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José, el gran libertador

Me consideran un prodigio en el arte de la guerra. Una profesión obsoleta en el siglo veintiuno, pero que en cualquier momento puede llegar a ser de utilidad nuevamente.
Mis notas resaltaban y mis aportes eran tenidos en cuenta. La estrategia era un juego de niños para mi y en cada juego, prueba o simulador al que me enfrentaba, rompía todas las marcas establecidas.
Desarrollé teorías de planes de defensa para ejércitos con poco armamento y mucho espacio para defender, como el de mi patria y creo que fue a causa de esto que recibí una carta del gobierno de los Estados Unidos para realizar una capacitación con ellos.
La idea de aprender del mejor ejército del mundo, de los mejores estrategas y conocer las mejores tácticas me ilusionó a tal punto que creía que me convertiría en un super espía y que conocería los más oscuros secretos de la humanidad.
Exageraba, lo sé, pero estaba muy emocionado al pensar que el país más poderoso me buscaba a mi, a un simple poblador de las llanuras pampeanas.
Debía viajar en dos meses luego de superar un curso intensivo de inglés, pagado por ellos, ya que las capacitación se daría en ese idioma.
La base militar a la que llegué era todo con lo que soñaba. Un gran castillo en medio de un gran predio lleno de hangares y armamento. Militares por doquier y uniformes con estrellas y bordados. Cuantas cosas deseaba aprender y cuantas ganas tuve de conocer sus secretos militares. Sin embargo, nada me había preparado para lo que escuché en la primera de las clases a las que asistí.

-Estás preparado- me dijo Luque, un compañero de clase y creo que el único que hablaba castellano como yo.

-Si- le respondí, emocionado. -Aprenderemos sus tácticas y secretos.

Nos estrechamos fuertemente la mano, ambos compartíamos la misma emoción.

Luego ingresó el instructor. Se trataba de un hombre entrado en años y con una cara dura sin ganas de sonreir. Se trataba de un general retirado del ejército yanqui y llevaba puesto un uniforme con varias condecoraciones que le daban aires de grandeza.
Mantuvimos el silencio para escuchar atentamente la clase (y porque el inglés no era nuestro fuerte).

«José de San Martín. Criollo y libertador en sudámerica, fue el mayor estratega de su siglo. Contemporáneo al legendario Napoleón Bonaparte, este hombre desconocido para nosotros, mantenía ideales forjados con fuego, ideales de libertad como los de nuestros padres fundadores. Un hombre de cuyas estrategias en el campo de batalla permitieron la liberación de manos españolas de un terreno de mayor extensión que el nuestro y con menor cantidad de población y de armas.
El mismo Napoleón aprovechó el avance de San Martín para poder atacar y conquistar España. Conociendo la intención del general francés, el argentino movió las piezas de su ajedréz para actuar en su tierra natal cuando los españoles y los franceses estuvieran en guerra.
No hablaremos sobre historia, sino sobre los planes de este caudillo, sobre como utilizó a Napoleón y a los ingleses para su propio beneficio, sobre como atravesó la cordillera más dificil de cruzar a pie para ayudar a sus vecinos y de como recorrió miles de kilómetros al frente de su ejército para continuar expulsando a los españoles y darles libertad a cada pueblo.
Dejaremos de lado la historia y la política para adentrarnos en las proezas del mayor estratega de su siglo y probablemente, de la historia, Don José Francisco de San Martín.»

Luque y yo nos miramos. Eramos los únicos latinos. Él siendo peruano y yo argentino eramos los que más conocíamos sobre las hazañas de nuestro libertador. Habíamos viajado tanto para conocer los secretos militares de esta superpotencia y terminamos repasando lo mismo que aprendí de chico, en mi pampa nativa, en el culo del mundo.

«EL SECRETO DEL MÁS GRANDE ES APRENDER DEL MÁS PEQUEÑO»

El juez contra lo políticamente correcto

-Pero, es arte. El arte que yo creo debe de ser expresado a todo el mundo.

El joven tatuado intentaba convencer al uniformado.

-Mirá pibe, estás pintando espacio público y está penalizado por ley. O lo borrás ya mismo o venís a la comisaría. ¿Qué vas a hacer?

La cara seria del policia demostraba severidad y su tono firme no daba lugar a dudas de que cumpliría su advertencia.

-Es mi forma de expresión y no la voy a limitar porque usted no tiene la capacidad para entender el arte.

Insultar a un oficial no es la acción más inteligente y a las pocas horas ya estaba queriendo discutir con el juez.

Luego de leer el parte de lo sucedido, su señoría habló.

-Tu forma de expresión la debes manifestar en ámbitos no públicos. Tenés prohíbido realizar este tipo de actos so pena de arresto. ¿Quedó claro?

-Usted me está hablando de pésima manera- replicó el muchacho claramente nervioso y sin saber como encarar la situación.

-Es mi forma de expresión y no la voy a limitar porque usted no tiene la capacidad para comprender las leyes- le respondió, usando las mismas palabras que había recibido el policia.

El juez dio por concluido el asunto y despidió al muchacho.

-Una cosa más- le dijo antes de que el joven tatuado saliera -no creas que lo que llamás arte le importa más al resto que a tu propio ego y satisfacción. La ciudad es espacio de todos y si querés pintar o pegar carteles, hacelo en tu propiedad privada o hacelo por internet, como está tan de moda. A ti no te gustaría que te pinten ni la casa, ni el auto y ni a tu madre. Respeto, muchacho, respeto hacia lo público.

Era la hora del almuerzo y su panza rugía, pero aún quedaba un caso pendiente: Una mujer desnuda fue detenida por exhibicionismo.
Un grupo de activistas protestaban por la opresión de la mujer, totalmente desnudas frente al congreso donde exigían que sea permitido por ley que ellas puedan andar desnudas por las calles.
El juez tenía poca tolerancia hacia el desprecio a los edificios importantes de la ciudad.

-El cuerpo de la mujer es igual de sagrado que el del hombre- dijo, indignada.

-¿Y por qué lo andás mostrando cual si fuera una objeto en un aparador?

-Porque hay un tabú con el cuerpo femenino y un hombre puede estar desnudo sin que nadie le diga nada.

-Tonterías no, eh. Que ayer arrestamos a un hombre por andar desnudo, mismo motivo por el cual vos estás acá.

La mujer se quedó callada pero el juez no.

-El cuerpo es lo más sagrado que tenemos como personas. Es lo único que es verdaderamente propio y hay que cuidarlo y valorarlo. ¿Querés hacer ejercicio y ser delgada? No hay problema. ¿Querés dejar de depilarte y pintarte el pelo de verde? Tampoco hay problema. Pero todo esto en tu ámbito personal. No pretendas ser diferente y gritar al Boreas que te respeten cuando vos sos la que no respeta lo más preciado que tenemos, el cuerpo. Relajate un poco más con la vida y disfrutá que ya no vivimos en la edad media. Y por cierto, la próxima vez que te vea por acá, me importará poco tu excusa y el único consejo que te daré es como cuidar de la retaguardia en la ducha de la celda común.

Al fin había concluido los casos de la mañana y por fin podía almorzar.
Una agradable milanesa con puré de papás era el menú del día.

-Doctor, ¿acaso no le habían prohibído las frituras y la sal?- le preguntó el mozo del restaurante al que iba casi todos los días a almorzar.

-Si muchacho, pero igual traeme el menú y apurate que tengo que volver al juzgado.

El camarero reprobó con la cabeza pero cumplió con el pedido y al poco tiempo levantó los platos.

-Todo muy rico, pibe- le dijo al despedirlo y entregarle en mano una generosa propina. -Por tu silencio -finalizó, guiñándole el ojo derecho.

De vuelta en la sala, aún quedaban dos casos más para ser juzgados ese día y si los concluía rápido, llegaría a tiempo a su casa para la cena.

-Señor Martín, ¿sabe por qué está acá?

El acusado no respondió por consejo de su abogado allí presente.

