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Adán: El explorador

El vuelo había resultado de maravilla y el fin del Edén era visible.
Ahora su meta era llegar hasta allí.

-Aunque lo intentes no podrás salir- Dijo Dios.

-¿Por qué no?- Respondió el hombre, quejándose.

-¿No te das cuenta lo lejos que está?. Ni siquiera has pensado en una forma de llevar agua y comida, ni de transporte hasta allá. Tampoco has pensado en si necesitarás armas o incluso en llevar un caballo para escapar de los peligros y regresar sano y salvo al paraiso…

Dios había hablado -nuevamente- de más,  iluminando los pensamientos del primer hombre.

«Creo que necesito crear un nuevo hombre.» Pensó.

Mirando hacia su última creación, le pidió que convenciera a Adán de no emprender esa travesía.
La mujer interrumpió su actividad y acató el pedido de Dios.

-Por tú culpa he detenido el lavado de mi cabello- Le reprochó a su compañero.

Adán la miró pasmado. No comprendía la crítica de la mujer.

-¿Yo qué tengo que ver?- Le preguntó.

-Tú y tus estúpidas ídeas me están molestando, Adán. ¿Por qué no puedes vivir cómodamente en este paraiso?

Adán la miró, sus ojos se fruncieros.

-¿Cómo puedes TÚ vivir en este «paraiso» sabiendo que existe otro mundo totalmente desconocido?- Le retrucó.

-No me interesan otros lugares- Respondió Eva.

-¿Por qué, no?- Indagó Adán.

-Porque Dios me ha dicho que aquí debo vivir y aquí viviré.

Adán se mostraba cada vez más curioso ante las palabras de la mujer.

-Es que no lo has visto con tus ojos. Yo si lo ví

-Eres una ingenua, Eva. Tú fe te tiene atada

-Tú eres el ingenuo, Adán. No puedes vivir en paz, respetando las normas de Dios, de tu creador.

Adán, visiblemente cansado de la ingenuidad de su compañera, comenzó a levantar su tono de voz.

-Quédate, pues. No necesito tu compañía. Dios me ha creado para habitar este mundo y descubrir todo lo que existe en él y si no quisiera que lo haga, no hubiese creado un lugar fuera de este «paraiso» y además, no me hubiese hecho curioso. Yo solo hago lo que fui hecho para hacer.

Dando por concluida la discución, Adán comenzó a planear los detalles de su viaje.
Los golpes del pasado lo habían vuelto cauteloso y en su primer intento, solamente intentaría llegar hasta el límite del así llamado «paraiso». Luego, si las condiciones lo permiten, asentaría campamento en el límite de ambos mundos para recuperar fuerzas y luego partir.

Luego de unos pocos días de preparación, Eva intenta nuevamente convencer a su compañero de desistir de sus ídeas.
Lo encontró sobre el suelo, afilando, con una roca, una rama caída del árbol de manzanas.
Al acercarse, Adán la miró y le ofreció una de las manzanas que habían caído junto a la rama.

-¿Quiéres?- Le preguntó.

Eva lo miró, no comprendiendo la situación.

-Sabes tan bien como yo que no debemos comer las manzanas del árbol.- Le reprochó.

-Si, lo sé- Respondió Adán, sin inmutarse. -Pero ésta no estaba en el árbol, sino que cayó junto a la rama. De esta forma, no estamos rompiendo la órden.

Eva lo miró, debatiendo si estaba en lo cierto o no.
Finalmente tomó la manzana y la mordió.

-Que delicia.- Dijo.

-Si, es cierto. Y es probable que encontremos comidas más deliciosas que esta manzana en las afueras.

Eva lo miró, no comprendiendo la situación.

-Yo no iré, Adán.

-¿Por qué?- Le preguntó, mirándole a los ojos.

La mujer se ruborizó por completo. Eran pocas las veces en las que aquel hombre le miraba.

-Ahh…ya entiendo- Respondió el mismo Adán. -Es por tú fe, ¿no es cierto?.

Eva no habñó y solamente comía la fruta.

-¿Qué haces?- Finalmente preguntó.

-Un sistema de defensa, para que no me pase lo mismo que aquella vez con los leones.

Aquel fue un día casi fatal para Adán. Un León se le acercó, viéndolo como presa cuando el hombre entró en sus dominios. La pelea fue ardua pero el humano prevaleció a fin de cuentas y el animal tuvo que huir.

-Desde ese entonces, he estado buscando formas de defenderme, como las puntiagudas espinas de las rosas. LISTO.

La rama ahora poseía una punta muy afilada, capaz de cortar la piel humana en un instante.

-Lo llamaré, rama de defensa.- Dijo, cantando alegre.

Eva se preocupaba más y más. No del todo por Adán, sino por Dios que hacía ya varios días que no aparecía y no le hablaba.
A la mañana siguiente, llegó el gran día de la partida.

-¿Segura que no quieres acompañarme?- Preguntó Adán.

-No quiero- Respondió la mujer.

Sin más palabras que mediar, Adán partió.
Su caballo estaba cubierto de alimentos y ramas de defensa.

-Eva- Habló Dios.

La mujer se sobresaltó. Hacía mucho que no escuchaba la voz de su creador.

-¿Donde has estado?- Le preguntó. -Adán ya ha partido y no pude convencerlo de que desista.

-Lo se y he actuado. He estado ocupado mejorando el mundo exterior. Si Adán así lo prefiere, no le impediré su salida, pero es probable que nunca más pueda regresar ya que el mundo es muy extenso. Lo siento, Eva.

Eva se lamentó.
Su hombre partiría para nunca jamás regresar.
La mujer lagrimeaba mientras que se acariciaba el vientre.

«Allí parte tu padre, Adán, el tonto aventurero» Se dijo.

Adán: El primer hombre volador

-¿Qué es lo que haces, Adán?- Preguntó Dios.

El hombre saltaba en su posición.

-Quiero volar, como las aves- Respondió.

Dios se sorprendió, pensando en si la pregunta era por mucha inteligencia o falta de la misma.

-Tú no fuiste creado para volar- Respondió su Dios.

Adán, conociendo la respuesta de su creador, continuó intentando su imposible hazaña.

-Eso lo se. Sin embargo,  me has dotado con inteligencia y razonamiento y pretendo usarlos para dominar todas las habilidades de los otros animales.

-¿Es por eso que debí rescatarte de las profundidades del mar?

Adán asintió con la cabeza. Recordaba bien la situación. Luego de ver a los peces en el agua, se sumergió en el líquido. Fue su primer intento nadando y no resultó nada bien.
Al no saber como mantenerse a flote, se fue hundiendo cada vez más en las profundidades del mar. Todo era nuevo para él y no poder respirar bajo el agua era algo que ignoraba completamente.
Dios, atento a las andadas de su creación, ordenó al delfín que lo rescatase.

-Sin el suelo que sostenga tus pies, tu cuerpo está sometido a la gravedad- Le explicó Dios luego de rescatarlo.

Adán lo escuchaba atentamente.

-La gravedad es lo que hace que te mantengas en el suelo y puedas caminar y correr sobre él. La gravedad impide que te muevas como los peces en el agua y que vueles como las aves en el cielo. No conoces la muerte y no la conocerás porque sois mi primera creación y hasta que no haya más como tú poblando esta fértil tierra, cuidaré de tí. Pero cuando haya creado más personas parecidas a tí, ya no gozarás de mi cuidado y tu deber será protegerlos de todos los peligros a los que estás inmune, porque ellos no lo estarán.

