Archivo por meses: octubre 2018

Una historia de Halloween

-¿Escuchaste eso?

-No, dormí.

El ruido de un golpe en la ventana le había despertado, ruido nada fuera de lo común, salvo el hecho de que dormían en un primer piso y las persianas estaban bajas.

-¡Otra vez!, despertá.

-¿Qué querés?- le dije, manteniendo los ojos cerrados.

-Alguien golpeó la ventana.

-Nadie golpeó nada, es la lluvia y tu imaginación- respondí -andá a dormir por favor.

De esta primera vez que me despertó ya pasaron dos interminables horas, lo sé porque desde mi posición, desde mi escondite, puedo ver el relój de mi mesita de luz. Comenzó a las tres de la madrugada y ya debería estar  amaneciendo sin embargo, el día de lluvia no permitía que salga el sol. Debía de resistir, aguantar hasta que el cielo se despeje, aunque lo que me esperaba afuera era una otra pesadilla.
En aquel primer instante tendría que haber escuchado a mi mujer, tendría que haberme levantado de la cama y averiguar lo que pasaba, pero no, asumí que ella estaba escuchando cosas y ahora ya no la volveré a ver nunca más. Se ha ido porque no la supe escuchar, Dios mío, ¿que ha pasado?, si estábamos duermiendo como cualquier otro día y ahora estoy escondido, rezando para que no me descubran, rezando para que se despeje el cielo y amanezca. Por favor que se vayan, por favor que se vayan.

-Ahí va de nuevo. Despertá, fijate que es.

-¿Otra vez? Ya te dije que no pasa nada, ¿podés dormir de una vez?

-No puedo, se que está pasando algo, andá a ver que es.

-No me voy a levantar, la ventana está a dos metros, andá vos pero yo voy a seguir durmiendo.

-Tengo miedo

Esas fueron las últimas palabras de mi mujer. Yo me quedé dormido, sin embargo me desperté al poco tiempo. Mi cuerpo notaba algo raro, había pasado un buen rato y mi mujer no había regresado a la cama. En ese momento me levanté y encendí la luz. Mi preocupación estaba en aumento.

-¿Amor?- pregunté.

No recibí respuesta y mi preocupación aumentaba.
Revisé la ventana y todo parecía estar en órden, pero la calma no me llegaba.

-¿Cielo?- volví a preguntar, esta vez levantando la voz.

Ahora si había escuchado un ruido de respuesta, pero no era lo suficientemente clara.

-¿Qué? No te entendí.

Nuevamente recibí respuesta, nuevamente era un murmullo incomprensible.
Como el ruido provenía de abajo, me levanté de la cama y me acerqué a la escalera.
La luz de la cocina estaba encencida.

-¿Estás en la cocina? -grité desde la escalera.

-Estoy acá- finalmente me respondió.

Pero aquella era una voz gruesa, muy distinta a la de mi esposa.
No llegaba a tener el timbre de un hombre, pero era una voz pesada, como si la persona estuviera en pena.
Bajé lentamente las escaleras y me fui asomando a la cocina.
Allí estaba ella, sentada de espaladas, con una mano sosteniendo una taza y con la otra rascándose el pelo.
Su pijama estaba tirado en el suelo. Se trataba de un camisón negro que usaba para dormir y que ahora estaba a un costado.
Mi mujer estaba completamente desnuda, salvo por la bombacha que le cubría el sexo.
Al verla así, me calenté. No podía evitarlo, su cuerpo me revolucionaba.
En ese momento sentía una mezcla de miedo y lujuria.

-Te dije que había escuchado ruidos – me dijo.

Definitivamente esa no era su voz sino una más ronca. Algo le había pasado y mi erección bajó y se disipó al pensarlo.

-No te entiendo- le dije, mientras entraba en la cocina.

Ella, aún de espaldas, dejó la taza de café y apuntó con su dedo índice al comedor, a su izquierda, dejando visible el costado del redondo pecho izquierdo.
En aquel momento mi corazón latió como nunca y aún más con lo que pasó después.
En el piso yacían los cuerpos de dos sujetos, boca abajo, cubiertos completamente en sangre.

-Ellos quisieron lastimarnos y vos no me protegiste, así que me tuve que hacer cargo yo.

Luego se volteó a verme y aquel fue el peor susto de mi vida. Ella no era mi esposa.

