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El juez contra lo políticamente correcto

-Pero, es arte. El arte que yo creo debe de ser expresado a todo el mundo.

El joven tatuado intentaba convencer al uniformado.

-Mirá pibe, estás pintando espacio público y está penalizado por ley. O lo borrás ya mismo o venís a la comisaría. ¿Qué vas a hacer?

La cara seria del policia demostraba severidad y su tono firme no daba lugar a dudas de que cumpliría su advertencia.

-Es mi forma de expresión y no la voy a limitar porque usted no tiene la capacidad para entender el arte.

Insultar a un oficial no es la acción más inteligente y a las pocas horas ya estaba queriendo discutir con el juez.

Luego de leer el parte de lo sucedido, su señoría habló.

-Tu forma de expresión la debes manifestar en ámbitos no públicos. Tenés prohíbido realizar este tipo de actos so pena de arresto. ¿Quedó claro?

-Usted me está hablando de pésima manera- replicó el muchacho claramente nervioso y sin saber como encarar la situación.

-Es mi forma de expresión y no la voy a limitar porque usted no tiene la capacidad para comprender las leyes- le respondió, usando las mismas palabras que había recibido el policia.

El juez dio por concluido el asunto y despidió al muchacho.

-Una cosa más- le dijo antes de que el joven tatuado saliera -no creas que lo que llamás arte le importa más al resto que a tu propio ego y satisfacción. La ciudad es espacio de todos y si querés pintar o pegar carteles, hacelo en tu propiedad privada o hacelo por internet, como está tan de moda. A ti no te gustaría que te pinten ni la casa, ni el auto y ni a tu madre. Respeto, muchacho, respeto hacia lo público.

Era la hora del almuerzo y su panza rugía, pero aún quedaba un caso pendiente: Una mujer desnuda fue detenida por exhibicionismo.
Un grupo de activistas protestaban por la opresión de la mujer, totalmente desnudas frente al congreso donde exigían que sea permitido por ley que ellas puedan andar desnudas por las calles.
El juez tenía poca tolerancia hacia el desprecio a los edificios importantes de la ciudad.

-El cuerpo de la mujer es igual de sagrado que el del hombre- dijo, indignada.

-¿Y por qué lo andás mostrando cual si fuera una objeto en un aparador?

-Porque hay un tabú con el cuerpo femenino y un hombre puede estar desnudo sin que nadie le diga nada.

-Tonterías no, eh. Que ayer arrestamos a un hombre por andar desnudo, mismo motivo por el cual vos estás acá.

La mujer se quedó callada pero el juez no.

-El cuerpo es lo más sagrado que tenemos como personas. Es lo único que es verdaderamente propio y hay que cuidarlo y valorarlo. ¿Querés hacer ejercicio y ser delgada? No hay problema. ¿Querés dejar de depilarte y pintarte el pelo de verde? Tampoco hay problema. Pero todo esto en tu ámbito personal. No pretendas ser diferente y gritar al Boreas que te respeten cuando vos sos la que no respeta lo más preciado que tenemos, el cuerpo. Relajate un poco más con la vida y disfrutá que ya no vivimos en la edad media. Y por cierto, la próxima vez que te vea por acá, me importará poco tu excusa y el único consejo que te daré es como cuidar de la retaguardia en la ducha de la celda común.

Al fin había concluido los casos de la mañana y por fin podía almorzar.
Una agradable milanesa con puré de papás era el menú del día.

-Doctor, ¿acaso no le habían prohibído las frituras y la sal?- le preguntó el mozo del restaurante al que iba casi todos los días a almorzar.

-Si muchacho, pero igual traeme el menú y apurate que tengo que volver al juzgado.

El camarero reprobó con la cabeza pero cumplió con el pedido y al poco tiempo levantó los platos.

-Todo muy rico, pibe- le dijo al despedirlo y entregarle en mano una generosa propina. -Por tu silencio -finalizó, guiñándole el ojo derecho.

De vuelta en la sala, aún quedaban dos casos más para ser juzgados ese día y si los concluía rápido, llegaría a tiempo a su casa para la cena.

-Señor Martín, ¿sabe por qué está acá?

El acusado no respondió por consejo de su abogado allí presente.

-Muy bien, yo le voy a decir. Usted está presente en esta que es mi casa porque- el juez se aclaró la garganta -has invadido terreno privado, has agredido a un oficial, has roto propiedad pública, has cortado la libre circulación… -el juez detuvo la lectura leyó en voz baja el escrito que tenía delante. Tres hojas completas de delitos eran demasiado para leer. -Dios mío, muchacho. Me podés decir ¿qué carajo hiciste?

El abogado apoyó la mano sobre el hombro del otro hombre y se dirigió al juez.

