La resaca griega

Lincoln era uno de esos abuelos felices con su vida. Era querido por grandes y pequeños y siempre tenía una historia para contar.

Vivía en una casa de reposo para gente mayor pero este lugar no era el típico hospedaje sino que se trataba de un establecimiento para «personas especiales», como ellos los llamaban.

«Personas especiales» era un eufemismo, una forma de llamar a los ancianos sin que estos se sientan como tales. Sin embargo, el nombre no estaba alejado de la realidad ya que todos los residentes poseían algo «especial», algo que los hacía dignos de admiración.

Para ser admitidos en la casa de reposo, se debían cumplir con dos condiciones: La primera es que debían de haber alcanzado la edad jubilatoria y la segunda consistía en algo que no se podía obtener tan facilmente.

Debían ser considerados «especiales» por el consejo directivo.

Para esto, el aspirante debía someterse a una entrevista que duraba, en su máxima extensión, todo el día, junto a los miembros más importantes del establecimiento y si era aprobado, debía someterse a una segunda instancia de menor duración, casi inmediata, con los 3 miembros más antigüos del lugar en los que ellos decidian si el aspirante era, ó no, «especial».

Lincoln era uno de estos 3. Aproximandose a los 80 años, estaba solo, sin familia. Sin embargo, siempre contaba con una sonrisa en su rostro y un cuento en su boca.

Sus historias se habían vuelto tan apasionantes que fueron propagadas por toda la ciudad en un abrir y cerrar de ojos, ganandose luego, el cariñoso mote de «abuelo».

Lincoln era frecuentado principalmente por jovenes adolecentes quienes acudían a él esperando escuchar, con ansias, una de las fabulosas historias, que siempre empezaban de la misma forma:

«Esta no es mi mejor historia, pero sucedió así…»

Con el pasar de los días, los meses y los años, se fue generando un gran misterio entre todos los fanaticos del «abuelo», intrigados por conocer su mejor historia.

El misterio fue creciendo hasta tal punto que un miércoles, día en que narraba sus aventuras, fue visitado por casi un centenar de personas, las cuales exigían, con cortesía, que se les contase esa gran anécdota.

Lincoln sonrió fuertemente. Había estado esperando con ansias que alguien se lo pida y ver a tanta gente a su alrededor, hizo que una lágrima cayera sobre su mejilla.

-Acompañenme al gran salón- Pidió y todos obedecieron.

En el gran salón entraron todas las personas, algo juntas y el «abuelo» se sentó delante de todas ellas y comenzó a hablar:

-Esta es mi mejor historia, y sucedió así:

«Habíamos despertado en un altar. La noche anterior la habíamos pasado celebrando la despedida de soltero de mi gran amigo Froli. Sin embargo, este no se encontraba allí. Rápidamente desperté a Toll y a Nio, quienes, por algún motivo que no conocíamos, amanecieron abrazados y ¡desnudos!.

-Toll, Nio, despierten malditos gandules-.

Toll bostezó profundamente, luchando contra esa orden. Pero al ver el cuerpo desnudo de su amigo, pegado al suyo, cambió de ídea y despertó mágicamente.

Nio reaccionó de la misma forma que su amigo al percatarse del rose de pieles.

-¿Donde estamos?- Preguntó Toll.

-No lo se- Respondí. -Además, no veo a Froli por ningún lado-.

Miramos a nuestro alrededor. Era un paisaje desolado y todo lo que había era el altar donde despertamos.

En este había unas letras grabadas en griego que decían ‘Bienvenidos a la Atlantida’….»

El relato del «abuelo» fue interrumpido por una pregunta de los presentes.

-¿Atlantida?- Inquirió.

-Así es- Repsondió el «abuelo» y continuó con su relato:

«Nosotros nos jactabamos de que habíamos conocido todo el mundo, pero habían ciertos lugares que nos eran prohibidos, como donde nos encontrabamos.

-¡TODO ES TÚ CULPA!- Gritó Nio, empujando a Toll con furia. -TÚ Y TU ESTÚPIDO VINO NOS PROVOCARON ESTO!-

Debí interceder y separarlos.

Habíamos tomado mucho vino la noche anterior, traido directamente de la reserva privada de Toll.

Finalmente logré poner orden y emprendimos rumbo a la ciudad que se veía a lo lejos.

-Froli llevaba una corona brillante- Dije y añadí -No nos debería costar mucho encontrarlo-.

Era una de las pocas cosas que recordaba sobre la noche anterior.

Froli la había encontrado en una máquina y le gustó tanto que se la quedó. El problema fue que al ponersela, la corona comenzó a brillar intensamente y fue imposible quitarsela.

Caminando por casi una hora, encontramos un pozo donde pudimos recoger agua.

El pozo era custodiado por 9 mujeres de gran belleza.

Toll se acercó a ellas, pero su olor a vino había sido suficiente para que sea rechazado.

Luego Nio lo intentó. Él tenía un don para las artes, en especial para el arte de la conquista y no sólo una, sino que las nueve cayeron rendidas a sus pies.

Nio les dijo que si tenian una lira, él les tocaría maravillosas canciones y a cambio, ellas le darían agua del pozo y les ayudarían a buscar a su amigo.

La menor de las 9 hermanas, llamada Calíope, fue corriendo a la tienda y extrajo de ella un pequeño instrumento musical y se lo entregó al seductor.

Nio comenzó a tocar y las hermosas mujeres cayeron rendidas a sus pies una vez más. Su don había funcionado.

Luego de preguntarle por nuestro amigo, una de ellas indicó que había visto una luz muy brillante en el centro de la ciudad.

Nos dirigimos hacía allí. Algunas personas nos miraban mal, aunque no podíamos recordar que les habíamos hecho.

Había mucha agua en las calles, aunque no nos pareció que había llovido la noche anterior.

Llegando a la ciudad, pudimos ver una muy brillante luz, no muy lejos de nosotros.

Sabíamos que esa era la corona de Frodi y continuamos nuestro rumbo.

Una vez en destino, notamos que la luz provenía de una alcantarilla.

Nuevamente hice uso de mi gran fuerza y nos adentramos. No eramos de tener miedo.

Al sacar la tapa, decendimos por una escalera subterranea que desembocó en una serie de túneles bajo tierra.

Eventualmente la luz nos guió hasta un enorme lugar, nuestro destino final.

Allí estaba Froli. Atado de pies y cabeza con gruesas cadenas. Imposibles de romper para la mayoría, pero no para mí.

Mi poder de antaño era realmente insuperable y esas cadenas fueron un juego de niños.

Pero de lo que no me había percatado era que Froli no solo estaba atado, sino que sobre él reposaba un artefacto que aprovechaba el brillo de su corona para hacer funcionar un gran sistema mecánico que escupía fragmentos de un metal desconocido para ellos.

Decidí romper las cadenas y salvarlo, pero al hacerlo todo comenzó a temblar.

Salimos rápidamente, cargando a Froli en mi espalda.

En la superficie, el caos había surgido. Los temblores habían destruido gran parte de las casas y el agua comenzó a tomar las calles.

Trozos del metal desconocido habían sido arrastrados.

 

Finalmente habíamos comprendido lo que pasó.

Nuestro amigo había sido raptado para servir de herramienta para la supervivencia del lugar y al sacarlo, causamos su destrucción.

La corona producía el metal desconocido que era usado como barrera para contener al agua que ahora inundaba las calles.

Sin poder impdedirlo, al final se hundió. Su reino, la joya de mi tío se perdió en el basto cuerpo del titán, en el océano hoy conocido cómo Atlántico….»

El «abuelo» hizo una pausa que fue aprovechada por uno de los presentes.

-¿¡Acaso dices que fuiste tú quien hundió la Atlantida!?- Preguntó riendo.

Dudando en cómo responder, optó simplemente con asentir con la cabeza señalando hacía un pequeño atríl donde estaba apoyada una fotografía.

La ímagen fue pasando mano por mano y todos pudieron ver al «abuelo» en su juventud, junto a sus 3 amigos, posando alegremente frente a una estatua del gran Poseidón sosteniendo en sus manos un metal brilloso, un oricalco.

-Así es…Fuimos nosotros- Respondió.

Los rumores comenzaron a fluir hasta que uno se animó a preguntar, aunque titubeando.

-Entonces…¿tú eres un…un dios? ¿Eres Her…?- El inquisidor tragó saliba.

El «abuelo» suspiro largamente. Fue un suspiro de alivio.

-Así es, queridos amigos. Y ahora, por fin, nos despedimos-.

Una fuerte luz blanca iluminó el gran salón, cegando temporalmente a todos los presentes. Y al recobrar la vista, descubrieron que el narrador, el anciano, el dios, ya no se encontraba allí.

Es más, se encontraron solos en todo el recinto.

Finalmente los dioses pudieron descansar.

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