Ojos negros, dientes triangulares, sangre por todo el rostro, dedos largos con uñas como garras y la cara completamente pálida. Aquello era un monstruo.

-Jugaremos a un juego- me dijo con la voz ronca. -Al amanecer yo deberé partir y vos te salvarás, pero si te encuentro antes te mataré sin piedad. Te daré tres minutos para que te escondas dentro de la casa, comenzando ahora.

Salí disparado a la habitación y formé una gran barricada. Me paralizaba el miedo pero no quería morir. Me escondí dentro del armario y aún sigo acá.
Ya debería haber amanecido, pero el cielo estaba nublado y el sol no se asomaba.
Pasaron varias horas desde que me escondí y creo que ella partió así que voy a salir y enfrentarme a la realidad.
Demoré unos minutos en quitar el fuerte, alrededor de la puerta y la abrí, todo estaba en calma. Ahora estoy caminando despacio hacia las escaleras.
Las estoy bajando con miedo, las luces están apagadas, aún no amenció.
Escuché un movimiento y me quedé inmovil. Comencé a volver a la habitación cuando las luces se encendieron de repente. Vi muchas personas por toda la sala, todas mirándome.

-SORPRESA- gritaron.

Mi mujer lo había planeado desde un principio, la mejor fiesta de Halloween que podía imaginar. Con mi pijama transpirado bajé y me uní a la diversión,  aunque aún no comprendo por qué ella seguía desnuda.

 

Locuras en el gimnasio

-Por dios hermano, te vas a lastimar.

El entrenador corrió para detener el ejercicio.

-¿Quién te dijo que la uses así?

Un muchacho, de unos treinta años de edad, se había sentado en una máquina especializada para trabajar los hombros mediante la ayuda de pesos, sin embargo, su técnica estaba muy alejada de la correcta.

-Lo vi en un video de Youtube- respondió.

El profesor se encabronó, le dijo que estaba para ayudarle y que debía consultarle cada ejercicio antes de hacerlo, a él y no a un video de Internet.

El muchacho entendió el mensaje pero le reprochó que le llamó la atención varias veces sin ser escuchado.

-Estabas hablando muy de cerca con la de las calzas grises y no me prestabas atención.

El musculoso celador del gimnasio comprendió la crítica pero no se disculpó en ningún momento.

-Bueno, vamos- le dijo a su raquítico compañero. -eres nuevo por lo que veo, ¿qué objetivo tienes?

El otro le brindó una mirada furtiva

-Llevo ya tres meses y en todo este tiempo no me diste ni los buenos días -continuó el reproche.

El profesor bajó la mirada y suspiró, «hoy será un día largo», se dijo.

Horas más tarde, el profesor se encontró con su reemplazo.

-A la mañana me tocó uno que me hizo un escándalo. Lo hubieses visto, casi se lesiona los hombros con la barra y cuando lo ayudé me dijo de todo porque decía que no le presté atención.

-A veces pasa, hermano. Últimamente me pasa que creen que porque ven a un tipo en Youtube, creen que saben como hacer el ejercicio y como trabaja el músculo.

-Eso mismo pasó, encima me cortó la charla con Sol, justo cuando la tenía.

El recién llegado abrió los ojos, demostrando que ahora si le importaba la conversación.

-¿Y que tal con Sol? Hace meses que la veo cuando llego pero no logro hablar con ella. ¿Te la ganaste?

-Salimos el viernes después del gimnasio, así que el Lunes te contaré.

-Qué envidia te tengo hermano.

Los hombres se saludaron con un abrazo y se despidieron hasta el día siguiente.

-Bueno, es hora de trabajar.-dijo el entrenador de la tarde y realizó una primera recorrida por el recinto, saludando amigablemente a quienes le devolvían la mirada.

La tarde transcurrió con calma y entrada la noche, una de las empleadas del gimnasio le pidió ayuda.

-Ve si queda alguien en el baño de hombres así puedo entrar a limpiar.

El musculoso respondió al pedido de forma casi inmediata y a los pocos segundos salió con la noticia de que tenía luz verde, luego permaneció en la puerta para impedir el paso de alguno de los pocos hombres que quedaban a esas horas.

