Archivo por meses: marzo 2019

Miedo y terror, una historia sin final feliz

-Te amo
-Te amo

Sabina y Telurio se despidieron. Tenían miedo, mucho miedo y lo peor es que no podían enfrentarlo solos. Separados por un cristal imposible de romper con sus manos desnudas, se limitaban a mirarse mientras que un hombre encapuchado estaba por asestar el golpe final.

Fue una fracción de segundo en el que Telurio rogó por su vida y la de su mujer y en el que su vida pasó frente a sus hijos. Su infancia, su adolescencia, su casamiento con Sabina, el nacimiento de sus hijos y la desgracia de perderlos frente a una enfermedad que no pudieron detectar ninguno de los dos médicos que los trataron. Los extrañaba mucho y por lo menos sabía que los volvería a ver.
Recordó el odio que sintió hacia los médicos responsables de afirmar que sus hijos estaban bien y darles el alta sin hacerles los estudios suficientes.
Ya los perdieron y ahora perdería a su mujer delante de sus ojos. Era mucho dolor contenido en un instante y quería que terminen rápido para volver reunirse con su familia.
El dolor al perder a sus hijos, el dolor de la impotencia al saber que se podrían haber salvado si los médicos no hubiesen sido arrogantes y el dolor de saber que su vida estaba a punto de acabar de la mano de un extraño sádico que buscaba su muerte como diversión, le hizo llorar.
Su cabeza volvió a la realidad solamente para evidenciar la muerte de su amada esposa.

-Es tu fin- dijo el encapuchado mientras que Telurio aspiraba el aire por última vez.

Todo comenzó hace escasas horas, luego de ser secuestrados mientras dormían.
Cuatro sujetos irrumpieron en su casa y los ataron de manos y pies.
Despertaron en una habitación, separadas por un inmenso cristal blindado y debieron soportar las torturas que los secuestradores les tenían planeadas. Mientras uno sufría, el otro miraba.
Sin embargo, el dolor más grande para ellos era el de no poder estar juntos, no poder abrazarse ni tocarse. Mucho menos besarse y enfrentar esto juntos.
maldijeron su mala suerte en la vida. Perder a sus hijos y ahora sufrir esta dura realidad.

-Todo ha terminado- dijo uno de los encapuchados.
-Por fin- dijo una mujer tras él.
-Estos malnacidos por fin están muertos, los hemos vengado.
-Si mi amor, los vengamos.

Lucrecia había perdido su alma desde aquella fatídica noche en que los cuerpos de sus hijos fueron encontrados sin vida.
Rómulo, su marido, dejó de creer en la justicia de los jueces y se reunió con Guillermina y Josefo, los padres de Romina y Tino, otros niños que murieron en las mismas circunstancias que los hijos de la otra pareja.
Misma metodología, secuestro, tortura y muerte para los dos varones y las dos mujeres.
El investigar los asesinatos de sus hijos los llevó a encontrarse y no accionar de la justicia los unió en busca del mayor propulsor del cuerpo, la venganza.
Contándose cada detalle de sus vidas, descubrieron un punto en común al recibir las amenazas de una misma pareja. Tanto Rómulo como Josefo los recordaban bien, una pareja que habían perdido a sus hijos y les recriminaban a ellos no haberlos atendido en su momento.

-Me acuerdo- dijo Rómulo. -Este hombre vino a la guardia con sus hijos, yo había discutido con mi mujer- hizo una pausa para mirar a Lucrecia- ¿recordás?

Su mujer asintió con la cabeza, recordando que aquella fue una pelea más que importante, con una amante involucrada.

-Estaba tan distraído que lo único que quería hacer era volver a casa y arreglar las cosas.

-¿Entonces no los revisaste?- indagó Guillermina.

Rómulo volteó a verla, indignado.

-Por supuesto que lo hice, mujer. Los revisé y estaban bien, no vi la necesidad de hacerle más estudios y les di el alta.

-¿Mataron a nuestros hijos porque no supiste hacer tu trabajo como corresponde?- dijo Josefo, encolerizado, levantando el puño en busca de un rostro que lo reciba.

-¿Y tú? Si ese fuese el caso tus hijos no tendrían nada que ver. Cuéntanos que hiciste, señor perfección- respondió Lucrecia.

-Yo no recuerdo haberlo atendido, pero si recuerdo que se presentó en mi despacho, amenazando mi vida. No lo recuerdo…¡Espera! Ya lo sé.

Josefo hizo una pausa, recordando aquel momento.

