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Una sociedad podrida (parte 1)

Era una bella mañana de sol. La primavera por fin había aparecido y el clima era más que agradable. Era un día en el que la temperatura era perfecta para hacer cualquier cosa.
Para comer pastas o tomar helado, para andar con abrigo o sin.
Además, añoro estos días de sol plácido porque tienen un efecto mágico en mis ojos y los vuelven negros brillantes. No lo puedo negar, era para atraer mujeres.
Me agradaba caminar por la calle y sentir las miradas de todas sobre mis órbitas.
Soy un casanova, lo sé y lo disfruto. Una conquista por semana era mi objetivo y lo cumplía sin problemas.
Volvía a la oficina y no pude evitar pasar por aquel lugar. Me producía rechazo, sin embargo, siempre me salía de mi camino para pasar por la puerta. Quería ver si estaba ocupado o no.

Cuando llegué, miré para arriba y vi que el cartel gigante anunciaba que se estaba en proceso.
Era obligatorio por ley informar que estaba siendo utilizado y, aunque la mayoría de estos lugares se encontraba lejos de la ciudad, aún quedaban unos pocos en pie. Pequeños y modestos lugares donde uno podía matarse sin consecuencias…

Pero claro, no todo era tan sencillo y habían ciertas reglas a cumplir.
Primero se debía acordar de palabra y uno de los dos (o más) involucrados debía reservar el alquiler de alguno de los lugares autorizados para tal fin.
Con el tiempo, estos lugares pasaron de ser meros rectángulos sellados, simples habitaciones pequeñas donde un hombre con un arma es dificil de esquivar, hasta complejos lugares donde decenas de personas podían someterse «jugando» en diferentes arenas. Por supuesto que el tamaño del bolsillo dependía mucho y, en menor medida, las ganas que se desee a la otra persona que pase a la otra vida.
Luego de reservar el lugar, se debe pagar por adelantado. El pago se realizaba de forma electrónica y el dinero debía de estar debidamente justificado. Si una persona retaba a otra y la otra aceptaba, el que inició la propuesta debía de hacerse cargo de todo el proceso. En cambio, si fue de mutuo acuerdo entonces el pago se realizaría en partes iguales. Lo mismo sucedía hasta el máximo permitido por ley, 20 personas dentro de la sala.
La persona que decide retar a otra, debe notificarle mediante un escribano su intención, debiendo afrontar los costes de las notificaciones legales tanto del envío como de la respuesta.
Si el retado aceptaba, se procedía a reservar la sala que se quisiera, con el método que quisiera (aunque esto debería figurar en la primera notificación y luego ser acordado mediante notificaciones legales). Al vencedor no se le levantaban cargos por asesinato, sin embargo, no podría ejercer cargos públicos durante dos años.
Por el contrario, si no se aceptaba, al retador se le negaba por ley acercarse o hablar con su adversario frustrado durante un periodo de dos años. El retado podía exigir la expulsión del trabajo de su compañero en caso que quisiera, por sentirse amenazado por él.
Luego de alquilar, se notifica el día y la hora en que se llevará a cabo el asunto. En el lugar, mediante la presencia de otro escribano, se debía firmar un acuerdo legal, en el que ellos se someten por su propia voluntad y otras miles de cuestiones en letra chica que nadie se molesta en analizar. Supongo que en esas circunstancias uno quiere llegar al grano, al fondo y concluir lo más rápìdo posible.
El vencedor luego debía poner su firma en la última hoja del escrito declarándose como tal y si no lo hacía, tenía serias consecuencias.
Los familiares y amigos, por otro lado, debían de mantener y respetar la decisión tomada y contener las ganas de tomar «justicia» por mano propia frente al vencedor.