-Mi cliente ha sido falsamente acusado de esos delitos y de acuerdo al artículo catorce del… -el abogado no pudo continuar.

-Frenate ahí- interrumpió el juez y miró al acusado. -Muchacho, entiendo que quieras un abogado pero no lo comparto y te propongo lo siguiente. Si lo despedimos acá al doctor y hablamos entre nosotros te prometo que voy a ser contemplativo y magnánimo. Quiero que vos me cuentes lo que pasó. Pero por el contrario, si querés que el letrado hable en nombre tuya y solo mencione artículos de leyes y palabrerío, entonces seré duro como el plomo y te recuerdo algo, aunque piense el abogado que sepa de leyes, te puedo asegurar que yo las conozco más y mejor que él y todo esto lo voy a usar en tu contra en la sentencia que dicte. Decide.

El acusado y su representante se miraron y asintieron con la cabeza.
El juez sonrió al ver al letrado abandonar la sala.

-Muy bien, así me gusta. Ahora, cuéntame que pasó.

-Decidí escrachar a mi jefe porque me echó del trabajo.

-¿Cómo es eso?- preguntó su señoría.

-Recibí un telegrama de despido y yo no quiero que me echen.

El juez revisó los papeles que tenía en la mesa.

-Por lo que veo acá el telegrama está correcto y se te abonará lo que te corresponde por el despido. ¿Cuál es el problema?

-Que no quiero que me saquen, yo quiero seguir trabajando. Tengo mis derechos como trabajador.

-¿Sabés algo? Antes de que vengas vos vino tu ex jefe y me explicó la situación. Él tiene una pequeña empresa y los gastos de hoy en día hacen que no sea rentable mantener a tantos empleados. Me dijo que te van a pagar lo que te corresponde, entonces ¿por qué no está en su derecho de despedirte?

-Porque es el trabajo que tengo. El otro es un empresario y yo soy el trabajor que se queda en la calle. Los compañeros me dijeron que debo escracharlo para que me vuelva a contratar.

El hombre levantó la voz y reflexionó la situación.

-Entiendo lo que querés decir- finalmente dijo -pero debes entender algo. El hombre invirtió esfuerzo, salud y dinero en abrir y mantener la empresa. Ahora la debe reducir por los costos que hay. En ningún momento debes pensar que es su obligación darte trabajo. Para mi, el que pudo lograr poner un negocio o empresa y contratar gente es un emprendedor y que vos tengas tus derechos como trabajor no implica que merezcas cosas a esfuerzos del otro, no funciona así. Te invito a que formes una empresa y contrates a empleados como tú que solo piden piden y piden sin considerar el esfuerzo de la otra persona para cumplir. Solo así entenderás la importancia del que crea trabajo y valorarás a tu siguiente jefe. No todos los que poseen un negocio son millonarios y sanguinarios, muchacho, recuérdalo.

El acusado lo miraba en reproche. En su cabeza el trabajo le debía ser proporcionado obligatoriamente y el empleador siempre sería el millonario vividor.

-Respecto a la sentencia, debería condenarte, pero tu ex jefe, el que vos estás escrachando frente a su familia, pidió que no se te imponga condena. Deberías de darle las gracias, pero no vuelvas a testear mi paciencia. Vete con la advertencia.

Pasada una hora, entró el oficial de servicio con la última carpeta del día. «Por fin» pensó el juez, poniendo cara de alivio, sin embargo, el policia lo vio y le borró la calma: -Agarrate- le dijo.

El juez comenzó a leer el expendiente. Un hombre transexual y una mujer con apariencia de hombre demandaron a una agencia de modelos por discriminación al no ser aceptadas en la agencia. Al persistir con la demanda, la empresa había mandado una dura réplica que derivó en una acción penal.

-Tenemos nuestro derecho para ser modelos-

-Esas mujeres (por las modelos) no representan a la sociedad, son falsas, sometidas a una dieta exigente, obligándolas a ir contra sus cuerpos naturales.

El juez hizo una pausa y los miró.

-Dejenme entender un poco más el asunto. Usted es un hombre que se operó para parecer una mujer- le dijo al hombre transexual.

-Yo soy una mujer- respondió ofendido.

-¿Naciste varon?

-No tiene nada que ver. Yo me identifico como mujer.

-Caballero, mientras la ciencia no diga lo contrario, los géneros son dos, el masculino y el femenino, con algunos casos excepcionales, pero no es el suyo ni el de su compañera.

-¿Quién es la ciencia para decir como soy yo?- respondió ofendido.

-Mirá, yo no soy el mejor para explicarlo, pero tengo un buen ejemplo. Cuando se descubre un cuerpo calcinado, se puede identificar su género por los huesos, ¿lo sabías? Entonces, si analizan el tuyo, futuras generaciones dirán que eras varón y todo tu discurcito de sentirte mujer no se sostendrá después de tu muerte. Lo mismo para tu compañera que por más que quiera parecer hombre, es una mujer y que puede llegar a ser muy bella.