-Seguramente fue así. El día que falleció mi padre, no me permitieron salir del hospital y me escapé dejando en la guardia a un reemplazo con mi sello. Oh dios, no imaginé que por unas horas sucedería esto.

No pudiendo cambiar el pasado, los cuatro adultos decidieron investigar y en poco tiempo tenían tantas coincidencias que ya les resultaba bastante obvio que sus sospechosos sean los culpables de la muerte de sus hijos.

-Se desquitaron con nuestros hijos y ahora nosotros vamos a hacer lo mismo con ellos.

Entre los cuatro planearon poner fin a su despecho y actuar contra los responsables en libertad del asesinato de sus hijos, contra los asesinos Sabina y Telurio.

Mi esposa

Que gran mujer es ella.
Un pilar al que subo cada día y me hace ver todo con grandeza.

Este no es un cuento, es mi realidad, la que vivo cada día.
Que grande es ella, la mujer que me espera cada noche al regresar del trabajo.
Mi Superman, como en algún cuento la llamé.
Arrodillado quedo frente a su inteligencia y pasmado ante su increíble memoria.
Siempre tiene una respuesta, una solución y siempre es la correcta, aunque duela.
Busca hacer las cosas bien, siempre con la verdad a su lado y con suficiente ética (copiada de mi). No miente y es sincera y eso le hace sufrir.
La verdad duele y daña y ella no sabe mentir y termina dañando y alejándose de las calumnias y sus dueños.
Portadores de falsedades no son bien recibidos y aquello le acerca a la soledad.
¿Empatía? Si, lo sabe pero ignora. Prefiere siempre ir con la luz que ocultarse bajo el lienzo de otro.
Momentos de tensión ocasiona la falta de aquel sentimiento. Momentos que se pueden evitar al entender que no siempre la crudeza es lo necesario, entendiendo que la vida no es una linea divisoria y que se puede vivir contento, cruzándola.
Ese es mi papel. A veces debo empujarla para que salte la división y rompa su dura coraza de hielo forjado en la soledad de la verdad. Le cuesta vender su ideal a cambio de felicidad. Verdad, tristeza y soledad antes de que falsedad, felicidad y compañía.

Matices y puntos medios. Le falta creer en ellos.
Admitir un error no te hace menos lista sino más humana. Es un ser de inteligencia racional y analítica y eso cierra puertas.

Pero es sabido que yo admiro su inteligencia y cuando se raja la capa de hielo forjado, aparece un ser de luz, de amor y sentimientos que me deja pasmado.
¿Quisiera que siempre fuera así? No. Pero yo creo profundamente en los matices y puntos medios y anhelo que ella sea siempre un ser de inteligencia mezclado con amor y dudas.
¿Dudas? Si, dudas de que no siempre las cosas son como ella cree que son, aunque acierte gran cantidad de veces. Dudas para permitirse dudar sobre cierta situación y no ponerse de un lado de la linea divisoria.
Hay algo especial en ella pero que ella misma bloquea y yo intento sacar.
Ella es una flor de loto, tarda en florecer, pero todo en ella será mágico y especial.

Que grande es ella, mi señora.
Jóvenes somos, futuros criadores de un alma que esperamos con ansias.
Al verla, hablándole a su vientre, a su piel, la sangre me entibia el rostro.
Amor a borbotones, lo veo y siento.
Que maravillosa es ella, mi esposa, que lleva esa alma con alegría, con sonrisa duradera, es un sol que ilumina.
Más bella me siento, me dice a menudo y nuevamente está en lo cierto.
Los pinceles de su cuerpo han cambiado de dirección. Curvas más pronunciadas aparecieron y no le molesta y lo disfruta.

Que grande es ella, mi mujer, que es paciente en la espera y que al mal se enfrenta, siempre con semblante de acero. Combativa en la batalla, en la guerra es un caudillo que ataca primero y es letal. Su ejército la abandona pero ella prosigue. Corazón de luchadora, se enfrenta sola a los molinos. Ahora me tiene a mi, a su Rocinante que siempre la acompaña, aunque ahora ya soy más como Sancho, me quedo atrás y no combato, solo observo y opino.

¿Amor? Mucho. Acumulado por tiempos de escasez. Un ahorro esperando ser gastado.
Demasiado a veces. Depender tanto de otra persona te vuelve vulnerable. Yo soy su talón maldito. Soy la espada de Damocles que pende sobre su cabeza. El hilo es de titanio, el más resistente de todos, pero los bordes son mera madera que debe ser mantenida.
Que grande es ella, mi amada, mi hada de la madrugada que me saca una sonrisa cada mañana.
Que grande es ella, mi alma tomada, que vela por mi de alba a alba.
Que grande es ella…

El odio

-Míralo a ese. Camina como si estuviese en su casa.
-Vienen a este país a aprovecharse de nuestra bondad. Nos quitan nuestros trabajos en medio del paro y ni siquiera nos lo agradecen.
-No deberían permitir que entren, debemos hacer algo. Están atentando contra nosotros, contra nuestro futuro.
-Si, que se vayan a su casa. Gente así arruina nuestra economía. Parásitos mantenidos.