Al principio esto fue severamente criticado. Interminables manifestaciones, marchas, reclamos de organizaciones de derechos humanos y de distintos tipos de movimientos independientes cortaban las calles para impedir tremenda salvajada. Hasta recuerdo una conferencia de exégetas discutiendo si aquel acto estaba aprobado o no por el santo libro.  Fueron eternos meses para los gobernantes, sin embargo, se mantuvieron firmes con su accionar y al cabo de un año florecieron los resultados optimistas. La sociedad se mostraba menos tensa, el aire en las calles se volvía más cordial. Los problemas se arreglaban entre privados y nadie discutiría a menos que quisiera accionar en contra de otro, situación en que la mayoría evitaba.
Poco a poco fuimos volviéndonos mejores personas, no solo con nosotros mismos, sino con el prójimo. El miedo y el temor nos mantenían controlados. Las críticas aún permanecen, pero el método sirve. Después de todo, si sirvió para la religión, podría servir para esto también.
Sin embargo, a pesar de volvernos más tranquilos, aquella ley nos convirtió en potenciales asesinos, en personas que podrían matarse porque si y salir de aquella situación con sangre en las manos pero sin castigo.
Por suerte algunos podemos controlar nuestros impulsos y mirar a todos desde afuera. Los problemas de los demás no parecían tan importantes como para batirse a duelo.
Sin embargo, Julián me hacía perder el juicio. Su sola presencia me era irritable. Lo detestaba. Su andar, su sobrada forma de hablar y su altruismo eran molestos. Creía que hacía el bien, porque le daba una ayuda a los pobres cada tanto, todo el mundo lo consideraba un santo. El santo Julián le decía. Lo odio, lo desearía ver muerto. Estoy pensando en mandarle la intimación a duelo. Allí está, regresó de su almuerzo con el jefe. Seguro le da un nuevo aumento, el que a mi tanto me niegan. Odio esa sonrisa, no quiero verla más.
Hablaré con el jefe para pedirme el día. Debo organizar los pasos para el duelo.

Una historia con esperanza

Habían nacido en el seno de una familia amorosa y, a todas miradas, normal.
Él y su hermano dos años menor, vivían con sus padres en un modesto hogar de clase media. No les sobraba, pero tampoco les faltaba y los cuatro pasaban sus días entre juegos y risas.
Al cumplir el hermano mayor los 4 años, momento en que el niño florece su alegría, la familia fue asaltada de forma violenta.
Un error entre los cacos les habían conducido ante la casa de esta sencilla familia que no nadaban en dinero, como ellos pensaban y al creer que la familia se estaba resistiendo, los dos malvivientes discutieron entre ellos.
La discución se fue tornando cada vez más violenta, hasta que uno de los dos sacó un arma del bolsillo de su campera y terminó con la vida de los amorosos padres frente a la atónita mirada de los hijos quienes estaban paralizados en sus lugares.
El otro paria se llevó las manos a la cabeza, no pudiendo creer lo que su compañero acababa de hacer. Nuevamente hubieron discuciones.
El asesino quería busar las joyas y llevarse todo lo de valor mientras que el cómplice quería largárse en ese momento. No se pusieron de acuerdo salvo en el hecho de que los disparos habían atraido a los vecinos y que la policia estaba en camino.
Finalmente decidieron salir, sin embargo, el complice se detuvo y miró a los pequeños huérfanos. Algo dentro del mafioso resurgió, un sentimiento que conocía pero no recordaba: la empatía.
El hombre tomó a los niños y se los quiso llevar, pero fue detenido e increpado por el otro. Nuevamente la discución se tornó violenta y como un calco espejado de la primera escena, el hombre, que quería velar por los pequeños, arremetió contra el asesino de los padres de estos y acabó con su, nada premiable, vida.

Quedaron solos, el hombre y los dos niños. Los pequeños miraban al mayor, al cómplice del asesino de sus padres, con ojos perdidos.
La sirena se podía escuchar a lo lejos anunciando que el tiempo de desición había terminado.
Los tres partieron apresurosos para evitar ser detectados, rumbo a la casa de maleante.
Al llegar, el hombre tomó una valija, la llenó con dinero y objetos de valor y luego partieron rumbo a la estación ferroviaria.
Gracias a un conocido, consiguió 3 billetes para el tren que estaba partiendo, rumbo a una ciudad bastante alejada de la capital en donde vivían.
Allí, en esa pacífica localidad, los tres continuaron sus vidas juntos, formando una nueva familia.
El hombre cuido a los pequeños como si fueran suyos propios, renunciando a su vida de mafioso y comenzando a trabajar honradamente.
Los años pasaron y poco a poco los niños crecieron. El hombre probó ser un padre interesado y preocupado por el crecimiento y desarrollo de los nenes. Junto a él, ellos asistieron a clases y fueron educados en modales y comportamiento, todo lo contrario a lo que el hombre predicó, al ser complice del asesinato de sus verdaderos padres.
Por primera vez en eternos años, los nenes sonrieron y eso llenó de amor al hombre mayor que había conseguido cambiar su vida. Sin embargo, para su desgracia, su pasado lo persiguió y le encontró. Un conocido de su antigüo compañero buscó revancha y la consiguió.