El hombre-mujer se ruborizó, nunca nadie le había adulado y la sensación le gustó, aún a pesar de la gran diferencia de edad que existía entre ella y el juez.

-Miren, los criterios que utiliza una empresa privada son personales y si lo hacen así y utilizan un determinado concepto de mujer es porque las ventas les ayudan. Si en algún momento el estilo que ustedes llevan puesto es el que más se venda, entonces no tengan duda de que las llamarán.

-Es discriminación- reprochó el hombre, ahora sin el apoyo de la mujer.

-Puedo facilitarles el contacto con un banco para que les ayuden con un crédito así ustedes ponen su propia agencia de modelos y utilicen los criterios que se les ocurra. Hombres como mujeres, mujeres como hombres, jirafas como perros, árboles como niños, lo que quieran y cuando comprendan el negocio al que ustedes están demandando, entenderán que lo de ustedes es un grito desesperado por ser alguien distinto en este mundo superpoblado. Con tantas redes sociales, con el acceso en tiempo real a la información, la gente se desespera por ser alguien y no caer en el olvido. Por eso llaman la atención con estas cosas. Deben entender que pueden ser felices en el anonimato. Yo lo soy, tengo a mi esposa, mis hijos y mis nietos y nunca necesité una rebeldía para ser alguien importante. Ahora, tienen dos opciones, o siguen adelante con su demanda y les aseguro que van a salir perdiendo, o se retiran e instalan su propio negocio de modelismo con todos los géneros que se les ocurra.

Las demandadas tomaron sus cosas y salieron por la puerta de la sala, anunciando el campanazo final del día de trabajo para el juez de setenta años que por fin se pudo relajar y llegar a su casa.

-¿Cómo te fue hoy?- le preguntó su mujer al servir la cena.

-Todos asuntos menores con personas demasiado jóvenes. Debí de ejercer de psicólogo además de juez.

Su esposa lo miró con cara de consternación y el hombre entendió que habló de más.

-¿Otra vez? Si sabés que no debés de hacer eso, te pueden volver a suspender.

El hombre bajó su mirada hacia el plato de comida. Podía soportar todo tipo de planteos, salvo los reproches de su amada señora.

-Lo sé, lo sé. A veces es más fuerte que yo y hoy brilló con creces. Quisiera que estos chicos que juegan a ser rebeldes realmente entiendan el causal de sus acciones.

-Son chicos, mi vida. Nosotros también lo fuimos y nos comportamos como tontos. Pero dales tiempo, todos los caprichos y locuras se esfuman con el tiempo y con la madurez.

Como siempre su mujer tenía razón y debía de escucharla, pero el juez era él y cambiar era muy dificil a su edad.

-¿Me pasás la sal?- preguntó, sin levantar la mirada del plato.

Microhistorias de terror

Historias de terror en dos o 3 renglones.
Se que soy malo resumiendo tanto, pero intentemos y veamos lo que sale (a medida que se me ocurran más, actualizaré esta entrada):

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«Mi hija me está contando la pesadilla que tuvo.
Pero…si yo nunca tuve hijos.»

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«La luz del baño se enciende y mi abuelo me llama.
-Ven- me dice.
Mi teléfono suena y mi abuela dice que el funeral es en una hora.»

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«Pasé la velada más agradable con ella.
Sin embargo la noté fria y distante.
Creo que no hice bien en desenterrarla.»

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«La gente nueva me aterra y por eso las mato.
No te conozco pero no me rindo.
Aún te sigo buscando.»

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«Mi niño estaba llorando y yo lo calmé.
Su madre se enojó.
Ahora el que llora soy yo»

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Historias de denuncias (de comercios)

