Archivo por meses: mayo 2019

Por una Argentina con Mayores Integrados

«Estoy pasando uno de los momentos más difíciles de mi vida, la fundación tiene graves problemas financieros. En este último tiempo me he transformado en un mendigo. Mi tarea es llamar, llamar y golpear puertas para recaudar algún dinero que nos permita seguir.»

 Maldita y eterna corrupción que nos controla y gobierna.
¿Principios y moral? Olvidate. Si no podés, preparate a ser pisoteado, basureado y olvidado en un rincón junto a la antiguedad regalada por un familiar al que ya nunca ves.El doctor podrá tener su historia negra, pero no cabe duda que su moral le costó la vida. Un Argentino merecedor de poseer ese título, si se tomara en cuenta el pasado y no el presente de nuestra patria, cuando ser argento era sinónimo de progreso, de ideales, de libertad, de pátria, de ética, de moral y se superación. Adjetivos ya perdidos desde el inicio de la corrupción.Maldita y eterna corrupción que nos controla y nos gobierna, en donde cambiar las cosas es una invitación a perder la vida.
¿Atraverse a cambiar las cosas? Imposible sin sangre. La corrupción corrompe. El ansia de poder es una discapacidad, una enfermedad mental que afecta a la mayoría de la población mundial, más aún a la Argentina, la tierra más próspera jamas encontrada.
Con una capacidad casi milagrosa de recuperarnos de las crísis, el argentino debe conformarse con ser solo una sombra de lo que podría ser en el primer mundo. Alejados del mundo, pero poseedores de tierras en donde una lágrima cae y nace un árbol de llantos.Eternizarse es un juego en el poder, siempre de la mano de la maldita hipocrecía, útil para generar confianza.
«Si no estoy yo, nadie los va a defender» Discurso clásico de cualquier gremialista adicto a la soberbia, discapacidad que hablaba nuestro otro gran argentino.
Competir por títulos deportivos es el equivalente entre los clubes a competir por quien tiene más años a cargo de un gremio. Veinte, treinta títulos contra veinte y treinta años al mando.
¿Absurdo? Si, para el ser pensante, aunque no hay nada de humor en eso. El humor pensante se lo quedan los propios orquestadores de semejante puesta en escena que se rién de los pobres parásitos como nosotros que sentimos culpa al gastar nuestro sudor.¿Se puede resistir?
Nuestro médico no pudo. No formar parte de la cúpula podrida fue más que él y sus sueños se vieron ofuscados por las deudas. Eso hizo que se arrepintiera de habernos elegido como lugar para ejercer. Lógico.¿Extinción? Imposible. A menos de que se esté dispuesto a vivir con las manos rojas.
«Si total, no vivo mal. Podría ser peor» Es mi discurso conformista de siempre. Incluso siento culpa al pensarlo, sin entender, salvo cuando lo tecleo, que se puede ser mejor, incluso con sangre en el cuerpo.
Nadie se animaría. La historia es dura y el presente es sensible. Dictador, nazi y fascista son palabras utilizadas de primera y actuar bajo las sombras es algo que hacen los adictos al poder. Julio César, Claudio, Nerón e incluso el propio Marco Aurelio lo sufrieron, sin embargo, en su época la sangre no era pecado.
Los que nos movemos con ética no podemos cargar con el peso de esas responsabilidades, responsabilidades que nunca cargan los jefes de las mafias.Que poco agradecidos somos con los que -literalmente- dieron su vida por el pais y sin embargo, el más popular es el más recordado. Por que será que nuestros dos argentinos más grandes son recordados más en Estados Unidos que en sus propias casas. Y por qué la ética y moral se interponen en el camino de mover la basura al contenedor y dejar limpia la calle. 


Qui…lo…sa…
Es la frase que utilizo en estos casos.
Qui…lo…sa… ¿Quién lo sabrá?