Una escena repetida, el nuevo padre de los nenes fue asesinado frente los ojos de los pequeños. Pero, a diferencia de la otra vez, en esta oportunidad un policia se encontraba en el lugar y acudió de inmediato abatiendo al asesino.
Luego, los nenes fueron llevados a la comisaria donde el uniformado conoció su historia.
El policia sintió pena por aquellos niños y decidió adoptarlos de forma legal.
Lamentablemente, la convivencia fue corta y el policia fue rechazado para doptar. Las razones de esa desición no llegaron a sus oídos y los niños fueron llevados a un orfanato en la capital. Allí recibieron cuidados precarios hasta que las autoridades del lugar desaparecieron con el dinero que les otorgó la ciudad y los pequeños quedaron nuevamente a la deriva.
Sin nadie que cuidara de ellos, debieron tomar una desición, quedarse debajo del techo del abandonado lugar o arriesgarse en la calle.
Los hermanos optaron por lo segundo y se aventuraron, juntos, en la jungla de cemento.
Tenían 13 y 11 años respectivamente y sus cabezas eran ya concientes de su situación. Tenían un poco de dinero que les dió el policia antes de ser obligado a entregarlos, que usaron para comprar alimentos básicos y en poco tiempo, el mayor consiguió un trabajo de pocas horas en un restaurante de mala muerte, en donde hacía las veces de ayudante de limpieza.
Era un trabajo denigrante para cualquier adulto que se autorespetara, pero para el mayor de los hermanos era el suficiente dinero como para alimentarse y sobrevivir. La facha del lugar era digna de la de un establecimiento en una película de terror, sin embargo, el dueño cumplía con los pagos que le había prometido al pequeño, quien demostró ser un trabajador incansable. Los clientes, por su parte, demostraron su generosidad para el pequeño, dándole monedas, que a veces debía ganar de forma humillante y colaboraciones de ropa y abrigo.
Poco a poco fueron metiéndose en la historia de los hermanos huérfanos hasta que el dueño del lugar se enteró que ambos dormían en la intemperie y les ofreció descansar dentro del bar y darle un trabajo a su otro hermano.
El mayor comenzó a cocinar y el menor se encargaba de la limpieza. Ambos eran incansables y agradecidos, algo muy raro en la gente que frecuentaba el lugar.
Pasaron unos dos años de relativa tranquilidad para los pequeños hasta que el lugar fue cerrado por la municipalidad. Nuevamente los chicos quedaron sin un lugar donde estar, aunque ahora tenían la ventaja de tener bastante dinero ahorrado.
El amor de sus padres biológicos, sus verdaderos progenitores, había sido tan grande que les perduraba en sus corazones y eso es lo que les hacía mantener la calma en todo momento.
Con el dinero ahorrado, no tenían que volver a la calle y alquilaron una pequeña habitación en uno de los lugares más detestables de la ciudad.
Los trabajos que consiguieron fueron igualmente de repulsivos, pero poco a poco fueron juntando el suficiente capital para ir cambiando sus vidas.
Los años pasaron y la historia de aquellos hermanos fue pasando de boca en boca hasta caer en los oídos de un escritor poco reconocido, que se encontró con ellos y juntos escribieron el libro de sus vidas.

«Nuestra vida. El relato de unos hermanos múltiplemente huérfanos» Se convirtió en el mayor libro vendido en el año de su publicación y meses después, la película de su historia ya estaba en camino.

Su historia posee un final feliz. Gracias al dinero recibido, pudieron relajar sus almas y cuerpos y dedicarse a vivir. Sus caminos se distanciaron, ya no vivían ni pasaban todo el día juntos. Cada no fue haciendo su vida con la paz que se merecían.
Ambos se casaron, tuvieron hijos y luego estos les dieron nietos a los que amaron durante el resto de sus días y finalmente, cuando ambos ya eran ancianos, los hermanos se reencontraron y se miraron. Ambos asintieron con la cabeza y se fueron a dormir juntos, como cuando eran unos pequeños huérfanos sin hogar.
Sus cuerpos, tomados de la mano, fueron encontrados a la mañana siguiente por sus hijos. Los hermanos fueron enterrados juntos, al lado de donde sus padres descansaban, con la portada del libro grabada en su lápida.

