Una historia diferente

Con un tropezón, accidentalmente provocado por un crio mal educado, el mozo cayó y la bandeja con los exquisitos platillos que nunca habrán de ser probados, voló unos pocos centímetros y aterrizó sobre el vestido de Fernanda.
El alboroto que armó aquella persona a la que alguna vez le confesé mi amor, fue muy grande.
El mozo, disgustado con el nene que provocó el fin de su elegante andar, discutía con la madre del pequeño, mientras que el gerente  intentaba calmar la situación, mediando entre las partes.

-La cena es cortesía de la casa, al igual que la limpieza de su -muy bonito, por cierto- vestido.

-¡Eso no es suficiente!- Exclamó la mujer, enardecida.

La situación era tal, que absolutamente todos los ocupantes del lugar, estabamos mirando la trifulca y al gerente no le quedó otra alternativa que hacer lo que no quería hacer, ceder frente a la mujer y su sucia treta por conseguir comida gratis.

Por un instante, pensé en levantarme de la silla y calmarla, pero fui detenido por el brazo de mi esposa, quien, con la mirada me prohibió entrometerme.
Finalmente todo había terminado y los gritos de  Fernanda cesaron de la misma forma en que habían iniciado, en un instante. Ella, logrando su cometido de tener la comida gratis durante toda una semana, calmó su temperamento y partió del lugar junto a su hijo y el hombre que los acompañaba.
Al retirarse, el murmullo en el lugar se hizo presente y el gerente, al igual que el mozo, desaparecieron de la vista de todos.
La cena continuó con normalidad para todos los comenzales, cada uno volviendo a sus temas de conversación, excepto mi mujer.

-No puedo creer que saliste con una persona así- Me reprochó.

-Yo tampoco- Le respondí, sonriendo, intentando cortar esa charla.

Mi mujer lo entendió, pero no tenía intenciones de cambiar de tema.

-¿Cuando te diste cuenta que te tenías que separar?- Me preguntó, insistiendo más y más.

Recordando como mi ex discutía con el gerente, la respuesta se me vino a la mente.

-Creo que siempre lo supe.- Respondí. -Fernanda no fue nunca una buena persona y yo fui siempre muy tímido y cobarde

-Conmigo no lo éres- Me dijo.

-Contigo no lo soy- Respondí, guiñándo un ojo.

-Lo cierto es que…-suspiré -…siempre supe que no podíamos seguir y que ella me utilizaba, pero nunca tuve el valor para terminar las cosas.

-¿Por miedo a quedarte solo?- Disparó hábilmente.

-Si. Creo que por eso. Creo que prefería un mal conocido que una soledad interminable.

-¿Ahora como piensas? si querés dejarme, ¿lo vas a hacer o vas a esperar a que yo lo haga por vos?.

-A menos que te comportes así, que me engañes, que no te importen mis cosas, ni siquiera mi cumpleaños y nuestro aniversario, todo eso al mismo tiempo, creo que no va a hacer falta.

Mi mujer me miró con cara de lástima.

-Ya no soy el de antes- Le dije. -Si quiero algo, lo voy a hacer.

-Eso espero- Me dijo mientras que nos tomábamos las manos. -Te prometo que nunca seré como ella.

De la mano, continuamos nuestra cena en paz y con nuestro amor florecido por las palabras de afecto pronunciadas. Yo no podía estar más feliz.

 

Mi mente divagó por un instante. Cuando Fernanda hacía estas cosas, yo me encogía de hombros por la verguenza que me producía y volaba a otra realidad. Me incomodaban estas cosas y ella lo sabía.
Por un instante, mi mente pensó en como sería mi vida si me hubiese separado a tiempo, si hubiese continuado mi vida con otra mujer. Por un momento, mis ojos se desviaron hacia otra mesa, donde una bella dama miraba toda la situación con distancia.

«Que hermosa» Pensé, mientras que volvía a mi mundo imaginario.

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