Archivo de la etiqueta: muerte

El águila romana

Cuenta la leyenda que el ejército romano conoció el miedo al  desembarcar en las extrañas y desconocidas costas de Británia.
Los rumores sobre el posible ataque a los druidas, poseedores de poderes mágicos, se habían extendido a lo largo y ancho de toda la república desde el momento en que Julio César anunció su intención de conquista en el norte.
Los soldados eran expertos en el combate convencional, en la guerra en espacios abiertos, lugares en donde podían desplegar su brillantes tácticas, pero la historia demostró una y otra vez que el ejército puede ser derrotado si el combate se hace en otras condiciones.
Anibal y sus hombres fueron prueba de ello durante más de una década. El general cartaginés puso de rodillas a la república Romana al entender las vulnerabilidades de sus protectores.
Mismo fue el caso del esclavo Espartaco, cuya ágil mente comprendió de primera instancia como se debía combatir contra el mayor ejército del mundo.

César había tenído una excepcional victoria en las galias y su objetivo era Roma. Quería poseerla, conquistarla, ser un dios entre los pobladores. Hambriento de fama y de poder, mantenía su mente fría y sus ojos fijos en su meta.
Roma no puede ser de un dueño porque la gente no lo aceptaría. Pero si obtenía el suficiente prestigio militar, si se convertía en el heredero de Alejandro Magno, el pueblo lo idolatraría y aceptaría ser comandado por él.
Debía seguir cosechando victorias, debía hacer que sus hazañas se cuenten en cada rincón de la república y para eso, debía ser aventurero, adentrarse a lo desconocido y traer las cabezas de los habitantes de los terrenos alejados y desconocidos.
En su mente solo un lugar se iluminaba, Britania.
Las historias de la magia de los druidas, habitantes de aquellas tierras, eran cuentos de miedo y terror. Seres con poderes sobrenaturales y poca tolerancia a los extranjeros eran los causantes de pesadillas de muchos ciudadanos romanos.
No se sabe quien o quienes introdujeron estos mitos, pero Britania siempre fue un lugar al que Italia nunca llegaría.

En el ejército están los armadores, comandantes, escuderos, legionarios, soldados, capitanes y su general al mando, todos y cada uno entrenados en el arte del combate militar y eran ampliamente disciplinados. Sin embargo, en cada legión había un hombre que no combatía, un hombre que era intocable por todos los ejércitos civilizados y aquel hombre era el portador del objeto más importante para los solados.
Ese hombre era el portador del estandarte, el portador del Águila dorada, símbolo de Roma. No luchaba y debía estar siempre en el frente de combate. Suicida era su misión pero casi nunca caía en la lucha. El Águila debía ser protegida a como de lugar y si se movía, los soldados debían seguirla, incluso si eso les traía la muerte. Aquel símbolo representaba el honor de cada soldado y el honor era para ellos más poderoso que la muerte.
A fe ciega debían proteger y sacrificarse por su símbolo. Perderlo significaba no solo la muerte, sino la humillación para los familiares en vida.
Sin embargo, al desembarcar en las costas de Británia, nadie, ni siquiera el portador del estandarte se animó a avanzar.
El aire era denso, la neblina abundaba y el sol estaba por siempre oculto, todo a causa de los poderes de los druidas.
El terreno era un bosque gigante y los árboles podían ser letales para los soldados acostumbrados a la lucha en campo abierto.
Julio César avanzó con su caballo pero ninguno de sus hombres le siguió. El miedo los dominaba.
A pesar de los gritos sus órdenes, gritos y golpes, no pudo hacer que sus filas marchasen y con esto, sus planes de conquista de Roma quedaban en el olvido.
Sin embargo, la genial mente del futuro tirano entró en acción y en un audáz movimiento, depuso su espada, tomó el lugar del portador del estandarte y marchó llevando el Águila dorada en sus manos.
El honor del soldado era mayor que el miedo a la muerte y apenas el estandarte se movió, los soldados lo siguieron para protegerlo.
César había entendido el poder de aquel símbolo, una fuerza más poderosa que el miedo y que el temor y lo aprovechaba para su propio beneficio. Los soldados seguirán al símbolo porque saben lo que representa y no lo dejarán solo en la batalla….

