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La desgracia de saberlo

Lo supe antes que todos lo demás y no porque era el más listo ni podía ver el futuro, sino porque miré por la ventana en el momento justo.
Pasó hace un mes y el recuerdo permanece imborrable en mi.
Fue durante mi casamiento. Luego de una tanda de baile, la comida estaba siendo servida. Era de día y el salón contaba con unos grandes ventanales que abarcaban todo su perímetro, permitiendo una vista inmejorable a la ciudad. El salón se encontraba en el piso 40 del edificio más alto del país.
Era un momento de calma en el que todos disfrutábamos de la comida, cuando me asomé a ver el exterior y lo vi. Un avión. No, una nave, de esas que se utilizan para viajar al espacio estaba volando muy cerca nuestro casi en una posición vertical al cielo. Algunos llegaron a verla quedando sorprendidos por aquel espectáculo.
Luego fue seguida por otra, de distinto color al blanco y negro de la primera. La nave de color verde, le seguía los pasos a la anterior, sin embargo no la pudo alcanzar al salir humo de su interior y precipitárse al suelo ante la mirada de terror de mis invitados.
Mi flamante esposa me miraba, incrédula por lo que sucedía en el exterior.

-¿Qué pasa?- Me preguntó.

«¿Qué pasa?». Esas palabras aún siguen en mi mente. Lo último que le escuché decir, la última vez que oí su voz. «¿Qué pasa?» Me volví a preguntar, intentando decirlo con su tono, con su bello timbre armónico.

Algo en mi pensó rápido y respondió.

-Una bomba atómica viene y ellos están escapando de la tierra.

Su cara fue de terror y mi menté quedó en la nada mientras nos cubría con una tela militar que se encontraba en nuestra mesa, separada del resto de la gente. Cuando ví la bomba caer del avión, miré a los invitados. La mayoría permanecía ajeno a lo que estaba por suceder y continuaba deleitándose con el platillo principal, con el lomo al champignon. Otros seguían mirando a las naves como volaban, pero ninguno, nadie salvo yo supuso lo que sucedería.
Vi caer en cámara lenta aquel artefacto del día del juicio. Era redondo, como un tambór, con una cola, como la de un pez. Un pequeño aparato que entraría en el baúl de mi automovil y que era capáz de eliminar todo rastro de vida en kilómetros de radio. Luego me escondí, junto a mi esposa y esperé el fin. No podía pensar en nada. No pudimos decir nada. Solo nos miramos y unos segundos después, ella dejó de hacerlo y cerró los ojos. La vida, su alma, todo su ser abandonó el vehículo que utilizaba para la vida y su cuerpo cayó inherte sobre mi.
Yo me salvé, gracias a que la manta me llegó a cubrir el total del cuerpo, pero un sector del de ella quedó al descubierto. El tobillo, aquel que fastidió al mismo Aquileo, causó las mismas desgracias a la mujer que amé.
Fui el único sobreviviente de mi familia, amigos y conocidos.

Hoy, 30 días después, sigo soñando con aquel día mientras que me hacen pruebas de laboratorio.
Permanezco encerrado por el solo hecho de estar vivo, de haber sobrevivido a semejante exlosión con tan solo una tela de protección.
Algo hay en mi, dicen y por eso me mantienen prisionero en este lugar.
Aún sigo sin poder despedirme de todos y ni siquiera se si los han enterrado o cremado. Tan solo me dicen que yo no puedo salir, por el bien del resto de los ciudadanos.
Mis brazos ya no sienten los pinchazos de las agujas que extraen sangre. Mis pies están pálidos por la falta de glóbulos rojos y mi cabeza da vueltas constantemente. Viví, pero ahora estoy confinado a un hospital militar, donde no me dejan irme ni me dejan morir. Nadie siente piedad por mi, por lo que viví. Tan solo quieren saber como lo hice, como superé la explosión sin ningún tipo de repercusión negativa en el cuerpo. El haber sobrevivido era un castigo aún mayor al haber desaparecido aquel día. Me dicen que soy un milagro, que soy la clave para la supervivencia en el espacio y otras muchas tonterías. Lo cierto es que no me dejan ir, aunque me lo hayan prometido.

-Una vez que terminemos, podrás irte. Además, por tu cooperación, te haremos acreedor de una importante suma de dinero. Suficiente como para que comiences tu vida de nuevo.

Hasta ahí, sonaba bien y esperaba con ansias ese momento. Sin embargo, el militar no concluyó su discurso allí.

-Sin embargo- Continuó. -Al salir, deberás someterte a varias cirugías estéticas.

Mi cara fue de asombro.

-Si, entiendo como te sientes, pero debes comprender que aquí estás seguro. Si sales, es probable que de otros gobiernos o laboratorios te secuestren. Aunque la noticia de tu supervivencia no fue revelada por los medios masivos de comunicación, la historia de tu rechazo a la muerte fue filtrada por espías y la información de tu vida fue vendida a los mejores postores. Muchos te están buscando para hacerte pruebas. Si, al igual que las pruebas que nosotros te hacemos, pero ten algo por seguro. Tu eres de los nuestros y nosotros no te dejaremos morir, aunque no pueda afirmar lo mismo si otros te capturasen.

Desde ese aviso pasaron incontables días de dolor y sufrimiento. Al militar no lo volví a ver y desde hace tiempo considero que mi vida terminaría aquí.
No, me equivoco. Mi vida terminó cuando a un malnacido se le ocurrió disparar la bomba. Cuando un adefesio de ser humano jugó con la vida de los demás. Cuando un loco de mierda tuvo acceso al poder de causar tanto daño. Mi vida terminó en aquel día en que un hijo de puta se encabronó como a un nene que le negaron el juguete y quiso demostrar quien tenía los huevos más grandes.
Aquí, en mi celda, en cerrado, pienso. ¿Cuantos hijos de puta así quedarán libres?

Una historia con esperanza

Habían nacido en el seno de una familia amorosa y, a todas miradas, normal.
Él y su hermano dos años menor, vivían con sus padres en un modesto hogar de clase media. No les sobraba, pero tampoco les faltaba y los cuatro pasaban sus días entre juegos y risas.
Al cumplir el hermano mayor los 4 años, momento en que el niño florece su alegría, la familia fue asaltada de forma violenta.
Un error entre los cacos les habían conducido ante la casa de esta sencilla familia que no nadaban en dinero, como ellos pensaban y al creer que la familia se estaba resistiendo, los dos malvivientes discutieron entre ellos.
La discución se fue tornando cada vez más violenta, hasta que uno de los dos sacó un arma del bolsillo de su campera y terminó con la vida de los amorosos padres frente a la atónita mirada de los hijos quienes estaban paralizados en sus lugares.
El otro paria se llevó las manos a la cabeza, no pudiendo creer lo que su compañero acababa de hacer. Nuevamente hubieron discuciones.
El asesino quería busar las joyas y llevarse todo lo de valor mientras que el cómplice quería largárse en ese momento. No se pusieron de acuerdo salvo en el hecho de que los disparos habían atraido a los vecinos y que la policia estaba en camino.
Finalmente decidieron salir, sin embargo, el complice se detuvo y miró a los pequeños huérfanos. Algo dentro del mafioso resurgió, un sentimiento que conocía pero no recordaba: la empatía.
El hombre tomó a los niños y se los quiso llevar, pero fue detenido e increpado por el otro. Nuevamente la discución se tornó violenta y como un calco espejado de la primera escena, el hombre, que quería velar por los pequeños, arremetió contra el asesino de los padres de estos y acabó con su, nada premiable, vida.

Quedaron solos, el hombre y los dos niños. Los pequeños miraban al mayor, al cómplice del asesino de sus padres, con ojos perdidos.
La sirena se podía escuchar a lo lejos anunciando que el tiempo de desición había terminado.
Los tres partieron apresurosos para evitar ser detectados, rumbo a la casa de maleante.
Al llegar, el hombre tomó una valija, la llenó con dinero y objetos de valor y luego partieron rumbo a la estación ferroviaria.
Gracias a un conocido, consiguió 3 billetes para el tren que estaba partiendo, rumbo a una ciudad bastante alejada de la capital en donde vivían.
Allí, en esa pacífica localidad, los tres continuaron sus vidas juntos, formando una nueva familia.
El hombre cuido a los pequeños como si fueran suyos propios, renunciando a su vida de mafioso y comenzando a trabajar honradamente.
Los años pasaron y poco a poco los niños crecieron. El hombre probó ser un padre interesado y preocupado por el crecimiento y desarrollo de los nenes. Junto a él, ellos asistieron a clases y fueron educados en modales y comportamiento, todo lo contrario a lo que el hombre predicó, al ser complice del asesinato de sus verdaderos padres.
Por primera vez en eternos años, los nenes sonrieron y eso llenó de amor al hombre mayor que había conseguido cambiar su vida. Sin embargo, para su desgracia, su pasado lo persiguió y le encontró. Un conocido de su antigüo compañero buscó revancha y la consiguió.

