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El culo del éxito

-Es que no lo entiendo- dijo Ernesto.

Estaba furioso y decepcionado. Se esforzaba mucho a diario, pero la suerte nunca lo acompañó.
Su amigo Lucas lo escuchaba y le comprendía, el corría con la misma suerte que su amigo.
No eran populares, ni eran exitosos. Eran simples mortales con poco alcance.

-Mirá a esta otra. Pone una foto de un culo. UN CULO. Un poco de carne que muestra y mirá los miles de seguidores que tiene. Es que no lo entiendo. -continuó con su reproche.

-No te confíes en esos seguidores, la mayoría son hombres babosos que quieren eso todo el tiempo.

-Y funciona. Con ella aún no, pero esta otra viene mostrando el culo desde hace meses y ya apareció en la televisión. Y ni hablar de la otra que ya está en el teatro. Un culo tiene más impacto y más alcance que lo que hacemos.

Lucas miró a su amigo y entendió que no podría calmarlo, así que se despreocupó del tema.

-No logramos nada así. ¿Para qué nos esforzamos en pintar y pintar? ¿Para qué intentamos crear obras de arte cuando deberíamos estar mostrando el culo y así ser reconocidos?

Cansado de  las quejas de su amigo, Lucas le interrumpió.

-Hagámoslo-le dijo.

Ernesto lo miró desconcertado.

-¿Hacer qué?- le preguntó.

-Eso- respondió Lucas -Mostremos el culo. Deja que me lo afeite y luego pa’ adelante.

-No seas tarado.

-¿Qué podemos perder? Yo lo hago, si te querés sumar bienvenido, pero en principio las fotos por separado. Aún no me atraen los culos de los hombres.

-Deja de cachondeo, por favor -insistió Ernesto -No solamente es ridículo, sino que nos van a dar de baja la cuenta.

-No deberían.

-Pero lo harán. El culo de la mujer es arte, el culo del hombre es vulgaridad.

-Pero lo haremos bonito -replicó Lucas -pondremos una buena iluminación, un buen fondo. Incluso podemos poner fotos desnudos, tapándonos un poco como hacen algunas mujeres.

-Nos van a denunciar en tres días, Lucas.

-A que no.

-Apostemos, pero la multa que llegue la abonarás tú, por salame.

-De acuerdo, trato hecho.

Y así comenzaron las fotos. A un promedio de tres fotos diarias, sus culos aparecerían en reemplazo de los cuadros que pintaban.
Las fotos estaban con mala producción, mala iluminación, mal ángulo, dando un resultado opuesto a las fotos artísticas que querían mostrar, sin embargo, sus culos estaban en la red.
Luego de más de una veintena de fotos, llegó el destino temido y los amigos recibieron su primera denuncia. Una mujer los acusaba de pornográficos. Se trataba de una modelo de Internet que le ofendía las fotos que los amigos publicaban. La denuncia se hizo pública y una semana despues, los amigos ya tenían suficientes intimaciones como para empapelar su estudio. Se les exigía que cesen su actividad inmediatamente. Habían cartas amenazantes de todo color y redacción y mensajes privados y públicos que daban temor.

-Paremos con esto- le dijo Lucas, al leer una carta cuyo contenido atentaba contra su salúd personal.

-Si. Mejor lo dejamos -asintió Ernesto.

Sin embargo, dejarlo no fue suficiente y luego de escasos 8 días de publicaciones, los amigos fueron detenidos por la policia cuando estaban en pleno acto de producción de la foto de despedida.
Los cargos que recibieron los amigos fueron: exhibicionismo, incitación a la pornografía, publicación de contenido explícito no apto para menores, atentado contra la buena conducta y resistencia contra la autoridad.

-No hacía falta la foto de tu culo mientras escapabas de la policia, Lucas.

-La llamo: «El culo contra la ley. Cagaré donde quiera cagar».

-No hacía falta.

La noche la pasaron en el calabozo, en donde hicieron alarde de sus atributos traseros frente a la gente equivocada.
Casi fueron devorados por los presos cuando entró el oficial a cargo y les informó su excarcelación luego del pago de una fianza.

-Dos mil euracos- dijo Ernesto. -Me debés mil.

-No te debo nada. La apuesta la gané. Pasaron más de tres días hasta recibir la primer denuncia.

-Ja ja- rió Ernesto de forma irónica. -Es cierto -dijo, guardando la billetera.

Su lento caminar los encontró con que el taller en donde pintaban había sido clausurado al ser el lugar en donde las fotos eran producidas. Sus lienzos estaban dentro y temían no poder recuperarlos.

-En fin- dijo Lucas. -Por lo mejos logramos algo.

-Ser más pobres -rió Ernesto, permitiéndose una risa, la primera que ponía desde que comenzaron esta aventura.

Lucas se alegró y abrazó a su amigo, pero fueron interrumpidos por el constante sonido de notificaciones del móvil de Ernesto.
Parecía que el teléfono se había vuelto loco pero no, en realidad estaban recibiendo miles y miles de mensajes de gente que se enteró de lo sucedido y querían ver más fotos de sus artísticos culos.

-Más de diez mil seguidores en menos de tres horas, Lucas. ¿Sabes lo que significa? -dijo, emocionado.

Lucas asintió con la cabeza. -Si, que me tengo que volver a depilar.

El judío y el nazi

Un recluso caminaba muy despacio, entorpeciendo el camino para todos.
Era su forma de revelarse contra la injusticia de estar retenido allí contra su voluntad.

-Todos los que ves en este lugar son culpables, Hans. Que su aspecto demacrado no te confunda, todos y cada uno de ellos merecen pagar por el daño que causaron.

Hans era un guardia nuevo, lleno de ansias de trabajar, pero se mostraba en duda sobre lo que se hacía en aquel lugar.
Su comandante le intentaba explicar la situación, para que se centre en el trabajo. Era un joven prometedor y con mucho futuro.

-Tú eres un joven prometedor y con mucho futuro y debes comprender que estos remedos de personas son los causantes de todos los problemas que hay, no solo nuestros, sino de todo el mundo, ¿puedes comprenderlo?

-¿Incluso los niños?- preguntó el flamante guardia.

-¿Los niños? Piénsalo Hans. Son niños educados bajo los preceptos de sus malnacidos padres. Los pobrecillos son víctimas de los mayores y ya no pueden ser salvados. Nuestro deber es darles un eterno descanso -el hombre hizo una pausa para mirar por la ventana- a todos.

-¿Por qué no los matamos en lugar de obligarlos a trabajar?

-No Hans, eso es lo que ellos quieren. Ser mártires. Primero deben trabajar hasta agotarse. Deben trabajar hasta que ellos mismos decidan morir. Deben reparar el daño que han hecho. Nuestro trabajo es ocuparnos de los rebeldes, los que se rehusen a trabajar o a morir trabajando. Hans, ellos mismos deben purificar su alma antes de partir, no lo olvides.

Hans rescodaba las palabras de su instructor al llegar al «pueblo».

-Camina, maldito judío de mierda.

El uniformado gritaba en un alemán ensordecedor a un hombre vestido con un pijama a rayas que caminaba muy despacio, entorpeciendo el andar de toda la fila.

-Venga, muevete de una puta vez. -Advirtió otro soldado, mirando tanto a Hans como al Judío, provocando ravia en el primero.

-¿No me has escuchado? Camina judío, camina. -Volvió a gritar Hans, poniéndose nervioso.

Sin embargo, no importaban los gritos que recibiera, el reo no modificiaba su lento andar. Los ruidos ensordecedores no le molestaban, es más, ni siquiera le afectaban y eso era porque aquel hombre, llamado Moisés desde su circunsición, era mudo y sordo de su nacimiento y nadie salvo él lo sabía. Aquel era su gran secreto, que le ayudó a endurecer y soportar las terribles tareas sufridas en aquel campo de concentración en donde miles de personas, desconocidas entre si pero unidas por la religión, vivían esclavizadas a causa del delirio de un hombre.
Moisés no podía quejarse con palabras, no podía gritar de dolor, no podía pronunciar llanto alguno y ni siquiera hablar con sus compañeros de habitación, sin embargo, aquella deficiencia se había convertido en su as bajo la manga.
Ser mudo lo había convertido en una fría roca de arena, dura por fuera pero totalmente frágil por dentro y ser sordo le hizo esquivar los gritos y amenazas aparentando gallardía. Fue gracias a sus cualidad que aguantó con vida hasta ser liberado.