Hay pasado dos mil años desde ese momento y la historia nos ha demostrado una y otra vez las locuras que se hicieron por un estandarte.
La cruz cristiana, símbolo de incontables guerras y muertes a lo largo de nuestra historia es un ejemplo de ello. «Si matáis a un hereje, el cielo será vuestro» era un lema clásico durante los juicios en los tiempos de la inquisición en España.
La esvásticas nazis fueron otro gran símbolo bajo el cual millones de personas fueron asesinadas. Una deformación de un símbolo budista por siempre asociado a la extinción de incontables almas.
Un símbolo político, un escudo de club de fútbol, una marca de comidas, estandartes que se usan en una «guerra pacífica» por contról.
Dos mil años de historia manteniendo los mismos pensamientos.

Miedo y terror, una historia sin final feliz

-Te amo
-Te amo

Sabina y Telurio se despidieron. Tenían miedo, mucho miedo y lo peor es que no podían enfrentarlo solos. Separados por un cristal imposible de romper con sus manos desnudas, se limitaban a mirarse mientras que un hombre encapuchado estaba por asestar el golpe final.

Fue una fracción de segundo en el que Telurio rogó por su vida y la de su mujer y en el que su vida pasó frente a sus hijos. Su infancia, su adolescencia, su casamiento con Sabina, el nacimiento de sus hijos y la desgracia de perderlos frente a una enfermedad que no pudieron detectar ninguno de los dos médicos que los trataron. Los extrañaba mucho y por lo menos sabía que los volvería a ver.
Recordó el odio que sintió hacia los médicos responsables de afirmar que sus hijos estaban bien y darles el alta sin hacerles los estudios suficientes.
Ya los perdieron y ahora perdería a su mujer delante de sus ojos. Era mucho dolor contenido en un instante y quería que terminen rápido para volver reunirse con su familia.
El dolor al perder a sus hijos, el dolor de la impotencia al saber que se podrían haber salvado si los médicos no hubiesen sido arrogantes y el dolor de saber que su vida estaba a punto de acabar de la mano de un extraño sádico que buscaba su muerte como diversión, le hizo llorar.
Su cabeza volvió a la realidad solamente para evidenciar la muerte de su amada esposa.

-Es tu fin- dijo el encapuchado mientras que Telurio aspiraba el aire por última vez.

Todo comenzó hace escasas horas, luego de ser secuestrados mientras dormían.
Cuatro sujetos irrumpieron en su casa y los ataron de manos y pies.
Despertaron en una habitación, separadas por un inmenso cristal blindado y debieron soportar las torturas que los secuestradores les tenían planeadas. Mientras uno sufría, el otro miraba.
Sin embargo, el dolor más grande para ellos era el de no poder estar juntos, no poder abrazarse ni tocarse. Mucho menos besarse y enfrentar esto juntos.
maldijeron su mala suerte en la vida. Perder a sus hijos y ahora sufrir esta dura realidad.

-Todo ha terminado- dijo uno de los encapuchados.
-Por fin- dijo una mujer tras él.
-Estos malnacidos por fin están muertos, los hemos vengado.
-Si mi amor, los vengamos.

Lucrecia había perdido su alma desde aquella fatídica noche en que los cuerpos de sus hijos fueron encontrados sin vida.
Rómulo, su marido, dejó de creer en la justicia de los jueces y se reunió con Guillermina y Josefo, los padres de Romina y Tino, otros niños que murieron en las mismas circunstancias que los hijos de la otra pareja.
Misma metodología, secuestro, tortura y muerte para los dos varones y las dos mujeres.
El investigar los asesinatos de sus hijos los llevó a encontrarse y no accionar de la justicia los unió en busca del mayor propulsor del cuerpo, la venganza.
Contándose cada detalle de sus vidas, descubrieron un punto en común al recibir las amenazas de una misma pareja. Tanto Rómulo como Josefo los recordaban bien, una pareja que habían perdido a sus hijos y les recriminaban a ellos no haberlos atendido en su momento.

-Me acuerdo- dijo Rómulo. -Este hombre vino a la guardia con sus hijos, yo había discutido con mi mujer- hizo una pausa para mirar a Lucrecia- ¿recordás?

Su mujer asintió con la cabeza, recordando que aquella fue una pelea más que importante, con una amante involucrada.

-Estaba tan distraído que lo único que quería hacer era volver a casa y arreglar las cosas.

-¿Entonces no los revisaste?- indagó Guillermina.

Rómulo volteó a verla, indignado.

-Por supuesto que lo hice, mujer. Los revisé y estaban bien, no vi la necesidad de hacerle más estudios y les di el alta.

-¿Mataron a nuestros hijos porque no supiste hacer tu trabajo como corresponde?- dijo Josefo, encolerizado, levantando el puño en busca de un rostro que lo reciba.

