El emperador

-No existía gobernante tan temido como el emperador- Comenzó a relatar Ges.

Lili, su hija, escuchaba atenta el relato. Sus ojos estaban centrados en los de su padre, mientras que su cerebro, aguardaba impaciente para comenzar a imaginar la historia.

«La gente caminaba con miedo, pues el emperador era de temer. Sus leyes no se podían Desobedecer y si alguien  le hacía enojar, los magos del emperador lo hacían desaparecer.
Poco a poco la gente se fue acostumbrando a vivir encerrada. Los niños ya no jugaban en las calles y hasta el sol temía salir por el horizonte.
Con ayuda de sus magos, reclamó el reino para si y se autonombró emperador.»

Lili interrumpió el relato.

-¿Por qué lo hizo?- Preguntó.

Su padre, cerró el libro que tenía en sus manos y gentilmente le respondió.

-Porque en este mundo hay gente buena que sufre a causa de la gente mala porque la gente es buena y lo permite.

Lili, de escasos 7 años de edad, luchaba por entender las palabras de su padre.

-Lili, lo que quiero decir es que hay gente buena, que ayuda a los demás y gente mala, que solamente quiere hacer daño.

-¿Por qué lo hacen?- Preguntó la niña.

Ges de detuvo un a pensar la respuesta, hasta que finalmente habló.

-Porque la gente mala piensa que hacer cosas malas es lo correcto. En otras palabras, los malos se creen buenos.

Su hija volvió a hacer fuerza pensando.

-¿Y por qué se creen buenos?- Preguntó.

Habiendo entrado en el bucle infinito de los ¿por qué?, debía buscar una respuesta que su hija pudiera entender.

-Porque son loquitos- Respondió. -Entonces, Lili, ¿tú serás una buena persona?.

La pequeña miró a su padre y le sonrió.

-Por supuesto, papá. Yo no soy loquita.

Ambos echaron a reir, permitiendo que el padre continue la historia.
«Al emperador se le ocurrían leyes muy absurdas. Un día se levantó se su cama y se resbaló con la alfombra que tenía, lastimándose la cara. Luego de esto, prohibió que la gente tenga alfombras y los comerciantes tengan alfombras en sus negocios. Fue un mal momento para los pobres costureros de alfombras que debieron buscar otro oficio.
La gente fue sufriendo muchas leyes tontas, por temor a los magos amigos del emperador.
Los magos eran unas personas grandes y gordas, con mucha panza. Pero su apariencia era un engaño, en realidad eran personas temibles que podían hacer desaparecer a todo aquel a quien quisieran. Además, sus poderes permitían lograr que el rey pudiera hacer lo que quisiera.
Poco a poco la gente del reino se fue acostumbrando, hasta que finalmente pasó algo que no pudo ser controlado por sus magos.
El emperador había ordenado que nadie pudiera tener hijos sin su consentimiento y, naturalmente, nadie lo tenía.
Los magos le dijeron al gobernante que un joven intrépido y audaz, podría destronarlo y quitarle todo lo que tenía y como era de esperarse, el rey temió por los dichos de sus ayudantes y prohibió que las personas tengan hijos.»

Ges, detuvo la historia. Su hija luchaba por quedarse despierta, pero poco a poco el sueño le ganaba la batalla. Luego le sonrió y prosiguió.

«La prohibición fue casi cumplida y muy pocas personas tenían hijos y los pequeños que nacían, debían permanecer ocultos de los ojos vigilantes de los magos.
El tiempo pasó hasta que finalmente un valiente y joven guerrero se enfrentó al emperador.

-Vengo a recuperar el reino para el pueblo.- Dijo, con una fuerte convicción.

Poco a poco, el valiente guerrero fue reclutando gente para emprender la batalla por el reino y al cabo de muy poco tiempo, ya poseía un pequeño ejercito lleno de fuego en sus ojos.

Por primera vez en mucho tiempo, el emperador temió por su vida y, descuidado, ordenó a sus ayudantes que hicieran desaparecer al rebelde.
Sin embargo, el joven era inmune a la magia y en una intensa batalla, los magos fueron derrotados, quedando el rey sólo, sin amigos.
El joven había vencido y el viejo tuvo que huir para nunca regresar…»

 

Ges detuvo su historia.
Lili se había quedado dormida desde hacía un largo rato.
Al verla, no pudo evitar soltar una lágrima de alegría.

-Todo esto te lo debo a tí, papá- Susurró, para no despertarla.

Luego se levantó, cubrió a su hija con la frazada y le dió un tierno beso en la frente.

-Buenas noches, princesa- Le dijo, mientras apagaba la luz de la habitación.

Mirando al dario de su padre, una nueva lágrima se desprendió de su ojo.

«Buenas noches, papí» Pensó, mientras se acostaba a descansar.

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