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Un león en la granja

En una pequeña granja alejada de la ciudad, vivían en paz muchos animales.
Habían gallinas que ponían huevos junto a un gallo que las miraba.
Habían vacas que pastaban sin preocupaciones, acompañadas por ovejas lanudas que eran madres y que con sus tiernos balidos llamaban a sus pequeños bebés a comer.
Patos y cerdos disfrutaban del agua y del barro por igual. Los primeros salían cuando el sol más fuerte estaba y estiraban sus alas, mientras que los segundos podían permanecer en el lodo durante todo el día.
Todos eran grandes amigos y disfrutaban en armonía gracias a la protección que les daba el perro guardían del granjero.
Como su dueño casi nunca se encontraba presente en la granja, la seguridad recaía sobre su mejor amigo, un pastor belga de gran inteligencia y gran porte que ahuyentaba a cada lobo que se acercaba. Duro como una roca, el perro velaba por la seguridad de todos los animales de la granja. Siempre atento y vigilando y gracias a él, la paz reinaba.
El único animal que superaba al perro en valentía y gallardía era el caballo, pero este siempre se encontraba al lado del dueño y juntos salían a todos lados. El caballo y el granjero eran inseparables y por eso la seguridad recaía únicamente sobre el perro, que hacía un gran trabajo.

Un día llegó a la granja una jaula, traida por el granjero. Se trataba de una jaula muy grande como para pertenecer a una vaca o un cerdo y además se movía mucho, causando pánico en todos los presentes.
Permaneció tapada y cerrada durante toda la mañana y finalmente a la tarde el granjero la abrió.
De dentro salió un inmenso león y el miedo en la granja se hizo notar.
Los patos volaron, las gallinas se escondieron en su gallinero junto al gallo. Las vacas y los cerdos se protegieron mutuamente en los rincones de la granja y las ovejas escondieron a sus bebés dentro de su lana. Todos comenzaron a llorar.
Los únicos que no se habían movido fueron el caballo y el perro, ambos firmes, dándole la bienvenida al nuevo integrante.
Sin embargo, el resto de los animales tenían miedo.

-¿Cómo pudieron traer un león  a la granja?
-Nos va a comer a todos.
-Es muy grande.
-Da mucho miedo.
-Un león no es para este lugar.

Todos los animales se quejaron y con razón. Temían por sus vidas porque el león era muy grande y poderoso y su mordida podía ser mortal para ellos.

Durante los siguientes días, el león permaneció en solitario en el centro de la granja y ningún otro animal se le acercó. Comía solo, dormía solo y pasaba todo el día en soledad. Nadie se daba cuenta lo triste que se encontraba con esta situación. El león quería hacer amigos, pero los otros se apartaban por temor.

Fue un día en el que el granjero partió rumbo a la ciudad acompañado del caballo cuando un gigantésco lobo atacó.
No se trataba de un lobo cualquiera, sino que este era el lobo más grande que podía existir y de un rápido movimiento atrapó a una de las ovejas entre sus dientes.
El perro saltó en ayuda del pequeño animal, pero fue fácilmente dominado por el tamaño y poder del depredador. Estando muy mal herido, el perro se desmayó y el lobo volvió a atrapar a su presa.
El pánico reinó en la granja, el perro nunca había sido derrotado y sin él, ellos estarían a merced de aquel lobo.
De pronto, el león se posó frente al lobo y le rugió, exigiéndole que suelte al animal.
El lobo poseía un mayor tamaño que el león y detuvo su marcha para batallar al recién llegado.
La lucha fue muy dura pero finalmente el león ganó y el lobo huyó.
Quedó muy mal herido, con sangre por todo el cuerpo, pero había logrado salvar a la oveja.

-Gracias- le dijo una vaca.
-Si. Pensamos que eras malo. Gracias. -dijo un cerdo

Uno a uno los animales le agradecieron al león y se disculparon por haberse apartado de él cuando llegó.

-Teníamos miedo de que nos lastimes- le explicó un pato.

El león, con mucho dolor en sus patas, se paró y habló:

-Yo se que soy un león y que no pertenezco a este lugar. Pero soy distinto al resto, yo no quiero ser león. No me gusta la violencia ni ser tan grande y en la selva yo no puedo estar. Es por esto que el granjero me trajo a este hogar, donde puedo vivir en paz.

Desde ese momento, los animales le dieron la bienvenida al león, disculpándose por haberlo juzgado por los rumores y por su apariencia.

«Nunca debes juzgar a nadie por los rumores y por la apariencia. Por lo que dicen de él. Primero debes conocerlo y conocer su corazón.»

