Venganza en la casa abandonada

(Cualquier similitud con el imperio romano es pura coincidencia…¿o no lo es?)

-¿Es esesésta?- preguntó el chico rubio .

-Sí- respondió su compañero .

-Realmente tenebrosa- ironizó el tercero.

Parados frente a la fachada de la mansión, se encontraban Augusto, Claudio y Julio, tres jovenes que apenas habían cumplido la mayoría de edad y que, en honor a eso, habían decidido adentrarse en la muy temida casa abandonada.
El día era primero de Octubre, fecha elegida luego de que los tres amigos hayan celebrado sus cumpleaños. Se creían más valientes e inteligentes que el resto, en especial Julio y Augusto y posiblemente lo eran.
Ellos dos eran primos de sangre y estaban al frente de todo lo que sucedía en el colegio.
Poseedores de una envidiable labia, eran capaces de tornar casi cualquier situación a su favor.
Con pensamientos listos y accionar limpio, resultaban airosos de las situaciones en las que se metían, tanto en el colegio como en sus hogares.
Julio era el aventurero, mientras que Augusto era el cauteloso y ambos eran insuperables cuando actuaban juntos. Teniendo conocimiento de esto, a menudo partían en busca de diferentes aventuras, siendo la última de estas adentrar en la misteriosa casa abandonada del norte de la ciudad.
Se trataba de una casona, muy elegante y sede de varios crímenes sucedidos en tiempos pasados. Entrar en ella estaba prohíbido por ley y se castigaba severamente a quienes no la respetaban. Varias leyendas se contaban sobre el lugar, una de ellas era que los espíritus de los fallecidos reciden en las decenas de cuartos de la mansión y que esperaban con ansias las almas frescas de los ingenuos que se atrevan a entrar.
Sin embargo, la leyenda que más les interesaba era la del tesoro guardado por uno de los dueños fallecidos.
Luego de estudiar la historia y leer los planos con detenimiento, creyeron descrubir el lugar del descanso del oro oculto. Podían sacarlo, se sentían muy seguros de eso.

-Seremos millonarios- dijo Augusto, no pudiendo contener una sonrisa.

-Hagámoslo- dijo Julio.

-Estoy de acuerdo- respondió el primo y añadió -Primero debemos pensar un plan y diseñar una estrategia.

El otro lo miró y asintió -¿Alguna idea? -preguntó

Augusto se levantó y miró a la ventana. Esto lo hacía cuando tenía un plan pero quería darle misterio.

-Conozco esa mirada, Augusto. Dime ya.

Su primo dio media vuelta y miró al otro ocupante de la habitación.

-Esperar. Debemos esperar.

La respuesta no sentó bien en Julio que se levantó se la silla y golpeó la mesa con sus puños. No poseía mucho humor.

-¿Esperar?-Gritó. -¿Esperar a que? ¿A que alguien lo tome por nosotros y luego pedírselo?

Augusto, que lo seguía con la mirada, estaba tranquilo, ya conociendo el temperamento de su primo y extrajo de su mochila, un libro muy conocido para ambos, el libro que dictaba las leyes que todos debían respetar, el Código Civil y Penal.
Al ver el libro, Julio tranquilizó su emoción sabiendo por donde venía el discurso de su primo.

-Artículo 2059, Aquellos que no hayan alcanzado la mayoría de edad, que sean sorprendidos invadiendo propiedad ajena no serán multados, pero serán multado su padre y su madre con hasta 10 años de prisión.- dijo y continuó  -Artículo 2060, aquellos que hayan alcanzado la mayoría de edad que sean sorprendidos invadiendo propiedad ajena serán multados con hasta 10 años de prisión- finalizó.

Augusto cerró el libro y miró a su primo.

-¿Y bien?- le preguntó. -¿Qué piensas?

Julio tenía muy en claro a donde quería llegar su primo.

-Estoy de acuerdo en esperar -dijo resignado.

-No podemos poner en peligro a nuestros padres- añadió el primero.

Ambos asintieron y decidieron aprovechar el tiempo para preparar el terreno.

-Una cosa más- añadió Augusto, volviendo a abrir el libro. -Artículo 937, las penas de prisión serán disminuídas o incluso eliminadas en caso de existir testigos independientes que declaren a favor de los condenados, solamente en hechos que fuesen para salvaguantar las vidas de los condenados que los llevaron a conducir los delitos por los cuales fueron acusados.