Al terminar el discurso de su creador, Adán se rascó la cabeza intentando comprender su significado. No conocía el significado del peligro y de la muerte, pero recordaba la sensación que tuvo al no poder respirar bajo el agua.

«Si así se siente el peligro y la muerte, entonces no debe ser sentido nunca jamas.»

Pero luego de pensar, a Adán se le había ocurrido un plan.

-Dios dice que mis pies están unidos a la tierra y al saltar puedo comprobar sus palabras. Pero, ¿y si salto desde un lugar más alto? o incluso ¿sigo caminando desde el pico de una montaña?-

Sabiendo el infortunio que le esperaba, Dios no puedo más que sentir lástima por su creación.

«Le dí razonamiento y libre albedrío para que experimentara, pero esto es algo que no esperaba.» Pensó, lamentándose.

-Adán- Le interrumpió. -¿Estás seguro de esto?

-Por supuesto- Le respondió al ascender por la pequeña montaña.

-Si es lo que deseas, está bien, pero advierte mis palabras. Si realizas el salto, conocerás el dolor y sufrimiento.

-No se lo que es eso- Respondió Adán, sin prestarle atención a su creador.

Dios se frustró. -Pero acabo de decir que lo conocerás si lo haces…- Dijo para sí, comenzando a dudar sobre la inteligencia del primer hombre creado.

Pocos minutos después, Adán llegó a la cima y se arrojó al vacío.

-LO LOGRÉ- Gritó al caer.

-No quiero ver- Dijo Dios.

Y menos mal que no lo hizo porque el golpe que se dio fue sentido hasta en los confines del Edén.

-Sabes- Comenzó Dios. -Este es el Edén, o paraiso, y tú fuiste nombrado en su honor. Tú nombre, Adán, o cuidador del paraiso, fue uno de los regalos que te brindé. Pero al verte así, llorando y lamentándote por tus heridas luego de realizar semejante estupidez, me hace querer cambiarte el nombre.

Adán seguía en el suelo, sufriendo las heridas de su tonto intento de volar y Dios lo miraba entristecido por la imprudente forma de actuar de su creación.

-Lo había dejado como sorpresa, pero creo que ahora es de vital importancia.- Dijo Dios.

Una fuerte luz blanca apareció y dentro, una hermosa y semi desnuda joven caminaba hacía el herido.

-Adán, te presento a la primer mujer, Evantedentrospadantrescotero, pero puedes llamarla simplemente Eva.

El herido hombre la miró y quedó maravillado. Una nueva sensación le invadió el cuerpo, superando por un instante al horrible dolor.

-Eva- Suspiró -Que lindo nombre. Significa sanadora.

-Ejem…

Dios le interrumpió.

-En realidad significa «la sanadora del paraiso y del cuidador del paraiso, de mi tonta creación».

Adán se ruborizó.

-Me creaste a ímagen y semejanza, entonces, TÚ eres el tonto.- Le reprochó el hombre.

-Estás equivocado. Te creé como dices, pero tuve la suficiente inteligencia para crearte. ¡Tú no pudiste crear ni siquiera un par de alas para intentar volar!.

-¿Dijiste crear alas?- Preguntó Adán.

Al entender la situación, Dios se dio cuenta de que debía elegir sus palabras con cuidado si quería que su creación continuara con vida.

-Eva, ahora te lo dejo a tu cuidado. No permitas que se vuelva a lastimar.

Eva asintió con la cabeza.

-¡Ponte esto!- Ordenó la mujer, lanzándole unas ropas al otro ser humano.

-¿Qué es esto, Eva?- Preguntó.

-Se llama ropa y sirve para cubrir tu cuerpo, el cual, en mi presencia debe estar cubierto en ciertas partes.

-No quiero- Adán se negó.

-Dios dijo que a mi me tienes que hacer caso en todo- Le reprochó.

Adán se quedó pensando unos instantes antes de responder.

-Mmm… No recuerdo que haya dicho eso.

Eva, enojada por la situación, llamó a su creador.

-Adán, debes obedecerla EN TODO y si no lo haces, sufrirás mil veces el dolor que te abruma en este momento.

El hombre sintió el miedo y no le quedó más opción que obedecer.
La desnudez había quedado erradicada para los humanos y la mujer había dominado al hombre, sin embargo, no lo podía controlar.
Los días pasaron y Adán, ya recuperado, comenzó a construir unas álas artificiales.

-¿Qué haces?- Le preguntó Eva.

Adán interrumpió su trabajo y levantó la vista.

-Estoy construyendo alas para volar, tal como Dios me lo sugirió.- Dijo, bajando la vista.

«Es un tonto» Pensó el creador. «Tonto pero persistente.»

Pocos días después, las alas ya estaba listas para probarse y Adán se dirigió hacía la montaña donde había realizado su primer salto.

Como la primera vez, no dudó en saltar y con un fuerte viento, envíado por Dios, Adán logró planear por unos largos segundos.
La vista desde arriba era fenomenal, hasta que algo le llamó la atención.

-ES EL FIN DEL PARAISO, LO VEO.- Gritó emocionado, mientras caía al suelo.

El aterrizaje fue perfecto, digo de honores.

-¿Has visto el fin del paraiso?- Preguntó Eva.

-SI- Respondió, enérgico. -Y llegar hasta allí será mi próximo objetivo.

El emperador

-No existía gobernante tan temido como el emperador- Comenzó a relatar Ges.

Lili, su hija, escuchaba atenta el relato. Sus ojos estaban centrados en los de su padre, mientras que su cerebro, aguardaba impaciente para comenzar a imaginar la historia.

«La gente caminaba con miedo, pues el emperador era de temer. Sus leyes no se podían Desobedecer y si alguien  le hacía enojar, los magos del emperador lo hacían desaparecer.
Poco a poco la gente se fue acostumbrando a vivir encerrada. Los niños ya no jugaban en las calles y hasta el sol temía salir por el horizonte.
Con ayuda de sus magos, reclamó el reino para si y se autonombró emperador.»

Lili interrumpió el relato.

-¿Por qué lo hizo?- Preguntó.

Su padre, cerró el libro que tenía en sus manos y gentilmente le respondió.

-Porque en este mundo hay gente buena que sufre a causa de la gente mala porque la gente es buena y lo permite.

Lili, de escasos 7 años de edad, luchaba por entender las palabras de su padre.

-Lili, lo que quiero decir es que hay gente buena, que ayuda a los demás y gente mala, que solamente quiere hacer daño.

-¿Por qué lo hacen?- Preguntó la niña.

Ges de detuvo un a pensar la respuesta, hasta que finalmente habló.

-Porque la gente mala piensa que hacer cosas malas es lo correcto. En otras palabras, los malos se creen buenos.

Su hija volvió a hacer fuerza pensando.

-¿Y por qué se creen buenos?- Preguntó.

Habiendo entrado en el bucle infinito de los ¿por qué?, debía buscar una respuesta que su hija pudiera entender.

-Porque son loquitos- Respondió. -Entonces, Lili, ¿tú serás una buena persona?.

La pequeña miró a su padre y le sonrió.

-Por supuesto, papá. Yo no soy loquita.

