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El águila romana

Cuenta la leyenda que el ejército romano conoció el miedo al  desembarcar en las extrañas y desconocidas costas de Británia.
Los rumores sobre el posible ataque a los druidas, poseedores de poderes mágicos, se habían extendido a lo largo y ancho de toda la república desde el momento en que Julio César anunció su intención de conquista en el norte.
Los soldados eran expertos en el combate convencional, en la guerra en espacios abiertos, lugares en donde podían desplegar su brillantes tácticas, pero la historia demostró una y otra vez que el ejército puede ser derrotado si el combate se hace en otras condiciones.
Anibal y sus hombres fueron prueba de ello durante más de una década. El general cartaginés puso de rodillas a la república Romana al entender las vulnerabilidades de sus protectores.
Mismo fue el caso del esclavo Espartaco, cuya ágil mente comprendió de primera instancia como se debía combatir contra el mayor ejército del mundo.

César había tenído una excepcional victoria en las galias y su objetivo era Roma. Quería poseerla, conquistarla, ser un dios entre los pobladores. Hambriento de fama y de poder, mantenía su mente fría y sus ojos fijos en su meta.
Roma no puede ser de un dueño porque la gente no lo aceptaría. Pero si obtenía el suficiente prestigio militar, si se convertía en el heredero de Alejandro Magno, el pueblo lo idolatraría y aceptaría ser comandado por él.
Debía seguir cosechando victorias, debía hacer que sus hazañas se cuenten en cada rincón de la república y para eso, debía ser aventurero, adentrarse a lo desconocido y traer las cabezas de los habitantes de los terrenos alejados y desconocidos.
En su mente solo un lugar se iluminaba, Britania.
Las historias de la magia de los druidas, habitantes de aquellas tierras, eran cuentos de miedo y terror. Seres con poderes sobrenaturales y poca tolerancia a los extranjeros eran los causantes de pesadillas de muchos ciudadanos romanos.
No se sabe quien o quienes introdujeron estos mitos, pero Britania siempre fue un lugar al que Italia nunca llegaría.

En el ejército están los armadores, comandantes, escuderos, legionarios, soldados, capitanes y su general al mando, todos y cada uno entrenados en el arte del combate militar y eran ampliamente disciplinados. Sin embargo, en cada legión había un hombre que no combatía, un hombre que era intocable por todos los ejércitos civilizados y aquel hombre era el portador del objeto más importante para los solados.
Ese hombre era el portador del estandarte, el portador del Águila dorada, símbolo de Roma. No luchaba y debía estar siempre en el frente de combate. Suicida era su misión pero casi nunca caía en la lucha. El Águila debía ser protegida a como de lugar y si se movía, los soldados debían seguirla, incluso si eso les traía la muerte. Aquel símbolo representaba el honor de cada soldado y el honor era para ellos más poderoso que la muerte.
A fe ciega debían proteger y sacrificarse por su símbolo. Perderlo significaba no solo la muerte, sino la humillación para los familiares en vida.
Sin embargo, al desembarcar en las costas de Británia, nadie, ni siquiera el portador del estandarte se animó a avanzar.
El aire era denso, la neblina abundaba y el sol estaba por siempre oculto, todo a causa de los poderes de los druidas.
El terreno era un bosque gigante y los árboles podían ser letales para los soldados acostumbrados a la lucha en campo abierto.
Julio César avanzó con su caballo pero ninguno de sus hombres le siguió. El miedo los dominaba.
A pesar de los gritos sus órdenes, gritos y golpes, no pudo hacer que sus filas marchasen y con esto, sus planes de conquista de Roma quedaban en el olvido.
Sin embargo, la genial mente del futuro tirano entró en acción y en un audáz movimiento, depuso su espada, tomó el lugar del portador del estandarte y marchó llevando el Águila dorada en sus manos.
El honor del soldado era mayor que el miedo a la muerte y apenas el estandarte se movió, los soldados lo siguieron para protegerlo.
César había entendido el poder de aquel símbolo, una fuerza más poderosa que el miedo y que el temor y lo aprovechaba para su propio beneficio. Los soldados seguirán al símbolo porque saben lo que representa y no lo dejarán solo en la batalla….