Lucas salía de la agencia municipal. Habilitación en mano, lo había conseguido. Su sueño del restaurante propio se estaba por hacer realidad.
Había estado ahorrando durante años en un trabajo de escritorio, donde día a día imaginaba ser su propio dueño, donde sus ansias de cocinar y de complacer a los demás se podían mezclar en un sueño de comidas caseras.
Empezaría de a poco, con un local pequeño y pocos cubiertos que atender. Quería hacer algo distinto, donde la gente pudiera verlo cocinar en el momento con la mejor calidad que pudiera costear aunque para eso deba renunciar a tener ganancias.
Y así fue. Con el flamante título en mano, comenzó su aventura culinaria donde él, junto a su mujer, se encargaron de amueblar y ambientar su «Petit Restaurante», o «PR», como le llamaban de cariño.
Durante varios días, Lucas y su mujer trabajaron incontables horas para dejar a PR  amueblado, ambientado, decorado y abastecido para su noche inaugural.
Se encontraban en una ubicación tranquila. No era el centro atiborrado de gente ni tampoco una zona fantasma. Se trataba de una zona de casas y comercios donde había poca gente, pero caminaban de día y de noche. Por lo tanto, sabían que debían atraer a las personas hacía su lugar y lo hicieron ofreciendo un menu de apertura extremadamente económico con platos finos, pero conocidos.
Las pocas mesas fueron ocupadas y al resto se le explicó que solo atendían una poca cantidad, para mejorar la experiencia del lugar, pero se les invitó a tomar una reserva para el día siguiente. Así las mesas fueron ocupadas día tras día y poco a poco el restaurante fue siendo reconocido. Al cabo de un año ya habían podido llevar el precio del menú al valor que creían para generar ganancias y el restaurante no paró de crecer en fama.
Sin embargo, todo cambió un día en el que se encontraron su negocio cerrado con un gran cartel que anunciaba la clausura por parte del ministerio de salud.
Habían sido denunciados por un supuesto comensal que acusó dolores y malestares luego de haber visitado el resutante.
La denuncia cayó por falsa, pero el daño estaba hecho. La gente comenzó a sospechar del lugar y las reservas fueron retiradas. La clientela se perdía. A causa de la desesperación, volvieron con las ofertas de sus orígenes y la gente fue atraída nuevamente, aunque en menor medida.
Poco tiempo después, una nueva clausura, por el mismo problema que la primera fue el verdugo del emprendimiento de Lucas y de su mujer. La nueva denuncia también se había caido por falsa, pero eso no bastó para recuperar la clientela y el restaurante cerró sus puertas al poco tiempo.
Nadie había reparado en que las denuncias eran falsas y, sobre todo, en la relación de ambos denunciantes. Unidos con el fin de destruir a su competencia.

 

Laura se había recibido de diseñadora de modas. Le gustaba diseñar la ropa y dus diseños eran reconocidos y valorados en la empresa donde trabajaba. Sin embargo, siempre eran modificados y a Laura eso le molestaba profundamente.
Sus diseños no salían al mercado como ella los imaginaba y su malestar fue creciendo poco a poco hasta el punto que debió renunciar a su trabajo para mantener la dignidad de sus prendas. Sola y con mucho esfuerzo, confeccionó a mano sus diseños, eligiendo desde la tela hasta la percha y el lugar donde estaría colgado en su flamante local.
La gente que ya conocía su estilo, acudió al local y quedaron maravillados con las prendas allí colgadas.
Cada una era una obra de arte, cuidada hasta en el más mínimo detalle.
Laura trabajaba durante dos meses creando la ropa y al tercero las vendía.
No llegaba a concluir el mes y la mercadería se agotaba.
Su popularidad fue en aumento y sus creaciones eran esperadas con ansias cada tercer mes.
Un día entró una mujer a su tienda y luego de pasear un largo rato, se dirigió a la dueña con bastante mal humor porque nada le quedaba. Laura entendió rápido la situación. Ella confeccionaba talles para mujeres delgadas, sabiendo que en ellas, sus diseños se lucían. Amablemente le pidió disculpas por no tener el talle, pero para la otra mujer eso no bastó y denunció al comercio por aquel hecho.
Laura fue obligada por la municipalidad a destinar la mitad de sus productos a tallas grandes y llegado el tercer mes, luego de los dos normales de confección, la gente se fue desilucionada de su local, al encontrarlo cerrado.
Fue, finalmente, al cuarto mes que abrió sus puertas.
La mitad de las prendas eran para personas que rara vez entraban por la puerta. Se trataban de diseños clásicos y nada agradables o estirados de los diseños de ella que daban un resultado anti estético.
Confeccionarlos fue más dificil de lo que creyó y le llevó mucho más tiempo, descuidando las prendas que más éxito le dieron.
Poco a poco la gente fue dejando de comprar en el lugar y la ropa se acumulaba a montones. Laura cayó en depresión y debió regresar a trabajar para otros, debiendo ver como sus diseños eran mutilados.

 

