Ingenuo amor (parte 3)

A los pocos días la pasé a buscar por la casa.
Ya nos habíamos dado aquel primer beso y ahora tenía mis dudas sobre como debía saludarla. ¿Debía de darle un beso en la mejilla o en los labios?
Era un mar de nervios y preguntas. Era todo nuevo para mi y no sabía como debía reaccionar.
Contrario a mi, ella era decidida con lo que quería y sin dejarme entrar en dudas, me saludó con un fuerte beso en la boca.

«Bien» Pensé. Una pregunta menos. De ahora en más la saludo con un beso en la boca. «Vamos avanzando» me dije.

Pasaron los días y semanas. El año finalizó y comenzó uno nuevo.
Con dieciseis años estaba cursando el último año del secundario. Era el más joven de la clase por un gran margen siendo que algunos chicos estaban próximos a alcanzar la mayoría de edad.
Me adelantaron un año escolar gracias a mis notas, pero la inteligencia analítica que tenía para el estudio no se traducía en inteligencia emocional y es por eso que caí en el ingenuo amor.

Mi cabeza dejó de pensar en el estudio, aunque en realidad nunca lo hacía, y se concentraba en estar con ella, en oler su perfume, en sentir tu tacto y en disfrutar del sabor de sus besos.
Yo me sentía más cómodo y relajado y ya me animaba a besarla en los momentos en que quería. Ya no le tenía miedo al contacto de nuestros labios, sin embargo aún faltaba algo.
Faltaba el contacto físico, el roce de nuestros sexos.
Finalmente llegó el día, no lo planeamos pero lo pensábamos en silencio. No solo sería nuestra primera vez juntos sino que sería la primera vez de cada uno.
Acostados los dos en su cama, nos tomamos de la mano y nos comenzamos a tocar, sintiéndonos. Luego tomé un preservativo y me lo coloqué como pude. Me puse encima de ella y la miré a los ojos. Ella me miraba fijo, su cara totalmente roja, mezcla de excitación y de temor.
En ese momento intentaba pensar en ella. Sabía que la primera vez era dolorosa para una mujer, pero la verdad es que pensaba en mi y en estar concentrado para que los nervios no me ganen.
Lentamente comenzamos. Yo me puse rojo, a tono con el color que ella ya tenía. Aquella primera sensación de pentración es algo que no se olvida. Escuchar el ruido que generaba mi movimiento, verla a ella apretar los dientes por el dolor que sentía y notar como nuestros cuerpos se incendiaban era un festín de emociones.

-Pará, pará.-me dijo en voz baja.

No habían pasado ni dos minutos desde que comenzamos hasta que nos detuvimos, pero ella ya no aguantaba el dolor.
Le hice caso, me detuve y al retirar mi miembro de su sexo, lo ví rojo, totalmente cubierto de sangre y me preocupé.
Le llené de preguntas de que si está bien y de que me disculpe por lastimarla. Creía que el dolor y la sangre se lo provoqué yo y me sentía muy mal por eso.

-Perdón, perdón- le insistí.

Finalmente me explicó que el dolor y el sangrado son normales la primera vez y que no debía preocuparme.
¿Cómo iba a saber yo eso? Si era un tonto niño ingenuo. Igualmente no pude dejar de sentirme culpable por lastimarla.
Comenzaba a tratarla como una reina, haciéndome a mi responsable de todo el sufrimiento que ella tenía y convirtiéndome en el paladín de su felicidad.
Si discutía con sus padres era mi deber calmarla. Si le iba mal en el colegio era mi deber ayudarla. Si salíamos a la noche, era mi deber acompañarla a la casa para asegurarme de que llegue a salvo y si me engañaba era mi deber perdonarla al creer que era por mi culpa que lo hacía, pero para esta parte aún falta y en este momento la relación estaba en su esplendor.

Poco a poco fuimos haciendo el amor sin llegar al climax, preparando el terreno para dejar de lado el dolor y abrazar el placer. Debo mencionar que yo seguía siendo tímido para el sexo, pero ella floreció como un jazmín en primavera y su aroma fue intoxicante para todo hombre y mujer que se le cruzace.
Luego de ocho meses de relación, finalmente logramos tener una buena y completa sesión de amor.
Había abierto la puerta a un mounstruo de gran apetito lascivo y yo lo estaba disfrutando.

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