Hay pasado dos mil años desde ese momento y la historia nos ha demostrado una y otra vez las locuras que se hicieron por un estandarte.
La cruz cristiana, símbolo de incontables guerras y muertes a lo largo de nuestra historia es un ejemplo de ello. «Si matáis a un hereje, el cielo será vuestro» era un lema clásico durante los juicios en los tiempos de la inquisición en España.
La esvásticas nazis fueron otro gran símbolo bajo el cual millones de personas fueron asesinadas. Una deformación de un símbolo budista por siempre asociado a la extinción de incontables almas.
Un símbolo político, un escudo de club de fútbol, una marca de comidas, estandartes que se usan en una «guerra pacífica» por contról.
Dos mil años de historia manteniendo los mismos pensamientos.

Miedo y terror, una historia sin final feliz

-Te amo
-Te amo

Sabina y Telurio se despidieron. Tenían miedo, mucho miedo y lo peor es que no podían enfrentarlo solos. Separados por un cristal imposible de romper con sus manos desnudas, se limitaban a mirarse mientras que un hombre encapuchado estaba por asestar el golpe final.

Fue una fracción de segundo en el que Telurio rogó por su vida y la de su mujer y en el que su vida pasó frente a sus hijos. Su infancia, su adolescencia, su casamiento con Sabina, el nacimiento de sus hijos y la desgracia de perderlos frente a una enfermedad que no pudieron detectar ninguno de los dos médicos que los trataron. Los extrañaba mucho y por lo menos sabía que los volvería a ver.
Recordó el odio que sintió hacia los médicos responsables de afirmar que sus hijos estaban bien y darles el alta sin hacerles los estudios suficientes.
Ya los perdieron y ahora perdería a su mujer delante de sus ojos. Era mucho dolor contenido en un instante y quería que terminen rápido para volver reunirse con su familia.
El dolor al perder a sus hijos, el dolor de la impotencia al saber que se podrían haber salvado si los médicos no hubiesen sido arrogantes y el dolor de saber que su vida estaba a punto de acabar de la mano de un extraño sádico que buscaba su muerte como diversión, le hizo llorar.
Su cabeza volvió a la realidad solamente para evidenciar la muerte de su amada esposa.

-Es tu fin- dijo el encapuchado mientras que Telurio aspiraba el aire por última vez.

Todo comenzó hace escasas horas, luego de ser secuestrados mientras dormían.
Cuatro sujetos irrumpieron en su casa y los ataron de manos y pies.
Despertaron en una habitación, separadas por un inmenso cristal blindado y debieron soportar las torturas que los secuestradores les tenían planeadas. Mientras uno sufría, el otro miraba.
Sin embargo, el dolor más grande para ellos era el de no poder estar juntos, no poder abrazarse ni tocarse. Mucho menos besarse y enfrentar esto juntos.
maldijeron su mala suerte en la vida. Perder a sus hijos y ahora sufrir esta dura realidad.

-Todo ha terminado- dijo uno de los encapuchados.
-Por fin- dijo una mujer tras él.
-Estos malnacidos por fin están muertos, los hemos vengado.
-Si mi amor, los vengamos.

Lucrecia había perdido su alma desde aquella fatídica noche en que los cuerpos de sus hijos fueron encontrados sin vida.
Rómulo, su marido, dejó de creer en la justicia de los jueces y se reunió con Guillermina y Josefo, los padres de Romina y Tino, otros niños que murieron en las mismas circunstancias que los hijos de la otra pareja.
Misma metodología, secuestro, tortura y muerte para los dos varones y las dos mujeres.
El investigar los asesinatos de sus hijos los llevó a encontrarse y no accionar de la justicia los unió en busca del mayor propulsor del cuerpo, la venganza.
Contándose cada detalle de sus vidas, descubrieron un punto en común al recibir las amenazas de una misma pareja. Tanto Rómulo como Josefo los recordaban bien, una pareja que habían perdido a sus hijos y les recriminaban a ellos no haberlos atendido en su momento.

-Me acuerdo- dijo Rómulo. -Este hombre vino a la guardia con sus hijos, yo había discutido con mi mujer- hizo una pausa para mirar a Lucrecia- ¿recordás?

Su mujer asintió con la cabeza, recordando que aquella fue una pelea más que importante, con una amante involucrada.

