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El Fin

Leo nunca podría haberse imaginado que al despertar se encontraría completamente solo. No había personas caminando. No había niños jugando, ni mascotas corriendo, no había siquiera autos circulando, pero sobre todo, no había ruido alguno. Nada salvo el viento.
Su esposa, su hija, sus conocidos… Todo rastro de vida se había esfumado.
Con sus ropas abandonadas como única pista, Leo luchará no solo para desvelar el misterio oculto tras la súbita desaparición, sino también para sobrevivir en el desolado nuevo mundo, donde cada decisión tomada podrá acortar o finalizar su vida.

 

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Adán: El gran guerrero

Con brazos y piernas del tamaño de árboles y un torso tan grande como la vista podía cubrir desde la posición en la que Adán se encontraba, el coloso era un adversario aparentemente imposible de vencer.
Un solo golpe podía acabar con la vida del primer hombre creado por Dios, sin embargo, el arma más letal del gigante era su aliento fétido, una horrible fragancia profunda que ahoga los sentidos y nubla la visión.

-¡Debes comer más hojas de menta y melissa!- Gritó Adán, cubriéndose el naso con un remiendo de tela que llevaba.

Luego, extrajo otro trozo de tela, que cubría las hojas del calor del sol y se las ofreció al coloso.
El gigante exámino la oferta del pequeño hombre y la aceptó.
Adán sonreía mientras que su adversario se tambaleaba. Las hojas habían sido mezcladas junto a otras hojas dañinas. Aunque peligrosas para el hombre, en el gigante tuvieron muy poco efecto, provocándole un pequeño vómito e incrementando su ira.
Adán recibió una fuerte porra que le sacudió todo su ser y le dejó al borde del desmayo.
Con sus pocas fuerzas, logró sacar otro tipo de hojas de n nuevo trozo de tela y las comió rápidamente. Como por arte de magia, el hombre se recompuso rápidamente. Dolor ya no sentía, pero el mareo de su cabeza se hacía importante.
Debía acabar con el gigante mientras posea concentración, de lo contrario, en pocos minutos se perdería en la infinidad de sus pensamientos y quedaría a merced del enorme ser.

El coloso, por su parte, miraba extrañado como el hombrecito corría de un lado a otro, sin entender que es lo que hacía.
Finalmente lo comprendió. Una improvisada cerbatana apuntaba a su frente. Adán había logrado crear unos dardos con una poderosa mezcla de las hojas curativas y las hojas tóxicas.
Aquella mezcla la usaba para cazar a los animales más feroces y ahora había aumentado la dosis al máximo que podía disparar.
El gigante comprendió la situación y golpeó al hombre, quien resistió de pie a pesar de habérsele roto varios huesos.

La batalla fue dura, aunque Adán contaba con una gran ventaja que desconocía.
El gigante estaba condenado a la derrota y así lo había vaticinado su creador.

«No deberás quitarle la vida. Pelea con él sin herirlo profundamente. Rompe su voluntad de explorar el mundo y quítale toda esperanza de pasar. Hazlo regresar a los brazos de Eva estando de pie para recibir a su primer hijo. No permitas que te lastime y si lo hace no deberás preocuparte porque yo te curaré. Su voluntad es muy grande y no podrás quebrarla fácilmente. Sin embargo, inténtalo sin matarle y si lo logras, te recompensaré largamente.
Quiebra su voluntad más no sus huesos.»

El gigante recordó las palabras de Dios con temor. No podría matar al pequeño hombre y tampoco lastimarlo en demasía. Estaba en una gran desventaja y a causa de eso, su derrota era inminente.

El arma funcionó y el coloso emitió un gran aullido de dolor mientras caía sobre sus rodillas.

«Una vida por otra» Pensó Dios, dolido.

Sabía que esto sucedería. Sabía que necesitaba que la chispa de vida del gigante se traslade al hijo de Eva. Todo era parte de su plan, pero aún así se entristecía.

El coloso terminó por caer. El enorme corazón dejó de latir y la sangre ya no fluyó por las grandes venas y arterias. Una vida había desaparecido mientras que otra había nacido.
El último latido del coloso fue precedido por el primer latido del hijo de la pareja de humanos.
La sangre que dejó de fluir por las enormes venas y arterias ahora fluía en los ínfimos capilares del infante.

Adán había salido victorioso y ahora caminaba sin rumbo. Dios estaba ocupado con el recién nacido, un bebé, algo nuevo para él y sus conocimientos y destinaría gran parte de su tiempo a su cuidado. El hombre, por primera vez,  ya no estaba bajo el manto de la protección divina y los peligros del nuevo mundo serían más y más peligrosos.
Eva temió por la vida del padre de su hijo, sabiendo que ya no contaría con la ayuda de su creador.

Éxito y fracaso

Dos amigos de la infancia se encuentran, como cada trimestre, en el bar de siempre.
Escritores de profesión y amigos de larga data, comparten sus vidas ante el otro.
Un joven sonriente, vestido de forma elegante y de andar calmado fue el primero en llegar y sentarse. Con respeto y cordialidad, saludó al dueño y a los mozos del lugar y pidió una una milanesa de pollo con papas fritas.
Al poco tiempo llegó el otro muchacho. Agitado, con ojos cansados, su cuerpo fatigado y sus movimientos torpes, entró al bar y fue saludado por el dueño y los mozos.

