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Recuérdame

-Recuérdame.
-No digas eso.
-Es lo último que te pido.

El hombre comenzó a llorar.

-No, por favor, aún no. No estoy listo.

La mujer que estaba recostada sobre la camilla, le sostenía la mano.

-Ya es hora, mi amor.
-No. Aún no, por favor no.
-Hiciste todo lo que pudiste.

Carla miraba a su marido con ternura. Luciano había sacrificado su vida para cuidarla y lo sabía.
Ella sufría del corazón y con el paso del tiempo su condición fue empeorando hasta el punto que la única solución posible era un transplante. Sin embargo, conseguir un donante resultó una proeza imposible de superar y su condición de embarazada aceleraba su pase a la otra vida.

-Debes soltarme. Ya te he causado mucho sufrimiento.

Carla tosió. Un poco de sangre salió de su boca. Su cuerpo ya no aguantaba y su final estaba próximo.
Las cuentas del hospital eran elevadas, a pesar de que su médico, conmovido por aquella pareja, no cobraba honorarios por tratarla. Para costear las facturas, Luciano trabajaba casi de sol a sol, sin descanso, pero gracias a eso ella podía recibir los cuidados que necesitaba.

Se habían conocido en un cumpleaños, gracias a los caprichos del destino.
No solamente quedaron atraídos físicamente, sino que su amor fue la envidia de todo su mundo.
Sin embargo, tiempo después, al cumplirse su primer aniversario de casados, a Carla le diagnosticaron un severo problema cardíaco que no tenía cura ni tratamiento, siendo la única opción posible, el transplante.
Buscaron de todas las formas posibles de conseguir un donante, aunque sin éxito. Su ubicación en la lista de espera era muy baja y nunca llegarían a tiempo.
Al cumplir los 30 años, Carla desnudó su pensamiento. Quería tener un hijo, quería que aunque ella dejara el mundo, traer una nueva vida que le de amor y esperanzas a su amado esposo, quería que Luciano fuese padre.
Al poco tiempo ella quedó embarazada y se sentían confiados en que Carla pudiera conocer a su hijo, pero,  al cumplir las cuarenta semanas de embarazo, su condición empeoró y la tuvieron que internar de urgencia.

El médico entró por la puerta. Quería controlar los signos vitales de su paciente.
Al verlos, suspiró y miró a Luciano. Luego inyectó a Carla con una jeringa que traía en el bolsillo.

-Es para que por fin puedas dormir- le dijo, con lágrimas en los ojos.

Luego abandonó la escena, volviendo a mirar a Luciano al salir.

-Ya es hora, mi amor.

Él lloraba sin consuelo.

-No, aguanta un poco más, te lo ruego.
-Estoy cansada. Por favor, déjame dormir.
-Por favor, un poco más -sollozaba

La mujer durmió mientras que escuchaba el lamento de su pareja.
Luego se despertó con un sobresalto y se sentó en la cama. Estaba sola.
Se desabotonó el pijama y miró su pecho. Una cicatriz lo marcaba.
Luciano verdaderamente había sacrifiado su vida por ella.
Carla miró la foto de él, que había enmarcado y puesto en su mesita de luz y lloró.

-¿Por qué lo hiciste? -le preguntó a la imagen.
-Porque merecías vivir- alguien respondió.

Carla se sorprendió.
Una figura blanca apreció frente a ella y tomó la forma de su difunto esposo.

-¿Cómo es posible?
-No lo sé.
-Creí que estabas muerto.
-Mientras me recuerdes, yo no moriré- dijo él, con calma.

Carla se levantó y se acercó a aquella figura. No tenía miedo.

-Te extraño demasiado- le dijo.
-Yo también.

No podía contenerse. La necesidad de abrazarlo era demasiado grande.
Sus brazos rodeadon el cuerpo de su marido y lo apretaron con toda su fuerza.

-Calma, calma- le respondió él.

Sus palabras eran serenas y lentas, justo lo que ella necesitaba.

-¿Por qué lo hiciste?- volvió a preguntar, mientras que seguía abrazándolo.
-Tú sabes por qué.
-No. No lo sé. Dímelo por favor.
-¿Cómo que no lo sabes si es muy fácil?
-No te entiendo, Lucho.
-Lo hice porque tu vida era más importante que la mía.
-¿¡Cómo puedes decir eso!? YO QUERÍA QUE VIVIERAS. -se desesperó
-Yo también. Pero una vida sin tí no valía para mí. Además, ahora estaremos siempre juntos, porque juntos, hemos creado algo maravilloso.

Carla se miró al pecho.

-Esta marca es un recuerdo tuyo y dentro mío, tú vivirás por siempre. ¿Te refieres a eso?
-No, mi amor. No me refiero a eso.
-¿Entonces a qué?
-Despierta y lo verás.
-¿Acaso estoy dormida?

Luciano asintió con la cabeza.

-Y si despierto, ¿tú estarás?
-Yo siempre estaré contigo mi amor, pero ahora debes despertar.

Carla despertó del sueño dentro del sueño.
Era de noche y se levantó de la cama.
Se dirigió a la otra habitación de la casa, en donde un pequeño de dos años demandaba a su madre. Ella lo vió y sonrió.

-Gracias, mi amor- dijo en voz baja.

Luego de calmarlo y asegurarse de que esté dormido, se retiró.
El niño descansaba dentro de una cuna adornada en donde una brillante chapa dorada resaltaba.
En ésta, se podía leer un nombre. Luciano, decía.

 

 

Un buen viaje

-Fue un buen viaje.
-El mejor de nuestras vidas.
-El mejor, por ahora.
-¿Lo crees?
-Por supuesto.
-Después de todo lo que gastamos, ¿crees que podamos volver a hacer un viaje como este?

La pareja se miró. Habían invertido gran parte de sus ahorros en el viaje.
Habían vivido en el pueblo de «Fraile Muerto» durante toda su vida y, por primera vez, decidieron viajar.
Era su luna de miel y ambos decidieron ir a Roma, la ciudad de sus sueños.
Salir del país no era algo nuevo para Carla, ya que, por su trabajo, cruzaba la frontera hacia el país considerado «hermano», por lo menos una vez por semestre

-¿Cómo es?- Le preguntaba su ahora flamante marido, a su regreso.

-Lindo, pero no tanto como el lugar que nos espera.