-Estaba tan distraído que lo único que quería hacer era volver a casa y arreglar las cosas.

-¿Entonces no los revisaste?- indagó Guillermina.

Rómulo volteó a verla, indignado.

-Por supuesto que lo hice, mujer. Los revisé y estaban bien, no vi la necesidad de hacerle más estudios y les di el alta.

-¿Mataron a nuestros hijos porque no supiste hacer tu trabajo como corresponde?- dijo Josefo, encolerizado, levantando el puño en busca de un rostro que lo reciba.

-¿Y tú? Si ese fuese el caso tus hijos no tendrían nada que ver. Cuéntanos que hiciste, señor perfección- respondió Lucrecia.

-Yo no recuerdo haberlo atendido, pero si recuerdo que se presentó en mi despacho, amenazando mi vida. No lo recuerdo…¡Espera! Ya lo sé.

Josefo hizo una pausa, recordando aquel momento.

-Seguramente fue así. El día que falleció mi padre, no me permitieron salir del hospital y me escapé dejando en la guardia a un reemplazo con mi sello. Oh dios, no imaginé que por unas horas sucedería esto.

No pudiendo cambiar el pasado, los cuatro adultos decidieron investigar y en poco tiempo tenían tantas coincidencias que ya les resultaba bastante obvio que sus sospechosos sean los culpables de la muerte de sus hijos.

-Se desquitaron con nuestros hijos y ahora nosotros vamos a hacer lo mismo con ellos.

Entre los cuatro planearon poner fin a su despecho y actuar contra los responsables en libertad del asesinato de sus hijos, contra los asesinos Sabina y Telurio.

Una historia de Halloween

-¿Escuchaste eso?

-No, dormí.

El ruido de un golpe en la ventana le había despertado, ruido nada fuera de lo común, salvo el hecho de que dormían en un primer piso y las persianas estaban bajas.

-¡Otra vez!, despertá.

-¿Qué querés?- le dije, manteniendo los ojos cerrados.

-Alguien golpeó la ventana.

-Nadie golpeó nada, es la lluvia y tu imaginación- respondí -andá a dormir por favor.

De esta primera vez que me despertó ya pasaron dos interminables horas, lo sé porque desde mi posición, desde mi escondite, puedo ver el relój de mi mesita de luz. Comenzó a las tres de la madrugada y ya debería estar  amaneciendo sin embargo, el día de lluvia no permitía que salga el sol. Debía de resistir, aguantar hasta que el cielo se despeje, aunque lo que me esperaba afuera era una otra pesadilla.
En aquel primer instante tendría que haber escuchado a mi mujer, tendría que haberme levantado de la cama y averiguar lo que pasaba, pero no, asumí que ella estaba escuchando cosas y ahora ya no la volveré a ver nunca más. Se ha ido porque no la supe escuchar, Dios mío, ¿que ha pasado?, si estábamos duermiendo como cualquier otro día y ahora estoy escondido, rezando para que no me descubran, rezando para que se despeje el cielo y amanezca. Por favor que se vayan, por favor que se vayan.

-Ahí va de nuevo. Despertá, fijate que es.

-¿Otra vez? Ya te dije que no pasa nada, ¿podés dormir de una vez?

-No puedo, se que está pasando algo, andá a ver que es.

-No me voy a levantar, la ventana está a dos metros, andá vos pero yo voy a seguir durmiendo.

-Tengo miedo

Esas fueron las últimas palabras de mi mujer. Yo me quedé dormido, sin embargo me desperté al poco tiempo. Mi cuerpo notaba algo raro, había pasado un buen rato y mi mujer no había regresado a la cama. En ese momento me levanté y encendí la luz. Mi preocupación estaba en aumento.

-¿Amor?- pregunté.

No recibí respuesta y mi preocupación aumentaba.
Revisé la ventana y todo parecía estar en órden, pero la calma no me llegaba.

-¿Cielo?- volví a preguntar, esta vez levantando la voz.

Ahora si había escuchado un ruido de respuesta, pero no era lo suficientemente clara.

-¿Qué? No te entendí.

Nuevamente recibí respuesta, nuevamente era un murmullo incomprensible.
Como el ruido provenía de abajo, me levanté de la cama y me acerqué a la escalera.
La luz de la cocina estaba encencida.

