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Mi esposa

Que gran mujer es ella.
Un pilar al que subo cada día y me hace ver todo con grandeza.

Este no es un cuento, es mi realidad, la que vivo cada día.
Que grande es ella, la mujer que me espera cada noche al regresar del trabajo.
Mi Superman, como en algún cuento la llamé.
Arrodillado quedo frente a su inteligencia y pasmado ante su increíble memoria.
Siempre tiene una respuesta, una solución y siempre es la correcta, aunque duela.
Busca hacer las cosas bien, siempre con la verdad a su lado y con suficiente ética (copiada de mi). No miente y es sincera y eso le hace sufrir.
La verdad duele y daña y ella no sabe mentir y termina dañando y alejándose de las calumnias y sus dueños.
Portadores de falsedades no son bien recibidos y aquello le acerca a la soledad.
¿Empatía? Si, lo sabe pero ignora. Prefiere siempre ir con la luz que ocultarse bajo el lienzo de otro.
Momentos de tensión ocasiona la falta de aquel sentimiento. Momentos que se pueden evitar al entender que no siempre la crudeza es lo necesario, entendiendo que la vida no es una linea divisoria y que se puede vivir contento, cruzándola.
Ese es mi papel. A veces debo empujarla para que salte la división y rompa su dura coraza de hielo forjado en la soledad de la verdad. Le cuesta vender su ideal a cambio de felicidad. Verdad, tristeza y soledad antes de que falsedad, felicidad y compañía.

Matices y puntos medios. Le falta creer en ellos.
Admitir un error no te hace menos lista sino más humana. Es un ser de inteligencia racional y analítica y eso cierra puertas.

Pero es sabido que yo admiro su inteligencia y cuando se raja la capa de hielo forjado, aparece un ser de luz, de amor y sentimientos que me deja pasmado.
¿Quisiera que siempre fuera así? No. Pero yo creo profundamente en los matices y puntos medios y anhelo que ella sea siempre un ser de inteligencia mezclado con amor y dudas.
¿Dudas? Si, dudas de que no siempre las cosas son como ella cree que son, aunque acierte gran cantidad de veces. Dudas para permitirse dudar sobre cierta situación y no ponerse de un lado de la linea divisoria.
Hay algo especial en ella pero que ella misma bloquea y yo intento sacar.
Ella es una flor de loto, tarda en florecer, pero todo en ella será mágico y especial.

Que grande es ella, mi señora.
Jóvenes somos, futuros criadores de un alma que esperamos con ansias.
Al verla, hablándole a su vientre, a su piel, la sangre me entibia el rostro.
Amor a borbotones, lo veo y siento.
Que maravillosa es ella, mi esposa, que lleva esa alma con alegría, con sonrisa duradera, es un sol que ilumina.
Más bella me siento, me dice a menudo y nuevamente está en lo cierto.
Los pinceles de su cuerpo han cambiado de dirección. Curvas más pronunciadas aparecieron y no le molesta y lo disfruta.

Que grande es ella, mi mujer, que es paciente en la espera y que al mal se enfrenta, siempre con semblante de acero. Combativa en la batalla, en la guerra es un caudillo que ataca primero y es letal. Su ejército la abandona pero ella prosigue. Corazón de luchadora, se enfrenta sola a los molinos. Ahora me tiene a mi, a su Rocinante que siempre la acompaña, aunque ahora ya soy más como Sancho, me quedo atrás y no combato, solo observo y opino.

¿Amor? Mucho. Acumulado por tiempos de escasez. Un ahorro esperando ser gastado.
Demasiado a veces. Depender tanto de otra persona te vuelve vulnerable. Yo soy su talón maldito. Soy la espada de Damocles que pende sobre su cabeza. El hilo es de titanio, el más resistente de todos, pero los bordes son mera madera que debe ser mantenida.
Que grande es ella, mi amada, mi hada de la madrugada que me saca una sonrisa cada mañana.
Que grande es ella, mi alma tomada, que vela por mi de alba a alba.
Que grande es ella…

El odio

-Míralo a ese. Camina como si estuviese en su casa.
-Vienen a este país a aprovecharse de nuestra bondad. Nos quitan nuestros trabajos en medio del paro y ni siquiera nos lo agradecen.
-No deberían permitir que entren, debemos hacer algo. Están atentando contra nosotros, contra nuestro futuro.
-Si, que se vayan a su casa. Gente así arruina nuestra economía. Parásitos mantenidos.

Dos hombres discutían en las calles de Madrid. Frente a ellos, una pareja de origen sudamericano caminaba tomados de la mano. El hombre llevaba puesto el típico uniforme de barrendero, mientras que la mujer vestía de forma casual.
Caminaban lentamente.

-No es la vida que imaginaba para nosotros, mi amor- le dijo la mujer.
-Lo sé. Pero es esto o volver a casa sin posibilidades de un mejor futuro para nosotros y para nuestro hijo.
-Trabajas limpiando las calles, tú, que fuiste gerente ahora barres el suelo y no me dejas ayudarte.
-Ocúpate de tu panza, de Maicón que está creciendo y yo me ocuparé del resto. Empezamos de abajo, cariño. Por lo menos tenemos trabajo y gracias a este barrido tenemos casa.

La pareja se abrazó y se despidió con un tierno beso. Él debía regresar al trabajo.
Después de todo, barrer y asear las calles era un laboro bastante tranquilo.

-¡Vete a tomar por culo, venezolano!
-¡Lárgate de este país, escoria sudaca!

Los dos hombres españoles comenzaron a gritar, queriendo molestar al barrendero. Los comentarios de odio no parecían afectarle, no era la primera vez que los recibía.
Otros españoles que atestiguaron los gritos brindaron su placaje.