Un despertar nada agradable

La Luna aún brillaba en lo alto cuando desperté.
Aquel nefasto sueño me había quitado el sueño y ya no pude volver a dormir.
Me levanté de la cama y miré por la ventana, intentando calmar mis pensamientos.
El exterior estaba tranquilo y en silencio, a diferencia del caos que pasaba por mi cabeza.
Me dirigí a la cocina, donde una botella de agua reposaba sobre la mesa. «Bendita agua» Pensé.
Agradecí que fuera aquella bebida y no la que había soñado, que era un líquido negro y espeso, como el petróleo.
La casa estaba en silencio, pero mis pensamientos seguían revueltos. Lo que había experimentado había puesto en alerta a todo mi ser.
Llevaba puesto el pantalón de dormir y tenía el torso al descubierto, al igual que en el imaginario.
Miré por la ventana, hacia la calle. La calma reinaba. Pocos autos circulaban en aquellas horas y el único movimiento constante era el silencioso cambiar de luces de los semáforos. No había viento, no habían ruidos de pesados vehículos, ni siquiera el ruido de animales callejeros. Todos descansaban.
Miré hacia arriba, fijando la vista en el cielo. La Luna brillaba con su palidez habitual, acompañada de las pequeñas luces de las estrellas del firmamento.
Ver que no habían más luces extrañas me calmó un poco. En mi sueño, varias luces que consideraba como estrellas, resultaron ser otras cosas, más pequeñas, rápidas e invasivas que se movían por el cielo a gran velocidad.
Al recordarlo, me alejé de la ventana. Mi corazón volvió a acelerar al sentir que algo aparecería allí y me tragaría con una fuerte luz blanca. Pero nada pasó. Todo estaba dentro de mi cabeza.
Regresé a la cama para intentar volver a conciliar el sueño, pero mis ojos se negaron a permanecer cerrados. Algo en ellos temía caer en la oscuridad del descanso y permanecían alertas.
No los puedo culpar. No era la única parte de mi cuerpo que se negaba a rendirse al cansancio. Mi cerebro, el que creó aquella pesadilla, era el que más alerto estaba. Dio una orden y mis sentidos se agudizaron, permaneciendo en estado de alerta.
Los minutos pasaron y cada segundo transcurrido era una pluma de serenidad apoyada sobre mi seno.
Finalmente me había relajado por completo y acostado en la cama dispuesto a terminar la noche. Mis ojos se cerraron lentamente mientras que me perdía en mis sueños.

«PUM PUM PUM»

El golpe me despertó, pero no del todo. Seguía mareado por el súbito despertar. «¿Qué fue eso?» Pensé, aunque ya conocía la respuesta. Fueron tres golpes a la puerta de mi departamento. Miré el relój y los números anunciaban el comienzo de una nueva hora. Seguía siendo de noche, de madrugada.
Me levanté con pavor, preguntándome quién llamaría a la puerta a altas horas de la noche.
Gran parte de mi tenía miedo y se negaba a responder al llamado. Finalmente me levanté y caminé sigilósamente, evitando que mis pasos sean escuchados por quien fuera que estuviese del otro lado.
Por debajo de la puerta de entrada se veía oscuridad. «Mal indicio» pensé mientras que continuaba mi lento caminar.
Primero apoyé el oído sobre la puerta y escuché. No había ruido alguno. Luego posé mi ojo derecho en la mirilla. La oscuridad impedía ver la totalidad del pasillo, sin embargo, no parecía que haya nadie allí. Poco a poco me fui calmando.
Regresé a la cama luego de haber tomado un poco de agua. Por suerte me pude acostar y los ojos se cerraron sin tanta lucha. Estaba muy cansado.

«PUM PUM PUM»

Nuevamente desperté. Otra vez el ruido, aquel ruido me despertó. Eran golpes, de eso no había duda, sin embargo, en esta oportunidad estaba más despierto y entendí que no venían de la puerta principal sino que venía de la cocina.

«PUM PUM PUM»

Nuevamente escuché el ruido y esta vez fui testigo del mismo. La tormenta eléctrica anunciada para la mañana estaba adelantándose unas horas y el viento ya había comenzado a soplar. El ruido provenía del golpeteo de uno de los cables del edificio, presuntamente el cable del servicio de televisión que golpeaba bruscamente contra los ventanales de mi casa en una perfecta trilogía armoniosa.
Me relajé por un instante, aunque en ese momento temía que aquel duro cable pueda atravesar las ventanas.
Por un instante me quedé allí pensando en como atrapar aquel elemento como para que no siga golpeando. Mientras que pensaba, miraba a la calle. La tormenta eléctrica había comenzado y el cielo era bañado con rayos y relámpagos constantes. Unos instantes después, los truenos resonaban en la ciudad, algunos con ruido más potente y otros más alejados.
Había algo extraño en aquel paisaje, algo muy familiar. Algo así había sucedido en el sueño que me despertó al inicio. Sentía como si todo esto ya lo hubiese vivido en mi mente y comencé a temer.
Un rayo cayó justo frente a mi. Mis ojos fueron cegados por el tremendo brillo y lo único que pude ver por unos instantes fue todo blanco, como el Flash de una cámara. Unos instantes duró mi vista así, lo suficientes como para que me orine encima del miedo. Durante esos instantes, vi como unas pequeñas figuras negras se movían a extrema velocidad en aquel mar blanco. Resaltaba mucho como para no ser notados y temí. Temí porque sentía que esto lo había vivido.  Sentí como era succionado por una de ellas mientras que de otra emanaba una sustancia negra que se introducía dentro mío.  Antes de perder el conocimiento, logré escuchar un susurro que decía «la muñeca, la muñeca».
A la mañana desperté en mi cama. La cabeza me dolía y no podía recordar como es que llegué allí. Me dirigí al baño para ducharme y al desnudarme me miré al espejo. Sentía una molestia en la mano izquierda y al mirar mi muñeca, noté una marca que antes no tenía. Un círculo, del tamaño de una moneda había sido marcado en mi piel, junto con unos leves relieves. Poco a poco fui recordando el sueño de la noche anterior y el último susurro antes de quedarme dormido, el susurro que hablaba sobre «la muñeca», sobre mi muñeca.

