Archivo por meses: diciembre 2017

Un anciano no tan sabio

Lee Hai era un anciano conocido por su fama de sabio.
Hombres y mujeres de su pueblo y de lugares más lejanos acudían a él en busca de consejo cuando no podían resolver sus problemas.
Lee Hai siempre estaba para aquellos que lo necesitaban y las respuestas del anciano causaban gran admiración en su hijo, Nei Hai.
El niño creció escuchando los consejos de su sabio padre y durante días, meses, años y décadas y se preparó para seguir los pasos de su progenitor cuando este ya no pueda continuar.

Un día, una pareja joven se acercó al viejo y pidió su consejo. Como gratitud por la molestia, habían traido una canasta adornada conteniendo varios tipos de panes dulces provenientes de cada rincón del reino. Un regalo bastante costoso. Lee Hai los repartió entre todos los presentes y se sentó a escuchar el problema de los visitantes mientras que su hijo se escondía, como siempre lo hacía, para escuchar a su padre y responder primero, en su mente, en silencio.

«Nuestro hijo ha crecido y ya no quiere trabajar en nuestra granja. No nos escucha. Se rebela constantemente y a pesar de que le castigamos prohibiéndole salir y haciéndole trabajar, él se rehusa. Se pasa el día caminando por el mercado del pueblo, hablando, riendo y tomando copas con los mismos vendedores de verduras a quienes nosotros les vendemos y recién regresa a altas horas de la noche.
Le hemos dicho una y otra vez que nos debe ayudar con la cosecha para poder vender aún más y así poder tener un mejor futuro, pero no nos hace caso.»

La pareja finalizó el relato.
El anciano rascó su larga barba blanca y miró hacia el cielo. Esto significaba que estaba pensando en la situación.
Mientras tanto, su hijo, aún oculto, pensó rápidamente una solución.
«Los padres deberían obligarlo a trabajar para que conozca el verdadero significado del esfuerzo que ellos hacen y una vez que lo entienda, ya no necesitarán obligarlo más».
El hijo no pensó en otra cosa y esperó a que su padre hablase.

«Mmmm» Dijo Lee Hai. «Si mal no recuerdo, hasta hace un año atrás ustedes vendían menos verdura y el generoso regalo que han traido en el día de hoy les sería imposible de afrontar».

Hombre y mujer se miraron. Se sintieron indignados por las palabras del anciano.
«Con todo respeto, Lee Hai, esto lo hemos conseguido con el nuestro propio esfuerzo y venimos aquí para recibir un consejo para saber que hacer con nuestro hijo.»

Lee Hai los miró y volvió preguntó. «¿Désde cuando su hijo ya no desea trabajar y desea tomar copas con los vendedores de verduras?»

Los padres se miraron y respondieron que desde hace unos meses.

El anciano los volvió a mirar y al cabo de un minuto finalmente les respondió.

«Vinieron aquí en busca de un consejo para su hijo. Pero escuchándolos, debo concluir que soy yo quien les debe pedir consejo. Pues su hijo, sin admitirlo, los ayuda más de lo que puedan imaginar, mientras que el mío se desvía más y más se su camino».

Nei Hai se movió, delatando su escondite. Las palabras de su padre le alteraron.

«Su hijo, en sus constantes copas con los vendedores, ha logrado que ustedes o vendan más verdura o vendan la misma cantidad a un mejor precio. Como sea el caso, su hijo les ayuda mucho más de lo que ustedes se imaginan. En cambio, el mío se esconde día tras día detrás de aquella cortina, pretendiendo ser alguien que no es. Es por eso que yo les debería pedir consejo a ustedes».

La pareja se miró y comenzó a atar cabos. Tenía sentido como tan repentinamente les compraban más cantidad de verdura y a un mejor precio. Su hijo realmente les ayudaba.
Los padres se despidieron del anciano con una gran sonrisa y regresaron a su granja.