-Déjalo en paz, gilipollas- dijo un hombre
-¿Qué te ha hecho él a ti? -agregó una mujer bastante mayor.

Los dos agresores discutían con los transeúntes que salieron en defensa del trabajador, mientras que otros daban palabras de aliento.

-No creas que somos todos así, hombre.
-Los españoles somos buenos, no le hagas caso a un grupo de porculeros.

Un hombre mayor, un futuro padre de familia, un hombre de casi dos metros de altura, de piel morena y de mirada fría se puso a llorar desconsoladamente.

-Vine aquí por un mejor futuro para mi y para mi esposa y mi hijo. No vine por ganas, vine por ellos, para darles una vida de paz. Dejamos a nuestras familias y comenzamos de cero. No es justo lo que dice, no somos escoria- dijo entre sollozos.

Dos hombres mayores le brindaron una mano para que se levante del suelo.

-No nos tienes que explicar nada, hombre. Si quieres estar aquí, lo estás y punto. Al que le moleste, que le den.
-Si. No nos tienes que dar pena. Tu estás trabajando, haciendo algo que la mayoría de nosotros no quiere hacer. Tienes más dignidad que esos dos. Venga ya, seca esas lágrimas.

-Gra…gracias-tarmatumeó el venezolano mientras tomaba sus cosas y continuaba, como podía, con su trabajo.

Historias de odio hay muchas, las vemos y escuchamos por todos lados.
Ser distinto en cualquiera de sus formas, ser de otra nacionalidad, de otra religión, de otro color de piel, bajo, gordo, cualquier cosa puede ser usada de adjetivo para el juego del racismo.
Un odio interno que poseen ciertas personas que asumen la vida del otro y se permiten juzgar de forma gratuita para satisfacer sus necesidades internas de bronca.
Cualquier motivo es suficiente, lo importante es catalogar y no poseer empatía, es decir, no ponerse en el lugar del otro, en sus zapatos y no conocer su vida.
¿A quién no le ha pasado? ¿Quién no lo ha sufrido?
Yo lo viví (y lo sigo viviendo) en carne propia por mi religión. Soy judío y me gusta serlo. Me gustan las tradiciones que me enseñaron y me gusta la historia del «pueblo elegido». Pero, dejando de lado la religión, que salvo algunos días de festividades, el resto del año está dormido y no forma parte de mi yo cotidiano, sin embargo, en mi corta vida me han dado muchos adjetivos humillantes por el mero hecho de pertenecer a una religión, sin siquiera conocerme. Narizón, usurero, asesino, Hitler, jabón, víctima y un sin fin de palabras me merezco, según ellos, al pertenecer a una minoría.
Ser cristiano está bien, es ser alguien puro y bondadoso. Ser un buen cristiano es una expresión típica por mis pagos. Pero recordarles la historia de los asesinatos cometidos en nombre de Cristo está mal y decirles que ahora predican la paz luego de someter al mundo con su espada durante siglos, está aún peor.
Ser parte de una minoría automáticamente te descalifica para todo, como me contó un amigo una vez:
-No sábes las mujeres que hay. Carlota es mía, pero sus amigas están, uff, ni te imaginas.
-Prefiero quedarme en casa.

El otro de los jóvenes, que escuchaba la conversación en silencio, interrumpió.

-Ni de coña. Tu te vienes con nosotros.
-En serio, prefiero quedarme.
-No seas cagón. No le diremos a nadie que éres judío, ¿vale?
-¿Piensas que eso es lo que me jode?
-Claro. Porque las amigas de Carlota pensarán que, como sois judío, la tienes pequeña.
-Y tendrán razón, pero eso no me molesta.
-¿Entonces? Venga ya tío, no te hagas el misterioso.
-Ya saben por qué.
-¿Aún sigues con esa tontería de que eres gay?
-No es ninguna tontería.
-Vamos, tío. Ya tienes bastante con tu religión como para agregar eso de que te molan los tíos.
-Por eso no quiero ir. Me van a presionar para que me líe con una chavala y no quiero.
-Pero si están buenísimas. Vamos, incluso te dejo a la Carlota para ti solito.
-Que no.
-Que te den, jodido maricón.

Mi amigo me contó que esa fue la última vez que volvió a ver a esos amigos.
Un poco exagerado, le dije, pero nunca se puede anticipar como van a reaccionar las otras personas. Yo he perdido amigos por apoyar a partidor políticos distintos, que es una tontería como para perder una amistad.
Odiar a otros, hablar mal de esas personas, descargar la ira acumulada que tenemos junto con nuestras frustraciones nos hace sentirnos mejor con nosotros mismos. Centrarse en la desgracia ajena, acusando a un tercero de cosas que no conocemos nos hace unir con otras personas y nos vuelve populares.
Odiar te da satisfacción y te vuelve popular y por eso la gente lo hace sin importar las consecuencias.
Odiar es un pasatiempo que nunca pasará de moda y solo nosotros, las «víctimas» lo entendemos y sufrimos.

Odiar te hace congeñar y es por eso que es tan popular.

Ingenuo amor (final)

-Prometeme que esto- le dije, señalando a sus muñecas en recuperación -no va a pasar más.

-Te lo prometo- me respondió, pero no le creí.

-En serio te hablo. No sos una loca demente, no necesitás esto ni tampoco drogarte.

-No me jodas, en serio. Dejame hacer lo que se me cante el ogete.

Sabía que no iba a ser fácil.

-¿Querés el cuchillo? No te das cuenta lo mierda que estás ahora. Cortándote, drogándote, sin estudiar, sin trabajar…

Parecía que mis palabras empezaban a tener efecto.