La empleada, una «niña» dueña de una veintena de años, además de ayudar con la limpieza, daba clases de baile en el lugar. Eran pocos empleados y entre todos se turnaban para el aseo.

La chica comenzó la tarea y rápidamente sorteó los urinales y sus desagradables aromas.
Luego todo era más sencillo, verificar que las duchas estén cerradas y que el vestuario esté en orden.
Sin embargo, lo que pasó a continuación no lo esperaba.

Fuera, un hombre mayor quiso entrar en el baño.

-Perdón, sr. Pedro, pero lo están limpiando -se disculpó de forma seria con el anciano, sin embargo, en la cara se le formaba una gran sonrisa.

El entrenador sonreía mientras agudizaba el oído para escuchar lo que sucedía dentro, en donde la despistada profesora de baile cayó presa de la trampa que le esperaba en la última de las duchas.
Una mano la tomó y la joven no pudo resistirse a lo que vino.
Con un grito ahogado, el entrenador fuera de la puerta entendió que había comenzado la función.

Uno de los alumnos de ella, un muchacho extremadamente pintón, planeó quedarse a solas con su profesora, con la ayuda del entrenador. Todo había sido calculado cual película de amor.
Ambos se miraban mucho durante las clases, pero le tenían miedo a salir juntos por la puerta del gimnasio.
Lejos de estar enojada por la situación, ella se dejó llevar mientras que afuera la fila para mear se incrementaba.

-Están tardando mucho para limpiar el baño- le dijo el anciano a la chica de recepción. -No es de quejoso, pero mi vejiga ya no es lo que era y las ganas de orinar son grandes.

La chica estaba contando los minutos que faltaban para concluir el día de trabajo y sorprender a su novio. Eran casi las nueve de la noche y el día había comenzado de mala manera.
La gente se había acumulado en la puerta cerrada del lugar y esperaban que alguien les abra. Ella se había demorado, estaba descompuesta, pero sus obligaciones la hicieron ir a trabajar, provocando que llegue media hora más tarde de su horario de entrada a las nueve y media de la mañana.
Al llegar y abrir la puerta de las instalaciones, algunas personas la saludaron con una sonrisa mientras que otras se quejaron por la falta de puntualidad:

«Yo no me puedo permitir tu lujo de llegar media hora más tarde a mi trabajo» fue uno de los comentarios que más le dolió.

El día no había comenzado bien para ella y eso incrementaba su estrés.
Le había prometido a su novio que hoy no haría ejercicio alguno, pero las circunstancias fueron otras.
Ella se había vuelto adicta al entrenamiento y su novio estaba preocupado por ella. Cada día más flaca, con menos hambre y viéndose más gorda. Estaba al borde de un trastorno psicológico, motivo que llevó a su pareja a pedirle que por unos días no se ejercite y coma algo rico.
Una linda contradicción se llevó al mediodía cuando el dueño del gimnasio propuso un reto a su personal.
El que haga más kilómetros en diez minutos en la bicicleta fija y diez minutos en la cinta de correr se llevaría como premio una botella de vino importa, valorada en casi medio sueldo de los empleados.
Una caja que fue regalada por un cliente del lugar a modo de agradecimiento del buen trato que se le brindó y el jefe quiso compartirlo con sus empleados.

«Por tí, Marcos» se dijo al comenzar a correr.

Más allá del bien y del mal

-Esa es mi propuesta- dijo.

Se encontraba sentada y en calma. Esperaba una respuesta positiva y si no la tenía, se levantaría y concluiría su visita.
El señor Marcelo insistió en que pedía algo poco serio pero no perdía de vista mis movimiento.

-Señora Velez, entenderá que lo que pide va más allá de mis facultades.

-Lo sé -respondió ella -Entonces me marcho sin antes felicitarle por su negocio, está muy bien diseñado.

El señor Marcelo crujió los dientes. Aquella elegante señora entró preguntando por nuestra pintura más cara, un Goya valorado en  un millón de dólares.
Se trataba de una pintura que juntaba polvo en nuestros almacenes. Nadie había preguntado por aquella obra y al día de hoy sigo sin entender como cayó en nuestras manos.
Aquella era la venta más importante que el negocio tendría en su historia, por un amplio margen de diferencia.
Un negocio pequeño, con ventas lentas y de poco valor. La mayoría se tasaban en unos cientos de dólares y unas pocas superaban los miles. De vez en cuando recibíamos algunas más importantes valoradas en decenas o incluso cientos miles, pero fueron pocos los casos.