La corta respuesta evitaba a Clara pasar por el interrogatorio a su regreso, momento en que solamente quería un abrazo y un colchón.
Mediante métodos pocos convencionales, Carla había conseguido un trabajo en una empresa de reparto nacional e internacional y, al ser de un pueblo del interior del país, se encargaba del poco reparto que había en esa zona.
Su sueldo consistía, en su mayoría, en comisión por entrega, pero al ser un pueblo tan pequeño, al igual que sus vecinos, éste apenas alcanzaba para cubrir las necesidades básicas de la pareja.
Ambos tenían 29 años y habían pasado juntos gran parte de sus vidas. Era una pareja que se amaba, cuidaba y quería.
Él trabajaba en la granja de la familia. Ella se había mudado desde un pueblo vecino.
Al poco tiempo de cumplir los 22 años, un gran incendió destruyó casi todo el pueblo. Muy pocos fueron los sobrevivientes, entre ellos, Carla y Federico, quienes perdieron a toda su familia, a sus padres, hermanos y abuelos. Ambos quedaron huérfanos en vida.
Al recibir dinero, por parte del alcalde, para que se recuperen económicamente, los chicos se miraron y quedaron unidos desde ese entonces. El haber perdido a sus familias, fundió con plomo aquella relación.

El dinero apenas alcanzó para arreglar la estancia de la familia de Federico, lugar donde ambos comenzaron su vida juntos. Él trabajaba arduamente, día y noche, cada día de semana, cosechando y cultivando para subsistir. Aún así, el dinero escaseaba.
Carla logró conseguir trabajo como mensajera y la vida comenzó a ser un poco más fácil.
Federico podía dormir un poco más y no levantarse al amanecer, pero seguía sin alcanzar. Pero todo cambió unos años después. Con 26 años, Carla fue a realizar una entrega a un pueblo cercano. Al llegar, llamó a la puerta y fue recibida por un hombre elegantemente vestido.

-Su pedido, señor.

El hombre miró a la joven y la invitó a pasar.

-¿De donde vienes?- Le preguntó.

-De Fraile Muerto.

-¿Donde queda? ¿Está muy lejos?

-A 12 horas de distancia.

El hombre se quedó sorprendido.

-¿Manejaste durante tanto tiempo?

-No, señor- Respondió ella. -No tengo auto.

Hubo confusión en el hombre.

-¿Cómo viniste?

-En bicicleta.- Dijo, señalando el vehículo tirado a un costado de la casa.

-Por diós, mujer. ¿Has estado andando en eso durante tanto tiempo?

Carla asintió, provocando un temblor en el otro hombre.

-Ven, siéntate y relájate. Te traeré algo de tomar.

-No, señor. Gracias. Debo irme y seguir con los repartos antes de que anochezca.

-Has estado andando en una bicicleta durante medio día. Te mereces un descanso.

-No puedo. Si no hago las entregas, no recibo el dinero que necesitamos para sobrevivir.

-¿Estás casada?

Carla asintió.

-Si, nos casamos ayer y a causa de eso no realicé ninguna entrega. Por eso debo irme.

-Primero debes descansar y reponer fuerzas. Te traeré algo de comer, mientras tanto, cuéntame un poco de tí.

Al escuchar, el hombre se entristeció con su historia. Su corazón estaba afligido.

-Debo confesar que, cuando te ví, la lascivia me llenó el corazón, pero ahora, solo siento tristeza por tí.

-¿Qué es lascivia?

-No importa eso ahora. No importa lo que quería al verte, pero lo que más quiero ahora es ayudarlos.

El hombre se presentó como un empleado de alto cargo de la empresa repartidora.

-Soy de aquí, pero vivo en Buenos Aires y cada vez que pida que me traigan un paquete, voy a pedir que seas tú la que lo haga. Serán dos veces al año como mínimo y eso te traerá buena ganancia, además de que tendrás todos los gastos pagos.

Carla sonrió. Le estaban ofreciendo más dinero que con el que podía soñar.

-Gracias- Dijo mientras se retiraba.

-Espera.

El hombre le entregó a ella el paquete que le había traido.

-Quiero que lo conserves y lo leas. Tal vez podrán ir allá algún día.

Varias horas después, la mujer regresó a su casa y le entregó el paquete a su marido.

-¿No pudiste hacer la entrega?

-La hice, pero no sabes lo que pasó. Es un milagro.

Carla relató lo sucedido y comenzó a llorar. Fue contenida por su esposo.
Luego abrieron el paquete devuelto.

«Roma: La ciudad de los sueños»

Se trataba de un libro turístico. Un libro donde parejas habían decidido pasar su luna de miel en la milenaria ciudad y luego relatan sus viajes.

-Vayamos.- Dijo Federico.

-No tenemos dinero. -Se lamentó Carla.

-Aunque nos cueste, aunque sacrifiquemos todo, nos lo merecemos.

Aquel día, la esperanza del viaje los cegó.

Federico se había obsesionado con visitar otros lugares, con viajar y conocer.
Carla, por su lado, estaba nerviosa con su primer viaje fuera del país. Se trataba de un viaje de dos días de ida y dos de vuelta, pero su ganacia de ese solo viaje sería mayor a lo que ganó en los últimos años, todo junto.
A su regreso, fue inundada a preguntas por parte de su pareja.
Carla solo quería descansar, pero igualmente compartió todo lo que vió, con su marido.

Los años pasaron y gracias a estas entregas, la pareja comenzó un fondo de ahorro, el que pronto se acumuló y alcanzó para el viaje.

-No se si debamos gastarlo.- Dijo ella una noche.
-Nos prometimos hacerlo. Nos lo debemos.
-¿Estás seguro de gastarlo todo?
-Yo si, pero es tú dinero, tu esfuerzo y tu sacrificio. Es tu decisión.
-NO- Lo paró ella. -Es NUESTRA decisión.
-Yo no gané ese dinero.
-Tú me has ganado a mí. Me diste un hogar, me mantuviste durante muchos años. Trabajaste día y noche por nuestro bien. Sin tí, yo hubiese muerto.

Federico lagrimeó.

-Hagámoslo- Dijo ella.

Al día siguiente sacaron los pasajes y el hotel. Estarían dos semanas enteras en la tan ansiada ciudad. Luego de varios años de lucha y esfuerzo, podían finalmente descansar.

-Te amo.
-Te amo.

Ambos se miraron y besaron. Su amor florecido mientras el avión despegaba de regreso a su hogar.

