Terror a 10000 pies

«Tripulación: Alcanzando los diez mil pies»

El avión había despegado y a los pocos minutos, el capitán dio el anuncio a su tripulación.
Como se trataba de un vuelo corto, viajando en un avión pequeño, no volaríamos a la gran altura crucero de los vuelos transatlánticos sino que a una considerablemente menor.
Esto era un gran alivio para mí ya que al poco tiempo se apagaría la señal de obligatoriedad del uso del cinturón y el avión comenzaría a volar de forma horizontal.
Al apagarse la señal, mis pulmones volvían a respirar y mi corazón se realentizaba volviendo a sus pulsaciones normales.

-Odio volar- Le dije a mi mujer.
-¿Qué pasa, cielo?
-Eso- Respondí.
-No te preocupes vida, conmigo no te va a pasar nada.- Me dijo intentando calmarme.
-Me tranquilizaría más si fueses Superman- Le reproché. -Estando en el cielo, vos no podés hacer nada.
-Yo soy mejor que Superman- Me respondió, con sinceridad.
-Eso no es cierto. Superman puede volar y eso es muy útil si se cae el avión.
-Amor, no digas boludeces.
-Es verdad. Superman puede volar y tiene fuerza sobre humana.
-Y te olvidás de algo más, su cualidad más importante.
-¿Cuál? – Pregunté con crítica.
-¡Que no existe!- Exclamó.

La miré con bronca. Mi palabrerío y mi divagación eran fundamentadas en mi miedo a volar.
Claro que no siempre fui así, sino que el miedo lo fui ganando con los años.
Mi primer vuelo lo realicé a mis 25 años. Era todo nuevo para mi. Un mar de sensaciones y emociones, todo resumido en escasas 10 horas.
La excitación al ingresar al aeropuerto por primera vez. La sensación de estar libre de las ataduras del día a día.
El ruido de las turbinas y el primer despegue. El empuje al asiento y el dejar abajo la ciudad y sus luces. Todo aquello fue un festín a los sentidos y yo estaba muerto de hambre.
Cómo olvidar la primer turbulencia, aquel movimiento del avión por acción del viento.
Durante el primer vuelo fue bastante fuerte y contínua, tanto que mi compañera de fila de asiento, una bella chica italiana de mi edad que no hablaba ni castellano ni inglés, se aferró de mi brazo izquierdo y clavó sus uñas en él.
Los afilados garfios penetraron mi piel y me provocaron cortes superficiales.

-Mi scusi, mi scusi- Me dijo con una bella tonada, pero con nervios en la voz.

Aunque el brazo me dolía, le indiqué con la cabeza que no pasaba nada.

-Continúa.-Le dije, esperando que en italiano signifique lo mismo.

Aquel fue un viaje largo y lleno de turbulencias, un viaje que hoy, me sería de eterno sufrimiento pero que en esa ocasión fue de constante placer.

Sin embargo, los años pasaron y mi temor empezó y se fortaleció.
Había formado una familia y pensaba que por ahí tenía miedo a dejar a mis hijos sin su padre, pero lo cierto es que el pavór comenzó antes de que los críos hayan nacido.
Ellos no viajaban con nostros en esta oportunidad y se quedaron unos días con los abuelos.
El viaje era corto, de unas 3 horas de duración y el avión estaba lejos de estar lleno. Viajaríamos una semana para festejar nuestro décimo aniversario de casados.

-Las últimas cuatro filas están completamente vacías- Le dije a mi mujer al regresar del baño.
-Es temporada baja- Me respondió sin levantar la cabeza de la revista de crucigramas.
-¿Te ayudo?- Le pregunté ya sabiendo la respuesta.
-Ya lo terminé- Respondió.

Ella era una genio y muy culta. Poseedora de un doble título en ingeniería y un master en historia, era la persona más inteligente que conocí en mi vida y al día de hoy no se que hacía ella casada conmigo, un simple trabajador promedio sin sobresalir en ningún ámbito.
De pronto, un movimiento me hizo borrar mis derrotados pensamientos. El avión comenzó a temblar y mis manos lo siguieron. Mi cabeza se olcutó entre el pecho de mi mujer y se negaba a salir.
Ella, con mucho amor, me levantó la cabeza y me miró a los ojos.