Julio pensó por un momento. -¿Un tercero? -peguntó confuso

-Si. Si conseguimos a un tercero, mayor de edad, que testifique que entramos en la casa porque nuestra vida corría peligro podremos no recibir condena. Ahora la pregunta es quién nos ayudará, en dónde podremos conseguir al conejillo de indias.

Ambos pensaron por un momento en quien podría ser su hombre. De pronto, a ambos se le ocurrió un nombre.

-¡Claudio!- gritaron al unísono.

Claudio era un compañero de clases, un muchacho tartamudo que se había convertido en una persona tímida y retraida a causa de su enfermedad. Nadie lo tomaba en cuenta y se le consideraba más lelo que listo. En pocas palabras, era fácilmente manipulable.
Días después, luego de clases, invitaron a su compañero a comer, le contaron y le convencieron fácilmente para que los ayudaran. Claudio accedió sin reproches.

Todo iba sobre ruedas, ahora faltaba la parte más aburrida que era la espera hasta que todos cumplan la mayoría de edad. Los días pasaron lentamente y fueron aprovechados para repasar el plan una y otra vez el papel de su nuevo compañero.

-Esperarás en la entrada de la casa, debes ser visible ante los ojos del mundo y poseer un rostro de preocupación por nosotros, pero no debes pedir ayuda a nadie y solo debes hablar cuando llegue la policía.
Claudio estaría esperando en la entrada de la casa, para que sea visiblemente creible la historia.
Todo iba sobre ruedas, salvo por una tarde, próxima a la fecha elegida, en la cual el plan casi se disuelve y los primos por poco no terminaron a los golpes.

-¿En dónde lo dejaste? -le gritó Julio a su primo.

-¿Yo?- recriminó Augusto -Tú los tenías, maldito embustero.

Ante la mirada de Claudio, los primos llevaron su discución de palabras a amenazas de golpes cuando fueron detenidos por el tercero.

-Dedeténganse -pidió, sin lograr efecto alguno.  -¿Lolos papeles los tenían sosobre la mesa? prepregunto porque la veventana está abierta y el vieviento es muy fuerte el día de hoy. Poposiblemente se volaron.

Los primos escucharon y detuvieron su embestida para comprobar la verdad en las palabras de Claudio.
Julio se asomó por la ventana y salió corriendo hacía el exterior.
Al regresar y comprobar que todos sus papeles estaban recuperados, ambos miraron al lelo en señal de aprovación.

-Tenías razón, Claudio- dijo Julio.

-Claudio, te has ganado mi respeto- añadió Augusto.

Desde ese momento, Claudio fue incluido en el conocimiento de los planes y de lo que pensaban hacer en la casa.

-Sabemos que hay un tesoro, escondido detrás del cuadro más grande de la habitación principal y pensamos recuperarlo para nosotros.

-Con eso seremos ricos.

Claudio los miró pensativo y les preguntó si el plan funcionaría.

Los primos se rieron.
-Por supuesto- respondió Augusto.

Finalmente el día llegó y el plan entró en marcha. Julio y Augusto se sentían confiados en salir victoriosos y millonarios.

-¿Recuerdas lo que debes hacer?- le  preguntaron a Claudio.

El tartamudo asintió con la cabeza  -Si. Me quedaré aquí y seré visible. No responderé preguntas salvo provenga de un policía y si lo hace estallaré en llanto pidiendo ayuda para ustedes.

Los primos se miraron, orgullosos de lo bien que habían entrenado a su compañero y se adentraron en la mansión abriendo una de las ventanas que daban al patio.
Entraron cuando el sol comenzaba a caer, mientras que Claudio permanecía de pie, inmovil frente en la entrada de aquel lugar prohibido para la ley.
Pasó un tiempo y al oscurecer,  los primos se asomaron por un venana para controlar que su compañero permaneciera allí.
Grande fue su sobresalto al ver a Claudio junto a un oficial de la ley.

-¡Maldición! -estalló Julio. -¿Qué hacemos ahora?

-Seguir con el plan, tal cual lo habíamos pensado -respondió el sabio de su primo. -Debes golpearme hasta dejarme sangrando y luego yo haré lo mismo contigo. Rasguemos nuestras ropas para simular aún más el ataque y ten en mente siempre, sin olvidos, la descripción del atacante. ¡Recuérdalo!  -le ordenó Augusto.