Manuel contaba con la ayuda de su socio y de tres empleados, dos hombres y una mujer, para mantener su oficina. Las cosas le iban bien, pero claro, no fue siempre así.
Comenzó solo pero con la ayuda monetaria de sus padres quienes confiaban en su hijo.
Manuel había sido criado y educado para convertirse en una persona educada, trabajadora y con modales.
Desde chico sus padres le habían regalado una computadora y el joven fue creciendo con aquel aparato, ayudando a sus vecinos con la parte informática.
Luego de años de ayuda desinteresada y bajo consejo de los padres, puso una oficina en donde asesoraría y vendería todos los equipos de computación.
La gente comenzó a comprarle y su oficina se expandió.
Con el aumento de clientes sabía que necesitaría ayuda y fue entonces cuando su mejor amigo, un conocido de su infancia, entró en el negocio. Ambos acordaron ser socios y juntos crecieron.
Mudaron sus oficinas a un gran edificio donde les mejoraría el prestigio y contrataron a tres personas. Dos hombres expertos en informática y una mujer con experiencia en administración.
Con la guía de ambos amigos, la gente era bien recibida y bien tratada. Sus dudas eran contestadas y todos recibían un trato agradable. Sin embargo, algo molestó a la recepcionista.
A pesar de que su sueldo base era mayor que el de los hombres, ellos cobraban una mayor cantidad que ella. Esto se debía a que los vendedores recibían un adicional por cada cliente que conseguían. Eso les hacía mejorar su trato y que la confianza en el negocio creciera. La situación se incrementó en las fiestas, donde la ganancia de los dos hombres llegó al doble del sueldo del de la mujer y pasada la época de festividades, ella encaró a sus jefes y les reprochó la situación.
Ellos le explicaron que hay meses que ella cobra más que los otros y que su sueldo no estaba atado a conseguir clientes. Ella siempre tendría el importe asegurado en cambio ellos no y debían de trabajar bastante para alcanzar lo que ella cobraba todos los meses.
La explicación no le bastó y demandó que ella también reciba comisiones por atender y recibir a la gente ya que, si ella no les recibía con una sonrisa, ningún cliente regresaría.
Manuel y su socio y amigo no estuvieron de acuerdo con la explicación y le dijeron que son dos tipos de trabajo distintos. La muchacha se puso a llorar y Manuel le apoyó la mayo sobre el hombro para intentar calmarla.
El toque fue muy sorpresivo para la joven y su cara le cambió por completo. Las lágrimas fueron reemplazadas por odio. Tomó sus cosas y no regresó en toda la semana.
Al comienzo de la semana siguiente, los amigos recibieron una denuncia de acoso y debieron someterse a los tribunales.
Su abogado, conocido y amigo del padre de Manuel, tenía experiencia en este tipo de casos y conocía a sus clientes. Sin embargo, les explicó que no quedaría otra que llegar a un acuerdo económico con la mujer. Ellos accedieron y la suma que le pagaron repercutió en su economía. La oficina en el lujoso edificio debió ser dejada y ambos amigos, sin empleados, debieron recomenzar en el pequeño taller donde empezaron su aventura.
Años de lucha para regresar al comienzo, se dijeron mientras se abrazaban.

 

Estas son historias inventadas pero que reflejan el hoy en día.
¿En qué nos hemos convertido?
¿Hasta que punto hemos llegado para arruinar al prójimo?
Hoy en día una denuncia puede arruinar una vida entera de lucha. Hoy en día, denunciar es sencillo y, para muchos, divertido. No hacen faltan pruebas para denunciar. Solamente ponerse en el papel de víctica y acusar. Luego pedirán disculpas, pero el daño ya estará causado.

En un océano de denuncias somos capaces de hundir la pequeña tabla flotadora que encontramos y la que tiene el otro, sin importarnos el esfuerzo que hizo para conseguirla.
No nos damos cuenta que en lugar de hundir, podemos unirnos, y así, construir un barco donde no haya que nadar nunca más.

El último escalón

La lente se mueve y las personas aplauden a su ídolo artificial.
Por orden del segundo,  la masa se levanta del asiento y continúa vitoreando al frio metal.
Adelante de todos, un hombre se prepara para sentarse en una -visiblemente cómoda- silla, con tapizado de tela similar al cuero. Junto a él, se ve la silueta de otro hombre parado. La diferencia de estaturas es notable.
El contorno de ambos hombres es tapado por la oscuridad. Las luces estaban con la masa aplaudidora.
El segundo levantó la mano y su séquito fue calmando el estruendo. La calma reinó una vez más mientras que las luces cambiaban de objetivos y se dirigian hacia la posición de los dos hombres.
La luz iluminó los cuerpos de ambos, al igual que el espacio a su alrededor. La diferencia de estatura se debía a que el segundo hombre se encontraba parado dos escalones más abajo que el primero.
El primero, por otro lado, no tenía intención de hacerle subir ni él de bajar. Su rostro denotaba una gran sonrisa, ayudada por las maravillas del maquillaje moderno.
Todos se encontraban presentes por ellos, sin embargo, la mayoría de los invitados conocía solamente a uno de los dos personajes principales.
El hombre sonriente se sentó en la silla y miraba de manera penetrante al hombre de pie y con rostro nervioso.
La silla giró 90 grados, apuntando a la masa. Su ocupante abrió la boca y comenzó a hablar.
Las luces comenzaron a moverse por todo el lugar. De rojo a azul, de azul a verde, de verde a amarillo, de amarillo a anaranjado y de este último volvía al primer color y continuaba la secuencia. En total eran unas 5 luces que bailaban al compás de una música estrombótica e inexistente.