Una escena repetida, el nuevo padre de los nenes fue asesinado frente los ojos de los pequeños. Pero, a diferencia de la otra vez, en esta oportunidad un policia se encontraba en el lugar y acudió de inmediato abatiendo al asesino.
Luego, los nenes fueron llevados a la comisaria donde el uniformado conoció su historia.
El policia sintió pena por aquellos niños y decidió adoptarlos de forma legal.
Lamentablemente, la convivencia fue corta y el policia fue rechazado para doptar. Las razones de esa desición no llegaron a sus oídos y los niños fueron llevados a un orfanato en la capital. Allí recibieron cuidados precarios hasta que las autoridades del lugar desaparecieron con el dinero que les otorgó la ciudad y los pequeños quedaron nuevamente a la deriva.
Sin nadie que cuidara de ellos, debieron tomar una desición, quedarse debajo del techo del abandonado lugar o arriesgarse en la calle.
Los hermanos optaron por lo segundo y se aventuraron, juntos, en la jungla de cemento.
Tenían 13 y 11 años respectivamente y sus cabezas eran ya concientes de su situación. Tenían un poco de dinero que les dió el policia antes de ser obligado a entregarlos, que usaron para comprar alimentos básicos y en poco tiempo, el mayor consiguió un trabajo de pocas horas en un restaurante de mala muerte, en donde hacía las veces de ayudante de limpieza.
Era un trabajo denigrante para cualquier adulto que se autorespetara, pero para el mayor de los hermanos era el suficiente dinero como para alimentarse y sobrevivir. La facha del lugar era digna de la de un establecimiento en una película de terror, sin embargo, el dueño cumplía con los pagos que le había prometido al pequeño, quien demostró ser un trabajador incansable. Los clientes, por su parte, demostraron su generosidad para el pequeño, dándole monedas, que a veces debía ganar de forma humillante y colaboraciones de ropa y abrigo.
Poco a poco fueron metiéndose en la historia de los hermanos huérfanos hasta que el dueño del lugar se enteró que ambos dormían en la intemperie y les ofreció descansar dentro del bar y darle un trabajo a su otro hermano.
El mayor comenzó a cocinar y el menor se encargaba de la limpieza. Ambos eran incansables y agradecidos, algo muy raro en la gente que frecuentaba el lugar.
Pasaron unos dos años de relativa tranquilidad para los pequeños hasta que el lugar fue cerrado por la municipalidad. Nuevamente los chicos quedaron sin un lugar donde estar, aunque ahora tenían la ventaja de tener bastante dinero ahorrado.
El amor de sus padres biológicos, sus verdaderos progenitores, había sido tan grande que les perduraba en sus corazones y eso es lo que les hacía mantener la calma en todo momento.
Con el dinero ahorrado, no tenían que volver a la calle y alquilaron una pequeña habitación en uno de los lugares más detestables de la ciudad.
Los trabajos que consiguieron fueron igualmente de repulsivos, pero poco a poco fueron juntando el suficiente capital para ir cambiando sus vidas.
Los años pasaron y la historia de aquellos hermanos fue pasando de boca en boca hasta caer en los oídos de un escritor poco reconocido, que se encontró con ellos y juntos escribieron el libro de sus vidas.

«Nuestra vida. El relato de unos hermanos múltiplemente huérfanos» Se convirtió en el mayor libro vendido en el año de su publicación y meses después, la película de su historia ya estaba en camino.

Su historia posee un final feliz. Gracias al dinero recibido, pudieron relajar sus almas y cuerpos y dedicarse a vivir. Sus caminos se distanciaron, ya no vivían ni pasaban todo el día juntos. Cada no fue haciendo su vida con la paz que se merecían.
Ambos se casaron, tuvieron hijos y luego estos les dieron nietos a los que amaron durante el resto de sus días y finalmente, cuando ambos ya eran ancianos, los hermanos se reencontraron y se miraron. Ambos asintieron con la cabeza y se fueron a dormir juntos, como cuando eran unos pequeños huérfanos sin hogar.
Sus cuerpos, tomados de la mano, fueron encontrados a la mañana siguiente por sus hijos. Los hermanos fueron enterrados juntos, al lado de donde sus padres descansaban, con la portada del libro grabada en su lápida.

Un despertar nada agradable

La Luna aún brillaba en lo alto cuando desperté.
Aquel nefasto sueño me había quitado el sueño y ya no pude volver a dormir.
Me levanté de la cama y miré por la ventana, intentando calmar mis pensamientos.
El exterior estaba tranquilo y en silencio, a diferencia del caos que pasaba por mi cabeza.
Me dirigí a la cocina, donde una botella de agua reposaba sobre la mesa. «Bendita agua» Pensé.
Agradecí que fuera aquella bebida y no la que había soñado, que era un líquido negro y espeso, como el petróleo.
La casa estaba en silencio, pero mis pensamientos seguían revueltos. Lo que había experimentado había puesto en alerta a todo mi ser.
Llevaba puesto el pantalón de dormir y tenía el torso al descubierto, al igual que en el imaginario.
Miré por la ventana, hacia la calle. La calma reinaba. Pocos autos circulaban en aquellas horas y el único movimiento constante era el silencioso cambiar de luces de los semáforos. No había viento, no habían ruidos de pesados vehículos, ni siquiera el ruido de animales callejeros. Todos descansaban.
Miré hacia arriba, fijando la vista en el cielo. La Luna brillaba con su palidez habitual, acompañada de las pequeñas luces de las estrellas del firmamento.
Ver que no habían más luces extrañas me calmó un poco. En mi sueño, varias luces que consideraba como estrellas, resultaron ser otras cosas, más pequeñas, rápidas e invasivas que se movían por el cielo a gran velocidad.
Al recordarlo, me alejé de la ventana. Mi corazón volvió a acelerar al sentir que algo aparecería allí y me tragaría con una fuerte luz blanca. Pero nada pasó. Todo estaba dentro de mi cabeza.
Regresé a la cama para intentar volver a conciliar el sueño, pero mis ojos se negaron a permanecer cerrados. Algo en ellos temía caer en la oscuridad del descanso y permanecían alertas.
No los puedo culpar. No era la única parte de mi cuerpo que se negaba a rendirse al cansancio. Mi cerebro, el que creó aquella pesadilla, era el que más alerto estaba. Dio una orden y mis sentidos se agudizaron, permaneciendo en estado de alerta.
Los minutos pasaron y cada segundo transcurrido era una pluma de serenidad apoyada sobre mi seno.
Finalmente me había relajado por completo y acostado en la cama dispuesto a terminar la noche. Mis ojos se cerraron lentamente mientras que me perdía en mis sueños.

«PUM PUM PUM»

El golpe me despertó, pero no del todo. Seguía mareado por el súbito despertar. «¿Qué fue eso?» Pensé, aunque ya conocía la respuesta. Fueron tres golpes a la puerta de mi departamento. Miré el relój y los números anunciaban el comienzo de una nueva hora. Seguía siendo de noche, de madrugada.
Me levanté con pavor, preguntándome quién llamaría a la puerta a altas horas de la noche.
Gran parte de mi tenía miedo y se negaba a responder al llamado. Finalmente me levanté y caminé sigilósamente, evitando que mis pasos sean escuchados por quien fuera que estuviese del otro lado.
Por debajo de la puerta de entrada se veía oscuridad. «Mal indicio» pensé mientras que continuaba mi lento caminar.
Primero apoyé el oído sobre la puerta y escuché. No había ruido alguno. Luego posé mi ojo derecho en la mirilla. La oscuridad impedía ver la totalidad del pasillo, sin embargo, no parecía que haya nadie allí. Poco a poco me fui calmando.
Regresé a la cama luego de haber tomado un poco de agua. Por suerte me pude acostar y los ojos se cerraron sin tanta lucha. Estaba muy cansado.

