Todo perdido

¿Cómo te sentirías si de la noche a la mañana lo perdieras todo?
Imposible de describirlo, ¿no es cierto?. Solamente los que pasamos por esta indescriptible situación lo sabemos.

Un vacío y la eterna pregunta del “¿por qué a mi?” es lo que nos queda.
“Si siempre fui bueno y siempre ayudé a quién me lo pidió. ¿Qué hice mal?” Nos replanteamos segundo a segundo.

El perderlo todo simboliza el fin de uno. Desde el punto en que sucede la desgracia es que nos transformamos en otro ser, mutamos de personalidad para nunca regresar a quienes éramos.
“Se terminó el bueno y boludo que era” y por un unos instantes, que varían según cada uno, nos volvemos malintencionados, con ánimos de ver al mundo arder, en especial a quienes nos sometieron.

Vivir esos momentos es como ver una película de tu vida con un actor que se te parece pero que no éres.
Si pudiéramos mirarnos desde otro momento, criticaríamos el accionar de nuestro otro yo, pero el precenciar el instante del declive de tu vida te transforma y nadie lo puede puede frenar.
Depende de uno mismo poner un alto a la calentura, al accionar rápido y temerario. No todos podemos controlarnos en esos momentos y algunos terminan siendo víctimas de sus actos, a pesar de que el verdadero culpable de todo esté suelto y riéndose de la situación desde la comodidad de su guarida.

Nos replanteamos una y otra vez lo sucedido y buscamos la forma de culparnos por no haber previsto la situación. Pero coño, ¡No es nuestra culpa!
Me es inentendible el por qué mi cerebro quiere hacerme sentir a mí como el culpable. Porque no lo previne, era evidente que iba a suceder.
¡NO! Eso no debe ser así. Calla cerebro que aquí solo vale el corazón.
Si no lo planteamos antes era porque no nos veíamos en la necesidad de hacerlo. Nadie vive pensando en que le van a suceder las más viles desgracias. Nadie cuerdo realmente.

“Pero, deberías haberlo previsto, fuiste muy descuidado, vos no sos tonto, conocés la situación del país.” Te pueden decir, haciéndo objeto al cuestionamiento anterior que, porque no lo previne, es mi culpa que haya sucedido.
No señores, no es así. No es mi culpa, es culpa del hijo de puta que nos arruinó la vida. Basta pretender desligar la culpa. La responsabilidad del acto es cien por ciento del que lo comete y es en ese instante en que otros conocidos se suman a la disputa. No somos los culpables de lo sucedido, porque nunca debió suceder. Pero la gente no lo entiende y pretende hacerte cargar con culpa. «Yo nunca haría lo que tú hisiste», «Yo no soy tan descuidado», «Fuiste un estúpido al no haber tomado precauciones». ¿suena familiar?
Pretender ofuscar la culpa del mal nacido. «Y si, es obvio. Si lo hacías así invitabas a que te pase». Comentarios llenos de veneno que no hacen más que lastimar.

Acá aprendemos realmente a valorar a las personas que importan.
Aquellas que te apoyan el hombro, te escuchan y te dan la mano para que te levantes, emergen ante nuestros ojos y las que cuestionan tus métodos a todas voces y te usan como centro de novedades para chismes, comienzan a desaparecer de nuestro entorno.
En este punto podemos llegar a quedarnos solos. Pero lo vale. Darte cuenta de a quienes les importamos es una de las pocas cosas positivas que se puede sacar. Separar a quienes les importás y a quienes te utilizan como objeto de labia y conversación para aumentar su popularidad, es indispensable para seguir con nuestro futuro.
Está claro que estas personas posiblemente piensen que actuamos mal y debimos ser más precavidos, pero no lo expresan, retienen y callan esos pensamientos para solamente ponernos el colchón y amortiguar la caída.
Familiares, en mi caso. Amigos nada, solamente fui centro de chismes entre sus conocidos. Personas a las que consideré tan cercanas como un hermano solamente hicieron eco del asunto para tener la exclusiva ante otros. Esto demostró que les es más importante pasar la novedad que brindar una mano.
Solamente falsedades por parte de estos. Ni una visita, ni una palabra de apoyo, como si se tratara de un tema menor y distante. Les puedo asegurar que prontamente desaparecerán de mi lista, aunque me quede solo. Ni un simple mensaje preguntando en que podían ayudar o colaborar, ni una vez ofrecidos para visitarme. No entendiendo la gravedad del asunto y que al día siguiente pretendan dar charla simple pretendiendo que escuchemos sus problemas me hizo replantear todo. Desagradecidos.

Por otro lado, aparecieron los verdaderamente incondicionales, que estuvieron y están siempre presentes y siempre atentos para ayudar.
Dejando de lado sus vidas y sus compromisos, se dedican casi de lleno a la tarea de reconstruir nuestras vidas sin pedir nada más a cambio de el simple hecho de que dejemos de llorar. Gente que merece el cielo, que te dan su colchón para que no duermas en el suelo, sin tener segundas intenciones.
Soy afortunado al tenerlos, aunque no sea eterno.
A pesar de todo, este es un camino que debemos superar nosotros solos y nadie más, por más cercano que sea, jamás entenderá lo que sentimos y callamos.

“Debés ser fuerte, por tu familia” y “Salvo la salúd, todo se recupera” son las frases de cabecera.
Frases entendibles, pero que en ese momento no surten efecto.
¿Por qué debo ver lo positivo en esto? ¿Por qué simplemente no me dicen que todo es una mierda y nada más? Supongo que para que no haya silencio.
No necesito que me digan que debo ser fuerte por mi familia. Veo a mi hijo pequeño y por él haría hasta lo imposible. Sin embargo, cada vez que lo veo me desarmo. Me destruyo por dentro.

Debo ser fuerte por fuera, pero…¿quién me cuida por dentro?
Yo también soy una persona con sentimientos y por ahí no puedo afrontar esto solo. Soy el hombre, el que debe de poner el pecho a todo. ¿Por qué debo endurecerme si no quería hacerlo? ¿Por qué no hay nadie que me cuide a mí?
La respuesta, en mi caso, es sencilla. Mi pequeño hijo que me alegró la vida desde que nació y lo hace cada día en que lo veo sonreir.

Por un hijo todo se puede.

 

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