Corría el último año de la guerra y Hans se había convertido en un gran soldado y en una parte importante en control del campo de concentración. Siempre bajo las sombras, se ocupó de no ser reconocido por ningún recluso para no ser incriminado.
Había escuchado rumores de que la guerra se estaba perdiendo y que los rusos pronto tomarían el «pueblo» y comenzó a planear su huida.
Nadie conocía ni reconocía su rostro salvo el único hombre que jamás le temió, el pobre y fatigado Moisés a quien admiraba profundamente.
Al poco tiempo comprendió el secreto que escondía el Judío, pero calló y lo observó trabajar día tras día viendo como laboraba sin quejas y como su salud se deterioraba con la baja del sol.
Durante varios meses lo observó, imponiéndole trabajos más arduos solamente para ver la reacción del otro. Su fascinación por el hebreo era inmensa hasta el punto que planeó utilizarlo para su plan de escape.
Aprovecharía su condición de fantasma para hacerse pasar por el hijo de Moisés y así escapar, sin embargo, todo cambió cuando lo citó a su oficina. Hans tenía preparada una pequeña comida de bienvenida que fue engullida en instantes por el Moisés. Débil, cansado, con incontables cortadas en el cuerpo pero dueño de una mirada de fuego. Todos esos eran los adjetivos que el soldado pensaba, pero al caer un pequeño sobre al suelo, Hans lo levantó más rápido que el otro y miró su contenido.
Su alma regresó a su cuerpo luego de estar ausente durante la permanencia en el campo de concentración. Una pequeña colección de fotografías de la familia del Judío, con sus padres, hermanos, primos y tíos, todos jugando y divirtiéndose le recordó mucho a las fotos que se tomaban en su casa cuando el era muy chico.
Ambas familias eran parecidas y Hans comprendió que aquel hombre no tenía la culpa de nada de lo que sucedía. Reconoció que ambas familias eran iguales y que el hombre no se merecía esta suerte. El golpe anímico que le provocó fue algo que no tenía pensado y durante todo el día lloró, no solo por lo que él había hecho sino por todo l oque estaba sufriendo encadenada aquella persona.
Un simple trozo de papel, unas pocas imágenes fueron el impulsor de la resurrección del alma en un hombre sin corazón.
Hans lloró y le juró a Moisés que cuidaría de él durante el resto de su vida.

Las siguientes semanas, las últimas del campo, Hans se encargó que ningún preso realice más labores y si no fuese porque ya todos los soldados abandonaban el lugar, no lo hubiese conseguido.
Finalmente los soviéticos liberaron el campo y Hans mantuvo su plan original de utilizar al viejo Judío para escapar, sin embargo, esta vez quería escapar junto a él y expiar sus culpas.

El tiempo pasó y Hans y Moshé no se convirtieron en amigos, ni con el pasar de los años. El haber sido partícipe del grupo que secuestró, torturó y asesinó a toda su familia lo hacía ser imperdonable y el más jóven lo sabía y aceptaba.

-No puedo cambiar el pasado, aunque lo desee con todas mis fuerzas- dijo -pero dedicaré el resto de mis días en hacer más placentera tu vida. Lamento mucho todo, Moisés, tú sabes que lo lamento y aunque yo no fui el causante directo de tus penas, si admito que formé parte de aquella banda de hijos de puta. -le repetía cada noche.

Hans le hablaba en lenguaje de señas. Había aprendido aquella forma de habla para poder comunicarse con su protegido, así hablarle durante los días y las noches, aunque siempre sin recibir respuesta.
El hombre alemán cuidaba del anciano judío a pesar de las quejas que este hacía con sus gestos. Sin embargo, el otrora soldado nazi le había jurado que cuidaría del otro hombre hasta el fin de sus días.
Ahora vivían en un pequeño pueblo en Suiza, en donde la paz reinaba y no eran molestados.
Moisés ya era un anciano y estaba bastante enfermo como para vivir por su cuenta y en cierto modo le gustaba ser atendido. Estaba claro que no le quedaban muchas primaveras por disfrutar.
Hans, antiguo miembro de la SS, mantuvo la promesa de cuidarlo hasta el final, incluso en el más allá,  a donde ambos llegaron al mismo tiempo…

¿Religión o chivo expiatorio?
Dividir y vencer.
Culpable es el otro.
Yo soy perfecto y tú no.
Mis problemas son por culpa tuya.

¿Les suena familiar?

El juez contra lo políticamente correcto

-Pero, es arte. El arte que yo creo debe de ser expresado a todo el mundo.

El joven tatuado intentaba convencer al uniformado.

-Mirá pibe, estás pintando espacio público y está penalizado por ley. O lo borrás ya mismo o venís a la comisaría. ¿Qué vas a hacer?

La cara seria del policia demostraba severidad y su tono firme no daba lugar a dudas de que cumpliría su advertencia.

-Es mi forma de expresión y no la voy a limitar porque usted no tiene la capacidad para entender el arte.

Insultar a un oficial no es la acción más inteligente y a las pocas horas ya estaba queriendo discutir con el juez.

Luego de leer el parte de lo sucedido, su señoría habló.

-Tu forma de expresión la debes manifestar en ámbitos no públicos. Tenés prohíbido realizar este tipo de actos so pena de arresto. ¿Quedó claro?

-Usted me está hablando de pésima manera- replicó el muchacho claramente nervioso y sin saber como encarar la situación.

-Es mi forma de expresión y no la voy a limitar porque usted no tiene la capacidad para comprender las leyes- le respondió, usando las mismas palabras que había recibido el policia.

El juez dio por concluido el asunto y despidió al muchacho.

-Una cosa más- le dijo antes de que el joven tatuado saliera -no creas que lo que llamás arte le importa más al resto que a tu propio ego y satisfacción. La ciudad es espacio de todos y si querés pintar o pegar carteles, hacelo en tu propiedad privada o hacelo por internet, como está tan de moda. A ti no te gustaría que te pinten ni la casa, ni el auto y ni a tu madre. Respeto, muchacho, respeto hacia lo público.

Era la hora del almuerzo y su panza rugía, pero aún quedaba un caso pendiente: Una mujer desnuda fue detenida por exhibicionismo.
Un grupo de activistas protestaban por la opresión de la mujer, totalmente desnudas frente al congreso donde exigían que sea permitido por ley que ellas puedan andar desnudas por las calles.
El juez tenía poca tolerancia hacia el desprecio a los edificios importantes de la ciudad.

-El cuerpo de la mujer es igual de sagrado que el del hombre- dijo, indignada.

-¿Y por qué lo andás mostrando cual si fuera una objeto en un aparador?

-Porque hay un tabú con el cuerpo femenino y un hombre puede estar desnudo sin que nadie le diga nada.

-Tonterías no, eh. Que ayer arrestamos a un hombre por andar desnudo, mismo motivo por el cual vos estás acá.

La mujer se quedó callada pero el juez no.

-El cuerpo es lo más sagrado que tenemos como personas. Es lo único que es verdaderamente propio y hay que cuidarlo y valorarlo. ¿Querés hacer ejercicio y ser delgada? No hay problema. ¿Querés dejar de depilarte y pintarte el pelo de verde? Tampoco hay problema. Pero todo esto en tu ámbito personal. No pretendas ser diferente y gritar al Boreas que te respeten cuando vos sos la que no respeta lo más preciado que tenemos, el cuerpo. Relajate un poco más con la vida y disfrutá que ya no vivimos en la edad media. Y por cierto, la próxima vez que te vea por acá, me importará poco tu excusa y el único consejo que te daré es como cuidar de la retaguardia en la ducha de la celda común.

Al fin había concluido los casos de la mañana y por fin podía almorzar.
Una agradable milanesa con puré de papás era el menú del día.

-Doctor, ¿acaso no le habían prohibído las frituras y la sal?- le preguntó el mozo del restaurante al que iba casi todos los días a almorzar.

-Si muchacho, pero igual traeme el menú y apurate que tengo que volver al juzgado.

El camarero reprobó con la cabeza pero cumplió con el pedido y al poco tiempo levantó los platos.

-Todo muy rico, pibe- le dijo al despedirlo y entregarle en mano una generosa propina. -Por tu silencio -finalizó, guiñándole el ojo derecho.

De vuelta en la sala, aún quedaban dos casos más para ser juzgados ese día y si los concluía rápido, llegaría a tiempo a su casa para la cena.

-Señor Martín, ¿sabe por qué está acá?

El acusado no respondió por consejo de su abogado allí presente.

-Muy bien, yo le voy a decir. Usted está presente en esta que es mi casa porque- el juez se aclaró la garganta -has invadido terreno privado, has agredido a un oficial, has roto propiedad pública, has cortado la libre circulación… -el juez detuvo la lectura leyó en voz baja el escrito que tenía delante. Tres hojas completas de delitos eran demasiado para leer. -Dios mío, muchacho. Me podés decir ¿qué carajo hiciste?