-¿Y tú? Si ese fuese el caso tus hijos no tendrían nada que ver. Cuéntanos que hiciste, señor perfección- respondió Lucrecia.

-Yo no recuerdo haberlo atendido, pero si recuerdo que se presentó en mi despacho, amenazando mi vida. No lo recuerdo…¡Espera! Ya lo sé.

Josefo hizo una pausa, recordando aquel momento.

-Seguramente fue así. El día que falleció mi padre, no me permitieron salir del hospital y me escapé dejando en la guardia a un reemplazo con mi sello. Oh dios, no imaginé que por unas horas sucedería esto.

No pudiendo cambiar el pasado, los cuatro adultos decidieron investigar y en poco tiempo tenían tantas coincidencias que ya les resultaba bastante obvio que sus sospechosos sean los culpables de la muerte de sus hijos.

-Se desquitaron con nuestros hijos y ahora nosotros vamos a hacer lo mismo con ellos.

Entre los cuatro planearon poner fin a su despecho y actuar contra los responsables en libertad del asesinato de sus hijos, contra los asesinos Sabina y Telurio.

Inevitable

Maldito, maldito, maldito, maldito. No me quiero ir, no así. No es justo. Por favor no.

Maldito sea el conductor del camión que decidió cruzar, sin importarle quien pasaba pasaba frente a él.
Maldito sea el conductor del camión violó la luz de alto y que continuó su marcha cuando alguien cruzaba.
Maldita sea mi mala suerte que no pude reaccionar al ver a la mole casi encima mío. Me paralicé y vi mi vida pasar, en mi interior.

Mi esposa y mi niña preciosa, ¿qué harán ahora?. Mi mujer llorará desconsoladamente, no podré evitarlo. Probablemente me convertiré en una añoranza, una foto en su mesita de luz y una lágrima antes de dormir, pero me recordará y yo viviré por siempre en ella.
Pero mi pequeña, la luz de mi vida, que desde su nacimiento me alegró los días y me hizo gustarme mi trabajo solamente para poder comprarle cosas y mimarla. Ella es muy chica, es una niña que apenas gatea. No me recordará. Cuando sea mayor dirá que su padre se marchó cuando ella era muy chica y no tendrá recuerdos míos.
Mi amor, no puedo culparla, yo no puedo olvidar cuando nació, cada vez que le cambié los pañales, cuando dormía junto a su madre y a mi.
Desde que llegó, la relación con mi querida próxima flamante viuda mejoró como no creíamos que fuese posible.
Un embarazo lleno de mimos y caricias y un nacimiento lleno de alegría y puro amor. Hasta que nació, no nos pudimos imaginar los nuevos sentimientos que florecerían en nuestro interior.
La luz me ciega y evoca recuerdos de mi niñez. Mi triste y solitaria vida hasta la mayoría de edad. Mi primer amor, mi primera relación, mi primer trabajo y mi primer día lejos de la casa de mis padres. Mi Dios, ¿es esta mi vida? Simples recuerdos sombríos del crepúsculo de mi existencia.
¿Si he amado, he odiado y he experimentado los placeres de la vida? Entonces, por qué no nace el alba en mis recuerdos.

El ruido de la fricción del caucho me alerta y despierta mis pensamientos. El tan esperado amanecer se hizo presente en la forma de una mujer y de su pequeña compañera. Ahora toda la oscuridad se había alumbrado. Toda mi experiencia de vida iluminaba a mi esposa y a mi niña. Finalmente lo entendí, mi pasado me ayudó a ser quien soy y me empujan a seguir manteniendo encendida la luz de mis recuerdos y de mi vida, mi reina y mi princesa.
Deseo estar con ustedes y verlas crecer.

Maldito, maldito, maldito, maldito. No me quiero ir, no así. No es justo. Por favor no….

…quiero vivir.

Miedo

-Tengo miedo.
-No tengas miedo.

-Esto me da miedo. No lo puedo evitar.
-El miedo es útil. Úsalo.

-¿Qué el miedo es útil?. El miedo me da más miedo. ¿No lo entiendes?
-El miedo es un arma. Puedes llorar y esconderte. Pero tarde o temprano deberás enfrentarlo.

-¿Enfrentarlo?. No, yo no puedo. Todo esto me supera. El miedo me bloquea.
-Vamos. Arriba. El miedo está en tu cabeza. Debes actuar ya.

-Estoy paralizado. No puedo moverme. El miedo me afectó las piernas. Quiero que termine todo esto. Por favor.
-El miedo no se rinde tan fácilmente. ¿Piensas que con pedir que se termine todo esto se termina?. Sal y combate. Es tu oportunidad. No la desaproveches.