-Muy bien, yo le voy a decir. Usted está presente en esta que es mi casa porque- el juez se aclaró la garganta -has invadido terreno privado, has agredido a un oficial, has roto propiedad pública, has cortado la libre circulación… -el juez detuvo la lectura leyó en voz baja el escrito que tenía delante. Tres hojas completas de delitos eran demasiado para leer. -Dios mío, muchacho. Me podés decir ¿qué carajo hiciste?

El abogado apoyó la mano sobre el hombro del otro hombre y se dirigió al juez.

-Mi cliente ha sido falsamente acusado de esos delitos y de acuerdo al artículo catorce del… -el abogado no pudo continuar.

-Frenate ahí- interrumpió el juez y miró al acusado. -Muchacho, entiendo que quieras un abogado pero no lo comparto y te propongo lo siguiente. Si lo despedimos acá al doctor y hablamos entre nosotros te prometo que voy a ser contemplativo y magnánimo. Quiero que vos me cuentes lo que pasó. Pero por el contrario, si querés que el letrado hable en nombre tuya y solo mencione artículos de leyes y palabrerío, entonces seré duro como el plomo y te recuerdo algo, aunque piense el abogado que sepa de leyes, te puedo asegurar que yo las conozco más y mejor que él y todo esto lo voy a usar en tu contra en la sentencia que dicte. Decide.

El acusado y su representante se miraron y asintieron con la cabeza.
El juez sonrió al ver al letrado abandonar la sala.

-Muy bien, así me gusta. Ahora, cuéntame que pasó.

-Decidí escrachar a mi jefe porque me echó del trabajo.

-¿Cómo es eso?- preguntó su señoría.

-Recibí un telegrama de despido y yo no quiero que me echen.

El juez revisó los papeles que tenía en la mesa.

-Por lo que veo acá el telegrama está correcto y se te abonará lo que te corresponde por el despido. ¿Cuál es el problema?

-Que no quiero que me saquen, yo quiero seguir trabajando. Tengo mis derechos como trabajador.

-¿Sabés algo? Antes de que vengas vos vino tu ex jefe y me explicó la situación. Él tiene una pequeña empresa y los gastos de hoy en día hacen que no sea rentable mantener a tantos empleados. Me dijo que te van a pagar lo que te corresponde, entonces ¿por qué no está en su derecho de despedirte?

-Porque es el trabajo que tengo. El otro es un empresario y yo soy el trabajor que se queda en la calle. Los compañeros me dijeron que debo escracharlo para que me vuelva a contratar.

El hombre levantó la voz y reflexionó la situación.

-Entiendo lo que querés decir- finalmente dijo -pero debes entender algo. El hombre invirtió esfuerzo, salud y dinero en abrir y mantener la empresa. Ahora la debe reducir por los costos que hay. En ningún momento debes pensar que es su obligación darte trabajo. Para mi, el que pudo lograr poner un negocio o empresa y contratar gente es un emprendedor y que vos tengas tus derechos como trabajor no implica que merezcas cosas a esfuerzos del otro, no funciona así. Te invito a que formes una empresa y contrates a empleados como tú que solo piden piden y piden sin considerar el esfuerzo de la otra persona para cumplir. Solo así entenderás la importancia del que crea trabajo y valorarás a tu siguiente jefe. No todos los que poseen un negocio son millonarios y sanguinarios, muchacho, recuérdalo.

El acusado lo miraba en reproche. En su cabeza el trabajo le debía ser proporcionado obligatoriamente y el empleador siempre sería el millonario vividor.

-Respecto a la sentencia, debería condenarte, pero tu ex jefe, el que vos estás escrachando frente a su familia, pidió que no se te imponga condena. Deberías de darle las gracias, pero no vuelvas a testear mi paciencia. Vete con la advertencia.

Pasada una hora, entró el oficial de servicio con la última carpeta del día. «Por fin» pensó el juez, poniendo cara de alivio, sin embargo, el policia lo vio y le borró la calma: -Agarrate- le dijo.

El juez comenzó a leer el expendiente. Un hombre transexual y una mujer con apariencia de hombre demandaron a una agencia de modelos por discriminación al no ser aceptadas en la agencia. Al persistir con la demanda, la empresa había mandado una dura réplica que derivó en una acción penal.

-Tenemos nuestro derecho para ser modelos-

-Esas mujeres (por las modelos) no representan a la sociedad, son falsas, sometidas a una dieta exigente, obligándolas a ir contra sus cuerpos naturales.

El juez hizo una pausa y los miró.

-Dejenme entender un poco más el asunto. Usted es un hombre que se operó para parecer una mujer- le dijo al hombre transexual.

-Yo soy una mujer- respondió ofendido.

-¿Naciste varon?

-No tiene nada que ver. Yo me identifico como mujer.

-Caballero, mientras la ciencia no diga lo contrario, los géneros son dos, el masculino y el femenino, con algunos casos excepcionales, pero no es el suyo ni el de su compañera.

-¿Quién es la ciencia para decir como soy yo?- respondió ofendido.

-Mirá, yo no soy el mejor para explicarlo, pero tengo un buen ejemplo. Cuando se descubre un cuerpo calcinado, se puede identificar su género por los huesos, ¿lo sabías? Entonces, si analizan el tuyo, futuras generaciones dirán que eras varón y todo tu discurcito de sentirte mujer no se sostendrá después de tu muerte. Lo mismo para tu compañera que por más que quiera parecer hombre, es una mujer y que puede llegar a ser muy bella.

El hombre-mujer se ruborizó, nunca nadie le había adulado y la sensación le gustó, aún a pesar de la gran diferencia de edad que existía entre ella y el juez.

-Miren, los criterios que utiliza una empresa privada son personales y si lo hacen así y utilizan un determinado concepto de mujer es porque las ventas les ayudan. Si en algún momento el estilo que ustedes llevan puesto es el que más se venda, entonces no tengan duda de que las llamarán.

-Es discriminación- reprochó el hombre, ahora sin el apoyo de la mujer.

-Puedo facilitarles el contacto con un banco para que les ayuden con un crédito así ustedes ponen su propia agencia de modelos y utilicen los criterios que se les ocurra. Hombres como mujeres, mujeres como hombres, jirafas como perros, árboles como niños, lo que quieran y cuando comprendan el negocio al que ustedes están demandando, entenderán que lo de ustedes es un grito desesperado por ser alguien distinto en este mundo superpoblado. Con tantas redes sociales, con el acceso en tiempo real a la información, la gente se desespera por ser alguien y no caer en el olvido. Por eso llaman la atención con estas cosas. Deben entender que pueden ser felices en el anonimato. Yo lo soy, tengo a mi esposa, mis hijos y mis nietos y nunca necesité una rebeldía para ser alguien importante. Ahora, tienen dos opciones, o siguen adelante con su demanda y les aseguro que van a salir perdiendo, o se retiran e instalan su propio negocio de modelismo con todos los géneros que se les ocurra.

Las demandadas tomaron sus cosas y salieron por la puerta de la sala, anunciando el campanazo final del día de trabajo para el juez de setenta años que por fin se pudo relajar y llegar a su casa.

-¿Cómo te fue hoy?- le preguntó su mujer al servir la cena.

-Todos asuntos menores con personas demasiado jóvenes. Debí de ejercer de psicólogo además de juez.

Su esposa lo miró con cara de consternación y el hombre entendió que habló de más.

-¿Otra vez? Si sabés que no debés de hacer eso, te pueden volver a suspender.

El hombre bajó su mirada hacia el plato de comida. Podía soportar todo tipo de planteos, salvo los reproches de su amada señora.

-Lo sé, lo sé. A veces es más fuerte que yo y hoy brilló con creces. Quisiera que estos chicos que juegan a ser rebeldes realmente entiendan el causal de sus acciones.

-Son chicos, mi vida. Nosotros también lo fuimos y nos comportamos como tontos. Pero dales tiempo, todos los caprichos y locuras se esfuman con el tiempo y con la madurez.