-Amor, te podría dar una charla de mecánica de los fluídos y explicarte el principio de sustentación. También podría decirte como se podría volar en caso de perder los motores. También te podría dar las estadísticas de seguridad en vuelos en comparación con barcos y autos, pero lo mejor que te puedo decir es que mires a las azafatas.

Me señaló a las dos mujeres que movían un carrito de comidas y bebidas.

-¿Las ves?- Me preguntó.
-Por supuesto.
-¿Las ves preocupadas?

Ambas estaban con una sonrisa en sus rostros que no pude identificar si eran sinceras o automáticas. No obstante, ambas parecían estar en calma.

-No lo parecen- Respondí.
-Bueno. Cuando tengas miedo, miralas. Ellas tienen cientos de viajes realizados y conocen perfectamente los movimientos del avión. Si las ves y están en calma, entonces te podés realajar.
-¿Y si no las veo?

Mi mujer se quedó pensando.

-Si no las ves es una buena señal también.
-¿Cómo es eso?- Pregunté, levantando una ceja.
-Si no las ves es que deben de estar descansando y si están descansando es que está todo normal.
-¿Y cuando me debería preocupar?
-Cuando ellas estén preocupadas. Cuando las veas caminar rápido de una punta a la otra y cuando las veas mirar hacia los lados. ¿Está bien?
-Bueno- respondí.

Pero por dentro, el miedo se mantenía. Mi cabeza y mis sentidos estaban agudizados para escuchar y detectar cualquier anomalía. El miedo es así, irracional y no hay palabras que sirvan para reconfortarse, sino no sería miedo.

El vuelo prosiguió sin más problemas hasta que el capitán anunció que estábamos inciando el descenso.
El avión comenzó a moverse y temblar. La luz indicadora de la obligatoriedad del cinturón se seguridad se encendió.
La gente regresó apresurada a sus asientos y las azafatas comenzaron a moverse apresuradamente.
El avión se estaba moviendo cada vez más fuerte y mi temor se incrementaba.
Cerré los ojos y me apoyé sobre el pecho de mi mujer. Le apreté la mano izquierda muy fuerte.

-Tengo miedo- Le susurré.

El avión se movía más y más. Ya presentía como caerían las máscaras de oxígeno. Mi cabeza luchaba por recordar las instrucciones mientras que mis labios rezaban oraciones que nunca había recitado.

-Amor, debo confesarte algo.
-¿Ahora?- respondí con los ojos cerrados.
-Si. Ahora. Mirame.

Mi cabeza se negaba a abrir los ojos.

-Mirame- volvió a decir.

Abrí los ojos y la miré. El avión volvió a moverse y le apreté la mano con fuerza.

-¿Qué?- reproché.
-Amor. Debo decirte algo. Te lo estuve ocultando todo este tiempo, pero ahora que vamos a morir, te lo debo confesar.
-¿Qué?- volví a decir.
-Amor, en realidad yo no soy quien vos creés que soy. En realidad yo soy otra persona.
-¿Quién sos?- Le pregunté.

Ella miró por la ventana y no respondió.

-¿Quién sos?- Volví a preguntarle, levantando un poco la voz.

Ella volvió a mirar por la ventana y al cabo de unos segundos, respondió.

-Yo soy Superman y conmigo estarás protegido para siempre.

Habiendo dicho eso, el avión tocó suelo y comenzó a frenar. El aterrizaje estaba a punto de terminar.

Al sentir que estaba sobre el nivel del suelo, me calmé y regresé a mi sonrisa habitual.
En verdad ella era Superman.

2 comentarios en “Terror a 10000 pies

  1. Me encantó tu cuento. Me entretuvo de Garin donde vivo a capital. Hoy se los cuento a mis nietos quienes siempre me piden un cuento antes de dormir.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.