Ambos echaron a reir, permitiendo que el padre continue la historia.
«Al emperador se le ocurrían leyes muy absurdas. Un día se levantó se su cama y se resbaló con la alfombra que tenía, lastimándose la cara. Luego de esto, prohibió que la gente tenga alfombras y los comerciantes tengan alfombras en sus negocios. Fue un mal momento para los pobres costureros de alfombras que debieron buscar otro oficio.
La gente fue sufriendo muchas leyes tontas, por temor a los magos amigos del emperador.
Los magos eran unas personas grandes y gordas, con mucha panza. Pero su apariencia era un engaño, en realidad eran personas temibles que podían hacer desaparecer a todo aquel a quien quisieran. Además, sus poderes permitían lograr que el rey pudiera hacer lo que quisiera.
Poco a poco la gente del reino se fue acostumbrando, hasta que finalmente pasó algo que no pudo ser controlado por sus magos.
El emperador había ordenado que nadie pudiera tener hijos sin su consentimiento y, naturalmente, nadie lo tenía.
Los magos le dijeron al gobernante que un joven intrépido y audaz, podría destronarlo y quitarle todo lo que tenía y como era de esperarse, el rey temió por los dichos de sus ayudantes y prohibió que las personas tengan hijos.»

Ges, detuvo la historia. Su hija luchaba por quedarse despierta, pero poco a poco el sueño le ganaba la batalla. Luego le sonrió y prosiguió.

«La prohibición fue casi cumplida y muy pocas personas tenían hijos y los pequeños que nacían, debían permanecer ocultos de los ojos vigilantes de los magos.
El tiempo pasó hasta que finalmente un valiente y joven guerrero se enfrentó al emperador.

-Vengo a recuperar el reino para el pueblo.- Dijo, con una fuerte convicción.

Poco a poco, el valiente guerrero fue reclutando gente para emprender la batalla por el reino y al cabo de muy poco tiempo, ya poseía un pequeño ejercito lleno de fuego en sus ojos.

Por primera vez en mucho tiempo, el emperador temió por su vida y, descuidado, ordenó a sus ayudantes que hicieran desaparecer al rebelde.
Sin embargo, el joven era inmune a la magia y en una intensa batalla, los magos fueron derrotados, quedando el rey sólo, sin amigos.
El joven había vencido y el viejo tuvo que huir para nunca regresar…»

 

Ges detuvo su historia.
Lili se había quedado dormida desde hacía un largo rato.
Al verla, no pudo evitar soltar una lágrima de alegría.

-Todo esto te lo debo a tí, papá- Susurró, para no despertarla.

Luego se levantó, cubrió a su hija con la frazada y le dió un tierno beso en la frente.

-Buenas noches, princesa- Le dijo, mientras apagaba la luz de la habitación.

Mirando al dario de su padre, una nueva lágrima se desprendió de su ojo.

«Buenas noches, papí» Pensó, mientras se acostaba a descansar.

Historias de causalidades 2

Ismael caminaba de un lado a otro.

El médico aún no llegaba y su esposa daría a luz en cualquier momento.
Iba y venía dentro de la sala, calmando los gritos de dolor de su mujer.
El bebé estaba en un apuro por nacer, adelantándose dos semanas de la fecha prevista.
Al avisarle, su médico emprendió la vuelta de sus vacaciones, pero nadie sabría si llegaría a tiempo para recibir al bebé.

 

Romina se desesperó.

Los nervios le invadían y nada podía calmarla.
Por primera vez en tantos años de trabajo, sufrió una amenaza de bomba por teléfono.
El hotel se preparaba para recibir al presidente, entre otros huéspedes.
Recurrió al dueño y entre lágrimas y miedo, le rogó que se ocupe de la situación.

 

Jesús se fastidió.

Su jefe, sin pensar en él o en Rosa, la otra empleada de limpieza, decidió quedarse después de hora tomando unas copas con otra persona.
Esa noche era su aniversario de casado, sin embargo, si abría la boca, probablemente sería despedido en ese mismo instante y el dinero del trabajo era de vital importancia.
El tiempo se consumía y  su ídea de festejar junto a su esposa  se echaría a perder si seguía demorándose.
Ya era tarde y su teléfono sonó. Era su esposa, seguramente enojada por la tardanza del hombre.

 

Luciana se enfureció.

Las reservas que habían hecho para sus vacaciones habían sido canceladas por problemas en el hotel.
Había planeado las vacaciones con tiempo suficiente como para darle a su marido un respiro del hospital.
Las fechas confabularon a su favor y nadie debería haberlos molestado.
La cancelación de su hotel, sin embargo, era algo que nunca podría haber previsto.
En compensación le ofrecieron hospedarse en una posada de ensueño, con bebidas y comidas incluidas sin cargo y con todos los placeres que el establecimiento podía brindarles. El cambio parecía bueno, salvo por un pequeño detalle, estaba a pocos kilómetros de distancia del lugar de trabajo de su marido.
La estancia fue agradable, hasta que su marido recibió una llamada del hospital. Un bebé se habia adelantado y debía recibirlo. Por suerte podría hacerlo y volver a la posada en el mismo día.

 

Linda entró en su casa.

Estaba muy emocionada por todo lo que había sucedido aquel día.
Todo le había salido bien y para mejorar las cosas, su marido no se encontraba en la casa.
Era su aniversario y ella quería prepararle una grata bienvenida de su trabajo.
Quería reconocerle todo su esfuerzo para que ellos pudieran llevar una buena vida en éste nuevo país donde se habían mudado y para eso, le prepararía una grandiosa comida.
Necesitaba tiempo y sabía que su marido saldría dentro de poco del trabajo.
No quería llegar hasta ese punto, pero no le quedaba otra.
Debía llamarle y pedirle que aún no regrese a su casa. Linda rezaba para que no se enoje.

 

Tristán tenía miedo.

Recibir al presidente era algo que no tenía en mente y era algo que no quería.
Su hotel era simple pero brindaba todas las comodidades que pudiera uno desear a muy buen precio.
Tenía fama de ser un lugar tranquilo, un lugar de vacaciones para familias y parejas donde pudieran olvidarse del estrés cotidiano.
Las cosas le iban bien. Vivía tranquilo y sin preocupaciones hasta que recibió la llamada.
El presidente quería hospedarse en el hotel, pero no todo era color de rosas.
La noticia tomada con alegría en un primer instante, fue tomando rumbo opuesto debido a las normas y requisitos del jefe de seguridad del mandatario.
Las exigencias eran tantas que Tristán ya no quería recibirlo y prefería mantener las relaciones con las familias.
Los nervios le invadían y necesitaba buscar una solución. Luego de pensar y pensar, solamente se le ocurrió una, aunque era exagerada, podría funcionar.

 

Todos estos son meros ejemplos de que nuestra vida está guíada por las causalidades y todo lo que pasa y pasará, es por algún motivo y para el beneficio de otros (y a veces, del nuestro).

Castigo interior

-El destino quiso que nos encontremos aquí, preciosa.- Dijo Marcos.

-Cierra la boca, ESTÚPIDO- Se molestó Sandra.

La cara de la mujer era de angustia. Sus ojos, cansados de mirar, cedían lentamente. Sus piernas, agotadas de andar, rogaban descanso.

-Es un castigo- Se dijo, en voz alta.

-¿Un castigo?- Preguntó Marcos.

El hombre se encontraba mejor anímicamente. Cansado, pero no tanto como su compañera. Habían pasado la noche juntos, como dos completos extraños y se habían encontrado en el aeropuerto esperando impacientes para abordar al demorado vuelo.

Por un capricho no llegaría a asistir al evento más importante de su esposo.
Le había jurado fidelidad en vida, pero ahora difunto, la obligación se había extinguido y las ganas de experimentar le llenaba el cuerpo. Un fuerte calor le cubría el pecho. Se trataba de un deseo reprimido por una larga abstinencia que había sido liberado al desaparecer el alma del cuerpo de su pareja.

