Archivo por meses: julio 2019

Demasiado largo

Crece y crece.
Hay veces que me sorprendo de lo largo que lo tengo.
Incluso, en aquellas oportunidades, hasta mi dama de turno se sorprendía.

-Mirá que hay veces que está tan largo que ya no parece ser el mismo. Y eso que ya te lo conozco desde hace tiempo -me dijo una vez.

Muchos hombres me envidian y desean tenerlo como el mío.
Sin embargo, por momentos se vuelve inmanejable.
Me han ofrecido utilizarlo en películas, pero me da verguenza mostrarlo.
Lo oculto de todas las formas que puedo y el momento más incómodo es cuando lo tengo así en la calle.
¡Dios mío! Cuanta verguenza paso en esos momentos. Evito todo contacto con la gente, aunque varias veces sentí me señalaban y se reían.

-No lo mires -le dijo una señora ofendida a un niño que, por la edad, parecía ser su nieto.

Lamentablemente ninguna dama me satisface y hace tiempo que descubrí las manos mágicas de un hombre. Él si que sabe como tratarlo y sentirlo trabajar es un festín a mis sentidos.
Cuando acaba su labor, todo vuelve a la normalidad para mi, aunque a él le molesta el residuo blanco que le dejo por todos lados. No es mi culpa, no puedo evitarlo.
Desde que me atiende, lo blanco que le dejo se multiplicó al punto de que parece que llegó la navidad. Esto no me pasaba con ninguna de mis damas de turno.
Lamento decirlo, pero como ese hombre, que posee uno similar al mío, no hay mejor opción para el trabajo.
Y encima de todo, me cobra menos que esas pretenciosas de uñas largas y labia berreta.
Con él vamos directo a los bifes, sin palabras que mediar más que un «Hola, ¿cómo estás?». Él sabe para que estoy allí y conoce como me gusta. ¿Mejor?  Imposible.

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez y me urge verlo. Estoy yendo a su encuentro, esta vez sin acuerdo previo. Voy de sorpresa porque ya no aguanto más y le pagaría lo que fuera por el inconveniente, él lo vale. Lo tengo muy crecido, tanto que siento que me va a explotar. Se me hace incómodo caminar y la gente se mosquea a mi paso. Entiendo que no les gusta que los toque, pero bueno, no puedo evitarlo, así de largo está.
Ya casi llego. Allí aguarda mi hombre favorito, dueño de esas increibles manos.
Ya llego, ya casi puedo sentir como comienza a trabajar sobre mi.
Está ya demasiado largo y verguenza me da caminar por la calle así.
Estoy a pocos pasos y ya puedo vislumbrar la entrada.

Pero ¿qué demonios?

«La peluquería se encuentra cerrada por vacaciones»

¡Maldición!

 

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Locuras del sano

«Esto es más que un cuento, es una historia para recordarme el conocimiento que solía tener en materia de mitología griega.
Por un lado tenemos a Áxiro, que es un invento mío, hijo del tristemente célebre, Dédalo, padre de Ícaro.
Por otro lado tenemos a Asclepio, dios de la medicina, cuya historia está poco desarollada y es por ese motivo que decidí utilizarlo. Ofiuco, como fue conocido posteriormente, tuvo gran importancia en los mitos, al punto de que fue acendido a los cielos, constituyendo el treceavo signo del zodíaco (olvidado para el horóscopo).
Es una historia exclusivamente para los amantes de la mitología, quienes podrán apreciar lo bien que quedó enganchada la historia con la ya conocida.»

