La desgracia de saberlo

Lo supe antes que todos lo demás y no porque era el más listo ni podía ver el futuro, sino porque miré por la ventana en el momento justo.
Pasó hace un mes y el recuerdo permanece imborrable en mi.
Fue durante mi casamiento. Luego de una tanda de baile, la comida estaba siendo servida. Era de día y el salón contaba con unos grandes ventanales que abarcaban todo su perímetro, permitiendo una vista inmejorable a la ciudad. El salón se encontraba en el piso 40 del edificio más alto del país.
Era un momento de calma en el que todos disfrutábamos de la comida, cuando me asomé a ver el exterior y lo vi. Un avión. No, una nave, de esas que se utilizan para viajar al espacio estaba volando muy cerca nuestro casi en una posición vertical al cielo. Algunos llegaron a verla quedando sorprendidos por aquel espectáculo.
Luego fue seguida por otra, de distinto color al blanco y negro de la primera. La nave de color verde, le seguía los pasos a la anterior, sin embargo no la pudo alcanzar al salir humo de su interior y precipitárse al suelo ante la mirada de terror de mis invitados.
Mi flamante esposa me miraba, incrédula por lo que sucedía en el exterior.

-¿Qué pasa?- Me preguntó.

«¿Qué pasa?». Esas palabras aún siguen en mi mente. Lo último que le escuché decir, la última vez que oí su voz. «¿Qué pasa?» Me volví a preguntar, intentando decirlo con su tono, con su bello timbre armónico.

Algo en mi pensó rápido y respondió.

-Una bomba atómica viene y ellos están escapando de la tierra.

Su cara fue de terror y mi menté quedó en la nada mientras nos cubría con una tela militar que se encontraba en nuestra mesa, separada del resto de la gente. Cuando ví la bomba caer del avión, miré a los invitados. La mayoría permanecía ajeno a lo que estaba por suceder y continuaba deleitándose con el platillo principal, con el lomo al champignon. Otros seguían mirando a las naves como volaban, pero ninguno, nadie salvo yo supuso lo que sucedería.
Vi caer en cámara lenta aquel artefacto del día del juicio. Era redondo, como un tambór, con una cola, como la de un pez. Un pequeño aparato que entraría en el baúl de mi automovil y que era capáz de eliminar todo rastro de vida en kilómetros de radio. Luego me escondí, junto a mi esposa y esperé el fin. No podía pensar en nada. No pudimos decir nada. Solo nos miramos y unos segundos después, ella dejó de hacerlo y cerró los ojos. La vida, su alma, todo su ser abandonó el vehículo que utilizaba para la vida y su cuerpo cayó inherte sobre mi.
Yo me salvé, gracias a que la manta me llegó a cubrir el total del cuerpo, pero un sector del de ella quedó al descubierto. El tobillo, aquel que fastidió al mismo Aquileo, causó las mismas desgracias a la mujer que amé.
Fui el único sobreviviente de mi familia, amigos y conocidos.

Hoy, 30 días después, sigo soñando con aquel día mientras que me hacen pruebas de laboratorio.
Permanezco encerrado por el solo hecho de estar vivo, de haber sobrevivido a semejante exlosión con tan solo una tela de protección.
Algo hay en mi, dicen y por eso me mantienen prisionero en este lugar.
Aún sigo sin poder despedirme de todos y ni siquiera se si los han enterrado o cremado. Tan solo me dicen que yo no puedo salir, por el bien del resto de los ciudadanos.
Mis brazos ya no sienten los pinchazos de las agujas que extraen sangre. Mis pies están pálidos por la falta de glóbulos rojos y mi cabeza da vueltas constantemente. Viví, pero ahora estoy confinado a un hospital militar, donde no me dejan irme ni me dejan morir. Nadie siente piedad por mi, por lo que viví. Tan solo quieren saber como lo hice, como superé la explosión sin ningún tipo de repercusión negativa en el cuerpo. El haber sobrevivido era un castigo aún mayor al haber desaparecido aquel día. Me dicen que soy un milagro, que soy la clave para la supervivencia en el espacio y otras muchas tonterías. Lo cierto es que no me dejan ir, aunque me lo hayan prometido.

-Una vez que terminemos, podrás irte. Además, por tu cooperación, te haremos acreedor de una importante suma de dinero. Suficiente como para que comiences tu vida de nuevo.

Hasta ahí, sonaba bien y esperaba con ansias ese momento. Sin embargo, el militar no concluyó su discurso allí.

-Sin embargo- Continuó. -Al salir, deberás someterte a varias cirugías estéticas.

Mi cara fue de asombro.

-Si, entiendo como te sientes, pero debes comprender que aquí estás seguro. Si sales, es probable que de otros gobiernos o laboratorios te secuestren. Aunque la noticia de tu supervivencia no fue revelada por los medios masivos de comunicación, la historia de tu rechazo a la muerte fue filtrada por espías y la información de tu vida fue vendida a los mejores postores. Muchos te están buscando para hacerte pruebas. Si, al igual que las pruebas que nosotros te hacemos, pero ten algo por seguro. Tu eres de los nuestros y nosotros no te dejaremos morir, aunque no pueda afirmar lo mismo si otros te capturasen.

Desde ese aviso pasaron incontables días de dolor y sufrimiento. Al militar no lo volví a ver y desde hace tiempo considero que mi vida terminaría aquí.
No, me equivoco. Mi vida terminó cuando a un malnacido se le ocurrió disparar la bomba. Cuando un adefesio de ser humano jugó con la vida de los demás. Cuando un loco de mierda tuvo acceso al poder de causar tanto daño. Mi vida terminó en aquel día en que un hijo de puta se encabronó como a un nene que le negaron el juguete y quiso demostrar quien tenía los huevos más grandes.
Aquí, en mi celda, en cerrado, pienso. ¿Cuantos hijos de puta así quedarán libres?

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