«Por dios». Pensé. «¿Qué me ha pasado?»

Aquel día me sentí extraño y con miedo. Miedo al día, a la noche. Miedo a la gente y a la soledad, pero principalmente, miedo a volver a dormir.

Adán: El primer hombre volador

-¿Qué es lo que haces, Adán?- Preguntó Dios.

El hombre saltaba en su posición.

-Quiero volar, como las aves- Respondió.

Dios se sorprendió, pensando en si la pregunta era por mucha inteligencia o falta de la misma.

-Tú no fuiste creado para volar- Respondió su Dios.

Adán, conociendo la respuesta de su creador, continuó intentando su imposible hazaña.

-Eso lo se. Sin embargo,  me has dotado con inteligencia y razonamiento y pretendo usarlos para dominar todas las habilidades de los otros animales.

-¿Es por eso que debí rescatarte de las profundidades del mar?

Adán asintió con la cabeza. Recordaba bien la situación. Luego de ver a los peces en el agua, se sumergió en el líquido. Fue su primer intento nadando y no resultó nada bien.
Al no saber como mantenerse a flote, se fue hundiendo cada vez más en las profundidades del mar. Todo era nuevo para él y no poder respirar bajo el agua era algo que ignoraba completamente.
Dios, atento a las andadas de su creación, ordenó al delfín que lo rescatase.

-Sin el suelo que sostenga tus pies, tu cuerpo está sometido a la gravedad- Le explicó Dios luego de rescatarlo.

Adán lo escuchaba atentamente.

-La gravedad es lo que hace que te mantengas en el suelo y puedas caminar y correr sobre él. La gravedad impide que te muevas como los peces en el agua y que vueles como las aves en el cielo. No conoces la muerte y no la conocerás porque sois mi primera creación y hasta que no haya más como tú poblando esta fértil tierra, cuidaré de tí. Pero cuando haya creado más personas parecidas a tí, ya no gozarás de mi cuidado y tu deber será protegerlos de todos los peligros a los que estás inmune, porque ellos no lo estarán.

Al terminar el discurso de su creador, Adán se rascó la cabeza intentando comprender su significado. No conocía el significado del peligro y de la muerte, pero recordaba la sensación que tuvo al no poder respirar bajo el agua.

«Si así se siente el peligro y la muerte, entonces no debe ser sentido nunca jamas.»

Pero luego de pensar, a Adán se le había ocurrido un plan.

-Dios dice que mis pies están unidos a la tierra y al saltar puedo comprobar sus palabras. Pero, ¿y si salto desde un lugar más alto? o incluso ¿sigo caminando desde el pico de una montaña?-

Sabiendo el infortunio que le esperaba, Dios no puedo más que sentir lástima por su creación.

«Le dí razonamiento y libre albedrío para que experimentara, pero esto es algo que no esperaba.» Pensó, lamentándose.

-Adán- Le interrumpió. -¿Estás seguro de esto?

-Por supuesto- Le respondió al ascender por la pequeña montaña.

-Si es lo que deseas, está bien, pero advierte mis palabras. Si realizas el salto, conocerás el dolor y sufrimiento.

-No se lo que es eso- Respondió Adán, sin prestarle atención a su creador.

Dios se frustró. -Pero acabo de decir que lo conocerás si lo haces…- Dijo para sí, comenzando a dudar sobre la inteligencia del primer hombre creado.

Pocos minutos después, Adán llegó a la cima y se arrojó al vacío.

-LO LOGRÉ- Gritó al caer.

-No quiero ver- Dijo Dios.

Y menos mal que no lo hizo porque el golpe que se dio fue sentido hasta en los confines del Edén.

-Sabes- Comenzó Dios. -Este es el Edén, o paraiso, y tú fuiste nombrado en su honor. Tú nombre, Adán, o cuidador del paraiso, fue uno de los regalos que te brindé. Pero al verte así, llorando y lamentándote por tus heridas luego de realizar semejante estupidez, me hace querer cambiarte el nombre.

