Mi última memoria. Dejo todo esto, lo abandono. No recibí ni una señal, ni un solo atisbo de esperanza. Me voy, quédense ustedes acá. Intentaré rehacer mi vida con un nuevo y mejor futuro que no dependa de contactos. La escritura está muerta para mi. Lo siento.
Les dejo el noticiero encendido para que no se aburran.

«Lamentablemente las cosas aumentan sin contról. Pero para no quedarnos con tan mal sabor de boca, queremos finalizar el programa con un cuento intitulado La Inflación, extraido de la página humor pensante punto com. Un cuento triste, con final cómico, para ayudar a entender este maldito fenómeno que nos acosa desde hace años. Por cierto, les recomiendo que visiten esa página, van a encontrar todo tipo de cuentos e historias.»

José, el gran libertador

Me consideran un prodigio en el arte de la guerra. Una profesión obsoleta en el siglo veintiuno, pero que en cualquier momento puede llegar a ser de utilidad nuevamente.
Mis notas resaltaban y mis aportes eran tenidos en cuenta. La estrategia era un juego de niños para mi y en cada juego, prueba o simulador al que me enfrentaba, rompía todas las marcas establecidas.
Desarrollé teorías de planes de defensa para ejércitos con poco armamento y mucho espacio para defender, como el de mi patria y creo que fue a causa de esto que recibí una carta del gobierno de los Estados Unidos para realizar una capacitación con ellos.
La idea de aprender del mejor ejército del mundo, de los mejores estrategas y conocer las mejores tácticas me ilusionó a tal punto que creía que me convertiría en un super espía y que conocería los más oscuros secretos de la humanidad.
Exageraba, lo sé, pero estaba muy emocionado al pensar que el país más poderoso me buscaba a mi, a un simple poblador de las llanuras pampeanas.
Debía viajar en dos meses luego de superar un curso intensivo de inglés, pagado por ellos, ya que las capacitación se daría en ese idioma.
La base militar a la que llegué era todo con lo que soñaba. Un gran castillo en medio de un gran predio lleno de hangares y armamento. Militares por doquier y uniformes con estrellas y bordados. Cuantas cosas deseaba aprender y cuantas ganas tuve de conocer sus secretos militares. Sin embargo, nada me había preparado para lo que escuché en la primera de las clases a las que asistí.

-Estás preparado- me dijo Luque, un compañero de clase y creo que el único que hablaba castellano como yo.

-Si- le respondí, emocionado. -Aprenderemos sus tácticas y secretos.

Nos estrechamos fuertemente la mano, ambos compartíamos la misma emoción.

Luego ingresó el instructor. Se trataba de un hombre entrado en años y con una cara dura sin ganas de sonreir. Se trataba de un general retirado del ejército yanqui y llevaba puesto un uniforme con varias condecoraciones que le daban aires de grandeza.
Mantuvimos el silencio para escuchar atentamente la clase (y porque el inglés no era nuestro fuerte).

«José de San Martín. Criollo y libertador en sudámerica, fue el mayor estratega de su siglo. Contemporáneo al legendario Napoleón Bonaparte, este hombre desconocido para nosotros, mantenía ideales forjados con fuego, ideales de libertad como los de nuestros padres fundadores. Un hombre de cuyas estrategias en el campo de batalla permitieron la liberación de manos españolas de un terreno de mayor extensión que el nuestro y con menor cantidad de población y de armas.
El mismo Napoleón aprovechó el avance de San Martín para poder atacar y conquistar España. Conociendo la intención del general francés, el argentino movió las piezas de su ajedréz para actuar en su tierra natal cuando los españoles y los franceses estuvieran en guerra.
No hablaremos sobre historia, sino sobre los planes de este caudillo, sobre como utilizó a Napoleón y a los ingleses para su propio beneficio, sobre como atravesó la cordillera más dificil de cruzar a pie para ayudar a sus vecinos y de como recorrió miles de kilómetros al frente de su ejército para continuar expulsando a los españoles y darles libertad a cada pueblo.
Dejaremos de lado la historia y la política para adentrarnos en las proezas del mayor estratega de su siglo y probablemente, de la historia, Don José Francisco de San Martín.»