-Perdón por la demora. ¿Ya pediste?- Preguntó Santiago.

Martín asintió con la cabeza, obligando a su amigo a levantare y hacer su pedido. Minutos después, ambos recibieron sus platos. Uno comía una deliciosa -y grasosa- milanesa, mientras que el otro una saludable pechuga de pollo a la plancha con una ensalada.

-¿Estás a dieta?- preguntó Martín al ver el otro platillo.

-No. Pero si no como sano, engordo.

-¿Por qué no vas al gimnasio? -preguntó llevándose un bocado de fritura a la boca. Yo voy tres veces por semana.

-Desearía poder ir, pero no me dan los tiempos. Sabés muy bien que trabajo doce horas por día, de lunes a sábados y cuando regreso a casa lo único que quiero hacer es dormir.

Una pequeña pausa se hizo en dónde ambos miraron por la ventana.

-¿Cómo vas en tu trabajo?- preguntó Martín.

-Mal. Detesto ese trabajo. Me siento miserable y cada vez sumo más y más responsabilidades. Todos dependen de mí y me supera -respondió Santiago, derrotado -¿Y el tuyo?

La puasa se interrumpió para comer un bocado.

-¿Qué te puedo decir? -comenzó a decir, tronándo lo dedos de las manos -Es el trabajo perfecto para mí. Trabajo menos de la mitad del tiempo que vos, lo que me deja espacio suficiente para salir e ir al gimnasio, entre otras cosas. Gano suficiente dinero para viajar a europa dos veces al año y principalmente, es un trabajo que me encanta.

Martín trabajaba como guionista, además de ser uno de los principales cerebros creativos de diferentes ideas para un medio de publicidad. Trabajo que el otro amigo envidaba profundamente.

-No sabés la envidia que te tengo.

Santiago trabajaba en un pequeño estudio contable, en donde sus ideas creativas eran tan útiles como una puerta automática en un submarino. Era un trabajo tedioso y aburrido para él, que le consumía mucho tiempo, dándole una pequeña ganancia en relación a las responsabilidades que tenía. Poco ingreso en comparación de la cantidad de trabajo que hacía, pero lo suficiente como para sobrevivir sin lujos pero sin aprietos.

-Puedo meterte en mi trabajo.

-Ya hablamos de esto, te agradezco pero no lo voy a hacer.

-Dale Santi, te estoy ofreciendo ofrezco el trabajo de tu vida y lo rechazás.

-Sabés muy bien por qué digo que no. Sus reuniones creativas son algo que yo no comparto y no quiero compartir. Mi cabeza estará siempre limpia de sus cosas.

La cara del Martín era de incertidumbre. No entendía el rechazo de su amigo hacia algo tan inofensivo.

-Dale Santiago, ¿qué es lo peor que te pueda pasar?

-Es por principios.

-¿Principios? Por favor, no seas tonto.

-Aunque me demore, voy a ser reconocido por mi cuenta y por mi esfuerzo. Soy capaz de crear las historias con mi propia mente, sin ayudas.

-Las vas a crear. Pensá que ésto- dijo, señalando a la bolsa con marihuana que llevaba a un costado -es como la sal para la comida.

La cara de Santiago otro fue de  extrañeza, aunque ya sabía por donde continuaba la charla.

-Un chef puede cocinar los mejores platillos del mundo, lo más lindos, los más sabrosos, los mejores presentados, pero si a sus platos no les agrega sal, entonces ese chef puede ser superado, reemplazado y olvidado por un simple cocinero que te prepara unas papas fritas condimentadas. La sal mejora los platillos así como ésto mejora las ideas.  -dijo Martín, echándole aquel condimento a su guarnición.

Santiago pensó un momento antes de responder.

-Entonces, según tu criterio, cualquier persona sin ideas puede ser mejor que el mejor escritor si solamente le pone «sal», a sus escritos.

Ambos se quedaron callados. El reloj avanzaba y ya era tiempo de pedir la cuenta.

-Pensalo- le dijo mientras que se despedían.

Y aquel día, Santiago lo pensó seriamente por primera vez. Pensó si debía abandonar sus principios para intentarlo.
La idea no le entusiasmaba, pero continuar en su desdichado trabajo era algo que ya no quería ni soportaba y en su vida, los milagros no ocurrían.

El show de los estereotipos (1er elegido)

-Joder, siempre lo mismo con ese tío.

-Es un cabronaso, güey.

-Que se pire.

El español y el mejicano miraban atónitos como el argentino conquistaba a la pareja del italiano.

La muchacha, atraida por los encantos del europeo, permanecía a su lado, hasta que fue vista por el sudamericano quien quedó «flechado» y le dejó  pensando en que ella merecía alguien mejor, a alguien como él.
Mientras que la reciente pareja se encontraba charlando, apareció el tercero en discordia quien fue -irónicamente- gratamente recibido por su amigo. La conversación entre los tres fluyó naturalmente, sin embargo, algo tenía el nuevo, un cierto ego que le brindaba una gran seguridad que poco a poco fue conquistando a la bella mujer hasta que finalmente cambió de pareja.
Lejos quedaron las épocas del gran imperio romano, conquistador de medio mundo, donde esta batalla no hubiera sido perdida. Luego vino un último intento por parte del europeo para recuperarla, pero fue en balde, la mujer había sido seducida.

-¿Por qué no te enojas con él?- Preguntó el español.