«PUM PUM PUM»

Nuevamente desperté. Otra vez el ruido, aquel ruido me despertó. Eran golpes, de eso no había duda, sin embargo, en esta oportunidad estaba más despierto y entendí que no venían de la puerta principal sino que venía de la cocina.

«PUM PUM PUM»

Nuevamente escuché el ruido y esta vez fui testigo del mismo. La tormenta eléctrica anunciada para la mañana estaba adelantándose unas horas y el viento ya había comenzado a soplar. El ruido provenía del golpeteo de uno de los cables del edificio, presuntamente el cable del servicio de televisión que golpeaba bruscamente contra los ventanales de mi casa en una perfecta trilogía armoniosa.
Me relajé por un instante, aunque en ese momento temía que aquel duro cable pueda atravesar las ventanas.
Por un instante me quedé allí pensando en como atrapar aquel elemento como para que no siga golpeando. Mientras que pensaba, miraba a la calle. La tormenta eléctrica había comenzado y el cielo era bañado con rayos y relámpagos constantes. Unos instantes después, los truenos resonaban en la ciudad, algunos con ruido más potente y otros más alejados.
Había algo extraño en aquel paisaje, algo muy familiar. Algo así había sucedido en el sueño que me despertó al inicio. Sentía como si todo esto ya lo hubiese vivido en mi mente y comencé a temer.
Un rayo cayó justo frente a mi. Mis ojos fueron cegados por el tremendo brillo y lo único que pude ver por unos instantes fue todo blanco, como el Flash de una cámara. Unos instantes duró mi vista así, lo suficientes como para que me orine encima del miedo. Durante esos instantes, vi como unas pequeñas figuras negras se movían a extrema velocidad en aquel mar blanco. Resaltaba mucho como para no ser notados y temí. Temí porque sentía que esto lo había vivido.  Sentí como era succionado por una de ellas mientras que de otra emanaba una sustancia negra que se introducía dentro mío.  Antes de perder el conocimiento, logré escuchar un susurro que decía «la muñeca, la muñeca».
A la mañana desperté en mi cama. La cabeza me dolía y no podía recordar como es que llegué allí. Me dirigí al baño para ducharme y al desnudarme me miré al espejo. Sentía una molestia en la mano izquierda y al mirar mi muñeca, noté una marca que antes no tenía. Un círculo, del tamaño de una moneda había sido marcado en mi piel, junto con unos leves relieves. Poco a poco fui recordando el sueño de la noche anterior y el último susurro antes de quedarme dormido, el susurro que hablaba sobre «la muñeca», sobre mi muñeca.

«Por dios». Pensé. «¿Qué me ha pasado?»

Aquel día me sentí extraño y con miedo. Miedo al día, a la noche. Miedo a la gente y a la soledad, pero principalmente, miedo a volver a dormir.

La historia de amor y humor con el título más largo que se haya podido inventar al no saber que título corto ponerle y dejarle simplemente este tan largo nombre que representa el drama oculto al no poder pensar un buen título

Una historia de amor un poco complicada, aunque con un final bastante placentero.

Se conocieron durante el «verano infame».  Aquellos días, la temperatura alcanzó niveles históricos en la ciudad y muchas personas desobedecieron las estrictas leyes de espacios públicos, refrescándose en fuentes y lagos.  La policia, no solo no lo impidió sino que en varias oportunidades se sumó a los infractores en busca de alivio, dejando sus puestos descubiertos. A fin de cuentas, hacía demasiado calor como para delinquir.
A casua de esto, se lo denominó como «verano infame». Fueron varios días en que la gente se desesperaba por algo de frio, un gota de aire.
Lógicamente, los cortes de luz eran constantes. No solo el calor impedía el correcto funcionamiento de las plantas eléctricas, sino que la demana era tanta que provocaba que todo el sistema sobrecalentase.
Para solucionarlo, se dictaminaron cortes secuenciales en los distintos distritos de la ciudad y se cerraron los centros comerciales, los cines y todos los grandes consumidores de energía eléctrica hasta que el calor pasara.
Algunos científicos atribuían el calor a una súbita aparición de magma desde el centro de la tierra, que se posicionó muy cerca de los cimientos de la ciudad, de las napas y de las cloacas, provocando grandes estragos en las mismas. Otros que eran a causa de una actividad anormal del sol. En eso no se ponian de acuerdo, pero, por suerte, todos dijeron que el calor bajará con el paso de los días y de las semanas.

La gente caminaba por las calles con la menor cantidad de ropa que les era posible llevar sin llegar a ser considerado vulgar.
Los hombres menos púdorosos andaban con el torso desnudo, ojotas y bermudas. Las mujeres, en cambio, con pollera y musculosa, aunque varias más atrevidas salian con un short y con la parte superior de la bikini.
El sol «pegaba» tan fuerte que todos estaban con un bronceado dorado en sus pieles.
Por otro lado, los ancianos y los niños eran los que más sufrían, aunque los dejaremos de lado porque esta es una historia de amor y de humor.

Luciano estaba transpirando. Su sobrepeso le hacía tolerar aún menos el calor sofocante y la transpiración se hacía presente entre los numerosos pliegues de su piel y para aguantar el calor pensó en ir a la playa, que era uno de los pocos lugares en donde no se avergonzaba de su cuerpo. Sin embargo, el conocía un lugar oculto para el resto, donde nadie le molestaría.
Estaba solo, sentado en las orillas del pequeño lago que atravesaba la ciudad, en un sector donde el gobierno había creado una playa artificial.
Para crear sombra, poseía una sombrilla que colocó sin miedo a que sea llevada por el inexistente viento y se tumbó en su seno.
Estaba tranquilo, mirando el agua a traves del oscuro tono de sus anteojos de sol.
No muy lejos de allí, un grupo de 3 chicas jugaban al volley. Luciano, intentando ser educado, intentaba no mirarlas, aunque los ojos se movían solos de vez en cuando.
Para resistir la tentación, se recostó, apoyando las manos en su gran barriga y se quedó allí, estático, mirando a la nada misma y cerrando la mente.

Carla, Romina y Tamara estaban jugando al volley. Saltando y riéndo, parecía que la estaban pasando bien. El lugar que habían elegido de la playa era poco concurrido, sin embargo, la presencia de las tres bellas mujeres atraían a más de un depredador. Aunque todos eran rechazados, las amigas seguían atrayendo visitantes y poco a poco la playa fue siendo cubierta en su pequeña extensión.
Al llegar el mediodía, momento en que el sol era más fuerte, la arena comenzó a quemarles los pies y las tres chicas se despidieron. Carla y Romina caminaban plácidamente mientras que salían de la playa y eran acompañadas por varios hombres en busca de una oportunidad, pero Tamara tenía un gran problema y era que no podía encontrar sus ojotas. Las buscó durante los pocos minutos que sus pies aguantaban el quemor de la arena, pero sin suerte y comenzó a correr. El asfalto de la ciudad estaría aún más caliente y en la playa no había rastro de sombra salvo el de una sombrilla.
Tamara corrió y se tiró debajo de la sombra, llenando a Luciano de arena.

-Perdón-Le dijo. -No te vi.

Acto seguido, le ayudó limpiarse provocando en Luciano una gran erección. Al verla, ella rió.

-Perdón, otra vez- Dijo. -¿Te ayudo?- Le dijo, guiñándole un ojo.

Tamara no solo tenía un cuerpo fenomenal y una sonrisa hipnótica, sino que emanaba buena energía y así lo sintió el miembro de Luciano, quien era casi todo lo contrario a ella. No era tímido, pero no cuidaba de su cuerpo como aquella mujer y sobre todo, tenía una actitud seria que emanaba tantas vibras negativas como se podía.

-Perdí mis ojotas y vine corriendo en busca de sombra. Mis pies se quemaban.

Luciano dudaba de la historia, aunque dudaba más de que ella había elegido voluntariamente acercarse a él, así que le creyó, esperando que no sea un plan para quitarle la sombrilla.

-¿Cómo están tus pies?- Le preguntó, sentándose.

-Calientes-respondió ella -como tu amigo.

Tamara rió. Su intento de provocar una sonrisa en Luciano fue tomado por el otro como una burla.

-Era un chiste- Dijo. -Me llamo Tamara.