-¿Estudiar? Si lo intenté y no aprobé.  No sirvo para nada, soy tonta.

No me animaba a hacerle daño. Era verdad, no era buena para las ciencias duras y estaba empecinada en estudiar esas carreras.

-Intentalo de nuevo. Seguro que te va a ir bien -mentí. -Yo te ayudo.

Ella me sonrió y trajo los ejercicios de matemática del examen. En mi cabeza eran sencillos, pero para ella eran como escalar una montaña sin llevar un tanque de oxígeno.

-Es una mierda todo, soy una tarada- lloró.

-Vamos. No son tan complicados, un poco de paciencia solamente.

-No. No los entiendo, no quiero más.

-Bueno. No te queda otra que elegir otra carrera.

-Ni loca.

Caminar por el campus universitario con sus apuntes de ecuaciones, sentarse en la biblioteca llena de gente lista y aspirar el aire de una de las carreras más difíciles que se puedan hacer le llenaba intelectualmente y no quería perder esa sensación.

-¿No te das cuenta que no sos buena en matemáticas?- exploté.

Me acurruqué a su lado. Tenía miedo de su respuesta, pero quedé gratamente sorprendido por la reacción, como si lo único que necesitara era que alguien le hablase de esa forma.

-Tenés razón. Tenéz toda la razón. No sirve que lo siga haciendo. ¿Qué carrera puedo hacer?

La respuesta era tan obvia para mi como para ella.

-Arte- le dije, levantando un brazo.

Sus dibujos eran muy buenos. Su trazo limpio y prolijo y era creativa en sus diseños. Sin embargo, en su cabeza era una carrera de poco prestigio. Debía hacer el cambio de mentalidad antes de comenzar.

A la mañana siguiente me llamó para decirme que lo va a hacer y me pidió que la acompañe para anotarse. Se la veía contenta y más aún lo iba a estar con la noticia que yo tenía para darle.

-Te conseguí trabajo. Medio tiempo como asistente en un pequeño negocio de ventas. Un trabajo sencillo y que te va a dar un poco de dinero.

Aquel fue el principio de la nueva vida que le ayudé a que tenga y noté como poco a poco ella fue madurando.
Había hecho un cambio tan grande que ni siquiera los padres, que se habían reconciliado, lo podían creer, pero nadie, absolutamente nadie, me dio crédito por ello.
Lejos habían quedado las drogas y las mutilaciones y, al parecer, también yo.
Me evitaba, no me hablaba y casi no nos veíamos. Menos que menos hacíamos el amor, una práctica que quedó en desuso en nuestra relación.
Con el paso del tiempo, ella ya había logrado una nueva vida, muy distinta a la anterior y en sus planes no estaba yo.
Pensé erroneamente que haberle salvado la vida fuese suficiente como para que se quede a mi lado, pero fue todo lo contrario y fue el punto del fin para mi estadía en su corazón.

Después de 4 años de relación, me llegó el rumor que ella estaba en una relación formal con otro, mientras que estaba «oficialmente» conmigo. En las fotos de las redes sociales los describía como un amigo, un amigo que luego pasó a tener derechos y que finalmente se convirtió en su pareja y todo esto a mis espaldas porque las fotos que subía eran privadas y además yo no era miembro de aquella flamante red social.
A pesar de todo yo seguía feliz. Tenía novia que por fin era feliz y aunque la veía poco, me imaginaba un futuro más serio, juntos. Yo estaba seguro que me amaba tanto como yo a ella, pero como dice la canción, todo tiene un final y todo termina.

A punto de entrar a rendir un examen parcial, me suena el móvil. Era ella pidiéndome que nos veamos de forma urgente.
Acudí al lugar de encuentro, una casa de comidas rápidas y apenas nos sentamos a comer me dijo que ya no quería continuar juntos y me confesó que estaba saliendo con otro y que estaba enamorada de él.
Después de incontables engaños, despues de haberle salvado la vida, después de ayudarla a crecer, después de tratarla durante años como una reina, me pisotea y me deja tirado en al arcén, dejando mi corazón destruido frente a la mirada de varios comensales.
Quedé mal. Me costó regresar a mi casa. Mi caminar era lento y desganado. Lloré, lloré mucho encerrado en mi habitación y no quise salir en varios días. Mis padres se preocupaban por mi pero yo fingía que estaba bien y que estaba estudiando. Les mentía todos los días para que me dejaran solo, solo con mis lágrimas.
Desde aquel primer día la llamé una y mil veces. No atendió ninguna de las llamadas.
Agoté todo el saldo del móvil en mensajes de amor y no recibí ninguno.
Fui a buscarla a la salida del trabajo pero nunca la encontraba.
Había desaparecido y en un mes de que me hayan dejado, solamente recibí un mensaje de texto de su teléfono diciendo que no la busque más.
Mi cabeza no lograba entender como había llegado a esta situación y qué es lo que había hecho mal. Le mandé varios mensajes pidiéndole disculpas por todo y que quería estar con ella. Tenía miedo a quedarme solo por el resto de mi vida, a pesar de que por dentro sabía que iba a estar mejor sin ella.

Y así los días fueron pasado, luego las semanas y los meses y yo pensaba cada día en ella. Veía las fotos y añoraba volver a aquellos tiempos de felicidad.
Ya no le mandaba mensajes, pero revisaba las fotos que colgaba en Internet examinando que tenía el otro que no tenga yo. Más dinero era lo obvio. Mientras que yo apenas podía pagar unas cenas en restaurantes y algunas salidas y regalos, con el otro ostentaba una buena vida de viajes, autos y departamentos propios.