-¿Estás en la cocina? -grité desde la escalera.

-Estoy acá- finalmente me respondió.

Pero aquella era una voz gruesa, muy distinta a la de mi esposa.
No llegaba a tener el timbre de un hombre, pero era una voz pesada, como si la persona estuviera en pena.
Bajé lentamente las escaleras y me fui asomando a la cocina.
Allí estaba ella, sentada de espaladas, con una mano sosteniendo una taza y con la otra rascándose el pelo.
Su pijama estaba tirado en el suelo. Se trataba de un camisón negro que usaba para dormir y que ahora estaba a un costado.
Mi mujer estaba completamente desnuda, salvo por la bombacha que le cubría el sexo.
Al verla así, me calenté. No podía evitarlo, su cuerpo me revolucionaba.
En ese momento sentía una mezcla de miedo y lujuria.

-Te dije que había escuchado ruidos – me dijo.

Definitivamente esa no era su voz sino una más ronca. Algo le había pasado y mi erección bajó y se disipó al pensarlo.

-No te entiendo- le dije, mientras entraba en la cocina.

Ella, aún de espaldas, dejó la taza de café y apuntó con su dedo índice al comedor, a su izquierda, dejando visible el costado del redondo pecho izquierdo.
En aquel momento mi corazón latió como nunca y aún más con lo que pasó después.
En el piso yacían los cuerpos de dos sujetos, boca abajo, cubiertos completamente en sangre.

-Ellos quisieron lastimarnos y vos no me protegiste, así que me tuve que hacer cargo yo.

Luego se volteó a verme y aquel fue el peor susto de mi vida. Ella no era mi esposa.

Ojos negros, dientes triangulares, sangre por todo el rostro, dedos largos con uñas como garras y la cara completamente pálida. Aquello era un monstruo.

-Jugaremos a un juego- me dijo con la voz ronca. -Al amanecer yo deberé partir y vos te salvarás, pero si te encuentro antes te mataré sin piedad. Te daré tres minutos para que te escondas dentro de la casa, comenzando ahora.

Salí disparado a la habitación y formé una gran barricada. Me paralizaba el miedo pero no quería morir. Me escondí dentro del armario y aún sigo acá.
Ya debería haber amanecido, pero el cielo estaba nublado y el sol no se asomaba.
Pasaron varias horas desde que me escondí y creo que ella partió así que voy a salir y enfrentarme a la realidad.
Demoré unos minutos en quitar el fuerte, alrededor de la puerta y la abrí, todo estaba en calma. Ahora estoy caminando despacio hacia las escaleras.
Las estoy bajando con miedo, las luces están apagadas, aún no amenció.
Escuché un movimiento y me quedé inmovil. Comencé a volver a la habitación cuando las luces se encendieron de repente. Vi muchas personas por toda la sala, todas mirándome.

-SORPRESA- gritaron.

Mi mujer lo había planeado desde un principio, la mejor fiesta de Halloween que podía imaginar. Con mi pijama transpirado bajé y me uní a la diversión,  aunque aún no comprendo por qué ella seguía desnuda.

 

Miedo

-Tengo miedo.
-No tengas miedo.

-Esto me da miedo. No lo puedo evitar.
-El miedo es útil. Úsalo.

-¿Qué el miedo es útil?. El miedo me da más miedo. ¿No lo entiendes?
-El miedo es un arma. Puedes llorar y esconderte. Pero tarde o temprano deberás enfrentarlo.

-¿Enfrentarlo?. No, yo no puedo. Todo esto me supera. El miedo me bloquea.
-Vamos. Arriba. El miedo está en tu cabeza. Debes actuar ya.

-Estoy paralizado. No puedo moverme. El miedo me afectó las piernas. Quiero que termine todo esto. Por favor.
-El miedo no se rinde tan fácilmente. ¿Piensas que con pedir que se termine todo esto se termina?. Sal y combate. Es tu oportunidad. No la desaproveches.

-¿Acaso no me escuchas?. Mis piernas están rígidas. Mis maños tiemblan. Mi cabeza está bloqueada. Mi sangre está demasiado fría. El miedo gana la batalla.
-Por favor, que pesimiste éres. ¿Te vas a dejar arrastrar por el miedo?. Puedes superarlo. Confío en tí. Éres valiente y gallardo. ¡Ánimo!.