Como siempre su mujer tenía razón y debía de escucharla, pero el juez era él y cambiar era muy dificil a su edad.

-¿Me pasás la sal?- preguntó, sin levantar la mirada del plato.

Locuras en el gimnasio

-Por dios hermano, te vas a lastimar.

El entrenador corrió para detener el ejercicio.

-¿Quién te dijo que la uses así?

Un muchacho, de unos treinta años de edad, se había sentado en una máquina especializada para trabajar los hombros mediante la ayuda de pesos, sin embargo, su técnica estaba muy alejada de la correcta.

-Lo vi en un video de Youtube- respondió.

El profesor se encabronó, le dijo que estaba para ayudarle y que debía consultarle cada ejercicio antes de hacerlo, a él y no a un video de Internet.

El muchacho entendió el mensaje pero le reprochó que le llamó la atención varias veces sin ser escuchado.

-Estabas hablando muy de cerca con la de las calzas grises y no me prestabas atención.

El musculoso celador del gimnasio comprendió la crítica pero no se disculpó en ningún momento.

-Bueno, vamos- le dijo a su raquítico compañero. -eres nuevo por lo que veo, ¿qué objetivo tienes?

El otro le brindó una mirada furtiva

-Llevo ya tres meses y en todo este tiempo no me diste ni los buenos días -continuó el reproche.

El profesor bajó la mirada y suspiró, «hoy será un día largo», se dijo.

Horas más tarde, el profesor se encontró con su reemplazo.

-A la mañana me tocó uno que me hizo un escándalo. Lo hubieses visto, casi se lesiona los hombros con la barra y cuando lo ayudé me dijo de todo porque decía que no le presté atención.

-A veces pasa, hermano. Últimamente me pasa que creen que porque ven a un tipo en Youtube, creen que saben como hacer el ejercicio y como trabaja el músculo.

-Eso mismo pasó, encima me cortó la charla con Sol, justo cuando la tenía.

El recién llegado abrió los ojos, demostrando que ahora si le importaba la conversación.

-¿Y que tal con Sol? Hace meses que la veo cuando llego pero no logro hablar con ella. ¿Te la ganaste?

-Salimos el viernes después del gimnasio, así que el Lunes te contaré.

-Qué envidia te tengo hermano.

Los hombres se saludaron con un abrazo y se despidieron hasta el día siguiente.

-Bueno, es hora de trabajar.-dijo el entrenador de la tarde y realizó una primera recorrida por el recinto, saludando amigablemente a quienes le devolvían la mirada.

La tarde transcurrió con calma y entrada la noche, una de las empleadas del gimnasio le pidió ayuda.

-Ve si queda alguien en el baño de hombres así puedo entrar a limpiar.

El musculoso respondió al pedido de forma casi inmediata y a los pocos segundos salió con la noticia de que tenía luz verde, luego permaneció en la puerta para impedir el paso de alguno de los pocos hombres que quedaban a esas horas.

La empleada, una «niña» dueña de una veintena de años, además de ayudar con la limpieza, daba clases de baile en el lugar. Eran pocos empleados y entre todos se turnaban para el aseo.

La chica comenzó la tarea y rápidamente sorteó los urinales y sus desagradables aromas.
Luego todo era más sencillo, verificar que las duchas estén cerradas y que el vestuario esté en orden.
Sin embargo, lo que pasó a continuación no lo esperaba.

Fuera, un hombre mayor quiso entrar en el baño.

-Perdón, sr. Pedro, pero lo están limpiando -se disculpó de forma seria con el anciano, sin embargo, en la cara se le formaba una gran sonrisa.

El entrenador sonreía mientras agudizaba el oído para escuchar lo que sucedía dentro, en donde la despistada profesora de baile cayó presa de la trampa que le esperaba en la última de las duchas.
Una mano la tomó y la joven no pudo resistirse a lo que vino.
Con un grito ahogado, el entrenador fuera de la puerta entendió que había comenzado la función.

Uno de los alumnos de ella, un muchacho extremadamente pintón, planeó quedarse a solas con su profesora, con la ayuda del entrenador. Todo había sido calculado cual película de amor.
Ambos se miraban mucho durante las clases, pero le tenían miedo a salir juntos por la puerta del gimnasio.
Lejos de estar enojada por la situación, ella se dejó llevar mientras que afuera la fila para mear se incrementaba.

-Están tardando mucho para limpiar el baño- le dijo el anciano a la chica de recepción. -No es de quejoso, pero mi vejiga ya no es lo que era y las ganas de orinar son grandes.

La chica estaba contando los minutos que faltaban para concluir el día de trabajo y sorprender a su novio. Eran casi las nueve de la noche y el día había comenzado de mala manera.
La gente se había acumulado en la puerta cerrada del lugar y esperaban que alguien les abra. Ella se había demorado, estaba descompuesta, pero sus obligaciones la hicieron ir a trabajar, provocando que llegue media hora más tarde de su horario de entrada a las nueve y media de la mañana.
Al llegar y abrir la puerta de las instalaciones, algunas personas la saludaron con una sonrisa mientras que otras se quejaron por la falta de puntualidad:

«Yo no me puedo permitir tu lujo de llegar media hora más tarde a mi trabajo» fue uno de los comentarios que más le dolió.

El día no había comenzado bien para ella y eso incrementaba su estrés.
Le había prometido a su novio que hoy no haría ejercicio alguno, pero las circunstancias fueron otras.
Ella se había vuelto adicta al entrenamiento y su novio estaba preocupado por ella. Cada día más flaca, con menos hambre y viéndose más gorda. Estaba al borde de un trastorno psicológico, motivo que llevó a su pareja a pedirle que por unos días no se ejercite y coma algo rico.
Una linda contradicción se llevó al mediodía cuando el dueño del gimnasio propuso un reto a su personal.
El que haga más kilómetros en diez minutos en la bicicleta fija y diez minutos en la cinta de correr se llevaría como premio una botella de vino importa, valorada en casi medio sueldo de los empleados.
Una caja que fue regalada por un cliente del lugar a modo de agradecimiento del buen trato que se le brindó y el jefe quiso compartirlo con sus empleados.

«Por tí, Marcos» se dijo al comenzar a correr.

Más allá del bien y del mal

-Esa es mi propuesta- dijo.

Se encontraba sentada y en calma. Esperaba una respuesta positiva y si no la tenía, se levantaría y concluiría su visita.
El señor Marcelo insistió en que pedía algo poco serio pero no perdía de vista mis movimiento.

-Señora Velez, entenderá que lo que pide va más allá de mis facultades.

-Lo sé -respondió ella -Entonces me marcho sin antes felicitarle por su negocio, está muy bien diseñado.

El señor Marcelo crujió los dientes. Aquella elegante señora entró preguntando por nuestra pintura más cara, un Goya valorado en  un millón de dólares.
Se trataba de una pintura que juntaba polvo en nuestros almacenes. Nadie había preguntado por aquella obra y al día de hoy sigo sin entender como cayó en nuestras manos.
Aquella era la venta más importante que el negocio tendría en su historia, por un amplio margen de diferencia.
Un negocio pequeño, con ventas lentas y de poco valor. La mayoría se tasaban en unos cientos de dólares y unas pocas superaban los miles. De vez en cuando recibíamos algunas más importantes valoradas en decenas o incluso cientos miles, pero fueron pocos los casos.

La venta más importante fue de unos doscientos cincuenta mil billetes verdes hace ya tres años y se trató de una operación que costó esfuerzo y salud pero que finalmente se hizo.
Sin embargo, ahora se trataba de una obra cuatro veces superior en costo a la más vendida en la historia del negocio y que prometía ser una operación limpia.
Como siempre, el ocho por ciento de la venta sería para el negocio y esos ochenta mil dólares eran deseados.
Rosaria Velez era una mujer joven, hermosa y elegante. Su forma de andar, su pausa al hablar, su serenidad y su calma le hacían aparentar más edad, pero su rostro sin arrugas demostraba lo contrario.
Sin dudas, era un cliente distinto a los que hemos tenido.