La venta más importante fue de unos doscientos cincuenta mil billetes verdes hace ya tres años y se trató de una operación que costó esfuerzo y salud pero que finalmente se hizo.
Sin embargo, ahora se trataba de una obra cuatro veces superior en costo a la más vendida en la historia del negocio y que prometía ser una operación limpia.
Como siempre, el ocho por ciento de la venta sería para el negocio y esos ochenta mil dólares eran deseados.
Rosaria Velez era una mujer joven, hermosa y elegante. Su forma de andar, su pausa al hablar, su serenidad y su calma le hacían aparentar más edad, pero su rostro sin arrugas demostraba lo contrario.
Sin dudas, era un cliente distinto a los que hemos tenido.

-Vi en Internet que venden una copia certificada del Saturno de Goya -dijo, al ingresar.

Fue atendida por el señor Marcelo, dueño del negocio.

-Así es- respondió con una sonrisa.

La invitó a tomar asiento y le ofreció una café que ella aceptó con gusto.

-Marcelo Turín, encantado -se presentó.

-Rosaria Velez- respondió la mujer, extendiendo la mano en señal de amistad.

-«Saturno devorando a su hijo», una hermosa pintura de Francisco de Goya, única copia conocida del cuadro- comenzó.

-¿Usted cree que es una copia o un boceto?- Preguntó la mujer, dando un sorbo a la bebida para luego dejarla y acercar el azucar.

-En mi opinión es un boceto. Hay sutiles diferencias con el cuadro original, como si se tratara de pruebas que Goya realizaba.

-¿Y su precio?- Interrumpió la señora.

-Verá, se trata de una obra autenticada, una joya pintada por el maestro español. Entenderá que su precio es alto por esto.

-Lo entiendo. Dígamelo por favor.

-Está valorada en novecientos ochenta mil dólares -respondió el señor Marcelo.

Se lo notaba nervioso, aún más que al momento de calcular los gastos del mes.
La cifra le incomodaba al no tener experiencia en ese tipo de tratos pero trataba de mantener la compostura. Lo ví dudar si debía tutearla o seguir tratándola de usted.
Los tres empleados de la tienda mirábamos la situación a la distancia y esperábamos impacientes la respuesta de la mujer.

-Comprendo. Me parece razonable. Me interesaría verla -respondió.

En ese momento la cara del señor Marcelo se enserió y era entendible el por qué.
Un sueño con hadas que pretendían convertirse en piratas.
Una vil ladrona disfrazada de una frágil mujer pretendía arrebatar la pintura de nuestras manos y causar grandes estragos.

-Discúlpeme, señora Velez. Por razones de seguridad no podemos traerla, espero sepa comprenderlo.

Hubo una pausa de unos segundos y finalmente ella respondió.

-Espéreme un momento- dijo y tomó su celular. -¿Puedes venir con las llaves? -se  escuchó decir y luego colgó.

Segundos después un hombre esperaba que le abran la puerta del negocio.

-Es mi chofer-dijo la mujer.

El señor Marcelo dio la órden y le abrieron la puerta.
Aquel hombre llevaba puesto un finísimo traje y era dueño de una elegante postura.

-Aquí tiene, señora -dijo y se marchó.

-Señor Turín, aquí tiene las llaves de mi auto, un Rolls Royce valorado en una cifra similar a la del cuadro y además le dejo mi documento para que retenga ambos hasta que yo me vaya de aquí, en señal de amistad y para probarle que no pretender robarles el cuadro.

El señor Marcelo tragó saliva y aceptó las condiciones.

-Ya se lo traigo- respondió.

Luego se levantó de la silla y me vino a ver.

-Averigua lo que puedas sobre ella hasta que yo llegue con la pintura y haz una copia del documento por las dudas.

-Bueno- acaté.

La búsqueda no fue dificil y al primer resultado en Internet apareció la imagen de la mujer sentada en nuestro negocio, tomando un café de dos dólares.

-Rosaria Velez, única hija de un millonario coleccionista de arte recientemente fallecido. Heredó de su padre una fortuna estimada en un patrimonio de cien millones de dólares -le dije al señor Marcelo cuando regreso. Lo vi tragar saliva y bosquejar una sonrisa.

