Una agradable sorpresa

-¿Son ellos?- preguntó Jimena.

-Creo que si- respondió Roberto emocionado, mirando por la ventana.

Un auto se detuvo en la entrada de su casa. De éste, descendieron dos adultos, un niño de dos años y una beba de unos pocos meses de vida en brazos de la madre.
Se trataba de Cintia, su hija.

-¡Hija!- exclamó su madre, abriéndole la puerta. -¡Que bueno que pudiste venir! ¿Estás bien?- le preguntó, preocupada, con la mirada seria.

-Si mamá, estoy bien, como cada vez que hablamos. No tuve ninguna recaída. -dijo ella alegremente, aunque un poco cansada de la insistencia de ese tipo de preguntas.

Cintia había sufrido un golpe muy duro en la cabeza luego de haber resbalado por unas escaleras, años atrás. Los médicos daban por concluida su vida, sin embargo ella luchó y contra todos los pronósticos, no sólo se recuperó por completo, sino que estudió, se agraduó y formó una familia. Ella era un ejemplo de vida y un orgullo para sus padres.

La emoción del ambiente era grande. Aquel no era un encuentro cualquiera, sino que se trataba del primer encuentro entre la mayor y menor generación allí presente, entre los abuelos y los nietos.
El abuelo se presentó ante el niño, mientras que la abuela sostenía a la princesa.

-Estamos esperando un tercero, que se llamará Gastón- dijo Cintia, acariciándose la panza.

-Es un gran homenaje- dijo su padre, con una lágrima en el ojo.

En ese momento, recordaron a Gastón, hijo de Jimena y Roberto y hermano de Cintia.
Gastón había desaparecido hace más de 5 años, luego de que su automóvil fuera encontrado a un costado de la ruta, completamente destruido.
Padre e hija hicieron un momento de silencio para luego juntarse con el resto de la familia.
Todo era alegría aquella noche. La charla con los adultos y los juegos con los nenes habían llegado al punto en que los abuelos necesitaban un descanso.

-Es muy despierto- dijo Roberto, en referencia a la inteligencia de su nieto.

-Nosotros pensamos lo mismo- respondió Cintia.

Dispuestos a comenzar la cena, se levantaron y se digirieron hacia el comedor.
Sin embargo, el niño caminó hasta la ventana.

-AHM AHM- Es todo lo que decía.

Con su dedo índice, señalaba la ventana.

-La nieve, ¿te gusta?- le preguntó su abuela.

El niño la miró y negó con la cabeza mientras que insistía con el dedo.

-¿Qué pasa, pupu?- le preguntó su madre.

Un taxi se había detenido en la puerta de la casa.

-¿El taxi?- preguntó su abuelo.

El niño continuaba señalando hasta que alguien bajó del vehículo y se dirigía lentamente hacia el porsche de la casa.
El timbre sonó, sorprendiendo a los ocupantes.

-¿Esperan a alguien?- preguntó Cintia.

Ante la negativa, Jimena se levantó del sillón y fue hacia la entrada.
Al abrir la puerta quedó desmayada frente a la imagen de Gastón, su hijo.

-¿CÓMO PUEDE SER?- gritó Cintia, asistiendo a su madre que no daba en sí.

-Hola- le respondió su hermano mayor, provocando llantos en todos los presentes.
Luego de años de ausencia, años en los que se creía haberlo perdido, Gastón había regresado.

-Te sepultamos- dijo Roberto, también conmocionado por aquel fantasma.

-Estoy vivo, papá- respondió su hijo, abrazándolo.

Luego de más de un lustro de espera, luego de haberle inclusive practicado un funeral con un ataúd vacío, padre e hijo se abrazaron con fuerza.
Cintia lloraba desconsoladamente, al igual que su madre, ya recuperada del desmayo.

-MI HIJO- gritaba su madre, a punto de volverse a desmayar. -MI FAMILIA REUNIDA, ES UN MILAGRO.

La cena, la noche entera, fluyó con un aire sobrecogedor. Era el momento más feliz de la vida de los viejos, quienes no solo tenían a sus hijos reunidos, sino que además habían sido bendecidos con dos pequeños nietos llamados en honor a sus abuelos.
La alegría que ese hogar sentía era la mayor jamas experimentada por nadie y ahora que estaban juntos, nada podría ni volvería a separarlos. Todo era felicidad.

Al dar las 12, el viejo reloj del comedor comenzó a tambalearse hasta caerse, produciendo un ruido ensordecedor.
Roberto se despertó con un sobresalto.
Todo había sido un sueño.

-¿Volviste a soñar con ellos?- le preguntó Jimena.

Roberto afirmó con la cabeza, comenzando a llorar, apoyándose en el pecho de su mujer.
Jimena le tomó las manos, arrugadas por la vejéz y le besó los dedos mientras recordaba a sus hijos perdidos desde hacía ya varios años.
La nieve caía afuera mientras que los dos ancianos lloraban en la oscuridad.

 

 

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