La reina del sexo

Carla era la reina y su voluntad siempre se cumplía.
Desde temprana edad su cuerpo se desarrolló en una nube de feromonas que se impregnaron en un cuerpo adolecente de escasos años de edad.
Su despertar sexual fue prematuro, en comparación a sus amigas, y su lascivia florecía al pasar los años.

Era dueña de los hombres y deseada por ambos sexos por igual, a veces hasta por ambos al mismo tiempo.
Ella era conciente del estupor que ocasionaba y no solo disfrutaba, sino que lo aprovechaba.
Al vivir en un lugar seguro, podía desplegar sus encantos en cualquier momento y en cualquier lugar. Tan sólo bastaba con hacer acto de presencia para que una fila de hombres (y mujeres) se desplieguen a sus pies en busca de ganar una oportunidad de conquistarla.

-Eres la mismísima Afrodita caída del Olimpo- Le dijo el primer hombre que se le acercó en el parque.

Carla, con una muy practicada ruborización, apoyó la mano sobre el hombro del muchacho, provocando una revolución en sus partes más pudorosas.

-Eres todo un poeta- Le respondió, sonriendo.

La charla llevaría hacía donde ella quisiera. Con comida, atenciones, regalos y todo lo que se le antojase en el momento. Finalmente, se acostarían, siempre y cuando ella lo desee.
Esta era una situación cotidiana.

Al cumplir los 28 años y encontrarse en su mejor momento, nadie podía resistir a sus encantos, nadie excepto Martín.

Lo había visto en un café, mientras que leía el diario y le sorprendió que al entrar, no le haya clavado la mirada. Es más, apenas se percató de su presencia cuando se sentó en la mesa contigua a él.
Hombres, mujeres, mozos y hasta el dueño del lugar no le permitían permanecer ni un segundo libre, todos la adulaban, todos menos aquel enigmático joven que permanecía inmune a sus encantos.

Aquello le llamó la atención. Era la primera vez que un hombre no la desnudaba con la mirada. Aquel muchacho era todo un enigma y se propondría en resolverlo.
Finalmente, desesperada -y atraida-, tomó la iniciativa.

-Disculpame- Le interrumpió.

El hombre apuró su café y la miró.

-Dime- Le respondió.

Esto era nuevo para ella. Nunca debió ser la precursora de la conversación y no sabía que debía decir.

-Quería saber si…- Titubeó -…si terminaste con el diario-

El hombre, que claramente continuaba su lectura, respondió.

-No, no terminé, pero te lo dejo porque ya debo retirarme.

Levantándose, entregó el diario a Carla y tomó sus cosas para retirarse.

-Aquí tienes- Le dijo.

Al recibirlo, su manos se tocaron levemente, produciendo una corriente placentera en el cuerpo de la muchacha.

«¿Así que esto es lo que sienten ellos conmigo?» Pensó maravillada.

-Espera- Le frenó. -¿Quisieras cenar esta noche?- Preguntó con su valor incrementado.

Deseaba seguir sintiendo esa electricidad, ese sentimiento nuevo para ella.

El hombre se frenó y la miró. Su mirada quedó detenida en los ojos color violeta de Carla para luego dirigirlas hacia su móvil.

-Cenar no puedo, pero podemos volver a vernos mañana a la misma hora en este mismo lugar- Le dijo, dirigiéndole una sonrisa.

-De acuerdo- Respondió, ruborizándose, esta vez, de forma natural. -Por cierto, me llamo Carla.

-Mucho gusto Carla- le dijo, sonriéndole. -Martín es el mío.

-¿Martín?- Susurró mientras que el hombre salía por la puerta.

Para Carla, todo esto era nuevo. El desinterés, la electricidad, la cálida sonrisa. Todo provocaba una revolución en su interior y ansiaba descubrirlo.
Regresó a su casa y pasó la tarde eligiendo al afortunado vestido que cubriría su cuerpo.
Finalmente, aprovechando que sería un cálido día, eligió uno simple, no muy elegante ni muy informar pero que brindaba una vista del perfecto escote, revelando la mitad de sus tan admirados pechos.

«Con esto me va a mirar, seguro» Pensó, casi jugando con sus pensamientos.

El día había pasado y el momento del reencuentro había llegado.
Martín se encontraba dentro, sentado en la misma mesa del día anterior.
Cuando Carla entró, hombres y mujeres se dieron vuelta para mirarla y los susurros invadieron el lugar.

-Martín- Dijo, con tono alegre, extendiendo los brazos para abrazar a su compañero.

-Hola- Se limitó a responder el otro, sin apartarle la vista de los ojos. -Siéntate, por favor.

Carla estaba sorprendida, aquel hombre no solamente era cortéz, sino que ni siquiera había reparado en su atuendo.

La charla superficial fluyó con normalidad, hasta que Carla ya no pudo aguantar la situación.

-Son discuciones normales, de pareja…- Relataba Martín hasta que fue interrumpido.

-No puedo más- Dijo la bella joven.

-¿Qué pasa?- Preguntó Martín, claramente sorprendido.

La cara de Carla se volvió seria. Su mente estaba intentando formular las preguntas exactas.

-¿Acaso no te atraigo?- Comenzó. -¿No te parezco atractiva?- Siguió preguntando ahora ya sin nada que la detenga. -¿No quieres acostarte conmigo si me entrego a tí ahora mismo? -Continuó.

Martín, con mucha calma, entendiendo por donde venía la invitación de su compañera, la tomó de la mano y respondió.

-No me atraes. Si me pareces atractiva. Finalmente, no, no quiero acostarme contigo.

-¿Por qué? – Preguntó Carla, comenzando a lagrimear. -¿Qué es lo que tienes que te resistes a mí?- Su cuerpo comenzó a estremecerse. No sabía como reaccionar. -¿Cuál es el motivo de tú desinterés? ¿Qué es lo que te detiene, lo que te frena?- Preguntó, mirándole a los ojos.

-Mi esposo…- Respondió, mostrándole una foto de ambos hombres abrazados.

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