Lee Hai, por su parte, corrió la cortina y puso en descubierto a su hijo.
Con una tierna mirada le dijo.
«Hijo, tú no deseas seguir mis solitarios pasos. Se que deseas una vida con una mujer a tu lado. Yo he recorrido un gran camino, he vivido y conocido todo el mundo y a causa de eso, no tuve a nadie a quien amar por mucho tiempo. Tú no has pasado por mi camino, estás casado, tienes hijos. Disfruta de la vida».

Esa fue la última charla que tuvieron padre e hijo antes de que el anciano muriera.
Nei Hai, tomo su puesto como el sabio del pueblo y poco a poco la gente acudió a verlo para pedir su sagrado consejo.
Sin embargo, los consejos del hijo no eran igual de satisfactorios que los de su padre y poco a poco la gente dejó de acudir.
Decepcionado, Nei Hai rezó a su padre y le pidió un último consejo. Le pidió que le diga por qué la gente no acudía a verlo y no le traían panes dulces como su lo hacían con él.
La ansiada respuesta no llegó ese día, pero si lo hizo una semana después, cuando Nei Hai tropezó con una pequeña caja de madera que llevaba escrito su nombre. El anciano la abrió y sacó el trozo de papel que llevaba dentro. Al leerlo, lloró. La letra era la de su difunto padre.

«Para mi hijo. Se que quieres seguir mis pasos. Pero te pido que no lo hagas. Para llegar a ser sabio primero hay que saber escuchar. Para llegar a ser visitado y que te traigan panes dulces, hay que haber vivido y, para que la gente busque tu consejo, tendrías que haber renunciado a tu vida y a tu familia, que fue lo que yo hice. No cometas mis errores».

El nuevo sabio finalmente comprendió lo que le hacía no tan sabio y dedicó sus últimos años de vida a disfrutar de la compañía de su amada familia y en especial de su nieto, Lee Han, que entraba por la puerta cargando la tan ansiada canasta de panes dulces.

 

El arma de astato

Miles de millones cayeron ante las mortíferas armas de astato.
Pistolas y misiles, armas de corto y de largo alcance.
Del material más escaso en todo el universo estaban compuestas las armas de los invasores.
Ningún científico pudo explicar como podían tener semejantes armas, de donde habían conseguido tanto material y, principalmente, como hacían para mantener aquel elemento radiactivo con vida.
Algunas teorías eran que la armadura de los invasores, tanto de su gente como de su nave, lograba algún tipo de reacción extendiendo la vida del material amarillo. Otras decían que las armas eran en realidad micro aceleradores de partículas y que con eso conseguirían la creación del astato. Hubieron otras, ninguna explicaba realmente como podía ocurrir, pero se consideró la primer opción como la hipótesis más acertada ya que las armas dejaron de funcionar cuando la guerra se ganó. En pocos segundos, todo el astatomutó y se convirtió en un elemento menos radiactivo y más manejable para que pueda ser reunido y expulsado del planeta.

La guerra la ganamos, pero el mundo había desaparecido como lo conocíamos.
Los poderosos rayos dorados emitían una cantidad de calor semejante a una supernova y todo, aboslutamente todo, se evaporaba en su camino.
Ahora quedamos muy pocos humanos en el planeta y nuestra tarea es reconstruirlo.
Casi todos los sobrevivientes son extraños entre si y lloran a sus difuntos. Yo, por mi parte, no tenía familia y, al enterarme del cancer terminal que se alojaba en mi cuerpo, me alejé de mi pareja y de mis amigos. Sin embargo, ahora ellos habían desaparecido y yo había sido curado. Una fracción de un rayo de astato me alcanzó y eliminó toda célula cancerígena de mi cuerpo. Es curioso como resultaron las cosas. Con el cancer me terminé alejando de mis únicos conocidos y curado del cancer, ellos terminaron alejados de mi.