El último escalón

La lente se mueve y las personas aplauden a su ídolo artificial.
Por orden del segundo,  la masa se levanta del asiento y continúa vitoreando al frio metal.
Adelante de todos, un hombre se prepara para sentarse en una -visiblemente cómoda- silla, con tapizado de tela similar al cuero. Junto a él, se ve la silueta de otro hombre parado. La diferencia de estaturas es notable.
El contorno de ambos hombres es tapado por la oscuridad. Las luces estaban con la masa aplaudidora.
El segundo levantó la mano y su séquito fue calmando el estruendo. La calma reinó una vez más mientras que las luces cambiaban de objetivos y se dirigian hacia la posición de los dos hombres.
La luz iluminó los cuerpos de ambos, al igual que el espacio a su alrededor. La diferencia de estatura se debía a que el segundo hombre se encontraba parado dos escalones más abajo que el primero.
El primero, por otro lado, no tenía intención de hacerle subir ni él de bajar. Su rostro denotaba una gran sonrisa, ayudada por las maravillas del maquillaje moderno.
Todos se encontraban presentes por ellos, sin embargo, la mayoría de los invitados conocía solamente a uno de los dos personajes principales.
El hombre sonriente se sentó en la silla y miraba de manera penetrante al hombre de pie y con rostro nervioso.
La silla giró 90 grados, apuntando a la masa. Su ocupante abrió la boca y comenzó a hablar.
Las luces comenzaron a moverse por todo el lugar. De rojo a azul, de azul a verde, de verde a amarillo, de amarillo a anaranjado y de este último volvía al primer color y continuaba la secuencia. En total eran unas 5 luces que bailaban al compás de una música estrombótica e inexistente.

-Bienvenidos- Anunció. -Lamentamos haberlos hecho esperar, pero la televisión en vivo es así y debíamos muchas tantas publicitarias.

La sonrisa del hombre se acentuó más, volviéndose forzada.

-Después de todo, sin nuestros anunciantes, no estaríamos aquí ni ustedes, ni yo, ni nuestro invitado que tiene ganas de irse, por lo que se ve.

La masa echó una carcajada, esta vez, sin orden del segundo.

-Venga, hombre. Relájate. Es sólo un juego…- Ambos hombres se miraban, el segundo apenas sosteniéndose. Sus pies ya no aguantaban los nervios. -…un juego en el que podrás volverte MILLONARIO.

Esta vez si, el segundo levantó la mano y el cúmulo de gente aplaudió. Cada uno de los allí presentes ocultaba una clara envídia al hombre a punto de desmayarse.

-Con tan solo dos respuestas más, podrás convertirte en un nuevo rico en nuestro…

El segundo hombre no aguantó y cayó sobre el escalón golpeándose la cabeza.
El primero hombre, borró su sonrisa y acudió rápidamente a socorrerlo.

-Est…estoy bien- Aclaró el segundo, poniéndose nuevamente de pie.

-Sientate, amigo- Dijo el primero, acercándole su cómoda silla y ofreciéndole un trago de agua.

El espectáculo previo servía para que aumente la audiencia, llegando a niveles insospechados para los creadores, productores y organizadores.
Un murmullo resonó en la oreja del primer hombre, quien volvió a recuperar su sonrisa.

-Amigo mío, no quiero que te asustes, así que sostente de mi silla, pero debo decirte que nos hemos convertido en ¡los primeros de la noche y del año!. Me informan que en este momento, millones de personas están presenciando nuestros actos en todo el mundo.

El segundo volvió a dirigir a su ejército y les comandó que aplaudan con más vigor.

-Hoy, sábado 24 de Diciembre, estamos siendo testigos de algo impensable, algo que no podríamos haber imaginado que sucedería contigo. Después de agotar todas las ayudas en los primeros dos pasos y luego de dudar una y otra vez en cada respuesta, has logrado escalar hasta la cima, donde un solo paso te separa del «cofre de oro».

Con una seña, un cobre dorado apareció junto a él. Dentro se encontraban varios papeles verdes, representando dólares americanos y sobre ellos, un sobre donde la última pregunta descansaba desde que los comienzos del espectáculo, hacía ya 3 años.

-¿Estás listo?

El otro hombre asintió con la cabeza, mirando como el sobre se abría y un papel era sacado.

-Muchos historiadores concuerdan que la conspiración contra Julio Cesar tomó como punto cúlmine el año 44 antes de nuestra era. Más precisamente, el día 15 de Marzo de ese año. Varios de los que él consideraba como aliado, le tracionaron y asesinaron en las puertas del teatro «Pompeyo». El objetivo de este grupo era regresar el poder al senado y restaurar la paz. Luego del magnicidio, se auto titularon.- El hombre hizo una pausa. -Antes del «cofre de oro» deberás responder correctamente, ¿con que nombre se autoproclamaron?.

El silencio se hizo presente. La silla del segundo comenzó a moverse. Era la penúltima pregunta y ya no había quien podía ayudarle.

-Liberatores- Dijo, finalmente.

El presentador soltó el papel que contenía la pregunta y fue directo al cofre dorado, provocando enloquecimiento en la masa. Gritos de aliento se escuchaban.

-ES CORRECTO- Anunció el sonriente hombre.

El otro se levantó de la silla y ascendió hasta ponerse al lado del primero.
Ya no habían más peldaños ni desigualdad.

-Una pregunta. Una simple pregunta te separa de llevarte el gran premio de SETENTA MILLONES DE DÓLARES. ¿Estás listo?.

La gente no podía calmarse. Finalmente el segundo había perdido el mando y ahora formaba parte de la hinchada.

-Si gano, 4 millones serán repartidos entre la gente del público en cantidades iguales, en agradecimiento a sus ánimos.

El estallido y los cantos fueron imposibles de bajar. Era todo una fiesta y la final, la última pregunta no podía esperar más. Con ruido, con apoyo, con la cómoda silla, la pregunta debía responderse.

-¿Estás listo?- Preguntó el presentador.

El participante asintió con la cabeza.
El último sobre estaba siendo abierto, luego de años de permanecer oculto. La pregunta fue leída para adentro y luego expulsada de la boca.
Un silencio de cementerio se produjo de repente.

-Leonardo Da Vinci es un nombre conocido por casi todos nosotros. Sus creaciones fueron muy útiles tanto en guerra como en paz, sin embargo, lo recordamos aún más por sus obras de arte, como la «Gioconda» y la «Última cena».- El presentador hizo una pausa para generar suspenso.  -Por setenta millones de dólares, ¿Cuál es el nombre de la primera pintura reconocida a este gran hombre de la historia?.

El participante, serio hasta ese entonces, sonrió.
La gente lo vió y estalló en gritos.
El relój daba las 12, ya era navidad.

