En el autobús

El sol brillaba en lo alto y su calor hacía que transpirase mi camisa nueva.
Era una prenda adquidira el día anterior en una tienda de moda, un lugar al que no suelo concurrir con frecuencia.
Muy costosa, por cierto. Era celeste, aunque no era del todo de ese color. También era verde, aunque no era del todo de ese color. De acuerdo a la amable vendedora, quien consideraba que todo lo que me probaba me quedaba de pintón, el color era turquesa.

-Te resalta tus ojos verdes- dijo -Que, por cierto, son muy bellos- agregó, dirigiendóme una sonrisa.

En ese punto ya desconocía si fue un verdadero cumplido o solamente uno más de sus artilugios de venta.

-Con esa camisa, conquistarás a cualquier chica- me dijo, guiñando su ojo derecho de color ambar.

Accedí a llevarla, no solo por las palabras de la bella vendedora, sino porque realmente era una linda camisa. Al pagar, me di vuelta para despedirme de mi musa de camisas pero ya se había ocupado de conquistar a su siguiente víctima. Me habían quedado claras las intenciones de su labia. A pesar de todo, estaba conforme con la prenda, me gustaba.

Al día siguiente, decidí estrenarla, acompañada por el flamante perfume importado que me habían regalado para mi cumpleaños y que, hasta ese momento, permanecía cerrado en el armario.

El calor aumentaba, mientras que el maldito autobús no se asomaba.
Como cada mañana, esperaba al mismo transporte para llegar al mismo lugar y a la misma hora.

Esta era mi rutina diaria. Esperar durante varios minutos, para subir y pasar entre la gente que se amontona en el sector delantero del vehículo, para finalmente poder respirar en la parte de atrás. Todo esto era ya un movimiento automático del cuerpo, era parte del ritual diario para llegar al trabajo. Vestido distinto al promedio de la gente, perfumado, incluso escuchando música, intentaba distraer mi mente del recorrido.
A menudo fijaba la vista en una persona e imaginaba cómo sería su vida. Aunque también lo hacía con gente que caminaba por la calle; Las demás personas me servían de distracción y así, el viaje de media hora de duración se acortaba.

Luego de un rat de espera vislumbré al enorme vehículo acercándose hacía mí. Deseaba que sea de las nuevas unidades con aire acondicionado, aunque lo que más deseaba era que frene y permita mi ingreso, debido a que muchos choferes, cuando el transporte colma de gente, deciden no frenar, dejando a los usuarios olvidados en el sector de la parada.

A menos de una calle de distancia, extendí el brazo derecho y apunté con el dedo indicé en dirección perpendicular al vehiculo, señalando a un negocio que se situaba en la calle de enfrente, pero con la vista clavada en quien manejaba el autobús.
Esta era la forma más común de indicarle al conductor, que pare y me permita subir.

La señal funcionó y el chofer encendió las luces del transporte, en señal de respuesta a mi seña, indicándome que ya podía descender el brazo.
El vehículo fue frenando su marcha, hasta que se detuvo completamente frente a mí.
Lamentablemente no tenía aire acondicionado, pero para mi suerte no había mucha gente. Decidí sentarme en el segundo de los dos asientos disponibles de la «fila solitaria». Prefería ese lugar, para poder imaginar tranquilamente sin ser molestado.

El autobus continuó su marcha y fue detenido pocas calles después por un hombre anciano, de esos que, no importa que tempratura hiciera, siempre estaban elegantes.
A lo lejos, una mujer corría, intentando con todo su aliento subir al autobús antes de que este parta. Luego la vi recuperar el aire poco a poco al lograr subir.

El paisaje por la ventana era el mismo de todas las mañanas, nada fuera de lo normal y nada lo suficientemente interesante para llamar mi atención.
Una nueva parada, esta vez frente a una plaza. Ingresaron una mujer de 30 y pico de años, aunque por su atuendo, parecía mucho más mayor y detrás de ella, una muchacha de no más de 24 años, con un vestido floral, acorde al calor del día. Una muy fresca elección de vestimenta.

La bella joven se dirigió hacia mí mientras que yo seguía paralizado por su figura y se detuvo en el primero de los asientos de la fila solitaria, justo delante mío.

Se sentó apresuradamente y el recogido pelo hizo movimientos bruscos, luchando por desprenderse de su cruel prisión. Al lograrlo, fue liberada parte de la hermosa e intoxicante fragancia que llevaba puesta.
Mis sentidos se alertaron y mis ojos no podían desprenderse de su blanco y largo cuello.
A medida que la fragancia disminuía y me volvía a concentrar en la gente de la calle, mi joven vecina hacía un movimiento y mi ser quedaba nuevamente petrificado por aquel olor. Parecía que lo tenía todo calculado para no quitarla de mi mente.

Mi cabeza comenzó a trabajar y en mi mente aparecieron decenas de situaciones involucrándonos a ambos.

Su pelo semi recogido, su cuello blanco y desnudo, sus orejas con sus pendientes, encajaban perfectamente en su contorno. Cada tanto, giraba la cabeza en dirección a la ventana y me permitía ver el perfíl de su rostro. Bello, pero no tanto cómo la parte que más veía en ese momento.

El vehículo se detuvo nuevamente y un joven alto, musculoso y mucho mejor candidato que yo, subió lentamente. Pude ver cómo mi musa de bella fragancia, alzó la cabeza en vista del recien llegado.
Era la primera vez que lo hacía desde que se había sentado.
«¿Habría hecho lo mismo por mí?» me pregunté e inmediatamente me respondí que no.
Ella no le quitaba los ojos de encima y allí sentí derrumbarse toda mi historia.
Nos imaginé batiéndonos a duelo por su mano, destruyendo a mi enemigo y alzándome con la victoria.

El muchacho pasó frente a ella sin dirigirle la mirada y mi musa, visiblemente ofendida por lo ocurrido, retornó a su antigua posición, girando la cabeza un poco más de lo normal hacia la ventana, permitiéndome ver mejor su rostro.
«Te gané señor de los músculos» pensé.

El chofer se apresuró en doblar en una esquina antes de ser alcanzado por el semáforo y detuvo su marcha pocos metro adelante. Una joven menor de 20 años, subió y se sentó en la fila posterior de asientos enfrentados, asientos que miran hacia la parte trasera del vechiculo.
Por algún motivo que desconozco, no pagó el boleto como todos los demás presentes.

-¿Nadie le dirá nada?- dije en voz baja, sabiendo que no sería escuchado.

Aquella joven no había abonado el boleto del transporte y su actitud estaba incomodando a más de uno, especialmente a los miembros más ancianos.
Mi furia iba en incremento, cuando un movimiento hizo que nuevamente se desprendiera fragancia de la bella cabellera de mi musa. ¡Ah!, la amnesia selectiva, una bendición.

El calor nuevamente sofocaba, mientras que el autobús frenaba en mi parada.

Era tiempo de volver a la realidad.

 

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