-Bienvenidos- Anunció. -Lamentamos haberlos hecho esperar, pero la televisión en vivo es así y debíamos muchas tantas publicitarias.

La sonrisa del hombre se acentuó más, volviéndose forzada.

-Después de todo, sin nuestros anunciantes, no estaríamos aquí ni ustedes, ni yo, ni nuestro invitado que tiene ganas de irse, por lo que se ve.

La masa echó una carcajada, esta vez, sin orden del segundo.

-Venga, hombre. Relájate. Es sólo un juego…- Ambos hombres se miraban, el segundo apenas sosteniéndose. Sus pies ya no aguantaban los nervios. -…un juego en el que podrás volverte MILLONARIO.

Esta vez si, el segundo levantó la mano y el cúmulo de gente aplaudió. Cada uno de los allí presentes ocultaba una clara envídia al hombre a punto de desmayarse.

-Con tan solo dos respuestas más, podrás convertirte en un nuevo rico en nuestro…

El segundo hombre no aguantó y cayó sobre el escalón golpeándose la cabeza.
El primero hombre, borró su sonrisa y acudió rápidamente a socorrerlo.

-Est…estoy bien- Aclaró el segundo, poniéndose nuevamente de pie.

-Sientate, amigo- Dijo el primero, acercándole su cómoda silla y ofreciéndole un trago de agua.

El espectáculo previo servía para que aumente la audiencia, llegando a niveles insospechados para los creadores, productores y organizadores.
Un murmullo resonó en la oreja del primer hombre, quien volvió a recuperar su sonrisa.

-Amigo mío, no quiero que te asustes, así que sostente de mi silla, pero debo decirte que nos hemos convertido en ¡los primeros de la noche y del año!. Me informan que en este momento, millones de personas están presenciando nuestros actos en todo el mundo.

El segundo volvió a dirigir a su ejército y les comandó que aplaudan con más vigor.

-Hoy, sábado 24 de Diciembre, estamos siendo testigos de algo impensable, algo que no podríamos haber imaginado que sucedería contigo. Después de agotar todas las ayudas en los primeros dos pasos y luego de dudar una y otra vez en cada respuesta, has logrado escalar hasta la cima, donde un solo paso te separa del «cofre de oro».

Con una seña, un cobre dorado apareció junto a él. Dentro se encontraban varios papeles verdes, representando dólares americanos y sobre ellos, un sobre donde la última pregunta descansaba desde que los comienzos del espectáculo, hacía ya 3 años.

-¿Estás listo?

El otro hombre asintió con la cabeza, mirando como el sobre se abría y un papel era sacado.

-Muchos historiadores concuerdan que la conspiración contra Julio Cesar tomó como punto cúlmine el año 44 antes de nuestra era. Más precisamente, el día 15 de Marzo de ese año. Varios de los que él consideraba como aliado, le tracionaron y asesinaron en las puertas del teatro «Pompeyo». El objetivo de este grupo era regresar el poder al senado y restaurar la paz. Luego del magnicidio, se auto titularon.- El hombre hizo una pausa. -Antes del «cofre de oro» deberás responder correctamente, ¿con que nombre se autoproclamaron?.

El silencio se hizo presente. La silla del segundo comenzó a moverse. Era la penúltima pregunta y ya no había quien podía ayudarle.

-Liberatores- Dijo, finalmente.

El presentador soltó el papel que contenía la pregunta y fue directo al cofre dorado, provocando enloquecimiento en la masa. Gritos de aliento se escuchaban.

-ES CORRECTO- Anunció el sonriente hombre.

El otro se levantó de la silla y ascendió hasta ponerse al lado del primero.
Ya no habían más peldaños ni desigualdad.

-Una pregunta. Una simple pregunta te separa de llevarte el gran premio de SETENTA MILLONES DE DÓLARES. ¿Estás listo?.

La gente no podía calmarse. Finalmente el segundo había perdido el mando y ahora formaba parte de la hinchada.

-Si gano, 4 millones serán repartidos entre la gente del público en cantidades iguales, en agradecimiento a sus ánimos.

El estallido y los cantos fueron imposibles de bajar. Era todo una fiesta y la final, la última pregunta no podía esperar más. Con ruido, con apoyo, con la cómoda silla, la pregunta debía responderse.

-¿Estás listo?- Preguntó el presentador.

El participante asintió con la cabeza.
El último sobre estaba siendo abierto, luego de años de permanecer oculto. La pregunta fue leída para adentro y luego expulsada de la boca.
Un silencio de cementerio se produjo de repente.