«Es sólo sexo.» Se repetía a si misma para que la sensación de lascivia no perdiera su explendor.

Y estaba en lo cierto. Parte de su mente estaba triste, desolada por la partida de su compañero. Su corazón lloraba, roto por la ausencia de abrazos y de amor, pero la parte menos importante, la parte que regula su pasión, floreció con tal intensidad que acabo por convertirse en su pensamiento de primer plano. No, no solo en su pensamiento, sino en su necesidad.
Cinco años había aguantado su cuerpo. Cinco años en los que amó a su esposo con todo su corazón, pero sin su cuerpo.
Él era un trabajador incansable. Era el gobernador de la provincia y dedicaba sus días a mejorar la calidad de vida de los habitantes, con los recursos que tenía.
Los medios lo señalaban como una persona incorruptible, de gran corazón y solidaria y su esposa daba fe de ello.
Se casaron a los 25 años. Dos años después de que el haya sido nombrado gobernador y durante su gobierno, la provincia floreció en todos los aspectos posibles.
Sin embargo, luego de la noche de bodas, él soltó la bomba.

-Quiero que mantengamos el sexo al mínimo, o lo eliminemos, Sandra- Le dijo a la mañana siguiente.

La sorpresa de su esposa era de esperar mientras que le preguntaba si era una broma.

-No- Respondió. -Hablo muy en serio. Quiero mis pensamientos alejados de la lujuria para poder concentrarme en ayudar a las personas y darles una mejor vida.

Al principio, Sandra no lo tomó en serio y le siguió la corriente. Pero solo al pasar los días, semanas, meses y años, se dió cuenta de la seriedad -y verdad- de las palabras de su flamante marido.

Trabajaba 12 horas al día, de Lunes a Sábados y siempre iba a trabajar con una sonrisa. Estaba realmente convencido de lo que hacía y la gente, poco a poco, le fue brindando su cariño.
Con el tiempo, su provincia se convirtió en un país aparte, un lugar tan próspero como un país de primer mundo, muy distinto a la pobreza y miseria que invadía el resto del estado.
Las leyes eran estrictas, los policias incorruptibles y las penas eran severas a quienes desafiaban la autoridad y gracias a eso, la gente comenzó no solo a respetar las normas, sino que también a sus vecinos. Al poseer una inmensa costa de olas incontrolables, habían logrado autoabastecerse eléctricamente y sus fértiles campos proveían alimentos a casi la totalidad de la población.
Las plazas estaban cuidadas, las calles enteras sin baches. No había gente durmiendo en las calles y nadie moría por desnutrición. El lugar era lo más cercano a una utopía que pudiera existir y el mundo había hecho eco de sus logros.
Nombrada como uno de los mejores 20 lugares para vivir, el gobernador era aclamado en el resto del país, tanto que su nombre fue propuesto por terceros para competir por el próximo mandato presidencial.
Desafortunadamente, al vivir en un país donde los gobernantes son oportunistas, el gobernador sufrió un extraño accidente en una ruta y perdió la vida.
La población del país marchó pidiendo justicia. Muchos creían en la culpabilidad del actual presidente en su «accidente», pero la corrupta justicia desestimaba el caso y su nombre y legado fueron quedando en el olvido.

No todo era color de rosas, ya que, al ser el sueldo infímo, debió sustraer un pequeño porcentaje de cada transacción que se realizaba para poder darle a su esposa una mejor calidad de vida.
Eso, y la falta de lujuria, eran las dos grandes manchas que poseía el «intachable» gobernador.
Al morir, Sandra, de apenas 30 años de edad, podía vivir cómodamente el resto de su vida, sin trabajar pero sin darse mucho lujos. Sin embargo, al lamentar la pérdida, su sexo se llenó de pasión y pocas horas después, ya se encontraba en la cama con un completo desconocido en un lugar donde nadie supiera cual era su identidad.
Pocos días después de la muerte de su marido, Sandra fue avisada que develarían una estatua en honor a él y que querían que ella esté presente y tire del cordón.

-Por supuesto que lo haré- Le dijo al actual gobernador.

Pero ahora, se encontraba angustiada en el aeropuerto, esperando las novedades. Si no partía en ese momento, no llegaría al acto de su difunto esposo.

-Es un castigo- Se lamentó, al leer en la pizarra que su vuelo fue finalmente suspendido y reprogramado para el día siguiente.

Una agradable sorpresa

-¿Son ellos?- preguntó Jimena.

-Creo que si- respondió Roberto emocionado, mirando por la ventana.

Un auto se detuvo en la entrada de su casa. De éste, descendieron dos adultos, un niño de dos años y una beba de unos pocos meses de vida en brazos de la madre.
Se trataba de Cintia, su hija.

-¡Hija!- exclamó su madre, abriéndole la puerta. -¡Que bueno que pudiste venir! ¿Estás bien?- le preguntó, preocupada, con la mirada seria.

-Si mamá, estoy bien, como cada vez que hablamos. No tuve ninguna recaída. -dijo ella alegremente, aunque un poco cansada de la insistencia de ese tipo de preguntas.

Cintia había sufrido un golpe muy duro en la cabeza luego de haber resbalado por unas escaleras, años atrás. Los médicos daban por concluida su vida, sin embargo ella luchó y contra todos los pronósticos, no sólo se recuperó por completo, sino que estudió, se agraduó y formó una familia. Ella era un ejemplo de vida y un orgullo para sus padres.

La emoción del ambiente era grande. Aquel no era un encuentro cualquiera, sino que se trataba del primer encuentro entre la mayor y menor generación allí presente, entre los abuelos y los nietos.
El abuelo se presentó ante el niño, mientras que la abuela sostenía a la princesa.

-Estamos esperando un tercero, que se llamará Gastón- dijo Cintia, acariciándose la panza.

-Es un gran homenaje- dijo su padre, con una lágrima en el ojo.

En ese momento, recordaron a Gastón, hijo de Jimena y Roberto y hermano de Cintia.
Gastón había desaparecido hace más de 5 años, luego de que su automóvil fuera encontrado a un costado de la ruta, completamente destruido.
Padre e hija hicieron un momento de silencio para luego juntarse con el resto de la familia.
Todo era alegría aquella noche. La charla con los adultos y los juegos con los nenes habían llegado al punto en que los abuelos necesitaban un descanso.

-Es muy despierto- dijo Roberto, en referencia a la inteligencia de su nieto.

-Nosotros pensamos lo mismo- respondió Cintia.

Dispuestos a comenzar la cena, se levantaron y se digirieron hacia el comedor.
Sin embargo, el niño caminó hasta la ventana.

-AHM AHM- Es todo lo que decía.

Con su dedo índice, señalaba la ventana.

-La nieve, ¿te gusta?- le preguntó su abuela.

El niño la miró y negó con la cabeza mientras que insistía con el dedo.

-¿Qué pasa, pupu?- le preguntó su madre.

Un taxi se había detenido en la puerta de la casa.

-¿El taxi?- preguntó su abuelo.

El niño continuaba señalando hasta que alguien bajó del vehículo y se dirigía lentamente hacia el porsche de la casa.
El timbre sonó, sorprendiendo a los ocupantes.

-¿Esperan a alguien?- preguntó Cintia.

Ante la negativa, Jimena se levantó del sillón y fue hacia la entrada.
Al abrir la puerta quedó desmayada frente a la imagen de Gastón, su hijo.