Un patrullero arribó instantes después, y dos policias más se unieron al que se encontraba en la puerta de la mansión, dando un total de tres policias listos para entrar en el perímetro y buscar a los jovenes.
La búsqueda duró poco tiempo y los primos fueron encontrados rápidamente, aunque sin rastros del agresor. Luego fueron escoltados hasta la patrulla y antes de entrar, Julio le guiñió un ojo a Claudio, que se estremeció pensando en que habían encontrado el tesoro.

Julio y Augusto fueron llevados a la comisaría y fueron interrogados por el jefe de policia.
Los chicos, interrogados por separado, relataron los hechos con tanta vehemencia que podrían haber convencido hasta al más suspicáz de los jueces. Sin embargo, los primos no previnieron lo que iba a suceder.
Al reencontrarse luego de los interrogatorios, una persona entró por la puerta de la sala, seguido del jefe de policia. Se trataba de nada más y nada menos que Claudio.
Ambos, preocupados.
Julio miró su mochila, que contenía el tesoro de la mansión.

-Muy bien, muchachos -comenzó a decir el comisario. -Veo que han practicado su historía y les ha salido al pie de la letra.

-Es la verdad -respondió Augusto.

El jefe le dirigió una mirada y luego extrajo de la carpeta que llevaba en la mano unas hojas de papel. Pero no eran cualquier tipo de hojas, sino que eran las hojas de su plan.

«No puede ser» pensó Julio.

«Las hojas las guardé en un lugar oculto en mi casa, nadie pudo haberlas encontrado. ¿Cómo puede ser posible?» reflexionó Augusto.

-Aquí, mi sobrino Claudio, me ha contado una interesante historia sobre ustedes y aunque al principio no le creí, al traerme estas hojas, este elaborado plan, cambié de opinión y decidí actuar. Los estuvimos vigilando desde el primer día muchachos. Sin embargo, lo que no entiendo es el por qué. ¿Qué tiene ese lugar que les interesaba tanto? en las hojas no lo menciona y Claudio tampoco lo sabe. Pensaba en que ustedes me lo dijeran.

Los primos se miraron, entendiendo que aún tenían posibilidad de salir de esta y de conservar el tesoro.
Augusto comprendió que Claudio hizo las copias en el poco tiempo que estuvo solo con ellas y que luego las arrojó por la ventana, simulando que un viento las había volado.

-Aventuras y nada más -respondió Augusto mientras que Julio asentía, ambos poniendo cara de preocupación y miedo. -Estamos muy arrepentidos pero no le hicimos daño a nadie, sepa entender que somos jóvenes y tontos.

-Ja ja ja -rió el comisario. -Yo no me creo esos cuentos. Venga hijo, díles lo que me dijiste a mi.

-Ellellellos se buburlaron de mí dudurante mucho tiempo y luego me maninipularon para queque le sea complice en este dedelito -dijo Claudio lagrimeando.

-¡Éres un maldito! -gritó Julio, intentando ahorcarlo con sus manos.

Como resultado, los primos fueron esposados a las sillas, con bozales puestos en sus bocas para que no puedan emitir más palabras.

-¡Quiero que se les castigue!- exclamó Claudio sonriendo.

-Silencio- rdenó su tío. -El que dicta sentencia acá soy yo, ¿entendido?.

Su tío miró a Claudio. Era una mirada fulminante, haciendole borrar la sonrisa del joven.

-Bueno, muchachos.- Comenzó a decir el jefe de policia.

Julio y Augusto se miraron, sabiendo que lo que vendría sería una sentencia sin juicio justo.

-He hablado con el juez y opina lo mismo que yo al imponerles una sentencia de diez años en prisión. Sin embargo, podrán acortar a la mitad su condena en caso de buen cumplimiento.

-Una cocosa más, titío.

-¿Qué quieres?- repreguntó el comisario, ya cansado de interrupciones.

-Mimi mochila, es la que está en el perchero, quiero llevármela.

Su tió aprovó con la mirada y Claudio tomó la mochila de Julio, la mochila que contenía el tesoro encontrado.

«Se volvió astuto» pensó Augusto, sonriendo por dentro.

Claudio se retiró de la sala, su boca comenzaba a sonreir. Sabía que los primos planearían una venganza, pero para eso faltaba mucho tiempo, tiempo en que ellos estarían en prisión y él disfrutando del tesoro logrado.

2 comentarios en “Venganza en la casa abandonada

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.