Los ojos

Una vez más, sentía que lo miraban.

A pesar de no haber hecho nada malo, tenía esa sensación.

Vaya a donde vaya, le pasaba lo mismo, ojos atentos a él, mirandolo fijamente hasta que estuviera fuera su alcance.

Marco se sentía acongojado, a pesar de ya haber pasado por esto anteriormente.

En realidad, desde hace casi 10 años, desde el día en que su cuerpo cambió a los 18 años.

Poco después de cumplir la mayoría de edad, Marco comenzó a sentir fuertes dolores en su cabeza, más precisamente, en sus ojos.

El dolor de cabeza no era algo inusual en él y muchas veces le dolía por cansancio en la vista, por el uso prolongado de los anteojos y de la computadora.

Por lo genenral, esto lo solucionaba facilmente. Descansar la vista unos minutos o refregarse los ojos con agua fría bastataba para calmarlo.

Habían ocaciones en que el dolor era más agudo y las soluciones anteriores no bastaban. Para esos momentos Marco tenía unas gotas especiales recetadas por su ocúlista que afirmaban que eran casí «milagrosas».

Pero, para su desgracia, no siempre eran efectivas y para esos momentos utilizaba su último recurso, el ibuprofeno.

La combinación de las gotas y del medicamento era infalible.

Sin embargo, estos eran nuevos dolores, más agudos que los anteriores.

Sus ojos se cansaban con facilidad, su vista se nublaba y ni sus remedios le podían ayudar.

Al paso de unos días, Marco le contó a sus padres lo que le estaba sintiendo y estos, levemente preocupados, lo llevaron a su oculista.

En un primer exámen, el médico no pudo ver nada raro en su paciente. No obstante, lo derivó a otro colega, un especialista en el análisis interno de los ojos.

Ya en su consultorio, el médico le colocó unas gotas a Marco, que se mantenía firme ante el exámen cual soldado frente a su comandante.

-Estás gotas te van a teñir las lagrimas de amarillo…- Dijo.

Marco se mantenía inmovil mientras que el doctor hablaba.

-…pero no te preocupes, es normal. Son gotas especiales para que yo pueda exáminarte tus ojos, que por cierto, son muy lindos. Es más, a Cintia la has cautivado un poco.

Marco se ruborizó. Cintia era la asistente del médico, una hermosa joven de 25 años estudiante de psicología.

A pesar de no ser el chico más atractivo, los ojos de Marco resaltaban. Eran de un color azul intenso, un color dificil de encontrar.

El exámen duró escasos minutos y Marco debió esperar en recepción mientras que los padres hablaban con el doctor.

-Bueno…- dijo el médico, sosteniendo una hoja de papel con sus anotaciones. – Creo que hemos descubierto la causa de los dolores de cabeza de su hijo.

-¿Está bien él, doctor?- Preguntó la madre.

-Lo va a estar- Respondió y añadió – El exámen reveló mucha presión en los ojos de Marco. Esta presión se está haciendo cada vez mayor hasta que llegue el momento en que sus ojos no lo aguantarán más y perderá la vista.

La preocupacion de los padres se hizo evidente.

-Quedense tranquilos- Los calmó. – Deberemos someterlo a una pequeña intervención para alivianar la presión y de paso, mejorarle la vista. Es probable que el uso de anteojos esté relacionado a este problema.

Sin tener más opción y sin tiempo de cosultar con otro especialista, Marco fue programado para cirugía.

Dentro de pocos días se le haría la intervención.

Esta, según les explicó el médico, consistia en localizar los focos de presión y liberarlos. Luego de eso venía la parte más preocupante para los padres, ya que al liberar los fotos, los residuos que quedaron atrapados desde hacía años afectarán a su hijo y le provocará mucho dolor. Por tal motivo, lo pondrían en un coma inducido por unos días, para que no sufra.

Aunque le aseguraban que todo estaría bien, los padres de Marco no podían evitar sentirse angustiados.

La operación se llevó a cabo un Viernes por la mañana. Marco ingresó temprano a su habitación, donde le fue inyectado un tinte especial.

-Con este tinte, tu cuerpo va a brillar como una lamparita y con eso los médicos podrán descubrir donde está el problema para que se te vayan los dolores.

Las palabras de la enfermera calmaron al paciente, quien se sentía emocionado por tener un cuerpo que brille.

Llegado el mediodía, el tinte estaba haciendo efecto y fue el momento en que Marco fue sedado y llevado al quirófano.

La operación duró 30 minutos y al cabo de una hora fue devuelto a su habitación, donde esperaban sus padres. El cirujano llegó con el paciente para hablarle a los padres.

-Bueno.- Comenzó. -La operación salió bien. No hubo problemas y desbloqueamos los focos obstruidos, los cuales fueron menores a los que esperabamos. Confiamos en que mañana lo despertaremos y veremos los resultados. Confiamos en que podrá recuperar la vista.

Los padres se abrazaron y despidieron al doctor con palabras de agradecimiento.

Al cabo de poco más de un día, Marco fue despertado de su sueño y luego de varios intentos para abrir sus ojos, se sorprendió que podía ver tan bien sin usar sus anteojos.

Sin embargo, sus padres, lejos de estar alegres, estaban preocupados.

Los ojos de su hijo brillaban, literalmente brillaban con un tono azulado como el de sus ojos.

No obstante, Marco no sentía nada de esto. Él estaba contento con poder ver tan bien y con no sufrir más los dolores de cabeza.

Después de los analisis, la conclusión del médico fue que, al cerrarse ciertos conductos, el tinte quedó atrapado, lo que ocaciona que sus ojos resalten tanto.

-Esto no le puede traer ninguna consecuencia física a su hijo ni lo afectará en nada y a menos que quiera que lo operemos nuevamente, no vale la pena hacer nada. Por el contrario, esto podría significarle un gran beneficio anímico.

Marco salió del hospital con unos nuevos y mejorados -y brillantes- ojos.

Ahora, luego de casi 10 años, aún seguía sintiendose avergonzado cuando le miraban.

Muchas veces usaba lentes oscuros para pasar desapercibido.

Aunque, es conveniente decir, que su situación la aprovechaba en muchas circunstancias.

A veces se sacaba los anteojos frente a una mujer, simplemente para conquistarla con sus ojos.

También aprovechaba su «regalo» para conseguir trabajos en publicidad muy bien rentados.

Con el tiempo, Marco se había convertido en un hombre muy atractivo, eso sin contar sus brillantes joyas.

Gracias a esto, llevaba una buena vida con trabajos cortos, pero muy bien remunerados.

Tenía el mundo a sus pies y podía conseguir todo lo que quisiese, salvo una cosa, a una verdadera pareja que no se rinda ante su visual.

Caminando un día, con sus lentes oscuros, la vió. También llevaba puestas gafas de sol y con su mano derecho agarraba la correa de un muy lindo perro.

Era su oportunidad y no la desaprovecharía.

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