Historias de denuncias (de comercios)

Lucas salía de la agencia municipal. Habilitación en mano, lo había conseguido. Su sueño del restaurante propio se estaba por hacer realidad.
Había estado ahorrando durante años en un trabajo de escritorio, donde día a día imaginaba ser su propio dueño, donde sus ansias de cocinar y de complacer a los demás se podían mezclar en un sueño de comidas caseras.
Empezaría de a poco, con un local pequeño y pocos cubiertos que atender. Quería hacer algo distinto, donde la gente pudiera verlo cocinar en el momento con la mejor calidad que pudiera costear aunque para eso deba renunciar a tener ganancias.
Y así fue. Con el flamante título en mano, comenzó su aventura culinaria donde él, junto a su mujer, se encargaron de amueblar y ambientar su «Petit Restaurante», o «PR», como le llamaban de cariño.
Durante varios días, Lucas y su mujer trabajaron incontables horas para dejar a PR  amueblado, ambientado, decorado y abastecido para su noche inaugural.
Se encontraban en una ubicación tranquila. No era el centro atiborrado de gente ni tampoco una zona fantasma. Se trataba de una zona de casas y comercios donde había poca gente, pero caminaban de día y de noche. Por lo tanto, sabían que debían atraer a las personas hacía su lugar y lo hicieron ofreciendo un menu de apertura extremadamente económico con platos finos, pero conocidos.
Las pocas mesas fueron ocupadas y al resto se le explicó que solo atendían una poca cantidad, para mejorar la experiencia del lugar, pero se les invitó a tomar una reserva para el día siguiente. Así las mesas fueron ocupadas día tras día y poco a poco el restaurante fue siendo reconocido. Al cabo de un año ya habían podido llevar el precio del menú al valor que creían para generar ganancias y el restaurante no paró de crecer en fama.
Sin embargo, todo cambió un día en el que se encontraron su negocio cerrado con un gran cartel que anunciaba la clausura por parte del ministerio de salud.
Habían sido denunciados por un supuesto comensal que acusó dolores y malestares luego de haber visitado el resutante.
La denuncia cayó por falsa, pero el daño estaba hecho. La gente comenzó a sospechar del lugar y las reservas fueron retiradas. La clientela se perdía. A causa de la desesperación, volvieron con las ofertas de sus orígenes y la gente fue atraída nuevamente, aunque en menor medida.
Poco tiempo después, una nueva clausura, por el mismo problema que la primera fue el verdugo del emprendimiento de Lucas y de su mujer. La nueva denuncia también se había caido por falsa, pero eso no bastó para recuperar la clientela y el restaurante cerró sus puertas al poco tiempo.
Nadie había reparado en que las denuncias eran falsas y, sobre todo, en la relación de ambos denunciantes. Unidos con el fin de destruir a su competencia.

 

Laura se había recibido de diseñadora de modas. Le gustaba diseñar la ropa y dus diseños eran reconocidos y valorados en la empresa donde trabajaba. Sin embargo, siempre eran modificados y a Laura eso le molestaba profundamente.
Sus diseños no salían al mercado como ella los imaginaba y su malestar fue creciendo poco a poco hasta el punto que debió renunciar a su trabajo para mantener la dignidad de sus prendas. Sola y con mucho esfuerzo, confeccionó a mano sus diseños, eligiendo desde la tela hasta la percha y el lugar donde estaría colgado en su flamante local.
La gente que ya conocía su estilo, acudió al local y quedaron maravillados con las prendas allí colgadas.
Cada una era una obra de arte, cuidada hasta en el más mínimo detalle.
Laura trabajaba durante dos meses creando la ropa y al tercero las vendía.
No llegaba a concluir el mes y la mercadería se agotaba.
Su popularidad fue en aumento y sus creaciones eran esperadas con ansias cada tercer mes.
Un día entró una mujer a su tienda y luego de pasear un largo rato, se dirigió a la dueña con bastante mal humor porque nada le quedaba. Laura entendió rápido la situación. Ella confeccionaba talles para mujeres delgadas, sabiendo que en ellas, sus diseños se lucían. Amablemente le pidió disculpas por no tener el talle, pero para la otra mujer eso no bastó y denunció al comercio por aquel hecho.
Laura fue obligada por la municipalidad a destinar la mitad de sus productos a tallas grandes y llegado el tercer mes, luego de los dos normales de confección, la gente se fue desilucionada de su local, al encontrarlo cerrado.
Fue, finalmente, al cuarto mes que abrió sus puertas.
La mitad de las prendas eran para personas que rara vez entraban por la puerta. Se trataban de diseños clásicos y nada agradables o estirados de los diseños de ella que daban un resultado anti estético.
Confeccionarlos fue más dificil de lo que creyó y le llevó mucho más tiempo, descuidando las prendas que más éxito le dieron.
Poco a poco la gente fue dejando de comprar en el lugar y la ropa se acumulaba a montones. Laura cayó en depresión y debió regresar a trabajar para otros, debiendo ver como sus diseños eran mutilados.

