Pañuelos bañados en sangre

-Su majestad, debe irse.
-¡Que no! Soy el rey y mi palabra es la ley.
-Las leyes han cambiado, señor.
-Solo el rey puede cambiarlas y el rey soy yo.
-Majestad, van a por usted, por su cabeza y por la mía.
-Vete, entonces. Pero si te vas, serás fusilado.
-Entonces, o muero bajo su yugo o bajo el hacha del verdugo.
-Que no. No te va a pasar nada a menos que yo lo ordene. Por Dios santo, soy el rey.
-Señor, la era de los reyes ha llegado a su fin. Lo que ha sucedido en Francia ha tenido repercusión en nuestras tierras y el pueblo aclama bañar sus pañuelos con sus sangre.
-¿Sus pañuelos?- Preguntó el rey.

Su súbdito lo miró.

-¿Por qué sus pañuelos?- Volvió a preguntar.

Aquel esclavo con -miserable- sueldo bajó la mirada. No era conveniente mirar fijo a su majestad ni mantenerle la mirada en alto durante más de 5 segundos. Aún a pesar de que su régimen llegaba a su fin, tenía el suficiente poder como para cortarle la cabeza en ese mismo instante.

-No…no lo sé, señor.

El rey comenzó a caminar alrededor de su trono real. Lo miraba y acariciaba.
Aquel trono había resistido incontables guerras, batallas tan sangrientas como la imaginación pueda crear. Sus patas habían sido rotas y reclamadas como trofeos pero siempre se reconstruyó. Aquel trono se había mantenido en pie desde su creación, pero ahora se enfrentaba a algo nuevo. Este enemigo era infinitamente más devastador que todas los enemigos anteriormente derrotados. Ahora no luchaba contra un ejército, no luchaba contra un general que se quería sentar en aquel cómodo asiento de piel de cordero. Ahora luchaban contra un mal al que no podían ganar. Luchaban contra una idea.
En Francia, su revolución, su cambio en la forma de pensar. Sus creencias de que ya no necesitaban de un rey que los gobierne. Cansados de la opresión, cansados de que el trabajador pague impuestos y el rico coma carnes. Cansado de que una figura que no elegían ni les representaba les maneje y controle la vida.
Aquella idea era peor que enfrentarse al ejército más poderoso. Aquella idea de destitución del cargo real era un rival imbatible. Ahora no se enfrentaban a los bárbaros, sino que se enfrentaban a si mismos.

El rey continuaba rememorando lo que vivió aquel trono y no podía dejar de pensar que con él se terminaba la historia de los reyes. El pueblo no podía -ni quería- detenerse. No aceptarían cambios pequeños como la baja en impuestos a cambio de que el rey permaneciera en su condición de tal. El pueblo no perdonaría y buscaba la sangre real. Era un enemigo imposible de detener.

-Ahora lo entiendo- Finalmente dijo.
-¿Lo de los pañuelos?
-Si. Ellos quieren bañar sus pañuelos para tener un poco de mi sangre real. Lo que ellos realmente buscan es el poder individual. Cada uno de ellos, de los que planean obtener mi sangre es porque quieren poder, quieren saber lo que representa ser el rey y eso me da una ventaja, me abre el portón a la salvación.
-Señor, ¿está seguro se esto?
-¡Por supuesto!- exclamó el rey. -Ahora se lo que debo hacer, debo negociar con el lider, con quien los dirige. QUE VENGAN

El rey estaba tan seguro de su plan que despidió a su guardia personal para poder recibir al pueblo «hambriento de sangre».
Estaba muy confiado cuando el grupo de 50 personas corrían hacia él. Les daría el poder suficiente para que se pongan de su lado.
Pero, con lo que no contó el rey, era que aquellas personas, aquel grupo estaba conformado por pobres agricultores y productores que nunca habían experimentado el poder ni se les pasaba por la cabeza el tenerlo.
Sin poder mediar palabras, la cabeza real fue separada de los hombros reales y la sangre comenzó a brotar.
Se dice que la cabeza dura conciente unos 5 segundos luego de ser decapitada, tiempo suficiente que tuvo el ya no más rey para ver como los hombres arrobajan sus pañuelos al suelo y los bañaban con su sangre y en aquel breve periodo lo entendió.
Comprendió que no lo hacían sólo por ellos, lo hacían por el futuro de sus familias y el futuro de la vida. La era de los reyes, que había permanecido intacta durante milenios había llegado a su fin y comprendió que el no era más que un simple hombre mortal y que su vida era igual de frágil que la del simple trabajador. El rey había comprendido la verdadera razón de la revolución en Francia….la igualdad.

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