-No sé- respondió el italiano.

A pesar de ser una situación repetida, el italiano no solo no se enojaba con su amigo, sino que aún mantenian una excelente relación y es que sabía que había algo en el sudamericano, algo más allá de su ego que le hace ser especial.

-Vamos, cabrón- Dijo el mejicano. -Luego de su ego hay más ego y debajo del ego hay más y más ego.

El español echó a reir.

-Es verdad- Dijo. -El sudaca es así, se cree educado como nosotros pero es solo un indio teñido de piel.

Con la mirada hacía el suelo, el italiano ofreció invitarles la comida a sus amigos, quienes siempre aceptaban la invitación. Por supuesto que la elección era pizza, pero no de cualquier lugar, sino de su propia pizzería.
Los tres amigos se pusieron en marcha, hablando de varios temas, pero principalmente del comportamiento de su amigo faltante.

-Al queso le falta un buen chile- Dijo el mejicano, mientras deboraba la primer porción sacada del horno.

El restaurante era sencillo y con estilo familiar. Pocas y separadas mesas, daban tranquilidad a sus clientes mientras que la tenue luz brindaba una atmósfera romántica.
Sin embargo, el lugar era frecuentemente visitado por la mafia local, el pequeño brazo del crimen organizado de la ciudad. Originados del sur de Italia, estas personas buscaban únicamente el rédito de los pequeños establecimientos a cambio de una protección de ellos.
No obstante, el restaurante permanecía intocable, hasta el punto en que pagaban sus consumiciones y dejaban gratas propinas, a diferencia de los amigos del hijo del dueño, quienes únicamente comían, comían y comían, aprovechando el «descuento» de su colega.

Un rato despúes, apareció el amigo faltante y comenzó a presumir de su conquista.

-No solo tengo su número, sino que hoy a la noche iré a su casa.

El español volvió a molestarse.

-Joder, tío. ¿es que acaso no te importó que estaba con tu amigo?

-¿Qué querés decir?- Respondió el argentino.

-Le robaste la pareja. Tú sabías que no estaba contigo, que estaba con tu amigo, pero lo mandaste a tomar por culo.

-Es cierto. Eres un cabronaso- añadió el mejicano.

El argentino se quedó pensando por un instante para luego dirigirse al tricolor.

-¿Era tu novia?

El italiano lo miró, creyendo entender la mirada de arrepentimiento del sudamericano y finalmente respondió negando con la cabeza.

-¿Vieron?- dijo satisfecho. -No hay problema. Bueno, me voy. Mañana les contaré.

Dicho esto, los amigos aprovecharon para saludarse y despedirse.
Este es el show de los estereotipos, donde uno se comporta de acuerdo a la imagen que tenemos de él, a lo que se proyecta de él, en lugar de a comos somos realmente.

Una historia diferente

Con un tropezón, accidentalmente provocado por un crio mal educado, el mozo cayó y la bandeja con los exquisitos platillos que nunca habrán de ser probados, voló unos pocos centímetros y aterrizó sobre el vestido de Fernanda.
El alboroto que armó aquella persona a la que alguna vez le confesé mi amor, fue muy grande.
El mozo, disgustado con el nene que provocó el fin de su elegante andar, discutía con la madre del pequeño, mientras que el gerente  intentaba calmar la situación, mediando entre las partes.

-La cena es cortesía de la casa, al igual que la limpieza de su -muy bonito, por cierto- vestido.

-¡Eso no es suficiente!- Exclamó la mujer, enardecida.

La situación era tal, que absolutamente todos los ocupantes del lugar, estabamos mirando la trifulca y al gerente no le quedó otra alternativa que hacer lo que no quería hacer, ceder frente a la mujer y su sucia treta por conseguir comida gratis.

Por un instante, pensé en levantarme de la silla y calmarla, pero fui detenido por el brazo de mi esposa, quien, con la mirada me prohibió entrometerme.
Finalmente todo había terminado y los gritos de  Fernanda cesaron de la misma forma en que habían iniciado, en un instante. Ella, logrando su cometido de tener la comida gratis durante toda una semana, calmó su temperamento y partió del lugar junto a su hijo y el hombre que los acompañaba.
Al retirarse, el murmullo en el lugar se hizo presente y el gerente, al igual que el mozo, desaparecieron de la vista de todos.
La cena continuó con normalidad para todos los comenzales, cada uno volviendo a sus temas de conversación, excepto mi mujer.

-No puedo creer que saliste con una persona así- Me reprochó.

-Yo tampoco- Le respondí, sonriendo, intentando cortar esa charla.

Mi mujer lo entendió, pero no tenía intenciones de cambiar de tema.

-¿Cuando te diste cuenta que te tenías que separar?- Me preguntó, insistiendo más y más.

Recordando como mi ex discutía con el gerente, la respuesta se me vino a la mente.

-Creo que siempre lo supe.- Respondí. -Fernanda no fue nunca una buena persona y yo fui siempre muy tímido y cobarde

-Conmigo no lo éres- Me dijo.

-Contigo no lo soy- Respondí, guiñándo un ojo.

-Lo cierto es que…-suspiré -…siempre supe que no podíamos seguir y que ella me utilizaba, pero nunca tuve el valor para terminar las cosas.

-¿Por miedo a quedarte solo?- Disparó hábilmente.

