Una historia sin sentido

El cielo se abrió y la Luna quedó al descubierto. Una piedra lanzada desde una gomera le había producido una hendidura y ahora la grieta se hacía cada vez mayor.
Poco tiempo pudo aguantar y la herida terminó por matarle. El hoyo producido se fue extendiendo y el contenido que rellenaba la roca blanca se vertió sobre el planeta.

En la Tierra, la gente brillaba con distintos colores, cada uno reflejando sus sentimientos.
Pero, al mirar al cielo, todas cambiaron y se mantuvieron en dos colores, el del miedo y el de la preocupación.

La gente corrió en una vorágine extrema. Era un mar de luces naranjas que se movían por doquier, intentando escapar de su destino. De negras a naranjas fueron alternando, produciendo un espectáculo hermoso visto desde el espacio.

La Luna se seguía vaciando, su líquido blanco, espeso e inodoro caía en forma de catarata a la tierra y cubría el suelo deborando todo a su paso.
Sin embargo, al ser tragadas por el contenido del satélite, las luces cambiaron de color de negro o naranja a un blanco más brillante que el propio medio donde se encontraban.
Sorprendidos porque sus luces no se habían apagado, estaban como flotando en aquella sustancia. Podían ver y respirar dentro de ella y para moverse debían nadar, pero si no lo hacían, no se hundían.
Algunas personas cambiaron su luz y comenzaron a brillar con un tono amarillento que nunca habían experimentado. Al tener ese tono, sus cuerpos descendieron al suelo y pudieron moverse libremente.
No pasó mucho hasta que entedieron lo que sucedía. El Sol, al observar la situación, se mutiló para que parte de su escencia caiga a la Tierra y salve a las personas.
El Sol se fue apagando poco a poco, a medida que la Tierra volvía a la normalidad.
Muchos perecieron, incluyendo aquel que provocó la herida a la Luna.

El maná del astro fue desaparecieron hasta que la estrella perdió todo su color. Sin embargo, no se perdió, sino que pasó a todos los humanos del planeta que ahora brillaban la intensidad del Sol.
Los hermanos habían desaparecido físicamente, pero sus escencias se fusionaron con las almas de los supervivientes.
Cada uno ahora poseía el poder de hacer crecer los cultivos, de dar calor y frio, de dar brillo y oscuridad, de reconfortar el día y de deslumbrar a su alrededor. En mayor y menor medida, cada ser humano poseía la magia del Sol y de la Luna en su interior.
El brillo y los colores continuaban, pero ahora alternaban entre dos, el blanco y el amarillo.
Los sobrevivientes no fueron muchos, sin embargo, gracias a lo sucedido, los cultivos, la ganadería, la pesca, la calidad de vida en general, aumentó para los que permanecieron de pie.
Cada persona se había convertido en un Sol y en una Luna en si mismos, no solo eso, sino que la mismísima Tierra, el propio planeta, también comenzó a brillar dándo origen a nuevas posibilidades, nuevos frutos, nuevos animales, nuevas comidas y nuevas ideas.

El brillo los mantenía con vida, era su esperanza y su alegría. Aquella era comenzó desde aquel día y se la conoció como la «Era de la grandeza».

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