Adán: El aventurero

El caballo relichó. No quería ser montado ni un segundo más y Adán tuvo que dejarle ir.
Por un momento pensó en la extraña reacción del animal, el cual se había portado de forma sumisa durante todo el trayecto. Sin embargo, al acercarse al límite del Edén, comenzó a comportarse de forma extraña y al bajar de él, al galope regresó por donde habían venido, llevándose consigo las provisiones que había reunido.
Desde ese momento, Adán quedo sin compañía y sin alimentos, en una zona nunca antes recorrida por sus pies.
El caballo fue encontrado por Eva, días después y su preocupación aumentaba al no recibir respuesta de Dios. Sola y sin nadie que le ayude, la vida dentro suyo comenzaba a moldearse.

«Así que ese es el final». Pensó Adán.

Se trataba de una línea muy fina que marcaba el final del paraiso. Final visible porque de un lado había mucha vegetación y del otro lado, el desierto predominaba.
Así como el frondoso verde era visible hasta los límites del ojo dentro del paraiso, el desierto cumplía el mismo rol fuera de este.
Adán, sin preocupaciones, continuó su camino hasta ponerse próximo a la línea divisoria y sin dudarlo, intentó cruzarla.
No lo logró. Un fuerte viento sopló de la nada misma y lo tumbó varios metros dentro del Edén, golpéandolo dúramente al caer.
Extrañado por la situación, lo intentó otra vez obteniendo el mismo resultado, salvo que esta vez, el golpe fue aún más doloroso.

-Ya no debes preocuparte, Eva.- Dijo Dios.

Eva, sorprendida por escuchar la voz de su creador luego de varios días de ausencia, le respondió.

-¿Adán está a salvo? ¿Va a regresar?

Dios, que permanecía en el cielo, le habló a travez de su mente, para que el hombre no logre escuchar.

-He impuesto una barrera alrededor del Edén. Si Adán decide cruzarla, no solo no podrá sino que un fuerte viento, producido por uno de los gigantes que cuidan el exterior, lo arrojará dentro. No solo eso, sino que, al caer, sufrirá fuertes golpes que le harán desistir de la ídea que tiene y volverá junto a tí.

«Eso espero» Pensó Eva.

-Confía en tu Dios, Eva.

La mujer se había olvidado que su creador podía leerle los pensamientos y se sentó nuevamente a esperar a su hombre, mientras que se acariciaba el vientre.

Adán se acariciaba el vientre. El dolor que sentía a causa de sus lastimaduras era importante.
Lo había intentado ya varias veces y en todas, un fuerte viento, a veces con repugnante olor, lo empujaba de nuevo hacia el paraiso.

«Tal vez Dios realmente no quiere que salga» Se preguntó luego de décimo intento.

Al escuchar el pensamiento, Dios se alegró. Su plan parece haber rendido frutos.

«Pero tal vez…» Siguió Adán, volviendo a entristecer a su creador. «Tal vez él quiere que yo sea perseverante».

-SI, ASÍ LO HARÉ- Gritó, recuperando el entusiasmo.

Un fuerte ruido salió entre unos árboles alejados en el desierto.

«Qué extraño» Se dijo Adán. «Podría asegurar que escuché unas risas provenientes de esos árboles».

Nuevamente el hombre intentó salir, esta vez, con la mirada fija en aquellos árboles a lo lejos.
Al intentar cruzar, las hojas se movieron y el fuerte viento lo arrojó de nuevo dentro del paraiso.

«Estoy seguro que ví algo moviéndose dentro».

Adán comenzó a caminar y notó como los árboles se movían junto a él.
Ahora si ya estaba seguro que alguien o algo impedía su paso y debía de crear una distracción para poder escapar del viento.

Dios le había enseñado a crear el fuego para asar la carne de los animales que él le proporsionase y recordó todo el humo que el fuego producía. Humo que usaba para escaparse del tierno abrazo de la bella mujer que lo acompañaba.

Juntando muchos troncos, ramas y hojas, Adán creó una gran cortina de humo que usó para poder escapar.
Su plan funcionó y del otro lado pudo entender lo que sucedía. No lo había podido ver por alguna trampa que contenía el paraiso, pero, al salir, esa trampa ya no surtía efecto.
Al acercarse a los árboles, observó como el gigante, el guardían de la finalización del paraiso y que no permitía el escape del hombre, se  levantaba. El enorme ser, de decenas de metros de alto, estaba enojado por la astucia del pequeño hombre y decidió aplastarlo.

«No quiero ver esto» Pensó Dios.

Adán se encontraba frente a frente con el coloso, dando comienzo a su primera gran batalla por la supervivencia.

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