-No, no puedo. Voy a ceder. Es más fuerte y poderoso. Yo soy solamente un mero mortal y el miedo es eterno. Hombres más valientes lo tuvieron. Vete tú y escapa. Yo me quedaré.
-¿Qué tonterías dices?. Estamos juntos en esto. No te dejaré por nada. Yo estoy aquí para ayudarte y no me moveré. Conmigo derrotarás al miedo. Conmigo serás libre y nunca estarás encerrado. Cree en mi.

-¿Qué crea en tí?. Si tú fuiste quien me metió en esto. Tú eres él causando de que mi mayor miedo se haya vuelto realidad. ¿Por qué sigues aquí?. Vete. Abandóname a mi suerte. Esta batalla está perdida. No puedo ganar.
-Por eso me quedaré aquí. Estaré a tu lado pase lo que pase. No me iré. Enfrentaré al miedo que tienes y daré mi vida por destruirlo. Pero necesito de tu ayuda. Necesito que ya reacciones y ayudes en la lucha. Dependemos de tí. Dependemos de tu fuerza y bravura.

-¿Mi bravura?- Confías mucho en mi. También confiaste al acompañarme. No es tu culpa sino la mía. Por mi estás metido en esto. Perdóname. Por eso te pido que te vayas y me dejes. Me enfrentaré sólo al miedo. ¡Vete!
-Ya te dije que no te dejaré. Estaré aquí por tí y aquí me quedaré así que deja de insistir. Estamos en esto juntos. Será tu miedo, pero ambos lo enfrentaremos. Escucha mis palabras. Siente mi amor. Se que puedes ganar. Pero, por favor, hazlo ya. No queda mucho tiempo.

-Realmente éres especial. Estás conmigo a pesar de donde nos puse. Frente a frente al miedo que siento y tú no te mueves de mi lado. Me das esperanzas. Puedo ver la luz. Si se puede. Puedo lograrlo. Por tí.
-Confía en tí mismo. Tienes un gran futuro, pero solo lo alcanzarás si aquí y ahora ganas la batalla contra el miedo. Éres capaz de muchas cosas. Lo sé porque te conozco desde hace años. Se lo que piensas y lo que sientes. Cree  en tí. Lucha. Lucha y ganarás.

-El miedo es poderoso. Pero yo puedo ganarle. Se que puedo. Ahora lo sé. Ahora que tu me hablas lo entiendo. Lo comprendo. Hay una fuerza más poderosa.
-¡Eso es! Por fin lo entiendes. Hay una fuerza más poderosa que el miedo. Por eso estoy aquí. Para ayudarte a encontrarla. Búsca en tu interior, en tu corazón. Encuéntrala.

-El amor. El amor vence al miedo. El amor de dos personas. El amor que compartimos. El amor puede ayudarnos. Ahora lo entiendo.
-Si, lo has entendido. Por eso estoy aquí contigo. Por eso no me fui. Es por amor y ante eso, el miedo queda indefenso. Ahora que lo sabes, lucha. Busca la victoria.

-Si, tienes razón. Yo puedo hacerlo. El miedo no me detendrá más. Debo superarlo. Debo hacerlo, por tí.
-Por mi y por ti. Por los dos. Por nosotros. Por nuestro presentete y por nuestro futuro. El miedo no debe ganar.

-Se que puedo hacerlo. Le ganaremos al miedo y triunfaremos. Por tí. Por mi.
-Por nosotros. Por nuestro amor. El miedo se irá. Vamos ya.

-Mis piernas se está moviendo. Mis manos reaccionan.- El miedo está perdiendo.
-Mantente así. Derrota al miedo. Demuéstrale quien manda.

-Es nuestro momento. El miedo retrocede.
-Apura que se nos quema el tiempo. Pon en raya al miedo.

-Le gané al miedo.
-Sabía que el miedo no te ganaría.

El auto arrancó. Su chasis aún chorreaba la fresca sangre de su víctima.
Las sirenas de la ley se aercaban. Debía superar el miedo y escapar. Era ahora o nunca.