-Vi en Internet que venden una copia certificada del Saturno de Goya -dijo, al ingresar.

Fue atendida por el señor Marcelo, dueño del negocio.

-Así es- respondió con una sonrisa.

La invitó a tomar asiento y le ofreció una café que ella aceptó con gusto.

-Marcelo Turín, encantado -se presentó.

-Rosaria Velez- respondió la mujer, extendiendo la mano en señal de amistad.

-«Saturno devorando a su hijo», una hermosa pintura de Francisco de Goya, única copia conocida del cuadro- comenzó.

-¿Usted cree que es una copia o un boceto?- Preguntó la mujer, dando un sorbo a la bebida para luego dejarla y acercar el azucar.

-En mi opinión es un boceto. Hay sutiles diferencias con el cuadro original, como si se tratara de pruebas que Goya realizaba.

-¿Y su precio?- Interrumpió la señora.

-Verá, se trata de una obra autenticada, una joya pintada por el maestro español. Entenderá que su precio es alto por esto.

-Lo entiendo. Dígamelo por favor.

-Está valorada en novecientos ochenta mil dólares -respondió el señor Marcelo.

Se lo notaba nervioso, aún más que al momento de calcular los gastos del mes.
La cifra le incomodaba al no tener experiencia en ese tipo de tratos pero trataba de mantener la compostura. Lo ví dudar si debía tutearla o seguir tratándola de usted.
Los tres empleados de la tienda mirábamos la situación a la distancia y esperábamos impacientes la respuesta de la mujer.

-Comprendo. Me parece razonable. Me interesaría verla -respondió.

En ese momento la cara del señor Marcelo se enserió y era entendible el por qué.
Un sueño con hadas que pretendían convertirse en piratas.
Una vil ladrona disfrazada de una frágil mujer pretendía arrebatar la pintura de nuestras manos y causar grandes estragos.

-Discúlpeme, señora Velez. Por razones de seguridad no podemos traerla, espero sepa comprenderlo.

Hubo una pausa de unos segundos y finalmente ella respondió.

-Espéreme un momento- dijo y tomó su celular. -¿Puedes venir con las llaves? -se  escuchó decir y luego colgó.

Segundos después un hombre esperaba que le abran la puerta del negocio.

-Es mi chofer-dijo la mujer.

El señor Marcelo dio la órden y le abrieron la puerta.
Aquel hombre llevaba puesto un finísimo traje y era dueño de una elegante postura.

-Aquí tiene, señora -dijo y se marchó.

-Señor Turín, aquí tiene las llaves de mi auto, un Rolls Royce valorado en una cifra similar a la del cuadro y además le dejo mi documento para que retenga ambos hasta que yo me vaya de aquí, en señal de amistad y para probarle que no pretender robarles el cuadro.

El señor Marcelo tragó saliva y aceptó las condiciones.

-Ya se lo traigo- respondió.

Luego se levantó de la silla y me vino a ver.

-Averigua lo que puedas sobre ella hasta que yo llegue con la pintura y haz una copia del documento por las dudas.

-Bueno- acaté.

La búsqueda no fue dificil y al primer resultado en Internet apareció la imagen de la mujer sentada en nuestro negocio, tomando un café de dos dólares.

-Rosaria Velez, única hija de un millonario coleccionista de arte recientemente fallecido. Heredó de su padre una fortuna estimada en un patrimonio de cien millones de dólares -le dije al señor Marcelo cuando regreso. Lo vi tragar saliva y bosquejar una sonrisa.

-Si sale los invito a comer al mejor lugar que encontremos -me dijo antes de regresar con la mujer.

-Sepa disculparme, aquí tiene las llaves de su auto y ahora le daremos su documento, le están haciendo una copia.

La mujer asintió con la cabeza y fijó los ojos en el cuadro.

-Saturno o Cronos, hijo de Urano y de la madre tierra. Al igual que su padre, temía ser destronado por uno de sus hijos y los devoró uno a uno -comenzó a relatar la historia, pero fue interrumpido.

-Conozco la mitología, no hace falta el relato.

El señor Marcelo comprendió y guardó silencio mientras que la mujer revisaba el cuadro.

-Entonces, ¿le interesa?- finalmente preguntó.

-Lo siento pero no estoy convencida- dijo ante nuestra decepción. -Buenas tardes a todos- se despidió.

-Buenas tardes -respondió el señor Marcelo, visiblemente desilucionado.

La mujer se dirigió a la puerta pero se frenó, algo le faltaba.

-Mi documento- dijo en voz alta.

Ante la excitación de la posible venta me habia olvidado por completo de devolver aquel elemento.

-Lo siento- dije mientras  me apresuraba. -Aquí tiene.

-Gracias- respondió.

Fijó sus ojos en mi. Tenía una mirada penetrante y no pude aguantarle el nivel. Mis ojos cayeron al suelo en menos de un segundo.
Me puse un poco incómodo y se ve que ella se divertía con mi timidez.

-Creo que he cambiado de opinión- le dijo al señor Marcelo sin quitarme los ojos de encima. -Estoy dispuesta a hacerle una propuesta por el cuadro.

-Me alegra mucho- estalló él.

-Le pagaré el total del cuadro ahora, en efectivo, pero tengo una condición.

-La que quiera.

-Quiero que este joven me acompañe en una salida, en este momento.

Todos nos quedamos paralizados.

-Perdón, señora Velez, creo que no le entendí bien. ¿Dijo que compraría el cuadro si Fede sale con usted ahora?

-Es correcto.

-¿No le parece que es algo poco serio eso?

-Esa es mi propuesta- dijo.

Se encontraba sentada y en calma. Esperaba una respuesta positiva y si no la tenía, se levantaría y concluiría su visita.
El señor Marcelo insistió en que pedía algo poco serio pero no perdía de vista mis movimiento.

-Señora Velez, entenderá que lo que pide va más allá de mis facultades.

-Lo sé -respondió ella. -Entonces me marcho sin antes felicitarle por su negocio, está muy bien diseñado.

Nuevamente la mayor venta de la historia se esfumaba y esta vez era por culpa mía. No podía dejar que esto termine así, debía hacer algo.

-Acepto- intervine.

El señor Marcelo me miró, reprochando mi actitud y cancelando el trato. El quería protegerme y yo a su vez, quería ayudar al negocio, no solo porque él era como mi padre, sino porque realmente necesitábamos la venta.

-¿Tenemos un trato?- me preguntó la señora Velez.

-Si- respondí, sin dejar hablar al señor Marcelo.

-Entonces, déjame concluir la compra y luego iremos a un exclusivo restaurante -me dijo. -Prepárate para experimentar cosas que nunca has imaginado.

Tragué saliva y esperé entre impaciente e incómodo que llegará el momento en que deba concretar mi parte en la venta.
El señor Marcelo pasó más tiempo pensando en mi que en el casi millón de dólares frente a sus ojos que había traído el chofer de la señora Velez.

-Vamos- me dijo al cabo de media hora, luego firmar los últimos recibos.

Vine a recoger mis cosas y a embalar el cuadro para llevarlo. El señor Marcelo me detuvo y me abrazó. Me dijo algo intentendible, algo mezclado de nervios y gratitúd. Yo simplemente le sonreí y le pedí que no se preocupara, que iba a estar bien.

Aquella sería la primera vez que saldría con alguien de las condiciones de la señora Velez, una mujer dispuesta a gastar un millón de dólares a cambio de una pintura y una salida conmigo. Alguien que, por su condición, se encontraba más allá del bien y del mal.
Debo confesar que estoy bastante nervioso, pero debo dejar estas notas y partir. Ella me está esperando.

Miedo

-Tengo miedo.
-No tengas miedo.

-Esto me da miedo. No lo puedo evitar.
-El miedo es útil. Úsalo.

-¿Qué el miedo es útil?. El miedo me da más miedo. ¿No lo entiendes?
-El miedo es un arma. Puedes llorar y esconderte. Pero tarde o temprano deberás enfrentarlo.