-Luciano- respondió, quitándose los anteojos.

-Que lindos ojos, Luciano.

-¿Qué quieres?- Respondió él, no sabiendo por qué no podía ser más amigable y simpático en lugar de serio y altanero.

-Quiero que baje el sol y que mis pies puedan caminar sin quemarse, pero hasta que eso pase, quiero mantener una charla simpática con vos.

-Ahh.

Luciano se lamentaba internamente de su penosa conversación. En su cabeza solo podía imaginarla desnuda.

-Estoy casada-Le dijo, provocando una revolución en su compañero de sombra.

-¿A qué viene eso?

-A que me estás desnudando en tu cabeza.

Luciano pensó que era adivina.

-No soy adivina.

-¿Cómo lo supiste?

-Facil. No me miras a los ojos y no mantienes la conversación, entonces o me estás imaginando desnuda o eres autista y no creo que seas lo segundo.

-Ja ja ja. Tienes razón.

Luciano se soltó. Al estar el sexo fuera de la discusión, pudo comenzar a hablar.

-¿Entrás?

-No mucho- respondió ella, con una sonrisa.

Luciano acaparaba casi toda la sombra a causa de su tamaño y como pudo, acomodó los «rollos» de la panza para hacerle lugar a su compañera.

-Que amable- Le dijo en tono burlón.

-Así soy. Todo un caballero con las damas.

-En especial aquel que se paró para recibirme.

-Ya no quedan hombres así, ¿no?

-Ninguno.

-Salvo tu esposo.

-¿Cual esposo?- preguntó ella, guiñándole un ojo.

Luciano estaba perdido, no sabía si le estaba diciendo la verdad y si estaba casada o no, pero no le importaba. Estaba disfrutando de la conversación.

-Tienes un anillo. -Le respondió, indicando el pequeño aro dorado ubicado en el dedo de la mujer.

-Si, lo tengo. Pero es para evitar a los «conquistadores». No te imagínas lo práctico que resultó.

-Yo también llevo uno.

Luciano se dio vuelta como pudo y le enseño el reluciente anillo, muy parecido al que llevaba su compañera.

-¿Estás casado?

-Lo estoy.

-¿Y qué piensa tu esposa sobre tú mini vos?

-No sé. ¿Querés preguntarle?

-No. Quiero poner el sexo sobre la mesa o sobre la arena.

Sin palabras mediante y sin posibilidad de reaccionar, aunque él no lo haría, buscaron un lugar apartado y se acostaron. Pocos minutos despues, ambos se encontraban agotados, aunque él más que ella.

-Deberías adelgazar un poco si querés que continuemos haciendo esto. Pero primero, tenés que separarte.

Luciano pensó por un momento y luego sonrió.

-Listo.

-¿Cómo listo?

-No más esposa.

-No entiendo. ¿Le vas a decir ahora?

-No. Nunca la tuve.

Luciano se rió ante la atonada cara de Tamara, quien había comprendido la situación.

-¿Para qué usas el anillo?- Preguntó, molesta.

-Para atraer a las «conquistadoras». No te imagínas lo práctico que resultó.

Ambos se echaron a reir mientras que caminaban de la mano bajo el caliente sol de la tarde.
Quién sabe como terminará esta historia que comenzó con mucho humor.
En realidad, yo si lo sé, pero es mejor dejar el suspenso de la corta relación de Tamara y Luciano.
¿Acaso dije corta? Bueno, creo que me delaté.

Una historia de terror y un final inesperado

Todo era alegría aquel día.
Lucía se había despertado con mucho entusiasmo y no era para menos. Aquel día tendría la cita de sus sueños con Tero.
Tras años de miradas en cumpleaños de amigos en común, por fin se había animado a hablarle. Y no era por temor al rechazo, ya que ella tenía un séquito permanente que le levantaba el ego, sino que él le generaba un cierto límite, una barrera física y mental que ella no se animaba a cruzar.
Tero le parecía sumamente bello y atractivo. Siempre haciendo galanería de su buen humor y de su fotogénica cara. Pero sobre todo, le parecía una persona que cumpliría sus más íntimas fantasías. Luego de cada vez que lo veía, al regresar a su casa, Lucía hacía uso del recuerdo de sus ojos para darse un festín en su memoria y su cuerpo.
Los años pasaron hasta que ambos habían llegado al mejor momento de su aspecto físico. Ambos, con 28 años, habían florecido y sus cuerpos estaban en su punto cúlmine.
Aquel día se volverían a ver y ahora Lucía haría uso de toda su artillería para conquistarlo.
Durante días, semanas y meses, la mujer le mandó mensajes a diario a Tero para invitarlo a salir.  Fue rechazada una y otra vez hasta que, luego de bastantes intentos frustados, él aceptó.
Había conseguido una cita con él y no la desaprovecharía.
Estaba citada a las 10 de la noche en la casa del hombre que tanto deseaba. Decidió llevar una botella de un muy fino licor de naranjas para que brindaran.
Pasadas las 9 y media, Lucía salió de su casa. Tero vivía en las afueras de la ciudad. Se trataba de un lugar muy tranquilo, de casas separadas por mucho espacio verde y la de su deseado no era la excepción. Un sóbrio lugar, con un diseño atractivo pero simple. No resaltaba y era una más del montón de hogares que componían aquel tranquilo barrio.
Siendo las 10 en punto, Lucía llamó a la puerta, la cual se abrió para invitarla a pasar.

«Que copado.» Pensó al no ver al hombre y deducir que la puerta se abrió sola.

Aquel fue el comienzo de una noche que Lucía no esperaba.
La puerta se cerró tras ella con un fuerte golpe. La mujer se dió vuelta y vio como una sombra se acercaba.  La botella con el licor se soltó de su mano y cayó en el suelo, sin romperse por suerte.
Un ruido de cerradura se escuhó y Lucía intentó abrir la puerta. La habían encerrado.
Su corazón se aceleró mientras que  daba pasos, adentrándose en la casa.
A medida que avanzaba, las brillantes luces de todo el lugar se iban atenuando hasta el punto de que la visibilidad era muy reducida. Además, a cada paso que daba, música de un género bastante desagradable para la mayoría, aumentaba su volumen.
La casa ya no era tan visible y Lucía comenzaba a temblar.

-¿Tero?- dijo, pero su voz era opacada por los horribles sonidos del ambiente.

-¿TERO?- esta vez gritó.

Una luz se iluminó frente a ella y luego se apagó para reaparecer en otro lugar. Era una guía, la luz quería que la sigan.
Lucía permaneció inmóvil con sus manos alrededor de su cuerpo.
De repente, sintió que algo la rozó y la mujer soltó un primer grito de susto.
Las piernas, húmedas por la incontinencia que sufría, le temblaron.
Al darse vuelta, observó una sombra que se desvanecía.
El resto del cuerpo le temblaba. No se había imaginado que esto le sucedería.

-AYUDA- gritó. Pero sus gritos eran opacados por la estridente música.

Como pudo metió mano en su bolsillo y sacó el celular para pedir ayuda. Poco le sirvió. Estaba muerto, sin Internet y sin señal. Sin embargo, la linterna le brindó un poco de tranquilidad al alumbrar un pequeño espacio del ambiente a su alrededor.
Lucía comenzó a caminar hacia la luz que marcaba el camino cuando sintió una cortada en la parte trasera de su pierna derecha.

-¡Ay!- exclamó de dolor, flaqueando. Se alumbró la pierna y vio que no la habían cortado sino que le habían pasado algo muy frio, dándole aquella fea sensación.

Aquel momento había servido de distracción para que algo le quitara el móvil y sin él, el ambiente volvió a oscuras.

-BASTA, POR FAVOR -lloraba.

La música volvió a aumentar de volumen y tapó los gritos de la mujer.
De pronto, una luz se veía a lo lejos. Era su teléfono, apoyado sobre una pequeña mesa a su lado. Estaba sonando, alguien la estaba llamado. Era su oportunidad para pedir ayuda.
Lucía reaccionó rápido y se agachó para alcanzarlo.

-ADYÚDENME- gritó, sin importarle quien estaba del otro lado de la línea.

Un susurró se escuchó como respuesta. La música estaba demasiado fuerte como para que se pueda escuchar con claridad a quien estaba del otro lado del auricular.

-NO TE OIGO- volvió a gritar.

Ahora sí, la voz levantó su tono.

