Una hermosa realidad

Un pájaro vuela por el cielo. Sus alas se extienden y son envueltas por el viento.
Aquella majestuosa corriente de aire es implacable en su camino y el pájaro no tiene más remedio que obedecer.
Lejos está de ser una de aquellas aves todopoderosas con alas tan potentes que pueden superar la tempestad. Aquel es un simple pájaro que debe ceder ante su destino, uno más del montón.
Sin embargo, el ave es ingenua y no comprende lo que en verdad le está sucediendo.
Piensa que sus alas son las que lo guían, sin ningún tipo de traba ni barrera. Se cree libre y feliz. Cree que es dueño de su propio camino.
No se da cuenta que algo más fuerte lo está llevando, lo conduce al camino que más cree conveniente sin preguntarle a las alas si es que allí desean ir. El ingenuo pájaro vuela todos los días en una dirección que no conoce y sin embargo piensa que es la correcta.
Por el camino se van sorteando obstáculos y diversos problemas que el pájaro debe afrontar.
Algunos los supera y otros no, debiendo pedir ayuda constante al viento, el cual siendo todopoderoso, siempre lo pudo ayudar.
Por cada problema que el viento resolvía, la vida del ave fue mejorando, afianzándo el vínculo entre ambos. Era un síndrome de Estocolmo permanente, donde el viento mantiene cautivo ser alado y éste último cree que su captor le está haciendo un bien. Lo cierto es que el viento considera eso y cree que está actuando de la mejor manera por el bienestar de su protegido, sin llegar a entender la realidad.

Los días pasan y el viento no cesó.
El pichón fue creciendo hasta convertirse en adulto ante la mirada de su guardían que estaba más que orgulloso de su protegido.
Un día el pájaro vio a otra ave, de color rosado, delante de él. Volaba hacia su dirección, pero por algún motivo no pudo esquivarla. Sus alas no respondían sus órdenes y las dos aves chocaron.
El enojo del ave de color se pasó rápidamente al ver el rostro de tristeza del otro pájaro. Se lo notaba arrepentido y ese sentimiento provocó una revolución en su interior.
Pasaron un rato juntos, pero no podían mantener el paso. El ave rosa fluía con el viento mientras que la otra volaba de forma estática y siempre con la misma velocidad.
Discutieron. El ave rosa le dijo que no sabía volar y que dependía del viento para moverse.

Se separaron, ambos con el corazón roto. Sin embargo, las palabras de la bella rosada permanecían en su interior.
Tiempo después, quiso tomar otro camino, volar en otra dirección de la que ofrecía el viento y notó que no pudo hacerlo.
Finalmente entendió que no estuvo volando durante estos años sino que fue el viento quien lo empujó todo este tiempo. Las alas del ave se mantuvieron siempre abiertas, simulando el vuelo, pero era aquel elemento primordial el que realizaba todo el trabajo.

La realidad es que el pájaro nunca voló y al querer soltarse del viento, cayó. Sus alas no sabían como mantenerse en el aire.
Estaba cerca del suelo cuando pensó que se estrellaría y perdería la vida. Sin embargo, algo le detuvo la caída.
Una bella ala rosada le salvó. Un ala conocida para él, perteneciente a un ave a la cual creía que no volvería a ver.
Estaba equivocado. Aquella ave colorida nunca lo dejó. Permaneció en las sombras, día y noche hasta que él entendiera que debía comenzar a volar por su cuenta. Confiaba en él y lo esperaría para ayudarle a volar cuando cayera.

Al verlos, el viento los levantó en el aire y les dijo que sus torbellinos no los llevarán a menos que ellos así lo deseen.

Desde aquel entonces, aquella ave voló en libertad, buscando un nuevo camino, volviendo a empezar, aunque esta vez, con el ave rosada a su lado, sonriéndole por toda la eternidad.

 

Vos sos mi bella rosada, quien me mostró que hay otro camino por seguir, uno según mis propios deseos.
Vos sos quien me ayudó a comenzar nuevamente, a poner en funcionamiento mis oxidadas alas y enseñarme a usarlas.
Vos sos la que me esperó a que yo mismo me diera cuenta de mi realidad, de la falsedad con la que vivía, de la burbuja que era mi mundo al que creía falsamente pefecto.
El haberte conocido me cambió la vida, me hizo ser mejor ave. Me hizo crecer y madurar. El haberte conocido me mostró que hay otras realidades, más duras, pero más satisfactorias, donde el camino puede ser más dificil, pero la travesía es más reconfortante.

Vos sos mi bella rosada.

 

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