Castigo interior

-El destino quiso que nos encontremos aquí, preciosa.- Dijo Marcos.

-Cierra la boca, ESTÚPIDO- Se molestó Sandra.

La cara de la mujer era de angustia. Sus ojos, cansados de mirar, cedían lentamente. Sus piernas, agotadas de andar, rogaban descanso.

-Es un castigo- Se dijo, en voz alta.

-¿Un castigo?- Preguntó Marcos.

El hombre se encontraba mejor anímicamente. Cansado, pero no tanto como su compañera. Habían pasado la noche juntos, como dos completos extraños y se habían encontrado en el aeropuerto esperando impacientes para abordar al demorado vuelo.

Por un capricho no llegaría a asistir al evento más importante de su esposo.
Le había jurado fidelidad en vida, pero ahora difunto, la obligación se había extinguido y las ganas de experimentar le llenaba el cuerpo. Un fuerte calor le cubría el pecho. Se trataba de un deseo reprimido por una larga abstinencia que había sido liberado al desaparecer el alma del cuerpo de su pareja.

«Es sólo sexo.» Se repetía a si misma para que la sensación de lascivia no perdiera su explendor.

Y estaba en lo cierto. Parte de su mente estaba triste, desolada por la partida de su compañero. Su corazón lloraba, roto por la ausencia de abrazos y de amor, pero la parte menos importante, la parte que regula su pasión, floreció con tal intensidad que acabo por convertirse en su pensamiento de primer plano. No, no solo en su pensamiento, sino en su necesidad.
Cinco años había aguantado su cuerpo. Cinco años en los que amó a su esposo con todo su corazón, pero sin su cuerpo.
Él era un trabajador incansable. Era el gobernador de la provincia y dedicaba sus días a mejorar la calidad de vida de los habitantes, con los recursos que tenía.
Los medios lo señalaban como una persona incorruptible, de gran corazón y solidaria y su esposa daba fe de ello.
Se casaron a los 25 años. Dos años después de que el haya sido nombrado gobernador y durante su gobierno, la provincia floreció en todos los aspectos posibles.
Sin embargo, luego de la noche de bodas, él soltó la bomba.

-Quiero que mantengamos el sexo al mínimo, o lo eliminemos, Sandra- Le dijo a la mañana siguiente.

La sorpresa de su esposa era de esperar mientras que le preguntaba si era una broma.

-No- Respondió. -Hablo muy en serio. Quiero mis pensamientos alejados de la lujuria para poder concentrarme en ayudar a las personas y darles una mejor vida.

Al principio, Sandra no lo tomó en serio y le siguió la corriente. Pero solo al pasar los días, semanas, meses y años, se dió cuenta de la seriedad -y verdad- de las palabras de su flamante marido.

Trabajaba 12 horas al día, de Lunes a Sábados y siempre iba a trabajar con una sonrisa. Estaba realmente convencido de lo que hacía y la gente, poco a poco, le fue brindando su cariño.
Con el tiempo, su provincia se convirtió en un país aparte, un lugar tan próspero como un país de primer mundo, muy distinto a la pobreza y miseria que invadía el resto del estado.
Las leyes eran estrictas, los policias incorruptibles y las penas eran severas a quienes desafiaban la autoridad y gracias a eso, la gente comenzó no solo a respetar las normas, sino que también a sus vecinos. Al poseer una inmensa costa de olas incontrolables, habían logrado autoabastecerse eléctricamente y sus fértiles campos proveían alimentos a casi la totalidad de la población.
Las plazas estaban cuidadas, las calles enteras sin baches. No había gente durmiendo en las calles y nadie moría por desnutrición. El lugar era lo más cercano a una utopía que pudiera existir y el mundo había hecho eco de sus logros.
Nombrada como uno de los mejores 20 lugares para vivir, el gobernador era aclamado en el resto del país, tanto que su nombre fue propuesto por terceros para competir por el próximo mandato presidencial.
Desafortunadamente, al vivir en un país donde los gobernantes son oportunistas, el gobernador sufrió un extraño accidente en una ruta y perdió la vida.
La población del país marchó pidiendo justicia. Muchos creían en la culpabilidad del actual presidente en su «accidente», pero la corrupta justicia desestimaba el caso y su nombre y legado fueron quedando en el olvido.

No todo era color de rosas, ya que, al ser el sueldo infímo, debió sustraer un pequeño porcentaje de cada transacción que se realizaba para poder darle a su esposa una mejor calidad de vida.
Eso, y la falta de lujuria, eran las dos grandes manchas que poseía el «intachable» gobernador.
Al morir, Sandra, de apenas 30 años de edad, podía vivir cómodamente el resto de su vida, sin trabajar pero sin darse mucho lujos. Sin embargo, al lamentar la pérdida, su sexo se llenó de pasión y pocas horas después, ya se encontraba en la cama con un completo desconocido en un lugar donde nadie supiera cual era su identidad.
Pocos días después de la muerte de su marido, Sandra fue avisada que develarían una estatua en honor a él y que querían que ella esté presente y tire del cordón.

-Por supuesto que lo haré- Le dijo al actual gobernador.

Pero ahora, se encontraba angustiada en el aeropuerto, esperando las novedades. Si no partía en ese momento, no llegaría al acto de su difunto esposo.

-Es un castigo- Se lamentó, al leer en la pizarra que su vuelo fue finalmente suspendido y reprogramado para el día siguiente.

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