En grandes dimensiones, 999 de cada 1000 personas habían sido evaporizadas.
Las grandes ciudades y las capitales del mundo habían sido derruidas. Los pueblos del interior de cada país, perdonados al no ser de relevancia para los invasores.
Como puse anteriormente, la guerra se había ganado y gracias a las intercepciones de las comunicaciones de los bárbaros, supimos que no volvería a producirse orto ataque semejante.
El costo económico, político y social que había causado la derrota en el planeta de origen había sido demasiado grande, el «padre», una especie de Rey que controlaba aquel mundo, había sdo destronado y asesinado, algo que nunca antes había sucedido en sus millones de años de historia. Las guerras civiles, la muerte y el caos se adueño de aquel planeta el cual cayó sumergido en una crisis peor que la de la tierra.
En nuestro planeta, el remanente de la gente se unió para la reconstrucción. La solidaridad floreció, sacando nuestro verdadero yo. El dinero y las posesiones materiales ya no eran de vital importancia. El mundo quedó despoblado y los recursos y las cosas abundaban para todos. Las personas se unieron como nunca antes. Extraños ayudándose entre si, sin miedo al otro. Los instintos olvidados salieron a flote a diferencia del planeta hogar de los invasores, donde su civilización se caía a pasos agigantados. La desconfianza, el odio, el temor, la ira y el recelo, sentimientos nunca antes utilizados, estaban a la orden del día y eso provocó su destrucción.
Todo esto lo supimos gracias a los genios que decodificaron el código de una de las naves principales y ahora su «radio» es usada para nuestro beneficio, nuestra información. Todos los días las noticias de aquel planeta eran difundidas y, a medida de que su civilización se derrumbaba, la nuestra crecía.
Los edificios ya no eran necesarios y las tareas consistían en asegurarnos que no representasen ningún peligro. La tecnología, internet y los usos de nuestra otrora vida cotidiana se volvían obsoletos y solamente se entraba a la red para recibir las noticias del nuevo gobernante del mundo.
No lo aceptábamos, pero era necesario tener a alguien, a un «rey», que se encargue de mantenernos por el buen camino, aunque, si he de ser sincero, nosotros mismos nos encargamos de eso.
Al poco tiempo nos enteramos de que el planeta invasor había sufrido una damnación y las noticias  extranjeras cesaron. Nunca más volvimos a escuchar de ellos. Pero por lo que supimos, su civilización, antes de la codicia de querer conquistarnos, era una sociedad ejemplar, con confianza, respeto y paz. Algo parecido a lo que quiere hacer nuestro «rey».
Yo solamente espero que no terminemos igual que los otros…

Milagro de navidad

-Ya viene, ya viene- dijo el pequeño Tomás.

La madre lo había despertado para desayunar y el niño habló con voz muy baja, casi apagada.

-No te preocupes- respondió su madre. -Todavía es muy temprano.
-¿Papi se va a quedar o tiene que seguir trabajando?
-Papá va a pasar a saludarnos, pero no se va a quedar.
-¿Eso te dijo?
-Si. Hablé con él cuando estabas durmiendo.
-Trabaja tanto que ya no lo vemos.
-Lo hace por nosotros, no lo olvides.

El niño se despertó de a poco y luego del desayuno, ayudó a su madre en la preparación de la casa para la cena de la noche en la que vendrían amigos a comer.
Pasadas las 8 de la noche, el timbre sonó, Tomás abrió la puerta y permitió el paso de las dos parejas amigas de su madre junto a sus hijos.
Luego se sentaron a la mesa y disfrutaron de una agradable comida.

-Ya viene, ya viene.- le dijo Tomás a los otros niños, estaba emocionado.

-¿Aún creés eso?- le preguntó uno de los niños, uno mayor.

-Tu papá trabaja todo el día y no tiene tiempo para verte. Mejor olvidate de él -añadió otro aún más mayor, mirando fijamente al otro.

-NO. Mi papá está trabajando pero mi mamá me dijo que habló con él y que hoy va a venir a saludarnos.