El abogado apoyó la mano sobre el hombro del otro hombre y se dirigió al juez.

-Mi cliente ha sido falsamente acusado de esos delitos y de acuerdo al artículo catorce del… -el abogado no pudo continuar.

-Frenate ahí- interrumpió el juez y miró al acusado. -Muchacho, entiendo que quieras un abogado pero no lo comparto y te propongo lo siguiente. Si lo despedimos acá al doctor y hablamos entre nosotros te prometo que voy a ser contemplativo y magnánimo. Quiero que vos me cuentes lo que pasó. Pero por el contrario, si querés que el letrado hable en nombre tuya y solo mencione artículos de leyes y palabrerío, entonces seré duro como el plomo y te recuerdo algo, aunque piense el abogado que sepa de leyes, te puedo asegurar que yo las conozco más y mejor que él y todo esto lo voy a usar en tu contra en la sentencia que dicte. Decide.

El acusado y su representante se miraron y asintieron con la cabeza.
El juez sonrió al ver al letrado abandonar la sala.

-Muy bien, así me gusta. Ahora, cuéntame que pasó.

-Decidí escrachar a mi jefe porque me echó del trabajo.

-¿Cómo es eso?- preguntó su señoría.

-Recibí un telegrama de despido y yo no quiero que me echen.

El juez revisó los papeles que tenía en la mesa.

-Por lo que veo acá el telegrama está correcto y se te abonará lo que te corresponde por el despido. ¿Cuál es el problema?

-Que no quiero que me saquen, yo quiero seguir trabajando. Tengo mis derechos como trabajador.

-¿Sabés algo? Antes de que vengas vos vino tu ex jefe y me explicó la situación. Él tiene una pequeña empresa y los gastos de hoy en día hacen que no sea rentable mantener a tantos empleados. Me dijo que te van a pagar lo que te corresponde, entonces ¿por qué no está en su derecho de despedirte?

-Porque es el trabajo que tengo. El otro es un empresario y yo soy el trabajor que se queda en la calle. Los compañeros me dijeron que debo escracharlo para que me vuelva a contratar.

El hombre levantó la voz y reflexionó la situación.

-Entiendo lo que querés decir- finalmente dijo -pero debes entender algo. El hombre invirtió esfuerzo, salud y dinero en abrir y mantener la empresa. Ahora la debe reducir por los costos que hay. En ningún momento debes pensar que es su obligación darte trabajo. Para mi, el que pudo lograr poner un negocio o empresa y contratar gente es un emprendedor y que vos tengas tus derechos como trabajor no implica que merezcas cosas a esfuerzos del otro, no funciona así. Te invito a que formes una empresa y contrates a empleados como tú que solo piden piden y piden sin considerar el esfuerzo de la otra persona para cumplir. Solo así entenderás la importancia del que crea trabajo y valorarás a tu siguiente jefe. No todos los que poseen un negocio son millonarios y sanguinarios, muchacho, recuérdalo.

El acusado lo miraba en reproche. En su cabeza el trabajo le debía ser proporcionado obligatoriamente y el empleador siempre sería el millonario vividor.

-Respecto a la sentencia, debería condenarte, pero tu ex jefe, el que vos estás escrachando frente a su familia, pidió que no se te imponga condena. Deberías de darle las gracias, pero no vuelvas a testear mi paciencia. Vete con la advertencia.

Pasada una hora, entró el oficial de servicio con la última carpeta del día. «Por fin» pensó el juez, poniendo cara de alivio, sin embargo, el policia lo vio y le borró la calma: -Agarrate- le dijo.

El juez comenzó a leer el expendiente. Un hombre transexual y una mujer con apariencia de hombre demandaron a una agencia de modelos por discriminación al no ser aceptadas en la agencia. Al persistir con la demanda, la empresa había mandado una dura réplica que derivó en una acción penal.

-Tenemos nuestro derecho para ser modelos-

-Esas mujeres (por las modelos) no representan a la sociedad, son falsas, sometidas a una dieta exigente, obligándolas a ir contra sus cuerpos naturales.

El juez hizo una pausa y los miró.

-Dejenme entender un poco más el asunto. Usted es un hombre que se operó para parecer una mujer- le dijo al hombre transexual.

-Yo soy una mujer- respondió ofendido.

-¿Naciste varon?

-No tiene nada que ver. Yo me identifico como mujer.

-Caballero, mientras la ciencia no diga lo contrario, los géneros son dos, el masculino y el femenino, con algunos casos excepcionales, pero no es el suyo ni el de su compañera.

-¿Quién es la ciencia para decir como soy yo?- respondió ofendido.

-Mirá, yo no soy el mejor para explicarlo, pero tengo un buen ejemplo. Cuando se descubre un cuerpo calcinado, se puede identificar su género por los huesos, ¿lo sabías? Entonces, si analizan el tuyo, futuras generaciones dirán que eras varón y todo tu discurcito de sentirte mujer no se sostendrá después de tu muerte. Lo mismo para tu compañera que por más que quiera parecer hombre, es una mujer y que puede llegar a ser muy bella.

El hombre-mujer se ruborizó, nunca nadie le había adulado y la sensación le gustó, aún a pesar de la gran diferencia de edad que existía entre ella y el juez.

-Miren, los criterios que utiliza una empresa privada son personales y si lo hacen así y utilizan un determinado concepto de mujer es porque las ventas les ayudan. Si en algún momento el estilo que ustedes llevan puesto es el que más se venda, entonces no tengan duda de que las llamarán.

-Es discriminación- reprochó el hombre, ahora sin el apoyo de la mujer.

-Puedo facilitarles el contacto con un banco para que les ayuden con un crédito así ustedes ponen su propia agencia de modelos y utilicen los criterios que se les ocurra. Hombres como mujeres, mujeres como hombres, jirafas como perros, árboles como niños, lo que quieran y cuando comprendan el negocio al que ustedes están demandando, entenderán que lo de ustedes es un grito desesperado por ser alguien distinto en este mundo superpoblado. Con tantas redes sociales, con el acceso en tiempo real a la información, la gente se desespera por ser alguien y no caer en el olvido. Por eso llaman la atención con estas cosas. Deben entender que pueden ser felices en el anonimato. Yo lo soy, tengo a mi esposa, mis hijos y mis nietos y nunca necesité una rebeldía para ser alguien importante. Ahora, tienen dos opciones, o siguen adelante con su demanda y les aseguro que van a salir perdiendo, o se retiran e instalan su propio negocio de modelismo con todos los géneros que se les ocurra.

Las demandadas tomaron sus cosas y salieron por la puerta de la sala, anunciando el campanazo final del día de trabajo para el juez de setenta años que por fin se pudo relajar y llegar a su casa.

-¿Cómo te fue hoy?- le preguntó su mujer al servir la cena.

-Todos asuntos menores con personas demasiado jóvenes. Debí de ejercer de psicólogo además de juez.

Su esposa lo miró con cara de consternación y el hombre entendió que habló de más.

-¿Otra vez? Si sabés que no debés de hacer eso, te pueden volver a suspender.

El hombre bajó su mirada hacia el plato de comida. Podía soportar todo tipo de planteos, salvo los reproches de su amada señora.

-Lo sé, lo sé. A veces es más fuerte que yo y hoy brilló con creces. Quisiera que estos chicos que juegan a ser rebeldes realmente entiendan el causal de sus acciones.

-Son chicos, mi vida. Nosotros también lo fuimos y nos comportamos como tontos. Pero dales tiempo, todos los caprichos y locuras se esfuman con el tiempo y con la madurez.

Como siempre su mujer tenía razón y debía de escucharla, pero el juez era él y cambiar era muy dificil a su edad.

-¿Me pasás la sal?- preguntó, sin levantar la mirada del plato.

Locuras en el gimnasio

-Por dios hermano, te vas a lastimar.

El entrenador corrió para detener el ejercicio.

-¿Quién te dijo que la uses así?

Un muchacho, de unos treinta años de edad, se había sentado en una máquina especializada para trabajar los hombros mediante la ayuda de pesos, sin embargo, su técnica estaba muy alejada de la correcta.

-Lo vi en un video de Youtube- respondió.

El profesor se encabronó, le dijo que estaba para ayudarle y que debía consultarle cada ejercicio antes de hacerlo, a él y no a un video de Internet.

El muchacho entendió el mensaje pero le reprochó que le llamó la atención varias veces sin ser escuchado.