 

Adán: El gran guerrero

Con brazos y piernas del tamaño de árboles y un torso tan grande como la vista podía cubrir desde la posición en la que Adán se encontraba, el coloso era un adversario aparentemente imposible de vencer.
Un solo golpe podía acabar con la vida del primer hombre creado por Dios, sin embargo, el arma más letal del gigante era su aliento fétido, una horrible fragancia profunda que ahoga los sentidos y nubla la visión.

-¡Debes comer más hojas de menta y melissa!- Gritó Adán, cubriéndose el naso con un remiendo de tela que llevaba.

Luego, extrajo otro trozo de tela, que cubría las hojas del calor del sol y se las ofreció al coloso.
El gigante exámino la oferta del pequeño hombre y la aceptó.
Adán sonreía mientras que su adversario se tambaleaba. Las hojas habían sido mezcladas junto a otras hojas dañinas. Aunque peligrosas para el hombre, en el gigante tuvieron muy poco efecto, provocándole un pequeño vómito e incrementando su ira.
Adán recibió una fuerte porra que le sacudió todo su ser y le dejó al borde del desmayo.
Con sus pocas fuerzas, logró sacar otro tipo de hojas de n nuevo trozo de tela y las comió rápidamente. Como por arte de magia, el hombre se recompuso rápidamente. Dolor ya no sentía, pero el mareo de su cabeza se hacía importante.
Debía acabar con el gigante mientras posea concentración, de lo contrario, en pocos minutos se perdería en la infinidad de sus pensamientos y quedaría a merced del enorme ser.

El coloso, por su parte, miraba extrañado como el hombrecito corría de un lado a otro, sin entender que es lo que hacía.
Finalmente lo comprendió. Una improvisada cerbatana apuntaba a su frente. Adán había logrado crear unos dardos con una poderosa mezcla de las hojas curativas y las hojas tóxicas.
Aquella mezcla la usaba para cazar a los animales más feroces y ahora había aumentado la dosis al máximo que podía disparar.
El gigante comprendió la situación y golpeó al hombre, quien resistió de pie a pesar de habérsele roto varios huesos.

La batalla fue dura, aunque Adán contaba con una gran ventaja que desconocía.
El gigante estaba condenado a la derrota y así lo había vaticinado su creador.

«No deberás quitarle la vida. Pelea con él sin herirlo profundamente. Rompe su voluntad de explorar el mundo y quítale toda esperanza de pasar. Hazlo regresar a los brazos de Eva estando de pie para recibir a su primer hijo. No permitas que te lastime y si lo hace no deberás preocuparte porque yo te curaré. Su voluntad es muy grande y no podrás quebrarla fácilmente. Sin embargo, inténtalo sin matarle y si lo logras, te recompensaré largamente.
Quiebra su voluntad más no sus huesos.»

El gigante recordó las palabras de Dios con temor. No podría matar al pequeño hombre y tampoco lastimarlo en demasía. Estaba en una gran desventaja y a causa de eso, su derrota era inminente.

El arma funcionó y el coloso emitió un gran aullido de dolor mientras caía sobre sus rodillas.

«Una vida por otra» Pensó Dios, dolido.

Sabía que esto sucedería. Sabía que necesitaba que la chispa de vida del gigante se traslade al hijo de Eva. Todo era parte de su plan, pero aún así se entristecía.

El coloso terminó por caer. El enorme corazón dejó de latir y la sangre ya no fluyó por las grandes venas y arterias. Una vida había desaparecido mientras que otra había nacido.
El último latido del coloso fue precedido por el primer latido del hijo de la pareja de humanos.
La sangre que dejó de fluir por las enormes venas y arterias ahora fluía en los ínfimos capilares del infante.

Adán había salido victorioso y ahora caminaba sin rumbo. Dios estaba ocupado con el recién nacido, un bebé, algo nuevo para él y sus conocimientos y destinaría gran parte de su tiempo a su cuidado. El hombre, por primera vez,  ya no estaba bajo el manto de la protección divina y los peligros del nuevo mundo serían más y más peligrosos.
Eva temió por la vida del padre de su hijo, sabiendo que ya no contaría con la ayuda de su creador.

Éxito y fracaso

Dos amigos de la infancia se encuentran, como cada trimestre, en el bar de siempre.
Escritores de profesión y amigos de larga data, comparten sus vidas ante el otro.
Un joven sonriente, vestido de forma elegante y de andar calmado fue el primero en llegar y sentarse. Con respeto y cordialidad, saludó al dueño y a los mozos del lugar y pidió una una milanesa de pollo con papas fritas.
Al poco tiempo llegó el otro muchacho. Agitado, con ojos cansados, su cuerpo fatigado y sus movimientos torpes, entró al bar y fue saludado por el dueño y los mozos.

-Perdón por la demora. ¿Ya pediste?- Preguntó Santiago.

Martín asintió con la cabeza, obligando a su amigo a levantare y hacer su pedido. Minutos después, ambos recibieron sus platos. Uno comía una deliciosa -y grasosa- milanesa, mientras que el otro una saludable pechuga de pollo a la plancha con una ensalada.

-¿Estás a dieta?- preguntó Martín al ver el otro platillo.

-No. Pero si no como sano, engordo.

-¿Por qué no vas al gimnasio? -preguntó llevándose un bocado de fritura a la boca. Yo voy tres veces por semana.

-Desearía poder ir, pero no me dan los tiempos. Sabés muy bien que trabajo doce horas por día, de lunes a sábados y cuando regreso a casa lo único que quiero hacer es dormir.

Una pequeña pausa se hizo en dónde ambos miraron por la ventana.

-¿Cómo vas en tu trabajo?- preguntó Martín.

-Mal. Detesto ese trabajo. Me siento miserable y cada vez sumo más y más responsabilidades. Todos dependen de mí y me supera -respondió Santiago, derrotado -¿Y el tuyo?

La puasa se interrumpió para comer un bocado.

-¿Qué te puedo decir? -comenzó a decir, tronándo lo dedos de las manos -Es el trabajo perfecto para mí. Trabajo menos de la mitad del tiempo que vos, lo que me deja espacio suficiente para salir e ir al gimnasio, entre otras cosas. Gano suficiente dinero para viajar a europa dos veces al año y principalmente, es un trabajo que me encanta.

Martín trabajaba como guionista, además de ser uno de los principales cerebros creativos de diferentes ideas para un medio de publicidad. Trabajo que el otro amigo envidaba profundamente.

-No sabés la envidia que te tengo.

Santiago trabajaba en un pequeño estudio contable, en donde sus ideas creativas eran tan útiles como una puerta automática en un submarino. Era un trabajo tedioso y aburrido para él, que le consumía mucho tiempo, dándole una pequeña ganancia en relación a las responsabilidades que tenía. Poco ingreso en comparación de la cantidad de trabajo que hacía, pero lo suficiente como para sobrevivir sin lujos pero sin aprietos.

