Deja entrar a la felicidad

-¡Esto está todo mal!- le recriminó el jefe.
-¡Dejaste tirado todo otra vez!- le criticó la mujer.
-¿Por qué no comprás un auto como la gente?- le cuestionó su madre. -El hijo de mi vecina Raquel se compró uno deportivo. Claro, él es gerente y tiene que ir elegante al trabajo.

Estos planteos eran los más destacables dentro de los que había recibido Pablo, aquella semana.
Su jefe era, por lo general,  indulgente, pero la situación esta vez era distinta y su benevolente caracter fue reemplazado por un frio temple y una dura mirada. Esta vez no habían perdones que aceptar y si el trabajo no era perfecto, él lo cuestionaría y destrozaría sin consideraciones a su empleado.
Aquel trabajo le había costado a Pablo una gran cantidad de salud, traducido en un sobre esfuerzo de días y semanas. En total, fueron casi 7 meses de arduo trabajo en el que tuvo que sacrificar los fines de semana y los feriados, que eran su descanso, para poder terminarlo en la fecha prevista. Trabajó de Lunes a Lunes, de sol a sol, sin francos ni feriados y sin faltas por enfermedad, cobrando el mismo sueldo y ni un centavo más.
Era de esperarse que esto causó un cambio en la relación entre Pablo y Carla, su mujer.
Ella dejó de trabajar para cuidar de su embarazo.
El médico les dijo que no había de que preocuparse y que el niño nacería sano, pero le dio a la mujer una serie de recomendaciones para que cumpla, entre las cuales era evitar el trabajo y hacer reposo, en lo posible.
El dinero apremiaba y la falta de ingresos de una de las partes les afectaba el día a día.
Era un problema importante, pero entre el problema de dinero y el problema del hijo, la opción elegida fue más que obvia y Carla se dedicó al cuidado de su vientre.
Los días pasaron y poco a poco la pareja fue subsitiendo. Debieron realizar recortes como las salidas en pareja y con amigos y los caprichos en ropa y comida, entre otras cosas.
Sobrevivian, pero al costo de afectar su relación.
Las cosas no venían bien para la pareja y el trabajar de manera casi permanente durante el  embarazo asomó la punta del lápiz que pondría la firma a su separación.
La otrora feliz pareja se desconocía, las conversaciones eran nulas y el silencio reinaba. Él solo prestaba atención a su trabajo y en ella crecía la bronca, angustia y amargura. El silencio a veces era eterno, solo roto cuando Carla le tenía una crítica, como cuando Pablo dejaba la ropa tirada cuando se cambiaba y cosas que antes no repercutían.
Para complicar aún más, la madre de Pablo veía lo triste que estaba su hijo y aprovechaba para meterle alguna comparación odiosa y que no aportaba nada.

-El hijo de ésta…el hijo de la otra…el hijo de tal… A todos les va bien, todos son expertos en sus vidas salvo yo, ¿no, mamá?

Aquella era una frase con la que comenzaba cada discución que Pablo debía afrontar con su madre sin la ayuda de Carla que hacía rato estaba cansada de presenciar ese tipo de peleas y ya no se reunía con ellos.
En cierta medida, Carla también comenzó tener el mismo pensamiento, pero no lo admitía. Veía a su amigas, a su alrededor, todos con vidas normales y cómodas y ella, con 8 meses de embarazo y un marido que trabajaba, trabaja, trabajaba y nunca estaba.

Llegado al noveno mes de embarazo, Pablo entró en su casa con una gran sonrisa. Tenía una gran noticia que contarle a su mujer.
Había llegado el día tan esperado por él, el día en que le contaría una gran noticia a su esposa. Lo había planeado todo. Había reservado un restaurante muy elegante y se había comprado ropa nueva. Además, la pasaría a buscar en un taxi cuyo modelo era el mismo que el auto nuevo que había comprado y que le entregarían la semana próxima. Había planeado cada detalle de aquella noche salvo algo que le sorprendió.
Encontró a su mujer sentada en el sillón. Una amiga le tomaba el brazo con fuerza mientras que le susurraba algo al oído.