 

Áxiro era el hijo menor de Dédalo, el gran arquitecto griego y por ende era hermano de Ícaro.
Áxiro vivia en exílio a causa de su padre, quien lo envío lejos para curarse la locura de su mente.
Áxíro era conciente de que, a pesar de que era extremadamente inteligente, sus pensamientos eran extraños y que causaba miedo en los hombres.
Con el correr de los años, sus brillantes, pero temidas, ideas fueron perdiendo humanidad y su mente se alejaba de la realidad donde vivía. Solamente su hermano mayor lo calmaba y le hacía mantener los pies en el suelo.
Áxiro amaba a su hermano, era su protector y su mentor y a su muerte, perdió completamente el sentido de la cordura.
Ícaro había muerto por su culpa, por desafiar el límite de las álas que había creado junto a su padre para escapar de la tiranía del rey Mínos.
Creyó ver al dios Sol y quiso seguirlo, sin importar que las álas que crearon se estaban derritiendo, haciendo que los hijos  del arquitecto se precipitaran al suelo.
El mayor, en un último gesto de amor, amortiguó la caída del pequeño, salvándole la vida.

Dédalo no supo que hacer. Al perder a su hermano, su hijo ya no vivía en este mundo. Estaba totalmente perdido.
Una tarde llegó a sus oídos que Asclepio, hijo del dios Apolo y poseedor del título del primer médico humano, estaba en la ciudad y decidió ir a verlo.
Asclepio examinó al pequeño y con una sonrisa tranquilizadora le dijo al mayor que su hijo tenía cura, pero que costaría tiempo y dinero.
Dédalo aceptó y dejó a su hijo en cuidado del otro hombre.

Así comenzó la historia de estos dos compañeros.
Áxiro encontró calma en la medicina y ayudar a curar a la gente lo regresaba a este mundo.
Gracias a su ingenio, la pareja pudo desarrollar tratamientos médicos y medicinas sanadoras. Estando conciente de la realidad, la inteligencia de Áxiro floreció y demostró ser superior a la de mortales y dioses por igual.
Sin embargo, a los ojos del mundo, Asclepio estaba solo.
Áxiro había perdido la vida en su locura, fue la versión que su padre dijo para proteger a su hijo. Esto él lo entendía y aceptaba con gusto. Por fin se sentía en calma y no le importaba que su nombre sea recordado.
Asclepio atendía solo a los pacientes y solo en contadas ocaciones Áxiro ayudaba, pero bajo otro nombre.

Se cuenta que durante uno de sus viajes, se toparon con Hipólito, hijo de Teseo y que poseía una enfermedad terminal. Al ser una enfermedad nueva para ellos, no pudieron encontrar un tratamiento efectivo y el hijo del héroe murió agonizando durante la tercera noche del tratamiento, bajo la vela de Áxiro.
Al ver el rostro del difunto, Áxiro no pudo evitar recordar a su hermano fallecido y sintió gran pesar en su corazón.
En silencio se prometió agotar su vida para que su hermano recupere la suya.

-No descansaré hasta reencontrarme con mi hermano Ícaro- le dijo a su mentor.

Asclepio lo miró, preocupado que su locura vuelva a aparecer despues de tantos esfuerzos.

-¿Cómo planeas hacerlo? -preguntó el médico.  -Tu hermano está muerto, su alma se encuentra en los dominios de Hádes.

Áxiro lo miró, dudando de la pregunta del otro, creyendo que la respuesta era evidente.

-Vamos a revivir a los muertos -afirmó.

Asclepio lo miró con preocupación. -Estás demente Áxiro. La locura ha vuelto a ti- se lamentó. Si quieres hacer esto, estarás solo, sin mi ayuda. Yo no seré parte de tus locuras ni de las consecuencias que esto pueda provocar.

Sin embargo, Áxiro era habil de palabra, capaz de convencer hasta al propio Odiseo.

-¿Acaso no buscas la inmortalidad? Fue lo que me mencionaste una vez, en Delos. Si engañamos a la muerte, no solo serás inmortal, sino que tu nombre será hablado y recordado por toda la eternidad. ¿No quieres eso?

Aquellas palabras fueron suficientes para el médico, que accedió al plan sin más miramientos.