-¿Enfrentarlo?. No, yo no puedo. Todo esto me supera. El miedo me bloquea.
-Vamos. Arriba. El miedo está en tu cabeza. Debes actuar ya.

-Estoy paralizado. No puedo moverme. El miedo me afectó las piernas. Quiero que termine todo esto. Por favor.
-El miedo no se rinde tan fácilmente. ¿Piensas que con pedir que se termine todo esto se termina?. Sal y combate. Es tu oportunidad. No la desaproveches.

-¿Acaso no me escuchas?. Mis piernas están rígidas. Mis maños tiemblan. Mi cabeza está bloqueada. Mi sangre está demasiado fría. El miedo gana la batalla.
-Por favor, que pesimiste éres. ¿Te vas a dejar arrastrar por el miedo?. Puedes superarlo. Confío en tí. Éres valiente y gallardo. ¡Ánimo!.

-No, no puedo. Voy a ceder. Es más fuerte y poderoso. Yo soy solamente un mero mortal y el miedo es eterno. Hombres más valientes lo tuvieron. Vete tú y escapa. Yo me quedaré.
-¿Qué tonterías dices?. Estamos juntos en esto. No te dejaré por nada. Yo estoy aquí para ayudarte y no me moveré. Conmigo derrotarás al miedo. Conmigo serás libre y nunca estarás encerrado. Cree en mi.

-¿Qué crea en tí?. Si tú fuiste quien me metió en esto. Tú eres él causando de que mi mayor miedo se haya vuelto realidad. ¿Por qué sigues aquí?. Vete. Abandóname a mi suerte. Esta batalla está perdida. No puedo ganar.
-Por eso me quedaré aquí. Estaré a tu lado pase lo que pase. No me iré. Enfrentaré al miedo que tienes y daré mi vida por destruirlo. Pero necesito de tu ayuda. Necesito que ya reacciones y ayudes en la lucha. Dependemos de tí. Dependemos de tu fuerza y bravura.

-¿Mi bravura?- Confías mucho en mi. También confiaste al acompañarme. No es tu culpa sino la mía. Por mi estás metido en esto. Perdóname. Por eso te pido que te vayas y me dejes. Me enfrentaré sólo al miedo. ¡Vete!
-Ya te dije que no te dejaré. Estaré aquí por tí y aquí me quedaré así que deja de insistir. Estamos en esto juntos. Será tu miedo, pero ambos lo enfrentaremos. Escucha mis palabras. Siente mi amor. Se que puedes ganar. Pero, por favor, hazlo ya. No queda mucho tiempo.

-Realmente éres especial. Estás conmigo a pesar de donde nos puse. Frente a frente al miedo que siento y tú no te mueves de mi lado. Me das esperanzas. Puedo ver la luz. Si se puede. Puedo lograrlo. Por tí.
-Confía en tí mismo. Tienes un gran futuro, pero solo lo alcanzarás si aquí y ahora ganas la batalla contra el miedo. Éres capaz de muchas cosas. Lo sé porque te conozco desde hace años. Se lo que piensas y lo que sientes. Cree  en tí. Lucha. Lucha y ganarás.

-El miedo es poderoso. Pero yo puedo ganarle. Se que puedo. Ahora lo sé. Ahora que tu me hablas lo entiendo. Lo comprendo. Hay una fuerza más poderosa.
-¡Eso es! Por fin lo entiendes. Hay una fuerza más poderosa que el miedo. Por eso estoy aquí. Para ayudarte a encontrarla. Búsca en tu interior, en tu corazón. Encuéntrala.

-El amor. El amor vence al miedo. El amor de dos personas. El amor que compartimos. El amor puede ayudarnos. Ahora lo entiendo.
-Si, lo has entendido. Por eso estoy aquí contigo. Por eso no me fui. Es por amor y ante eso, el miedo queda indefenso. Ahora que lo sabes, lucha. Busca la victoria.

-Si, tienes razón. Yo puedo hacerlo. El miedo no me detendrá más. Debo superarlo. Debo hacerlo, por tí.
-Por mi y por ti. Por los dos. Por nosotros. Por nuestro presentete y por nuestro futuro. El miedo no debe ganar.

-Se que puedo hacerlo. Le ganaremos al miedo y triunfaremos. Por tí. Por mi.
-Por nosotros. Por nuestro amor. El miedo se irá. Vamos ya.

-Mis piernas se está moviendo. Mis manos reaccionan.- El miedo está perdiendo.
-Mantente así. Derrota al miedo. Demuéstrale quien manda.

-Es nuestro momento. El miedo retrocede.
-Apura que se nos quema el tiempo. Pon en raya al miedo.

-Le gané al miedo.
-Sabía que el miedo no te ganaría.

El auto arrancó. Su chasis aún chorreaba la fresca sangre de su víctima.
Las sirenas de la ley se aercaban. Debía superar el miedo y escapar. Era ahora o nunca.

Microhistorias de terror

Historias de terror en dos o 3 renglones.
Se que soy malo resumiendo tanto, pero intentemos y veamos lo que sale (a medida que se me ocurran más, actualizaré esta entrada):

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«Mi hija me está contando la pesadilla que tuvo.
Pero…si yo nunca tuve hijos.»

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«La luz del baño se enciende y mi abuelo me llama.
-Ven- me dice.
Mi teléfono suena y mi abuela dice que el funeral es en una hora.»

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«Pasé la velada más agradable con ella.
Sin embargo la noté fria y distante.
Creo que no hice bien en desenterrarla.»

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«La gente nueva me aterra y por eso las mato.
No te conozco pero no me rindo.
Aún te sigo buscando.»

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«Mi niño estaba llorando y yo lo calmé.
Su madre se enojó.
Ahora el que llora soy yo»

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La reina del sexo

Carla era la reina y su voluntad siempre se cumplía.
Desde temprana edad su cuerpo se desarrolló en una nube de feromonas que se impregnaron en un cuerpo adolecente de escasos años de edad.
Su despertar sexual fue prematuro, en comparación a sus amigas, y su lascivia florecía al pasar los años.

Era dueña de los hombres y deseada por ambos sexos por igual, a veces hasta por ambos al mismo tiempo.
Ella era conciente del estupor que ocasionaba y no solo disfrutaba, sino que lo aprovechaba.
Al vivir en un lugar seguro, podía desplegar sus encantos en cualquier momento y en cualquier lugar. Tan sólo bastaba con hacer acto de presencia para que una fila de hombres (y mujeres) se desplieguen a sus pies en busca de ganar una oportunidad de conquistarla.

-Eres la mismísima Afrodita caída del Olimpo- Le dijo el primer hombre que se le acercó en el parque.

Carla, con una muy practicada ruborización, apoyó la mano sobre el hombro del muchacho, provocando una revolución en sus partes más pudorosas.

-Eres todo un poeta- Le respondió, sonriendo.

La charla llevaría hacía donde ella quisiera. Con comida, atenciones, regalos y todo lo que se le antojase en el momento. Finalmente, se acostarían, siempre y cuando ella lo desee.
Esta era una situación cotidiana.

Al cumplir los 28 años y encontrarse en su mejor momento, nadie podía resistir a sus encantos, nadie excepto Martín.

Lo había visto en un café, mientras que leía el diario y le sorprendió que al entrar, no le haya clavado la mirada. Es más, apenas se percató de su presencia cuando se sentó en la mesa contigua a él.
Hombres, mujeres, mozos y hasta el dueño del lugar no le permitían permanecer ni un segundo libre, todos la adulaban, todos menos aquel enigmático joven que permanecía inmune a sus encantos.

Aquello le llamó la atención. Era la primera vez que un hombre no la desnudaba con la mirada. Aquel muchacho era todo un enigma y se propondría en resolverlo.
Finalmente, desesperada -y atraida-, tomó la iniciativa.

-Disculpame- Le interrumpió.

El hombre apuró su café y la miró.

-Dime- Le respondió.