Pasado un año me permití olvidarla y comenzar a sonreir nuevamente.
Había conocido a una chica, quien sabe como, que poseía una mirada tierna.
Ella realmente me quería, se le notaba en el rostro.  Se trataba de una persona totalmente distinta a mi primer amor.
Tiernos abrazos, dulces besos y dueña de un corazón noble. Más de una vez me sorprendió planificando salidas según mis gustos. Que se interesaran en mi era una nueva sensación.
Geacias a ella pude comenzar a olvidar, pero la herida dentro mío no estaba cerrada y los puntos se abrieron cuando recibí su llamada.

-Necesito verte urgente- me dijo sin posibilidad de negarme.

Mi cabeza fue una nube de pensamientos y tenía miedo a caer nuevamente en sus encantos.
Mis miedos y temores se hicieron realidad. Ella estaba exactamente igual que la última vez que la vi. Me saludó con un beso en los labios, que no esperaba y no pude evitar, y me habló incongruencias sobre llamados que podía recibir y posibles amenazas. No entendía nada de nada pero tampoco prestaba atención a lo que decía. Estaba inmerso en su ser, nuevamente había quedado cautivado por sus encantos.
Pocos minutos después, se despidió y yo volví a ser quien era un año atrás.
Me separé de la pareja que tenía y me enfoqué en volver a conquistar a aquella misteriosa mujer.

Regresé a mi amargura y soledad, incrementada ahora por el enojo de otra mujer a la cual dejé cruelmente.
Volvieron a pasar los días, las semanas y los meses y yo seguía estando triste.
Casi un año después, luego de un esfuerzo sobrehumano mío de evitar a toda costa ver sus fotos en Internet, decidí volver a verla para poder encararla y cerrar esta historia. La cité en una pizzería y le obligué a que fuera, me lo debía. Quería terminar con todo esto.

Quería terminar con el ingenuo amor.

Ingenuo amor (parte 5)

Por dentro sabía que me engañaba, pero no quería admitirlo. Yo estaba feliz y era todo lo que me importaba.
Era tan evidente que hasta mis amigos, los pocos que me quedaban y mis hermanos me decían que no podía estar más con ella.
No les hice caso a ninguno y de a poco los fui apartando. No creía en sus palabras, no creía que lo hacían por mi. Suponía que todos estaban cansados de verme tan contento y con tanta vida que querían que vuelva a ser el tímido papanatas de siempre.
El tiempo les dio la razón, a cada uno de ellos y por suerte para mi, el tiempo no fue cruel y me permitió volver a juntarme con quienes aparté en mis momentos de falsa alegría.

Yo estaba en mi segundo año en la carrera y ella había terminado el secundario y deseaba seguir mis pasos en la facultad, queriendo perseguir un imposible.
En el colegio público no le brindaron una base matemática y hacer el ingreso en la universidad le fue imposible, literalmente. Yo sabía que no poseía gran inteligencia analítica pero no pude decir que no al verla todos los días en el campus.
Dentro de ese periodo, sus padres se separaron y ella se mudó, junto a su madre, a la casa de sus abuelos en las afueras de la ciudad a más de una hora en transporte público de mi.
Salvo en la facultad y los sábados, ya no nos veíamos y eso causó un mayor deterioro en la relación. Se la notaba muy triste, aún más cuando le dieron las notas del curso de ingreso y en matemáticas y física su inminente cero se hizo presente y no le fue permitido el ingreso a la carrera.

Al poco tiempo, a mis oídos me llegó la versión de un nuevo cuerno sobre mi cabeza. De estas versiones me llegaban muchas, pero no le daba importancia a ninguna, yo confiaba en ella. Sin embargo, esta vez vino con evidencia en video y no lo pude negar.
Fui a su casa sin siquiera saber si estaba o no en ella, decidido a acabar con todo esto. Estaba ya cansado de tantos rumores de engaños que podían ser ciertos. ¿Qué valgo yo en todo esto?

Casi una hora después, llegué y toqué timbre. Todo el tiempo del viaje lo agoté repitiendo las palabras para dejar y terminar todo, pero nada me preparó para lo que estaba por ver.
Me abrió la puerta un zombie, una persona más viva que muerta. Pálida, completamente blanca estaba. Su bronceado de color dorado había desaparecido. No podía creer su estado si la había visto apenas una semana atrás.
Prácticamente se derrumbó en mis brazos, sin fuerzas.

-Tengo hambre, mi amor- me dijo en un susurro.

Me acongojé. No pude pensar en nada más que ayudarla.
Salí corriendo a comprar algo de comer tanto dulce como salado y volví a su lado.
Ella comió como pudo y se quedó dormida. La llevé a la cama y le saqué el abrigo al acostarla y al hacerlo, entendí todo.
Sus muñecas, tapadas por el suéter estaban cubiertas por una gaza blanca manchada de rojo.
No podía creer lo que mis ojos estaban viendo. Revisé su cuarto y en un rincón encontré dos cuchillas de afeitar con el filo cubierto de sangre.

«Dios mío» pensé.

Me quedé a su lado, mirándola con pena. Sabía que no estaba pasando por un buen momento, pero tampoco creía que pudiese llegar a tanto.
No había nadie más en la casa, todos se habían ido de viaje salvo ella que se quedó con la excusa del estudio.
Unas horas después, despertó, si cara estaba tomando color.
Al abrir los ojos y verme, lloró. Me confesó que me había engañado con un amigo y me contó que no recordaba nada más porque le habían dado para fumar y ella fumó más de la cuenta (aunque para mi, un poco ya era más de la cuenta).

-Calma, calma- le dije al ver que volvía a ponerse pálida.