-Estabas hablando muy de cerca con la de las calzas grises y no me prestabas atención.

El musculoso celador del gimnasio comprendió la crítica pero no se disculpó en ningún momento.

-Bueno, vamos- le dijo a su raquítico compañero. -eres nuevo por lo que veo, ¿qué objetivo tienes?

El otro le brindó una mirada furtiva

-Llevo ya tres meses y en todo este tiempo no me diste ni los buenos días -continuó el reproche.

El profesor bajó la mirada y suspiró, «hoy será un día largo», se dijo.

Horas más tarde, el profesor se encontró con su reemplazo.

-A la mañana me tocó uno que me hizo un escándalo. Lo hubieses visto, casi se lesiona los hombros con la barra y cuando lo ayudé me dijo de todo porque decía que no le presté atención.

-A veces pasa, hermano. Últimamente me pasa que creen que porque ven a un tipo en Youtube, creen que saben como hacer el ejercicio y como trabaja el músculo.

-Eso mismo pasó, encima me cortó la charla con Sol, justo cuando la tenía.

El recién llegado abrió los ojos, demostrando que ahora si le importaba la conversación.

-¿Y que tal con Sol? Hace meses que la veo cuando llego pero no logro hablar con ella. ¿Te la ganaste?

-Salimos el viernes después del gimnasio, así que el Lunes te contaré.

-Qué envidia te tengo hermano.

Los hombres se saludaron con un abrazo y se despidieron hasta el día siguiente.

-Bueno, es hora de trabajar.-dijo el entrenador de la tarde y realizó una primera recorrida por el recinto, saludando amigablemente a quienes le devolvían la mirada.

La tarde transcurrió con calma y entrada la noche, una de las empleadas del gimnasio le pidió ayuda.

-Ve si queda alguien en el baño de hombres así puedo entrar a limpiar.

El musculoso respondió al pedido de forma casi inmediata y a los pocos segundos salió con la noticia de que tenía luz verde, luego permaneció en la puerta para impedir el paso de alguno de los pocos hombres que quedaban a esas horas.

La empleada, una «niña» dueña de una veintena de años, además de ayudar con la limpieza, daba clases de baile en el lugar. Eran pocos empleados y entre todos se turnaban para el aseo.

La chica comenzó la tarea y rápidamente sorteó los urinales y sus desagradables aromas.
Luego todo era más sencillo, verificar que las duchas estén cerradas y que el vestuario esté en orden.
Sin embargo, lo que pasó a continuación no lo esperaba.

Fuera, un hombre mayor quiso entrar en el baño.

-Perdón, sr. Pedro, pero lo están limpiando -se disculpó de forma seria con el anciano, sin embargo, en la cara se le formaba una gran sonrisa.

El entrenador sonreía mientras agudizaba el oído para escuchar lo que sucedía dentro, en donde la despistada profesora de baile cayó presa de la trampa que le esperaba en la última de las duchas.
Una mano la tomó y la joven no pudo resistirse a lo que vino.
Con un grito ahogado, el entrenador fuera de la puerta entendió que había comenzado la función.

Uno de los alumnos de ella, un muchacho extremadamente pintón, planeó quedarse a solas con su profesora, con la ayuda del entrenador. Todo había sido calculado cual película de amor.
Ambos se miraban mucho durante las clases, pero le tenían miedo a salir juntos por la puerta del gimnasio.
Lejos de estar enojada por la situación, ella se dejó llevar mientras que afuera la fila para mear se incrementaba.

-Están tardando mucho para limpiar el baño- le dijo el anciano a la chica de recepción. -No es de quejoso, pero mi vejiga ya no es lo que era y las ganas de orinar son grandes.

La chica estaba contando los minutos que faltaban para concluir el día de trabajo y sorprender a su novio. Eran casi las nueve de la noche y el día había comenzado de mala manera.
La gente se había acumulado en la puerta cerrada del lugar y esperaban que alguien les abra. Ella se había demorado, estaba descompuesta, pero sus obligaciones la hicieron ir a trabajar, provocando que llegue media hora más tarde de su horario de entrada a las nueve y media de la mañana.
Al llegar y abrir la puerta de las instalaciones, algunas personas la saludaron con una sonrisa mientras que otras se quejaron por la falta de puntualidad:

«Yo no me puedo permitir tu lujo de llegar media hora más tarde a mi trabajo» fue uno de los comentarios que más le dolió.

El día no había comenzado bien para ella y eso incrementaba su estrés.
Le había prometido a su novio que hoy no haría ejercicio alguno, pero las circunstancias fueron otras.
Ella se había vuelto adicta al entrenamiento y su novio estaba preocupado por ella. Cada día más flaca, con menos hambre y viéndose más gorda. Estaba al borde de un trastorno psicológico, motivo que llevó a su pareja a pedirle que por unos días no se ejercite y coma algo rico.
Una linda contradicción se llevó al mediodía cuando el dueño del gimnasio propuso un reto a su personal.
El que haga más kilómetros en diez minutos en la bicicleta fija y diez minutos en la cinta de correr se llevaría como premio una botella de vino importa, valorada en casi medio sueldo de los empleados.
Una caja que fue regalada por un cliente del lugar a modo de agradecimiento del buen trato que se le brindó y el jefe quiso compartirlo con sus empleados.

«Por tí, Marcos» se dijo al comenzar a correr.

Miedo

-Tengo miedo.
-No tengas miedo.

-Esto me da miedo. No lo puedo evitar.
-El miedo es útil. Úsalo.

-¿Qué el miedo es útil?. El miedo me da más miedo. ¿No lo entiendes?
-El miedo es un arma. Puedes llorar y esconderte. Pero tarde o temprano deberás enfrentarlo.

-¿Enfrentarlo?. No, yo no puedo. Todo esto me supera. El miedo me bloquea.
-Vamos. Arriba. El miedo está en tu cabeza. Debes actuar ya.

-Estoy paralizado. No puedo moverme. El miedo me afectó las piernas. Quiero que termine todo esto. Por favor.
-El miedo no se rinde tan fácilmente. ¿Piensas que con pedir que se termine todo esto se termina?. Sal y combate. Es tu oportunidad. No la desaproveches.

-¿Acaso no me escuchas?. Mis piernas están rígidas. Mis maños tiemblan. Mi cabeza está bloqueada. Mi sangre está demasiado fría. El miedo gana la batalla.
-Por favor, que pesimiste éres. ¿Te vas a dejar arrastrar por el miedo?. Puedes superarlo. Confío en tí. Éres valiente y gallardo. ¡Ánimo!.

-No, no puedo. Voy a ceder. Es más fuerte y poderoso. Yo soy solamente un mero mortal y el miedo es eterno. Hombres más valientes lo tuvieron. Vete tú y escapa. Yo me quedaré.
-¿Qué tonterías dices?. Estamos juntos en esto. No te dejaré por nada. Yo estoy aquí para ayudarte y no me moveré. Conmigo derrotarás al miedo. Conmigo serás libre y nunca estarás encerrado. Cree en mi.

-¿Qué crea en tí?. Si tú fuiste quien me metió en esto. Tú eres él causando de que mi mayor miedo se haya vuelto realidad. ¿Por qué sigues aquí?. Vete. Abandóname a mi suerte. Esta batalla está perdida. No puedo ganar.
-Por eso me quedaré aquí. Estaré a tu lado pase lo que pase. No me iré. Enfrentaré al miedo que tienes y daré mi vida por destruirlo. Pero necesito de tu ayuda. Necesito que ya reacciones y ayudes en la lucha. Dependemos de tí. Dependemos de tu fuerza y bravura.

-¿Mi bravura?- Confías mucho en mi. También confiaste al acompañarme. No es tu culpa sino la mía. Por mi estás metido en esto. Perdóname. Por eso te pido que te vayas y me dejes. Me enfrentaré sólo al miedo. ¡Vete!
-Ya te dije que no te dejaré. Estaré aquí por tí y aquí me quedaré así que deja de insistir. Estamos en esto juntos. Será tu miedo, pero ambos lo enfrentaremos. Escucha mis palabras. Siente mi amor. Se que puedes ganar. Pero, por favor, hazlo ya. No queda mucho tiempo.

-Realmente éres especial. Estás conmigo a pesar de donde nos puse. Frente a frente al miedo que siento y tú no te mueves de mi lado. Me das esperanzas. Puedo ver la luz. Si se puede. Puedo lograrlo. Por tí.
-Confía en tí mismo. Tienes un gran futuro, pero solo lo alcanzarás si aquí y ahora ganas la batalla contra el miedo. Éres capaz de muchas cosas. Lo sé porque te conozco desde hace años. Se lo que piensas y lo que sientes. Cree  en tí. Lucha. Lucha y ganarás.