-Que si quieres que esto termine.

-SI, POR FAVOR, SI.

Tal como todo comenzó, terminó. La música se apagó, las luces se encendieron y la casa volvió a la calma previa.
Todo había sido planeado por Tero y ella se había llevado un susto que la marcó para siempre.

-¿Te has asustado?- le preguntó, mientras que le extendía una mano para ayudarla a reincorporarse.

-Un poco.

-¿Solo un poco? Tu mirada no dice lo mismo.

Tero le dirigió una mirada y notó como la cara de pavor, de miedo y de terror de su acompañante cambiaba rápidamente y era reemplazada por una mirada seria y segura.
La mujer se levantó y empujó al hombre hasta que éste cayó sobre el sillón de la sala.
Acto seguido, Lucía se desabotonó la camisa y la arrojó lejos.

-¿Qué estás haciendo?- le preguntó con inquietud, aunque la respuesta era evidente.

-Deberíamos ofrecerlo y  cobrar por la entrada- dijo, al quitarse el sostén.

Sus perfectos y redondos senos hipnotizaron por un momento al hombre.

-¿Cómo dices?- preguntó, volviendo a la realidad.

Lucía comenzó a bailar al ritmo de una música inexistente. El sensual baile le provocó una súbita explosión de sangre en el sexo de su compañero, algo que no esperaba.
Tero estaba confundido. Estaba seguro de que con su juego ella tendría miedo y se iría de su casa para no volver a molestarle nunca.
Sin embargo, aquella fragil -sólo en pensamientos- mujer se encontraba tan excitada que se estaba desnudando en ese momento.

-Dije que deberíamos publicitarlo y ofrecerlo. Alquilar un lugar y ambientarlo para que la gente pase verdadero miedo y terror, estando siempre protegida.

-¿Cómo aquellos lugares de la infancia con monstruos que te perseguían?

-Algo así, pero más real. Que la gente tenga verdadero miedo a lo sobrenatural. Que deban encontrar la forma de salir mientras que controlan sus emociones.

-Pero si saben que no van a sufrir daño alguno, ¿qué sentido tiene?

Completamente desnuda, mostrando el envidiable cuerpo, Lucía se acercó al hombre y se sentó sobre sus rodillas mientras que sus manos recorrían el torso del otro.

-No sufrirán daños físicos. Pero nada garantizará que no sufran daños psicológicos.

-Estás loca. Si llega a pasar nos hacen juicios tras juicios.

-Puede ser. A menos que les hagamos firmar un escrito en que diga que entran bajo su propio riesgo.

-Y yo que pensé que eras tan santa.

-Ja ja ja. Que gracioso eres. Vas a ver lo santa que soy.

El placer que ella le dió fue tan magnífico que el pequeño soldado ni siquiera llegó a luchar en la guerra, cayendo fulminado en la puerta de su casa.

-¡Maldición!- exclamó.

Lucía solo reía.

-Al final no eras el hombre que creía.

La mujer se levantó, tomó sus ropas y salió desnuda a la calle. La hora ya era tarde, pero no parecía importarle.
Tero se asomó por la ventana mientras que ella caminaba.
Sin embargo, antes de perderse de vista le gritó:

-PIÉNSALO.

Un año después, con todos los detalles solucionados. La feliz pareja haría la inauguración.
«La casa del terror» era apta para mayores de 25 años y la entrada era de un costo considerable. Pero, a pesar de estas restricciones, habían recibido reservas como para abarcar varios meses.
Ambos renunciaron a sus actividades y a sus trabajos para dedicarse de lleno en mejorar aquel emprendimiento. Pronto se hicieron conocidos y fueron llamados los Reyes del Miedo.
Su «casa del terror» era un éxito. El miedo y la tortura psicológica era algo que muchos ansiaban experimentar y ahora podían hacerlo.
Sin embargo,  sus trucos terminaban siendo siempre revelados por gente anónima de internet y debían cambiar casi constantemente de efectos y sustos.
Al pasar los años, Lucía y Tero formaron una familia, a la que mantenían lejos de su amado terror.
Al sostener a su primogénito en brazos, Tero lloró.

-Nunca creí que las cosas tomarían este camino. Ni siquiera me agradabas. Es más, debo confesarte que inventé todo eso del terror en mi casa para que dejes de molestarme en cada reunión.

Lucía rió con ganas.

-Ya lo sabía- se confesó. -Ya sabía lo que planeabas y esa idea me éxito más de lo que creí. Necesitaba tenerte y no me hubiese frenado ante nada.

-Que bueno que no lo hiciste.-dijo Tero, sonriendo.

-Todo resultó según lo planeado aquella noche. Pero esto, tener a Lino- dijo, mirando a su hijo- resultó ser algo con lo que nunca conté.

Los años pasaron y las «Casas del terror» se habían extendido por todo el país y se habían convertido en un buen entretenimiento. La gente se animaba cada vez más y la pareja disfrutaba mucho de aquello.
La feliz familia se amplió y ya eran 5 personas en la casa cuando sucedió la tragedia.
Unas personas habían planeado una serie de eventos de terror en la casa de los creadores del juego. Creyendo que se estaban divirtiendo, no repararon en los pequeños. Los sucesos que ocurrieron en su casa fueron lo suficientemente fuertes como para matar de un infarto a los dos nenes más grandes y marcar de por vida al más pequeño, al infante.
Los padres sufireron una gran depresión y terminaron por sucumbir al poco tiempo.
Kio, el benjamín, creció cuidado por su abuelos paternos en un ambiente de mucho amor y el dinero dejado por sus padres le permitiría vivir cómodamente el resto de sus días.
Kío creció feliz, pero había algo dentro de él que no entendía. Sentía oprimido el pecho y no pudo encontrar la causa de aquella sensación hasta que cumplió la mayoría de edad y se enteró de la muerte de sus padres.
Los responsables de la destrucción de su familia saldrían en libertad en dos años y él sabía lo que debía hacer para vengar a sus padres y hermanos. Era la única forma de permitir que su familia descance finalmente en paz.