-¿CÓMO PUEDE SER?- gritó Cintia, asistiendo a su madre que no daba en sí.

-Hola- le respondió su hermano mayor, provocando llantos en todos los presentes.
Luego de años de ausencia, años en los que se creía haberlo perdido, Gastón había regresado.

-Te sepultamos- dijo Roberto, también conmocionado por aquel fantasma.

-Estoy vivo, papá- respondió su hijo, abrazándolo.

Luego de más de un lustro de espera, luego de haberle inclusive practicado un funeral con un ataúd vacío, padre e hijo se abrazaron con fuerza.
Cintia lloraba desconsoladamente, al igual que su madre, ya recuperada del desmayo.

-MI HIJO- gritaba su madre, a punto de volverse a desmayar. -MI FAMILIA REUNIDA, ES UN MILAGRO.

La cena, la noche entera, fluyó con un aire sobrecogedor. Era el momento más feliz de la vida de los viejos, quienes no solo tenían a sus hijos reunidos, sino que además habían sido bendecidos con dos pequeños nietos llamados en honor a sus abuelos.
La alegría que ese hogar sentía era la mayor jamas experimentada por nadie y ahora que estaban juntos, nada podría ni volvería a separarlos. Todo era felicidad.

Al dar las 12, el viejo reloj del comedor comenzó a tambalearse hasta caerse, produciendo un ruido ensordecedor.
Roberto se despertó con un sobresalto.
Todo había sido un sueño.

-¿Volviste a soñar con ellos?- le preguntó Jimena.

Roberto afirmó con la cabeza, comenzando a llorar, apoyándose en el pecho de su mujer.
Jimena le tomó las manos, arrugadas por la vejéz y le besó los dedos mientras recordaba a sus hijos perdidos desde hacía ya varios años.
La nieve caía afuera mientras que los dos ancianos lloraban en la oscuridad.

 

 

Venganza en la casa abandonada

(Cualquier similitud con el imperio romano es pura coincidencia…¿o no lo es?)

-¿Es esesésta?- preguntó el chico rubio .

-Sí- respondió su compañero .

-Realmente tenebrosa- ironizó el tercero.

Parados frente a la fachada de la mansión, se encontraban Augusto, Claudio y Julio, tres jovenes que apenas habían cumplido la mayoría de edad y que, en honor a eso, habían decidido adentrarse en la muy temida casa abandonada.
El día era primero de Octubre, fecha elegida luego de que los tres amigos hayan celebrado sus cumpleaños. Se creían más valientes e inteligentes que el resto, en especial Julio y Augusto y posiblemente lo eran.
Ellos dos eran primos de sangre y estaban al frente de todo lo que sucedía en el colegio.
Poseedores de una envidiable labia, eran capaces de tornar casi cualquier situación a su favor.
Con pensamientos listos y accionar limpio, resultaban airosos de las situaciones en las que se metían, tanto en el colegio como en sus hogares.
Julio era el aventurero, mientras que Augusto era el cauteloso y ambos eran insuperables cuando actuaban juntos. Teniendo conocimiento de esto, a menudo partían en busca de diferentes aventuras, siendo la última de estas adentrar en la misteriosa casa abandonada del norte de la ciudad.
Se trataba de una casona, muy elegante y sede de varios crímenes sucedidos en tiempos pasados. Entrar en ella estaba prohíbido por ley y se castigaba severamente a quienes no la respetaban. Varias leyendas se contaban sobre el lugar, una de ellas era que los espíritus de los fallecidos reciden en las decenas de cuartos de la mansión y que esperaban con ansias las almas frescas de los ingenuos que se atrevan a entrar.
Sin embargo, la leyenda que más les interesaba era la del tesoro guardado por uno de los dueños fallecidos.
Luego de estudiar la historia y leer los planos con detenimiento, creyeron descrubir el lugar del descanso del oro oculto. Podían sacarlo, se sentían muy seguros de eso.

-Seremos millonarios- dijo Augusto, no pudiendo contener una sonrisa.

-Hagámoslo- dijo Julio.

-Estoy de acuerdo- respondió el primo y añadió -Primero debemos pensar un plan y diseñar una estrategia.

El otro lo miró y asintió -¿Alguna idea? -preguntó

Augusto se levantó y miró a la ventana. Esto lo hacía cuando tenía un plan pero quería darle misterio.

-Conozco esa mirada, Augusto. Dime ya.

Su primo dio media vuelta y miró al otro ocupante de la habitación.

-Esperar. Debemos esperar.

La respuesta no sentó bien en Julio que se levantó se la silla y golpeó la mesa con sus puños. No poseía mucho humor.

-¿Esperar?-Gritó. -¿Esperar a que? ¿A que alguien lo tome por nosotros y luego pedírselo?

Augusto, que lo seguía con la mirada, estaba tranquilo, ya conociendo el temperamento de su primo y extrajo de su mochila, un libro muy conocido para ambos, el libro que dictaba las leyes que todos debían respetar, el Código Civil y Penal.
Al ver el libro, Julio tranquilizó su emoción sabiendo por donde venía el discurso de su primo.

-Artículo 2059, Aquellos que no hayan alcanzado la mayoría de edad, que sean sorprendidos invadiendo propiedad ajena no serán multados, pero serán multado su padre y su madre con hasta 10 años de prisión.- dijo y continuó  -Artículo 2060, aquellos que hayan alcanzado la mayoría de edad que sean sorprendidos invadiendo propiedad ajena serán multados con hasta 10 años de prisión- finalizó.

Augusto cerró el libro y miró a su primo.

-¿Y bien?- le preguntó. -¿Qué piensas?

Julio tenía muy en claro a donde quería llegar su primo.

-Estoy de acuerdo en esperar -dijo resignado.

-No podemos poner en peligro a nuestros padres- añadió el primero.

Ambos asintieron y decidieron aprovechar el tiempo para preparar el terreno.

-Una cosa más- añadió Augusto, volviendo a abrir el libro. -Artículo 937, las penas de prisión serán disminuídas o incluso eliminadas en caso de existir testigos independientes que declaren a favor de los condenados, solamente en hechos que fuesen para salvaguantar las vidas de los condenados que los llevaron a conducir los delitos por los cuales fueron acusados.

Julio pensó por un momento. -¿Un tercero? -peguntó confuso

-Si. Si conseguimos a un tercero, mayor de edad, que testifique que entramos en la casa porque nuestra vida corría peligro podremos no recibir condena. Ahora la pregunta es quién nos ayudará, en dónde podremos conseguir al conejillo de indias.

Ambos pensaron por un momento en quien podría ser su hombre. De pronto, a ambos se le ocurrió un nombre.

-¡Claudio!- gritaron al unísono.

Claudio era un compañero de clases, un muchacho tartamudo que se había convertido en una persona tímida y retraida a causa de su enfermedad. Nadie lo tomaba en cuenta y se le consideraba más lelo que listo. En pocas palabras, era fácilmente manipulable.
Días después, luego de clases, invitaron a su compañero a comer, le contaron y le convencieron fácilmente para que los ayudaran. Claudio accedió sin reproches.

Todo iba sobre ruedas, ahora faltaba la parte más aburrida que era la espera hasta que todos cumplan la mayoría de edad. Los días pasaron lentamente y fueron aprovechados para repasar el plan una y otra vez el papel de su nuevo compañero.