Los otros niños se miraron y cortaron la charla en ese momento. Ellos sabían que no debían adentrarse en ese terreno.

La cena transcurrió en calma. Los adultos conversando y los niños jugando hasta el momento en que se despidieron y Tomás ayudaba su madre a ordenar la casa.
Minutos más tarde, ya en horario de madrugada, salieron al jardín y miraron al cielo.

-YA VIENE. YA VIENE- Tomás gritaba eufórico.

Su madre se permitió una sonrisa. Se acercaba la hora y ahora ella era la que se había emocionado.

Madre e hijo miraban al cielo, impacientes y temblorosos. Sus manos se tomaban con fuerza y se apretaron más al ver una estrella fugaz.

-¡Mamá, mamá! Allí está. ¿Lo ves?

Su madre le regaló un fuerte abrazo.

-Lo veo, mi amor. Saludalo antes de que se vaya.

Tomás alzó una mano y la batió con esmero.
La luz de la estrella duró escasos segundos, sin embargo, la reducida familia permaneció abrazada unos instantes más. Luego el niño cayó rendido por el sueño.
Su madre lo recostó sobre la cama y le tapó con el cobertor. Era una noche fresca.

-¿Mami?- le llamó.
-Dime, mi amor.
-Fue lindo que papá haya pasado a saludarnos.

Su madre lo miró, conteniendo las lágrimas.

-Si. Fue muy lindo.
-¿Mamí?
-Si, amor.
-¿Papá algún día va a dejar de trabajar en las estrellas y se va a quedar con nosotros?

La oscuridad escondía el llanto de su madre.

-Si, mi amor. Te prometo que lo volveremos a ver. Ahora duerme.
-Te quiero mami.
-Y yo a ti. Mucho.

La madre salió de la habitación del menor y se dirigió al comedor. Finalmente cayó dormida, exhausta, en el sillón, aferrada a una foto enmarcada de los tres, de la familia completa dos años atrás. Sobre la foto, el hombre había escrito a mano un presagio de su futuro.

«A mi familia: En navidad yo vendré. Pasada la medianoche estaré montado sobre una estrella fugaz. Miren al cielo, pues yo los estaré mirando. Los amo. Papá.»

La sopa de cuentos

El siguiente es una mezcla absurda de los cuentos más populares llevados a la pantalla grande, pero en sus versiones -casi- originales según los escritos de sus autores (con algunas variaciones, claro está).
Se trata de una sopa de letras de los personajes de los cuentos en donde sus historias se entrelazan y conforman esta maraña de relato.

 

Caperucita, perdida por las indicaciones del malvado lobo, busca ayuda, desesperadamente.
Caminó sin rumbo hasta que se a lo lejos pudo vislumbrar a varias personas, caminando en fila.
Corrió hacia ellos con todas sus energías y vio que la fila estaba compuesta por niños. Les llamó desde lo lejos pidiendo ayuda pero su pedido no fue respondido. Los pequeños poseían la mirada fija hacia adelante, hacia el rio que se encontraba frente a ellos.
Su andar no se detenía y ahora, la niña de la capucha roja temía por ellos.
Comenzó a gritarles que se detengan, pero sus gritos no fueron escuchados.
Luego salió de entre los árboles e intentó frenarlos, pero nada servía. Los niños continuaban su andar hacia el agua y no tenían intención de desviarse.
De pronto, Caperucita sintió como una tonada penetraba en sus oídos y dominaba sus sentidos. La niña permeció inmovil hasta que la fila avanzó y ella se puso al final de ésta.
Había sido una víctima más  de la flauta.
Uno a uno los niños se adentraron en el agua para no volver a emerger, pero, al llegar el turno de la niña de rojo, el lobo que la había envíado a aquel camino salió de su escondite y atacó de forma letal al flautista. Sus garras desgarraron su cuello y el hechizo que dominaba a la niña se rompió. La niña despertó de su conmoción y echó a correr, sin embargo, el lobo, cansado de la espera, decidió adelantar sus planes de cena.
Luego del festín, se recostó sobre el suelo, a orillas del agua y durmió plácidamente.