-Puedo meterte en mi trabajo.

-Ya hablamos de esto, te agradezco pero no lo voy a hacer.

-Dale Santi, te estoy ofreciendo ofrezco el trabajo de tu vida y lo rechazás.

-Sabés muy bien por qué digo que no. Sus reuniones creativas son algo que yo no comparto y no quiero compartir. Mi cabeza estará siempre limpia de sus cosas.

La cara del Martín era de incertidumbre. No entendía el rechazo de su amigo hacia algo tan inofensivo.

-Dale Santiago, ¿qué es lo peor que te pueda pasar?

-Es por principios.

-¿Principios? Por favor, no seas tonto.

-Aunque me demore, voy a ser reconocido por mi cuenta y por mi esfuerzo. Soy capaz de crear las historias con mi propia mente, sin ayudas.

-Las vas a crear. Pensá que ésto- dijo, señalando a la bolsa con marihuana que llevaba a un costado -es como la sal para la comida.

La cara de Santiago otro fue de  extrañeza, aunque ya sabía por donde continuaba la charla.

-Un chef puede cocinar los mejores platillos del mundo, lo más lindos, los más sabrosos, los mejores presentados, pero si a sus platos no les agrega sal, entonces ese chef puede ser superado, reemplazado y olvidado por un simple cocinero que te prepara unas papas fritas condimentadas. La sal mejora los platillos así como ésto mejora las ideas.  -dijo Martín, echándole aquel condimento a su guarnición.

Santiago pensó un momento antes de responder.

-Entonces, según tu criterio, cualquier persona sin ideas puede ser mejor que el mejor escritor si solamente le pone «sal», a sus escritos.

Ambos se quedaron callados. El reloj avanzaba y ya era tiempo de pedir la cuenta.

-Pensalo- le dijo mientras que se despedían.

Y aquel día, Santiago lo pensó seriamente por primera vez. Pensó si debía abandonar sus principios para intentarlo.
La idea no le entusiasmaba, pero continuar en su desdichado trabajo era algo que ya no quería ni soportaba y en su vida, los milagros no ocurrían.

Una historia diferente

Con un tropezón, accidentalmente provocado por un crio mal educado, el mozo cayó y la bandeja con los exquisitos platillos que nunca habrán de ser probados, voló unos pocos centímetros y aterrizó sobre el vestido de Fernanda.
El alboroto que armó aquella persona a la que alguna vez le confesé mi amor, fue muy grande.
El mozo, disgustado con el nene que provocó el fin de su elegante andar, discutía con la madre del pequeño, mientras que el gerente  intentaba calmar la situación, mediando entre las partes.

-La cena es cortesía de la casa, al igual que la limpieza de su -muy bonito, por cierto- vestido.

-¡Eso no es suficiente!- Exclamó la mujer, enardecida.

La situación era tal, que absolutamente todos los ocupantes del lugar, estabamos mirando la trifulca y al gerente no le quedó otra alternativa que hacer lo que no quería hacer, ceder frente a la mujer y su sucia treta por conseguir comida gratis.

Por un instante, pensé en levantarme de la silla y calmarla, pero fui detenido por el brazo de mi esposa, quien, con la mirada me prohibió entrometerme.
Finalmente todo había terminado y los gritos de  Fernanda cesaron de la misma forma en que habían iniciado, en un instante. Ella, logrando su cometido de tener la comida gratis durante toda una semana, calmó su temperamento y partió del lugar junto a su hijo y el hombre que los acompañaba.
Al retirarse, el murmullo en el lugar se hizo presente y el gerente, al igual que el mozo, desaparecieron de la vista de todos.
La cena continuó con normalidad para todos los comenzales, cada uno volviendo a sus temas de conversación, excepto mi mujer.

-No puedo creer que saliste con una persona así- Me reprochó.

-Yo tampoco- Le respondí, sonriendo, intentando cortar esa charla.

Mi mujer lo entendió, pero no tenía intenciones de cambiar de tema.

-¿Cuando te diste cuenta que te tenías que separar?- Me preguntó, insistiendo más y más.

Recordando como mi ex discutía con el gerente, la respuesta se me vino a la mente.

-Creo que siempre lo supe.- Respondí. -Fernanda no fue nunca una buena persona y yo fui siempre muy tímido y cobarde

-Conmigo no lo éres- Me dijo.

-Contigo no lo soy- Respondí, guiñándo un ojo.

-Lo cierto es que…-suspiré -…siempre supe que no podíamos seguir y que ella me utilizaba, pero nunca tuve el valor para terminar las cosas.

-¿Por miedo a quedarte solo?- Disparó hábilmente.

-Si. Creo que por eso. Creo que prefería un mal conocido que una soledad interminable.

-¿Ahora como piensas? si querés dejarme, ¿lo vas a hacer o vas a esperar a que yo lo haga por vos?.

-A menos que te comportes así, que me engañes, que no te importen mis cosas, ni siquiera mi cumpleaños y nuestro aniversario, todo eso al mismo tiempo, creo que no va a hacer falta.

Mi mujer me miró con cara de lástima.

-Ya no soy el de antes- Le dije. -Si quiero algo, lo voy a hacer.

-Eso espero- Me dijo mientras que nos tomábamos las manos. -Te prometo que nunca seré como ella.

De la mano, continuamos nuestra cena en paz y con nuestro amor florecido por las palabras de afecto pronunciadas. Yo no podía estar más feliz.

 

Mi mente divagó por un instante. Cuando Fernanda hacía estas cosas, yo me encogía de hombros por la verguenza que me producía y volaba a otra realidad. Me incomodaban estas cosas y ella lo sabía.
Por un instante, mi mente pensó en como sería mi vida si me hubiese separado a tiempo, si hubiese continuado mi vida con otra mujer. Por un momento, mis ojos se desviaron hacia otra mesa, donde una bella dama miraba toda la situación con distancia.

«Que hermosa» Pensé, mientras que volvía a mi mundo imaginario.

Perdido

-ASCENSOR.

Por algún motivo, creyó que el elevador mecánico le escucharía y acudiría a su llamada.
Sin embargo, esto no era más que una alerta a quien estuviese acaparando su uso un tiempo mayor al normal.

-ASCENSOR

Pasaron dos minutos desde el último grito y la maquinaria seguía sin aparecer.
La desesperación comienza a reinar.

«No voy a llegar» Pensaba.