 

Manuel contaba con la ayuda de su socio y de tres empleados, dos hombres y una mujer, para mantener su oficina. Las cosas le iban bien, pero claro, no fue siempre así.
Comenzó solo pero con la ayuda monetaria de sus padres quienes confiaban en su hijo.
Manuel había sido criado y educado para convertirse en una persona educada, trabajadora y con modales.
Desde chico sus padres le habían regalado una computadora y el joven fue creciendo con aquel aparato, ayudando a sus vecinos con la parte informática.
Luego de años de ayuda desinteresada y bajo consejo de los padres, puso una oficina en donde asesoraría y vendería todos los equipos de computación.
La gente comenzó a comprarle y su oficina se expandió.
Con el aumento de clientes sabía que necesitaría ayuda y fue entonces cuando su mejor amigo, un conocido de su infancia, entró en el negocio. Ambos acordaron ser socios y juntos crecieron.
Mudaron sus oficinas a un gran edificio donde les mejoraría el prestigio y contrataron a tres personas. Dos hombres expertos en informática y una mujer con experiencia en administración.
Con la guía de ambos amigos, la gente era bien recibida y bien tratada. Sus dudas eran contestadas y todos recibían un trato agradable. Sin embargo, algo molestó a la recepcionista.
A pesar de que su sueldo base era mayor que el de los hombres, ellos cobraban una mayor cantidad que ella. Esto se debía a que los vendedores recibían un adicional por cada cliente que conseguían. Eso les hacía mejorar su trato y que la confianza en el negocio creciera. La situación se incrementó en las fiestas, donde la ganancia de los dos hombres llegó al doble del sueldo del de la mujer y pasada la época de festividades, ella encaró a sus jefes y les reprochó la situación.
Ellos le explicaron que hay meses que ella cobra más que los otros y que su sueldo no estaba atado a conseguir clientes. Ella siempre tendría el importe asegurado en cambio ellos no y debían de trabajar bastante para alcanzar lo que ella cobraba todos los meses.
La explicación no le bastó y demandó que ella también reciba comisiones por atender y recibir a la gente ya que, si ella no les recibía con una sonrisa, ningún cliente regresaría.
Manuel y su socio y amigo no estuvieron de acuerdo con la explicación y le dijeron que son dos tipos de trabajo distintos. La muchacha se puso a llorar y Manuel le apoyó la mayo sobre el hombro para intentar calmarla.
El toque fue muy sorpresivo para la joven y su cara le cambió por completo. Las lágrimas fueron reemplazadas por odio. Tomó sus cosas y no regresó en toda la semana.
Al comienzo de la semana siguiente, los amigos recibieron una denuncia de acoso y debieron someterse a los tribunales.
Su abogado, conocido y amigo del padre de Manuel, tenía experiencia en este tipo de casos y conocía a sus clientes. Sin embargo, les explicó que no quedaría otra que llegar a un acuerdo económico con la mujer. Ellos accedieron y la suma que le pagaron repercutió en su economía. La oficina en el lujoso edificio debió ser dejada y ambos amigos, sin empleados, debieron recomenzar en el pequeño taller donde empezaron su aventura.
Años de lucha para regresar al comienzo, se dijeron mientras se abrazaban.

 

Estas son historias inventadas pero que reflejan el hoy en día.
¿En qué nos hemos convertido?
¿Hasta que punto hemos llegado para arruinar al prójimo?
Hoy en día una denuncia puede arruinar una vida entera de lucha. Hoy en día, denunciar es sencillo y, para muchos, divertido. No hacen faltan pruebas para denunciar. Solamente ponerse en el papel de víctica y acusar. Luego pedirán disculpas, pero el daño ya estará causado.

En un océano de denuncias somos capaces de hundir la pequeña tabla flotadora que encontramos y la que tiene el otro, sin importarnos el esfuerzo que hizo para conseguirla.
No nos damos cuenta que en lugar de hundir, podemos unirnos, y así, construir un barco donde no haya que nadar nunca más.

2 comentarios en “Historias de denuncias (de comercios)

  1. Estas historias reflejan nuestra realidad. La envidia y la mentira son las armas de que se valen las personas egoístas para danar a la otra persona. Es la miseria humana.

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