-El miedo es poderoso. Pero yo puedo ganarle. Se que puedo. Ahora lo sé. Ahora que tu me hablas lo entiendo. Lo comprendo. Hay una fuerza más poderosa.
-¡Eso es! Por fin lo entiendes. Hay una fuerza más poderosa que el miedo. Por eso estoy aquí. Para ayudarte a encontrarla. Búsca en tu interior, en tu corazón. Encuéntrala.

-El amor. El amor vence al miedo. El amor de dos personas. El amor que compartimos. El amor puede ayudarnos. Ahora lo entiendo.
-Si, lo has entendido. Por eso estoy aquí contigo. Por eso no me fui. Es por amor y ante eso, el miedo queda indefenso. Ahora que lo sabes, lucha. Busca la victoria.

-Si, tienes razón. Yo puedo hacerlo. El miedo no me detendrá más. Debo superarlo. Debo hacerlo, por tí.
-Por mi y por ti. Por los dos. Por nosotros. Por nuestro presentete y por nuestro futuro. El miedo no debe ganar.

-Se que puedo hacerlo. Le ganaremos al miedo y triunfaremos. Por tí. Por mi.
-Por nosotros. Por nuestro amor. El miedo se irá. Vamos ya.

-Mis piernas se está moviendo. Mis manos reaccionan.- El miedo está perdiendo.
-Mantente así. Derrota al miedo. Demuéstrale quien manda.

-Es nuestro momento. El miedo retrocede.
-Apura que se nos quema el tiempo. Pon en raya al miedo.

-Le gané al miedo.
-Sabía que el miedo no te ganaría.

El auto arrancó. Su chasis aún chorreaba la fresca sangre de su víctima.
Las sirenas de la ley se aercaban. Debía superar el miedo y escapar. Era ahora o nunca.

Microhistorias de terror

Historias de terror en dos o 3 renglones.
Se que soy malo resumiendo tanto, pero intentemos y veamos lo que sale (a medida que se me ocurran más, actualizaré esta entrada):

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«Mi hija me está contando la pesadilla que tuvo.
Pero…si yo nunca tuve hijos.»

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«La luz del baño se enciende y mi abuelo me llama.
-Ven- me dice.
Mi teléfono suena y mi abuela dice que el funeral es en una hora.»

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«Pasé la velada más agradable con ella.
Sin embargo la noté fria y distante.
Creo que no hice bien en desenterrarla.»

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«La gente nueva me aterra y por eso las mato.
No te conozco pero no me rindo.
Aún te sigo buscando.»

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«Mi niño estaba llorando y yo lo calmé.
Su madre se enojó.
Ahora el que llora soy yo»

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Deja entrar a la felicidad

-¡Esto está todo mal!- le recriminó el jefe.
-¡Dejaste tirado todo otra vez!- le criticó la mujer.
-¿Por qué no comprás un auto como la gente?- le cuestionó su madre. -El hijo de mi vecina Raquel se compró uno deportivo. Claro, él es gerente y tiene que ir elegante al trabajo.

Estos planteos eran los más destacables dentro de los que había recibido Pablo, aquella semana.
Su jefe era, por lo general,  indulgente, pero la situación esta vez era distinta y su benevolente caracter fue reemplazado por un frio temple y una dura mirada. Esta vez no habían perdones que aceptar y si el trabajo no era perfecto, él lo cuestionaría y destrozaría sin consideraciones a su empleado.
Aquel trabajo le había costado a Pablo una gran cantidad de salud, traducido en un sobre esfuerzo de días y semanas. En total, fueron casi 7 meses de arduo trabajo en el que tuvo que sacrificar los fines de semana y los feriados, que eran su descanso, para poder terminarlo en la fecha prevista. Trabajó de Lunes a Lunes, de sol a sol, sin francos ni feriados y sin faltas por enfermedad, cobrando el mismo sueldo y ni un centavo más.
Era de esperarse que esto causó un cambio en la relación entre Pablo y Carla, su mujer.
Ella dejó de trabajar para cuidar de su embarazo.
El médico les dijo que no había de que preocuparse y que el niño nacería sano, pero le dio a la mujer una serie de recomendaciones para que cumpla, entre las cuales era evitar el trabajo y hacer reposo, en lo posible.
El dinero apremiaba y la falta de ingresos de una de las partes les afectaba el día a día.
Era un problema importante, pero entre el problema de dinero y el problema del hijo, la opción elegida fue más que obvia y Carla se dedicó al cuidado de su vientre.
Los días pasaron y poco a poco la pareja fue subsitiendo. Debieron realizar recortes como las salidas en pareja y con amigos y los caprichos en ropa y comida, entre otras cosas.
Sobrevivian, pero al costo de afectar su relación.
Las cosas no venían bien para la pareja y el trabajar de manera casi permanente durante el  embarazo asomó la punta del lápiz que pondría la firma a su separación.
La otrora feliz pareja se desconocía, las conversaciones eran nulas y el silencio reinaba. Él solo prestaba atención a su trabajo y en ella crecía la bronca, angustia y amargura. El silencio a veces era eterno, solo roto cuando Carla le tenía una crítica, como cuando Pablo dejaba la ropa tirada cuando se cambiaba y cosas que antes no repercutían.
Para complicar aún más, la madre de Pablo veía lo triste que estaba su hijo y aprovechaba para meterle alguna comparación odiosa y que no aportaba nada.

-El hijo de ésta…el hijo de la otra…el hijo de tal… A todos les va bien, todos son expertos en sus vidas salvo yo, ¿no, mamá?

Aquella era una frase con la que comenzaba cada discución que Pablo debía afrontar con su madre sin la ayuda de Carla que hacía rato estaba cansada de presenciar ese tipo de peleas y ya no se reunía con ellos.
En cierta medida, Carla también comenzó tener el mismo pensamiento, pero no lo admitía. Veía a su amigas, a su alrededor, todos con vidas normales y cómodas y ella, con 8 meses de embarazo y un marido que trabajaba, trabaja, trabajaba y nunca estaba.

Llegado al noveno mes de embarazo, Pablo entró en su casa con una gran sonrisa. Tenía una gran noticia que contarle a su mujer.
Había llegado el día tan esperado por él, el día en que le contaría una gran noticia a su esposa. Lo había planeado todo. Había reservado un restaurante muy elegante y se había comprado ropa nueva. Además, la pasaría a buscar en un taxi cuyo modelo era el mismo que el auto nuevo que había comprado y que le entregarían la semana próxima. Había planeado cada detalle de aquella noche salvo algo que le sorprendió.
Encontró a su mujer sentada en el sillón. Una amiga le tomaba el brazo con fuerza mientras que le susurraba algo al oído.

«Se fuerte» alcanzó a escuchar Pablo.

-¿Qué pasa?- le preguntó a su esposa.

Carla estaba seria, pero estaba decidida. Ya había hablado todo lo que tenía que hablar con su amiga y ahora era el turno de actuar.

-Quiero que nos separemos- fue la bomba que tiró.

Pablo tenía todo preparado, salvo esto. Luego de meses de lucha, había logrado junto con su jefe completar un proyecto extremadamente importante y habían logrado un trato millonario para la empresa y él, por su gran trabajo, recibiría una cantidad de dinero tan grande, que podría dejar de trabajar durante un muy largo tiempo, aún manteniendo los lujos que quería darle a su esposa y a su hijo.
No le había dicho nada para que sea una sorpresa. Era poco probable que se haga y para lograrlo, todo debía ser perfecto y ese era el motivo por el cual su jefe se enojaba con él y el transmitía su enojo a su casa. También fue el motivo de las largas jornadas de trabajo y del sacrificio que hizo.
Pero ahora nada servía. Su mujer quería el divorcio y no hubo forma de hacerle cambiar de opinión, era demasiado tarde.
Pablo pasó los siguientes días en un hotel. Sin salir, sin hablar con nadie. Estaba deprimido.
Ahora poseía un auto nuevo, dinero y sobre todo, mucha soledad.
Acostado en la cama, mirando al techo, pensó que esto no podía terminar así. Debía recuperar a su mujer y contarle todo, ella va a entender.
Y fue así que salió del hotel y llegó a su casa con la ayuda de su flamante 0 km.
Aún conservaba la llave y la cerradura no había sido cambiada así que entró sin aviso. Sorprendería a su mujer y la recuperaría.
Pero fue ella quien le sorprendió. Carla estaba en el suelo del comedor. Las contracciones eran tan fuertes que no podía moverse.
Pablo la tomó en brazos y como pudo también agarró el bolsito ya preparado y partieron rumbo al hospital.
Carla se subió al auto nuevo y miró a su casi ex esposo pero no emitió juicio. El dolor era en todo lo que pensaba.
El parto pasó y el niño fue retirado de la madre para que lo limpien.