El tiempo de espera para bajar no estaba contemplado ya que, casi siempre, no superaba el minuto. Pero ahora, habiendo pasado casí 8 veces ese tiempo, los nervios le invadían.
La escalera estaba en reparación y su camino estaba interrumpido hasta que los arreglos finalicen. Estaba atrapado, rezando porque no lo echen del trabajo.
Había salido con el tiempo justo y si continuaba esperando, el bus se iría y con él, la asistencia al trabajo.
Ya podía imaginar a su jefe, enfurecido, escupiendo fuego por la boca, cual dragón legendario.
Un temible oculto bajo el disfraz de un simple trovador.

-¿Qué será de mí?- Dijo después de volver a reclamar el uso del elevador.

«No se escuchan movimentos. ¿Qué habrá pasado?»

Su cabeza comenzaba a fantasear con miles de historias.

El ascensor estaba detenido en la planta baja. Un enorme monstruo, de varias toneladas de peso, impedía que el motor pueda elevar la cabina para recogerlo en el cuarto piso donde se encontraba. Debía de estar preparado y protegido.
Debió colocarse la armadura con rapidéz y preparar la espada a semi desenvainar, lista para dar un ataque fugaz y efectivo. Pero, ¿y si su piel era gruesa como el acero?. Debía de tener un plan alternativo. Con las escaleras clausuradas, escapar era imposible.
El arco no serviría a tan corta distancia, lo mismo que el acha. Debía de estar preparado para el combate cuerpo a cuerpo, a lo sumo con la ayuda de una daga, como la que llevaba en su pantorrilla. Sin embargo, sus posibilidades de victoria en un enfrentamiento a puños eran nulas.

Pero, pensándolo mejor, un monstruo de varias toneladas no cabría en primera instancia en la cabina del elevador, entonces, lo que lo detenía seguramente era algo sobrenatural.
Seguramente el fondo había reemplazado por un portal a otra dimensión.
Cuando la puerta se habra frente a él, debería estar preparado para rechazar la fuerte succión que lo pretenda arrastrar hacia un mundo desconocido por el hombre. No permitiría ser secuestrado por seres espaciales. Tomando la soga que llevaba colgando en el cinturón, la ató alrededor de su cintura y el otro extremo al barandal de la escalera. De esta forma, para llevarlo, deberían de partir su cuerpo en dos o arrancar la firme baranda de acero.
Su preocupación fue en aumento cuando notó que aquella estructura que creía firme se movía demasiado al atarle la soga. No soportaría mucha succión y corría el riesgo de que lo golpeara cuando se desprendiera del piso. Sería tragado sin mas.

Un portal dimensional es muy complicado para que esté oculto en el fondo de la cabina del ascensor, sin embargo, un experimento biológico no solamente era posible, sino que probable.
Los soldados indestructibles, conocidos popularmente como zombies eran una realidad creada por los ejercitos de vaios paises para una eventual guerra.  Si un «no-muerto» aparecía tras abrirse la puerta, debería ingeniárselas para derrotarlo sin que le muerda o le infécte de alguna manera. Frente a él aparecía un ser que no siente dolor, ni cansancio. Un ser programado como una máquina para infectar a todos los sanos que encuentre.
Era su instinto y no sentía ni temor ni remordimiento. Se trataba del perfecto soldado.
Estaba preparado, su Colt estaba segura en su cinturón y sabía que un simple disparo certero en su cabeza, sería el fin para el maldito. Pero, para su sorpresa, no poseía balas, convirtiendo aquella pistola en un trozo de metal de varios cientos de dólares. No tendría oportunidad frente al soldado zombie.

Y, si en lugar de un experimento, ¿se trata de un soldado común y corriente.? La nación está en guerra y aquel soldado se estaba asegurando de «limpiar» a todos aquellos que habitasen en el edificio.
Al abrirse la puerta, un hombre le estaría apuntando con su pistola. Un profesional mantendría el laser del arma fijo. Un punto rojo en su corazón…

 

..la luz roja le recordó algo.
No había presionado el llamador.

Adán: El aventurero

El caballo relichó. No quería ser montado ni un segundo más y Adán tuvo que dejarle ir.
Por un momento pensó en la extraña reacción del animal, el cual se había portado de forma sumisa durante todo el trayecto. Sin embargo, al acercarse al límite del Edén, comenzó a comportarse de forma extraña y al bajar de él, al galope regresó por donde habían venido, llevándose consigo las provisiones que había reunido.
Desde ese momento, Adán quedo sin compañía y sin alimentos, en una zona nunca antes recorrida por sus pies.
El caballo fue encontrado por Eva, días después y su preocupación aumentaba al no recibir respuesta de Dios. Sola y sin nadie que le ayude, la vida dentro suyo comenzaba a moldearse.

«Así que ese es el final». Pensó Adán.

Se trataba de una línea muy fina que marcaba el final del paraiso. Final visible porque de un lado había mucha vegetación y del otro lado, el desierto predominaba.
Así como el frondoso verde era visible hasta los límites del ojo dentro del paraiso, el desierto cumplía el mismo rol fuera de este.
Adán, sin preocupaciones, continuó su camino hasta ponerse próximo a la línea divisoria y sin dudarlo, intentó cruzarla.
No lo logró. Un fuerte viento sopló de la nada misma y lo tumbó varios metros dentro del Edén, golpéandolo dúramente al caer.
Extrañado por la situación, lo intentó otra vez obteniendo el mismo resultado, salvo que esta vez, el golpe fue aún más doloroso.

-Ya no debes preocuparte, Eva.- Dijo Dios.

Eva, sorprendida por escuchar la voz de su creador luego de varios días de ausencia, le respondió.

-¿Adán está a salvo? ¿Va a regresar?

Dios, que permanecía en el cielo, le habló a travez de su mente, para que el hombre no logre escuchar.

-He impuesto una barrera alrededor del Edén. Si Adán decide cruzarla, no solo no podrá sino que un fuerte viento, producido por uno de los gigantes que cuidan el exterior, lo arrojará dentro. No solo eso, sino que, al caer, sufrirá fuertes golpes que le harán desistir de la ídea que tiene y volverá junto a tí.

«Eso espero» Pensó Eva.

-Confía en tu Dios, Eva.

La mujer se había olvidado que su creador podía leerle los pensamientos y se sentó nuevamente a esperar a su hombre, mientras que se acariciaba el vientre.

Adán se acariciaba el vientre. El dolor que sentía a causa de sus lastimaduras era importante.
Lo había intentado ya varias veces y en todas, un fuerte viento, a veces con repugnante olor, lo empujaba de nuevo hacia el paraiso.

