Locuras en el gimnasio

-Por dios hermano, te vas a lastimar.

El entrenador corrió para detener el ejercicio.

-¿Quién te dijo que la uses así?

Un muchacho, de unos treinta años de edad, se había sentado en una máquina especializada para trabajar los hombros mediante la ayuda de pesos, sin embargo, su técnica estaba muy alejada de la correcta.

-Lo vi en un video de Youtube- respondió.

El profesor se encabronó, le dijo que estaba para ayudarle y que debía consultarle cada ejercicio antes de hacerlo, a él y no a un video de Internet.

El muchacho entendió el mensaje pero le reprochó que le llamó la atención varias veces sin ser escuchado.

-Estabas hablando muy de cerca con la de las calzas grises y no me prestabas atención.

El musculoso celador del gimnasio comprendió la crítica pero no se disculpó en ningún momento.

-Bueno, vamos- le dijo a su raquítico compañero. -eres nuevo por lo que veo, ¿qué objetivo tienes?

El otro le brindó una mirada furtiva

-Llevo ya tres meses y en todo este tiempo no me diste ni los buenos días -continuó el reproche.

El profesor bajó la mirada y suspiró, «hoy será un día largo», se dijo.

Horas más tarde, el profesor se encontró con su reemplazo.

-A la mañana me tocó uno que me hizo un escándalo. Lo hubieses visto, casi se lesiona los hombros con la barra y cuando lo ayudé me dijo de todo porque decía que no le presté atención.

-A veces pasa, hermano. Últimamente me pasa que creen que porque ven a un tipo en Youtube, creen que saben como hacer el ejercicio y como trabaja el músculo.

-Eso mismo pasó, encima me cortó la charla con Sol, justo cuando la tenía.

El recién llegado abrió los ojos, demostrando que ahora si le importaba la conversación.

-¿Y que tal con Sol? Hace meses que la veo cuando llego pero no logro hablar con ella. ¿Te la ganaste?

-Salimos el viernes después del gimnasio, así que el Lunes te contaré.

-Qué envidia te tengo hermano.

Los hombres se saludaron con un abrazo y se despidieron hasta el día siguiente.

-Bueno, es hora de trabajar.-dijo el entrenador de la tarde y realizó una primera recorrida por el recinto, saludando amigablemente a quienes le devolvían la mirada.

La tarde transcurrió con calma y entrada la noche, una de las empleadas del gimnasio le pidió ayuda.

-Ve si queda alguien en el baño de hombres así puedo entrar a limpiar.

El musculoso respondió al pedido de forma casi inmediata y a los pocos segundos salió con la noticia de que tenía luz verde, luego permaneció en la puerta para impedir el paso de alguno de los pocos hombres que quedaban a esas horas.

La empleada, una «niña» dueña de una veintena de años, además de ayudar con la limpieza, daba clases de baile en el lugar. Eran pocos empleados y entre todos se turnaban para el aseo.

La chica comenzó la tarea y rápidamente sorteó los urinales y sus desagradables aromas.
Luego todo era más sencillo, verificar que las duchas estén cerradas y que el vestuario esté en orden.
Sin embargo, lo que pasó a continuación no lo esperaba.

Fuera, un hombre mayor quiso entrar en el baño.

-Perdón, sr. Pedro, pero lo están limpiando -se disculpó de forma seria con el anciano, sin embargo, en la cara se le formaba una gran sonrisa.

El entrenador sonreía mientras agudizaba el oído para escuchar lo que sucedía dentro, en donde la despistada profesora de baile cayó presa de la trampa que le esperaba en la última de las duchas.
Una mano la tomó y la joven no pudo resistirse a lo que vino.
Con un grito ahogado, el entrenador fuera de la puerta entendió que había comenzado la función.

Uno de los alumnos de ella, un muchacho extremadamente pintón, planeó quedarse a solas con su profesora, con la ayuda del entrenador. Todo había sido calculado cual película de amor.
Ambos se miraban mucho durante las clases, pero le tenían miedo a salir juntos por la puerta del gimnasio.
Lejos de estar enojada por la situación, ella se dejó llevar mientras que afuera la fila para mear se incrementaba.

-Están tardando mucho para limpiar el baño- le dijo el anciano a la chica de recepción. -No es de quejoso, pero mi vejiga ya no es lo que era y las ganas de orinar son grandes.

La chica estaba contando los minutos que faltaban para concluir el día de trabajo y sorprender a su novio. Eran casi las nueve de la noche y el día había comenzado de mala manera.
La gente se había acumulado en la puerta cerrada del lugar y esperaban que alguien les abra. Ella se había demorado, estaba descompuesta, pero sus obligaciones la hicieron ir a trabajar, provocando que llegue media hora más tarde de su horario de entrada a las nueve y media de la mañana.
Al llegar y abrir la puerta de las instalaciones, algunas personas la saludaron con una sonrisa mientras que otras se quejaron por la falta de puntualidad:

«Yo no me puedo permitir tu lujo de llegar media hora más tarde a mi trabajo» fue uno de los comentarios que más le dolió.

El día no había comenzado bien para ella y eso incrementaba su estrés.
Le había prometido a su novio que hoy no haría ejercicio alguno, pero las circunstancias fueron otras.
Ella se había vuelto adicta al entrenamiento y su novio estaba preocupado por ella. Cada día más flaca, con menos hambre y viéndose más gorda. Estaba al borde de un trastorno psicológico, motivo que llevó a su pareja a pedirle que por unos días no se ejercite y coma algo rico.
Una linda contradicción se llevó al mediodía cuando el dueño del gimnasio propuso un reto a su personal.
El que haga más kilómetros en diez minutos en la bicicleta fija y diez minutos en la cinta de correr se llevaría como premio una botella de vino importa, valorada en casi medio sueldo de los empleados.
Una caja que fue regalada por un cliente del lugar a modo de agradecimiento del buen trato que se le brindó y el jefe quiso compartirlo con sus empleados.

«Por tí, Marcos» se dijo al comenzar a correr.

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