Esto era nuevo para ella. Nunca debió ser la precursora de la conversación y no sabía que debía decir.

-Quería saber si…- Titubeó -…si terminaste con el diario-

El hombre, que claramente continuaba su lectura, respondió.

-No, no terminé, pero te lo dejo porque ya debo retirarme.

Levantándose, entregó el diario a Carla y tomó sus cosas para retirarse.

-Aquí tienes- Le dijo.

Al recibirlo, su manos se tocaron levemente, produciendo una corriente placentera en el cuerpo de la muchacha.

«¿Así que esto es lo que sienten ellos conmigo?» Pensó maravillada.

-Espera- Le frenó. -¿Quisieras cenar esta noche?- Preguntó con su valor incrementado.

Deseaba seguir sintiendo esa electricidad, ese sentimiento nuevo para ella.

El hombre se frenó y la miró. Su mirada quedó detenida en los ojos color violeta de Carla para luego dirigirlas hacia su móvil.

-Cenar no puedo, pero podemos volver a vernos mañana a la misma hora en este mismo lugar- Le dijo, dirigiéndole una sonrisa.

-De acuerdo- Respondió, ruborizándose, esta vez, de forma natural. -Por cierto, me llamo Carla.

-Mucho gusto Carla- le dijo, sonriéndole. -Martín es el mío.

-¿Martín?- Susurró mientras que el hombre salía por la puerta.

Para Carla, todo esto era nuevo. El desinterés, la electricidad, la cálida sonrisa. Todo provocaba una revolución en su interior y ansiaba descubrirlo.
Regresó a su casa y pasó la tarde eligiendo al afortunado vestido que cubriría su cuerpo.
Finalmente, aprovechando que sería un cálido día, eligió uno simple, no muy elegante ni muy informar pero que brindaba una vista del perfecto escote, revelando la mitad de sus tan admirados pechos.

«Con esto me va a mirar, seguro» Pensó, casi jugando con sus pensamientos.

El día había pasado y el momento del reencuentro había llegado.
Martín se encontraba dentro, sentado en la misma mesa del día anterior.
Cuando Carla entró, hombres y mujeres se dieron vuelta para mirarla y los susurros invadieron el lugar.

-Martín- Dijo, con tono alegre, extendiendo los brazos para abrazar a su compañero.

-Hola- Se limitó a responder el otro, sin apartarle la vista de los ojos. -Siéntate, por favor.

Carla estaba sorprendida, aquel hombre no solamente era cortéz, sino que ni siquiera había reparado en su atuendo.

La charla superficial fluyó con normalidad, hasta que Carla ya no pudo aguantar la situación.

-Son discuciones normales, de pareja…- Relataba Martín hasta que fue interrumpido.

-No puedo más- Dijo la bella joven.

-¿Qué pasa?- Preguntó Martín, claramente sorprendido.

La cara de Carla se volvió seria. Su mente estaba intentando formular las preguntas exactas.

-¿Acaso no te atraigo?- Comenzó. -¿No te parezco atractiva?- Siguió preguntando ahora ya sin nada que la detenga. -¿No quieres acostarte conmigo si me entrego a tí ahora mismo? -Continuó.

Martín, con mucha calma, entendiendo por donde venía la invitación de su compañera, la tomó de la mano y respondió.

-No me atraes. Si me pareces atractiva. Finalmente, no, no quiero acostarme contigo.

-¿Por qué? – Preguntó Carla, comenzando a lagrimear. -¿Qué es lo que tienes que te resistes a mí?- Su cuerpo comenzó a estremecerse. No sabía como reaccionar. -¿Cuál es el motivo de tú desinterés? ¿Qué es lo que te detiene, lo que te frena?- Preguntó, mirándole a los ojos.

-Mi esposo…- Respondió, mostrándole una foto de ambos hombres abrazados.

El final del arcoíris

Todos hemos visto en más de una ocasión, un arcoíris.

Por su atractivo visual, somos capaces de reconocerlo al observarlo, aunque la gran mayoría desconocen como se forman y aún más, los secretos que guardan.

Cuando los rayos del sol iluminan una día de lluvia o un lugar con una muy alta humedad, se produce este efecto visual colorido  y con forma de arco. El gran científico Isaác Newton afirmaba que los colores que veían nuestos ojos eran simplemente la descomposición de la luz blanca del sol en sus colores principales (estando la luz blanca, compuesta por todo un espectro de colores, algunos visibles y otros invisibles a nuestros ojos) y que se forma un arco por la propia curvatura de nuestros órganos visuales.
Hoy en día se conoce que, en lo primero, el científico británico estaba en lo cierto, la luz blanca se divide en colores y los colores del arcoíris dependen de nuestra posición y de nuestro campo visual, siempre situandonos entre la lluvia y el sol. Sin embargo, no lo estaba respecto a lo segundo y no habría que culparle, ya que  muy pocos saben el secreto oculto tras el arco.

«Al final del arcoíris, una olla con un tesoro espera», reza el dicho popular. Asumiendo que «tesoro» se asociaba en ese entonces, a grandes cantidades de monedas de oro.

En el siglo XXVII, el gran investigador noruego Magnus Jeix, se dispuso a descubrir la verdad, verdad relatada en sus memorias donde cuenta sobre el verdadero tesoro encontrado.
Todo comenzó en la cueva «del cielo», ubicada en Finlandia, la cual estaba poseía dos particularidades. La primera es que estaba cubierta por pequeños cristales traslúcidos, distribuídos a lo largo de todo el suelo y la segunda es que, en el centro de la cueva, había una abertura en el techo de unos 30 metros de diámetro que permitía que la luz del sol penetrara, iluminando el lugar y a los cristales.
A raiz de esto, se producía un extraño fenómeno. La luz que ingresaba en los cristales, salía, en muchos casos, dividida en varios colores, provocando una especie de pequeños arcoíris distribuídos por todo el suelo.
A raiz de este curioso efecto, Magnus bautizó el lugar como la cueva «del cielo».

Luego de varios meses de estudio, concluyó que los cristales no estaba ordenados al azar, sino que había una caprichosa distribución que no podía comprender.
En sus memorias, cuenta que dividió a los cristales en dos categorías, los que estaban agrupados y los que no.
Dedicó sus estudios a descifrar a la segunda categoría ya que era la que más singularidad producía.
Muchas veces, se formaban conjuntos de dos cristales, aunque no siempre poseían la misma orientación, sino que cada grupo era distinto, provocando que las luces de colores se refrácten en desorden y en direcciones opuestas.
Cada caso era particular, sin embargo, uno le llamó la atención. Un grupo particular estaba orientado de tal manera que los arcoíris que producía no solo eran grandes, sino que se unian para formar un largo arcoíris contínuo de dos arcos. En otras palabras,donde terminaba el primero, comenzaba el segundo; Además de la curiosa forma, Magnus notó que, en la unión, la luz era distorcionada y no se podía distinguir con claridad el punto de encuentro entre ambas luces.
Este era el único caso donde ocurría y durante mucho tiempo, según relata, no obtuvo ningún resultado y la frustración le había vencido.
Era el último día que había decidido permanecer en la cueva al no haber podido descubrir nada más.
Al tomar su mochila, se tropezó con una inocente piedrita que estaba en el camino.
Poseído por una furia abrumadora, la pateó con tal fuerza que podría haber matado a una persona si le hubiese pegado en un certero lugar. Sin embargo, a pesar del fuerte golpe que le propinó, la piedra no produjo ningún ruido, incluso no había ni siquiera golpeado contra la pared de la cueva.
Este hecho lo dejó extrañado y, al seguir la trayectoria de la piedra, notó un cúmulo de luz más adelante, casi escondido entre las rocas.

«Al verlo quedé maravillado» Relata. «Era un grupo de no dos, sino tres cristales formando tres arcoíris distintos que convergían en un solo punto de unión y éste, una luz muy brillante se producía.»

Luego de exáminarlo por varios días, entendió que no lo había visto antes porque la luz iluminaba durante pocos minutos ese sector y era probable que nunca le haya prestado atención.