Entrevista al creador de estas historias

-Era hora de que nos revisemos un poco la cabeza.
-¿Qué quieres decir?
-Que te entreviste. De contar como son creados tus cuentos.
-Pero si todo eso ya lo sabes. Tú eres yo y yo soy tú.
-Pero el lector eso no lo sabe.
-Ahora si.
-Bueno, de acuerdo. Ambos somos la misma persona, pero en este momento, te dividirás y esta parte tomará la personalidad de un reportero que te va a hacer una entrevista.
-Y esta otra parte se meterá en el papel de entrevistado. Sin embargo, tengo una pregunta.
-Dime.
-¿Quién cocinará? Dentro de poco vendrá, tú sabes, y la comida deberá estar lista. Ella trabaja demasiado para mantenernos y lo menos que se merece es eso.
-No te preocupes, la entrevista no durará mucho.
-¿Y si pasa?
-Entonces nos dividiremos en una tercera personalidad para que cocine mientras que nosotros continuamos.
-¿Cuantas personalidades puedo tener?
-Todas las que sean necesarias para este cuento.
-Entonces, ¿esta entrevista es también un cuento?
-Así es. Se trata de un cuento en el que vas a relatar el proceso de creación de los otros cuentos.
-¿Cuál proceso de creación? Bien sabes que no tengo nunca nada planeado y que las cosas van saliendo a medida que las escribo.
-¿Este cuento también?
-Por supuesto. Este cuento no es la excepción.
-¿Lo vas a revisar cuando lo termines?
-Lo dudo.
-¿Cómo es el proceso de revisión de las historias?
-No hay.
-¿Cómo es eso?
-La historia se termina y termina. Rara vez la reviso en busca de incongruencias o de errores de ortografía.
-¿Por qué no lo haces?
-Porque luego de terminar un cuento ya no quiero saber más nada de él y quiero empezar con el siguiente. Me pasa con los libros y la poca publicidad que les doy.
-Cuenta un poco más sobre eso.
-Al momento de entregar el material del primer libro, Relatos de Humor Pensante, a la editorial, el libro se convirtió en historia pasada y al día siguiente ya había comenzado a escribir la segunda parte. Por supuesto que, al recibir el libro terminado, me emocioné, sin embargo, no le hice publicidad y continué escribiendo el segundo, Relatos de Humor Pensante: Un nuevo amanecer.
-¿Quedaste satisfecho de cómo había quedado el primero?
-No. Al escribir el segundo me di cuenta de que no me habían gustado la forma de escribir las historias. No eran cuentos, ni siquiera narraciones. Era un limbo de escritura cuyas ideas me gustaban pero no supe darles un buen formato.
-¿Por ejemplo?
-Neftus.
-¿Qué no te gustó?
-La idea me gustó mucho y siento que la desaproveché. La historia pasada relatada en parte en memos y notas, la conspiración, la trama en general me gustaba. Sin embargo, eran mis comienzos de «escritor formal» y la apuré mucho.
-¿Cómo te hubiese gustado que fuera?
-Una novela.
-¿Tanto la podías extender?
-Si. Creo que si.
-¿Por qué no lo haces?
-Por ahí algún día lo haga. Sinceramente tengo muchas ideas de novelas. Son tres a medio camino.
-Eso es mucho.
-Si, pero tengo un problema y es que no logro mantener la concentración durante tanto tiempo como para escribir tanto.
-Pero, El Fin, es una novela entretenida.
-Si y me encanta. Pero no fue la primera que escribí, lejos de eso. Sin embargo fue la primera que terminé.
-¿Qué pasó con las otras? ¿No te gustaban?
-Si me gustaban. Pero necesitaba algo que me empuje a continuarlas. Tengo muchos borradores con páginas y páginas escritas de historias que me interesan y me parecen atrapantes. Por ahí ahora que terminé una novela, puedo completar las otras.
-El Fin es la primera novela que completaste. ¿Tiene continuación?
-Si. Al igual que me pasó con los otros libros, al terminarlo y enviarlo a la editorial, me pareció historia pasada y comencé a escribir la segunda parte de la que espero sea una trilogía.
-Como que lo que quieres es escribir y nada más.
-Exacto. Yo solo quiero escribir historias. Se que tengo mucha capacidad y me jacto de mi imaginación, de mi inventiva.
-¿Te copias de ideas o como te basas para contar las historias?
-En la mayoría de las veces, de nada. Me siento a escribir y mis manos y cabeza trabajan juntos. No existe nada más alrededor y no deseo ser interrumpido. A medida que voy escribiendo las historias salen solas.
-¿Y en las otras?
-Pueden ser situaciones que me hayan pasado. Deseos de mi interior. También puede pasar de ver por la calle cierta situación y distorcionarla tanto como para hacer un cuento.
-Basicamente te sentás, escribís y salen.
-Si.
-Volviendo al tema anterior. Solo querés escribir historias, pero eso no te va a llevar a ningún lado sin dinero.
-Ese es un problema.
-¿El qué?
-El dinero. Lejos de ser un escritor autoproclamado, yo me quiero dedicar a escribir y nada más. Necesito a alguien que se encargue de la publicación y creí que las editoriales se moverían un poco para promocionarme, pero me equivoqué.
-¿Sirvió de algo pagarle a una editorial?
-No, de nada. Por eso, el siguiente libro, la tercera entrega de los Relatos de Humor Pensante, va a ser autopublicada. Luego veremos que pasará con la continuación de El Fin.
-¿Cuantas ídeas de libros tienes?
-Por el momento tengo tres libros publicados, uno por año es mi objetivo y por ahora lo estoy cumpliendo. Este año sacaré la tercera entrega de los cuentos y para el año que viene la segunda parte de El Fin. Luego de eso veré si saco la cuarta entrega de cuentos o la tercera -y última- parte de la novela.
-Un libro por año es meritorio.
-Más si la gente supiera que apenas le dedico una hora al día a escribir ya que el trabajo que tengo me consume casi toda la vida. Desde que estoy acá, mi vida fue completamente relacionada al trabajo.
-Si no trabajaras, si te dedicaras de lleno a la escritura, ¿cómo te imaginas que sería?
-El paraiso. Creo que si me dedicara todo el tiempo que quiero a escribir podría, tranquilamente, tener tantas historias como para abarcar dos o incluso tres libros por año.
-¿Realmente lo crees así?
-Estoy seguro de eso. Pero no soy bueno para la publicidad. Si tan solo tuviera una oportunidad.
-Las oportunidades hay que generarlas y no esperarlas.
-Es cierto y creo que por eso, esto no será más que un pasatiempos.
-Ojalá se de.
-Ojalá…
-…en fin. Algún día sera una realidad y tendremos reconocimiento, pero ahora, debemos comenzar a preparar la comida.
-Bueno.

La puerta de la casa se abrió. Mi prometida entró, sonriendo. Me saludó con un tierno beso mientras miraba como una lágrima caía por mi mejilla.
Ella me miró e inmediatamente entendió el motivo de mi tristeza.
El abrazo que me dio fue más que placentero y servía para mantenerme en pie en aquellos momentos.
Con un gesto, le indiqué que la comida estaba servida y le mostré mi último cuento. Es mi fan número 1.

 

En el más allá

Aún recuerdo como comenzó todo.
Era un día Martes y el pronóstico anunciaba que sería un día de mucho calor, con temperaturas máximas cercanas a los 35ºC.
Como todas las mañanas, me dirigía hacia el trabajo. Por la mañana el clima era agradable y las funestas temperaturas se harían presente al mediodía.
Al bajar del autobús, comencé a sentir un malestar en el pecho. Sin previo aviso y sin posibilidad de defenderme, caí al suelo ante la mirada de los otros transeuntes.
Éstos no reaccionaron y muchos siguieron de largo. Solamente un muchacho joven, de mi edad (aunque yo ya no me considere de tan corta vida), se agachó y me intentó hacer reaccionar.
No vestía mal, no llevaba mala pinta ni tampoco tengo una cara de pocos amigos o marcas amenazantes en el cuerpo. Era una persona común y corriente que sufrió un ataque al corazón en el medio de la calle y solamente una persona se acercó a ayudar.
Luego del primer movimiento, se acercaron otros tantos, aunque la mayoría miraba con curiosidad más que queriendo aportar  algo útil. Hubo mucho murmullo alrededor y la gente se hizo más presente al aparecer la ambulancia.
El joven muchacho sintió mi falta de respiración e intentó practicarme resucitación. Desconozco si sabía lo que hacía, pero su accionar era meritorio de una medalla. Igualmente era tarde y mi alma ya había abandonado el cuerpo que pasé tantos años en tonificar.
Tanto tiempo perdido en el gimnasio, tantas horas de esfuerzo y noches de hambre para poder tener un cuerpo agradable a la vista. Al morir, solo pude reir.
Los paramédicos tapaban mi cuerpo sin vida con una sábana blanca y lo colocaron en la camilla, ya dispuestos a retirarse de la escena. No había nada más para hacer.
El muchacho insistió en ir en la ambulancia y permanecer junto al cuerpo hasta que alguien lo reclame. Había tomado mi mochila con mi billetera y mi teléfono celular y se disponia a esperar recibir algún llamado para informar la noticia. Nuevamente, su actitúd era digna de mérito y reconocimiento.
Las horas pasaron y el teléfono sono mil veces. Lamentblemente eran todos mensajes y, al no saber la clave de desbloqueo, no se podían responder. Finalmente el móvil sono. Se trataba de mi prometida. No se si fue bueno o malo que ella sea la primera en enterarse de la noticia, pero así ocurrió.
Al principio no lo creía y pensaba que me habían robado el celular. Sin embargo, al final fue puesta al oído de un médico y cayó. Pocos minutos después llegó, desesperada y a los gritos, preguntando por mi. Una mujer mayor la recibió en brazos y la abrazó mientras que ella lloraba. La llevó hasta mi cuerpo sin vida en donde mi prometida lloró hasta desmayarse.
El muchacho que me había acompañado lagrimeó al ver la triste escena.
Al cabo de una hora, ella recobró el conocimiento y comenzó a preguntarme que pasó. Estaba triste pero ya no le salían lágrimas. Sus lagrimales se habían secado.
El joven le explicó lo que pasó y se ofreció a llamar a los conocidos para informarles de la noticia. Sin fuerzas ella le mostró el código de desbloqueo del teléfono y le susurró los nombres de quienes llamar. Mis padres fueron los primeros. Al llamarlos, el muchacho les dijo que yo estaba internado en el hospital. Ellos no lo creyeron y supusieron que era algo peor lo que sucedió. Llegaron por separado. Primero mi padre, quien dejó su auto estacionado en un lugar propenso para ser llevado por la grua y minutos más tarde, mi madre, que no esperó a recibir el cambio al bajar del taxi.
Ambos vieron a mi prometida aferrada a mi cuerpo y comenzaron a llorar. Es la primera vez que los veía así y mi alma comenzó a temblar. Se abrazaron fuertemente mientras que se preguntaban cómo había pasado. Ninguno de los tres lo podía creer.
El otro joven finalmente se retiró, al sentir que ya no era necesitado, pero antes llamó a una última persona, a mi tía para que comunicara la noticia.
Mis hermanos llegaron desesperados. Los llantos hacían eco en gran parte del piso del hospital. Incluso las enfermeras y el personal de limpieza y administrativo se unieron a las lágrimas al comprender que mi vida, en muchos casos normal, se había esfumado en un segundo, sin previo aviso y sin cuartel.
Luego llegaron mis primos y mis tíos. Todos, sin excepción, lloraban mi deceso.
Mi alma temblaba. Sus vibraciones me causaban malestar a pesar de haberme separado de aquel cuerpo que vivió apenas 30 primaveras.
Uno de mis tíos se ocupó de planear el velatorio y luego el funeral. Sería enterrado junto a mis abuelos, aunque hubiese preferido ser cremado. El entierro conlleva gastos exuberantes y una carga pesada a aquellos quienes aún permanecen en este mundo.
Apenas tuvo voz para hablar, mi prometida llamó a uno de mis amigos y le contó la noticia.
Él no lo podía creer, al igual que cada uno de los otros que se enteraron antes.
Un rato después, mi cuerpo fue retirado de la sala del hospital y fue llevado a la sala de velación donde esperaba impaciente mientras era vestido y maquillado.
Durante el viaje mi alma fue succionada por «algo» y llegué a un lugar donde por fin dejó de temblar. Un clima agradable, lejos del extremo calor anunciado por el servicio meteorológico y un cielo despejado fue lo primero que vi.
Me sentía en paz, relajado. como si mi cerebro hubiese liberado una gran cantidad de endorfinas. Lástima que mi cerebro ya no se encontraba conmigo y ahora solo era «algo», llevado por la situación.
En medio del cielo, una voz resonó en todo lo que quedaba de mi ser.