-Esperarás en la entrada de la casa, debes ser visible ante los ojos del mundo y poseer un rostro de preocupación por nosotros, pero no debes pedir ayuda a nadie y solo debes hablar cuando llegue la policía.
Claudio estaría esperando en la entrada de la casa, para que sea visiblemente creible la historia.
Todo iba sobre ruedas, salvo por una tarde, próxima a la fecha elegida, en la cual el plan casi se disuelve y los primos por poco no terminaron a los golpes.

-¿En dónde lo dejaste? -le gritó Julio a su primo.

-¿Yo?- recriminó Augusto -Tú los tenías, maldito embustero.

Ante la mirada de Claudio, los primos llevaron su discución de palabras a amenazas de golpes cuando fueron detenidos por el tercero.

-Dedeténganse -pidió, sin lograr efecto alguno.  -¿Lolos papeles los tenían sosobre la mesa? prepregunto porque la veventana está abierta y el vieviento es muy fuerte el día de hoy. Poposiblemente se volaron.

Los primos escucharon y detuvieron su embestida para comprobar la verdad en las palabras de Claudio.
Julio se asomó por la ventana y salió corriendo hacía el exterior.
Al regresar y comprobar que todos sus papeles estaban recuperados, ambos miraron al lelo en señal de aprovación.

-Tenías razón, Claudio- dijo Julio.

-Claudio, te has ganado mi respeto- añadió Augusto.

Desde ese momento, Claudio fue incluido en el conocimiento de los planes y de lo que pensaban hacer en la casa.

-Sabemos que hay un tesoro, escondido detrás del cuadro más grande de la habitación principal y pensamos recuperarlo para nosotros.

-Con eso seremos ricos.

Claudio los miró pensativo y les preguntó si el plan funcionaría.

Los primos se rieron.
-Por supuesto- respondió Augusto.

Finalmente el día llegó y el plan entró en marcha. Julio y Augusto se sentían confiados en salir victoriosos y millonarios.

-¿Recuerdas lo que debes hacer?- le  preguntaron a Claudio.

El tartamudo asintió con la cabeza  -Si. Me quedaré aquí y seré visible. No responderé preguntas salvo provenga de un policía y si lo hace estallaré en llanto pidiendo ayuda para ustedes.

Los primos se miraron, orgullosos de lo bien que habían entrenado a su compañero y se adentraron en la mansión abriendo una de las ventanas que daban al patio.
Entraron cuando el sol comenzaba a caer, mientras que Claudio permanecía de pie, inmovil frente en la entrada de aquel lugar prohibido para la ley.
Pasó un tiempo y al oscurecer,  los primos se asomaron por un venana para controlar que su compañero permaneciera allí.
Grande fue su sobresalto al ver a Claudio junto a un oficial de la ley.

-¡Maldición! -estalló Julio. -¿Qué hacemos ahora?

-Seguir con el plan, tal cual lo habíamos pensado -respondió el sabio de su primo. -Debes golpearme hasta dejarme sangrando y luego yo haré lo mismo contigo. Rasguemos nuestras ropas para simular aún más el ataque y ten en mente siempre, sin olvidos, la descripción del atacante. ¡Recuérdalo!  -le ordenó Augusto.

Un patrullero arribó instantes después, y dos policias más se unieron al que se encontraba en la puerta de la mansión, dando un total de tres policias listos para entrar en el perímetro y buscar a los jovenes.
La búsqueda duró poco tiempo y los primos fueron encontrados rápidamente, aunque sin rastros del agresor. Luego fueron escoltados hasta la patrulla y antes de entrar, Julio le guiñió un ojo a Claudio, que se estremeció pensando en que habían encontrado el tesoro.

Julio y Augusto fueron llevados a la comisaría y fueron interrogados por el jefe de policia.
Los chicos, interrogados por separado, relataron los hechos con tanta vehemencia que podrían haber convencido hasta al más suspicáz de los jueces. Sin embargo, los primos no previnieron lo que iba a suceder.
Al reencontrarse luego de los interrogatorios, una persona entró por la puerta de la sala, seguido del jefe de policia. Se trataba de nada más y nada menos que Claudio.
Ambos, preocupados.
Julio miró su mochila, que contenía el tesoro de la mansión.

-Muy bien, muchachos -comenzó a decir el comisario. -Veo que han practicado su historía y les ha salido al pie de la letra.

-Es la verdad -respondió Augusto.

El jefe le dirigió una mirada y luego extrajo de la carpeta que llevaba en la mano unas hojas de papel. Pero no eran cualquier tipo de hojas, sino que eran las hojas de su plan.

«No puede ser» pensó Julio.

«Las hojas las guardé en un lugar oculto en mi casa, nadie pudo haberlas encontrado. ¿Cómo puede ser posible?» reflexionó Augusto.

-Aquí, mi sobrino Claudio, me ha contado una interesante historia sobre ustedes y aunque al principio no le creí, al traerme estas hojas, este elaborado plan, cambié de opinión y decidí actuar. Los estuvimos vigilando desde el primer día muchachos. Sin embargo, lo que no entiendo es el por qué. ¿Qué tiene ese lugar que les interesaba tanto? en las hojas no lo menciona y Claudio tampoco lo sabe. Pensaba en que ustedes me lo dijeran.

Los primos se miraron, entendiendo que aún tenían posibilidad de salir de esta y de conservar el tesoro.
Augusto comprendió que Claudio hizo las copias en el poco tiempo que estuvo solo con ellas y que luego las arrojó por la ventana, simulando que un viento las había volado.

-Aventuras y nada más -respondió Augusto mientras que Julio asentía, ambos poniendo cara de preocupación y miedo. -Estamos muy arrepentidos pero no le hicimos daño a nadie, sepa entender que somos jóvenes y tontos.

-Ja ja ja -rió el comisario. -Yo no me creo esos cuentos. Venga hijo, díles lo que me dijiste a mi.

-Ellellellos se buburlaron de mí dudurante mucho tiempo y luego me maninipularon para queque le sea complice en este dedelito -dijo Claudio lagrimeando.

-¡Éres un maldito! -gritó Julio, intentando ahorcarlo con sus manos.

Como resultado, los primos fueron esposados a las sillas, con bozales puestos en sus bocas para que no puedan emitir más palabras.

-¡Quiero que se les castigue!- exclamó Claudio sonriendo.

-Silencio- rdenó su tío. -El que dicta sentencia acá soy yo, ¿entendido?.

Su tío miró a Claudio. Era una mirada fulminante, haciendole borrar la sonrisa del joven.

-Bueno, muchachos.- Comenzó a decir el jefe de policia.

Julio y Augusto se miraron, sabiendo que lo que vendría sería una sentencia sin juicio justo.

-He hablado con el juez y opina lo mismo que yo al imponerles una sentencia de diez años en prisión. Sin embargo, podrán acortar a la mitad su condena en caso de buen cumplimiento.

-Una cocosa más, titío.

-¿Qué quieres?- repreguntó el comisario, ya cansado de interrupciones.

-Mimi mochila, es la que está en el perchero, quiero llevármela.

Su tió aprovó con la mirada y Claudio tomó la mochila de Julio, la mochila que contenía el tesoro encontrado.

«Se volvió astuto» pensó Augusto, sonriendo por dentro.

Claudio se retiró de la sala, su boca comenzaba a sonreir. Sabía que los primos planearían una venganza, pero para eso faltaba mucho tiempo, tiempo en que ellos estarían en prisión y él disfrutando del tesoro logrado.

