Archivo por meses: julio 2016

Una agradable sorpresa

-¿Son ellos?- preguntó Jimena.

-Creo que si- respondió Roberto emocionado, mirando por la ventana.

Un auto se detuvo en la entrada de su casa. De éste, descendieron dos adultos, un niño de dos años y una beba de unos pocos meses de vida en brazos de la madre.
Se trataba de Cintia, su hija.

-¡Hija!- exclamó su madre, abriéndole la puerta. -¡Que bueno que pudiste venir! ¿Estás bien?- le preguntó, preocupada, con la mirada seria.

-Si mamá, estoy bien, como cada vez que hablamos. No tuve ninguna recaída. -dijo ella alegremente, aunque un poco cansada de la insistencia de ese tipo de preguntas.

Cintia había sufrido un golpe muy duro en la cabeza luego de haber resbalado por unas escaleras, años atrás. Los médicos daban por concluida su vida, sin embargo ella luchó y contra todos los pronósticos, no sólo se recuperó por completo, sino que estudió, se agraduó y formó una familia. Ella era un ejemplo de vida y un orgullo para sus padres.

La emoción del ambiente era grande. Aquel no era un encuentro cualquiera, sino que se trataba del primer encuentro entre la mayor y menor generación allí presente, entre los abuelos y los nietos.
El abuelo se presentó ante el niño, mientras que la abuela sostenía a la princesa.

-Estamos esperando un tercero, que se llamará Gastón- dijo Cintia, acariciándose la panza.

-Es un gran homenaje- dijo su padre, con una lágrima en el ojo.

En ese momento, recordaron a Gastón, hijo de Jimena y Roberto y hermano de Cintia.
Gastón había desaparecido hace más de 5 años, luego de que su automóvil fuera encontrado a un costado de la ruta, completamente destruido.
Padre e hija hicieron un momento de silencio para luego juntarse con el resto de la familia.
Todo era alegría aquella noche. La charla con los adultos y los juegos con los nenes habían llegado al punto en que los abuelos necesitaban un descanso.

-Es muy despierto- dijo Roberto, en referencia a la inteligencia de su nieto.

-Nosotros pensamos lo mismo- respondió Cintia.

Dispuestos a comenzar la cena, se levantaron y se digirieron hacia el comedor.
Sin embargo, el niño caminó hasta la ventana.

-AHM AHM- Es todo lo que decía.

Con su dedo índice, señalaba la ventana.

-La nieve, ¿te gusta?- le preguntó su abuela.

El niño la miró y negó con la cabeza mientras que insistía con el dedo.

-¿Qué pasa, pupu?- le preguntó su madre.

Un taxi se había detenido en la puerta de la casa.

-¿El taxi?- preguntó su abuelo.

El niño continuaba señalando hasta que alguien bajó del vehículo y se dirigía lentamente hacia el porsche de la casa.
El timbre sonó, sorprendiendo a los ocupantes.

-¿Esperan a alguien?- preguntó Cintia.

Ante la negativa, Jimena se levantó del sillón y fue hacia la entrada.
Al abrir la puerta quedó desmayada frente a la imagen de Gastón, su hijo.

-¿CÓMO PUEDE SER?- gritó Cintia, asistiendo a su madre que no daba en sí.

-Hola- le respondió su hermano mayor, provocando llantos en todos los presentes.
Luego de años de ausencia, años en los que se creía haberlo perdido, Gastón había regresado.

-Te sepultamos- dijo Roberto, también conmocionado por aquel fantasma.

-Estoy vivo, papá- respondió su hijo, abrazándolo.

Luego de más de un lustro de espera, luego de haberle inclusive practicado un funeral con un ataúd vacío, padre e hijo se abrazaron con fuerza.
Cintia lloraba desconsoladamente, al igual que su madre, ya recuperada del desmayo.

-MI HIJO- gritaba su madre, a punto de volverse a desmayar. -MI FAMILIA REUNIDA, ES UN MILAGRO.