-Aún no es tú tiempo. Ve y disfrútalo. Elimina aquellos pensamientos de la cabeza. Eres amado aunque no lo admitan. Ve y disfruta de todos los placeres que te negaste que para eso fuiste creado.

Aquella voz se parecía a la mía cuando me hablaba para dentro, cuando pensaba, pero más solemne, con más fuerza.
Nuevamente «algo» me succionó y desperté en mi cuerpo mientras que me acomodaban para el velatorio. Estaba dentro del cajón cuando abrí los ojos y dejé helado al personal de la funeraria.
Nadie lo podía creer, ni yo mismo.

De esto han pasado casi dos meses y ahora, por fin, me siento capaz de disfrutar de los placeres de la vida. Mi apareciencia física me importa, pero no tanto. Mi trabajo me importa, pero no tanto. Quienes estuvieron llorando mi pasar, ahora me importan mucho más.
No se cuanto me durará este sentimiento, esta nueva vida, pero se que debo disfrutarla lo más que pueda.

 

Entrevista con rumbo incierto

Las dos sillas están preparadas.
Sobre una mesa a pocos metros de distancia, un plato con bocadillos esperaban su turno para ser devorados.
El entrevistado estaba próximo a llegar. Tenía fama de atontarse, pero al final, sus entrevistas terminaban siendo ampliamente reconocidas, solamente bastaba con entenderlo y seguirle la corriente sin salir de las preguntas.
El timbre de la puerta sonó y apareció el hombre acompañado de dos perros labradores de color marrón oscuro.
Nos sentamos y los perros se acostaron a un costado, entendiendo que su amo no podía ser molestado.

-Que hermosos ejemplares.
-Gracias. Los tengo desde ayer.
-¿Fueron un regalo?
-No. Los compré. Me dieron ganas de tener mascotas.
-Y…¿Cuantos perros pensás tener?
-Ninguno, no me gustan las objeciones.
-Dije Perros, no peros. Animales, mascotas, compañeros de 4 patas.
-Ahh…y no sé. ¿Cuantos se pueden tener?
-Los que quieras.
-Supongo que con unos 30 estaría bien.
-¿30 perros?
-Supongo.

El entrevistado se levantó y se dirigió a la mesa. De ésta tomó uno de los pequeños aperitivos que estaban dispuestos. Era una empanada de 4 quesos.

-Sabrosa, ¿no es cierto?
-Bastante. ¿Qué tiene?
-Para saber que tiene exactamente hay que preguntarle a la cocina. Espera que la llamo.

Doris se acercó y tomó asiento al lado del entrevistador.

-Doris, dile a nuestro invitado cuales son los ingredientes de la empanada.
-Masa para empanadas, provolone, muzzarella, roquefort, fontina, orégano, ají en polvo, ajo y cebolla.
-Ahh ¿y tiene queso? Le siento gusto a queso.
-Si…tiene cuatro quesos.
-Increible. Ahora entiendo por qué es tan sabrosa.
-Gracias, Doris.

Doris se levantó y volvió a la cocina.

-¿Cómo estás?
-Bien.
-¿Sólo bien? Escuché que te está yendo más que eso.
-Es cierto. Pregúntame de nuevo.
-¿Cómo estás?
-Bien.
-¿Sólo bien?
-Si, estoy bien sólo.
-¿Te refieres a una pareja?
-Claro. Tener una pareja no alcanza.
-¿Con cuantas parejas alcanza?
-Mmm…es una pregunta dificil. Diria que depende del espacio que tengas.
-¿Y cuanto espacio tienes?
-Creo que unos 500 metros cuadrados de verde. Igualmente cada pareja tiene que tener su propio lugar. ¿Te imaginas si se encuentran?
-Les dará celos.
-Si, incluso podrían no llevarse bien y hasta matarse y eso no sería bueno.
-No, claro que no.

Se hizo un silencio incómodo.

-Me contaron que has viajado a Europa.
-Es cierto.
-Cuéntame por donde estuviste.
-Por lugares.
-¿Qué tipo de lugares?
-Lugares que no conocía.
-¿Te han gustado?
-Si, las empanadas estaban muy ricas.
-Decía donde has visitado.
-Ahh. Si, se podría decir que si. Es más, traje un recuerdo de uno de los lugares.

Del bolsillo, el hombre extrajo un pequeño y viejo libro en idioma hindú sobre el cuidado de los tigres.

-¿Eso es un libro en hindú?
-Si.
-¿Entonces estuviste en la India?
-Si.
-Pense que caminaste en Europa.
-Si, caminé con ropa. Era una tela liviana que cubría todo el cuerpo, pero que me hacía permanecer intacto frente al calor.
-¿Viajaste acompañado?
-Si, vine hasta aquí con la pareja de perros. Las otras se tuvieron que quedar en la casa.
-¿Las otras?
-Las otras parejas. Sino seríamos muchos.

Me levanté para tomar un poco de agua y una aspirina. Seguir el hilo de la conversación era muy pesado.

-Se dice en las noticias que te estás metiendo en la política.
-¿Se dice?
-Se murmura. ¿Es cierto?
-En parte
-¿En qué parte?
-En las oficinas del estado.
-Pero, ¿qué es lo que te interesa de política?
-Nada.
-¿Y por qué te metes en parte?
-Para averiguar sobre la tenencia de animales.
-¿De las parejas?
-Si.
-No creo que sean necesario muchos trámites para adoptar animales.
-Son muchos. Cada pareja requiere pedidos especiales.
-No sabía.
-Por eso te lo digo.

Mi invitado miró su relój y se levantó.

-Debo irme.
-De acuerdo. Gracias por el tiempo.

Antes de irse, el entrevistado dio media vuelta y habló. Tenía una sonrisa en su boca.

-Por cierto. Aprovecho para comentarte la apertura de mi nuevo emprendimiento, el nuevo «Zoo Libertad». Gracias por la publicidad.- Dijo y se fue.

Tuve que releer la entrevista para entender que casi todas sus respuestas fueron dirigidas hacia ese tema. Realmente era un genio.

Adán: La ineludible realidad

Dios bajó del cielo para asistir a su amada creación.