Luque y yo nos miramos. Eramos los únicos latinos. Él siendo peruano y yo argentino eramos los que más conocíamos sobre las hazañas de nuestro libertador. Habíamos viajado tanto para conocer los secretos militares de esta superpotencia y terminamos repasando lo mismo que aprendí de chico, en mi pampa nativa, en el culo del mundo.

«EL SECRETO DEL MÁS GRANDE ES APRENDER DEL MÁS PEQUEÑO»

El judío y el nazi

Un recluso caminaba muy despacio, entorpeciendo el camino para todos.
Era su forma de revelarse contra la injusticia de estar retenido allí contra su voluntad.

-Todos los que ves en este lugar son culpables, Hans. Que su aspecto demacrado no te confunda, todos y cada uno de ellos merecen pagar por el daño que causaron.

Hans era un guardia nuevo, lleno de ansias de trabajar, pero se mostraba en duda sobre lo que se hacía en aquel lugar.
Su comandante le intentaba explicar la situación, para que se centre en el trabajo. Era un joven prometedor y con mucho futuro.

-Tú eres un joven prometedor y con mucho futuro y debes comprender que estos remedos de personas son los causantes de todos los problemas que hay, no solo nuestros, sino de todo el mundo, ¿puedes comprenderlo?

-¿Incluso los niños?- preguntó el flamante guardia.

-¿Los niños? Piénsalo Hans. Son niños educados bajo los preceptos de sus malnacidos padres. Los pobrecillos son víctimas de los mayores y ya no pueden ser salvados. Nuestro deber es darles un eterno descanso -el hombre hizo una pausa para mirar por la ventana- a todos.

-¿Por qué no los matamos en lugar de obligarlos a trabajar?

-No Hans, eso es lo que ellos quieren. Ser mártires. Primero deben trabajar hasta agotarse. Deben trabajar hasta que ellos mismos decidan morir. Deben reparar el daño que han hecho. Nuestro trabajo es ocuparnos de los rebeldes, los que se rehusen a trabajar o a morir trabajando. Hans, ellos mismos deben purificar su alma antes de partir, no lo olvides.

Hans rescodaba las palabras de su instructor al llegar al «pueblo».

-Camina, maldito judío de mierda.

El uniformado gritaba en un alemán ensordecedor a un hombre vestido con un pijama a rayas que caminaba muy despacio, entorpeciendo el andar de toda la fila.

-Venga, muevete de una puta vez. -Advirtió otro soldado, mirando tanto a Hans como al Judío, provocando ravia en el primero.

-¿No me has escuchado? Camina judío, camina. -Volvió a gritar Hans, poniéndose nervioso.

Sin embargo, no importaban los gritos que recibiera, el reo no modificiaba su lento andar. Los ruidos ensordecedores no le molestaban, es más, ni siquiera le afectaban y eso era porque aquel hombre, llamado Moisés desde su circunsición, era mudo y sordo de su nacimiento y nadie salvo él lo sabía. Aquel era su gran secreto, que le ayudó a endurecer y soportar las terribles tareas sufridas en aquel campo de concentración en donde miles de personas, desconocidas entre si pero unidas por la religión, vivían esclavizadas a causa del delirio de un hombre.
Moisés no podía quejarse con palabras, no podía gritar de dolor, no podía pronunciar llanto alguno y ni siquiera hablar con sus compañeros de habitación, sin embargo, aquella deficiencia se había convertido en su as bajo la manga.
Ser mudo lo había convertido en una fría roca de arena, dura por fuera pero totalmente frágil por dentro y ser sordo le hizo esquivar los gritos y amenazas aparentando gallardía. Fue gracias a sus cualidad que aguantó con vida hasta ser liberado.

