Archivo por meses: noviembre 2016

El Fin

Leo nunca podría haberse imaginado que al despertar se encontraría completamente solo. No había personas caminando. No había niños jugando, ni mascotas corriendo, no había siquiera autos circulando, pero sobre todo, no había ruido alguno. Nada salvo el viento.
Su esposa, su hija, sus conocidos… Todo rastro de vida se había esfumado.
Con sus ropas abandonadas como única pista, Leo luchará no solo para desvelar el misterio oculto tras la súbita desaparición, sino también para sobrevivir en el desolado nuevo mundo, donde cada decisión tomada podrá acortar o finalizar su vida.

 

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Adán: El gran guerrero

Con brazos y piernas del tamaño de árboles y un torso tan grande como la vista podía cubrir desde la posición en la que Adán se encontraba, el coloso era un adversario aparentemente imposible de vencer.
Un solo golpe podía acabar con la vida del primer hombre creado por Dios, sin embargo, el arma más letal del gigante era su aliento fétido, una horrible fragancia profunda que ahoga los sentidos y nubla la visión.

-¡Debes comer más hojas de menta y melissa!- Gritó Adán, cubriéndose el naso con un remiendo de tela que llevaba.

Luego, extrajo otro trozo de tela, que cubría las hojas del calor del sol y se las ofreció al coloso.
El gigante exámino la oferta del pequeño hombre y la aceptó.
Adán sonreía mientras que su adversario se tambaleaba. Las hojas habían sido mezcladas junto a otras hojas dañinas. Aunque peligrosas para el hombre, en el gigante tuvieron muy poco efecto, provocándole un pequeño vómito e incrementando su ira.
Adán recibió una fuerte porra que le sacudió todo su ser y le dejó al borde del desmayo.
Con sus pocas fuerzas, logró sacar otro tipo de hojas de n nuevo trozo de tela y las comió rápidamente. Como por arte de magia, el hombre se recompuso rápidamente. Dolor ya no sentía, pero el mareo de su cabeza se hacía importante.
Debía acabar con el gigante mientras posea concentración, de lo contrario, en pocos minutos se perdería en la infinidad de sus pensamientos y quedaría a merced del enorme ser.

El coloso, por su parte, miraba extrañado como el hombrecito corría de un lado a otro, sin entender que es lo que hacía.
Finalmente lo comprendió. Una improvisada cerbatana apuntaba a su frente. Adán había logrado crear unos dardos con una poderosa mezcla de las hojas curativas y las hojas tóxicas.
Aquella mezcla la usaba para cazar a los animales más feroces y ahora había aumentado la dosis al máximo que podía disparar.
El gigante comprendió la situación y golpeó al hombre, quien resistió de pie a pesar de habérsele roto varios huesos.

La batalla fue dura, aunque Adán contaba con una gran ventaja que desconocía.
El gigante estaba condenado a la derrota y así lo había vaticinado su creador.

«No deberás quitarle la vida. Pelea con él sin herirlo profundamente. Rompe su voluntad de explorar el mundo y quítale toda esperanza de pasar. Hazlo regresar a los brazos de Eva estando de pie para recibir a su primer hijo. No permitas que te lastime y si lo hace no deberás preocuparte porque yo te curaré. Su voluntad es muy grande y no podrás quebrarla fácilmente. Sin embargo, inténtalo sin matarle y si lo logras, te recompensaré largamente.
Quiebra su voluntad más no sus huesos.»

El gigante recordó las palabras de Dios con temor. No podría matar al pequeño hombre y tampoco lastimarlo en demasía. Estaba en una gran desventaja y a causa de eso, su derrota era inminente.

El arma funcionó y el coloso emitió un gran aullido de dolor mientras caía sobre sus rodillas.

«Una vida por otra» Pensó Dios, dolido.

Sabía que esto sucedería. Sabía que necesitaba que la chispa de vida del gigante se traslade al hijo de Eva. Todo era parte de su plan, pero aún así se entristecía.

El coloso terminó por caer. El enorme corazón dejó de latir y la sangre ya no fluyó por las grandes venas y arterias. Una vida había desaparecido mientras que otra había nacido.
El último latido del coloso fue precedido por el primer latido del hijo de la pareja de humanos.
La sangre que dejó de fluir por las enormes venas y arterias ahora fluía en los ínfimos capilares del infante.

Adán había salido victorioso y ahora caminaba sin rumbo. Dios estaba ocupado con el recién nacido, un bebé, algo nuevo para él y sus conocimientos y destinaría gran parte de su tiempo a su cuidado. El hombre, por primera vez,  ya no estaba bajo el manto de la protección divina y los peligros del nuevo mundo serían más y más peligrosos.
Eva temió por la vida del padre de su hijo, sabiendo que ya no contaría con la ayuda de su creador.