-Si sale los invito a comer al mejor lugar que encontremos -me dijo antes de regresar con la mujer.

-Sepa disculparme, aquí tiene las llaves de su auto y ahora le daremos su documento, le están haciendo una copia.

La mujer asintió con la cabeza y fijó los ojos en el cuadro.

-Saturno o Cronos, hijo de Urano y de la madre tierra. Al igual que su padre, temía ser destronado por uno de sus hijos y los devoró uno a uno -comenzó a relatar la historia, pero fue interrumpido.

-Conozco la mitología, no hace falta el relato.

El señor Marcelo comprendió y guardó silencio mientras que la mujer revisaba el cuadro.

-Entonces, ¿le interesa?- finalmente preguntó.

-Lo siento pero no estoy convencida- dijo ante nuestra decepción. -Buenas tardes a todos- se despidió.

-Buenas tardes -respondió el señor Marcelo, visiblemente desilucionado.

La mujer se dirigió a la puerta pero se frenó, algo le faltaba.

-Mi documento- dijo en voz alta.

Ante la excitación de la posible venta me habia olvidado por completo de devolver aquel elemento.

-Lo siento- dije mientras  me apresuraba. -Aquí tiene.

-Gracias- respondió.

Fijó sus ojos en mi. Tenía una mirada penetrante y no pude aguantarle el nivel. Mis ojos cayeron al suelo en menos de un segundo.
Me puse un poco incómodo y se ve que ella se divertía con mi timidez.

-Creo que he cambiado de opinión- le dijo al señor Marcelo sin quitarme los ojos de encima. -Estoy dispuesta a hacerle una propuesta por el cuadro.

-Me alegra mucho- estalló él.

-Le pagaré el total del cuadro ahora, en efectivo, pero tengo una condición.

-La que quiera.

-Quiero que este joven me acompañe en una salida, en este momento.

Todos nos quedamos paralizados.

-Perdón, señora Velez, creo que no le entendí bien. ¿Dijo que compraría el cuadro si Fede sale con usted ahora?

-Es correcto.

-¿No le parece que es algo poco serio eso?

-Esa es mi propuesta- dijo.

Se encontraba sentada y en calma. Esperaba una respuesta positiva y si no la tenía, se levantaría y concluiría su visita.
El señor Marcelo insistió en que pedía algo poco serio pero no perdía de vista mis movimiento.

-Señora Velez, entenderá que lo que pide va más allá de mis facultades.

-Lo sé -respondió ella. -Entonces me marcho sin antes felicitarle por su negocio, está muy bien diseñado.

Nuevamente la mayor venta de la historia se esfumaba y esta vez era por culpa mía. No podía dejar que esto termine así, debía hacer algo.

-Acepto- intervine.

El señor Marcelo me miró, reprochando mi actitud y cancelando el trato. El quería protegerme y yo a su vez, quería ayudar al negocio, no solo porque él era como mi padre, sino porque realmente necesitábamos la venta.

-¿Tenemos un trato?- me preguntó la señora Velez.

-Si- respondí, sin dejar hablar al señor Marcelo.

-Entonces, déjame concluir la compra y luego iremos a un exclusivo restaurante -me dijo. -Prepárate para experimentar cosas que nunca has imaginado.

Tragué saliva y esperé entre impaciente e incómodo que llegará el momento en que deba concretar mi parte en la venta.
El señor Marcelo pasó más tiempo pensando en mi que en el casi millón de dólares frente a sus ojos que había traído el chofer de la señora Velez.

-Vamos- me dijo al cabo de media hora, luego firmar los últimos recibos.

Vine a recoger mis cosas y a embalar el cuadro para llevarlo. El señor Marcelo me detuvo y me abrazó. Me dijo algo intentendible, algo mezclado de nervios y gratitúd. Yo simplemente le sonreí y le pedí que no se preocupara, que iba a estar bien.

Aquella sería la primera vez que saldría con alguien de las condiciones de la señora Velez, una mujer dispuesta a gastar un millón de dólares a cambio de una pintura y una salida conmigo. Alguien que, por su condición, se encontraba más allá del bien y del mal.
Debo confesar que estoy bastante nervioso, pero debo dejar estas notas y partir. Ella me está esperando.