Las heridas se le volvieron a abrir y se quedó dormida nuevamente, momento en que aproveché para salir a comprar alcohol y gazas nuevas para limpiar los cortes.
Durmió hasta entrada la noche, cuando despertó, miró sus cortadas y me habló con su tierna voz angelical.

-Gracias-me dijo, sin fuerzas. -Me salvaste la vida

«Me salvase la vida», unas palabras que me rompieron el corazón. No podía dejarla, no podía abandonarla. Estaba en un pésimo momento y yo debía ayudarla. Todo lo demás, los engaños, las mentiras y las drogas habían pasado a segundo plano.
Me propuse sacarla de aquel pozo y encaminarla a lo que yo creía que era una vida correcta de estudio y trabajo.
Seguía siendo la mujer de mi vida y ahora yo era el de la suya, el que la había salvado y eso nunca lo olvidaría.

Ingenuo amor (parte 4)

En aquel entonces vivía volando. El cielo me quedaba muy abajo y sentía que moraba en el paraiso.
Aquellas primeras sensaciones de placer eran muy grandes para mi pero pequeñas para ella que buscaba constantemente nuevas posibilidades, nuevas poses y nuevas formas de amor.
Terminaba el año escolar, me graduaba del secundario y llegaba el momento en que se organizaba y planeaba el viaje de egreso del colegio. Durante aquellos meses su actitud cambió y se volvió fría y hostíl conmigo.

-Te querés ir para acostarte con todas las mujeres que te encuentres. Admitilo.

Aquella frase se repetía constantemente. Demostró ser muy celosa, hasta llegar a límites insospechados para mi en ese entonces.
Gritos, amenazas, llantos, incluso varias veces me dijo que si me iba nuestra relación se terminaba.
No podía comprender que le pasaba por la cabeza, pero le aseguré mil veces que no pasaría nada durante el viaje.

-No va a pasar nada, quedate tranquila.

-No te creo- me reprochaba.

-¿Cómo querés que te lo demuestre? -atiné a decir.

Ella pensó durante un momento y se fue de la habitación, regresando unos segundos más tarde con una birome y una hoja de papel. Me entregó una nota de compromiso.

«Yo…» tenía que completar mi nombre «me comprometo a no engañar a…» tenía que poner el de ella «y a no olvidarla durante el viaje…»
Una nota comprometiéndome a serle fiel y llamarla todos los días. Una nota que en su momento consideré muy tierna y un lindo gesto. Ella era el amor de mi vida, mi primer y único amor y no quería hacer nada para perderla. Quería estar con ella para siempre y ahora sabía que ella también quería lo mismo.
Luego de eso, la sonrisa le regresó al rostro, pero con ciertos matices falsos. Ella estaba más segura que yo que algo pasaría en ese viaje.

El viaje y llegó y se fue como una estrella fugaz. Todo había pasado demasiado rápido y no veía la hora de volverla a ver. Fueron diez días alejados de mi familia y sin embargo solamente pensaba en verla a ella.
El recibimiento que me dio no fue el abrazo que esperaba y mantuvo distancia al reprocharme que me había acostado con otras mujeres.
Mi cara de alegría por verla se borró y fueron reemplazadas por una más sombría.

-No hice nada- le reproché.

Ella no lo creía. -No me mientas, ya me lo contaron- recriminó.

-¿Quién?

-Mis amigos, todos me dijeron que en el viaje se está con mucha gente.

-Son todos tarados, no estuve con nadie más. Yo te quiero a vos. -intenté abrazarla pero me apartó.

Aquella tarde ella permaneció en silencio. Yo intentaba hablarle pero era todo en vano, mis palabras no penetraban en su gélida armadura.
Me senté en la computadora para jugar y distraerme un poco y fue allí cuando todo comenzó.
Ella había dejado el programa de chateo abierto. La última conversación que había tenido era reciente y era con su mejor amigo. Al subir en la conversación pude leer frases como «Te va a engañar», «Es obvio que te engañó», «Es un tarado».  Era evidente que yo no le caía bien, sin embargo lo siguiente que leí fue mi primer límite. «Me gustó mucho lo del otro día, sos una genia. Quiero repetirlo».

Yo era demasiado ingenuo pero aquello ya saltaba a la vista. La llamé, le mostré la conversación y  su actitud se volvió amenazante.

-¿Quién te dio permiso de leer mis conversaciones?

-¿Qué es esto?- le reproché, ignorando su evasiva.

-Nada- respondió, mirando hacia un costado.

-¿Todo este tiempo diciéndome que yo te engañe con esta y con la otra cuando la que me engañó fuiste vos? -levanté la voz.

Ella seguía mirando al suelo, estaba callada.

-¿Cuantas veces fueron?

-Una -respondió en un susurro.

-No quiero que lo veas mas -fue todo lo que se me ocurrió y fue el punto de partida que ella utilizó para el contrataque.

-Es mi amigo, lo voy a ver las veces que quiera y vos no tenés nada para criticarme porque se bien que te acostaste con varias durante el viaje.

Yo no lo podía comprender. No solamente yo no había hecho nada sino que ella fue la que engañó y encima lo criticaba.
Aquel día nos separamos y no nos volvimos a ver hasta la mañana siguiente cuando se me acercó, me dio un beso en la mejilla y me pidió perdón con una voz angelical.
Yo la perdoné y aquella situación quedó en el olvido. Aún sellaba con fuego mis palabras de que ella era la mujer de mi vida, sin embargo, le había abierto la puerta para que se salga con la suya en este tipo de situaciones.