Microhistorias de terror

Historias de terror en dos o 3 renglones.
Se que soy malo resumiendo tanto, pero intentemos y veamos lo que sale (a medida que se me ocurran más, actualizaré esta entrada):

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«Mi hija me está contando la pesadilla que tuvo.
Pero…si yo nunca tuve hijos.»

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«La luz del baño se enciende y mi abuelo me llama.
-Ven- me dice.
Mi teléfono suena y mi abuela dice que el funeral es en una hora.»

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«Pasé la velada más agradable con ella.
Sin embargo la noté fria y distante.
Creo que no hice bien en desenterrarla.»

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«La gente nueva me aterra y por eso las mato.
No te conozco pero no me rindo.
Aún te sigo buscando.»

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«Mi niño estaba llorando y yo lo calmé.
Su madre se enojó.
Ahora el que llora soy yo»

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Terror a 10000 pies

«Tripulación: Alcanzando los diez mil pies»

El avión había despegado y a los pocos minutos, el capitán dio el anuncio a su tripulación.
Como se trataba de un vuelo corto, viajando en un avión pequeño, no volaríamos a la gran altura crucero de los vuelos transatlánticos sino que a una considerablemente menor.
Esto era un gran alivio para mí ya que al poco tiempo se apagaría la señal de obligatoriedad del uso del cinturón y el avión comenzaría a volar de forma horizontal.
Al apagarse la señal, mis pulmones volvían a respirar y mi corazón se realentizaba volviendo a sus pulsaciones normales.

-Odio volar- Le dije a mi mujer.
-¿Qué pasa, cielo?
-Eso- Respondí.
-No te preocupes vida, conmigo no te va a pasar nada.- Me dijo intentando calmarme.
-Me tranquilizaría más si fueses Superman- Le reproché. -Estando en el cielo, vos no podés hacer nada.
-Yo soy mejor que Superman- Me respondió, con sinceridad.
-Eso no es cierto. Superman puede volar y eso es muy útil si se cae el avión.
-Amor, no digas boludeces.
-Es verdad. Superman puede volar y tiene fuerza sobre humana.
-Y te olvidás de algo más, su cualidad más importante.
-¿Cuál? – Pregunté con crítica.
-¡Que no existe!- Exclamó.

La miré con bronca. Mi palabrerío y mi divagación eran fundamentadas en mi miedo a volar.
Claro que no siempre fui así, sino que el miedo lo fui ganando con los años.
Mi primer vuelo lo realicé a mis 25 años. Era todo nuevo para mi. Un mar de sensaciones y emociones, todo resumido en escasas 10 horas.
La excitación al ingresar al aeropuerto por primera vez. La sensación de estar libre de las ataduras del día a día.
El ruido de las turbinas y el primer despegue. El empuje al asiento y el dejar abajo la ciudad y sus luces. Todo aquello fue un festín a los sentidos y yo estaba muerto de hambre.
Cómo olvidar la primer turbulencia, aquel movimiento del avión por acción del viento.
Durante el primer vuelo fue bastante fuerte y contínua, tanto que mi compañera de fila de asiento, una bella chica italiana de mi edad que no hablaba ni castellano ni inglés, se aferró de mi brazo izquierdo y clavó sus uñas en él.
Los afilados garfios penetraron mi piel y me provocaron cortes superficiales.

-Mi scusi, mi scusi- Me dijo con una bella tonada, pero con nervios en la voz.

Aunque el brazo me dolía, le indiqué con la cabeza que no pasaba nada.

-Continúa.-Le dije, esperando que en italiano signifique lo mismo.

Aquel fue un viaje largo y lleno de turbulencias, un viaje que hoy, me sería de eterno sufrimiento pero que en esa ocasión fue de constante placer.

Sin embargo, los años pasaron y mi temor empezó y se fortaleció.
Había formado una familia y pensaba que por ahí tenía miedo a dejar a mis hijos sin su padre, pero lo cierto es que el pavór comenzó antes de que los críos hayan nacido.
Ellos no viajaban con nostros en esta oportunidad y se quedaron unos días con los abuelos.
El viaje era corto, de unas 3 horas de duración y el avión estaba lejos de estar lleno. Viajaríamos una semana para festejar nuestro décimo aniversario de casados.