-Si. Creo que por eso. Creo que prefería un mal conocido que una soledad interminable.

-¿Ahora como piensas? si querés dejarme, ¿lo vas a hacer o vas a esperar a que yo lo haga por vos?.

-A menos que te comportes así, que me engañes, que no te importen mis cosas, ni siquiera mi cumpleaños y nuestro aniversario, todo eso al mismo tiempo, creo que no va a hacer falta.

Mi mujer me miró con cara de lástima.

-Ya no soy el de antes- Le dije. -Si quiero algo, lo voy a hacer.

-Eso espero- Me dijo mientras que nos tomábamos las manos. -Te prometo que nunca seré como ella.

De la mano, continuamos nuestra cena en paz y con nuestro amor florecido por las palabras de afecto pronunciadas. Yo no podía estar más feliz.

 

Mi mente divagó por un instante. Cuando Fernanda hacía estas cosas, yo me encogía de hombros por la verguenza que me producía y volaba a otra realidad. Me incomodaban estas cosas y ella lo sabía.
Por un instante, mi mente pensó en como sería mi vida si me hubiese separado a tiempo, si hubiese continuado mi vida con otra mujer. Por un momento, mis ojos se desviaron hacia otra mesa, donde una bella dama miraba toda la situación con distancia.

«Que hermosa» Pensé, mientras que volvía a mi mundo imaginario.

Los dos caminos

El camino que tanto conocía se había quedado -misteriosamente- sin luces y si quería cruzarlo, debía de hacerlo completamente a oscuras. Esas calles no se caracterizaban por su inseguridad, pero el hecho de no haber luces incrementaba la posibilidad de ser asaltado. Debía decidir si continuar por allí o dar una gran vuelta.
Germán decidió seguir su camino habitual. A pesar de que no hayan luces, el conocía muy bien aquellas escasas cuadras que le separaban de su casa. Incluso poseía un flamante celular cuya luz podía usar como una lintera y así iluminar la zona. Le había costado mucho dinero, pero estaba feliz con la compra. Su sonrisa se borró al ver, delante suyo, a un grupo de malandras, esperándolo con los brazos abiertos.
Germán decidió dar la vuelta. A pesar de conocer esas calles, la falta de luz le era sospechosa y para empeorar las cosas, no quería arriesgarse a perder su flamante teléfono celular. El camino fue considerablemente más largo, pero llegó a su casa sin ningún tipo de problema. Al día siguiente, lee en las noticias el asesinato de tres personas en esas calles sin luces. Germán respiró agitado. Podría haber sido él.

 

 

La luz amarilla del semáforo había cambiado de verde a amarillo, momento en que el conductor debe decidir si frena brúscamente o acelera para ganarle al rojo:
En ese momento Damián optó por la segunda opción ya que si frenaba, era muy probable que el conductor del auto de atrás lo choque ya que venía a una alta velocidad.
Fue la opción correcta y Damián llegó a cruzar con su vehículo para luego escuchar la fuerte frenada del otro conductor.
En ese momento Damián optó por la primer opción ya que si aceleraba, era muy probable que algún vehículo que venía con velocidad por la derecha cruce, al igual que él, en amarillo y terminen colisionando, poniendo en peligro la vida de ambos conductores.
La opción fue la incorrecta y al frenar, el auto que venía atrás le impactó con fuerte violencia. En el funeral, Damián fue llorado por todos.

 

 

Era una gran oportunidad. El mueble era del estilo que ella siempre había preferido y su precio era más que tentador. El dinero no le sobraba, pero justo tenía la cantidad suficiente para comprar aquella mesa y ponerla en su casa.
Luciana decidió comprarla, agotando todo el dinero que le quedaba disponible para el mes. Se había arriesgado, pero después de todo, no tenía que incurrir en otros gastos hasta que cobre su sueldo, la siguiente semana. La mesa fue llevada a su casa al instante, justo a tiempo para la celebración de su cumpleaños número 50 y fue el gran tema de conversación. Su dueña fue feliz por primera vez en mucho tiempo.
Luciana decidió no comprarla. No quería agotar todo su dinero por miedo a eventuales urgencias. Aún faltaban varios días para que reciba su sueldo y si la compraba, ya no tendría más dinero, más aún en ese día en que las personas se reunirían en su casa para celebrar su cumpleaños. Los invitados llegaron y la reunión le resultó fria. Luciana pasó la noche pensando en lo lindo que se hubiese visto la mesa en su sala.

 

 

Le habían dicho que era una gran fiesta, sin embargo, Romina, no tenía intenciones de ir. Su ex estaría presente, eso lo sabía y luego de la forma en que la abandonó, ella no quería verlo ni mucho menos. Preferia llorarlo sola, viendo alguna novela en Internet. Su amiga le insistía para que la acompañe.
Romina decidió no ir y continuar su solitario plan de novela, sumando un helado de tamaño considerable para una sola persona. Pero aunque sus ojos se centraban en la pantalla, su mente fantaseaba con lo que hubiese pasado si se reencontraba con él y si le hubiese explicado el por qué de su abandono. La cama era solitaria aquella noche de verano y no pudo dormir.
Romina decidió ir y enfrentar al motivo de sus últimas penas. Al llegar, junto con su amiga, su ex no se encontraba y para esperarlo, tomó fuerzas tomando alcohol. Al cabo de unos pocos tragos, ya se sentía con la valentía suficiente para afrontarlo y lo hizo apenas llegó.
No le dió tiempo para recriminarle el haberla dejado y lo besó con mucha pasión. Apenas se vieron, él le explicó. Su enfermedad era terminal y no quería que ella sufriera.

