Unas cartas mágicas

Y así la encontré. Como sospechaba, en la llanura se encontraba aquella joya.
La perla amarilla esperaba a quien la deseaba, pero las trampas no fueron fáciles.
Soldados, caballeros, humanos, perros, gatos y hasta halcones formaban el ejército defensor del tesoro.
Pero nada de eso es rival frente a mi, frente a un ser superior a un dios.
Mi nombre lo perdí, recuerdos de mi vida mortal.
El ejército me rodea, pero sigo sin temor. Sus vidas son meros suspiros de mi existencia. No pueden lastimarme, ¿cómo van a hacerlo si no tengo un cuerpo?
Mi cuerpo, mi propia imagen es un diseño de mi mente y puedo modificarla a gusto. Solamente basta una orden de mi cerebro incorporeo.
Espadas, lanzas, ballestas, garras y uñas pretenden matarme. Sus filos derrotan a mi cuerpo inventado y lo hacen caer rodeado de un charco de sangre.
Súbitamente aparezco detrás de ellos, con una nueva coraza. Todos quedan sorprendidos y me vuelven a atacar. Aún quiero jugar con ellos. No quiero lastimarlos, no soy malvado. Busco salvarlos, a ellos y a todos los mundos pero no lo entienden. Necesito su joya, su perla amarilla y no comprenden mi plan, ni siquiera saben quien soy. Me estoy cansando.
Ya dejé atrás más de diez cuerpos y mi paciencia llegó a su fin. Si no retroceden, atacaré.
Debí pronunciar un fuerte hechizo para hacer aparecer al sol. Todo el ejército se evaporó con el calor del astro y yo lamenté las pérdidas. Quería contar con su ayuda para la batalla final que se avecina, pero la joya de la perla es de suma importancia. Una de las cinco joyas necesarias para recolectar el artefacto más poderoso de la historia.
Aún me quedan cuatro joyas y debo ir por la siguiente.

Que distinto que soy ahora. Todo lo que deseo se vuelve realidad. Los milagros son opciones de distintos desenlaces de acuerdo a mis ganas y voluntad. Los ríos dejan de fluir, las montañas me abren el paso, el sol envidia mi calor y el brillo de la luna es tenue frente a mi cabellera plateada. El mundo se rinde a mis pies. ¡NO! Todos los mundos se rinden a mis pies. Los mundos, planos habitados que nunca han visto a un ser superior a sus dioses me adoran. Un humano, un mortal, ascendido a un ente eterno, a algo que solo puede morir si así lo desea. Para matarme, me deben convencer de querer morir y eso es algo que aún no deseo.
Mi hermano, todo comenzó con mi hermano y su afán de querer superarme. Viviendo a mi sombra buscaba día y noche la forma de mejorar mis creaciones, mis máquinas, mis artefactos. Pero yo era superior, siempre lo fui y él nunca lo aceptó. Desde que nuestros padres murieron que me convertí en su protector aunque sin descuidar mi vida y finalmente, cuando fue maduro de sesos, le permití abrir sus alas. Que error cometí, hermano mío. Tu partida es culpa mía en su totalidad. No, en casi su totalidad. Caiste, te sedujeron y te secuestraron. Te hicieron perder la cabeza, enfrentarte a mi. Todo por abandonarte y no ser el padre que necesitabas. No temas mi hermano, descansa en el cielo y yo tomaré venganza por tu sufrimiento. Encontraré las joyas y al poderoso artefacto ancestral y por fin, solo por fin, no desearé más vivir. Por tí, hermano mío, aunque me tome siglos y milenios.

