Agente encubierto

«La hipocresía de la gente…»

<< Si, es un buen comienzo para el libro>>

«La hipocresía de la gente no deja de asombrarme. Quieren seguridad pero no respetan las leyes. Quieren limpieza y utilizan las calles como sus cestos de basura personales.  Se quejan de los altos impuestos desde sus teléfonos de última generación…
Hoy se cumplen 10 años desde que comencé a trabajar en la fuerza. Desde un principio me asignaron como agente encubiero para rondar las calles en busca de maleantes e infractores y hoy, a punto de retirarme, se me vienen a la mente los recuerdos de aquellas primeras veces, primeros momentos en que me enfrenté al mundo, en el que arriesgué mi vida sin saber a lo que me enfrentaba. Que tan distinto del arresto que hice ayer. Arresto que puso el punto final a mi carrera a pie y dio comienzo a mi retiro.»

El espejo admiraba la sonrisa arrugada del hombre. Treinta años no eran muchos, pero el tiempo no estaba de su lado. A diferencia de su pareja, que a medida que cumplía los años, rejuvenecía, en él se denotaba el pasar del relój.

«Ayer realmente me divertí. No solo por haber sido mi último trabajo de campo sino porque por fin pude notar el cambio en la gente. Por primera vez en tantos años, la gente estuvo apoyándome y brindándome congratulaciones a montones. Por fin la gente cambió. Se tardaron mucho, pero al sentir el hiel de las víctimas, algo les movió por dentro.
El autobús venía a media ocupación cuando subí. Esta vez sería un viaje corto. Mi ropa era un intermedio entre elegante y deportivo, algo bien visto para ir a trabajar o para asistir a una comida con amigos.  Llevaba un morral negro, simulando ser un empleado común y corriente.
Encontré un asiento muy cercano a mis objetivos. Eran dos jóvenes de 18 años (con suerte) con pintas bastante llamativas. Aquellas vestimentas eran un símbolo de estatus entre sus colegas. Con el pasar del tiempo lo fui notando. Los aritos clavados en la cara, el tipo de zapatillas, los colores de la vestimenta deportiva y hasta el peinado estaban en condordancia con la posición que tenían dentro de su grupo de malvivientes.
Estos dos, particularmente, estaban en un escalón alto, de los más listos de la manada. «Listos» es una forma de decir, pero digamos que estaban un poco más despabilados que el promedio de este tipo de malandra.
Evitaban hacer escándalo en público  y planeaban sus golpes con una pizca de disimulo. Se mandaban mensajes entre ellos para evitar hablar y mirarse. Incluso se sentaban separados uno del otro. Muchas veces hacían de cuenta que escuchaban música con unos auriculares inservibles o hasta comían alguna botaba mirando distraidos por la ventana.
Como dije, listos es una forma de decir. Al no asistir al colegio, toda su capacidad se basaba en la experiencia, en la prueba y error, pero sus métodos eran facilmente detectables por el grueso de la gente. El principal problema es que nadie actuaba. El miedo, el temor y  el pavor les dominaban y no podían ser culpados. Nadie quería perder su integridad física por algo material, por más impotencia que les genere.»

Un movimiento de la mano, un chasquido de dedos, burbujas de aire explotando por dentro liberaban la tensión al presionar tanto el teclado. Unos minutos de luz del día, alejado del brillo del monitor para calmar a los cansados y desacostumbrados ojos.

«Me senté cerca de ellos y esperé hasta que dieran el primer paso. Ya había arreglado con un amigo militar para que me ayudara en el arresto. Todo era cuestión de mover la reina y hacer jaque mate con la torre. Todo era cuestión de esperar y relajar.
No pasó mucho tiempo desde que ingresé al transporte hasta que hice contacto con ellos.
A los pocos segundos de sentarme, una fuerte y desagradable música comenzó a resonar en el autobús. Al darme vuelva, vi que provenía de los sospechosos de siempre. Todos los presentes del transporte público lo sabían, pero nadie decía nada. Ese último arresto sería rápido y mis días de campo terminarían en escasos minutos.

-¡Ey!- Dije, para llamárles la atención.

Sus caras de perdidos en la vida se situaron en mi.

-El volumen- Les dije, en tono imperativo.

Se miraron entre ellos y con una sonrisa uno respondió.

-Pero si yo tengo los cascos, amigo.

Típica respuesta sin sentido.

-Bajen el volumen- Les volví a imperar.

-Tranquilo, amigo- fue su respuesta antes de apagar la música.

Volví a mi posición y observé como la gente me miraba con una sonrisa. Pero no debían de tener confianza, porque en pocos segundos más, la música volvería, en un segundo asalto, más fuerte que antes.
Tomé mi celular y le mandé una alerta a mi colega militar que nos seguía desde su propio vehículo.
La paz duró unos dos o tres minutos aproximadamente y la música regreso más molesta que nunca. Si tan solo se hubieran quedado callados, todo hubiese sido menos humillante para ellos, pero no. Tenían que demostrarse que nadie los haría callar, que tenían más aguante que cualquiera. En fin, su tontería solo anticipó el arresto.
Me volví a dar vuelta y les volví a comandar que apagaran la música, pero ahora su respuesta fueron solo burlas y risas.

-No molestes, amigo.

Como me irribaba que acaben una frase con la palabra amigo. Eso me sacaba.

-Apaguen la música- Les volví a decir.