 

 

Era un día muy tranquilo en la oficina. Se trataba de un sábado en el que los teléfonos no sonaban. Lauro trabajaba de Lunes a Sábados, todo el día y la tarde. Lo hacía porque debía. Aquel sábado por la mañana, su hijo lo llamó pidiendo que se tome la tarde para jugar juntos. Lauro le dijo que no podía. El día se hacía largo sin nada para hacer y en ese momento, pensó en si cerraba al mediodía o contiuaba como siempre.
Lauro decidió continuar trabajando. Aún faltaban muchas horas de oficina, en las cuales podían venir clientes o adelantar trabajo, si los primeros no venía. Su hijo entendería que esto lo hace por su futuro. El día transcurrió lentamente sin que un solo teléfono sonara.
Fue un día perdido en el que él y sus empleados, se miraron las caras unos a otros.
Lauro decidió cerrar al mediodía. El día era lento y consideraba que mucho más no podía hacer. Podía adelantar trabajo, pero también eso podía esperar unos días más. Sus empleados, contentos por la noticia, le agradecieron a su jefe y le ayudaron a cerrar.
Lauro pasó el día junto a su hijo y ambos fueron muy felices ese fin de semana.

El emperador

-No existía gobernante tan temido como el emperador- Comenzó a relatar Ges.

Lili, su hija, escuchaba atenta el relato. Sus ojos estaban centrados en los de su padre, mientras que su cerebro, aguardaba impaciente para comenzar a imaginar la historia.

«La gente caminaba con miedo, pues el emperador era de temer. Sus leyes no se podían Desobedecer y si alguien  le hacía enojar, los magos del emperador lo hacían desaparecer.
Poco a poco la gente se fue acostumbrando a vivir encerrada. Los niños ya no jugaban en las calles y hasta el sol temía salir por el horizonte.
Con ayuda de sus magos, reclamó el reino para si y se autonombró emperador.»

Lili interrumpió el relato.

-¿Por qué lo hizo?- Preguntó.

Su padre, cerró el libro que tenía en sus manos y gentilmente le respondió.

-Porque en este mundo hay gente buena que sufre a causa de la gente mala porque la gente es buena y lo permite.

Lili, de escasos 7 años de edad, luchaba por entender las palabras de su padre.

-Lili, lo que quiero decir es que hay gente buena, que ayuda a los demás y gente mala, que solamente quiere hacer daño.

-¿Por qué lo hacen?- Preguntó la niña.

Ges de detuvo un a pensar la respuesta, hasta que finalmente habló.

-Porque la gente mala piensa que hacer cosas malas es lo correcto. En otras palabras, los malos se creen buenos.

Su hija volvió a hacer fuerza pensando.

-¿Y por qué se creen buenos?- Preguntó.

Habiendo entrado en el bucle infinito de los ¿por qué?, debía buscar una respuesta que su hija pudiera entender.

-Porque son loquitos- Respondió. -Entonces, Lili, ¿tú serás una buena persona?.

La pequeña miró a su padre y le sonrió.

-Por supuesto, papá. Yo no soy loquita.

Ambos echaron a reir, permitiendo que el padre continue la historia.
«Al emperador se le ocurrían leyes muy absurdas. Un día se levantó se su cama y se resbaló con la alfombra que tenía, lastimándose la cara. Luego de esto, prohibió que la gente tenga alfombras y los comerciantes tengan alfombras en sus negocios. Fue un mal momento para los pobres costureros de alfombras que debieron buscar otro oficio.
La gente fue sufriendo muchas leyes tontas, por temor a los magos amigos del emperador.
Los magos eran unas personas grandes y gordas, con mucha panza. Pero su apariencia era un engaño, en realidad eran personas temibles que podían hacer desaparecer a todo aquel a quien quisieran. Además, sus poderes permitían lograr que el rey pudiera hacer lo que quisiera.
Poco a poco la gente del reino se fue acostumbrando, hasta que finalmente pasó algo que no pudo ser controlado por sus magos.
El emperador había ordenado que nadie pudiera tener hijos sin su consentimiento y, naturalmente, nadie lo tenía.
Los magos le dijeron al gobernante que un joven intrépido y audaz, podría destronarlo y quitarle todo lo que tenía y como era de esperarse, el rey temió por los dichos de sus ayudantes y prohibió que las personas tengan hijos.»

Ges, detuvo la historia. Su hija luchaba por quedarse despierta, pero poco a poco el sueño le ganaba la batalla. Luego le sonrió y prosiguió.

«La prohibición fue casi cumplida y muy pocas personas tenían hijos y los pequeños que nacían, debían permanecer ocultos de los ojos vigilantes de los magos.
El tiempo pasó hasta que finalmente un valiente y joven guerrero se enfrentó al emperador.

-Vengo a recuperar el reino para el pueblo.- Dijo, con una fuerte convicción.

Poco a poco, el valiente guerrero fue reclutando gente para emprender la batalla por el reino y al cabo de muy poco tiempo, ya poseía un pequeño ejercito lleno de fuego en sus ojos.

