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Sindicato de Pascua

-Si les digo que no, es no. Y eso es una orden.

El gran faraón Ramses estaba negado. No aceptaba recibir a los trabajadores Hebreos.
Algunos querían vacaciones, otros mejor paga, otros menos horas de trabajo pero ninguno era escuchado por el faraón.
Por las noches, los judíos se reunían y se preguntaban si alguno había tenido éxito en hablar con «el hijo de Ra», pero todos movían la cabeza de un lado al otro en señal de negatividad.

-Debemos hacer algo. Me perdí el nacimiento de mi hijo por sus malditas pirámides.
-A mi no me dejan tomar vacaciones.
-A mi me pagan menos que al resto porque soy más bajo.
-Te pagan menos porque eres un debilucho y lo que nosotros hacemos en una hora a ti te lleva todo un día- le respondió otro, más musculoso y gallardo.
-Dímelo a la cara -amenazó el anterior.

Y así comenzó una nueva pelea entre los esclavos que terminó, como siempre, en la nada misma al ser tarde en la noche y ninguno tener fuerzas.

-Calma, calma- intentó calmar Moises.

Siendo alto, fornido, de buena presencia, de buen habla y sobre todo muy bizarro, Moises era el más querido de los judíos tanto dentro de la comunidad como fuera.
Incluso el faraón lo tenía en estima al ser, por poco tiempo, su yerno.
Moises se había emparejado con la hija de Ramses y esto le hizo perder por un tiempo su condición de esclavo y formar parte de la corte real.
Finalmente el amor se terminó y el judío regreso a su trabajo en la construcción de las pirámides, aunque con un trato especial.

-Tengo una idea- atinó a decir su hermano, Aarón.

Aunque Moises poseía los atributos físicos, Aarón era de mente rápida y sus ideas habían resultado beneficiosas para el pueblo en el pasado.

-Muchos de nosotros deseamos las mismas cosas, como vacaciones, mejor paga, menos trabajo y mejores condiciones pero el faraón no nos recibe por separado porque atender a todos nosotros debe ser tortuoso, en especial a Iacób- dijo, mirando al más bajo de todos quien volvió a encabronarse. -¿Por qué no pedimos todas esas cosas para todos en lugar de algunas cosas para cada uno?

Todos lo miraron y le ignoraron.

-Pero si no nos recibe por un solo pedido, menos nos va a recibir si cada uno le presenta todas las otras cosas- respondió uno.

Aarón los miró, pensó que se había explicado.

-Pensé que me había explicado- dijo. -No digo que cada uno le pida todo sino que lo haga solamente uno de nosotros. Una sola persona en nombre y palabra de todos nosotros. Si nos ponemos todos de acuerdo, podemos elegir a nuestro rey, a nuestro faraón y que él hable por nosotros y por nuestras mujeres y niños. Si estamos juntos, Ramses no nos obligará a nada. O acepta las peticiones o no continuamos con el trabajo.

Hubo un silencio que se llenó de murmullos de dudas.

-¿Y quién nos representa?

-¿Acaso no es obvio? -respondió Aarón. -Mi querído hermano Moises es el elegido.

Los judíos aplaudieron. Nadie mejor que él para representarlos.

Moises aceptó con gusto, siempre creyó que estaba destinado para cosas importantes.

-¿Qué pedimos primero?- preguntó.

Se produjo una votación entre los presentes y el pedido ganaron fueron las vacaciones.

-Moises, tu eres el elegido. Quien nos liberará. eres el elegido para darnos nuestras merecidas vacaciones-le dijo su hermano.

Finalmente, con Moises a la cabeza, quedó conformado el primer sindicato de la historia, el sindicato de los trabajadores de la pascua y al día siguiente, comenzó su trabajo.

-FARAÓN- Gritó Moises. -Represento al sindicato de los trabajadores de las pirámides. Yo hablo por todo mi pueblo, el puedo elegido, enviado del único y verdadero dios. Ramses, deja salir a mi pueblo….de vacaciones.

Ramses no comprendía lo que sucedía. Una sola persona en representación de todos. Un faraón judío que tenía el control. Esto era algo nuevo para él.

-Deja salir a mi pueblo…de vacaciones- volvió a reclamar Moises. -Deja salir a mi pueblo.

-Jamás- finalmente respondió. -Ahora vuelvan a sus trabajos -ordenó.

Los trabajadores se miraron. Moises no había logrado nada y concurrieron al plan B, dejar de trabajar.

Al presenciar esto, el faraón comandó a sus soldados que comiencen con los azotes y al pueblo elegido no le quedó otra opción más que volver al trabajo.
Por la noche, volvieron a reunirse.

-Tu plan no sirvió de nada Aarón.
-Me duele todo por tu culpa.
-Maldito seas.

La gente lo estaba por linchar pero fue salvado por el elegido.