«Tal vez Dios realmente no quiere que salga» Se preguntó luego de décimo intento.

Al escuchar el pensamiento, Dios se alegró. Su plan parece haber rendido frutos.

«Pero tal vez…» Siguió Adán, volviendo a entristecer a su creador. «Tal vez él quiere que yo sea perseverante».

-SI, ASÍ LO HARÉ- Gritó, recuperando el entusiasmo.

Un fuerte ruido salió entre unos árboles alejados en el desierto.

«Qué extraño» Se dijo Adán. «Podría asegurar que escuché unas risas provenientes de esos árboles».

Nuevamente el hombre intentó salir, esta vez, con la mirada fija en aquellos árboles a lo lejos.
Al intentar cruzar, las hojas se movieron y el fuerte viento lo arrojó de nuevo dentro del paraiso.

«Estoy seguro que ví algo moviéndose dentro».

Adán comenzó a caminar y notó como los árboles se movían junto a él.
Ahora si ya estaba seguro que alguien o algo impedía su paso y debía de crear una distracción para poder escapar del viento.

Dios le había enseñado a crear el fuego para asar la carne de los animales que él le proporsionase y recordó todo el humo que el fuego producía. Humo que usaba para escaparse del tierno abrazo de la bella mujer que lo acompañaba.

Juntando muchos troncos, ramas y hojas, Adán creó una gran cortina de humo que usó para poder escapar.
Su plan funcionó y del otro lado pudo entender lo que sucedía. No lo había podido ver por alguna trampa que contenía el paraiso, pero, al salir, esa trampa ya no surtía efecto.
Al acercarse a los árboles, observó como el gigante, el guardían de la finalización del paraiso y que no permitía el escape del hombre, se  levantaba. El enorme ser, de decenas de metros de alto, estaba enojado por la astucia del pequeño hombre y decidió aplastarlo.

«No quiero ver esto» Pensó Dios.

Adán se encontraba frente a frente con el coloso, dando comienzo a su primera gran batalla por la supervivencia.

Los dos caminos

El camino que tanto conocía se había quedado -misteriosamente- sin luces y si quería cruzarlo, debía de hacerlo completamente a oscuras. Esas calles no se caracterizaban por su inseguridad, pero el hecho de no haber luces incrementaba la posibilidad de ser asaltado. Debía decidir si continuar por allí o dar una gran vuelta.
Germán decidió seguir su camino habitual. A pesar de que no hayan luces, el conocía muy bien aquellas escasas cuadras que le separaban de su casa. Incluso poseía un flamante celular cuya luz podía usar como una lintera y así iluminar la zona. Le había costado mucho dinero, pero estaba feliz con la compra. Su sonrisa se borró al ver, delante suyo, a un grupo de malandras, esperándolo con los brazos abiertos.
Germán decidió dar la vuelta. A pesar de conocer esas calles, la falta de luz le era sospechosa y para empeorar las cosas, no quería arriesgarse a perder su flamante teléfono celular. El camino fue considerablemente más largo, pero llegó a su casa sin ningún tipo de problema. Al día siguiente, lee en las noticias el asesinato de tres personas en esas calles sin luces. Germán respiró agitado. Podría haber sido él.

 

 

La luz amarilla del semáforo había cambiado de verde a amarillo, momento en que el conductor debe decidir si frena brúscamente o acelera para ganarle al rojo:
En ese momento Damián optó por la segunda opción ya que si frenaba, era muy probable que el conductor del auto de atrás lo choque ya que venía a una alta velocidad.
Fue la opción correcta y Damián llegó a cruzar con su vehículo para luego escuchar la fuerte frenada del otro conductor.
En ese momento Damián optó por la primer opción ya que si aceleraba, era muy probable que algún vehículo que venía con velocidad por la derecha cruce, al igual que él, en amarillo y terminen colisionando, poniendo en peligro la vida de ambos conductores.
La opción fue la incorrecta y al frenar, el auto que venía atrás le impactó con fuerte violencia. En el funeral, Damián fue llorado por todos.

 

 

Era una gran oportunidad. El mueble era del estilo que ella siempre había preferido y su precio era más que tentador. El dinero no le sobraba, pero justo tenía la cantidad suficiente para comprar aquella mesa y ponerla en su casa.
Luciana decidió comprarla, agotando todo el dinero que le quedaba disponible para el mes. Se había arriesgado, pero después de todo, no tenía que incurrir en otros gastos hasta que cobre su sueldo, la siguiente semana. La mesa fue llevada a su casa al instante, justo a tiempo para la celebración de su cumpleaños número 50 y fue el gran tema de conversación. Su dueña fue feliz por primera vez en mucho tiempo.
Luciana decidió no comprarla. No quería agotar todo su dinero por miedo a eventuales urgencias. Aún faltaban varios días para que reciba su sueldo y si la compraba, ya no tendría más dinero, más aún en ese día en que las personas se reunirían en su casa para celebrar su cumpleaños. Los invitados llegaron y la reunión le resultó fria. Luciana pasó la noche pensando en lo lindo que se hubiese visto la mesa en su sala.

 

 

Le habían dicho que era una gran fiesta, sin embargo, Romina, no tenía intenciones de ir. Su ex estaría presente, eso lo sabía y luego de la forma en que la abandonó, ella no quería verlo ni mucho menos. Preferia llorarlo sola, viendo alguna novela en Internet. Su amiga le insistía para que la acompañe.
Romina decidió no ir y continuar su solitario plan de novela, sumando un helado de tamaño considerable para una sola persona. Pero aunque sus ojos se centraban en la pantalla, su mente fantaseaba con lo que hubiese pasado si se reencontraba con él y si le hubiese explicado el por qué de su abandono. La cama era solitaria aquella noche de verano y no pudo dormir.
Romina decidió ir y enfrentar al motivo de sus últimas penas. Al llegar, junto con su amiga, su ex no se encontraba y para esperarlo, tomó fuerzas tomando alcohol. Al cabo de unos pocos tragos, ya se sentía con la valentía suficiente para afrontarlo y lo hizo apenas llegó.
No le dió tiempo para recriminarle el haberla dejado y lo besó con mucha pasión. Apenas se vieron, él le explicó. Su enfermedad era terminal y no quería que ella sufriera.

