Ingenuo amor (parte 5)

Por dentro sabía que me engañaba, pero no quería admitirlo. Yo estaba feliz y era todo lo que me importaba.
Era tan evidente que hasta mis amigos, los pocos que me quedaban y mis hermanos me decían que no podía estar más con ella.
No les hice caso a ninguno y de a poco los fui apartando. No creía en sus palabras, no creía que lo hacían por mi. Suponía que todos estaban cansados de verme tan contento y con tanta vida que querían que vuelva a ser el tímido papanatas de siempre.
El tiempo les dio la razón, a cada uno de ellos y por suerte para mi, el tiempo no fue cruel y me permitió volver a juntarme con quienes aparté en mis momentos de falsa alegría.

Yo estaba en mi segundo año en la carrera y ella había terminado el secundario y deseaba seguir mis pasos en la facultad, queriendo perseguir un imposible.
En el colegio público no le brindaron una base matemática y hacer el ingreso en la universidad le fue imposible, literalmente. Yo sabía que no poseía gran inteligencia analítica pero no pude decir que no al verla todos los días en el campus.
Dentro de ese periodo, sus padres se separaron y ella se mudó, junto a su madre, a la casa de sus abuelos en las afueras de la ciudad a más de una hora en transporte público de mi.
Salvo en la facultad y los sábados, ya no nos veíamos y eso causó un mayor deterioro en la relación. Se la notaba muy triste, aún más cuando le dieron las notas del curso de ingreso y en matemáticas y física su inminente cero se hizo presente y no le fue permitido el ingreso a la carrera.

Al poco tiempo, a mis oídos me llegó la versión de un nuevo cuerno sobre mi cabeza. De estas versiones me llegaban muchas, pero no le daba importancia a ninguna, yo confiaba en ella. Sin embargo, esta vez vino con evidencia en video y no lo pude negar.
Fui a su casa sin siquiera saber si estaba o no en ella, decidido a acabar con todo esto. Estaba ya cansado de tantos rumores de engaños que podían ser ciertos. ¿Qué valgo yo en todo esto?

Casi una hora después, llegué y toqué timbre. Todo el tiempo del viaje lo agoté repitiendo las palabras para dejar y terminar todo, pero nada me preparó para lo que estaba por ver.
Me abrió la puerta un zombie, una persona más viva que muerta. Pálida, completamente blanca estaba. Su bronceado de color dorado había desaparecido. No podía creer su estado si la había visto apenas una semana atrás.
Prácticamente se derrumbó en mis brazos, sin fuerzas.

-Tengo hambre, mi amor- me dijo en un susurro.

Me acongojé. No pude pensar en nada más que ayudarla.
Salí corriendo a comprar algo de comer tanto dulce como salado y volví a su lado.
Ella comió como pudo y se quedó dormida. La llevé a la cama y le saqué el abrigo al acostarla y al hacerlo, entendí todo.
Sus muñecas, tapadas por el suéter estaban cubiertas por una gaza blanca manchada de rojo.
No podía creer lo que mis ojos estaban viendo. Revisé su cuarto y en un rincón encontré dos cuchillas de afeitar con el filo cubierto de sangre.

«Dios mío» pensé.

Me quedé a su lado, mirándola con pena. Sabía que no estaba pasando por un buen momento, pero tampoco creía que pudiese llegar a tanto.
No había nadie más en la casa, todos se habían ido de viaje salvo ella que se quedó con la excusa del estudio.
Unas horas después, despertó, si cara estaba tomando color.
Al abrir los ojos y verme, lloró. Me confesó que me había engañado con un amigo y me contó que no recordaba nada más porque le habían dado para fumar y ella fumó más de la cuenta (aunque para mi, un poco ya era más de la cuenta).

-Calma, calma- le dije al ver que volvía a ponerse pálida.

Las heridas se le volvieron a abrir y se quedó dormida nuevamente, momento en que aproveché para salir a comprar alcohol y gazas nuevas para limpiar los cortes.
Durmió hasta entrada la noche, cuando despertó, miró sus cortadas y me habló con su tierna voz angelical.

-Gracias-me dijo, sin fuerzas. -Me salvaste la vida

«Me salvase la vida», unas palabras que me rompieron el corazón. No podía dejarla, no podía abandonarla. Estaba en un pésimo momento y yo debía ayudarla. Todo lo demás, los engaños, las mentiras y las drogas habían pasado a segundo plano.
Me propuse sacarla de aquel pozo y encaminarla a lo que yo creía que era una vida correcta de estudio y trabajo.
Seguía siendo la mujer de mi vida y ahora yo era el de la suya, el que la había salvado y eso nunca lo olvidaría.

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