Ingenuo amor (parte 3)

A los pocos días la pasé a buscar por la casa.
Ya nos habíamos dado aquel primer beso y ahora tenía mis dudas sobre como debía saludarla. ¿Debía de darle un beso en la mejilla o en los labios?
Era un mar de nervios y preguntas. Era todo nuevo para mi y no sabía como debía reaccionar.
Contrario a mi, ella era decidida con lo que quería y sin dejarme entrar en dudas, me saludó con un fuerte beso en la boca.

«Bien» Pensé. Una pregunta menos. De ahora en más la saludo con un beso en la boca. «Vamos avanzando» me dije.

Pasaron los días y semanas. El año finalizó y comenzó uno nuevo.
Con dieciseis años estaba cursando el último año del secundario. Era el más joven de la clase por un gran margen siendo que algunos chicos estaban próximos a alcanzar la mayoría de edad.
Me adelantaron un año escolar gracias a mis notas, pero la inteligencia analítica que tenía para el estudio no se traducía en inteligencia emocional y es por eso que caí en el ingenuo amor.

Mi cabeza dejó de pensar en el estudio, aunque en realidad nunca lo hacía, y se concentraba en estar con ella, en oler su perfume, en sentir tu tacto y en disfrutar del sabor de sus besos.
Yo me sentía más cómodo y relajado y ya me animaba a besarla en los momentos en que quería. Ya no le tenía miedo al contacto de nuestros labios, sin embargo aún faltaba algo.
Faltaba el contacto físico, el roce de nuestros sexos.
Finalmente llegó el día, no lo planeamos pero lo pensábamos en silencio. No solo sería nuestra primera vez juntos sino que sería la primera vez de cada uno.
Acostados los dos en su cama, nos tomamos de la mano y nos comenzamos a tocar, sintiéndonos. Luego tomé un preservativo y me lo coloqué como pude. Me puse encima de ella y la miré a los ojos. Ella me miraba fijo, su cara totalmente roja, mezcla de excitación y de temor.
En ese momento intentaba pensar en ella. Sabía que la primera vez era dolorosa para una mujer, pero la verdad es que pensaba en mi y en estar concentrado para que los nervios no me ganen.
Lentamente comenzamos. Yo me puse rojo, a tono con el color que ella ya tenía. Aquella primera sensación de pentración es algo que no se olvida. Escuchar el ruido que generaba mi movimiento, verla a ella apretar los dientes por el dolor que sentía y notar como nuestros cuerpos se incendiaban era un festín de emociones.

-Pará, pará.-me dijo en voz baja.

No habían pasado ni dos minutos desde que comenzamos hasta que nos detuvimos, pero ella ya no aguantaba el dolor.
Le hice caso, me detuve y al retirar mi miembro de su sexo, lo ví rojo, totalmente cubierto de sangre y me preocupé.
Le llené de preguntas de que si está bien y de que me disculpe por lastimarla. Creía que el dolor y la sangre se lo provoqué yo y me sentía muy mal por eso.

-Perdón, perdón- le insistí.

Finalmente me explicó que el dolor y el sangrado son normales la primera vez y que no debía preocuparme.
¿Cómo iba a saber yo eso? Si era un tonto niño ingenuo. Igualmente no pude dejar de sentirme culpable por lastimarla.
Comenzaba a tratarla como una reina, haciéndome a mi responsable de todo el sufrimiento que ella tenía y convirtiéndome en el paladín de su felicidad.
Si discutía con sus padres era mi deber calmarla. Si le iba mal en el colegio era mi deber ayudarla. Si salíamos a la noche, era mi deber acompañarla a la casa para asegurarme de que llegue a salvo y si me engañaba era mi deber perdonarla al creer que era por mi culpa que lo hacía, pero para esta parte aún falta y en este momento la relación estaba en su esplendor.

Poco a poco fuimos haciendo el amor sin llegar al climax, preparando el terreno para dejar de lado el dolor y abrazar el placer. Debo mencionar que yo seguía siendo tímido para el sexo, pero ella floreció como un jazmín en primavera y su aroma fue intoxicante para todo hombre y mujer que se le cruzace.
Luego de ocho meses de relación, finalmente logramos tener una buena y completa sesión de amor.
Había abierto la puerta a un mounstruo de gran apetito lascivo y yo lo estaba disfrutando.

El populismo radial

«-Hoy, recorrí las calles de tierra, de la Villa amigos. Un lugar, con gente humilde, con gente cariñosa. Un lugar, con gente. Con gente olvidada.

Las pausas al hablar eran a propósito. Intolerantes para muchos, pero efectivas en su cometido de resaltar cada palabra dicha en pequeños discursos.
Una mujer, elegántemente vestida, hablaba al micrófono en una pequeña sala cerrada.
Afuera de la sala, un hombre uniformado la miraba con ternura, mientras que otro se encargaba de transmitir el programa que se emitía una vez a la semana.
La mujer hizo una pausa y se acomodó el cabello cepillado y peinado. Su anillo de compromiso de oro y diamantes le estorababa y se lo quitó junto con el brillante y pesado collar que le molestaba al hablar. Dejó ambos artículos costosos a un lado y continuó.

-Sus calles de tierra, sus casas de tierra, sus manos y sus caras cubiertas de tierra, por no tener ni siquiera agua para asearse. Ellos son, los verdaderos pobladores, de nuestra sociedad, los que luchan, día a día, sol a sol, por un país mejor. Duermen en casas sin techos, en camas, sin colchón, pero ya no más. Hoy, repartí, colchónes, para que ellos, sintieran, como deberían dormir, no hoy, sino siempre.

Una nueva pausa intencional, creada para que la noticia de un mayor impácto.
La mujer ya había entrado en calor y quería continuar. Se desabotonó el primer botón de la camisa, dejando al descubierto una pequeña porción de sus pechos y se arremangó las mangas. Hablar y actuar le gustaba más que cualquier otra cosa.