Dos hombres discutían en las calles de Madrid. Frente a ellos, una pareja de origen sudamericano caminaba tomados de la mano. El hombre llevaba puesto el típico uniforme de barrendero, mientras que la mujer vestía de forma casual.
Caminaban lentamente.

-No es la vida que imaginaba para nosotros, mi amor- le dijo la mujer.
-Lo sé. Pero es esto o volver a casa sin posibilidades de un mejor futuro para nosotros y para nuestro hijo.
-Trabajas limpiando las calles, tú, que fuiste gerente ahora barres el suelo y no me dejas ayudarte.
-Ocúpate de tu panza, de Maicón que está creciendo y yo me ocuparé del resto. Empezamos de abajo, cariño. Por lo menos tenemos trabajo y gracias a este barrido tenemos casa.

La pareja se abrazó y se despidió con un tierno beso. Él debía regresar al trabajo.
Después de todo, barrer y asear las calles era un laboro bastante tranquilo.

-¡Vete a tomar por culo, venezolano!
-¡Lárgate de este país, escoria sudaca!

Los dos hombres españoles comenzaron a gritar, queriendo molestar al barrendero. Los comentarios de odio no parecían afectarle, no era la primera vez que los recibía.
Otros españoles que atestiguaron los gritos brindaron su placaje.

-Déjalo en paz, gilipollas- dijo un hombre
-¿Qué te ha hecho él a ti? -agregó una mujer bastante mayor.

Los dos agresores discutían con los transeúntes que salieron en defensa del trabajador, mientras que otros daban palabras de aliento.

-No creas que somos todos así, hombre.
-Los españoles somos buenos, no le hagas caso a un grupo de porculeros.

Un hombre mayor, un futuro padre de familia, un hombre de casi dos metros de altura, de piel morena y de mirada fría se puso a llorar desconsoladamente.

-Vine aquí por un mejor futuro para mi y para mi esposa y mi hijo. No vine por ganas, vine por ellos, para darles una vida de paz. Dejamos a nuestras familias y comenzamos de cero. No es justo lo que dice, no somos escoria- dijo entre sollozos.

Dos hombres mayores le brindaron una mano para que se levante del suelo.

-No nos tienes que explicar nada, hombre. Si quieres estar aquí, lo estás y punto. Al que le moleste, que le den.
-Si. No nos tienes que dar pena. Tu estás trabajando, haciendo algo que la mayoría de nosotros no quiere hacer. Tienes más dignidad que esos dos. Venga ya, seca esas lágrimas.

-Gra…gracias-tarmatumeó el venezolano mientras tomaba sus cosas y continuaba, como podía, con su trabajo.

Historias de odio hay muchas, las vemos y escuchamos por todos lados.
Ser distinto en cualquiera de sus formas, ser de otra nacionalidad, de otra religión, de otro color de piel, bajo, gordo, cualquier cosa puede ser usada de adjetivo para el juego del racismo.
Un odio interno que poseen ciertas personas que asumen la vida del otro y se permiten juzgar de forma gratuita para satisfacer sus necesidades internas de bronca.
Cualquier motivo es suficiente, lo importante es catalogar y no poseer empatía, es decir, no ponerse en el lugar del otro, en sus zapatos y no conocer su vida.
¿A quién no le ha pasado? ¿Quién no lo ha sufrido?
Yo lo viví (y lo sigo viviendo) en carne propia por mi religión. Soy judío y me gusta serlo. Me gustan las tradiciones que me enseñaron y me gusta la historia del «pueblo elegido». Pero, dejando de lado la religión, que salvo algunos días de festividades, el resto del año está dormido y no forma parte de mi yo cotidiano, sin embargo, en mi corta vida me han dado muchos adjetivos humillantes por el mero hecho de pertenecer a una religión, sin siquiera conocerme. Narizón, usurero, asesino, Hitler, jabón, víctima y un sin fin de palabras me merezco, según ellos, al pertenecer a una minoría.
Ser cristiano está bien, es ser alguien puro y bondadoso. Ser un buen cristiano es una expresión típica por mis pagos. Pero recordarles la historia de los asesinatos cometidos en nombre de Cristo está mal y decirles que ahora predican la paz luego de someter al mundo con su espada durante siglos, está aún peor.
Ser parte de una minoría automáticamente te descalifica para todo, como me contó un amigo una vez:
-No sábes las mujeres que hay. Carlota es mía, pero sus amigas están, uff, ni te imaginas.
-Prefiero quedarme en casa.