-Las últimas cuatro filas están completamente vacías- Le dije a mi mujer al regresar del baño.
-Es temporada baja- Me respondió sin levantar la cabeza de la revista de crucigramas.
-¿Te ayudo?- Le pregunté ya sabiendo la respuesta.
-Ya lo terminé- Respondió.

Ella era una genio y muy culta. Poseedora de un doble título en ingeniería y un master en historia, era la persona más inteligente que conocí en mi vida y al día de hoy no se que hacía ella casada conmigo, un simple trabajador promedio sin sobresalir en ningún ámbito.
De pronto, un movimiento me hizo borrar mis derrotados pensamientos. El avión comenzó a temblar y mis manos lo siguieron. Mi cabeza se olcutó entre el pecho de mi mujer y se negaba a salir.
Ella, con mucho amor, me levantó la cabeza y me miró a los ojos.

-Amor, te podría dar una charla de mecánica de los fluídos y explicarte el principio de sustentación. También podría decirte como se podría volar en caso de perder los motores. También te podría dar las estadísticas de seguridad en vuelos en comparación con barcos y autos, pero lo mejor que te puedo decir es que mires a las azafatas.

Me señaló a las dos mujeres que movían un carrito de comidas y bebidas.

-¿Las ves?- Me preguntó.
-Por supuesto.
-¿Las ves preocupadas?

Ambas estaban con una sonrisa en sus rostros que no pude identificar si eran sinceras o automáticas. No obstante, ambas parecían estar en calma.

-No lo parecen- Respondí.
-Bueno. Cuando tengas miedo, miralas. Ellas tienen cientos de viajes realizados y conocen perfectamente los movimientos del avión. Si las ves y están en calma, entonces te podés realajar.
-¿Y si no las veo?

Mi mujer se quedó pensando.

-Si no las ves es una buena señal también.
-¿Cómo es eso?- Pregunté, levantando una ceja.
-Si no las ves es que deben de estar descansando y si están descansando es que está todo normal.
-¿Y cuando me debería preocupar?
-Cuando ellas estén preocupadas. Cuando las veas caminar rápido de una punta a la otra y cuando las veas mirar hacia los lados. ¿Está bien?
-Bueno- respondí.

Pero por dentro, el miedo se mantenía. Mi cabeza y mis sentidos estaban agudizados para escuchar y detectar cualquier anomalía. El miedo es así, irracional y no hay palabras que sirvan para reconfortarse, sino no sería miedo.

El vuelo prosiguió sin más problemas hasta que el capitán anunció que estábamos inciando el descenso.
El avión comenzó a moverse y temblar. La luz indicadora de la obligatoriedad del cinturón se seguridad se encendió.
La gente regresó apresurada a sus asientos y las azafatas comenzaron a moverse apresuradamente.
El avión se estaba moviendo cada vez más fuerte y mi temor se incrementaba.
Cerré los ojos y me apoyé sobre el pecho de mi mujer. Le apreté la mano izquierda muy fuerte.

-Tengo miedo- Le susurré.

El avión se movía más y más. Ya presentía como caerían las máscaras de oxígeno. Mi cabeza luchaba por recordar las instrucciones mientras que mis labios rezaban oraciones que nunca había recitado.

-Amor, debo confesarte algo.
-¿Ahora?- respondí con los ojos cerrados.
-Si. Ahora. Mirame.

Mi cabeza se negaba a abrir los ojos.

-Mirame- volvió a decir.

Abrí los ojos y la miré. El avión volvió a moverse y le apreté la mano con fuerza.

-¿Qué?- reproché.
-Amor. Debo decirte algo. Te lo estuve ocultando todo este tiempo, pero ahora que vamos a morir, te lo debo confesar.
-¿Qué?- volví a decir.
-Amor, en realidad yo no soy quien vos creés que soy. En realidad yo soy otra persona.
-¿Quién sos?- Le pregunté.

Ella miró por la ventana y no respondió.

-¿Quién sos?- Volví a preguntarle, levantando un poco la voz.

Ella volvió a mirar por la ventana y al cabo de unos segundos, respondió.

-Yo soy Superman y conmigo estarás protegido para siempre.

Habiendo dicho eso, el avión tocó suelo y comenzó a frenar. El aterrizaje estaba a punto de terminar.