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El águila romana

Cuenta la leyenda que el ejército romano conoció el miedo al  desembarcar en las extrañas y desconocidas costas de Británia.
Los rumores sobre el posible ataque a los druidas, poseedores de poderes mágicos, se habían extendido a lo largo y ancho de toda la república desde el momento en que Julio César anunció su intención de conquista en el norte.
Los soldados eran expertos en el combate convencional, en la guerra en espacios abiertos, lugares en donde podían desplegar su brillantes tácticas, pero la historia demostró una y otra vez que el ejército puede ser derrotado si el combate se hace en otras condiciones.
Anibal y sus hombres fueron prueba de ello durante más de una década. El general cartaginés puso de rodillas a la república Romana al entender las vulnerabilidades de sus protectores.
Mismo fue el caso del esclavo Espartaco, cuya ágil mente comprendió de primera instancia como se debía combatir contra el mayor ejército del mundo.

César había tenído una excepcional victoria en las galias y su objetivo era Roma. Quería poseerla, conquistarla, ser un dios entre los pobladores. Hambriento de fama y de poder, mantenía su mente fría y sus ojos fijos en su meta.
Roma no puede ser de un dueño porque la gente no lo aceptaría. Pero si obtenía el suficiente prestigio militar, si se convertía en el heredero de Alejandro Magno, el pueblo lo idolatraría y aceptaría ser comandado por él.
Debía seguir cosechando victorias, debía hacer que sus hazañas se cuenten en cada rincón de la república y para eso, debía ser aventurero, adentrarse a lo desconocido y traer las cabezas de los habitantes de los terrenos alejados y desconocidos.
En su mente solo un lugar se iluminaba, Britania.
Las historias de la magia de los druidas, habitantes de aquellas tierras, eran cuentos de miedo y terror. Seres con poderes sobrenaturales y poca tolerancia a los extranjeros eran los causantes de pesadillas de muchos ciudadanos romanos.
No se sabe quien o quienes introdujeron estos mitos, pero Britania siempre fue un lugar al que Italia nunca llegaría.

En el ejército están los armadores, comandantes, escuderos, legionarios, soldados, capitanes y su general al mando, todos y cada uno entrenados en el arte del combate militar y eran ampliamente disciplinados. Sin embargo, en cada legión había un hombre que no combatía, un hombre que era intocable por todos los ejércitos civilizados y aquel hombre era el portador del objeto más importante para los solados.
Ese hombre era el portador del estandarte, el portador del Águila dorada, símbolo de Roma. No luchaba y debía estar siempre en el frente de combate. Suicida era su misión pero casi nunca caía en la lucha. El Águila debía ser protegida a como de lugar y si se movía, los soldados debían seguirla, incluso si eso les traía la muerte. Aquel símbolo representaba el honor de cada soldado y el honor era para ellos más poderoso que la muerte.
A fe ciega debían proteger y sacrificarse por su símbolo. Perderlo significaba no solo la muerte, sino la humillación para los familiares en vida.
Sin embargo, al desembarcar en las costas de Británia, nadie, ni siquiera el portador del estandarte se animó a avanzar.
El aire era denso, la neblina abundaba y el sol estaba por siempre oculto, todo a causa de los poderes de los druidas.
El terreno era un bosque gigante y los árboles podían ser letales para los soldados acostumbrados a la lucha en campo abierto.
Julio César avanzó con su caballo pero ninguno de sus hombres le siguió. El miedo los dominaba.
A pesar de los gritos sus órdenes, gritos y golpes, no pudo hacer que sus filas marchasen y con esto, sus planes de conquista de Roma quedaban en el olvido.
Sin embargo, la genial mente del futuro tirano entró en acción y en un audáz movimiento, depuso su espada, tomó el lugar del portador del estandarte y marchó llevando el Águila dorada en sus manos.
El honor del soldado era mayor que el miedo a la muerte y apenas el estandarte se movió, los soldados lo siguieron para protegerlo.
César había entendido el poder de aquel símbolo, una fuerza más poderosa que el miedo y que el temor y lo aprovechaba para su propio beneficio. Los soldados seguirán al símbolo porque saben lo que representa y no lo dejarán solo en la batalla….