El otro de los jóvenes, que escuchaba la conversación en silencio, interrumpió.

-Ni de coña. Tu te vienes con nosotros.
-En serio, prefiero quedarme.
-No seas cagón. No le diremos a nadie que éres judío, ¿vale?
-¿Piensas que eso es lo que me jode?
-Claro. Porque las amigas de Carlota pensarán que, como sois judío, la tienes pequeña.
-Y tendrán razón, pero eso no me molesta.
-¿Entonces? Venga ya tío, no te hagas el misterioso.
-Ya saben por qué.
-¿Aún sigues con esa tontería de que eres gay?
-No es ninguna tontería.
-Vamos, tío. Ya tienes bastante con tu religión como para agregar eso de que te molan los tíos.
-Por eso no quiero ir. Me van a presionar para que me líe con una chavala y no quiero.
-Pero si están buenísimas. Vamos, incluso te dejo a la Carlota para ti solito.
-Que no.
-Que te den, jodido maricón.

Mi amigo me contó que esa fue la última vez que volvió a ver a esos amigos.
Un poco exagerado, le dije, pero nunca se puede anticipar como van a reaccionar las otras personas. Yo he perdido amigos por apoyar a partidor políticos distintos, que es una tontería como para perder una amistad.
Odiar a otros, hablar mal de esas personas, descargar la ira acumulada que tenemos junto con nuestras frustraciones nos hace sentirnos mejor con nosotros mismos. Centrarse en la desgracia ajena, acusando a un tercero de cosas que no conocemos nos hace unir con otras personas y nos vuelve populares.
Odiar te da satisfacción y te vuelve popular y por eso la gente lo hace sin importar las consecuencias.
Odiar es un pasatiempo que nunca pasará de moda y solo nosotros, las «víctimas» lo entendemos y sufrimos.

Odiar te hace congeñar y es por eso que es tan popular.

Amor tras amor

-Sos demasiado lindo para mi.

Fue lo último que dijo antes de irse. Lo peor es que habíamos venido con su auto y ahora yo me encontraba a la espera de un taxi para regresar a mi casa.
Admito que durante cierto tiempo creí que esto fue cierto y eso me ayudó a aumentar el ego.

Después de una relación, llega el periodo de duelo. Tiempo en el cual uno reflexiona sobre lo sucedido y espera a sanar las heridas.
Este tiempo es proporcional al tipo de relación vivida, a su duración y a su desenlace final.
Aunque además influye uno mismo y su capacidad para sanar, como si de un superpoder se tratara.
Pasado el tiempo de duelo, uno se reinserta en el mercado de citas y es en ese entonces que comienzan las situaciones extrañas. Sea el objetivo puramente sexual o el de formar una relación, en una primera cita puede suceder de todo y se pueden escuchar cosas impensadas. Cada uno es un mundo, cada persona posee su forma de ser y de actuar, pero algunas situaciones son demasiado complicadas para entender en un primer encuentro.
Mientras más tiempo se haya pasado en la relación anterior, mayor es el olvido a estos misterioros primeros encuentros.

Una vez sucedió que arreglé salir con una chica que por fotos era muy bella.
Lo de arreglé salir es una exageración, la realidad es que ella fue quien propuso la salida.
Como sea el caso, la pasé a buscar por la casa una calurosa tarde de sábado.
Estaba un poco nervioso, ella era muy bella y yo…bueno, yo era yo. Algo debo tener de atractivo, supongo.
Al llegar a su casa y tocar el timbre, abrió la puerta alguien que no parecía humano. Era un ángel, un ser digno del cielo cuya belleza irradiaba una cálida luz.
Tragué saliva al verla y me puse aún más nervioso.

-Caminemos- me dijo, sin siquiera saludar.

-Bueno- acepté, limpiándome la baba del labio.

No llegamos a dar ni diez pasos cuando me lo soltó.

-Tengo una regla- me dijo. -Vamos a caminar y a charlar durante dos calles y al final de la segunda calle, yo me iré a dar una vuelta. Si regreso es que me gustaste y quiero continuar con la salida.

Me quedé más que sorprendido. Si no quería salir conmigo me lo podía decir y no inventar estas cosas.