La cena, la noche entera, fluyó con un aire sobrecogedor. Era el momento más feliz de la vida de los viejos, quienes no solo tenían a sus hijos reunidos, sino que además habían sido bendecidos con dos pequeños nietos llamados en honor a sus abuelos.
La alegría que ese hogar sentía era la mayor jamas experimentada por nadie y ahora que estaban juntos, nada podría ni volvería a separarlos. Todo era felicidad.

Al dar las 12, el viejo reloj del comedor comenzó a tambalearse hasta caerse, produciendo un ruido ensordecedor.
Roberto se despertó con un sobresalto.
Todo había sido un sueño.

-¿Volviste a soñar con ellos?- le preguntó Jimena.

Roberto afirmó con la cabeza, comenzando a llorar, apoyándose en el pecho de su mujer.
Jimena le tomó las manos, arrugadas por la vejéz y le besó los dedos mientras recordaba a sus hijos perdidos desde hacía ya varios años.
La nieve caía afuera mientras que los dos ancianos lloraban en la oscuridad.

 

 

Venganza en la casa abandonada

(Cualquier similitud con el imperio romano es pura coincidencia…¿o no lo es?)

-¿Es esesésta?- preguntó el chico rubio .

-Sí- respondió su compañero .

-Realmente tenebrosa- ironizó el tercero.

Parados frente a la fachada de la mansión, se encontraban Augusto, Claudio y Julio, tres jovenes que apenas habían cumplido la mayoría de edad y que, en honor a eso, habían decidido adentrarse en la muy temida casa abandonada.
El día era primero de Octubre, fecha elegida luego de que los tres amigos hayan celebrado sus cumpleaños. Se creían más valientes e inteligentes que el resto, en especial Julio y Augusto y posiblemente lo eran.
Ellos dos eran primos de sangre y estaban al frente de todo lo que sucedía en el colegio.
Poseedores de una envidiable labia, eran capaces de tornar casi cualquier situación a su favor.
Con pensamientos listos y accionar limpio, resultaban airosos de las situaciones en las que se metían, tanto en el colegio como en sus hogares.
Julio era el aventurero, mientras que Augusto era el cauteloso y ambos eran insuperables cuando actuaban juntos. Teniendo conocimiento de esto, a menudo partían en busca de diferentes aventuras, siendo la última de estas adentrar en la misteriosa casa abandonada del norte de la ciudad.
Se trataba de una casona, muy elegante y sede de varios crímenes sucedidos en tiempos pasados. Entrar en ella estaba prohíbido por ley y se castigaba severamente a quienes no la respetaban. Varias leyendas se contaban sobre el lugar, una de ellas era que los espíritus de los fallecidos reciden en las decenas de cuartos de la mansión y que esperaban con ansias las almas frescas de los ingenuos que se atrevan a entrar.
Sin embargo, la leyenda que más les interesaba era la del tesoro guardado por uno de los dueños fallecidos.
Luego de estudiar la historia y leer los planos con detenimiento, creyeron descrubir el lugar del descanso del oro oculto. Podían sacarlo, se sentían muy seguros de eso.

-Seremos millonarios- dijo Augusto, no pudiendo contener una sonrisa.

-Hagámoslo- dijo Julio.

-Estoy de acuerdo- respondió el primo y añadió -Primero debemos pensar un plan y diseñar una estrategia.

El otro lo miró y asintió -¿Alguna idea? -preguntó

Augusto se levantó y miró a la ventana. Esto lo hacía cuando tenía un plan pero quería darle misterio.

-Conozco esa mirada, Augusto. Dime ya.

Su primo dio media vuelta y miró al otro ocupante de la habitación.

-Esperar. Debemos esperar.

La respuesta no sentó bien en Julio que se levantó se la silla y golpeó la mesa con sus puños. No poseía mucho humor.

-¿Esperar?-Gritó. -¿Esperar a que? ¿A que alguien lo tome por nosotros y luego pedírselo?