-Ellos sonrieron. Gente humilde, gente trabajadora, como yo lo fui, como lo sigo siendo. Gente feliz de saber, que pueden tener, algo mejor y que nosotros, se lo podemos dar.

La hora se le pasaba rápido y en ocaciones debía ser cortada y sacada del aire para respetar el horario del siguiente programa.
Durante años el programa mantuvo la misma metodología, una mujer hablando durante una hora de lo que repartía a la gente humilde. Colchones, comida, heladeras, radios, incluso una vez repartió vestidos de novia y maquillajes, para que las mujeres se pudieran casar y exigió a las iglesias que brinden sus servicios de forma gratuita. ¿Te imaginas? Personas que desconocían lo que era un casamiento, encantadas con todo el trato que se les brindaba»

El anciano finalizó la historia.

-De esto pasaron casi cien años, y la situación de aquellas personas no mejoró en absoluto. ¿Qué entiendes de todo esto?- le preguntó al niño que lo escuchó atentamente durante todo el relato.

El chiquillo pensó un momento. A pesar de su corta edad, era una persona muy despierta y los doctores habían dicho que poseía una inteligencia muy superior a la media.

-¿Qué hablar por hablar no sirve? -arriesgó.

-Puede ser, pero no es todo. ¿Qué más se te ocurre?

El niño volvió a pensar y esta vez sonrió al creer que estaba en lo cierto.

-¿La mujer de la historia quería que la gente la reconociera? -preguntó.

El anciano asintió con la cabeza, indicando que se adentraba en el camino correcto.

-¿La mujer de la historía repartía cosas solamente cuando hablaba en la radio?

-Creemos que si, pero no te lo puedo asegurar.

-¿Y solamente le repartía a los pobres?

-Así es. Solamente repartía cosas en los sectores más humildes.

Federico no parecía tener trece años, razonaba como una persona mucho mayor, aunque con la ingenuidad propia de un nene.

-Pero dijiste que se vestía de forma elegante. ¿Repartía cosas vestida de esa forma?

-Si siempre vestía así no lo sé, Fede, pero en las fotos si estaba elegante.

-Abuelo, el hombre que estaba con ella al principio, ¿era policia?

-No, era militar.

-¿Y por qué repartía ella las cosas y no lo hacía el ejército?

Su abuelo lo miró. Sus preguntas le sorprendían.

-El ejercito si repartía, no creas que por que lo decía en la radio, entonces era la única que lo hacía.

-Pero vos me dijiste que la radio cuando apareció era más importante y más escuchada que el video con mayor cantidad de visitas de YouTube.

-Así es, en esos tiempo la radio era la única forma en todo el mundo de que las personas se enteren de lo que sucedía y la gente creía que todo lo que se decía era verdad, salvo cuando se trataran de las novelas de jabón.

-Entonces, ¿por qué el ejército no anunciaba que ayudaba?, como lo hacía ella.

-Porque no hacía falta anunciar cada buena acción. La mujer de la historia solamente hacía las cosas para su propio beneficio.

-¿No le importaban las personas a las que le daba cosas?

-Para nada.

-¿Y por qué lo hacía? Abuelo, por qué hacían esas cosas si no eran verdad.

-En sus cabezas lo creían cierto, Fede -le respondió su tata, con ternura. Allí está la clave de todo esto. En sus cabezas creían que ayudaban, pero en sus actos solamente les dieron falsas esperanzas.

-Dales pescado y dependerán de ti durante toda su vida. Dales una caña y muéstrales como pescar y ya nunca más pasarán hambre» -recordó el muchacho. -Les daban pescado para que dependan siempre de ellos. ¿Ese es el punto de la historia? -finalmente atinó a decir Federico. -¿Que les daban pescado para que no mueran, pescado con papas y vino para darles algo mejor y que sean felices hoy, pero nunca les enseñaron a pescar para que no dependan de nadie más?

El abuelo miró su relój. La hora era tarde y la orden de dormir emanó del viejo.

-Abuelo, ¿la mujer de la historia fue una mujer de verdad? -le preguntó su nieto, al acostarse en la cama.

El abuelo le sonrió mientras apagaba la luz.

-Buenas noches, mi amor -le dijo al salir.

Luego dio unos pasos en silencio «Si todos pensaran como él, que distinto hubiese sido todo».

El gran gladiador

-CON USTEDES, EL GRAN GLADIADOR- anunciaba el presentador del espectáculo.

Los rumores de que si ganaba esta batalla sería liberado de la esclavitud eran demasiados y habían llegado a los oídos de Austríx. Estaba muy emocionado y ansiaba que el espectáculo de sangre de comienzo. Deseaba derramar la sangre de su enemigo sobre la arena sagrada y coronarse campeón de los juegos de primavera.
Confiaba en que sería su última batalla y podría descansar de su triste vida como luchador.
Ansiaba con caminar por la ciudad, saludar a las personas y llevar una vida normal.

La leyenda de Austríx comenzó cuando tuvo una idea radical para la época.
Decidió abandonar el cuerpo tallado en marmol que poseía para dar paso a un cuerpo entrado en carnes, cubierto por una densa capa de grasa que hacía las veces de coraza protectora.
Tuvo esta idea al ver como un cerdo salvaje, muy gordo, salvo su vida cuando la lanza que lanzó un compañero apenas le dañó, al cazar.
Desde entonces decidió cambiar su dieta por trigo, cebada y alimentos que le brindasen un mayor cuerpo, o como él decía, mayor protección.
Verlo entrar en la arena la primera vez fue raro, el público ya no lo reconocía por el drástico cambio que había tenido, sin embargo, su plan funcionó perfectamente y las heridas que recibía eran superficiales, haciendo que se recupere rápidamente. La gente comenzó a creer que era inmortal, un Dios guerrero.
Pero para él, había sacrificado velocidad por protección y le había sido útil.
Al poco tiempo, cada escuela de gladiadores contaba con su luchador obeso, pero ninguno alcanzaba la superiodidad del invencible Austríx. Su leyenda se fortaleció tanto hasta el punto que ahora enfrentaba al último enemigo de su vida.