-¿Y yo que hago?- le pregunté.

-Te podés quedar y esperar cinco minutos a que yo regrese o te podés ir. No me voy a demorar ni un segundo más de ese tiempo y si cuando regrese no estás, lo entenderé.

No iba a discutir en una primera salida, más aún cuando me pareció una idea simpática y, después de todo, me dio curiosidad y quería continuar.
Acepté y comenzamos a caminar las dos calles de prueba. La charla era amena y ambos estábamos igualmente de locos.
Al poco tiempo llegamos al final del recorrido y antes de partir me mostró una pequeña libreta que llevaba consigo.

-Doscientos setenta y seis veces no regresé y 7 veces si lo hice. -me mostró su estadística.
-Podés llegar a ser el número 8 o el doscientos setenta y siete. Como sea, ya vuelvo.

Decidí esperarla. No solo me parecía interesante, otra forma de pensar, sino que tampoco tenía nada mejor que hacer.
Mientras esperaba, pensé en si había tenido otra primera cita tan rara como esta.

Recordé la vez que una chica me había pasado a buscar para ir a un restaurante ultra fino, como ella. Una chica de clase alta, elegante, sofisticada y sobre todo, forrada.
Casi casi que tuve que desempolvar el esmoquin.
Por mensajes era muy charlatana, habladora y simpática, pero desde que nos vimos que casi no hablaba y se pasó la cena mirándome.
Yo estaba ya medio cansado de comer con la pared y se ve que ella lo notó, porque no llegamos al postre cuando se levantó, le dejó un poco de dinero al mozo y se fue.

-Sos demasiado lindo para mi -se despidió

Fue lo último que dijo antes de irse. Lo peor es que habíamos venido con su auto y ahora yo me encontraba a la espera de un taxi para regresar a mi casa.
Admito que durante cierto tiempo creí que esto fue cierto y eso me ayudó a aumentar el ego.

Miré mi relój, habían pasado dos minutos desde que mi bello ángel partió y yo ya me empezaba a sentir como un tonto parado en la calle, sin siquiera poder sentarme.

Otra situación me vino a la mente, una vez en que iba todo sobre ruedas.
Nos vimos y la charla fluyó. Ella me gustaba y yo a ella también.
Fuimos a tomar unos tragos y las risas y besos estuvieron a la órden del día.
Al salir, fuimos a su casa y nos besamos en el zaguán. Ella puso su mano dentro de mi pantalón, por encima de la ropa interior, probablemente para agarrarme el culo, pero la sacó con asco al instante.
Su mano estaba totalmente negra.

-¿Qué mierda es esto?- me preguntó mientras que corría a lavarse las manos.

Me echó tan rápido de su casa que no me dio tiempo a explicarle que lo negro era un chocolate que tenía para regalarle, pero que olvidé que llevaba y se derritió, traspasando mi ropa.
Saqué el envoltorio del bolisllo y lo tiré a la basura. Luego regresé a mi casa chupándome los dedos, después de todo, era un chocolate costoso y muy sabroso.
Aún pienso en el impacto de esa situación en el cuchicheo femenino.

-Cuatro minutos- me dije. -Aún falta uno.

También recordé la historia de desgracias que me sucedió con una amiga de una amiga.

-Tu éres la desgracia en persona- me dijo, con tono de pitonisa.

Fuimos al cine y la película fue cancelada por un conflicto con los trabajadores.
Luego fuimos a comer y el mozo volcó el plato de pastas sobre el vestido de ella, arruinándolo completamente.
La acompañé a la casa y el taxi en el que viajábamos fue detenido por la policia. Pasamos un par de horas en la comisaria intentando explicar que éramos simples pasajeros.
Su ropa ya comenzaba a oler mal y cuando nos dejaron marchar, sin querer la empujé y su sucio vestido se enganchó con un clavito suelto, dejando su ropa interior al descubierto.

-Tu éres la desgracia en persona- me dijo mientras que se marchaba, sola, sin que quiera que la acompañe.

«Que triste primera cita» pensé mientras que comencé a reir hasta que algo me tocó el hombro.
Finalmente el ángel había regresado a mi lado y me estaba viendo reir.

-Bueno, sos el número 8, te felicito.-me dijo. -¿Quéres seguir?

Intenté besarla de la alegría, pero me apartó.
Aquel fue el primer obstáculo de una larga cita llena de pruebas y barreras, que continuaron durante varias salidas más.  Pruebas y barreras que superé y que ahora, casi once años después de aquel primer encuentro, veo que le hace a nuestra hija, Alma.