Augusto, que lo seguía con la mirada, estaba tranquilo, ya conociendo el temperamento de su primo y extrajo de su mochila, un libro muy conocido para ambos, el libro que dictaba las leyes que todos debían respetar, el Código Civil y Penal.
Al ver el libro, Julio tranquilizó su emoción sabiendo por donde venía el discurso de su primo.

-Artículo 2059, Aquellos que no hayan alcanzado la mayoría de edad, que sean sorprendidos invadiendo propiedad ajena no serán multados, pero serán multado su padre y su madre con hasta 10 años de prisión.- dijo y continuó  -Artículo 2060, aquellos que hayan alcanzado la mayoría de edad que sean sorprendidos invadiendo propiedad ajena serán multados con hasta 10 años de prisión- finalizó.

Augusto cerró el libro y miró a su primo.

-¿Y bien?- le preguntó. -¿Qué piensas?

Julio tenía muy en claro a donde quería llegar su primo.

-Estoy de acuerdo en esperar -dijo resignado.

-No podemos poner en peligro a nuestros padres- añadió el primero.

Ambos asintieron y decidieron aprovechar el tiempo para preparar el terreno.

-Una cosa más- añadió Augusto, volviendo a abrir el libro. -Artículo 937, las penas de prisión serán disminuídas o incluso eliminadas en caso de existir testigos independientes que declaren a favor de los condenados, solamente en hechos que fuesen para salvaguantar las vidas de los condenados que los llevaron a conducir los delitos por los cuales fueron acusados.

Julio pensó por un momento. -¿Un tercero? -peguntó confuso

-Si. Si conseguimos a un tercero, mayor de edad, que testifique que entramos en la casa porque nuestra vida corría peligro podremos no recibir condena. Ahora la pregunta es quién nos ayudará, en dónde podremos conseguir al conejillo de indias.

Ambos pensaron por un momento en quien podría ser su hombre. De pronto, a ambos se le ocurrió un nombre.

-¡Claudio!- gritaron al unísono.

Claudio era un compañero de clases, un muchacho tartamudo que se había convertido en una persona tímida y retraida a causa de su enfermedad. Nadie lo tomaba en cuenta y se le consideraba más lelo que listo. En pocas palabras, era fácilmente manipulable.
Días después, luego de clases, invitaron a su compañero a comer, le contaron y le convencieron fácilmente para que los ayudaran. Claudio accedió sin reproches.

Todo iba sobre ruedas, ahora faltaba la parte más aburrida que era la espera hasta que todos cumplan la mayoría de edad. Los días pasaron lentamente y fueron aprovechados para repasar el plan una y otra vez el papel de su nuevo compañero.

-Esperarás en la entrada de la casa, debes ser visible ante los ojos del mundo y poseer un rostro de preocupación por nosotros, pero no debes pedir ayuda a nadie y solo debes hablar cuando llegue la policía.
Claudio estaría esperando en la entrada de la casa, para que sea visiblemente creible la historia.
Todo iba sobre ruedas, salvo por una tarde, próxima a la fecha elegida, en la cual el plan casi se disuelve y los primos por poco no terminaron a los golpes.

-¿En dónde lo dejaste? -le gritó Julio a su primo.

-¿Yo?- recriminó Augusto -Tú los tenías, maldito embustero.

Ante la mirada de Claudio, los primos llevaron su discución de palabras a amenazas de golpes cuando fueron detenidos por el tercero.

-Dedeténganse -pidió, sin lograr efecto alguno.  -¿Lolos papeles los tenían sosobre la mesa? prepregunto porque la veventana está abierta y el vieviento es muy fuerte el día de hoy. Poposiblemente se volaron.

Los primos escucharon y detuvieron su embestida para comprobar la verdad en las palabras de Claudio.
Julio se asomó por la ventana y salió corriendo hacía el exterior.
Al regresar y comprobar que todos sus papeles estaban recuperados, ambos miraron al lelo en señal de aprovación.

-Tenías razón, Claudio- dijo Julio.

-Claudio, te has ganado mi respeto- añadió Augusto.

Desde ese momento, Claudio fue incluido en el conocimiento de los planes y de lo que pensaban hacer en la casa.