-Leonardo Da Vinci es un nombre conocido por casi todos nosotros. Sus creaciones fueron muy útiles tanto en guerra como en paz, sin embargo, lo recordamos aún más por sus obras de arte, como la «Gioconda» y la «Última cena».- El presentador hizo una pausa para generar suspenso.  -Por setenta millones de dólares, ¿Cuál es el nombre de la primera pintura reconocida a este gran hombre de la historia?.

El participante, serio hasta ese entonces, sonrió.
La gente lo vió y estalló en gritos.
El relój daba las 12, ya era navidad.

 

Historias de causalidades 2

Ismael caminaba de un lado a otro.

El médico aún no llegaba y su esposa daría a luz en cualquier momento.
Iba y venía dentro de la sala, calmando los gritos de dolor de su mujer.
El bebé estaba en un apuro por nacer, adelantándose dos semanas de la fecha prevista.
Al avisarle, su médico emprendió la vuelta de sus vacaciones, pero nadie sabría si llegaría a tiempo para recibir al bebé.

 

Romina se desesperó.

Los nervios le invadían y nada podía calmarla.
Por primera vez en tantos años de trabajo, sufrió una amenaza de bomba por teléfono.
El hotel se preparaba para recibir al presidente, entre otros huéspedes.
Recurrió al dueño y entre lágrimas y miedo, le rogó que se ocupe de la situación.

 

Jesús se fastidió.

Su jefe, sin pensar en él o en Rosa, la otra empleada de limpieza, decidió quedarse después de hora tomando unas copas con otra persona.
Esa noche era su aniversario de casado, sin embargo, si abría la boca, probablemente sería despedido en ese mismo instante y el dinero del trabajo era de vital importancia.
El tiempo se consumía y  su ídea de festejar junto a su esposa  se echaría a perder si seguía demorándose.
Ya era tarde y su teléfono sonó. Era su esposa, seguramente enojada por la tardanza del hombre.

 

Luciana se enfureció.

Las reservas que habían hecho para sus vacaciones habían sido canceladas por problemas en el hotel.
Había planeado las vacaciones con tiempo suficiente como para darle a su marido un respiro del hospital.
Las fechas confabularon a su favor y nadie debería haberlos molestado.
La cancelación de su hotel, sin embargo, era algo que nunca podría haber previsto.
En compensación le ofrecieron hospedarse en una posada de ensueño, con bebidas y comidas incluidas sin cargo y con todos los placeres que el establecimiento podía brindarles. El cambio parecía bueno, salvo por un pequeño detalle, estaba a pocos kilómetros de distancia del lugar de trabajo de su marido.
La estancia fue agradable, hasta que su marido recibió una llamada del hospital. Un bebé se habia adelantado y debía recibirlo. Por suerte podría hacerlo y volver a la posada en el mismo día.

 

Linda entró en su casa.

Estaba muy emocionada por todo lo que había sucedido aquel día.
Todo le había salido bien y para mejorar las cosas, su marido no se encontraba en la casa.
Era su aniversario y ella quería prepararle una grata bienvenida de su trabajo.
Quería reconocerle todo su esfuerzo para que ellos pudieran llevar una buena vida en éste nuevo país donde se habían mudado y para eso, le prepararía una grandiosa comida.
Necesitaba tiempo y sabía que su marido saldría dentro de poco del trabajo.
No quería llegar hasta ese punto, pero no le quedaba otra.
Debía llamarle y pedirle que aún no regrese a su casa. Linda rezaba para que no se enoje.

 

Tristán tenía miedo.

Recibir al presidente era algo que no tenía en mente y era algo que no quería.
Su hotel era simple pero brindaba todas las comodidades que pudiera uno desear a muy buen precio.
Tenía fama de ser un lugar tranquilo, un lugar de vacaciones para familias y parejas donde pudieran olvidarse del estrés cotidiano.
Las cosas le iban bien. Vivía tranquilo y sin preocupaciones hasta que recibió la llamada.
El presidente quería hospedarse en el hotel, pero no todo era color de rosas.
La noticia tomada con alegría en un primer instante, fue tomando rumbo opuesto debido a las normas y requisitos del jefe de seguridad del mandatario.
Las exigencias eran tantas que Tristán ya no quería recibirlo y prefería mantener las relaciones con las familias.
Los nervios le invadían y necesitaba buscar una solución. Luego de pensar y pensar, solamente se le ocurrió una, aunque era exagerada, podría funcionar.

 

Todos estos son meros ejemplos de que nuestra vida está guíada por las causalidades y todo lo que pasa y pasará, es por algún motivo y para el beneficio de otros (y a veces, del nuestro).

Historias de causalidades

Javier se había perdido.

Estaba oscureciendo y no conocía el camino de regreso al hotel.

Había dejado el mapa en el restaurante donde tomó unas cervezas y no se dió cuenta hasta ya haber caminado varias cuadras en una dirección determinada.