-Lo lamento, Eva. No hay nada que yo pueda hacer para curarte a tí y a tú fruto. Lo que sufres, sólo con Adán podrá sanarlo.

Eva lo miró, las fuerzas se le iban poco a poco del cuerpo. Apenas podía cuidarse a sí misma mientras que Caín estaba al cuidado de Dios.

-Lo se- Le dijo, sonriéndole.

Dios se retiró, pensando en lo fuerte que era aquella mujer y en lo bien que la había creado.

Adán había encontrado un camino seguro hasta la costa, donde se encontraba el gigante barco y su celador.

-SALUDOS- Gritó.

El gigante no prestó atención al grito y continuó con sus cosas, provocando el enojo del pequeño ser.
Adán, molesto, pinchó la pierna del gigante con un elemento punzante.
El otro, por su parte, fue sorprendido por la molesta sensación y frunció su sien. Dándose vuelta, vio al diminuto hombre y le increpó.

-¿Por qué me has lastimado?- Preguntó, molesto.

-Porque no respondías a mi llamado- Respondió, ahora más tranquilo.

Inmediatamente, Adán cubrió la herida con sus hierbas medicinales y el gigante suspiró relajado.

-¿Qué quieres?- Le preguntó.

-Viajar en ese barco hasta el límite del mundo.

El gigante se sorprendió por las palabras del pequeño. Aquellas palabras le recordaban algo. No a algo, sino a alguien, a él mismo.
Adán insistió en su pedido, el cual fue rechazado por el otro.
Pero el pequeño era perceverante y no se rendía con facilidad. Luego de varios intentos, el gigante accedió, derrotado y le invitó a subir a bordo. Zarparían en pocos minutos.
Ya en altamar, el misterio de la negación del gigante fue revelado.

-Yo fui el primer gigante creador por Dios. Estaba solo y no quise quedarme en el Edén. Entonces emprendí mi propia aventura. Dios no pudo retenerme y partí para conocer al planeta, cómo lo llama él. Llevo viajando incontables noches y ya he conocido cada rincón que existe. Es por eso que creé este navío, para llegar hasta el límite de su creación.

Adán lo escuchaba atentamente. Sus historias eran similares.

-Nuestras historias son similares. Sin embargo, mientras que tú te alejabas de tu solitaria compañia, yo me alejé de Eva, la primer mujer.

El gigante no comprendía el significado de aquellas palabras.

-No comprendo lo que quieres decir con mujer, pero no estar solo es algo que yo no pude experimentar, hasta ahora. Sin embargo, no soporto tu presencia.

-¿De qué estás hablando? Yo he visto incontables gigantes en mi camino.

-¿Es eso cierto?

Ambos se detuvieron  a pensar como podía haber sido posible aquello y llegaron a la conlusión que los gigantes con los que Adán se encontró, fueron creados luego de la partida del primero.

-Por cierto, me llamo Adán.

-No tengo nombre, pero puedes decirme como Dios me decía. Nephil.

El viaje transcurrió con la conversción orientada hacia los otros gigantes que vió el pequeño ser. Nephil deseaba encontrarse con ellos y terminar con su solitaria vida.
Al verlo, Adán también sintió grandes deseos de ver a Eva.
Los días y semanas pasaron hasta que finalmente la embarcación se acercaba a tierra.

-Veo una hermosa tierra al frente- Dijo Nephil.

Días después el barco llegó a destino, al fin del mundo y ambos tripulantes descendieron y se despidieron.
Se trataba de un lugar hermoso, donde el verde pasto y los grandes árboles prevalecían. Se trataba de un lugar maravilloso, se trataba del Edén.
Adán por fín se había dado cuenta.
Todo, desde el principio fue parte del plan de Dios y él era solamente una simple marioneta tirada de los hilos por su creador.
Adán había regresado al punto de partida, con su curiosidad reducida al mínimo.
Caín tenía 4 años de edad cuando su padre regresó y su madre no podía estar más feliz.
Adán se recostó sobre el césped mientras que su hijo examinaba las cosas que había traido (y al hombre que las trajo). Al poco tiempo estaban jugando juntos y Adán experimentó una nueva -y poderosa- sensación. El amor por su hijo.

-Tal vez permanezca aquí, al lado de Eva y de Caín. El mundo no me genera más misterio que esta creación, este pequeño Adán que Eva ha creado. Me pregunto cómo ha sido todo y si se puede replicar. -Se dijo, sonriendo mientras miraba a la madre jugar con su hijo -Tal vez permanezca aquí para averiguarlo.

Eva, mirando al cielo, agradeció en silencio. Dios estaba satisfecho y sonreía al ver a sus creaciones nuevamente juntas.

El nombre de la mentira

En una sala, varios hombres discutían.

-¿Qué nombre le ponemos?- Preguntó el primero.
-¿Acaso importa?- Repreguntó el hombre que se encontraba a la derecha del anterior.

El segundo hombre recibió una bofetada.

-ESTÚPIDO- Gritó – El nombre lo es todo.

El hombre golpeado se reincorporó y continuó su opinión.

-Vamos a implementar un impuesto, no hay que disimularlo.

El hombre fue ignorado mientras los demás tenían una tormenta de ideas.

-Debemos llamarlo «Proyecto de claridad de riqueza para los pobres».
-No, que se llame «Plan de ayuda popular para el beneficio de los que menos tienen»
-Es muy largo. Mejor que sea «Sistema de ayuda universal».

La discución se acentuaba mientras que lo único que se discutía era el nombre.

– «Recurso de igualdad para los más carenciados»
-«Plan nacional de coperación voluntaria»
-«Proyecto de recaudación transparente»
-«Plan nacional de la verdad y la justicia a favor de los sectores carenciados y vulnerables.

Una vez más, la discución se centraba en lo más -según su opinión- trivial, el nombre.

-De nuevo lo hicieron- Le dijo el hombre que fue ignorado a su esposa, durante la cena.
-No puedo creer que sean así, tan tontos.
-Les importa poco y nada el país y su verdadero bienestar.
-¿No puedes hacer nada?

El hombre negó con la cabeza. Se lo notaba triste.

-Se esmeran en tapar con un bache el error que hicieron y acusan a otros de tener que recurrir a esto….
-En lugar de hacer las cosas bien- le interrumpió su esposa.
-En lugar de hacer las cosas bien- Repitió el hombre.

Se hizo un silencio incómodo. Ambos compartían el mismo pensamiento y se sentían peces fuera del agua.

-¿Qué pasó con ese tonto proyecto de armar a la población para combatir la delincuencia?
-¿Te refieres al «Plan de defensa de la comunidad para la paz»?. Ya está a medio camino de ser aprobado.
-Oh, dios mío. Se va a poner muy feo todo.
-¿Más de lo que está ahora? Discutí para armar un plan de defensa, de leyes y de educación, pero no. El desastre que armaron parece que fue culpa de otro y ahora buscaron un plan tonto con un nombre que lo hace parecer la salvación.
-Por lo menos te mantienen allí, en las altas esferas.
-Mi amor- suspiró -No me dejan ir. Estar allí es como estar en una convención de física donde los disertantes solo sepan de fotografía y busquen el lado «bonito» de las cosas.
-No puedes seguir así.
-Algún día habrá gente que piense. Ese día, descansaré.

Al día siguiente, un nuevo problema tomaba impulso.
Un grupo de jueces, en unión con fiscales y abogados, habían llenado los tribunales con denuncias al primer mandatario.
Rápidamente, las denuncias fueron archivadas y la orden del nuevo plan de remoción y persecución de los cómplices fue traido para que se le ponga el nombre.
De nada sirvió pedir que se lean y revisen las denuncias. Todo lo que importaba era el absurdo nombre. Esas personas, los denunciantes, desaparecerían de la vista del público mientras que el pueblo aplaudiría la medida con el exagerado e irreal título.

-«Plan contra el terrorismo y a favor de los pobres».
-«Plan de lucha popular para la creación de un país feliz».
-«Proyecto de paz y justicia verdadera y real»

La discusión continuó por unos minutos y finalmente el nuevo nombre fue votado.

El ganador fue el «Proyecto de liberación de terroristas para garantizar la paz, la verdad y la justicia popular».

El día de trabajo había terminado y el hombre que nunca era escuchado salió del edificio del gobierno, resoplando.

-Un día más en la oficina…-dijo mientras subía a su auto.