-¿Acaso no me escuchas?. Mis piernas están rígidas. Mis maños tiemblan. Mi cabeza está bloqueada. Mi sangre está demasiado fría. El miedo gana la batalla.
-Por favor, que pesimiste éres. ¿Te vas a dejar arrastrar por el miedo?. Puedes superarlo. Confío en tí. Éres valiente y gallardo. ¡Ánimo!.

-No, no puedo. Voy a ceder. Es más fuerte y poderoso. Yo soy solamente un mero mortal y el miedo es eterno. Hombres más valientes lo tuvieron. Vete tú y escapa. Yo me quedaré.
-¿Qué tonterías dices?. Estamos juntos en esto. No te dejaré por nada. Yo estoy aquí para ayudarte y no me moveré. Conmigo derrotarás al miedo. Conmigo serás libre y nunca estarás encerrado. Cree en mi.

-¿Qué crea en tí?. Si tú fuiste quien me metió en esto. Tú eres él causando de que mi mayor miedo se haya vuelto realidad. ¿Por qué sigues aquí?. Vete. Abandóname a mi suerte. Esta batalla está perdida. No puedo ganar.
-Por eso me quedaré aquí. Estaré a tu lado pase lo que pase. No me iré. Enfrentaré al miedo que tienes y daré mi vida por destruirlo. Pero necesito de tu ayuda. Necesito que ya reacciones y ayudes en la lucha. Dependemos de tí. Dependemos de tu fuerza y bravura.

-¿Mi bravura?- Confías mucho en mi. También confiaste al acompañarme. No es tu culpa sino la mía. Por mi estás metido en esto. Perdóname. Por eso te pido que te vayas y me dejes. Me enfrentaré sólo al miedo. ¡Vete!
-Ya te dije que no te dejaré. Estaré aquí por tí y aquí me quedaré así que deja de insistir. Estamos en esto juntos. Será tu miedo, pero ambos lo enfrentaremos. Escucha mis palabras. Siente mi amor. Se que puedes ganar. Pero, por favor, hazlo ya. No queda mucho tiempo.

-Realmente éres especial. Estás conmigo a pesar de donde nos puse. Frente a frente al miedo que siento y tú no te mueves de mi lado. Me das esperanzas. Puedo ver la luz. Si se puede. Puedo lograrlo. Por tí.
-Confía en tí mismo. Tienes un gran futuro, pero solo lo alcanzarás si aquí y ahora ganas la batalla contra el miedo. Éres capaz de muchas cosas. Lo sé porque te conozco desde hace años. Se lo que piensas y lo que sientes. Cree  en tí. Lucha. Lucha y ganarás.

-El miedo es poderoso. Pero yo puedo ganarle. Se que puedo. Ahora lo sé. Ahora que tu me hablas lo entiendo. Lo comprendo. Hay una fuerza más poderosa.
-¡Eso es! Por fin lo entiendes. Hay una fuerza más poderosa que el miedo. Por eso estoy aquí. Para ayudarte a encontrarla. Búsca en tu interior, en tu corazón. Encuéntrala.

-El amor. El amor vence al miedo. El amor de dos personas. El amor que compartimos. El amor puede ayudarnos. Ahora lo entiendo.
-Si, lo has entendido. Por eso estoy aquí contigo. Por eso no me fui. Es por amor y ante eso, el miedo queda indefenso. Ahora que lo sabes, lucha. Busca la victoria.

-Si, tienes razón. Yo puedo hacerlo. El miedo no me detendrá más. Debo superarlo. Debo hacerlo, por tí.
-Por mi y por ti. Por los dos. Por nosotros. Por nuestro presentete y por nuestro futuro. El miedo no debe ganar.

-Se que puedo hacerlo. Le ganaremos al miedo y triunfaremos. Por tí. Por mi.
-Por nosotros. Por nuestro amor. El miedo se irá. Vamos ya.

-Mis piernas se está moviendo. Mis manos reaccionan.- El miedo está perdiendo.
-Mantente así. Derrota al miedo. Demuéstrale quien manda.

-Es nuestro momento. El miedo retrocede.
-Apura que se nos quema el tiempo. Pon en raya al miedo.

-Le gané al miedo.
-Sabía que el miedo no te ganaría.

El auto arrancó. Su chasis aún chorreaba la fresca sangre de su víctima.
Las sirenas de la ley se aercaban. Debía superar el miedo y escapar. Era ahora o nunca.