E.F.: parte 2

Nadie.

Nadie más que él.

Hasta donde alcanzaba la vista estaba solo.

Ningún auto circulaba por la calle. Ningún niño jugaba en el jardín de su casa. Ningún vecino cortaba el cesped.

Jack, su vecino, tampoco se encontraba presente y esto le sorprendió por sobre todo.

Jack era un jubilado, jardinero retirado y pasaba casi todo el día en su patio frontal arreglando plantas y que no esté presente, simbolizaba que algo le había pasado. No solo a él, sino también a su antes perfecto jardín.

Leo volvió a entrar a su casa. Su preocupación era evidente.

Se digirió a la sala de estar donde estaba el único teléfono inalambrico de la casa.

Lo tomó y marcó el numero del móvil su mujer. Mientras que llamaba, una voz le indicó que la bateria estaba próxima a acabarse.

Leo miró la base y parecía todo normal.

«Por ahí lo dejaron mal conectado» Pensó.

El tono de espera continuaba al teléfono y su mujer no lo respondía. Su llamada no solamente no era respondida, sino que el contestador del móvil tampoco aparecía.

Al cabo de varios intentos sin respuesta, cortó el teléfono y salió nuevamente de su casa.

Esta vez, prestó más atención al panorama.

Las nubes grises y espesas ya estaban siendo barridas por el viento y el sol brillaba cada vez más fuerte en el cielo.

Cerrando la puerta con su llave, salió y se dirigió a su coche.

Encendió el motor y se puso en marcha. Iría a la escuela a buscar a su mujer y a su hija.

Nuevamente no había nadie más que él.

-Gracias a dios que llené el tanque. Dijo, aunque en realidad no podía recordar cuando lo hizo.

La aguja del medidor de combustible marcaba que el tanque estaba lleno, aunque su camioneta lo consumía más rapido que casi cualquier otro auto.

El camino a la escuela se volvió más complicado de lo que pensaba.

Autos cochados obstaculizaban el camino y arboles caídos le impedían el paso. Esto sumado a que los semafóros dejaron de funcionar repentinamente le complicaron el viaje hacia el colegio.

Más allá de eso, la ciudad parecía intacta, cómo si hubiese sido abandonada de repente.

Al cabo de algunos minutos, estacionó el auto.

Las puertas de la escuela estaban abiertas, invitandolo a entrar.

Leo entró, aunque temeroso, y buscó a alguien que le pueda indicar donde se encontraban su mujer y su hija.

-HOLA- Gritó.

-¿HAY ALGUIEN ALLÍ? ¿ALGUIEN ME ESCUCHA?.

La única respuesta que recibió fue el eco de sus palabras resonando por todo el lugar.

Recorrió un poco el lugar, ya más nervioso que antes.

Comenzó a correr, buscando aula tras aula señales de su familia, señales de cualquier persona.

Doblando en un pasillo, encontró la oficina del rector. Estaba cerrada con llave.

Golpeó la puerta con su mano cerrada. Golpeó una, dos, tres, cuatro veces, pero nadie le respondió.

Corrió por los pasillos, el nerviosismo y la desesperación invadieron su corazón.

-ALGUIEN QUE ME RESPONDA, POR FAVOR.

Nadie.

Nadie más que él.

Una lagrima se asomó en su ojo derecho. Quería salir de allí, el aire lo agobiaba.

Aún le quedaban aulas que buscar y pasillos que recorrer, pero sentía que iba a explotar y se dirigió a la puerta principal.

Saliendo del colegio, se desplomó sobre el seco cesped y comenzó a llorar.

Finalmente se había dado cuenta de que… ESTABA SÓLO EN LA CIUDAD.

 

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