Al ganar,  a Austríx le fue ortogado el Rudis, la legendaria espada de madera hueca que simbolizaba su libertad. Ligera como el aire y tallada con sus victorias de sangre en la arena. Aquel era el símbolo de una nueva vida, ya no era un esclavo y no combatiría a muerte nunca más.
Austríx sostuvo la espada, la miró y quedó en silencio mientras la multitud aclamaba su nombre.

-Austríx, desde ahora éres un hombre libre. Dejarás las arenas de combate y vivirás en la ciudad, como un ciudadano romano más. Buscarás un oficio, pagarás impuestos, tendrás tu casa y formarás una familia donde criarás a hijos lejos de la sangre que te dio esta nueva vida.

Al escuchar esas palabras y comprender las responsabilidades a asumir, la idea de caminar por las calles de Roma y de llevar una vida normal se esfumaron. Su corazón dudó y se encogió. Ya no quería esa vida y estaba siendo obligado a llevarla.

-No conozco otra vida y ya superé 30 inviernos. Yo no puedo vivir como un ciudadano más. Lo siento, pero me he dado cuenta que quiero continuar aquí.

Su lanista no entendía las palabras de aquel hombre libre.

-¿Acaso quieres continuar con esta vida de penas, dolor, sangre y muerte? -le preguntó, indignado.

Austríx lo pensó durante unos instantes y su respuesta fue positiva.

-Soy gladiador y eso es todo lo que se ser. Quiero permanecer en mi rituna, si me lo permites.

Su lanista aceptó con gusto, para él, la presencia de Austríx simbolizaba grandes sumas de dinero y no lo desaprovecharía.

Después de todo el esfuerzo y sacrificio para obtener la libertad, Austríx continuó siendo gladiador, permaneció en su rutina diaria y no la cambió por nada más. De alguna forma, se había acostumbrado a esa vida y al caber la posiblidad de perderla, decidió permanecer en ella.

¿La respuesta de Austríx les parece erronea?
¿Debería haber elegido la libertad?
¿Debería haber intentado escapar de la rutina y comenzar una nueva vida?
Austríx decía que era gladiador y que solo eso sabía hacer, ¿no les pasa a ustedes día a día?
¿No nos animamos a cambiar solamente por el hecho de estar cómodos en lo que hacemos?
La rutina es peligrosa, es un arma de doble filo y debemos desafilarlo para que no nos afecte.
Debemos reinventarnos para que, cuando tengamos nuestro objetivo de libertad, no demos marcha atrás.

Inevitable

Maldito, maldito, maldito, maldito. No me quiero ir, no así. No es justo. Por favor no.

Maldito sea el conductor del camión que decidió cruzar, sin importarle quien pasaba pasaba frente a él.
Maldito sea el conductor del camión violó la luz de alto y que continuó su marcha cuando alguien cruzaba.
Maldita sea mi mala suerte que no pude reaccionar al ver a la mole casi encima mío. Me paralicé y vi mi vida pasar, en mi interior.

Mi esposa y mi niña preciosa, ¿qué harán ahora?. Mi mujer llorará desconsoladamente, no podré evitarlo. Probablemente me convertiré en una añoranza, una foto en su mesita de luz y una lágrima antes de dormir, pero me recordará y yo viviré por siempre en ella.
Pero mi pequeña, la luz de mi vida, que desde su nacimiento me alegró los días y me hizo gustarme mi trabajo solamente para poder comprarle cosas y mimarla. Ella es muy chica, es una niña que apenas gatea. No me recordará. Cuando sea mayor dirá que su padre se marchó cuando ella era muy chica y no tendrá recuerdos míos.
Mi amor, no puedo culparla, yo no puedo olvidar cuando nació, cada vez que le cambié los pañales, cuando dormía junto a su madre y a mi.
Desde que llegó, la relación con mi querida próxima flamante viuda mejoró como no creíamos que fuese posible.
Un embarazo lleno de mimos y caricias y un nacimiento lleno de alegría y puro amor. Hasta que nació, no nos pudimos imaginar los nuevos sentimientos que florecerían en nuestro interior.
La luz me ciega y evoca recuerdos de mi niñez. Mi triste y solitaria vida hasta la mayoría de edad. Mi primer amor, mi primera relación, mi primer trabajo y mi primer día lejos de la casa de mis padres. Mi Dios, ¿es esta mi vida? Simples recuerdos sombríos del crepúsculo de mi existencia.
¿Si he amado, he odiado y he experimentado los placeres de la vida? Entonces, por qué no nace el alba en mis recuerdos.

El ruido de la fricción del caucho me alerta y despierta mis pensamientos. El tan esperado amanecer se hizo presente en la forma de una mujer y de su pequeña compañera. Ahora toda la oscuridad se había alumbrado. Toda mi experiencia de vida iluminaba a mi esposa y a mi niña. Finalmente lo entendí, mi pasado me ayudó a ser quien soy y me empujan a seguir manteniendo encendida la luz de mis recuerdos y de mi vida, mi reina y mi princesa.
Deseo estar con ustedes y verlas crecer.

Maldito, maldito, maldito, maldito. No me quiero ir, no así. No es justo. Por favor no….

…quiero vivir.