Adán seguía en el suelo, sufriendo las heridas de su tonto intento de volar y Dios lo miraba entristecido por la imprudente forma de actuar de su creación.

-Lo había dejado como sorpresa, pero creo que ahora es de vital importancia.- Dijo Dios.

Una fuerte luz blanca apareció y dentro, una hermosa y semi desnuda joven caminaba hacía el herido.

-Adán, te presento a la primer mujer, Evantedentrospadantrescotero, pero puedes llamarla simplemente Eva.

El herido hombre la miró y quedó maravillado. Una nueva sensación le invadió el cuerpo, superando por un instante al horrible dolor.

-Eva- Suspiró -Que lindo nombre. Significa sanadora.

-Ejem…

Dios le interrumpió.

-En realidad significa «la sanadora del paraiso y del cuidador del paraiso, de mi tonta creación».

Adán se ruborizó.

-Me creaste a ímagen y semejanza, entonces, TÚ eres el tonto.- Le reprochó el hombre.

-Estás equivocado. Te creé como dices, pero tuve la suficiente inteligencia para crearte. ¡Tú no pudiste crear ni siquiera un par de alas para intentar volar!.

-¿Dijiste crear alas?- Preguntó Adán.

Al entender la situación, Dios se dio cuenta de que debía elegir sus palabras con cuidado si quería que su creación continuara con vida.

-Eva, ahora te lo dejo a tu cuidado. No permitas que se vuelva a lastimar.

Eva asintió con la cabeza.

-¡Ponte esto!- Ordenó la mujer, lanzándole unas ropas al otro ser humano.

-¿Qué es esto, Eva?- Preguntó.

-Se llama ropa y sirve para cubrir tu cuerpo, el cual, en mi presencia debe estar cubierto en ciertas partes.

-No quiero- Adán se negó.

-Dios dijo que a mi me tienes que hacer caso en todo- Le reprochó.

Adán se quedó pensando unos instantes antes de responder.

-Mmm… No recuerdo que haya dicho eso.

Eva, enojada por la situación, llamó a su creador.

-Adán, debes obedecerla EN TODO y si no lo haces, sufrirás mil veces el dolor que te abruma en este momento.

El hombre sintió el miedo y no le quedó más opción que obedecer.
La desnudez había quedado erradicada para los humanos y la mujer había dominado al hombre, sin embargo, no lo podía controlar.
Los días pasaron y Adán, ya recuperado, comenzó a construir unas álas artificiales.

-¿Qué haces?- Le preguntó Eva.

Adán interrumpió su trabajo y levantó la vista.

-Estoy construyendo alas para volar, tal como Dios me lo sugirió.- Dijo, bajando la vista.

«Es un tonto» Pensó el creador. «Tonto pero persistente.»

Pocos días después, las alas ya estaba listas para probarse y Adán se dirigió hacía la montaña donde había realizado su primer salto.

Como la primera vez, no dudó en saltar y con un fuerte viento, envíado por Dios, Adán logró planear por unos largos segundos.
La vista desde arriba era fenomenal, hasta que algo le llamó la atención.

-ES EL FIN DEL PARAISO, LO VEO.- Gritó emocionado, mientras caía al suelo.

El aterrizaje fue perfecto, digo de honores.

-¿Has visto el fin del paraiso?- Preguntó Eva.

-SI- Respondió, enérgico. -Y llegar hasta allí será mi próximo objetivo.

Castigo interior

-El destino quiso que nos encontremos aquí, preciosa.- Dijo Marcos.

-Cierra la boca, ESTÚPIDO- Se molestó Sandra.

La cara de la mujer era de angustia. Sus ojos, cansados de mirar, cedían lentamente. Sus piernas, agotadas de andar, rogaban descanso.

-Es un castigo- Se dijo, en voz alta.

-¿Un castigo?- Preguntó Marcos.

El hombre se encontraba mejor anímicamente. Cansado, pero no tanto como su compañera. Habían pasado la noche juntos, como dos completos extraños y se habían encontrado en el aeropuerto esperando impacientes para abordar al demorado vuelo.

Por un capricho no llegaría a asistir al evento más importante de su esposo.
Le había jurado fidelidad en vida, pero ahora difunto, la obligación se había extinguido y las ganas de experimentar le llenaba el cuerpo. Un fuerte calor le cubría el pecho. Se trataba de un deseo reprimido por una larga abstinencia que había sido liberado al desaparecer el alma del cuerpo de su pareja.

