El fin del romanticismo

«La bravura, la valentía, lo gallardezco, lo caballeroso y lo bizzaro han muerto…»

Así concluía el escrito presentado por el alumno  Juan Meres.
Su profesora, al leerlo, citó a sus padres casi de inmediato.

-Gracias por venir- Les dijo.

Lucía era profesora desde hacía 10 años y esta era la primera vez que había leído un escrito como ese.

-Soy profesora desde hace 10 años y es la primera vez que leo un escrito como este- Continuó. -Les he pedido a los chicos (les dice chicos para marcar distancia, pero la verdad es que la diferencia de edad entre ella y los «chicos» era corta) que escriban sobre la realidad, la actualidad, sobre lo que piensan. Esto lo hago desde hace algunos años y con esto puedo ver y analizar lo centrado o distraido que están.

Los padres la miraban en silencio y Lucía interpretó esto como una señal para que vaya al grano.

-Iré al grano. Los cité acá para hablarles sobre el escrito de su hijo y en primer lugar debo felicitarles por el léxico de Juan. Utiliza palabras cuya existencia es desconocida para el grueso de los alumnos y de incluso la sociedad en general, además de que su manera de redactarlo es lineal y entendible. Sin embargo, el contenido es el que me preocupa.

La profesora, dueña de 6 lustros de vida, se recogió la melena dorada y luego le entregó a la pareja, una copia del escrito de su hijo.

Los pdres lo leyeron y permanecieron en silencio una vez más.

-Juan ha escrito cosas muy duras y que me preocupan para su crecimiento sano. Pone que nunca rescatará a la dama en peligro, que no la ayudará ante problemas y que el amor para estas cosas no existe. Dice que abrirle la puerta a su cita, invitar la cena, cortejarla y enamorarla son cosas que no deben existir y que para él, su mujer será una persona más. -Concluyó Lucía, esperando una reacción de sus padres.

-Eso es el pasado, profesora- Respondió la sra. Meres. -Las historias de caballeros y princesas es cosa del pasado. Nosotros vivimos en una sociedad moderna y tolerante, donde ningún género es superior al otro, donde ningún hombre debe rescatar a una mujer. Nosotras nos podemos defender solas.

-Son historias, Sra. Meres. Nadie dice que son cosas que ocurren ahora…

-¿Cómo que no?- Interrumpieron los padres.

-¿Está hablando en serio, Lucía?- Recriminó el hombre.

-Hoy en día hay un tráfico muy grande de mujeres en el mercado negro- Añadió la mujer.

La profesora, incómoda por la dirección en la que estaba yendo la conversación, intentó frenarla.

-Quiero frenar esta conversación porque se está yendo por las ramas hacia un tema que nos trasciende y que es muy delicado.

Los padres de Juan entendieron el freno y se calmaron.

-Hay desigualdad. A eso quería llegar. Hay desigualdad pero no entre nosotros sino en la escoria de la sociedad. Entre los antros más cerrados donde se disfrutan mujeres capturadas y donde hombres son obligados a matarse por unas monedas. La desigualdad no la produce el género masculino o femenino sino que la produce el género humano. Su perversión, su aburrimiento y el dinero acumulado. El ansia de poder, la lascivia y el afán a lo grotescto es lo que produce esta diferencia y es lo que quiso poner nuestro hijo en el escrito.

El señor Meres le cedió la palabra a su mujer.

-El grueso de la sociedad, desde antaño creció con la idea que de el hombre debe cuidar a la mujer. El macho fuerte por fuera, pero tierno por dentro, debe proteger a su amada que es débil por fuera y fuerte por dentro. Él no permitiría que le pase nada a ella y daría su vida por protegerla. Así fuimos educados y criados siendo niños, pero al llegar a la adultez, cuando nuestros cerebros comenzaron a madurar, nos dimos cuenta que no todo pasa como en las películas y en los libros. La mujer debe trabajar, debe ser independiente y debe de poder cuidarse, pero en su interior sabe que quiere tener a alguien que la proteja, es una necesidad básica de todos los séres humanos, el instinto de supervivencia.

-Es por eso que también vemos parejas disparejas- Aportó el padre. -La linda niña con el tatuado caco es un ejemplo.

La profesora intentó detener la conversación, pero esta vez no lo logró.

-Disculpe, profesora, pero ahora el camino que está tomando la sociedad es el mismo que tomaron los primeros programadores, que todo sea 1s y 0s. Distintos pero iguales y esto es lo que sabe y entiende nuestro hijo y que plasmó al escribir aquel texto.- Hizo una pausa y luego finalizó -Ahora le pedimos disculpas, pero debemos retornar a nuestros trabajos.

La pareja se levantó y ambos tomaron sus abrigos.

-Díganle que no pierda el romanticismo.-Les dijo antes de que salgan.

Los señores Meres la miraron y el padre le respondió.

-No, profesora. No lo va a perder. ¿Y sabe por qué? -el hombre hizo una pausa antes de finalizar- Porque el romanticismo está enterrado y cada día se le agrega una cadena pesada para que no salga.

Los padres salieron del aula, dejando a la profesora con un mal sabor de boca y una mala sensación en su interior.

2 comentarios en “El fin del romanticismo

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.