Hay pasado dos mil años desde ese momento y la historia nos ha demostrado una y otra vez las locuras que se hicieron por un estandarte.
La cruz cristiana, símbolo de incontables guerras y muertes a lo largo de nuestra historia es un ejemplo de ello. «Si matáis a un hereje, el cielo será vuestro» era un lema clásico durante los juicios en los tiempos de la inquisición en España.
La esvásticas nazis fueron otro gran símbolo bajo el cual millones de personas fueron asesinadas. Una deformación de un símbolo budista por siempre asociado a la extinción de incontables almas.
Un símbolo político, un escudo de club de fútbol, una marca de comidas, estandartes que se usan en una «guerra pacífica» por contról.
Dos mil años de historia manteniendo los mismos pensamientos.

Problemas en las puertas del cielo

-De ninguna manera, usted no puede entrar aquí.

De lejos presenciaba la discución entre la ánima y el cuidador de la entrada al cielo.
San Pedro, retirado hace poco tiempo, dejó a un reemplazo sin entrenamiento a cargo de juzgar las almas y dictamiar quien entraría al reino de Dios y quien era rechazado.

-Su corazón pesa más que la pluma de la verdad así que usted no puede entrar -repetía una y otra vez el flamante celador.

-Pero si todo lo que hice en vida fue ayudar a todos los que pude.

-No para la pluma en la balanza.

En mi mente no podía entender como aquel hombre no ingresaba al cielo, con honores. Un hombre con un corazón magnánimo y cuya historia es sobrecogedora. Su alma llevaba una carga muy grande al ser él quién debió poner fin a la vida de su único hijo para que no sufra más. Esa pena es la que le hacía perder el equilibrio en la balanza de Osiris.
Pero ahora todo es más burocrático. El nuevo empleado no es como San Pedro, no lee las historias de vida ni ve los resúmenes que yo preparo con basto esfuerzo.
Aquel hombre hizo todo bien y la entrada al cielo se le negaba por un trabajador que no quiere trabajar, que quiere cumplir su horario e irse, por un robot que hace el mínimo esfuerzo. «Si la balanza dice que no, entonces es que no.» repetía una y otra vez en su discurso. Es sabído que la balanza no es perfecta y la desición final debe ser arbitrada con la historia de vida y con el resumen que yo preparo, como lo hacía San Pedro.
Pero no, pusieron a un parásito al frente de una de las tareas más importantes y a mi me mantienen en este mísero empleo porque «soy demasiado bueno» para cambiarme de puesto.
Trabas, burocracia, mucha frustración y contactos.

-Por favor, quiero ver a mi hijo. Revise mi alma y verá que solamente hay bondad.

El nuevo empleado se miraba las uñas, haciendo caso omiso del pedido del hombre.

-No, la balanza dice que no. ADIOS.

Al mirar todo, solamente podía pensar que en lo maldito que era el nuevo. ¿Por qué le dieron ese trabajo a alguien que no piensa? Era un caso del síndrome de Homero Simpson y me hervía la sangre.
San Pedro se había retirado y ya no le interesaba nada relacionado a este trabajo ni al futuro de las ánimas. Lo había hecho duante miles de años y por fin se daba un descanso. No podía culparlo por hacerlo, pero debío aleccionar a su seguidor. Las cosas estaban cambiando para mal y yo solo podía mirar y callar. Quería meterme e interceder a favor del hombre pero no me harían caso.
Se que no me lo tengo que tomar personal, que esto es un trabajo, pero es un trabajo que requiere tacto, requiere sentimientos, requiere empatía y sobre todo, requiere poseer aún tu alma…

—- o—-

¿Cuantas veces lo vemos en nuestros trabajos? Miramos el poco esfuerzo que nuestro compañero hace por el bien común mientras que nosotros nos sacrificamo» para mejorar nuestro sitio de trabajo y ser recompensados.
Tirar para adelante, remar junto a tus colegas, avanzar y crecer son definiciones que no entran en la cabeza de algunos, sin embargo los vemos progresar o los vemos tener más suerte que nosotros.
¿Por qué sucede esto? ¿Acaso es culpa de los que nos esforzamos? ¿Acaso los otros viven de nuestros logros? ¿Estamos mal los que intentamos mejorar nuestros trabajos y los lugares en donde nos emplearon?
Si me contrataron es porque confían en mi. ¿No debería responder con dedicación y sacrificio o acaso debería asumir que si me contrataron es porque me necesitan y deberían agradecer todo lo que hago aunque sea poco y nada?

¿Deberían dejar de importarme las cosas?