Unos verdaderos seres superiores

La nave aterrizó.
El pasto se quemó en forma de círculo.
Los animales huyeron deprisa por el temor que les provocaba la situación.
Solo unos pocos animales, lo más grandes y temibles, permanecieron en el lugar.
La nave apagó el motor y junto a este, se terminó el chillido que producía.
Las luces exteriores también fueron opacadas mientras que una plataforma circular descendía lentamente hasta apoyarse sobre la tierra.
Sobre esta, dos seres esperaban ansiosos  tocar el suelo bajo sus pies.
Poseedores de una alta estatura, dieron sus primeros pasos en dirección a los animales poseedores de una feróz mirada; El miedo que sentían tensionaba el aire y sin palabras mediante, atacaron a los dos seres extraños. Éstos, con calma en sus movimientos, extrajeron del cinturón, una especie de cilindro metálico y lo apuntaron hacía sus atacantes.
Los feroces animales, reyes de sus especies, temidos y respetados por todos los seres vivos terrestres, cayeron de la forma más cruel imaginada. Los que eran los más valientes y fuertes del reino animal, solamente dejaron piel y huesos caídos en el suelo. Partes de lo que algúna vez fueron.
Los seres, por su parte, festejaron la victoria chocando palmas. Las armas habían resultado efectivas y devastadoras.
Luego de sentirse seguros, se quitaron el traje que llevaban puesto dejando notar un cuerpo muy parecido al ser humano, con las diferencias de altura y ojos.
Estos seres eran muy altos y, aunque hayan humanos poseedores de una mayor altura, estos eran contados con la mano. Por otro lado, sus ojos eran brillantes, uno de color dorado y el otro de color plateado, sin distinguir íris y esclerótica.
Ambos se miraron, asintieron con la cabeza y luego volvieron a la nave.
La calma regresó al lugar durante unos minutos hasta que del cielo aterrizaron decenas de otros artefactos voladores de igual calibre y tamaño que el primero.
Poco a poco el lugar fue cubierto por las naves y unos cientos de seres de iguales proporciones que los primeros, emergían.

-¿Dónde estamos, exactamente?- Preguntó el que parecía estar al mando.

Se trataba de un hombre de poco más de dos metros de altura, con gran musculatura y unos ojos color marrón brillante. Llevaba puesta ropa de color rojo, distinta a los demás.

-En la isla de Madagascar- Respondió su acompañante.

-Los humanos no nos han detectado, ¿no es cierto?

-No señor. No hemos recibido alertas y nuestra tecnología es aún indetectable para ellos. Llegamos en el momento justo.

El que estaba a cargo sonrió.

-Perfecto- Exclamó y añadió. -No perdamos tiempo. Debemos seguir avanzando.

-Si señor. Ya estamos todos listos para el avance.

-Muy bien. De la señal.  Avanzaremos por el agua hasta el norte de Tanzania y de allí hasta el sur de Nairobi, en las coordenadas previstas. Allí descansaremos. El desierto nos ayudará a descansar sin ser descubiertos.

-Muy bien, señor- Dijo su segundo al mando y partió para reunirse con los jefes de las otras naves, pero fue interrumpido por su superior.

-Espera, Klolk. Debo decir que, si no sobrevivimos, fue un honor luchar a tu lado.

-Mantengamos la promesa, mi amigo y general. Si caigo, verás a mi familia atendida como si yo nunca hubiese partido y si tu caes, yo me encargaré de que tu familia te llore pero nunca note la falta de tu presencia.

Ambos se miraron, agradecidos por su amistad y partieron.

El viaje, de pocas horas de duración, fue tranquilo y sin alertas hasta que finalmente llegaron a las coordenadas previstas.

-Ahora descansaremos y por la noche volveremos a partir. Nuestro próximo objetivo será uno de los pilares fundamentales de nuestro viaje. Debemos conseguir el lugar para que el resto de la flota pueda aterrizar. Partiremos al centro del desierto del Sahara y allí nos reuniremos para planear el ataque principal y la victoria será nuestra.- Dijo el general -Por cierto, es cierto del frio extremos del lugar. Manténganse en las naves y activen el camuflaje hasta que la energía aguante y vengan los refuerzos. Si nos descubren ahora, estaremos perdidos.

-SEÑOR- Gritó uno de los soldados.

Se trataba de un hombre de casi dos metros de altura, más bajo que el resto, de color de ojos rojos brillantes, que se acercaba corriendo hacia la nave principal.

-SEÑOR- Volvió a gritar -Un campamento de 20 terrícolas en las inmediaciones y se están moviendo hacia nuestra dirección.

El semblante del general cambió súbitamente, borrando su previa alegría.

-¡Maldición!- Exclamó. -¿En cuanto tiempo?

-Una hora como máximo, señor- Respondió el soldado.

-Muy bien. Todos a las naves- Ordenó. -EN SILENCIO.

Llevando consigo a 4 solados, todos dotados con dos de las armas cilíndricas, prepararon la emboscada.

Casi una hora después, los soldados estaban dentro de las naves camufladas y el general y sus cuatro acompañantes, estaban en posición para el asalto.
La caravana avanzaba lentamente y se detuvieron justo al lado de una de las naves. Por supuesto que no la veían, pero si la llegaran a tocar, seguramente se alertarían.
Con una señal de su cabeza, el general indicó que debían esperar al momento justo.
Éste finalmente llegó cuando comenzaron a levantar el campamento.
El ataque fue efectivo y desde la corta distancia pudieron utilizar sus armas y hacer desaparecer con sigilo a los nómadas quienes nunca se percataron de lo que les estaba sucediendo.

-VÍA LIBRE, SEÑOR- Gritó uno de los soldados.

-Muy bien, respondió el general. Avisa que las naves pueden aterrizar. Denles nuestras coordenadas y comencemos a planear la invasión.

-Muy bien, señor.

Klolk miraba el cielo. Una sonrisa se manifestó en su rostro.

-Estos ingenuos nuncá sabrán lo que les pasó, Ja ja ja.

 

La tristeza

La tristeza caminaba solitaria por las calles de Madrid.
El día le era sin brillo a pesar de la carencia de nubes en el cielo.
No había pasado un buen día y su humor así lo reflejaba.
La sonrisa le evadía y las ganas se dispersaban.

La bella ciudad hoy no le transmitía su calidez.
La música no le distraía a pesar de los auriculares.
Caminaba sin rumbo por las calles.
Deseando poder estar lejos, estar en los valles.

No había tenido un buen día.
Necesitaba descansar y pensar.
Puesto que ella era la tristeza.
Y tristeza es lo que podía dar.

La vida le puso esta dificil prueba.
Prueba en la que debía decidir.
Decidir si debía seguir triste.
Seguir triste o sonreir.

Si seguía triste, seguiría siendo ella.
En cambio, si sonreia, cambiaría.
Pues ella era la tristeza.
Y nunca sonreiría.

El cambio le atormentaba.
A pesar de estar triste, así era.
Ese era su pensamiento.
Y le gustaba como era.

Le gustaba ser triste.
Le gustaba no por gusto.
Le temía al cambio, al ser feliz.
Le temía al mundo que no era gris.

Pensaba que si cambiaba, sería como los otros.
Se volvería lo que siempre criticó.
Sería como el cielo brillante.
Y se volvería como aquella que odió.

Su enemiga era la alegría.
Y no quería volverse como ella.
Pensaba que era fria y simulada.
Pensaba que no era bella.

Pero lo que no entendía es que había otra alegría.
Estaba la real, la que embellece la vida.
La alegría que ilumina al cielo.
Y hace que todo sea eterno.

La tristeza temía cambiar.
Temía ser falsa alegría.
Por eso se quedaba triste.
Y lloraba cada día.