Quería extenderlo antes de llevarlos detenidos. Quería divertirme.
Los dos malvivientes se levantaron. Poseían cuerpos pequeños, incapaces de dar golpes duros, sin embargo, si desprecio hacia su propia vida les hacía poner el alma en cada piña que soltaran.

-¿O qué?- Me respondieron, con un tono más amenazante.

La gente miraba la situación en silencio y vi como el chofer comenzó desesperádamente a buscar a un policia.
Con un rápido movimiento tomé el móvil del que provenían los ruidos molestos y lo arrojé al suelo con fuerza. El aparato se partió, pero eso no me bastó y lo pisé, provocando un daño ya irreparable. Luego miré al muchacho. Sin saberlo, mis labios sonreían y al ver su cara de, «te voy a matar», no pude contener más las risas. Estallé en un mar de carcajadas ante la mirada de desaprobación de los pasajeros.

-¿Qué mierda hicistes?- Me dijo.

-Hiciste, se dice, sin la s al final y lo que hice fue apagar la música, tal cual te lo imperé en varias oportunidades.

-Sos un hijo de pu…-

-Epa. Palabras así no que hay niños presentes- Le interrumpí.

Se había terminado el tiempo de mediar palabras y ellos actuarían con las manos.
El primero intentó pegarme, pero con un rápido movimiento me agaché y le bajé el pantalón deportivo. Al quedar en ropa interior, perdió estabilidad y cayó al suelo.
El colectivo se había detenido y sentí la presencia de mi respaldo. Por suerte nadie, salvo el colectivero, había notado su presencia. Yo continué riéndo mientras que la gente comenzó a desaprobar mi conducta.
Luego vino el segundo de los cacos y también le manoteé el teléfono, pero esta vez lo guardé en mi morral. Con un movimiento preciso, les junté las cabezas logrando que se besaran involuntariamente y así las mantuve mientras que me sorprendía del amor oculto que se tenían.
La estaba pasando bien, pero la gente estaba en desacuerdo y lo comenzaron a gritar.
Me ordenaban que me detuviera, que estaba yendo demasiado lejos por un poco de música.
Había llegado el momento de presentarme y de hacer el arresto.
Esposé a los hombres y los até para que continúen con sus labios pegados y luego le hablé a la gente.

-Amigos, disculpen la molestia. Soy oficial de policía y trabjo encubierto. Bueno, trabajaba ya que hoy es mi retiro oficial- Mostré mi placa a la gente que continuaba desaprobando mi accionar.

-Estos muchachos que ven acá, no fueron apresados por este simple tema de música, sino por delitos más grandes. Les ruego que me escuchen antes de continuar hablando mal sobre mi.
Por razones personales, no voy a decirle los nombres de los jovénes aquí presentes, pero el que guste leer el expediente y ver todos sus datos, puede pasar por la comisaría. Pero sepan que no son nada inocentes. Al primero, al de porta la gorra, cometió tres asesinatos comprobados y muhos otros que yo creo que si, pero hasta ahora no se pudo demostrar y su compañero ha violado a más niñas que personas aquí dentro.- Hice una pausa y miré como las caras de las personas cambiaban a odio hacia los arrestados.

-Imaginen a su pobre hija, sobrina, nieta o conocida de vista ser tocada contra su voluntad por este asqueroso remedo de persona. ¿Ahora entienden por qué disfruto verlos ser humillados?.

La gente estaba murmurando, no sabiendo como expresarse.

-Ahora, junto con mi amigo militar- Dándose cuenta por primera vez de la presencia del soldado- Los vamos a llevar detenidos y los vamos a hacer trabajar día y noche hasta que estén agotados para mejorar la vida de quienes dañaron. Y luego, cuando ya estén cansados y arrepentidos de sus actos, los haremos trabajar aún más, hasta que den su último aliento y desaparezcan de este mundo.

Miré a mi alrededor y todos estaba sorprendidos.

-Claro que todo esto es extra oficial, pero quiero saber con su voto verbal si están de acuerdo con el castigo que les quiero imponer. Un castigo en el que agoten su vida ayudando a la gente que dañaron. ¿Qué les parece? ¿Están de acuerdo o simplemente los llevamos a la carcel para que sean liberados a los pocos días?

La gente aplaudió y uno a uno comenzaron a estrecharme la mano. No hubo ni un solo reproche.

«Que distinto a la primera vez cuando esperaba a que los maleantes bajaran del vehículo para intentar aprenderlos solo. Sufrí golpes de todo tipo, incluso balas que perforaron mi piel hasta que aprendí a manejarme y llegar a la situación de ayer. Decenas de malvivientes se escaparon por mi falta de experiencia, pero eso es el pasado y mañana comienza un nuevo trabajo, donde la computadora será mi vida. Que triste y aburrido será, pero todo sea por la familia. Mi mujer y mi hija ahora por fin dejarán de temer por mi y sabrán que regresaré a casa cada día. Todo sea por ellas. Todo sea por las sonrisas. Todo sea…por amor.»

El hombre se unió a las mujeres en la mesa. La mayor y la pequeña de 3 años estaban comiendo. El hombre las vio y sonrió. Durante muchos años creyó que hacía lo correcto al limpiar las calles de criminales, pero ahora, por fin comprendió lo equivocado que estaba. Lo correcto no era su trabajo. Lo correcto era estar con su familia y ahora por fin, ya lo entendía.

 

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