La importancia de un abrazo

Julia lloraba mientras caminaba por la calle. Sus piernas apenas resistían el peso de su cuerpo. Sus hombros llevaban una carga emocional muy grande.
Echada de su trabajo, echada del departamento donde vivía con su ahora ex pareja desde hacía un par de años y echada del banco al provocar un escándalo por no tener saldo en su cuenta y poder mantener las tarjetas de crédito, su vida en ese momento era un cúmulo de estrés.
Caminaba sin ver, caminaba sin escuchar. Simplemente caminaba. Había perdido el rumbo y se encontraba desorientada.
Era cuestión de tiempo hasta que tropiece pero para su suerte, cayó en los brazos de un chico que pasaba.

-¿Estás bien?- Le preguntó, sintiéndose tonto por aquella pregunta tan trivial.
-Si- Respondió tímidamente ella, secándose las lágrimas de los ojos. -Gracias.

Julia se reincorporó, ahora estaba triste y avergonzada por lo que acababa de hacer.
Se tiró a los brazos de un desconocido, arriesgándose a lo que venga.

-¿Segura?
-Si- volvió a responder. -Gracias por agarrarme.
-No hay problema- Dijo el muchacho con una sonrisa en su rostro.

Julia no se soltó de aquel muchacho. Su cuerpo estaba cansado y hambriento.

-Parecés sin fuerzas. Vení, vamos a comer algo.-Le dijo el chico.
-No, gracias. Estoy bien.
-Dale. No te puedo dejar así. Vení, vamos acá. Te dejo en la mesa, te pido unas medialunas con un café y me voy.
-No quiero- Decía con la cabeza gacha. -Ni tengo plata
-Yo te lo pago.

No solía aceptar ofertas de desconocidos, pero tenía mucho hambre.

-Gracias- Le dijo, con la cabeza aún gacha.

Luego de ayudarla a sentar a Julia en una mesa, se acercó a uno de los mozos y le hizo el pedido. Luego se dirigió a la caja y lo pagó.

-Bueno- Le dijo. -Que te mejores.

Julia por fin levantó la cabeza y le pidió que se siente con ella.

-Gracias por todo.
-Te aceptaré las gracias si me decís como te llamás.
-Julia- Respondió. -¿Y vos?
-Abi.

El pedido llegó y Julia juntó un poco de fuerzas.

-¿Te puedo pedir algo?
-Lo que quieras- Respondió Abi.
-¿Me das un abrazo?

Abi la miró. El pedido fue tierno, ella realmente lo necesitaba.
Se levantó de la silla y con sus brazos, rodeó el cuerpo de Julia.
Pasó el primer segundo y nada pasaba. Pasó el segundo segundo y nada pasaba. Pasó el tercer segundo y los hombros de la mujer se movieron. Fue al cuarto segundo cuando vino el llanto.
Abi se disculpó y diciendo que debía hacer una llamada, luego regresó y le dijo que avisó que no iría a trabajar así permanecía al lado de aquella hermosa muchacha que le había pedido un abrazo.

Así pasaron los días. Julia y Abi habían formado una pareja y la sonrisa en la chica había reaparecido.
Sin embargo, su primer discusión llegó al cabo de un mes mientras que comían y arreglaban para conocer a las familias de cada uno.

-Somos una familia católica tradicional, te va a encantar.

Abi se frenó y la miró. Estaba mudo.

-¿Qué te pasa?- Le preguntó.
-Nada. Respondió él.
-Dale, Abi, decime. ¿No te gustó lo de familia católica?
-Si- respondió Abi con la cabeza baja.
-No te preocupes- dijo ella. -No importa si eres evangelista, apostólico o testigo de Jehová. Somos muy tolerantes.
-Soy judío- respondió en seco.

Julia se quedó inmovil. Aquel chico lindo con el que pasó la tarde y le dio el mejor abrazo de su vida era judío.

-¿Pero…? -comenzó ella, no mirando a los ojos al otro. -No puede ser. Si no usas traje ni el «gorrito» en la cabeza ni tenés barba. Pareces normal.
-Sos una tarada- se limitó a responder él.

Haciendo caso omiso del insulto ella prosiguió.

-Pero si comimos una hamburguesa con panceta. Comimos cerdo y carne no kosher y pasamos las noches de los sábados juntos.
-¿Y con eso qué?
-¿Cómo con eso qué? Me mentiste. Nunca me dijiste que eras un judío.
-Nunca te dignaste a preguntar sobre mis cosas.

Julia se detuvo por un momento. Abi tenía razón. Ella hablaba continuamente sobre ella, sus problemas y su vida pero no se había interesado en la historia de él.

-Tenés razón, Abi. Soy una tarada- Dijo mientras una lágrima le caía sobre la mejilla. ¿Me perdonas?

Él la miró fijo y finalmente respondió.

-Solo si me das un abrazo.

El poder del abrazo es mágico. La reunión de los cuerpos entrelazados provoca un estímulo muy grande en los cuerpos haciendo que ambos participantes del acto borren sus problemas.

Llegó el gran día y todo comenzó con calma hasta que el tema de religión surgió de la boca del pater familias.
La cena no había concluido y Abi había salido de la casa de los padres de Julia.
La discriminación y acoso que recibió fue mayor a lo que tenía previsto.
Estaba acostumbrado a ciertos tratos pero su dignidad tenía un límite y aquella noche, el límite llegó antes del postre.
Julia salió tras él.

-ABI- gritó.
-ABI- volvió a gritar.
-Por favor, Abi- ahora suplicó.

Abi detuvo su andar y volvió hacia ella.

-No te vayas- le suplicó
-Tengo mis límites, Julia. Si no me iba, les pegaría y de eso no hay vuelta atrás.
-¿O sea que hay vuelta atrás?
-No lo sé- respondió y se marchó.

Julia regresó a la casa y observó como toda la familia de ella discutía con su padre.
Abi les había parecido una persona de bien, simpática, culta y feliz hasta que llegó a esa casa y fue abordado por su suegro, cuyos pensamientos en religión eran tan cerrados al punto de decir barbaridades sin fundamentos por el simple hecho de atacar al pobre chico, a su religión y a su dignidad.

-¿Lo querés?-Le preguntó su madre, en la cocina, alejados del bullicio del comedor.
-Si, mami. Lo quiero mucho y siento algo especial con él, pero gracias a mi lo perdí.
-Si fue tu padre que dijo esas cosas.
-No, mamá. Yo también las dije, no ahora sino antes, cuando apenas lo conocí, cuando até su personalidad a lo que yo creía que era su religión. Le dije muchas cosas sin sentido.
-Entonces ahora descansá y mañana por la mañana vas a buscarlo.
-¿Para qué? Si papá no lo va a aceptar.
-De papá me ocupo yo. Vos ocupate de recuperarlo y te puedo decir un método infalible para hacerlo.

La madre se acercó al oído de Julia y le dijo unas pocas palabras. Julia sonrió.

Al día siguiente, Juliafue a la casa de Abi y le dijo algo al oído.
Abi la miró y sonrió. Luego asintió con la cabeza.

Ambos se levantaron y se dieron un fuerte y largo abrazo.

Aquel era el secreto que le habia dado su madre, el secreto de la importancia del abrazo.

Después de eso, se prometieron que si no podían arreglar sus tristezas con un abrazo, entonces sus tristezas no tendrían solución.

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