-Se lo devolveremos en unos minutos- les dijo la enfermera.

Carla estaba bastante cansada, sin embargo, necesitaba una explicación de lo que había visto antes.

-Creo que debes explicarme algo.

Pablo sonrió. Finalmente pudo explicarle a la mujer que amaba todo lo que había pasado en los últimos meses y todo lo que había hecho para que ella y su hijo puedan vivir con alegría.
Carla solamente lloró e intensificó su llanto cuando la enfermera le devolvió al recién nacido.

-Hola, Mateo- le dijo al pequeño.

Pablo comenzó a llorar.

-¿Aún quieres llamarlo así?
-Si. Tu padre se sacrificó por su familia y vos has hecho lo mismo por la nuestra. Este es mi regalo y mi forma de pedirte perdón.

Aquel fue el primer abrazo familiar junto al nuevo integrante. Carla cayó rendida de sueño. Mateo copiaba a su madre ante la mirada de su padre.
Pasadas unas horas, el pequeño Mateo se durmió y Pablo aprovechó el tiempo para ir a tomar un café con su madre.

-¿Te acordás del hijo de Raquel?. El que era gerente- le preguntó ella.
-Si, mamá. Me acuerdo. El que se compró un auto deportivo porque tenía que estar elegante en su trabajo.
-Bueno- siguió la madre, sin darle importancia al reproche de su hijo. -Parece ser que se lo embargaron porque no podía pagarlo. Le dijo a todos que era gerente y en realidad simulaba trabajar en esa empresa.

Ambos rieron, comprendiendo que la vida del otro no siempre es como te la pintan y recordando que siempre, siempre y siempre, hay que dejar entrar a la felicidad.

 

Una agradable sorpresa

-¿Son ellos?- preguntó Jimena.

-Creo que si- respondió Roberto emocionado, mirando por la ventana.

Un auto se detuvo en la entrada de su casa. De éste, descendieron dos adultos, un niño de dos años y una beba de unos pocos meses de vida en brazos de la madre.
Se trataba de Cintia, su hija.

-¡Hija!- exclamó su madre, abriéndole la puerta. -¡Que bueno que pudiste venir! ¿Estás bien?- le preguntó, preocupada, con la mirada seria.

-Si mamá, estoy bien, como cada vez que hablamos. No tuve ninguna recaída. -dijo ella alegremente, aunque un poco cansada de la insistencia de ese tipo de preguntas.

Cintia había sufrido un golpe muy duro en la cabeza luego de haber resbalado por unas escaleras, años atrás. Los médicos daban por concluida su vida, sin embargo ella luchó y contra todos los pronósticos, no sólo se recuperó por completo, sino que estudió, se agraduó y formó una familia. Ella era un ejemplo de vida y un orgullo para sus padres.

La emoción del ambiente era grande. Aquel no era un encuentro cualquiera, sino que se trataba del primer encuentro entre la mayor y menor generación allí presente, entre los abuelos y los nietos.
El abuelo se presentó ante el niño, mientras que la abuela sostenía a la princesa.

-Estamos esperando un tercero, que se llamará Gastón- dijo Cintia, acariciándose la panza.

-Es un gran homenaje- dijo su padre, con una lágrima en el ojo.

En ese momento, recordaron a Gastón, hijo de Jimena y Roberto y hermano de Cintia.
Gastón había desaparecido hace más de 5 años, luego de que su automóvil fuera encontrado a un costado de la ruta, completamente destruido.
Padre e hija hicieron un momento de silencio para luego juntarse con el resto de la familia.
Todo era alegría aquella noche. La charla con los adultos y los juegos con los nenes habían llegado al punto en que los abuelos necesitaban un descanso.

-Es muy despierto- dijo Roberto, en referencia a la inteligencia de su nieto.

-Nosotros pensamos lo mismo- respondió Cintia.

Dispuestos a comenzar la cena, se levantaron y se digirieron hacia el comedor.
Sin embargo, el niño caminó hasta la ventana.

-AHM AHM- Es todo lo que decía.

Con su dedo índice, señalaba la ventana.

-La nieve, ¿te gusta?- le preguntó su abuela.

El niño la miró y negó con la cabeza mientras que insistía con el dedo.

-¿Qué pasa, pupu?- le preguntó su madre.

Un taxi se había detenido en la puerta de la casa.

-¿El taxi?- preguntó su abuelo.

El niño continuaba señalando hasta que alguien bajó del vehículo y se dirigía lentamente hacia el porsche de la casa.
El timbre sonó, sorprendiendo a los ocupantes.

-¿Esperan a alguien?- preguntó Cintia.

Ante la negativa, Jimena se levantó del sillón y fue hacia la entrada.
Al abrir la puerta quedó desmayada frente a la imagen de Gastón, su hijo.

-¿CÓMO PUEDE SER?- gritó Cintia, asistiendo a su madre que no daba en sí.

-Hola- le respondió su hermano mayor, provocando llantos en todos los presentes.
Luego de años de ausencia, años en los que se creía haberlo perdido, Gastón había regresado.

-Te sepultamos- dijo Roberto, también conmocionado por aquel fantasma.

-Estoy vivo, papá- respondió su hijo, abrazándolo.

Luego de más de un lustro de espera, luego de haberle inclusive practicado un funeral con un ataúd vacío, padre e hijo se abrazaron con fuerza.
Cintia lloraba desconsoladamente, al igual que su madre, ya recuperada del desmayo.

-MI HIJO- gritaba su madre, a punto de volverse a desmayar. -MI FAMILIA REUNIDA, ES UN MILAGRO.

La cena, la noche entera, fluyó con un aire sobrecogedor. Era el momento más feliz de la vida de los viejos, quienes no solo tenían a sus hijos reunidos, sino que además habían sido bendecidos con dos pequeños nietos llamados en honor a sus abuelos.
La alegría que ese hogar sentía era la mayor jamas experimentada por nadie y ahora que estaban juntos, nada podría ni volvería a separarlos. Todo era felicidad.

Al dar las 12, el viejo reloj del comedor comenzó a tambalearse hasta caerse, produciendo un ruido ensordecedor.
Roberto se despertó con un sobresalto.
Todo había sido un sueño.

-¿Volviste a soñar con ellos?- le preguntó Jimena.

Roberto afirmó con la cabeza, comenzando a llorar, apoyándose en el pecho de su mujer.
Jimena le tomó las manos, arrugadas por la vejéz y le besó los dedos mientras recordaba a sus hijos perdidos desde hacía ya varios años.
La nieve caía afuera mientras que los dos ancianos lloraban en la oscuridad.

 

 

Venganza en la casa abandonada

(Cualquier similitud con el imperio romano es pura coincidencia…¿o no lo es?)

-¿Es esesésta?- preguntó el chico rubio .

-Sí- respondió su compañero .

-Realmente tenebrosa- ironizó el tercero.

Parados frente a la fachada de la mansión, se encontraban Augusto, Claudio y Julio, tres jovenes que apenas habían cumplido la mayoría de edad y que, en honor a eso, habían decidido adentrarse en la muy temida casa abandonada.
El día era primero de Octubre, fecha elegida luego de que los tres amigos hayan celebrado sus cumpleaños. Se creían más valientes e inteligentes que el resto, en especial Julio y Augusto y posiblemente lo eran.
Ellos dos eran primos de sangre y estaban al frente de todo lo que sucedía en el colegio.
Poseedores de una envidiable labia, eran capaces de tornar casi cualquier situación a su favor.
Con pensamientos listos y accionar limpio, resultaban airosos de las situaciones en las que se metían, tanto en el colegio como en sus hogares.
Julio era el aventurero, mientras que Augusto era el cauteloso y ambos eran insuperables cuando actuaban juntos. Teniendo conocimiento de esto, a menudo partían en busca de diferentes aventuras, siendo la última de estas adentrar en la misteriosa casa abandonada del norte de la ciudad.
Se trataba de una casona, muy elegante y sede de varios crímenes sucedidos en tiempos pasados. Entrar en ella estaba prohíbido por ley y se castigaba severamente a quienes no la respetaban. Varias leyendas se contaban sobre el lugar, una de ellas era que los espíritus de los fallecidos reciden en las decenas de cuartos de la mansión y que esperaban con ansias las almas frescas de los ingenuos que se atrevan a entrar.
Sin embargo, la leyenda que más les interesaba era la del tesoro guardado por uno de los dueños fallecidos.
Luego de estudiar la historia y leer los planos con detenimiento, creyeron descrubir el lugar del descanso del oro oculto. Podían sacarlo, se sentían muy seguros de eso.