-De acuerdo, Áxiro. Participaré en tu locura. Lo primero y escencial es conseguir una pisca divina de Thanatos, de la mismísima muerte. ¿Alguna sugerencia?

Ambos se pusieron a pensar como atraer al dios. No podían matar, debía ser una muerte no violenta, alguien que fallezca por enfermedad sería útil.
Al parecer, ambos pensaron en eso al mismo tiempo y utilizaron el cuerpo de Hipólito como carnada.
Horas después, el ser alado apareció para reclamar el cuerpo al Hades cuando fue interceptado por Asclepio, que salió a su encuentro en aparente gesto amigable.

-Me llevaré al hijo de Teseo para que sea juzgado por los tres reyes.

-Adelante -respondió el médico. -No hay nada más que yo pueda hacer por él.

Fue así que mientras que la deidad cargaba el alma del caído, Áxiro apareció tras las sombras y le clavó una jeringa al dios. LLegó a extraerle una pequeña cantidad de sangre antes de que sea apartado por el ser alado.
Thanatos marchó con el hálito vital de Hipólito, dejando a su atacante con su marca, un poderoso veneno que quitaba la vida en pocos minutos.
Asclepio, preparado, pudo contrarestar la escencia mortal del dios y salvó a su compañero de una muerte segura.
Ahora poseían el elemento más valioso, la sangre del dios de la muerte y con este elemento tan preciado sumado a la inteligencia de ambos, la cura contra la muerte llegó justo en el momento en que el héroe griego llegaba para buscar a su hijo caído.

Teseo arribó solo, sin compañías, ni siquiera la de su esposa. Había decidido enterrar a su hijo en silencio cuando fue alcanzado por la hábil lengua del hijo de Dédalo.
El héroe aceptó y el resultado fue mejor de lo que esperaron.
El alma de Hipólito regresó a su cuerpo casi de forma inmediata y padre e hijo regresaron a su hogar.

-Para todo lo que necesites -dijo Teseo antes de partir.

Los resultados fueron tan buenos, que Áxiro no dudó en tomar una dosis y partir rumbo a la tumba de su hermano. Partió sin siquiera despedirse de su mentór. Tenía gran ilusión en volver a ver a Ícaro.
Sin embargo, apenas comenzado el viaje, un fulgor blanco y brillante descendió de los cielos y cayó en el campamento de Asclepio.
Áxiro corrió lo más rápido que pudo, pero era tarde. El rayo del rey del Olimpo había fulminado al médico.
Zeus se encontraba al lado del cuerpo y el hijo del arquitecto pudo ver como el médico ascendía a los cielos, para convertirse en la estrella del portador de la serpiente.
Antes de partir, sintió como el rey de los dioses lo miraba.

«No lo hagas» Sintió que le decían a su cerebro.

Listo era Áxiro para comprender que no podía ni debía desafiar a la muerte, que el destino de todo hombre mortal era la muerte y que sus acciones sí importaban en este mundo y eran tenídas en cuenta.
Finalmente su locura había desaparecido.
Áxiro regresó a Creta para rendir homenajes a su hermano caído y a su médico amigo, que ambos perdieron la vida al ayudarle.

«NUESTRAS ACCIONES EN LA VIDA SÍ IMPORTAN» Es todo lo que podía pensar.

 

Los doce pasos de la vida

A veces son más, a veces son menos. Depende mucho de nosotros y del mundo que nos rodea, pero en grandes líneas, doce son los pasos que debemos dar, doce pasos completos para estar seguros y poder seguir nuestro camino.

El primer paso es el más seguro, pero a la vez el más osado. Es el que decide cuando debemos comenzar. Cada situación es distinta y a veces debemos retroceder y volver al lugar seguro, a la zona de confort. Lo importante de este paso es darlo sin mayores miramientos, como si fuese algo rutinario. Es comprensible que dudemos, incluso que retrocedamos, pero hay que recordar que siempre hay que tirar pa’ adelante.