«El punto de unión era muy brillante, tanto que mis ojos se cerraban por voluntad propia al estar cerca y, al lanzar una nueva piedra, esta se perdía en el cúmulo y lo curioso es que no salía por el otro lado. Era como si algo la hubiera absorbido. Luego de varias pruebas más, con todo tipo de objetos, hice la prueba con mi propio ser e introduje el dedo índice de la mano derecha. Al hacerlo, mi dedo desapareció de mi vista, pero aún podía sentir su presencia aferrada a mi mano. Una extrña sensación me cubrió y decidí sacarlo.
Luego de ver que todo estaba en órden, me animé a meter toda la mano en el cúmulo de luz…» Se ve que hizo una pausa al escribir, como recordando aquella sensación.

«…mi mano fue llenada de calor, de libertad y de gloria. Sentía como si había recuperado la juventud, muy distinta a la sensación de frio que conservaba mi mano izquierda. En ese momento entendía que se trataba de un lugar de paz y calma, un lugar que no podía ser otro que el cielo mismo. Quería entrar en ese lugar a toda costa, pero por más que lo intentara, mi cuerpo no cabía en el pequeño cúmulo y entendí que debía buscar una puerta más grande, un triple arcoíris de tamaño suficiente para mi cuerpo…»

Eso fue lo escrito en la última página de las memorias.
La historia cuenta que luego se las entregó cerradas a sus hijos haciéndoles prometer que no las podrían leer hasta después de su muerte. Al entregárselas, Magnus emprendió un viaje y nunca más se lo volvió a ver.

Algunos dicen que encontró un triple arcoíris que lo llevó al cielo, otros que su cuerpo está oculto en alguna cueva, pero lo cierto es que nunca más se volvió a saber de él.

A.N.: Parte 2

Claro que al estar en una base subterranea los rayos del sol no penetran, pero el general Doyle le había pedido a uno de los ingenieros que le diseñe un dispositivo lumínico que imite lo más que pueda a la luz del astro, ya que a el le gustaba siempre despertarse con esa luz.

Y así como lo ordenó, el ingeniero confeccionó un dispositivo con luces amarillas, atenuadas en potencia por un potenciometro para lograr así un mayor efecto sobre la mente del general.

Dicho sistema estaba conectado a su despertador para que se encienda 3 minutos antes de que suene su alarma de las 8 am.

Minutos antes de que suene, el general puso una sonrisa al activarse el dispositivo. Aunque sabía que no era luz natural, su cerebro funcionaba mejor con este efecto placebo y hacía que se levante siempre con buen humor.

Sin embargo, en el desayuno estuvo ausente.

El general solía relatar, mientras que todos comían, sus historias de vida y encuentros con celebridades como Will Smith, Roger Federer, Leonel Messi y muchos otros. Le gustaba mucho la farandula.

Pero en esta ocación, el general se mantuvo completamente callado, pensativo en todo lo que leyó ayer.

Comió solo unas tostadas con jamón y retornó a su oficina.

Con un té verde en mano y con el brillo del sol aritifical, se dispuso a continuar con la lectura de las cartas:

«… NEFTUS en el antiguo sumerio significa ‘bienvenidos’. Se escribia en las entradas de las casas para recibir al rey y sus ayudantes. Todos nos emocionamos. Disimuladamente para que el traductor no sospeche. Le dijimos que estamos tratando con un espía con importante información que solo se comunica con nosotros en sumerio y que debíamos descubrir su identidad y su mensaje. No le importó. Solo quería ganar dinero. Le prometimos más si nos ayudaba. Accedió.

Le pedimos al traductor que nos traduzca un saludo: ‘Soy el general Lee, de las fuerzas armadas de los Estados Unidos de Norte America. ¿Con quién estoy hablando?’.

El traductor dijo que sería imposible traducir eso. Hubo que acortarlo. El idioma sumerio era principamente gráfico y traducirlo al escrito es complejo.

El mensaje se acortó: ‘Les habla el semi rey. ¿Quién es usted?.’ POCIYO ONO KANG. ¿MA TE?.

El signo de interrogación se mantuvo. Era intraducible. Esperemos que sirva.

Nuestro astronomo convirtió el mensaje en señal de radio y lo envío.

Esperamos varios días. No hubo respuesta. Nos preocupamos.

Decidimos enviar nuevamente a NEFTUS. Antes de enviarlo ¡recibimos respuesta!.

Nos sorprendimos. Era realmente cierto. Estaba pasando. Nos comunicamos con algo de afuera mediante señales de radio.

Mensaje recibido: ‘NEFTUS ONO KANG. MA KO TE ONO KANG. ¡MOLOLOKO!’

Contenía signos de puntuación. ¡Tenían idioma!. La espera sirvió.

La primera parte era entendible: NEFTUS ONO KANG: Saludos semi rey. Saludos general.

La segunda no.

Un día demoró la traducción. MA KO TE ONO KANG. ‘Yo soy un semi rey’ o ‘yo soy un general’.

MOLOLOKO aún seguía en misterio. El traductor abandonó la base. Debía investigar.

Volvió días despues. MOLOLOKO no era completamente sumerio. Hablaban otro odioma. ¡Increible!. Se demoraban al tener que traducir los mensajes. ¡Cuanta emoción!. Verdaderamente hay vida fuera de la tierra.

Según el traductor: MOLOLOKO es una forma de expresar nervios. Usado estando frente al rey. Significa nerviosismo por la situación. ¡Nerviosos como nosotros! Continuaremos los mensajes. Averiguaremos más. General Isaac B. LEE».

Cerrando la nota, la emoción del general fue inmensa, aunque duró poco.

-GENERAL..GENERAL.

Corriendo, su segundo al mando golpeó fuertemente la puerta de su oficina.

-¿Qué es lo que pasa?- Preguntó.

-General, tiene que venir de inmediato. Hemos localizado a uno de los ingenieros del general Lee-.

-¡¿COMO?! ¿Donde se encuentra?-

-Lo tenemos en la base, sígame.

Corriendo con mucha dificultad, llegaron a la otra punta de la base donde, en el medio de la sala de enfermería, se encontraba el cuerpo de un hombre mayor en claro estado de desnutrición.

– ¿Donde lo encontraron? y ¿Qué le ha pasado?- Preguntó el general.

-Inteligencia lo encontró así e identificó como el ingeniero Colon, el ingenieros jefe del general Lee.

-¿Puede hablar? ¿Puede moverse? ¿Está consiente?. RESPONDA, SOLDADO- Demandó impaciente, el general

-Según los medicos, necesita sueros y reposo. En este momento no puede ni hablar ni moverse, pero su cerebro no ha sufrido ningun daño.- Respondió el soldado y añadió en voz baja. -Hay que esperar.

El general Doyle suspiró y con eso tranquilizó su corazón.

-Hagan que se recupere que necesito hablar con el- Dijo, ya más calmado.

-Si señor.

El general salió de la enfermería rumbo a su puesto de mando. Quería obtener más pistas sobre la desaparición de Lee y sobre la explosión del observatorio de Hawái en donde trabajaba.

La resaca griega

Lincoln era uno de esos abuelos felices con su vida. Era querido por grandes y pequeños y siempre tenía una historia para contar.

Vivía en una casa de reposo para gente mayor pero este lugar no era el típico hospedaje sino que se trataba de un establecimiento para «personas especiales», como ellos los llamaban.

«Personas especiales» era un eufemismo, una forma de llamar a los ancianos sin que estos se sientan como tales. Sin embargo, el nombre no estaba alejado de la realidad ya que todos los residentes poseían algo «especial», algo que los hacía dignos de admiración.

Para ser admitidos en la casa de reposo, se debían cumplir con dos condiciones: La primera es que debían de haber alcanzado la edad jubilatoria y la segunda consistía en algo que no se podía obtener tan facilmente.

Debían ser considerados «especiales» por el consejo directivo.