-Seremos millonarios- dijo Augusto, no pudiendo contener una sonrisa.

-Hagámoslo- dijo Julio.

-Estoy de acuerdo- respondió el primo y añadió -Primero debemos pensar un plan y diseñar una estrategia.

El otro lo miró y asintió -¿Alguna idea? -preguntó

Augusto se levantó y miró a la ventana. Esto lo hacía cuando tenía un plan pero quería darle misterio.

-Conozco esa mirada, Augusto. Dime ya.

Su primo dio media vuelta y miró al otro ocupante de la habitación.

-Esperar. Debemos esperar.

La respuesta no sentó bien en Julio que se levantó se la silla y golpeó la mesa con sus puños. No poseía mucho humor.

-¿Esperar?-Gritó. -¿Esperar a que? ¿A que alguien lo tome por nosotros y luego pedírselo?

Augusto, que lo seguía con la mirada, estaba tranquilo, ya conociendo el temperamento de su primo y extrajo de su mochila, un libro muy conocido para ambos, el libro que dictaba las leyes que todos debían respetar, el Código Civil y Penal.
Al ver el libro, Julio tranquilizó su emoción sabiendo por donde venía el discurso de su primo.

-Artículo 2059, Aquellos que no hayan alcanzado la mayoría de edad, que sean sorprendidos invadiendo propiedad ajena no serán multados, pero serán multado su padre y su madre con hasta 10 años de prisión.- dijo y continuó  -Artículo 2060, aquellos que hayan alcanzado la mayoría de edad que sean sorprendidos invadiendo propiedad ajena serán multados con hasta 10 años de prisión- finalizó.

Augusto cerró el libro y miró a su primo.

-¿Y bien?- le preguntó. -¿Qué piensas?

Julio tenía muy en claro a donde quería llegar su primo.

-Estoy de acuerdo en esperar -dijo resignado.

-No podemos poner en peligro a nuestros padres- añadió el primero.

Ambos asintieron y decidieron aprovechar el tiempo para preparar el terreno.

-Una cosa más- añadió Augusto, volviendo a abrir el libro. -Artículo 937, las penas de prisión serán disminuídas o incluso eliminadas en caso de existir testigos independientes que declaren a favor de los condenados, solamente en hechos que fuesen para salvaguantar las vidas de los condenados que los llevaron a conducir los delitos por los cuales fueron acusados.

Julio pensó por un momento. -¿Un tercero? -peguntó confuso

-Si. Si conseguimos a un tercero, mayor de edad, que testifique que entramos en la casa porque nuestra vida corría peligro podremos no recibir condena. Ahora la pregunta es quién nos ayudará, en dónde podremos conseguir al conejillo de indias.

Ambos pensaron por un momento en quien podría ser su hombre. De pronto, a ambos se le ocurrió un nombre.

-¡Claudio!- gritaron al unísono.

Claudio era un compañero de clases, un muchacho tartamudo que se había convertido en una persona tímida y retraida a causa de su enfermedad. Nadie lo tomaba en cuenta y se le consideraba más lelo que listo. En pocas palabras, era fácilmente manipulable.
Días después, luego de clases, invitaron a su compañero a comer, le contaron y le convencieron fácilmente para que los ayudaran. Claudio accedió sin reproches.

Todo iba sobre ruedas, ahora faltaba la parte más aburrida que era la espera hasta que todos cumplan la mayoría de edad. Los días pasaron lentamente y fueron aprovechados para repasar el plan una y otra vez el papel de su nuevo compañero.

-Esperarás en la entrada de la casa, debes ser visible ante los ojos del mundo y poseer un rostro de preocupación por nosotros, pero no debes pedir ayuda a nadie y solo debes hablar cuando llegue la policía.
Claudio estaría esperando en la entrada de la casa, para que sea visiblemente creible la historia.
Todo iba sobre ruedas, salvo por una tarde, próxima a la fecha elegida, en la cual el plan casi se disuelve y los primos por poco no terminaron a los golpes.

-¿En dónde lo dejaste? -le gritó Julio a su primo.

-¿Yo?- recriminó Augusto -Tú los tenías, maldito embustero.

Ante la mirada de Claudio, los primos llevaron su discución de palabras a amenazas de golpes cuando fueron detenidos por el tercero.

-Dedeténganse -pidió, sin lograr efecto alguno.  -¿Lolos papeles los tenían sosobre la mesa? prepregunto porque la veventana está abierta y el vieviento es muy fuerte el día de hoy. Poposiblemente se volaron.

Los primos escucharon y detuvieron su embestida para comprobar la verdad en las palabras de Claudio.
Julio se asomó por la ventana y salió corriendo hacía el exterior.
Al regresar y comprobar que todos sus papeles estaban recuperados, ambos miraron al lelo en señal de aprovación.

-Tenías razón, Claudio- dijo Julio.

-Claudio, te has ganado mi respeto- añadió Augusto.

Desde ese momento, Claudio fue incluido en el conocimiento de los planes y de lo que pensaban hacer en la casa.

-Sabemos que hay un tesoro, escondido detrás del cuadro más grande de la habitación principal y pensamos recuperarlo para nosotros.

-Con eso seremos ricos.

Claudio los miró pensativo y les preguntó si el plan funcionaría.

Los primos se rieron.
-Por supuesto- respondió Augusto.

Finalmente el día llegó y el plan entró en marcha. Julio y Augusto se sentían confiados en salir victoriosos y millonarios.

-¿Recuerdas lo que debes hacer?- le  preguntaron a Claudio.

El tartamudo asintió con la cabeza  -Si. Me quedaré aquí y seré visible. No responderé preguntas salvo provenga de un policía y si lo hace estallaré en llanto pidiendo ayuda para ustedes.

Los primos se miraron, orgullosos de lo bien que habían entrenado a su compañero y se adentraron en la mansión abriendo una de las ventanas que daban al patio.
Entraron cuando el sol comenzaba a caer, mientras que Claudio permanecía de pie, inmovil frente en la entrada de aquel lugar prohibido para la ley.
Pasó un tiempo y al oscurecer,  los primos se asomaron por un venana para controlar que su compañero permaneciera allí.
Grande fue su sobresalto al ver a Claudio junto a un oficial de la ley.

-¡Maldición! -estalló Julio. -¿Qué hacemos ahora?

-Seguir con el plan, tal cual lo habíamos pensado -respondió el sabio de su primo. -Debes golpearme hasta dejarme sangrando y luego yo haré lo mismo contigo. Rasguemos nuestras ropas para simular aún más el ataque y ten en mente siempre, sin olvidos, la descripción del atacante. ¡Recuérdalo!  -le ordenó Augusto.

Un patrullero arribó instantes después, y dos policias más se unieron al que se encontraba en la puerta de la mansión, dando un total de tres policias listos para entrar en el perímetro y buscar a los jovenes.
La búsqueda duró poco tiempo y los primos fueron encontrados rápidamente, aunque sin rastros del agresor. Luego fueron escoltados hasta la patrulla y antes de entrar, Julio le guiñió un ojo a Claudio, que se estremeció pensando en que habían encontrado el tesoro.

Julio y Augusto fueron llevados a la comisaría y fueron interrogados por el jefe de policia.
Los chicos, interrogados por separado, relataron los hechos con tanta vehemencia que podrían haber convencido hasta al más suspicáz de los jueces. Sin embargo, los primos no previnieron lo que iba a suceder.
Al reencontrarse luego de los interrogatorios, una persona entró por la puerta de la sala, seguido del jefe de policia. Se trataba de nada más y nada menos que Claudio.
Ambos, preocupados.
Julio miró su mochila, que contenía el tesoro de la mansión.

-Muy bien, muchachos -comenzó a decir el comisario. -Veo que han practicado su historía y les ha salido al pie de la letra.

-Es la verdad -respondió Augusto.

El jefe le dirigió una mirada y luego extrajo de la carpeta que llevaba en la mano unas hojas de papel. Pero no eran cualquier tipo de hojas, sino que eran las hojas de su plan.

«No puede ser» pensó Julio.

«Las hojas las guardé en un lugar oculto en mi casa, nadie pudo haberlas encontrado. ¿Cómo puede ser posible?» reflexionó Augusto.