Éxito y fracaso

Dos amigos de la infancia se encuentran, como cada trimestre, en el bar de siempre.
Escritores de profesión y amigos de larga data, comparten sus vidas ante el otro.
Un joven sonriente, vestido de forma elegante y de andar calmado fue el primero en llegar y sentarse. Con respeto y cordialidad, saludó al dueño y a los mozos del lugar y pidió una una milanesa de pollo con papas fritas.
Al poco tiempo llegó el otro muchacho. Agitado, con ojos cansados, su cuerpo fatigado y sus movimientos torpes, entró al bar y fue saludado por el dueño y los mozos.

-Perdón por la demora. ¿Ya pediste?- Preguntó Santiago.

Martín asintió con la cabeza, obligando a su amigo a levantare y hacer su pedido. Minutos después, ambos recibieron sus platos. Uno comía una deliciosa -y grasosa- milanesa, mientras que el otro una saludable pechuga de pollo a la plancha con una ensalada.

-¿Estás a dieta?- preguntó Martín al ver el otro platillo.

-No. Pero si no como sano, engordo.

-¿Por qué no vas al gimnasio? -preguntó llevándose un bocado de fritura a la boca. Yo voy tres veces por semana.

-Desearía poder ir, pero no me dan los tiempos. Sabés muy bien que trabajo doce horas por día, de lunes a sábados y cuando regreso a casa lo único que quiero hacer es dormir.

Una pequeña pausa se hizo en dónde ambos miraron por la ventana.

-¿Cómo vas en tu trabajo?- preguntó Martín.

-Mal. Detesto ese trabajo. Me siento miserable y cada vez sumo más y más responsabilidades. Todos dependen de mí y me supera -respondió Santiago, derrotado -¿Y el tuyo?

La puasa se interrumpió para comer un bocado.

-¿Qué te puedo decir? -comenzó a decir, tronándo lo dedos de las manos -Es el trabajo perfecto para mí. Trabajo menos de la mitad del tiempo que vos, lo que me deja espacio suficiente para salir e ir al gimnasio, entre otras cosas. Gano suficiente dinero para viajar a europa dos veces al año y principalmente, es un trabajo que me encanta.

Martín trabajaba como guionista, además de ser uno de los principales cerebros creativos de diferentes ideas para un medio de publicidad. Trabajo que el otro amigo envidaba profundamente.

-No sabés la envidia que te tengo.

Santiago trabajaba en un pequeño estudio contable, en donde sus ideas creativas eran tan útiles como una puerta automática en un submarino. Era un trabajo tedioso y aburrido para él, que le consumía mucho tiempo, dándole una pequeña ganancia en relación a las responsabilidades que tenía. Poco ingreso en comparación de la cantidad de trabajo que hacía, pero lo suficiente como para sobrevivir sin lujos pero sin aprietos.

-Puedo meterte en mi trabajo.

-Ya hablamos de esto, te agradezco pero no lo voy a hacer.

-Dale Santi, te estoy ofreciendo ofrezco el trabajo de tu vida y lo rechazás.

-Sabés muy bien por qué digo que no. Sus reuniones creativas son algo que yo no comparto y no quiero compartir. Mi cabeza estará siempre limpia de sus cosas.

La cara del Martín era de incertidumbre. No entendía el rechazo de su amigo hacia algo tan inofensivo.

-Dale Santiago, ¿qué es lo peor que te pueda pasar?

-Es por principios.

-¿Principios? Por favor, no seas tonto.

-Aunque me demore, voy a ser reconocido por mi cuenta y por mi esfuerzo. Soy capaz de crear las historias con mi propia mente, sin ayudas.

-Las vas a crear. Pensá que ésto- dijo, señalando a la bolsa con marihuana que llevaba a un costado -es como la sal para la comida.

La cara de Santiago otro fue de  extrañeza, aunque ya sabía por donde continuaba la charla.

-Un chef puede cocinar los mejores platillos del mundo, lo más lindos, los más sabrosos, los mejores presentados, pero si a sus platos no les agrega sal, entonces ese chef puede ser superado, reemplazado y olvidado por un simple cocinero que te prepara unas papas fritas condimentadas. La sal mejora los platillos así como ésto mejora las ideas.  -dijo Martín, echándole aquel condimento a su guarnición.

Santiago pensó un momento antes de responder.

-Entonces, según tu criterio, cualquier persona sin ideas puede ser mejor que el mejor escritor si solamente le pone «sal», a sus escritos.

Ambos se quedaron callados. El reloj avanzaba y ya era tiempo de pedir la cuenta.

-Pensalo- le dijo mientras que se despedían.

Y aquel día, Santiago lo pensó seriamente por primera vez. Pensó si debía abandonar sus principios para intentarlo.
La idea no le entusiasmaba, pero continuar en su desdichado trabajo era algo que ya no quería ni soportaba y en su vida, los milagros no ocurrían.