El amor se cruzó con ella y quedó flechado a su lado.
Ella le correspondió, pero más triste se volvió.
Perdóname, le dijo. Pues nada puedo ofrecer.
Más que este frio cielo que me vió nacer.

Nací bajo el manto de tristeza.
Eso es todo lo que conozco.
No puedo darte alegría ni calidez.
Y si me acéptas así, bien.

No es cierto, le respondió el amor.
Esto no es un manto, sino una capa.
Una capa sucia.
Una capa que se lava.

La suciedad te la fueron dejando.
La alegría, la soledad.
Todas aquellas que necesitaban.
Un hombro para descargar.

Y así fuiste creciendo.
Pensando en los demás.
Te fuiste volviendo tristeza.
Pero no lo éres ni serás.

Deja que te quite el polvo.
Intenta por mí ser alegría.
A pesar de las discuciones.
Caminemos por los bellos días.

Madrid nos sonríe.
Madrid nos espera.
Ven a mí, alegría.
Y quita esa tristeza.

Yo soy el amor.
Pero antes no lo he sido.
Piensan que he robado.
Piensan que soy un bandido.

Me volví celoso de la vida.
Me cerré y me prohibí.
Pero al verte pasar.
Me abrí y salí.

Juntos podemos ser uno.
Pero depende de tí.
Pues yo ya cambié.
¿Cambiarías por mí?

La tristeza es tu capa de polvo. Quítala y se feliz. Pero aunque yo pueda ayudarte, la decisión depende de tí… ¿Qué decides?

 

El final del arcoíris

Todos hemos visto en más de una ocasión, un arcoíris.

Por su atractivo visual, somos capaces de reconocerlo al observarlo, aunque la gran mayoría desconocen como se forman y aún más, los secretos que guardan.

Cuando los rayos del sol iluminan una día de lluvia o un lugar con una muy alta humedad, se produce este efecto visual colorido  y con forma de arco. El gran científico Isaác Newton afirmaba que los colores que veían nuestos ojos eran simplemente la descomposición de la luz blanca del sol en sus colores principales (estando la luz blanca, compuesta por todo un espectro de colores, algunos visibles y otros invisibles a nuestros ojos) y que se forma un arco por la propia curvatura de nuestros órganos visuales.
Hoy en día se conoce que, en lo primero, el científico británico estaba en lo cierto, la luz blanca se divide en colores y los colores del arcoíris dependen de nuestra posición y de nuestro campo visual, siempre situandonos entre la lluvia y el sol. Sin embargo, no lo estaba respecto a lo segundo y no habría que culparle, ya que  muy pocos saben el secreto oculto tras el arco.

«Al final del arcoíris, una olla con un tesoro espera», reza el dicho popular. Asumiendo que «tesoro» se asociaba en ese entonces, a grandes cantidades de monedas de oro.

En el siglo XXVII, el gran investigador noruego Magnus Jeix, se dispuso a descubrir la verdad, verdad relatada en sus memorias donde cuenta sobre el verdadero tesoro encontrado.
Todo comenzó en la cueva «del cielo», ubicada en Finlandia, la cual estaba poseía dos particularidades. La primera es que estaba cubierta por pequeños cristales traslúcidos, distribuídos a lo largo de todo el suelo y la segunda es que, en el centro de la cueva, había una abertura en el techo de unos 30 metros de diámetro que permitía que la luz del sol penetrara, iluminando el lugar y a los cristales.
A raiz de esto, se producía un extraño fenómeno. La luz que ingresaba en los cristales, salía, en muchos casos, dividida en varios colores, provocando una especie de pequeños arcoíris distribuídos por todo el suelo.
A raiz de este curioso efecto, Magnus bautizó el lugar como la cueva «del cielo».

Luego de varios meses de estudio, concluyó que los cristales no estaba ordenados al azar, sino que había una caprichosa distribución que no podía comprender.
En sus memorias, cuenta que dividió a los cristales en dos categorías, los que estaban agrupados y los que no.
Dedicó sus estudios a descifrar a la segunda categoría ya que era la que más singularidad producía.
Muchas veces, se formaban conjuntos de dos cristales, aunque no siempre poseían la misma orientación, sino que cada grupo era distinto, provocando que las luces de colores se refrácten en desorden y en direcciones opuestas.
Cada caso era particular, sin embargo, uno le llamó la atención. Un grupo particular estaba orientado de tal manera que los arcoíris que producía no solo eran grandes, sino que se unian para formar un largo arcoíris contínuo de dos arcos. En otras palabras,donde terminaba el primero, comenzaba el segundo; Además de la curiosa forma, Magnus notó que, en la unión, la luz era distorcionada y no se podía distinguir con claridad el punto de encuentro entre ambas luces.
Este era el único caso donde ocurría y durante mucho tiempo, según relata, no obtuvo ningún resultado y la frustración le había vencido.
Era el último día que había decidido permanecer en la cueva al no haber podido descubrir nada más.
Al tomar su mochila, se tropezó con una inocente piedrita que estaba en el camino.
Poseído por una furia abrumadora, la pateó con tal fuerza que podría haber matado a una persona si le hubiese pegado en un certero lugar. Sin embargo, a pesar del fuerte golpe que le propinó, la piedra no produjo ningún ruido, incluso no había ni siquiera golpeado contra la pared de la cueva.
Este hecho lo dejó extrañado y, al seguir la trayectoria de la piedra, notó un cúmulo de luz más adelante, casi escondido entre las rocas.

«Al verlo quedé maravillado» Relata. «Era un grupo de no dos, sino tres cristales formando tres arcoíris distintos que convergían en un solo punto de unión y éste, una luz muy brillante se producía.»

Luego de exáminarlo por varios días, entendió que no lo había visto antes porque la luz iluminaba durante pocos minutos ese sector y era probable que nunca le haya prestado atención.

«El punto de unión era muy brillante, tanto que mis ojos se cerraban por voluntad propia al estar cerca y, al lanzar una nueva piedra, esta se perdía en el cúmulo y lo curioso es que no salía por el otro lado. Era como si algo la hubiera absorbido. Luego de varias pruebas más, con todo tipo de objetos, hice la prueba con mi propio ser e introduje el dedo índice de la mano derecha. Al hacerlo, mi dedo desapareció de mi vista, pero aún podía sentir su presencia aferrada a mi mano. Una extrña sensación me cubrió y decidí sacarlo.
Luego de ver que todo estaba en órden, me animé a meter toda la mano en el cúmulo de luz…» Se ve que hizo una pausa al escribir, como recordando aquella sensación.

«…mi mano fue llenada de calor, de libertad y de gloria. Sentía como si había recuperado la juventud, muy distinta a la sensación de frio que conservaba mi mano izquierda. En ese momento entendía que se trataba de un lugar de paz y calma, un lugar que no podía ser otro que el cielo mismo. Quería entrar en ese lugar a toda costa, pero por más que lo intentara, mi cuerpo no cabía en el pequeño cúmulo y entendí que debía buscar una puerta más grande, un triple arcoíris de tamaño suficiente para mi cuerpo…»

Eso fue lo escrito en la última página de las memorias.
La historia cuenta que luego se las entregó cerradas a sus hijos haciéndoles prometer que no las podrían leer hasta después de su muerte. Al entregárselas, Magnus emprendió un viaje y nunca más se lo volvió a ver.

Algunos dicen que encontró un triple arcoíris que lo llevó al cielo, otros que su cuerpo está oculto en alguna cueva, pero lo cierto es que nunca más se volvió a saber de él.