El segundo, al igual que el primero, suele carecer de dificultades. Se trata de un paso de apoyo al primero, para afianzar la desición de emprender la odisea. Dado este paso se recomienda no volver atrás a menos que la situación lo amerite. De ahora en más no te puedes distraer, porque la aventura ya ha comenzado.

El tercer paso se da mirando siempre hacia adelante. Este es el punto de no retorno. Pretender regresar a tu zona de confort desde este lugar se considera peligroso. La mirada siempre en alto, el paso firme. Nada puede distraerte. Es el punto de inflexión.
Puede considerarse como uno de los pasos más importantes por el hecho de que los posibles problemas son casi siempre visibles desde este punto. Es por esto que es muy importante mantener la cabeza en alto y atenta.

El cuarto paso trae consigo la primer dificultad. En su mayoría de veces de muy fácil evasión y en ciertos (pocos) casos, puede resultar un imposible y acabar en tragedia.
Apurar el paso suele ser efectivo en este tipo de circunstancias, incluso es lo más recomendable para salir ileso. La preocupación aumenta. Por ahora se mantiene en niveles bajos.

El quinto paso trae consigo la calma. Conocido como el ojo del huracán, estando en este sitio estás seguro, pero no puedes ni permanecer en él ni avanzar ni retroceder sin que el fuerte viento te atrape. La calma antes de la tormenta no brinda alivio, pero aprovéchalo para respirar. Darlo rápido o lento es indistinto, el resultado será igual.

El sexto paso trae consigo a la primer amenaza a nuestra integridad fisíca. En la mayoría de los casos, el primer problema que surge no es para nada inofensivo. Muchos caen en este paso, a mitad de camino del objetivo. Se recomienda apurar el paso, medida que es efectiva en la mayoría de los casos, pero siempre con conciencia del entorno. Los problemas acaban de comenzar.

El septímo paso se debe dar aún más rapido que el anterior. La amenaza de la sexta pisada ha cambiado de rumbo y te persigue. Su embestida es más velóz y el peligro crece exponencialmente. Apurar el paso sigue siendo la recomendación. Tu corazón estará con ganas de vacaciones, pero la travesía no ha llegado a su fin.

El octavo paso debe ser muy corto. Casi imperceptible. Frenar las revoluciones de la pisada anterior es imperoso. Bajar de la máxima de cien a la máxima de cuarenta es el punto clave. Si lo logramos, este paso provee paz y estabilidad y permite retomar el aire.

El noveno paso es el que conlleva esperanza. Durante este, el punto de llegada se hace visible y podemos soñar con volver a la tranquilidad. Hay que disfrutarlo, saborear el momento.

El decimo paso es caprichoso. El azar es el único que determina nuestro futuro y por eso es que es el más peligroso. Tener cuidado, mirar a todos lados, no desconcentrarse nunca. Nuestra vida está en juego si no somos concientes del entorno y de lo que nos rodea. Pero no es suficiente, debemos preveer situaciones futuras. La suerte y nuestra supervivencia decidirá todo. Desde este punto, los sucedido con anterioridad carece de importancia para adivinar el presente. Cuidado con este paso, pues es el más peligroso de todos y el que mostró cobrárse más víctimas. Rápido o lento, nosotros decidiremos.

El onceavo se da con la respiración contenida. Es el penúltimo escalón y eso trae esperanza, pero cuidado, pues los problemas de la décima pisada están latentes.
Apurarse como nunca antes es la recomendación. Vamos que ya terminamos.

El doceavo paso es el que nos otorga el aire perdido, es el paso que nos devuelve la seguridad y nos permite seguir nuestro camino. Todo ha sido superado. Por fin…

-Ese hijo de puta casi me atropella. ¿NO VES QUE TENGO EL SEMÁFORO EN VERDE? DESGRACIADO, INFELIZ.

-¡Carajo! Cada vez es más dificil cruzar la calle.