Había llegado hasta un barrio recidencial y no se vislumbraba a nadie por el camino. No había nadie a quien preguntarle el regreso a su pequeño hotel de una estrella y Javier se estaba comenzando a preocupar.

 

 

Lucia estaba nerviosa.

Ese día debía presentar su tesis para recibirse.

Había pasado toda la noche en vela, estudiando. Poseía todos los temas en la cabeza, sin embargo, la magnitud del evento era tan grande que le hacía dificil concentrarse.

Como ya era tarde, salió de su casa apresurada. Quería llegar con tiempo a la universidad, pero para su mala suerte el tráfico era un caos. Luego de varios minutos de espera sin avances, decidió bajar del táxi e ir corriendo. Sabía que no llegaría a tiempo.

 

 

Juan estaba cansado.

Salió de la oficina mas tarde de lo que debía y debía apurarse a llegar a su casa.

Decidió tomar un taxi y bajarse a dos calles de distancia para que su esposa no descubra que volvió sin su auto, aunque no sabía como iba a poder disimular el olor a alcohol que tenía impregnado.

Cuando bajó, tropezó con un joven nervioso que estaba perdido, buscando el camino de regreso.

A pesar de estar apurado, Juan le ayudó. Él conocía donde quedaba aquel pequeño hotel.

Su dueño y Juan eran amigos y en esa noche estaban tomando unas copas en la oficina del último.

Fueron unas cuantas copas que obligó al personal de limpieza permanecer horas extra en la oficina.

Entró por la puerta trasera de la cocina y su mujer no se encontraba. Al ver una botella de vino, la abrió y se dispuso a servir dos copas.

 

 

Leo se estaba poniendo el casco.

Había decidido ir en moto. No estaba con ganas de ir, pero igual tenía que hacerlo, se lo había prometido a su primo, el dueño del restaurante, debido a que uno de sus mozos no iria a trabajar.

Para su buena suerte la única mesa de la tarde fue ocupada por un turista que ordenó un par de cervezas y las pagó por adelantado.

Luego de atenderla, el primo de Leo le agradecio la ayuda brindada y lo dejó en libertad.

Como aún era temprano, decidió aprovechar el tiempo y adelantar los trámites para que le otorgen el título, aunque el tráfico que había casi lo hizo cambiar de parecer.

Al estar con la moto, sorteaba el alboroto de autos con bastante facilidad y llegaría en muy poco tiempo a su destino.

En un momento una chica bajó de un táxi en plena calle y Leo estuvo a punto de arrollarla.

Él la reconoció, era una compañera de la universidad que estaba entre nerviosa y desesperada por llegar para presentar su tesis.

Leo se ofreció a llevarla.

 

 

Claudia tenía todo listo.

Su marido le había prometido que la ayudaría a cocinar la cena, pero ya se había retrasado.

Le prometió que saldría mas temprano de la oficina y que iría a su casa para que juntos cocinen, como lo solían hacer.

Había ido a comprar todos los ingredientes, junto a un par de botellas de vino. La idea de cocinar juntos le emocionaba mucho.

La espera continuaba y la preocupación aumentaba cuando una sirena se escuchó a lo lejos y su sonido se hizo cada vez mas y mas fuerte.

La ambulancia se había detenido a dos casas de distancia y olvidandose completamente su marido, decidió ir a contemplar la situación.

Minutos mas tarde fue sorprendida por su marido quien le dió un gran abrazo mientras que ella seguía contemplando la escena. Claudia sonrió y volteó para besarlo.

Su marido tenía mucho olor a alcohol. El había abierto una de las botellas de vino y como torpe que es, se le había caído y el contenido se derramó en su ropa.

 

 

Julián decidió cerrar mas temprano su negocio y decidió ir a tomar un café.

El restaurante estaba vacío y una sola mesa tenía rastros de haber sido ocupada. Sobre ella se encontraban un par de cervezas vacías y un mapa turístico.

Julián pudo elegir el lugar que mas le guste para sentarse y eligió uno frente a la ventana.

Por primera vez en el día se estaba relajando.

Se dispuso a leer el diario, intentando concentrarse a pesar del ruido proveniente de la calle.

Una ambulancia se hacía paso entre los autos para luego frenarse en la puerta del restaurante.

Julián vió como el conductor entró apresurado pidiendo direcciones. Debían llegar a una residencia y el GPS se había estropeado.

Viendo hacía la otra mesa, recordó que sobre ella había un mapa, aunque turístico, serviría y se lo entregó al chofer.

Este último, agradecido, retornó al vehículo y le entregó el mapa al medíco que viajaba en el otro asiento.

 

 

Todos estos son meros ejemplos de que nuestra vida está guíada por las causalidades y todo lo que pasa y pasará, es por algún motivo y para el beneficio de otros (y a veces, del nuestro).