-Sabemos que hay un tesoro, escondido detrás del cuadro más grande de la habitación principal y pensamos recuperarlo para nosotros.

-Con eso seremos ricos.

Claudio los miró pensativo y les preguntó si el plan funcionaría.

Los primos se rieron.
-Por supuesto- respondió Augusto.

Finalmente el día llegó y el plan entró en marcha. Julio y Augusto se sentían confiados en salir victoriosos y millonarios.

-¿Recuerdas lo que debes hacer?- le  preguntaron a Claudio.

El tartamudo asintió con la cabeza  -Si. Me quedaré aquí y seré visible. No responderé preguntas salvo provenga de un policía y si lo hace estallaré en llanto pidiendo ayuda para ustedes.

Los primos se miraron, orgullosos de lo bien que habían entrenado a su compañero y se adentraron en la mansión abriendo una de las ventanas que daban al patio.
Entraron cuando el sol comenzaba a caer, mientras que Claudio permanecía de pie, inmovil frente en la entrada de aquel lugar prohibido para la ley.
Pasó un tiempo y al oscurecer,  los primos se asomaron por un venana para controlar que su compañero permaneciera allí.
Grande fue su sobresalto al ver a Claudio junto a un oficial de la ley.

-¡Maldición! -estalló Julio. -¿Qué hacemos ahora?

-Seguir con el plan, tal cual lo habíamos pensado -respondió el sabio de su primo. -Debes golpearme hasta dejarme sangrando y luego yo haré lo mismo contigo. Rasguemos nuestras ropas para simular aún más el ataque y ten en mente siempre, sin olvidos, la descripción del atacante. ¡Recuérdalo!  -le ordenó Augusto.

Un patrullero arribó instantes después, y dos policias más se unieron al que se encontraba en la puerta de la mansión, dando un total de tres policias listos para entrar en el perímetro y buscar a los jovenes.
La búsqueda duró poco tiempo y los primos fueron encontrados rápidamente, aunque sin rastros del agresor. Luego fueron escoltados hasta la patrulla y antes de entrar, Julio le guiñió un ojo a Claudio, que se estremeció pensando en que habían encontrado el tesoro.

Julio y Augusto fueron llevados a la comisaría y fueron interrogados por el jefe de policia.
Los chicos, interrogados por separado, relataron los hechos con tanta vehemencia que podrían haber convencido hasta al más suspicáz de los jueces. Sin embargo, los primos no previnieron lo que iba a suceder.
Al reencontrarse luego de los interrogatorios, una persona entró por la puerta de la sala, seguido del jefe de policia. Se trataba de nada más y nada menos que Claudio.
Ambos, preocupados.
Julio miró su mochila, que contenía el tesoro de la mansión.

-Muy bien, muchachos -comenzó a decir el comisario. -Veo que han practicado su historía y les ha salido al pie de la letra.

-Es la verdad -respondió Augusto.

El jefe le dirigió una mirada y luego extrajo de la carpeta que llevaba en la mano unas hojas de papel. Pero no eran cualquier tipo de hojas, sino que eran las hojas de su plan.

«No puede ser» pensó Julio.

«Las hojas las guardé en un lugar oculto en mi casa, nadie pudo haberlas encontrado. ¿Cómo puede ser posible?» reflexionó Augusto.

-Aquí, mi sobrino Claudio, me ha contado una interesante historia sobre ustedes y aunque al principio no le creí, al traerme estas hojas, este elaborado plan, cambié de opinión y decidí actuar. Los estuvimos vigilando desde el primer día muchachos. Sin embargo, lo que no entiendo es el por qué. ¿Qué tiene ese lugar que les interesaba tanto? en las hojas no lo menciona y Claudio tampoco lo sabe. Pensaba en que ustedes me lo dijeran.

Los primos se miraron, entendiendo que aún tenían posibilidad de salir de esta y de conservar el tesoro.
Augusto comprendió que Claudio hizo las copias en el poco tiempo que estuvo solo con ellas y que luego las arrojó por la ventana, simulando que un viento las había volado.