«Es sólo sexo.» Se repetía a si misma para que la sensación de lascivia no perdiera su explendor.

Y estaba en lo cierto. Parte de su mente estaba triste, desolada por la partida de su compañero. Su corazón lloraba, roto por la ausencia de abrazos y de amor, pero la parte menos importante, la parte que regula su pasión, floreció con tal intensidad que acabo por convertirse en su pensamiento de primer plano. No, no solo en su pensamiento, sino en su necesidad.
Cinco años había aguantado su cuerpo. Cinco años en los que amó a su esposo con todo su corazón, pero sin su cuerpo.
Él era un trabajador incansable. Era el gobernador de la provincia y dedicaba sus días a mejorar la calidad de vida de los habitantes, con los recursos que tenía.
Los medios lo señalaban como una persona incorruptible, de gran corazón y solidaria y su esposa daba fe de ello.
Se casaron a los 25 años. Dos años después de que el haya sido nombrado gobernador y durante su gobierno, la provincia floreció en todos los aspectos posibles.
Sin embargo, luego de la noche de bodas, él soltó la bomba.

-Quiero que mantengamos el sexo al mínimo, o lo eliminemos, Sandra- Le dijo a la mañana siguiente.

La sorpresa de su esposa era de esperar mientras que le preguntaba si era una broma.

-No- Respondió. -Hablo muy en serio. Quiero mis pensamientos alejados de la lujuria para poder concentrarme en ayudar a las personas y darles una mejor vida.

Al principio, Sandra no lo tomó en serio y le siguió la corriente. Pero solo al pasar los días, semanas, meses y años, se dió cuenta de la seriedad -y verdad- de las palabras de su flamante marido.

Trabajaba 12 horas al día, de Lunes a Sábados y siempre iba a trabajar con una sonrisa. Estaba realmente convencido de lo que hacía y la gente, poco a poco, le fue brindando su cariño.
Con el tiempo, su provincia se convirtió en un país aparte, un lugar tan próspero como un país de primer mundo, muy distinto a la pobreza y miseria que invadía el resto del estado.
Las leyes eran estrictas, los policias incorruptibles y las penas eran severas a quienes desafiaban la autoridad y gracias a eso, la gente comenzó no solo a respetar las normas, sino que también a sus vecinos. Al poseer una inmensa costa de olas incontrolables, habían logrado autoabastecerse eléctricamente y sus fértiles campos proveían alimentos a casi la totalidad de la población.
Las plazas estaban cuidadas, las calles enteras sin baches. No había gente durmiendo en las calles y nadie moría por desnutrición. El lugar era lo más cercano a una utopía que pudiera existir y el mundo había hecho eco de sus logros.
Nombrada como uno de los mejores 20 lugares para vivir, el gobernador era aclamado en el resto del país, tanto que su nombre fue propuesto por terceros para competir por el próximo mandato presidencial.
Desafortunadamente, al vivir en un país donde los gobernantes son oportunistas, el gobernador sufrió un extraño accidente en una ruta y perdió la vida.
La población del país marchó pidiendo justicia. Muchos creían en la culpabilidad del actual presidente en su «accidente», pero la corrupta justicia desestimaba el caso y su nombre y legado fueron quedando en el olvido.

No todo era color de rosas, ya que, al ser el sueldo infímo, debió sustraer un pequeño porcentaje de cada transacción que se realizaba para poder darle a su esposa una mejor calidad de vida.
Eso, y la falta de lujuria, eran las dos grandes manchas que poseía el «intachable» gobernador.
Al morir, Sandra, de apenas 30 años de edad, podía vivir cómodamente el resto de su vida, sin trabajar pero sin darse mucho lujos. Sin embargo, al lamentar la pérdida, su sexo se llenó de pasión y pocas horas después, ya se encontraba en la cama con un completo desconocido en un lugar donde nadie supiera cual era su identidad.
Pocos días después de la muerte de su marido, Sandra fue avisada que develarían una estatua en honor a él y que querían que ella esté presente y tire del cordón.

-Por supuesto que lo haré- Le dijo al actual gobernador.

Pero ahora, se encontraba angustiada en el aeropuerto, esperando las novedades. Si no partía en ese momento, no llegaría al acto de su difunto esposo.

-Es un castigo- Se lamentó, al leer en la pizarra que su vuelo fue finalmente suspendido y reprogramado para el día siguiente.

Una agradable sorpresa

-¿Son ellos?- preguntó Jimena.

-Creo que si- respondió Roberto emocionado, mirando por la ventana.

Un auto se detuvo en la entrada de su casa. De éste, descendieron dos adultos, un niño de dos años y una beba de unos pocos meses de vida en brazos de la madre.
Se trataba de Cintia, su hija.