A lo lejos, un niño, el último de la fila de los hijos de Hamelin, se acercaba al río. Caminaba apoyado en un bastón al ser una de sus piernas más corta que la otra. Maldición que había aborrecido desde que nació, ahora le había salvado la vida.
Sin el control del flautista, había podido ver la escena de lo ocurrido desde lo lejos y ahora planeaba venganza contra el lobo.
En su lento andar, se topó con un niño de madera que podía andar y hablar. Ambos eran distintos para el resto de la gente y eso hizo que se hicieran amigos rápidamente.
Pinocho, como decía que se llamaba, le contó al otro niño que su padre había sido arrestado por la policia y el planeaba rescatarlo. Pero para hacerlo, necesitaría de la ayuda del otro niño.
El cojo aceptó, con la condición de que primero acaben con el malvado lobo que engulló a la bella niña vestida de rojo.
Ambos se miraron y asintieron con la cabeza. Debían planear el fin del animal pero no se les ocurría hasta que miraron a un costado como un leñador apoyaba su hacha sobre un árbol talado y se disponía a devorar unas manzanas que les fueron obsequiadas por una señora de negras vestimentas.
Mientras que disfrutaba de tan suculento manjar, los niños aprovecharon la distracción para robarle su herramienta de trabajo y correr hacia donde estaba el lobo.
Lamentablemente para ellos, el leñador se dio cuenta del robo con bastante rápidez y comenzó a perseguirlos mientras que gritaba una voz de alto que provocó el despertar de su presa.
El lobo yacía de pie, esperándolos en la orilla con la boca abierta. Ahora el sería el cazador y aquellos niños sus presas.
Los niños corrían portando el hacha hacia el animal que los esperaba impaciente y el leñador se les acercaba cada vez más. Algo sucedería y sucedió.
Una nube de polvo se levantó al producir el choque y al cabo de unos segundos se disipó.

La imagen vista a continuación se puede describir de la siguiente manera:
Pinocho se encuentra en el suelo, partido al medio, muy cerca de la orilla. El lobo se encuentra flotando en el agua con el hacha clavada en su espalda mientras que el leñador se encuentra en acostado en la orilla, con la boca abierta y un líquido negro emanando de ella.
Más en el agua, flotando, se encuentran dos cuerpos sin vida, uno es el del pobre niño cojo de Hamelin y el otro es el de una sirenita, mitad mujer mitad pez.

Una mujer vestida de negro y portando unas manzanas en una canasta, fue testigo de la situación y se reía descaradamente.
Luego relató lo sucedido:
«Los niños corrían hacia el lobo. El leñador les seguía de cerca. Pinocho portaba el arma y tropezó a causa de una piedra. El filo le atravezó el cuerpo.
El otro niño tomó el hacha y llegó hasta el lobo quien le quitó el arma rápidamente y lo arrojó al agua. Luego se dispuso a perseguirlo al grito de que lo comería de postre como había comido a la otra niña. El leñador llegó, tomo su herramienta de trabajo y la arrojó con todas sus fuerzas al lobo. El arma se clavó en la espalda del famélico y allí quedó.
El hombre intentó ayudar al niño salir del agua sin embargo no lo logró. La sirenita había decidido quitarse la vida arrojándose de un gran puente y el niño tuvo la mala suerte de ser el amortiguador de la caída. La sirenita sobrevivió, pero no aguantó mucho fuera del agua. Finalmente, el leñador también cayó gracias a mis manzanas envenenadas. Me rio del maldito leñador quien se burló de mi al no aceptar ser mi esposo.»

La mujer fue encerrada, junto al hombre creador del muñeco de madera que poseía vida mientras que el oficial que los encerró regresó a su escritorio y continuó su búsqueda del flautista que secuestro a los niños de Hamelin.