-Aquí, mi sobrino Claudio, me ha contado una interesante historia sobre ustedes y aunque al principio no le creí, al traerme estas hojas, este elaborado plan, cambié de opinión y decidí actuar. Los estuvimos vigilando desde el primer día muchachos. Sin embargo, lo que no entiendo es el por qué. ¿Qué tiene ese lugar que les interesaba tanto? en las hojas no lo menciona y Claudio tampoco lo sabe. Pensaba en que ustedes me lo dijeran.

Los primos se miraron, entendiendo que aún tenían posibilidad de salir de esta y de conservar el tesoro.
Augusto comprendió que Claudio hizo las copias en el poco tiempo que estuvo solo con ellas y que luego las arrojó por la ventana, simulando que un viento las había volado.

-Aventuras y nada más -respondió Augusto mientras que Julio asentía, ambos poniendo cara de preocupación y miedo. -Estamos muy arrepentidos pero no le hicimos daño a nadie, sepa entender que somos jóvenes y tontos.

-Ja ja ja -rió el comisario. -Yo no me creo esos cuentos. Venga hijo, díles lo que me dijiste a mi.

-Ellellellos se buburlaron de mí dudurante mucho tiempo y luego me maninipularon para queque le sea complice en este dedelito -dijo Claudio lagrimeando.

-¡Éres un maldito! -gritó Julio, intentando ahorcarlo con sus manos.

Como resultado, los primos fueron esposados a las sillas, con bozales puestos en sus bocas para que no puedan emitir más palabras.

-¡Quiero que se les castigue!- exclamó Claudio sonriendo.

-Silencio- rdenó su tío. -El que dicta sentencia acá soy yo, ¿entendido?.

Su tío miró a Claudio. Era una mirada fulminante, haciendole borrar la sonrisa del joven.

-Bueno, muchachos.- Comenzó a decir el jefe de policia.

Julio y Augusto se miraron, sabiendo que lo que vendría sería una sentencia sin juicio justo.

-He hablado con el juez y opina lo mismo que yo al imponerles una sentencia de diez años en prisión. Sin embargo, podrán acortar a la mitad su condena en caso de buen cumplimiento.

-Una cocosa más, titío.

-¿Qué quieres?- repreguntó el comisario, ya cansado de interrupciones.

-Mimi mochila, es la que está en el perchero, quiero llevármela.

Su tió aprovó con la mirada y Claudio tomó la mochila de Julio, la mochila que contenía el tesoro encontrado.

«Se volvió astuto» pensó Augusto, sonriendo por dentro.

Claudio se retiró de la sala, su boca comenzaba a sonreir. Sabía que los primos planearían una venganza, pero para eso faltaba mucho tiempo, tiempo en que ellos estarían en prisión y él disfrutando del tesoro logrado.

La reina del sexo

Carla era la reina y su voluntad siempre se cumplía.
Desde temprana edad su cuerpo se desarrolló en una nube de feromonas que se impregnaron en un cuerpo adolecente de escasos años de edad.
Su despertar sexual fue prematuro, en comparación a sus amigas, y su lascivia florecía al pasar los años.

Era dueña de los hombres y deseada por ambos sexos por igual, a veces hasta por ambos al mismo tiempo.
Ella era conciente del estupor que ocasionaba y no solo disfrutaba, sino que lo aprovechaba.
Al vivir en un lugar seguro, podía desplegar sus encantos en cualquier momento y en cualquier lugar. Tan sólo bastaba con hacer acto de presencia para que una fila de hombres (y mujeres) se desplieguen a sus pies en busca de ganar una oportunidad de conquistarla.

-Eres la mismísima Afrodita caída del Olimpo- Le dijo el primer hombre que se le acercó en el parque.

Carla, con una muy practicada ruborización, apoyó la mano sobre el hombro del muchacho, provocando una revolución en sus partes más pudorosas.

-Eres todo un poeta- Le respondió, sonriendo.

La charla llevaría hacía donde ella quisiera. Con comida, atenciones, regalos y todo lo que se le antojase en el momento. Finalmente, se acostarían, siempre y cuando ella lo desee.
Esta era una situación cotidiana.

Al cumplir los 28 años y encontrarse en su mejor momento, nadie podía resistir a sus encantos, nadie excepto Martín.

Lo había visto en un café, mientras que leía el diario y le sorprendió que al entrar, no le haya clavado la mirada. Es más, apenas se percató de su presencia cuando se sentó en la mesa contigua a él.
Hombres, mujeres, mozos y hasta el dueño del lugar no le permitían permanecer ni un segundo libre, todos la adulaban, todos menos aquel enigmático joven que permanecía inmune a sus encantos.

Aquello le llamó la atención. Era la primera vez que un hombre no la desnudaba con la mirada. Aquel muchacho era todo un enigma y se propondría en resolverlo.
Finalmente, desesperada -y atraida-, tomó la iniciativa.

-Disculpame- Le interrumpió.

El hombre apuró su café y la miró.

-Dime- Le respondió.

Esto era nuevo para ella. Nunca debió ser la precursora de la conversación y no sabía que debía decir.

-Quería saber si…- Titubeó -…si terminaste con el diario-

El hombre, que claramente continuaba su lectura, respondió.

-No, no terminé, pero te lo dejo porque ya debo retirarme.

Levantándose, entregó el diario a Carla y tomó sus cosas para retirarse.

-Aquí tienes- Le dijo.

Al recibirlo, su manos se tocaron levemente, produciendo una corriente placentera en el cuerpo de la muchacha.

«¿Así que esto es lo que sienten ellos conmigo?» Pensó maravillada.

-Espera- Le frenó. -¿Quisieras cenar esta noche?- Preguntó con su valor incrementado.

Deseaba seguir sintiendo esa electricidad, ese sentimiento nuevo para ella.

El hombre se frenó y la miró. Su mirada quedó detenida en los ojos color violeta de Carla para luego dirigirlas hacia su móvil.

-Cenar no puedo, pero podemos volver a vernos mañana a la misma hora en este mismo lugar- Le dijo, dirigiéndole una sonrisa.

-De acuerdo- Respondió, ruborizándose, esta vez, de forma natural. -Por cierto, me llamo Carla.

-Mucho gusto Carla- le dijo, sonriéndole. -Martín es el mío.

-¿Martín?- Susurró mientras que el hombre salía por la puerta.

Para Carla, todo esto era nuevo. El desinterés, la electricidad, la cálida sonrisa. Todo provocaba una revolución en su interior y ansiaba descubrirlo.
Regresó a su casa y pasó la tarde eligiendo al afortunado vestido que cubriría su cuerpo.
Finalmente, aprovechando que sería un cálido día, eligió uno simple, no muy elegante ni muy informar pero que brindaba una vista del perfecto escote, revelando la mitad de sus tan admirados pechos.

«Con esto me va a mirar, seguro» Pensó, casi jugando con sus pensamientos.

El día había pasado y el momento del reencuentro había llegado.
Martín se encontraba dentro, sentado en la misma mesa del día anterior.
Cuando Carla entró, hombres y mujeres se dieron vuelta para mirarla y los susurros invadieron el lugar.

-Martín- Dijo, con tono alegre, extendiendo los brazos para abrazar a su compañero.

-Hola- Se limitó a responder el otro, sin apartarle la vista de los ojos. -Siéntate, por favor.

Carla estaba sorprendida, aquel hombre no solamente era cortéz, sino que ni siquiera había reparado en su atuendo.

La charla superficial fluyó con normalidad, hasta que Carla ya no pudo aguantar la situación.

-Son discuciones normales, de pareja…- Relataba Martín hasta que fue interrumpido.

-No puedo más- Dijo la bella joven.

-¿Qué pasa?- Preguntó Martín, claramente sorprendido.

La cara de Carla se volvió seria. Su mente estaba intentando formular las preguntas exactas.

-¿Acaso no te atraigo?- Comenzó. -¿No te parezco atractiva?- Siguió preguntando ahora ya sin nada que la detenga. -¿No quieres acostarte conmigo si me entrego a tí ahora mismo? -Continuó.

Martín, con mucha calma, entendiendo por donde venía la invitación de su compañera, la tomó de la mano y respondió.

-No me atraes. Si me pareces atractiva. Finalmente, no, no quiero acostarme contigo.

-¿Por qué? – Preguntó Carla, comenzando a lagrimear. -¿Qué es lo que tienes que te resistes a mí?- Su cuerpo comenzó a estremecerse. No sabía como reaccionar. -¿Cuál es el motivo de tú desinterés? ¿Qué es lo que te detiene, lo que te frena?- Preguntó, mirándole a los ojos.

-Mi esposo…- Respondió, mostrándole una foto de ambos hombres abrazados.