 

 

Era un día muy tranquilo en la oficina. Se trataba de un sábado en el que los teléfonos no sonaban. Lauro trabajaba de Lunes a Sábados, todo el día y la tarde. Lo hacía porque debía. Aquel sábado por la mañana, su hijo lo llamó pidiendo que se tome la tarde para jugar juntos. Lauro le dijo que no podía. El día se hacía largo sin nada para hacer y en ese momento, pensó en si cerraba al mediodía o contiuaba como siempre.
Lauro decidió continuar trabajando. Aún faltaban muchas horas de oficina, en las cuales podían venir clientes o adelantar trabajo, si los primeros no venía. Su hijo entendería que esto lo hace por su futuro. El día transcurrió lentamente sin que un solo teléfono sonara.
Fue un día perdido en el que él y sus empleados, se miraron las caras unos a otros.
Lauro decidió cerrar al mediodía. El día era lento y consideraba que mucho más no podía hacer. Podía adelantar trabajo, pero también eso podía esperar unos días más. Sus empleados, contentos por la noticia, le agradecieron a su jefe y le ayudaron a cerrar.
Lauro pasó el día junto a su hijo y ambos fueron muy felices ese fin de semana.

Adán: El explorador

El vuelo había resultado de maravilla y el fin del Edén era visible.
Ahora su meta era llegar hasta allí.

-Aunque lo intentes no podrás salir- Dijo Dios.

-¿Por qué no?- Respondió el hombre, quejándose.

-¿No te das cuenta lo lejos que está?. Ni siquiera has pensado en una forma de llevar agua y comida, ni de transporte hasta allá. Tampoco has pensado en si necesitarás armas o incluso en llevar un caballo para escapar de los peligros y regresar sano y salvo al paraiso…

Dios había hablado -nuevamente- de más,  iluminando los pensamientos del primer hombre.

«Creo que necesito crear un nuevo hombre.» Pensó.

Mirando hacia su última creación, le pidió que convenciera a Adán de no emprender esa travesía.
La mujer interrumpió su actividad y acató el pedido de Dios.

-Por tú culpa he detenido el lavado de mi cabello- Le reprochó a su compañero.

Adán la miró pasmado. No comprendía la crítica de la mujer.

-¿Yo qué tengo que ver?- Le preguntó.

-Tú y tus estúpidas ídeas me están molestando, Adán. ¿Por qué no puedes vivir cómodamente en este paraiso?

Adán la miró, sus ojos se fruncieros.

-¿Cómo puedes TÚ vivir en este «paraiso» sabiendo que existe otro mundo totalmente desconocido?- Le retrucó.

-No me interesan otros lugares- Respondió Eva.

-¿Por qué, no?- Indagó Adán.

-Porque Dios me ha dicho que aquí debo vivir y aquí viviré.

Adán se mostraba cada vez más curioso ante las palabras de la mujer.

-Es que no lo has visto con tus ojos. Yo si lo ví

-Eres una ingenua, Eva. Tú fe te tiene atada

-Tú eres el ingenuo, Adán. No puedes vivir en paz, respetando las normas de Dios, de tu creador.

Adán, visiblemente cansado de la ingenuidad de su compañera, comenzó a levantar su tono de voz.

-Quédate, pues. No necesito tu compañía. Dios me ha creado para habitar este mundo y descubrir todo lo que existe en él y si no quisiera que lo haga, no hubiese creado un lugar fuera de este «paraiso» y además, no me hubiese hecho curioso. Yo solo hago lo que fui hecho para hacer.

Dando por concluida la discución, Adán comenzó a planear los detalles de su viaje.
Los golpes del pasado lo habían vuelto cauteloso y en su primer intento, solamente intentaría llegar hasta el límite del así llamado «paraiso». Luego, si las condiciones lo permiten, asentaría campamento en el límite de ambos mundos para recuperar fuerzas y luego partir.

Luego de unos pocos días de preparación, Eva intenta nuevamente convencer a su compañero de desistir de sus ídeas.
Lo encontró sobre el suelo, afilando, con una roca, una rama caída del árbol de manzanas.
Al acercarse, Adán la miró y le ofreció una de las manzanas que habían caído junto a la rama.

-¿Quiéres?- Le preguntó.

Eva lo miró, no comprendiendo la situación.

-Sabes tan bien como yo que no debemos comer las manzanas del árbol.- Le reprochó.

-Si, lo sé- Respondió Adán, sin inmutarse. -Pero ésta no estaba en el árbol, sino que cayó junto a la rama. De esta forma, no estamos rompiendo la órden.

Eva lo miró, debatiendo si estaba en lo cierto o no.
Finalmente tomó la manzana y la mordió.

-Que delicia.- Dijo.

-Si, es cierto. Y es probable que encontremos comidas más deliciosas que esta manzana en las afueras.

Eva lo miró, no comprendiendo la situación.

-Yo no iré, Adán.

-¿Por qué?- Le preguntó, mirándole a los ojos.

La mujer se ruborizó por completo. Eran pocas las veces en las que aquel hombre le miraba.

-Ahh…ya entiendo- Respondió el mismo Adán. -Es por tú fe, ¿no es cierto?.

Eva no habñó y solamente comía la fruta.

-¿Qué haces?- Finalmente preguntó.

-Un sistema de defensa, para que no me pase lo mismo que aquella vez con los leones.

Aquel fue un día casi fatal para Adán. Un León se le acercó, viéndolo como presa cuando el hombre entró en sus dominios. La pelea fue ardua pero el humano prevaleció a fin de cuentas y el animal tuvo que huir.

-Desde ese entonces, he estado buscando formas de defenderme, como las puntiagudas espinas de las rosas. LISTO.

La rama ahora poseía una punta muy afilada, capaz de cortar la piel humana en un instante.

-Lo llamaré, rama de defensa.- Dijo, cantando alegre.

Eva se preocupaba más y más. No del todo por Adán, sino por Dios que hacía ya varios días que no aparecía y no le hablaba.
A la mañana siguiente, llegó el gran día de la partida.

-¿Segura que no quieres acompañarme?- Preguntó Adán.

-No quiero- Respondió la mujer.

Sin más palabras que mediar, Adán partió.
Su caballo estaba cubierto de alimentos y ramas de defensa.

-Eva- Habló Dios.

La mujer se sobresaltó. Hacía mucho que no escuchaba la voz de su creador.

-¿Donde has estado?- Le preguntó. -Adán ya ha partido y no pude convencerlo de que desista.

-Lo se y he actuado. He estado ocupado mejorando el mundo exterior. Si Adán así lo prefiere, no le impediré su salida, pero es probable que nunca más pueda regresar ya que el mundo es muy extenso. Lo siento, Eva.

Eva se lamentó.
Su hombre partiría para nunca jamás regresar.
La mujer lagrimeaba mientras que se acariciaba el vientre.

«Allí parte tu padre, Adán, el tonto aventurero» Se dijo.