-Aventuras y nada más -respondió Augusto mientras que Julio asentía, ambos poniendo cara de preocupación y miedo. -Estamos muy arrepentidos pero no le hicimos daño a nadie, sepa entender que somos jóvenes y tontos.

-Ja ja ja -rió el comisario. -Yo no me creo esos cuentos. Venga hijo, díles lo que me dijiste a mi.

-Ellellellos se buburlaron de mí dudurante mucho tiempo y luego me maninipularon para queque le sea complice en este dedelito -dijo Claudio lagrimeando.

-¡Éres un maldito! -gritó Julio, intentando ahorcarlo con sus manos.

Como resultado, los primos fueron esposados a las sillas, con bozales puestos en sus bocas para que no puedan emitir más palabras.

-¡Quiero que se les castigue!- exclamó Claudio sonriendo.

-Silencio- rdenó su tío. -El que dicta sentencia acá soy yo, ¿entendido?.

Su tío miró a Claudio. Era una mirada fulminante, haciendole borrar la sonrisa del joven.

-Bueno, muchachos.- Comenzó a decir el jefe de policia.

Julio y Augusto se miraron, sabiendo que lo que vendría sería una sentencia sin juicio justo.

-He hablado con el juez y opina lo mismo que yo al imponerles una sentencia de diez años en prisión. Sin embargo, podrán acortar a la mitad su condena en caso de buen cumplimiento.

-Una cocosa más, titío.

-¿Qué quieres?- repreguntó el comisario, ya cansado de interrupciones.

-Mimi mochila, es la que está en el perchero, quiero llevármela.

Su tió aprovó con la mirada y Claudio tomó la mochila de Julio, la mochila que contenía el tesoro encontrado.

«Se volvió astuto» pensó Augusto, sonriendo por dentro.

Claudio se retiró de la sala, su boca comenzaba a sonreir. Sabía que los primos planearían una venganza, pero para eso faltaba mucho tiempo, tiempo en que ellos estarían en prisión y él disfrutando del tesoro logrado.

La reina del sexo

Carla era la reina y su voluntad siempre se cumplía.
Desde temprana edad su cuerpo se desarrolló en una nube de feromonas que se impregnaron en un cuerpo adolecente de escasos años de edad.
Su despertar sexual fue prematuro, en comparación a sus amigas, y su lascivia florecía al pasar los años.

Era dueña de los hombres y deseada por ambos sexos por igual, a veces hasta por ambos al mismo tiempo.
Ella era conciente del estupor que ocasionaba y no solo disfrutaba, sino que lo aprovechaba.
Al vivir en un lugar seguro, podía desplegar sus encantos en cualquier momento y en cualquier lugar. Tan sólo bastaba con hacer acto de presencia para que una fila de hombres (y mujeres) se desplieguen a sus pies en busca de ganar una oportunidad de conquistarla.

-Eres la mismísima Afrodita caída del Olimpo- Le dijo el primer hombre que se le acercó en el parque.

Carla, con una muy practicada ruborización, apoyó la mano sobre el hombro del muchacho, provocando una revolución en sus partes más pudorosas.

-Eres todo un poeta- Le respondió, sonriendo.

La charla llevaría hacía donde ella quisiera. Con comida, atenciones, regalos y todo lo que se le antojase en el momento. Finalmente, se acostarían, siempre y cuando ella lo desee.
Esta era una situación cotidiana.

Al cumplir los 28 años y encontrarse en su mejor momento, nadie podía resistir a sus encantos, nadie excepto Martín.

Lo había visto en un café, mientras que leía el diario y le sorprendió que al entrar, no le haya clavado la mirada. Es más, apenas se percató de su presencia cuando se sentó en la mesa contigua a él.
Hombres, mujeres, mozos y hasta el dueño del lugar no le permitían permanecer ni un segundo libre, todos la adulaban, todos menos aquel enigmático joven que permanecía inmune a sus encantos.

Aquello le llamó la atención. Era la primera vez que un hombre no la desnudaba con la mirada. Aquel muchacho era todo un enigma y se propondría en resolverlo.
Finalmente, desesperada -y atraida-, tomó la iniciativa.