Corría el último año de la guerra y Hans se había convertido en un gran soldado y en una parte importante en control del campo de concentración. Siempre bajo las sombras, se ocupó de no ser reconocido por ningún recluso para no ser incriminado.
Había escuchado rumores de que la guerra se estaba perdiendo y que los rusos pronto tomarían el «pueblo» y comenzó a planear su huida.
Nadie conocía ni reconocía su rostro salvo el único hombre que jamás le temió, el pobre y fatigado Moisés a quien admiraba profundamente.
Al poco tiempo comprendió el secreto que escondía el Judío, pero calló y lo observó trabajar día tras día viendo como laboraba sin quejas y como su salud se deterioraba con la baja del sol.
Durante varios meses lo observó, imponiéndole trabajos más arduos solamente para ver la reacción del otro. Su fascinación por el hebreo era inmensa hasta el punto que planeó utilizarlo para su plan de escape.
Aprovecharía su condición de fantasma para hacerse pasar por el hijo de Moisés y así escapar, sin embargo, todo cambió cuando lo citó a su oficina. Hans tenía preparada una pequeña comida de bienvenida que fue engullida en instantes por el Moisés. Débil, cansado, con incontables cortadas en el cuerpo pero dueño de una mirada de fuego. Todos esos eran los adjetivos que el soldado pensaba, pero al caer un pequeño sobre al suelo, Hans lo levantó más rápido que el otro y miró su contenido.
Su alma regresó a su cuerpo luego de estar ausente durante la permanencia en el campo de concentración. Una pequeña colección de fotografías de la familia del Judío, con sus padres, hermanos, primos y tíos, todos jugando y divirtiéndose le recordó mucho a las fotos que se tomaban en su casa cuando el era muy chico.
Ambas familias eran parecidas y Hans comprendió que aquel hombre no tenía la culpa de nada de lo que sucedía. Reconoció que ambas familias eran iguales y que el hombre no se merecía esta suerte. El golpe anímico que le provocó fue algo que no tenía pensado y durante todo el día lloró, no solo por lo que él había hecho sino por todo l oque estaba sufriendo encadenada aquella persona.
Un simple trozo de papel, unas pocas imágenes fueron el impulsor de la resurrección del alma en un hombre sin corazón.
Hans lloró y le juró a Moisés que cuidaría de él durante el resto de su vida.

Las siguientes semanas, las últimas del campo, Hans se encargó que ningún preso realice más labores y si no fuese porque ya todos los soldados abandonaban el lugar, no lo hubiese conseguido.
Finalmente los soviéticos liberaron el campo y Hans mantuvo su plan original de utilizar al viejo Judío para escapar, sin embargo, esta vez quería escapar junto a él y expiar sus culpas.

El tiempo pasó y Hans y Moshé no se convirtieron en amigos, ni con el pasar de los años. El haber sido partícipe del grupo que secuestró, torturó y asesinó a toda su familia lo hacía ser imperdonable y el más jóven lo sabía y aceptaba.

-No puedo cambiar el pasado, aunque lo desee con todas mis fuerzas- dijo -pero dedicaré el resto de mis días en hacer más placentera tu vida. Lamento mucho todo, Moisés, tú sabes que lo lamento y aunque yo no fui el causante directo de tus penas, si admito que formé parte de aquella banda de hijos de puta. -le repetía cada noche.

Hans le hablaba en lenguaje de señas. Había aprendido aquella forma de habla para poder comunicarse con su protegido, así hablarle durante los días y las noches, aunque siempre sin recibir respuesta.
El hombre alemán cuidaba del anciano judío a pesar de las quejas que este hacía con sus gestos. Sin embargo, el otrora soldado nazi le había jurado que cuidaría del otro hombre hasta el fin de sus días.
Ahora vivían en un pequeño pueblo en Suiza, en donde la paz reinaba y no eran molestados.
Moisés ya era un anciano y estaba bastante enfermo como para vivir por su cuenta y en cierto modo le gustaba ser atendido. Estaba claro que no le quedaban muchas primaveras por disfrutar.
Hans, antiguo miembro de la SS, mantuvo la promesa de cuidarlo hasta el final, incluso en el más allá,  a donde ambos llegaron al mismo tiempo…

¿Religión o chivo expiatorio?
Dividir y vencer.
Culpable es el otro.
Yo soy perfecto y tú no.
Mis problemas son por culpa tuya.

¿Les suena familiar?