La joya azabache se encuentra en el milenario pantano de los muertos. Un nombre que no hace justicia a su verdadero terror. Nunca me hubiese acercado a aquel lugar, pero las joyas me llaman. Saben que las necesito par combatir al mal que destruyó a mi hermano.
Son importantes, las 5 hermanas, juntas pueden invocar al arma definitiva contra el mal.
El pantano es inmensamente profundo, todo lo que no flota en él se hunde durante siglos hasta que no quede nada de su cuerpo. La joya se encuentra en el centro de la cueva que flota en la parte más alejada. Imposible de llegar hasta allá, ni caminando por aquellas aguas negras ni volando a través de la impenetrable maleza, pero, si algún aventurero pudiera buscar la forma de flotar sobre el pantano, el mero hecho de tocar la cueva provocaría su hundimiento y la pérdida de la joya azabache.
Trampas imposibles para el común de la gente, pero yo no soy ni común ni humano. Soy un ser de energía pura y no tengo cuerpo. No camino, ni siquiera floto en el aire. Me muevo por mis pensamientos, basta con pensar en el lugar o con solamente verlo para llegar.
Tomar la joya me costó poco trabajo y me demoré solamente en apreciar al milenario pantano de los muertos. Una verdadera trampa mortal, para los mortales por lo menos.

Maldito señor de las máquinas, vas a pagar con tu vida el daño que le hiciste a mi hermano. Juro destruirte, pero a la vez te deseo. Tu mundo, tu plano, tu propia creación me dejó asombrado. Lleno de vida artificial creada por ti. El sueño que no puedo crear, ni cuando era mortal ni ahora que soy más que eso. Tus creaciones son otra cosa. Lograste infusionar la vida en el metal y quedé enamorado. Destruirte es destruir mi sueño y mi sueño vale más que mi hermano. Las dudas me llenan.

La joya rubí se encuentra en la cima de la montaña ermitaña. Allí el viento es abrasador, capaz de desgarrar la piel de cualquiera que se acerque a su base. Relámpagos y bolas de rayos recubren la primera de las 3 postas. El viento abrasador no me afecta, pero los relámpagos pueden dañar mi cerebro. Debo proceder con cuidado. El maná rojo de la montaña me debilita. No debo permitir que me toquen. Por primera vez debo usar mi armadura, pero para eso debo poseer un cuerpo mortal. Es arriesgado, pero sino no puedo avanzar.
Finalmente llegué a la segunda posta, guarida de infinidad de dragones. Ya no necesito la armadura, los dragones son menos que ratones para mi. Menos incluso, aquellas terribles criaturas me representan mero polvo, con solo un soplido puedo hacerlas desaparecer.
Pero un mortal… Pensé .
Incluso el más poderoso de los mortales se las vería negras frente a estos seres alados incluso luego de haber superado el viento de la base y los rayos de la primera posta.
La tercera posta era tomar la joya en si. No habían dragones, tampoco bolas de rayos, nada de nada. La calma del ambiente helaría la sangre de cualquier. La joya se encontraba en la cima de la montaña, una cima fácil de alcanzar desde la tercera posta. El aire fortalecía el cuerpo desgastado, era un placer, más bien, era un premio a la gallardía.
Al acercarme a la joya, el calor comenzó a crecer exponencialmente. Al instante supe que tomarla significaría la calcinación de mi mano y no estaba errado. Mi brazo entero desapareció a escasos centímetros del rubí. Lo reconstruí más fuerte, sustituyendo la carne por metal duro y pude llegar a tocarla, pero nuevamente mi brazo entero desapareció a causa del calor.
Perdía valioso tiempo mientras me preguntaba quién pudo haber diseñado tan majestuosa trampa y como la misma joya no era derretida por el calor.
Nuevamente endurecí mi brazo, ahora una capa de magia protegía al metal y con eso bastó para tener la tercera de las cinco joyas.

Tan solo me faltan la esmeralda y el zafiro. Aguanta hermano mío, pensaba mientras ponía a resguardo a la tercera de las joyas.
A cada una la trasladé a otro mundo, a otro plano, lugares bajo mi protección, donde puedan estar seguras hasta que las cinco hermanas sean reunidas.
Te extraño. ¿Hace cuanto no te veo? No lo sé. El paso del tiempo no me afecta. Muchos amigos han muerto hace siglos y tu, hermano, probablemente hace milenios. No tengo referencia, estoy perdido, solo, nadie más comparte mis pensamientos, pero si comparten la existencia. No soy el único. Hay otros como yo, bueno, como yo ninguno, nadie posee mi inteligencia ni comparten el miedo que le tengo a la guerra que se avecina.
Ellos viven su inmortalidad, cada uno de acuerdo a su forma de pensar, tan importales y poderosos como yo, pero a la vez inferiores a mi. No solo mi inteligencia es superior, sino que tengo mis ojos, mis ojos son una fuente de poder, fuente que todos envidian y a causa de eso me temen. No solo soy inmortal como ellos, sino que tengo a mis ojos que me pone un escalón encima de cualquiera. De cualquiera salvo el señor de las máquinas, él realmente es distinto. Omnipotente y omnipresente en su mundo, algo que ni siquiera yo puedo lograr.