-Disculpame- Le interrumpió.

El hombre apuró su café y la miró.

-Dime- Le respondió.

Esto era nuevo para ella. Nunca debió ser la precursora de la conversación y no sabía que debía decir.

-Quería saber si…- Titubeó -…si terminaste con el diario-

El hombre, que claramente continuaba su lectura, respondió.

-No, no terminé, pero te lo dejo porque ya debo retirarme.

Levantándose, entregó el diario a Carla y tomó sus cosas para retirarse.

-Aquí tienes- Le dijo.

Al recibirlo, su manos se tocaron levemente, produciendo una corriente placentera en el cuerpo de la muchacha.

«¿Así que esto es lo que sienten ellos conmigo?» Pensó maravillada.

-Espera- Le frenó. -¿Quisieras cenar esta noche?- Preguntó con su valor incrementado.

Deseaba seguir sintiendo esa electricidad, ese sentimiento nuevo para ella.

El hombre se frenó y la miró. Su mirada quedó detenida en los ojos color violeta de Carla para luego dirigirlas hacia su móvil.

-Cenar no puedo, pero podemos volver a vernos mañana a la misma hora en este mismo lugar- Le dijo, dirigiéndole una sonrisa.

-De acuerdo- Respondió, ruborizándose, esta vez, de forma natural. -Por cierto, me llamo Carla.

-Mucho gusto Carla- le dijo, sonriéndole. -Martín es el mío.

-¿Martín?- Susurró mientras que el hombre salía por la puerta.

Para Carla, todo esto era nuevo. El desinterés, la electricidad, la cálida sonrisa. Todo provocaba una revolución en su interior y ansiaba descubrirlo.
Regresó a su casa y pasó la tarde eligiendo al afortunado vestido que cubriría su cuerpo.
Finalmente, aprovechando que sería un cálido día, eligió uno simple, no muy elegante ni muy informar pero que brindaba una vista del perfecto escote, revelando la mitad de sus tan admirados pechos.

«Con esto me va a mirar, seguro» Pensó, casi jugando con sus pensamientos.

El día había pasado y el momento del reencuentro había llegado.
Martín se encontraba dentro, sentado en la misma mesa del día anterior.
Cuando Carla entró, hombres y mujeres se dieron vuelta para mirarla y los susurros invadieron el lugar.

-Martín- Dijo, con tono alegre, extendiendo los brazos para abrazar a su compañero.

-Hola- Se limitó a responder el otro, sin apartarle la vista de los ojos. -Siéntate, por favor.

Carla estaba sorprendida, aquel hombre no solamente era cortéz, sino que ni siquiera había reparado en su atuendo.

La charla superficial fluyó con normalidad, hasta que Carla ya no pudo aguantar la situación.

-Son discuciones normales, de pareja…- Relataba Martín hasta que fue interrumpido.

-No puedo más- Dijo la bella joven.

-¿Qué pasa?- Preguntó Martín, claramente sorprendido.

La cara de Carla se volvió seria. Su mente estaba intentando formular las preguntas exactas.

-¿Acaso no te atraigo?- Comenzó. -¿No te parezco atractiva?- Siguió preguntando ahora ya sin nada que la detenga. -¿No quieres acostarte conmigo si me entrego a tí ahora mismo? -Continuó.

Martín, con mucha calma, entendiendo por donde venía la invitación de su compañera, la tomó de la mano y respondió.

-No me atraes. Si me pareces atractiva. Finalmente, no, no quiero acostarme contigo.

-¿Por qué? – Preguntó Carla, comenzando a lagrimear. -¿Qué es lo que tienes que te resistes a mí?- Su cuerpo comenzó a estremecerse. No sabía como reaccionar. -¿Cuál es el motivo de tú desinterés? ¿Qué es lo que te detiene, lo que te frena?- Preguntó, mirándole a los ojos.

-Mi esposo…- Respondió, mostrándole una foto de ambos hombres abrazados.