Archivo por meses: junio 2017

Una hermosa realidad

Un pájaro vuela por el cielo. Sus alas se extienden y son envueltas por el viento.
Aquella majestuosa corriente de aire es implacable en su camino y el pájaro no tiene más remedio que obedecer.
Lejos está de ser una de aquellas aves todopoderosas con alas tan potentes que pueden superar la tempestad. Aquel es un simple pájaro que debe ceder ante su destino, uno más del montón.
Sin embargo, el ave es ingenua y no comprende lo que en verdad le está sucediendo.
Piensa que sus alas son las que lo guían, sin ningún tipo de traba ni barrera. Se cree libre y feliz. Cree que es dueño de su propio camino.
No se da cuenta que algo más fuerte lo está llevando, lo conduce al camino que más cree conveniente sin preguntarle a las alas si es que allí desean ir. El ingenuo pájaro vuela todos los días en una dirección que no conoce y sin embargo piensa que es la correcta.
Por el camino se van sorteando obstáculos y diversos problemas que el pájaro debe afrontar.
Algunos los supera y otros no, debiendo pedir ayuda constante al viento, el cual siendo todopoderoso, siempre lo pudo ayudar.
Por cada problema que el viento resolvía, la vida del ave fue mejorando, afianzándo el vínculo entre ambos. Era un síndrome de Estocolmo permanente, donde el viento mantiene cautivo ser alado y éste último cree que su captor le está haciendo un bien. Lo cierto es que el viento considera eso y cree que está actuando de la mejor manera por el bienestar de su protegido, sin llegar a entender la realidad.

Los días pasan y el viento no cesó.
El pichón fue creciendo hasta convertirse en adulto ante la mirada de su guardían que estaba más que orgulloso de su protegido.
Un día el pájaro vio a otra ave, de color rosado, delante de él. Volaba hacia su dirección, pero por algún motivo no pudo esquivarla. Sus alas no respondían sus órdenes y las dos aves chocaron.
El enojo del ave de color se pasó rápidamente al ver el rostro de tristeza del otro pájaro. Se lo notaba arrepentido y ese sentimiento provocó una revolución en su interior.
Pasaron un rato juntos, pero no podían mantener el paso. El ave rosa fluía con el viento mientras que la otra volaba de forma estática y siempre con la misma velocidad.
Discutieron. El ave rosa le dijo que no sabía volar y que dependía del viento para moverse.

Se separaron, ambos con el corazón roto. Sin embargo, las palabras de la bella rosada permanecían en su interior.
Tiempo después, quiso tomar otro camino, volar en otra dirección de la que ofrecía el viento y notó que no pudo hacerlo.
Finalmente entendió que no estuvo volando durante estos años sino que fue el viento quien lo empujó todo este tiempo. Las alas del ave se mantuvieron siempre abiertas, simulando el vuelo, pero era aquel elemento primordial el que realizaba todo el trabajo.

La realidad es que el pájaro nunca voló y al querer soltarse del viento, cayó. Sus alas no sabían como mantenerse en el aire.
Estaba cerca del suelo cuando pensó que se estrellaría y perdería la vida. Sin embargo, algo le detuvo la caída.
Una bella ala rosada le salvó. Un ala conocida para él, perteneciente a un ave a la cual creía que no volvería a ver.
Estaba equivocado. Aquella ave colorida nunca lo dejó. Permaneció en las sombras, día y noche hasta que él entendiera que debía comenzar a volar por su cuenta. Confiaba en él y lo esperaría para ayudarle a volar cuando cayera.

Al verlos, el viento los levantó en el aire y les dijo que sus torbellinos no los llevarán a menos que ellos así lo deseen.

Desde aquel entonces, aquella ave voló en libertad, buscando un nuevo camino, volviendo a empezar, aunque esta vez, con el ave rosada a su lado, sonriéndole por toda la eternidad.

 

Vos sos mi bella rosada, quien me mostró que hay otro camino por seguir, uno según mis propios deseos.
Vos sos quien me ayudó a comenzar nuevamente, a poner en funcionamiento mis oxidadas alas y enseñarme a usarlas.
Vos sos la que me esperó a que yo mismo me diera cuenta de mi realidad, de la falsedad con la que vivía, de la burbuja que era mi mundo al que creía falsamente pefecto.
El haberte conocido me cambió la vida, me hizo ser mejor ave. Me hizo crecer y madurar. El haberte conocido me mostró que hay otras realidades, más duras, pero más satisfactorias, donde el camino puede ser más dificil, pero la travesía es más reconfortante.

Vos sos mi bella rosada.

 

La desgracia de saberlo

Lo supe antes que todos lo demás y no porque era el más listo ni podía ver el futuro, sino porque miré por la ventana en el momento justo.
Pasó hace un mes y el recuerdo permanece imborrable en mi.
Fue durante mi casamiento. Luego de una tanda de baile, la comida estaba siendo servida. Era de día y el salón contaba con unos grandes ventanales que abarcaban todo su perímetro, permitiendo una vista inmejorable a la ciudad. El salón se encontraba en el piso 40 del edificio más alto del país.
Era un momento de calma en el que todos disfrutábamos de la comida, cuando me asomé a ver el exterior y lo vi. Un avión. No, una nave, de esas que se utilizan para viajar al espacio estaba volando muy cerca nuestro casi en una posición vertical al cielo. Algunos llegaron a verla quedando sorprendidos por aquel espectáculo.
Luego fue seguida por otra, de distinto color al blanco y negro de la primera. La nave de color verde, le seguía los pasos a la anterior, sin embargo no la pudo alcanzar al salir humo de su interior y precipitárse al suelo ante la mirada de terror de mis invitados.
Mi flamante esposa me miraba, incrédula por lo que sucedía en el exterior.

-¿Qué pasa?- Me preguntó.

«¿Qué pasa?». Esas palabras aún siguen en mi mente. Lo último que le escuché decir, la última vez que oí su voz. «¿Qué pasa?» Me volví a preguntar, intentando decirlo con su tono, con su bello timbre armónico.

Algo en mi pensó rápido y respondió.

-Una bomba atómica viene y ellos están escapando de la tierra.

Su cara fue de terror y mi menté quedó en la nada mientras nos cubría con una tela militar que se encontraba en nuestra mesa, separada del resto de la gente. Cuando ví la bomba caer del avión, miré a los invitados. La mayoría permanecía ajeno a lo que estaba por suceder y continuaba deleitándose con el platillo principal, con el lomo al champignon. Otros seguían mirando a las naves como volaban, pero ninguno, nadie salvo yo supuso lo que sucedería.
Vi caer en cámara lenta aquel artefacto del día del juicio. Era redondo, como un tambór, con una cola, como la de un pez. Un pequeño aparato que entraría en el baúl de mi automovil y que era capáz de eliminar todo rastro de vida en kilómetros de radio. Luego me escondí, junto a mi esposa y esperé el fin. No podía pensar en nada. No pudimos decir nada. