José, el gran libertador

Me consideran un prodigio en el arte de la guerra. Una profesión obsoleta en el siglo veintiuno, pero que en cualquier momento puede llegar a ser de utilidad nuevamente.
Mis notas resaltaban y mis aportes eran tenidos en cuenta. La estrategia era un juego de niños para mi y en cada juego, prueba o simulador al que me enfrentaba, rompía todas las marcas establecidas.
Desarrollé teorías de planes de defensa para ejércitos con poco armamento y mucho espacio para defender, como el de mi patria y creo que fue a causa de esto que recibí una carta del gobierno de los Estados Unidos para realizar una capacitación con ellos.
La idea de aprender del mejor ejército del mundo, de los mejores estrategas y conocer las mejores tácticas me ilusionó a tal punto que creía que me convertiría en un super espía y que conocería los más oscuros secretos de la humanidad.
Exageraba, lo sé, pero estaba muy emocionado al pensar que el país más poderoso me buscaba a mi, a un simple poblador de las llanuras pampeanas.
Debía viajar en dos meses luego de superar un curso intensivo de inglés, pagado por ellos, ya que las capacitación se daría en ese idioma.
La base militar a la que llegué era todo con lo que soñaba. Un gran castillo en medio de un gran predio lleno de hangares y armamento. Militares por doquier y uniformes con estrellas y bordados. Cuantas cosas deseaba aprender y cuantas ganas tuve de conocer sus secretos militares. Sin embargo, nada me había preparado para lo que escuché en la primera de las clases a las que asistí.

-Estás preparado- me dijo Luque, un compañero de clase y creo que el único que hablaba castellano como yo.

-Si- le respondí, emocionado. -Aprenderemos sus tácticas y secretos.

Nos estrechamos fuertemente la mano, ambos compartíamos la misma emoción.

Luego ingresó el instructor. Se trataba de un hombre entrado en años y con una cara dura sin ganas de sonreir. Se trataba de un general retirado del ejército yanqui y llevaba puesto un uniforme con varias condecoraciones que le daban aires de grandeza.
Mantuvimos el silencio para escuchar atentamente la clase (y porque el inglés no era nuestro fuerte).

«José de San Martín. Criollo y libertador en sudámerica, fue el mayor estratega de su siglo. Contemporáneo al legendario Napoleón Bonaparte, este hombre desconocido para nosotros, mantenía ideales forjados con fuego, ideales de libertad como los de nuestros padres fundadores. Un hombre de cuyas estrategias en el campo de batalla permitieron la liberación de manos españolas de un terreno de mayor extensión que el nuestro y con menor cantidad de población y de armas.
El mismo Napoleón aprovechó el avance de San Martín para poder atacar y conquistar España. Conociendo la intención del general francés, el argentino movió las piezas de su ajedréz para actuar en su tierra natal cuando los españoles y los franceses estuvieran en guerra.
No hablaremos sobre historia, sino sobre los planes de este caudillo, sobre como utilizó a Napoleón y a los ingleses para su propio beneficio, sobre como atravesó la cordillera más dificil de cruzar a pie para ayudar a sus vecinos y de como recorrió miles de kilómetros al frente de su ejército para continuar expulsando a los españoles y darles libertad a cada pueblo.
Dejaremos de lado la historia y la política para adentrarnos en las proezas del mayor estratega de su siglo y probablemente, de la historia, Don José Francisco de San Martín.»

Luque y yo nos miramos. Eramos los únicos latinos. Él siendo peruano y yo argentino eramos los que más conocíamos sobre las hazañas de nuestro libertador. Habíamos viajado tanto para conocer los secretos militares de esta superpotencia y terminamos repasando lo mismo que aprendí de chico, en mi pampa nativa, en el culo del mundo.

«EL SECRETO DEL MÁS GRANDE ES APRENDER DEL MÁS PEQUEÑO»

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