Por primera vez en mucho tiempo, el emperador temió por su vida y, descuidado, ordenó a sus ayudantes que hicieran desaparecer al rebelde.
Sin embargo, el joven era inmune a la magia y en una intensa batalla, los magos fueron derrotados, quedando el rey sólo, sin amigos.
El joven había vencido y el viejo tuvo que huir para nunca regresar…»

 

Ges detuvo su historia.
Lili se había quedado dormida desde hacía un largo rato.
Al verla, no pudo evitar soltar una lágrima de alegría.

-Todo esto te lo debo a tí, papá- Susurró, para no despertarla.

Luego se levantó, cubrió a su hija con la frazada y le dió un tierno beso en la frente.

-Buenas noches, princesa- Le dijo, mientras apagaba la luz de la habitación.

Mirando al dario de su padre, una nueva lágrima se desprendió de su ojo.

«Buenas noches, papí» Pensó, mientras se acostaba a descansar.

Castigo interior

-El destino quiso que nos encontremos aquí, preciosa.- Dijo Marcos.

-Cierra la boca, ESTÚPIDO- Se molestó Sandra.

La cara de la mujer era de angustia. Sus ojos, cansados de mirar, cedían lentamente. Sus piernas, agotadas de andar, rogaban descanso.

-Es un castigo- Se dijo, en voz alta.

-¿Un castigo?- Preguntó Marcos.

El hombre se encontraba mejor anímicamente. Cansado, pero no tanto como su compañera. Habían pasado la noche juntos, como dos completos extraños y se habían encontrado en el aeropuerto esperando impacientes para abordar al demorado vuelo.

Por un capricho no llegaría a asistir al evento más importante de su esposo.
Le había jurado fidelidad en vida, pero ahora difunto, la obligación se había extinguido y las ganas de experimentar le llenaba el cuerpo. Un fuerte calor le cubría el pecho. Se trataba de un deseo reprimido por una larga abstinencia que había sido liberado al desaparecer el alma del cuerpo de su pareja.

«Es sólo sexo.» Se repetía a si misma para que la sensación de lascivia no perdiera su explendor.

Y estaba en lo cierto. Parte de su mente estaba triste, desolada por la partida de su compañero. Su corazón lloraba, roto por la ausencia de abrazos y de amor, pero la parte menos importante, la parte que regula su pasión, floreció con tal intensidad que acabo por convertirse en su pensamiento de primer plano. No, no solo en su pensamiento, sino en su necesidad.
Cinco años había aguantado su cuerpo. Cinco años en los que amó a su esposo con todo su corazón, pero sin su cuerpo.
Él era un trabajador incansable. Era el gobernador de la provincia y dedicaba sus días a mejorar la calidad de vida de los habitantes, con los recursos que tenía.
Los medios lo señalaban como una persona incorruptible, de gran corazón y solidaria y su esposa daba fe de ello.
Se casaron a los 25 años. Dos años después de que el haya sido nombrado gobernador y durante su gobierno, la provincia floreció en todos los aspectos posibles.
Sin embargo, luego de la noche de bodas, él soltó la bomba.

-Quiero que mantengamos el sexo al mínimo, o lo eliminemos, Sandra- Le dijo a la mañana siguiente.

La sorpresa de su esposa era de esperar mientras que le preguntaba si era una broma.

-No- Respondió. -Hablo muy en serio. Quiero mis pensamientos alejados de la lujuria para poder concentrarme en ayudar a las personas y darles una mejor vida.

Al principio, Sandra no lo tomó en serio y le siguió la corriente. Pero solo al pasar los días, semanas, meses y años, se dió cuenta de la seriedad -y verdad- de las palabras de su flamante marido.

Trabajaba 12 horas al día, de Lunes a Sábados y siempre iba a trabajar con una sonrisa. Estaba realmente convencido de lo que hacía y la gente, poco a poco, le fue brindando su cariño.
Con el tiempo, su provincia se convirtió en un país aparte, un lugar tan próspero como un país de primer mundo, muy distinto a la pobreza y miseria que invadía el resto del estado.
Las leyes eran estrictas, los policias incorruptibles y las penas eran severas a quienes desafiaban la autoridad y gracias a eso, la gente comenzó no solo a respetar las normas, sino que también a sus vecinos. Al poseer una inmensa costa de olas incontrolables, habían logrado autoabastecerse eléctricamente y sus fértiles campos proveían alimentos a casi la totalidad de la población.
Las plazas estaban cuidadas, las calles enteras sin baches. No había gente durmiendo en las calles y nadie moría por desnutrición. El lugar era lo más cercano a una utopía que pudiera existir y el mundo había hecho eco de sus logros.
Nombrada como uno de los mejores 20 lugares para vivir, el gobernador era aclamado en el resto del país, tanto que su nombre fue propuesto por terceros para competir por el próximo mandato presidencial.
Desafortunadamente, al vivir en un país donde los gobernantes son oportunistas, el gobernador sufrió un extraño accidente en una ruta y perdió la vida.
La población del país marchó pidiendo justicia. Muchos creían en la culpabilidad del actual presidente en su «accidente», pero la corrupta justicia desestimaba el caso y su nombre y legado fueron quedando en el olvido.