Para esto, el aspirante debía someterse a una entrevista que duraba, en su máxima extensión, todo el día, junto a los miembros más importantes del establecimiento y si era aprobado, debía someterse a una segunda instancia de menor duración, casi inmediata, con los 3 miembros más antigüos del lugar en los que ellos decidian si el aspirante era, ó no, «especial».

Lincoln era uno de estos 3. Aproximandose a los 80 años, estaba solo, sin familia. Sin embargo, siempre contaba con una sonrisa en su rostro y un cuento en su boca.

Sus historias se habían vuelto tan apasionantes que fueron propagadas por toda la ciudad en un abrir y cerrar de ojos, ganandose luego, el cariñoso mote de «abuelo».

Lincoln era frecuentado principalmente por jovenes adolecentes quienes acudían a él esperando escuchar, con ansias, una de las fabulosas historias, que siempre empezaban de la misma forma:

«Esta no es mi mejor historia, pero sucedió así…»

Con el pasar de los días, los meses y los años, se fue generando un gran misterio entre todos los fanaticos del «abuelo», intrigados por conocer su mejor historia.

El misterio fue creciendo hasta tal punto que un miércoles, día en que narraba sus aventuras, fue visitado por casi un centenar de personas, las cuales exigían, con cortesía, que se les contase esa gran anécdota.

Lincoln sonrió fuertemente. Había estado esperando con ansias que alguien se lo pida y ver a tanta gente a su alrededor, hizo que una lágrima cayera sobre su mejilla.

-Acompañenme al gran salón- Pidió y todos obedecieron.

En el gran salón entraron todas las personas, algo juntas y el «abuelo» se sentó delante de todas ellas y comenzó a hablar:

-Esta es mi mejor historia, y sucedió así:

«Habíamos despertado en un altar. La noche anterior la habíamos pasado celebrando la despedida de soltero de mi gran amigo Froli. Sin embargo, este no se encontraba allí. Rápidamente desperté a Toll y a Nio, quienes, por algún motivo que no conocíamos, amanecieron abrazados y ¡desnudos!.

-Toll, Nio, despierten malditos gandules-.

Toll bostezó profundamente, luchando contra esa orden. Pero al ver el cuerpo desnudo de su amigo, pegado al suyo, cambió de ídea y despertó mágicamente.

Nio reaccionó de la misma forma que su amigo al percatarse del rose de pieles.

-¿Donde estamos?- Preguntó Toll.

-No lo se- Respondí. -Además, no veo a Froli por ningún lado-.

Miramos a nuestro alrededor. Era un paisaje desolado y todo lo que había era el altar donde despertamos.

En este había unas letras grabadas en griego que decían ‘Bienvenidos a la Atlantida’….»

El relato del «abuelo» fue interrumpido por una pregunta de los presentes.

-¿Atlantida?- Inquirió.

-Así es- Repsondió el «abuelo» y continuó con su relato:

«Nosotros nos jactabamos de que habíamos conocido todo el mundo, pero habían ciertos lugares que nos eran prohibidos, como donde nos encontrabamos.

-¡TODO ES TÚ CULPA!- Gritó Nio, empujando a Toll con furia. -TÚ Y TU ESTÚPIDO VINO NOS PROVOCARON ESTO!-

Debí interceder y separarlos.

Habíamos tomado mucho vino la noche anterior, traido directamente de la reserva privada de Toll.

Finalmente logré poner orden y emprendimos rumbo a la ciudad que se veía a lo lejos.

-Froli llevaba una corona brillante- Dije y añadí -No nos debería costar mucho encontrarlo-.

Era una de las pocas cosas que recordaba sobre la noche anterior.

Froli la había encontrado en una máquina y le gustó tanto que se la quedó. El problema fue que al ponersela, la corona comenzó a brillar intensamente y fue imposible quitarsela.

Caminando por casi una hora, encontramos un pozo donde pudimos recoger agua.

El pozo era custodiado por 9 mujeres de gran belleza.

Toll se acercó a ellas, pero su olor a vino había sido suficiente para que sea rechazado.

Luego Nio lo intentó. Él tenía un don para las artes, en especial para el arte de la conquista y no sólo una, sino que las nueve cayeron rendidas a sus pies.

Nio les dijo que si tenian una lira, él les tocaría maravillosas canciones y a cambio, ellas le darían agua del pozo y les ayudarían a buscar a su amigo.

La menor de las 9 hermanas, llamada Calíope, fue corriendo a la tienda y extrajo de ella un pequeño instrumento musical y se lo entregó al seductor.

Nio comenzó a tocar y las hermosas mujeres cayeron rendidas a sus pies una vez más. Su don había funcionado.

Luego de preguntarle por nuestro amigo, una de ellas indicó que había visto una luz muy brillante en el centro de la ciudad.

Nos dirigimos hacía allí. Algunas personas nos miraban mal, aunque no podíamos recordar que les habíamos hecho.

Había mucha agua en las calles, aunque no nos pareció que había llovido la noche anterior.

Llegando a la ciudad, pudimos ver una muy brillante luz, no muy lejos de nosotros.

Sabíamos que esa era la corona de Frodi y continuamos nuestro rumbo.

Una vez en destino, notamos que la luz provenía de una alcantarilla.

Nuevamente hice uso de mi gran fuerza y nos adentramos. No eramos de tener miedo.

Al sacar la tapa, decendimos por una escalera subterranea que desembocó en una serie de túneles bajo tierra.

Eventualmente la luz nos guió hasta un enorme lugar, nuestro destino final.

Allí estaba Froli. Atado de pies y cabeza con gruesas cadenas. Imposibles de romper para la mayoría, pero no para mí.

Mi poder de antaño era realmente insuperable y esas cadenas fueron un juego de niños.

Pero de lo que no me había percatado era que Froli no solo estaba atado, sino que sobre él reposaba un artefacto que aprovechaba el brillo de su corona para hacer funcionar un gran sistema mecánico que escupía fragmentos de un metal desconocido para ellos.

Decidí romper las cadenas y salvarlo, pero al hacerlo todo comenzó a temblar.

Salimos rápidamente, cargando a Froli en mi espalda.

En la superficie, el caos había surgido. Los temblores habían destruido gran parte de las casas y el agua comenzó a tomar las calles.

Trozos del metal desconocido habían sido arrastrados.

 

Finalmente habíamos comprendido lo que pasó.

Nuestro amigo había sido raptado para servir de herramienta para la supervivencia del lugar y al sacarlo, causamos su destrucción.

La corona producía el metal desconocido que era usado como barrera para contener al agua que ahora inundaba las calles.

Sin poder impdedirlo, al final se hundió. Su reino, la joya de mi tío se perdió en el basto cuerpo del titán, en el océano hoy conocido cómo Atlántico….»

El «abuelo» hizo una pausa que fue aprovechada por uno de los presentes.

-¿¡Acaso dices que fuiste tú quien hundió la Atlantida!?- Preguntó riendo.

Dudando en cómo responder, optó simplemente con asentir con la cabeza señalando hacía un pequeño atríl donde estaba apoyada una fotografía.

La ímagen fue pasando mano por mano y todos pudieron ver al «abuelo» en su juventud, junto a sus 3 amigos, posando alegremente frente a una estatua del gran Poseidón sosteniendo en sus manos un metal brilloso, un oricalco.

-Así es…Fuimos nosotros- Respondió.

Los rumores comenzaron a fluir hasta que uno se animó a preguntar, aunque titubeando.

-Entonces…¿tú eres un…un dios? ¿Eres Her…?- El inquisidor tragó saliba.

El «abuelo» suspiro largamente. Fue un suspiro de alivio.

-Así es, queridos amigos. Y ahora, por fin, nos despedimos-.

Una fuerte luz blanca iluminó el gran salón, cegando temporalmente a todos los presentes. Y al recobrar la vista, descubrieron que el narrador, el anciano, el dios, ya no se encontraba allí.

Es más, se encontraron solos en todo el recinto.

Finalmente los dioses pudieron descansar.