La joya esmeralda se encontraba oculta en alguna parte del bosque viviente.
Sus árboles poseían vida y desplazaban la joya de un lugar a otro bajo tierra ante el más leve movimiento.
Imposible seguir el movimiento de algo que ni siquiera es visible a los ojos, pero la joya me llama y me revela su posición. Puedo perseguirla hasta el infinito y los pueblos arbóreos no lo entienden. Me atacan junto a los lobos y a los osos pardos. Los elfos bloquean mi cuerpo con su magia.
Es la primera vez que siento dolor. Los elfos son seres poderosos y no puedo bajar la guardia. Debo ocuparme de ellos primero. Intenté el diálogo, pero no me escuchan, siguen a su dios, a su diosa mejor dicho. Un ser como yo, un ser superior que los elfos llaman dios pero que su naturaleza es superior. Hablé con ella, le conté todo. Sobre mi hermano, sobre el místico «Loto Negro» y sobre la inminente guerra.
Me creyó, ella atestiguó la destrucción de parte de su reino por parte de la plaga del «señor de las máquinas», sin embargo, me creía a mi más demente y peligroso.
La infección de la plaga es ya conocida y temida en muchos mundos, muchos planos pero yo provoco aún más temor. Me costó convencerla, sin su ayuda no podría obtener la joya esmeralda y no quería luchar, la necesitaba viva y como una aliada a mi coalición.
Aceptó bajo la promesa de que ella estaría presente en el momento de dar el golpe y que después de que todo haya terminado yo me marche del bosque y de su mundo para siempre. Ella conservaría la joya hasta que reuna las otras cuatro, le advertí que estar presente frente a las cinco podría destruirla y por eso las mantenía separadas en otros planos, pero confiaba en su magia. Acepté y partí.

Ya solo me falta una, el zafiro, oculta en un cofre en las profundidades de la isla perdida, una isla que solo es visible durante unos pocos minutos cada una docena de lustros.
Poseía una escasa hora, pero recuperarla no fue dificil.  Simples piratas, ballenas, tritones y cuanto animal acuático existía velaban por ella, pero la más grande trampa era el corto plazo de existencia de la isla.
En segundos la tuve, la más fácil para el final, la última de las joyas y ahora podía dirigirme al erial. Ya falta poco, hermano.

El inmenso erial, aquí se encuentra el todopoderoso «Loto Negro», el artefacto más valioso de toda la creación.
El nombre de quien diseño aquel artefacto me es desconocido, sospecho que fue obra del mismísimo «creador de las máquinas» que tanto admiro y que odio a la par.
Junté las cinco joyas, acompañado de mi nueva compañera y la explosión que provocó fue devastadora, aniquilando a la diosa élfica y dejándome a mi al borde la la desaparición. Mis ojos me salvaron y con ellos me pude reconstruir.
Al esparcirse el polvo, el mítico artefacto apareció. Flotando, me llamaba con un fuerte grito. Mi nombre mortal me ensordecía los oídos. El mundo comenzó a temblar, mi mente se iba. ¿Acaso era mi fin?

-o-

-¿Otra vez delirando? Es tu turno, ¿podés jugar de una puta vez?

Tuve que volver a la realidad luego de la zarandeada de Richard.

-Si, bueno, perdón. «Loto negro», «montaña», «canalizar» y por último «bola de fuego». Gané.

Richard se fue de mi casa y no me volvió a hablar en varios meses. Perdí al amigo que era como mi hermano, pero por lo menos ya nadie me va a molestar en mis sueños.

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