No todo era color de rosas, ya que, al ser el sueldo infímo, debió sustraer un pequeño porcentaje de cada transacción que se realizaba para poder darle a su esposa una mejor calidad de vida.
Eso, y la falta de lujuria, eran las dos grandes manchas que poseía el «intachable» gobernador.
Al morir, Sandra, de apenas 30 años de edad, podía vivir cómodamente el resto de su vida, sin trabajar pero sin darse mucho lujos. Sin embargo, al lamentar la pérdida, su sexo se llenó de pasión y pocas horas después, ya se encontraba en la cama con un completo desconocido en un lugar donde nadie supiera cual era su identidad.
Pocos días después de la muerte de su marido, Sandra fue avisada que develarían una estatua en honor a él y que querían que ella esté presente y tire del cordón.

-Por supuesto que lo haré- Le dijo al actual gobernador.

Pero ahora, se encontraba angustiada en el aeropuerto, esperando las novedades. Si no partía en ese momento, no llegaría al acto de su difunto esposo.

-Es un castigo- Se lamentó, al leer en la pizarra que su vuelo fue finalmente suspendido y reprogramado para el día siguiente.

Una agradable sorpresa

-¿Son ellos?- preguntó Jimena.

-Creo que si- respondió Roberto emocionado, mirando por la ventana.

Un auto se detuvo en la entrada de su casa. De éste, descendieron dos adultos, un niño de dos años y una beba de unos pocos meses de vida en brazos de la madre.
Se trataba de Cintia, su hija.

-¡Hija!- exclamó su madre, abriéndole la puerta. -¡Que bueno que pudiste venir! ¿Estás bien?- le preguntó, preocupada, con la mirada seria.

-Si mamá, estoy bien, como cada vez que hablamos. No tuve ninguna recaída. -dijo ella alegremente, aunque un poco cansada de la insistencia de ese tipo de preguntas.

Cintia había sufrido un golpe muy duro en la cabeza luego de haber resbalado por unas escaleras, años atrás. Los médicos daban por concluida su vida, sin embargo ella luchó y contra todos los pronósticos, no sólo se recuperó por completo, sino que estudió, se agraduó y formó una familia. Ella era un ejemplo de vida y un orgullo para sus padres.

La emoción del ambiente era grande. Aquel no era un encuentro cualquiera, sino que se trataba del primer encuentro entre la mayor y menor generación allí presente, entre los abuelos y los nietos.
El abuelo se presentó ante el niño, mientras que la abuela sostenía a la princesa.

-Estamos esperando un tercero, que se llamará Gastón- dijo Cintia, acariciándose la panza.

-Es un gran homenaje- dijo su padre, con una lágrima en el ojo.

En ese momento, recordaron a Gastón, hijo de Jimena y Roberto y hermano de Cintia.
Gastón había desaparecido hace más de 5 años, luego de que su automóvil fuera encontrado a un costado de la ruta, completamente destruido.
Padre e hija hicieron un momento de silencio para luego juntarse con el resto de la familia.
Todo era alegría aquella noche. La charla con los adultos y los juegos con los nenes habían llegado al punto en que los abuelos necesitaban un descanso.

-Es muy despierto- dijo Roberto, en referencia a la inteligencia de su nieto.

-Nosotros pensamos lo mismo- respondió Cintia.

Dispuestos a comenzar la cena, se levantaron y se digirieron hacia el comedor.
Sin embargo, el niño caminó hasta la ventana.

-AHM AHM- Es todo lo que decía.

Con su dedo índice, señalaba la ventana.

-La nieve, ¿te gusta?- le preguntó su abuela.

El niño la miró y negó con la cabeza mientras que insistía con el dedo.

-¿Qué pasa, pupu?- le preguntó su madre.

Un taxi se había detenido en la puerta de la casa.

-¿El taxi?- preguntó su abuelo.

El niño continuaba señalando hasta que alguien bajó del vehículo y se dirigía lentamente hacia el porsche de la casa.
El timbre sonó, sorprendiendo a los ocupantes.

-¿Esperan a alguien?- preguntó Cintia.

Ante la negativa, Jimena se levantó del sillón y fue hacia la entrada.
Al abrir la puerta quedó desmayada frente a la imagen de Gastón, su hijo.

-¿CÓMO PUEDE SER?- gritó Cintia, asistiendo a su madre que no daba en sí.

-Hola- le respondió su hermano mayor, provocando llantos en todos los presentes.
Luego de años de ausencia, años en los que se creía haberlo perdido, Gastón había regresado.

-Te sepultamos- dijo Roberto, también conmocionado por aquel fantasma.

-Estoy vivo, papá- respondió su hijo, abrazándolo.

Luego de más de un lustro de espera, luego de haberle inclusive practicado un funeral con un ataúd vacío, padre e hijo se abrazaron con fuerza.
Cintia lloraba desconsoladamente, al igual que su madre, ya recuperada del desmayo.

-MI HIJO- gritaba su madre, a punto de volverse a desmayar. -MI FAMILIA REUNIDA, ES UN MILAGRO.

La cena, la noche entera, fluyó con un aire sobrecogedor. Era el momento más feliz de la vida de los viejos, quienes no solo tenían a sus hijos reunidos, sino que además habían sido bendecidos con dos pequeños nietos llamados en honor a sus abuelos.
La alegría que ese hogar sentía era la mayor jamas experimentada por nadie y ahora que estaban juntos, nada podría ni volvería a separarlos. Todo era felicidad.

Al dar las 12, el viejo reloj del comedor comenzó a tambalearse hasta caerse, produciendo un ruido ensordecedor.
Roberto se despertó con un sobresalto.
Todo había sido un sueño.