-Escúchenme -suplicó Moises. -Debemos mantenernos firmes si queremos prevalecer. Para ganarle a Ramses debemos jugar sucio como él, debemos utilizar la fuerza. Debemos contraatacar por las sombras.

Su hermano sonrió e interrumpió.

-Si, eso es. Debemos actuar bajo las sombras. Alguno de nosotros debemos morir de mentira para que no nos busquen. Yo me ofrezco como voluntario.

-¿Qué hacemos?-preguntó uno.

-Las plagas- respondió Aarón -las plagas que nos contaban nuestros padres, las que dios trajo bajo la antigua tierra. Los egipcios no las conocen. Debemos traerlas a la vida todas y cada una de ellas.

-¿Incluso la última? -preguntó Moises.

-En especial la última -le respondió su hermano.

La gente se miró y dudó. Tenían miedo a la reacción del faraón, pero no los podía culpar al ver que todos los que estaban con vida estaban trabajando.
Así fue acordado y tras cada una de las diez plagas, Moises, el elegido del pueblo judío, reclamaba la libertad diciendo que lo que sucedía era voluntad de dios.
Sin embargo, Ramses rechazó cada uno de los pedidos pero tampoco podía culparlos al no saber si esto lo ocasionaban ellos o simplemente se aprovechaban de situaciones.

Cumplidas nueve de las diez plagas, al pueblo elegido no le quedó otra opción que llevar a cabo la última, la más siniestra de todas.
La última plaga, la muerte de los primogénitos se había puesto en marcha. Era la última medida que el sindicato tenía, su última oportunidad para su libertad y por la noche muchos hijos de Egipto cayeron, inclusive el hijo del faraón que había sido atraído por una muy bella niña judía.

-Ustedes ganan- finalmente se rindió el faraón. -Pueden tomarse las vacaciones. Ahora váyanse, déjenme solo con mi hijo.

Finalmente el faraón cedió y el pueblo obtuvo sus merecidas vacaciones. Pero el único problema es duraron más de la cuenta y los hebreos jamás regresaron a Egipto. El éxodo había comenzado.

No será la «verdadera» historia de las pascuas judías, pero si una simpática historia sobre el primer sindicato creado, el sindicato de los trabajadores de las pirámides o más adelante conocido como el sindicato de los trabajadores de la pascua.

La importancia de un abrazo

Julia lloraba mientras caminaba por la calle. Sus piernas apenas resistían el peso de su cuerpo. Sus hombros llevaban una carga emocional muy grande.
Echada de su trabajo, echada del departamento donde vivía con su ahora ex pareja desde hacía un par de años y echada del banco al provocar un escándalo por no tener saldo en su cuenta y poder mantener las tarjetas de crédito, su vida en ese momento era un cúmulo de estrés.
Caminaba sin ver, caminaba sin escuchar. Simplemente caminaba. Había perdido el rumbo y se encontraba desorientada.
Era cuestión de tiempo hasta que tropiece pero para su suerte, cayó en los brazos de un chico que pasaba.

-¿Estás bien?- Le preguntó, sintiéndose tonto por aquella pregunta tan trivial.
-Si- Respondió tímidamente ella, secándose las lágrimas de los ojos. -Gracias.

Julia se reincorporó, ahora estaba triste y avergonzada por lo que acababa de hacer.
Se tiró a los brazos de un desconocido, arriesgándose a lo que venga.

-¿Segura?
-Si- volvió a responder. -Gracias por agarrarme.
-No hay problema- Dijo el muchacho con una sonrisa en su rostro.

Julia no se soltó de aquel muchacho. Su cuerpo estaba cansado y hambriento.

-Parecés sin fuerzas. Vení, vamos a comer algo.-Le dijo el chico.
-No, gracias. Estoy bien.
-Dale. No te puedo dejar así. Vení, vamos acá. Te dejo en la mesa, te pido unas medialunas con un café y me voy.
-No quiero- Decía con la cabeza gacha. -Ni tengo plata
-Yo te lo pago.

No solía aceptar ofertas de desconocidos, pero tenía mucho hambre.

-Gracias- Le dijo, con la cabeza aún gacha.

Luego de ayudarla a sentar a Julia en una mesa, se acercó a uno de los mozos y le hizo el pedido. Luego se dirigió a la caja y lo pagó.

-Bueno- Le dijo. -Que te mejores.

Julia por fin levantó la cabeza y le pidió que se siente con ella.

-Gracias por todo.
-Te aceptaré las gracias si me decís como te llamás.
-Julia- Respondió. -¿Y vos?
-Abi.

El pedido llegó y Julia juntó un poco de fuerzas.

-¿Te puedo pedir algo?
-Lo que quieras- Respondió Abi.
-¿Me das un abrazo?