«Se fuerte» alcanzó a escuchar Pablo.

-¿Qué pasa?- le preguntó a su esposa.

Carla estaba seria, pero estaba decidida. Ya había hablado todo lo que tenía que hablar con su amiga y ahora era el turno de actuar.

-Quiero que nos separemos- fue la bomba que tiró.

Pablo tenía todo preparado, salvo esto. Luego de meses de lucha, había logrado junto con su jefe completar un proyecto extremadamente importante y habían logrado un trato millonario para la empresa y él, por su gran trabajo, recibiría una cantidad de dinero tan grande, que podría dejar de trabajar durante un muy largo tiempo, aún manteniendo los lujos que quería darle a su esposa y a su hijo.
No le había dicho nada para que sea una sorpresa. Era poco probable que se haga y para lograrlo, todo debía ser perfecto y ese era el motivo por el cual su jefe se enojaba con él y el transmitía su enojo a su casa. También fue el motivo de las largas jornadas de trabajo y del sacrificio que hizo.
Pero ahora nada servía. Su mujer quería el divorcio y no hubo forma de hacerle cambiar de opinión, era demasiado tarde.
Pablo pasó los siguientes días en un hotel. Sin salir, sin hablar con nadie. Estaba deprimido.
Ahora poseía un auto nuevo, dinero y sobre todo, mucha soledad.
Acostado en la cama, mirando al techo, pensó que esto no podía terminar así. Debía recuperar a su mujer y contarle todo, ella va a entender.
Y fue así que salió del hotel y llegó a su casa con la ayuda de su flamante 0 km.
Aún conservaba la llave y la cerradura no había sido cambiada así que entró sin aviso. Sorprendería a su mujer y la recuperaría.
Pero fue ella quien le sorprendió. Carla estaba en el suelo del comedor. Las contracciones eran tan fuertes que no podía moverse.
Pablo la tomó en brazos y como pudo también agarró el bolsito ya preparado y partieron rumbo al hospital.
Carla se subió al auto nuevo y miró a su casi ex esposo pero no emitió juicio. El dolor era en todo lo que pensaba.
El parto pasó y el niño fue retirado de la madre para que lo limpien.

-Se lo devolveremos en unos minutos- les dijo la enfermera.

Carla estaba bastante cansada, sin embargo, necesitaba una explicación de lo que había visto antes.

-Creo que debes explicarme algo.

Pablo sonrió. Finalmente pudo explicarle a la mujer que amaba todo lo que había pasado en los últimos meses y todo lo que había hecho para que ella y su hijo puedan vivir con alegría.
Carla solamente lloró e intensificó su llanto cuando la enfermera le devolvió al recién nacido.

-Hola, Mateo- le dijo al pequeño.

Pablo comenzó a llorar.

-¿Aún quieres llamarlo así?
-Si. Tu padre se sacrificó por su familia y vos has hecho lo mismo por la nuestra. Este es mi regalo y mi forma de pedirte perdón.

Aquel fue el primer abrazo familiar junto al nuevo integrante. Carla cayó rendida de sueño. Mateo copiaba a su madre ante la mirada de su padre.
Pasadas unas horas, el pequeño Mateo se durmió y Pablo aprovechó el tiempo para ir a tomar un café con su madre.

-¿Te acordás del hijo de Raquel?. El que era gerente- le preguntó ella.
-Si, mamá. Me acuerdo. El que se compró un auto deportivo porque tenía que estar elegante en su trabajo.
-Bueno- siguió la madre, sin darle importancia al reproche de su hijo. -Parece ser que se lo embargaron porque no podía pagarlo. Le dijo a todos que era gerente y en realidad simulaba trabajar en esa empresa.

Ambos rieron, comprendiendo que la vida del otro no siempre es como te la pintan y recordando que siempre, siempre y siempre, hay que dejar entrar a la felicidad.

 

2 comentarios en “Deja entrar a la felicidad

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.