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Éxito y fracaso

Dos amigos de la infancia se encuentran, como cada trimestre, en el bar de siempre.
Escritores de profesión y amigos de larga data, comparten sus vidas ante el otro.
Un joven sonriente, vestido de forma elegante y de andar calmado fue el primero en llegar y sentarse. Con respeto y cordialidad, saludó al dueño y a los mozos del lugar y pidió una una milanesa de pollo con papas fritas.
Al poco tiempo llegó el otro muchacho. Agitado, con ojos cansados, su cuerpo fatigado y sus movimientos torpes, entró al bar y fue saludado por el dueño y los mozos.

-Perdón por la demora. ¿Ya pediste?- Preguntó Santiago.

Martín asintió con la cabeza, obligando a su amigo a levantare y hacer su pedido. Minutos después, ambos recibieron sus platos. Uno comía una deliciosa -y grasosa- milanesa, mientras que el otro una saludable pechuga de pollo a la plancha con una ensalada.

-¿Estás a dieta?- preguntó Martín al ver el otro platillo.

-No. Pero si no como sano, engordo.

-¿Por qué no vas al gimnasio? -preguntó llevándose un bocado de fritura a la boca. Yo voy tres veces por semana.

-Desearía poder ir, pero no me dan los tiempos. Sabés muy bien que trabajo doce horas por día, de lunes a sábados y cuando regreso a casa lo único que quiero hacer es dormir.

Una pequeña pausa se hizo en dónde ambos miraron por la ventana.

-¿Cómo vas en tu trabajo?- preguntó Martín.

-Mal. Detesto ese trabajo. Me siento miserable y cada vez sumo más y más responsabilidades. Todos dependen de mí y me supera -respondió Santiago, derrotado -¿Y el tuyo?

La puasa se interrumpió para comer un bocado.

-¿Qué te puedo decir? -comenzó a decir, tronándo lo dedos de las manos -Es el trabajo perfecto para mí. Trabajo menos de la mitad del tiempo que vos, lo que me deja espacio suficiente para salir e ir al gimnasio, entre otras cosas. Gano suficiente dinero para viajar a europa dos veces al año y principalmente, es un trabajo que me encanta.

Martín trabajaba como guionista, además de ser uno de los principales cerebros creativos de diferentes ideas para un medio de publicidad. Trabajo que el otro amigo envidaba profundamente.

-No sabés la envidia que te tengo.

Santiago trabajaba en un pequeño estudio contable, en donde sus ideas creativas eran tan útiles como una puerta automática en un submarino. Era un trabajo tedioso y aburrido para él, que le consumía mucho tiempo, dándole una pequeña ganancia en relación a las responsabilidades que tenía. Poco ingreso en comparación de la cantidad de trabajo que hacía, pero lo suficiente como para sobrevivir sin lujos pero sin aprietos.

-Puedo meterte en mi trabajo.

-Ya hablamos de esto, te agradezco pero no lo voy a hacer.

-Dale Santi, te estoy ofreciendo ofrezco el trabajo de tu vida y lo rechazás.

-Sabés muy bien por qué digo que no. Sus reuniones creativas son algo que yo no comparto y no quiero compartir. Mi cabeza estará siempre limpia de sus cosas.

La cara del Martín era de incertidumbre. No entendía el rechazo de su amigo hacia algo tan inofensivo.

-Dale Santiago, ¿qué es lo peor que te pueda pasar?

-Es por principios.

-¿Principios? Por favor, no seas tonto.

-Aunque me demore, voy a ser reconocido por mi cuenta y por mi esfuerzo. Soy capaz de crear las historias con mi propia mente, sin ayudas.

-Las vas a crear. Pensá que ésto- dijo, señalando a la bolsa con marihuana que llevaba a un costado -es como la sal para la comida.

La cara de Santiago otro fue de  extrañeza, aunque ya sabía por donde continuaba la charla.

-Un chef puede cocinar los mejores platillos del mundo, lo más lindos, los más sabrosos, los mejores presentados, pero si a sus platos no les agrega sal, entonces ese chef puede ser superado, reemplazado y olvidado por un simple cocinero que te prepara unas papas fritas condimentadas. La sal mejora los platillos así como ésto mejora las ideas.  -dijo Martín, echándole aquel condimento a su guarnición.

Santiago pensó un momento antes de responder.

-Entonces, según tu criterio, cualquier persona sin ideas puede ser mejor que el mejor escritor si solamente le pone «sal», a sus escritos.

Ambos se quedaron callados. El reloj avanzaba y ya era tiempo de pedir la cuenta.

-Pensalo- le dijo mientras que se despedían.

Y aquel día, Santiago lo pensó seriamente por primera vez. Pensó si debía abandonar sus principios para intentarlo.
La idea no le entusiasmaba, pero continuar en su desdichado trabajo era algo que ya no quería ni soportaba y en su vida, los milagros no ocurrían.