Abi la miró. El pedido fue tierno, ella realmente lo necesitaba.
Se levantó de la silla y con sus brazos, rodeó el cuerpo de Julia.
Pasó el primer segundo y nada pasaba. Pasó el segundo segundo y nada pasaba. Pasó el tercer segundo y los hombros de la mujer se movieron. Fue al cuarto segundo cuando vino el llanto.
Abi se disculpó y diciendo que debía hacer una llamada, luego regresó y le dijo que avisó que no iría a trabajar así permanecía al lado de aquella hermosa muchacha que le había pedido un abrazo.

Así pasaron los días. Julia y Abi habían formado una pareja y la sonrisa en la chica había reaparecido.
Sin embargo, su primer discusión llegó al cabo de un mes mientras que comían y arreglaban para conocer a las familias de cada uno.

-Somos una familia católica tradicional, te va a encantar.

Abi se frenó y la miró. Estaba mudo.

-¿Qué te pasa?- Le preguntó.
-Nada. Respondió él.
-Dale, Abi, decime. ¿No te gustó lo de familia católica?
-Si- respondió Abi con la cabeza baja.
-No te preocupes- dijo ella. -No importa si eres evangelista, apostólico o testigo de Jehová. Somos muy tolerantes.
-Soy judío- respondió en seco.

Julia se quedó inmovil. Aquel chico lindo con el que pasó la tarde y le dio el mejor abrazo de su vida era judío.

-¿Pero…? -comenzó ella, no mirando a los ojos al otro. -No puede ser. Si no usas traje ni el «gorrito» en la cabeza ni tenés barba. Pareces normal.
-Sos una tarada- se limitó a responder él.

Haciendo caso omiso del insulto ella prosiguió.

-Pero si comimos una hamburguesa con panceta. Comimos cerdo y carne no kosher y pasamos las noches de los sábados juntos.
-¿Y con eso qué?
-¿Cómo con eso qué? Me mentiste. Nunca me dijiste que eras un judío.
-Nunca te dignaste a preguntar sobre mis cosas.

Julia se detuvo por un momento. Abi tenía razón. Ella hablaba continuamente sobre ella, sus problemas y su vida pero no se había interesado en la historia de él.

-Tenés razón, Abi. Soy una tarada- Dijo mientras una lágrima le caía sobre la mejilla. ¿Me perdonas?

Él la miró fijo y finalmente respondió.

-Solo si me das un abrazo.

El poder del abrazo es mágico. La reunión de los cuerpos entrelazados provoca un estímulo muy grande en los cuerpos haciendo que ambos participantes del acto borren sus problemas.

Llegó el gran día y todo comenzó con calma hasta que el tema de religión surgió de la boca del pater familias.
La cena no había concluido y Abi había salido de la casa de los padres de Julia.
La discriminación y acoso que recibió fue mayor a lo que tenía previsto.
Estaba acostumbrado a ciertos tratos pero su dignidad tenía un límite y aquella noche, el límite llegó antes del postre.
Julia salió tras él.

-ABI- gritó.
-ABI- volvió a gritar.
-Por favor, Abi- ahora suplicó.

Abi detuvo su andar y volvió hacia ella.

-No te vayas- le suplicó
-Tengo mis límites, Julia. Si no me iba, les pegaría y de eso no hay vuelta atrás.
-¿O sea que hay vuelta atrás?
-No lo sé- respondió y se marchó.

Julia regresó a la casa y observó como toda la familia de ella discutía con su padre.
Abi les había parecido una persona de bien, simpática, culta y feliz hasta que llegó a esa casa y fue abordado por su suegro, cuyos pensamientos en religión eran tan cerrados al punto de decir barbaridades sin fundamentos por el simple hecho de atacar al pobre chico, a su religión y a su dignidad.

-¿Lo querés?-Le preguntó su madre, en la cocina, alejados del bullicio del comedor.
-Si, mami. Lo quiero mucho y siento algo especial con él, pero gracias a mi lo perdí.
-Si fue tu padre que dijo esas cosas.
-No, mamá. Yo también las dije, no ahora sino antes, cuando apenas lo conocí, cuando até su personalidad a lo que yo creía que era su religión. Le dije muchas cosas sin sentido.
-Entonces ahora descansá y mañana por la mañana vas a buscarlo.
-¿Para qué? Si papá no lo va a aceptar.
-De papá me ocupo yo. Vos ocupate de recuperarlo y te puedo decir un método infalible para hacerlo.

La madre se acercó al oído de Julia y le dijo unas pocas palabras. Julia sonrió.

Al día siguiente, Juliafue a la casa de Abi y le dijo algo al oído.
Abi la miró y sonrió. Luego asintió con la cabeza.

Ambos se levantaron y se dieron un fuerte y largo abrazo.

Aquel era el secreto que le habia dado su madre, el secreto de la importancia del abrazo.

Después de eso, se prometieron que si no podían arreglar sus tristezas con un abrazo, entonces sus tristezas no tendrían solución.