-¡Hija!- exclamó su madre, abriéndole la puerta. -¡Que bueno que pudiste venir! ¿Estás bien?- le preguntó, preocupada, con la mirada seria.

-Si mamá, estoy bien, como cada vez que hablamos. No tuve ninguna recaída. -dijo ella alegremente, aunque un poco cansada de la insistencia de ese tipo de preguntas.

Cintia había sufrido un golpe muy duro en la cabeza luego de haber resbalado por unas escaleras, años atrás. Los médicos daban por concluida su vida, sin embargo ella luchó y contra todos los pronósticos, no sólo se recuperó por completo, sino que estudió, se agraduó y formó una familia. Ella era un ejemplo de vida y un orgullo para sus padres.

La emoción del ambiente era grande. Aquel no era un encuentro cualquiera, sino que se trataba del primer encuentro entre la mayor y menor generación allí presente, entre los abuelos y los nietos.
El abuelo se presentó ante el niño, mientras que la abuela sostenía a la princesa.

-Estamos esperando un tercero, que se llamará Gastón- dijo Cintia, acariciándose la panza.

-Es un gran homenaje- dijo su padre, con una lágrima en el ojo.

En ese momento, recordaron a Gastón, hijo de Jimena y Roberto y hermano de Cintia.
Gastón había desaparecido hace más de 5 años, luego de que su automóvil fuera encontrado a un costado de la ruta, completamente destruido.
Padre e hija hicieron un momento de silencio para luego juntarse con el resto de la familia.
Todo era alegría aquella noche. La charla con los adultos y los juegos con los nenes habían llegado al punto en que los abuelos necesitaban un descanso.

-Es muy despierto- dijo Roberto, en referencia a la inteligencia de su nieto.

-Nosotros pensamos lo mismo- respondió Cintia.

Dispuestos a comenzar la cena, se levantaron y se digirieron hacia el comedor.
Sin embargo, el niño caminó hasta la ventana.

-AHM AHM- Es todo lo que decía.

Con su dedo índice, señalaba la ventana.

-La nieve, ¿te gusta?- le preguntó su abuela.

El niño la miró y negó con la cabeza mientras que insistía con el dedo.

-¿Qué pasa, pupu?- le preguntó su madre.

Un taxi se había detenido en la puerta de la casa.

-¿El taxi?- preguntó su abuelo.

El niño continuaba señalando hasta que alguien bajó del vehículo y se dirigía lentamente hacia el porsche de la casa.
El timbre sonó, sorprendiendo a los ocupantes.

-¿Esperan a alguien?- preguntó Cintia.

Ante la negativa, Jimena se levantó del sillón y fue hacia la entrada.
Al abrir la puerta quedó desmayada frente a la imagen de Gastón, su hijo.

-¿CÓMO PUEDE SER?- gritó Cintia, asistiendo a su madre que no daba en sí.

-Hola- le respondió su hermano mayor, provocando llantos en todos los presentes.
Luego de años de ausencia, años en los que se creía haberlo perdido, Gastón había regresado.

-Te sepultamos- dijo Roberto, también conmocionado por aquel fantasma.

-Estoy vivo, papá- respondió su hijo, abrazándolo.

Luego de más de un lustro de espera, luego de haberle inclusive practicado un funeral con un ataúd vacío, padre e hijo se abrazaron con fuerza.
Cintia lloraba desconsoladamente, al igual que su madre, ya recuperada del desmayo.

-MI HIJO- gritaba su madre, a punto de volverse a desmayar. -MI FAMILIA REUNIDA, ES UN MILAGRO.

La cena, la noche entera, fluyó con un aire sobrecogedor. Era el momento más feliz de la vida de los viejos, quienes no solo tenían a sus hijos reunidos, sino que además habían sido bendecidos con dos pequeños nietos llamados en honor a sus abuelos.
La alegría que ese hogar sentía era la mayor jamas experimentada por nadie y ahora que estaban juntos, nada podría ni volvería a separarlos. Todo era felicidad.

Al dar las 12, el viejo reloj del comedor comenzó a tambalearse hasta caerse, produciendo un ruido ensordecedor.
Roberto se despertó con un sobresalto.
Todo había sido un sueño.

-¿Volviste a soñar con ellos?- le preguntó Jimena.

Roberto afirmó con la cabeza, comenzando a llorar, apoyándose en el pecho de su mujer.
Jimena le tomó las manos, arrugadas por la vejéz y le besó los dedos mientras recordaba a sus hijos perdidos desde hacía ya varios años.
La nieve caía afuera mientras que los dos ancianos lloraban en la oscuridad.