El odio

-Míralo a ese. Camina como si estuviese en su casa.
-Vienen a este país a aprovecharse de nuestra bondad. Nos quitan nuestros trabajos en medio del paro y ni siquiera nos lo agradecen.
-No deberían permitir que entren, debemos hacer algo. Están atentando contra nosotros, contra nuestro futuro.
-Si, que se vayan a su casa. Gente así arruina nuestra economía. Parásitos mantenidos.

Dos hombres discutían en las calles de Madrid. Frente a ellos, una pareja de origen sudamericano caminaba tomados de la mano. El hombre llevaba puesto el típico uniforme de barrendero, mientras que la mujer vestía de forma casual.
Caminaban lentamente.

-No es la vida que imaginaba para nosotros, mi amor- le dijo la mujer.
-Lo sé. Pero es esto o volver a casa sin posibilidades de un mejor futuro para nosotros y para nuestro hijo.
-Trabajas limpiando las calles, tú, que fuiste gerente ahora barres el suelo y no me dejas ayudarte.
-Ocúpate de tu panza, de Maicón que está creciendo y yo me ocuparé del resto. Empezamos de abajo, cariño. Por lo menos tenemos trabajo y gracias a este barrido tenemos casa.

La pareja se abrazó y se despidió con un tierno beso. Él debía regresar al trabajo.
Después de todo, barrer y asear las calles era un laboro bastante tranquilo.

-¡Vete a tomar por culo, venezolano!
-¡Lárgate de este país, escoria sudaca!

Los dos hombres españoles comenzaron a gritar, queriendo molestar al barrendero. Los comentarios de odio no parecían afectarle, no era la primera vez que los recibía.
Otros españoles que atestiguaron los gritos brindaron su placaje.

-Déjalo en paz, gilipollas- dijo un hombre
-¿Qué te ha hecho él a ti? -agregó una mujer bastante mayor.

Los dos agresores discutían con los transeúntes que salieron en defensa del trabajador, mientras que otros daban palabras de aliento.

-No creas que somos todos así, hombre.
-Los españoles somos buenos, no le hagas caso a un grupo de porculeros.

Un hombre mayor, un futuro padre de familia, un hombre de casi dos metros de altura, de piel morena y de mirada fría se puso a llorar desconsoladamente.

-Vine aquí por un mejor futuro para mi y para mi esposa y mi hijo. No vine por ganas, vine por ellos, para darles una vida de paz. Dejamos a nuestras familias y comenzamos de cero. No es justo lo que dice, no somos escoria- dijo entre sollozos.

Dos hombres mayores le brindaron una mano para que se levante del suelo.

-No nos tienes que explicar nada, hombre. Si quieres estar aquí, lo estás y punto. Al que le moleste, que le den.
-Si. No nos tienes que dar pena. Tu estás trabajando, haciendo algo que la mayoría de nosotros no quiere hacer. Tienes más dignidad que esos dos. Venga ya, seca esas lágrimas.

-Gra…gracias-tarmatumeó el venezolano mientras tomaba sus cosas y continuaba, como podía, con su trabajo.

Historias de odio hay muchas, las vemos y escuchamos por todos lados.
Ser distinto en cualquiera de sus formas, ser de otra nacionalidad, de otra religión, de otro color de piel, bajo, gordo, cualquier cosa puede ser usada de adjetivo para el juego del racismo.
Un odio interno que poseen ciertas personas que asumen la vida del otro y se permiten juzgar de forma gratuita para satisfacer sus necesidades internas de bronca.
Cualquier motivo es suficiente, lo importante es catalogar y no poseer empatía, es decir, no ponerse en el lugar del otro, en sus zapatos y no conocer su vida.
¿A quién no le ha pasado? ¿Quién no lo ha sufrido?
Yo lo viví (y lo sigo viviendo) en carne propia por mi religión. Soy judío y me gusta serlo. Me gustan las tradiciones que me enseñaron y me gusta la historia del «pueblo elegido». Pero, dejando de lado la religión, que salvo algunos días de festividades, el resto del año está dormido y no forma parte de mi yo cotidiano, sin embargo, en mi corta vida me han dado muchos adjetivos humillantes por el mero hecho de pertenecer a una religión, sin siquiera conocerme. Narizón, usurero, asesino, Hitler, jabón, víctima y un sin fin de palabras me merezco, según ellos, al pertenecer a una minoría.
Ser cristiano está bien, es ser alguien puro y bondadoso. Ser un buen cristiano es una expresión típica por mis pagos. Pero recordarles la historia de los asesinatos cometidos en nombre de Cristo está mal y decirles que ahora predican la paz luego de someter al mundo con su espada durante siglos, está aún peor.
Ser parte de una minoría automáticamente te descalifica para todo, como me contó un amigo una vez:
-No sábes las mujeres que hay. Carlota es mía, pero sus amigas están, uff, ni te imaginas.
-Prefiero quedarme en casa.

El otro de los jóvenes, que escuchaba la conversación en silencio, interrumpió.

-Ni de coña. Tu te vienes con nosotros.
-En serio, prefiero quedarme.
-No seas cagón. No le diremos a nadie que éres judío, ¿vale?
-¿Piensas que eso es lo que me jode?
-Claro. Porque las amigas de Carlota pensarán que, como sois judío, la tienes pequeña.
-Y tendrán razón, pero eso no me molesta.
-¿Entonces? Venga ya tío, no te hagas el misterioso.
-Ya saben por qué.
-¿Aún sigues con esa tontería de que eres gay?
-No es ninguna tontería.
-Vamos, tío. Ya tienes bastante con tu religión como para agregar eso de que te molan los tíos.
-Por eso no quiero ir. Me van a presionar para que me líe con una chavala y no quiero.
-Pero si están buenísimas. Vamos, incluso te dejo a la Carlota para ti solito.
-Que no.
-Que te den, jodido maricón.

Mi amigo me contó que esa fue la última vez que volvió a ver a esos amigos.
Un poco exagerado, le dije, pero nunca se puede anticipar como van a reaccionar las otras personas. Yo he perdido amigos por apoyar a partidor políticos distintos, que es una tontería como para perder una amistad.
Odiar a otros, hablar mal de esas personas, descargar la ira acumulada que tenemos junto con nuestras frustraciones nos hace sentirnos mejor con nosotros mismos. Centrarse en la desgracia ajena, acusando a un tercero de cosas que no conocemos nos hace unir con otras personas y nos vuelve populares.
Odiar te da satisfacción y te vuelve popular y por eso la gente lo hace sin importar las consecuencias.
Odiar es un pasatiempo que nunca pasará de moda y solo nosotros, las «víctimas» lo entendemos y sufrimos.

Odiar te hace congeñar y es por eso que es tan popular.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.