-¿Volviste a soñar con ellos?- le preguntó Jimena.

Roberto afirmó con la cabeza, comenzando a llorar, apoyándose en el pecho de su mujer.
Jimena le tomó las manos, arrugadas por la vejéz y le besó los dedos mientras recordaba a sus hijos perdidos desde hacía ya varios años.
La nieve caía afuera mientras que los dos ancianos lloraban en la oscuridad.

 

 

La elección

Una moneda se desliza entre los dedos y cae en un oscuro lugar, lejos del alcance de la mano.
Un botón es oprimido, produciendo un estremecedor sonido que seda a los sentidos.

El show comienza; El movimiento es acompañado con luces de colores, formando una rítmica casi perfecta.
Los rodillos detienen su movimiento y, junto a éste, también lo hacen las luces y el ruido.
Todo vuelve a su estado de reposo, a la espera de que el botón sea presionado una vez más.
Los rodillos vuelven a girar y a detenerse, pero ahora el ruido y las luces permanecieron funcionando aún después de detenerse todo movimiento.
Ruidos metalicos se escuchan desde más abajo, nuevamente un sonido que droga a los sentidos.
Los metálicos son rápidamente apartados del lugar de su nacimiento, siendo asidos por una mano fria con dedos largos y nerviosos.

Segundos después, la morfina desaparece y una nueva moneda vuelve a repetir todo el proceso anterior, excepto que está vez, no se reprodujo provocando nerviosismo en las largos dedos, calmados solamente al recibir una nueva dosis de placebo.

Todo el conjunto es una montaña rusa de emociones, donde abunda la adrenalina, pero finalmente prevalece la desidia con la vida.
Sin embargo, la -corta- emoción del viaje le llenaba si vació interior con tal fuerza que era incomprendido para el observante pacífico.

Así se sentía la señora de «los 7», como era reconocida en el casi al sentarse cada día en la misma máquina tragamonedad donde un triple 7 podría brindarle riquezas inimaginables.
Su bolso arribaba casi colmado de billetes y partía con una ínfima fracción de su contenido.
La historia se repetía día tras día y era presenciada por los incautos empleados del casino.

-Al entrar, la sonrisa de la señora se hace presente, como si al ingresar, la libertad le envolvía el cuerpo- Opinó una vez el gerente.

El casino le daba libertad, o por lo menos, le daba la falsa sensación de libertad.
Era un lugar donde, por un pequeño instante, ella tenía el control absoluto y los demás estaban a su servicio.
Pero, al salir, todo cambiaba, siendo su paso el de un caballero derrotado por otro más valiente y gallardo.

Esto se repetía casi diariamente, sin embargo, aquel día fue distinto.
Su bolso, desbordando de dinero, le brindaba una chispa de vida nunca vista.
La cantidad que tenía no era normal y eso le hacía poseer un gran humor y vitalidad.

Los ruidos, las luces, el movimiento y por sobre todo, el control, le daban fuerzas para seguir viviendo, pero, todo eso se fue desvaneciendo.
Llegó con la primera luz del día y, entrando en el atardecer, el bolso había perdido más de la mitad de su contenido.
Poco a poco tanto el bolso, como su vida, se agotaba.
La cara estrecha y estirada estaba siendo reemplazada por arrugas y demacradez, orotgándole más años de los que verdaderamente tenía.

De repente, su cara se ensombreció.
Su bolso se había agotado y sólamente una moneda había en su mano, la cual rápidamente introdujo en la rendija.
Sin embargo, perder a aquella última sobreviviente le produjo un movimiento en su interior.

-¿A quién quiero engañar? -Se lamentó, comenzando a llorar -Lo he perdido todo. Mi marido, mis hijos, mi familia, mis ahorros. Todo se ha ido.- Sus lágrimas alertaron al personal de seguridad, los cuales estaban listos para devolverla a la calle.

-Ya no puedo caer mas bajo… – Continuó lamentándose.

Tomó su bolso otrora pesado y se levantó.

-Todo se ha perdido…-dijo. «Perdón esposo mio, perdón hijos mios y sobre todo, perdón dios mío, sos he defraudado a todos y ya no se como mirarlos a la cara» Pensó.

«TLING TLING TLING».

La maquina comenzó a hacer sonidos y ruidos metalicos ensordecieron sus oídos.

Había ganado. Por primera vez los tres 7 coincidieron y había obtenido el gigantesco premio acumulado.

-GANÉ- Gritó, haciendo desaparecer las lágrimas y la tristeza que antes le invadían.

Vecinos de maquinas linderas se dieron vuelta para ver el espectaculo metalico con envidia y recelo.

Personal del casino se acercó a felicitarla.
El premio no solamente era mayor a lo que había invertido aquel día, sino que era lo suficientemente grande como para darle a su familia regalos y sobre todo, alegría.
Nuevamente comenzó a llorar, pero esta vez eran lágrimas de alegría mientras que recibía el dinero.
Su bolso estaba pesado nuevamente y le costaba cargarlo al salir por la puerta.

Sin embargo, al estar en ella, la duda invadió su seno.

Poseía un sobrante y podría utilizarlo sin que su familia se entere y por ahí, obtener otro premio aún mayor, era su pensamiento.

El día llegaba a su fin mientras que una señora permanecía inmóvil en la puerta del casino.