Al sentir que estaba sobre el nivel del suelo, me calmé y regresé a mi sonrisa habitual.
En verdad ella era Superman.

Cuento de terror a la inversa

Lucas había salido de su casa en busca de algún sitio abierto para calmar su hambre. La hora era tarde y su panza rugía.
El trabajo le había demorado en demasía esta vez. La fecha límite para la entrega del informe es en pocas horas, durante la reunión del mediodía y debía regresar para acabarlo, pero primero necesitaba comer.
Era de madrugada y las calles estaban desiertas. Nadie, salvo él, caminaba, ningún auto se hacía presenta y solamente le acompañaba las luces de los semáforos y el ruido del viento.
En las primeras cuadras no tuvo éxito y decidió salir de la avenida y meterse entre las calles menos iluminadas.
La panza le volvía a rugir, tenía hambre y comería cualquier cosa.
Continuó su recorrido entre la oscuridad cuando su corazón dio un vuelco.
Creyó haber visto algo pasar por al lado suyo, pero al darse vuelta solo nadie estaba.
Lucas pensó que ya estaba delirando por el hambre. Delirando no tanto, pero si debilitado. Demasiado trabajo, demasiado esfuerzo, todo sin recompensas.
Una calle después volvió a tener la extraña sensación de que alguien le observaba.

-¿Hola?- preguntó pero nadie respondió.

«Debo de estar imaginando cosas» Pensó, sin embargo, a lo lejos, parado debajo del casi único poste de luz, se encontraba una persona de pie, cubierta por una gabardina.

La distancia que los separaba hacía que Lucas no pudiese distinguir bien al otro, pero algo dentro le dijo que debía alejarse de él.
Así lo hizo y emprendió su regreso a la avenida iluminada por la que comenzó su búsqueda, dejando atrás a la misteriosa figura.
Regresando a sus pensamientos hambrientos, pudo ver a lo lejos unas luces de una cafetería.
Apuró su paso pero al llegar a la esquina, la misteriosa figura en gabardina reapareció y ahora si pudo distinguirlo.
Era alguien extremadamente alto, con piernas tan largas como el cuerpo de un hombre adulto y brazos capaces de cubrir grandes distancias.
Algo raro había y Lucas comenzó a correr en dirección opuesta.
Estaba cansado y sin fuerzas, pero aquel ser le asustó.
Luego de tres calles sin parar, se detuvo a respirar cuando frente a él apareció el ser en gabardina y descrubrió su cara. No era humana, su boca era demasiado grande y al igual que sus dientes. Sus ojos negros y pequeños y sus enormes orejas completaban el rostro sin naríz.
Con un movimiento de su brazo, levantó a Lucas del suelo y lo sostuvo en el aire.
El monstruo sonrió, era una sonrisa desagradable y aterradora.
Levantando el otro brazo, reveló unas filosas garras y las alzó para que la luz le alcance e implante el miedo en la víctima. Las garras cortarían el cuello de Lucas y la criatura lo sabía y sonreía. Sin embargo, la sonrisa se borró cuando las garras se rompieron al contacto con el cuello de su víctima.
Lucas cayó al suelo y el monstruo escapó, estaba herido tanto física como orgullosamente.
Con sus largas piernas se metió entre las oscuras calles y en la más absoluta negrura se detuvo a examinar su herida, aunque no contó con que Lucas estaba allí mismo, a su lado, mirándolo fríamente.
El ente se sobresaltó y volvió a escapar, corriendo hasta perder el aliento por completo.
Aún así, no pudo escapar de su víctima que no le perdía el rastro.
Desesperado, levantó las garras de su otra mano y atacó, pero nuevamente estas se rompieron frente a la dura piel de Lucas.
El ser estaba desesperado, era la primera vez que le pasaba esto y su víctima se había convertido en su victimario. Era su fin y lo sabía.

Pobre ser, solamente quería comer. Nunca creyó que se encontraría con alguien peor que él, con una víctima con piel de acero y de gran velocidad.
Pobre monstruo, él también tenía hambre y nunca creyó que esta noche encontraría su final frente a un muchacho que de día era normal, pero cuando la situación lo ameritaba se convertía en el único super héroe conocido por la humanidad.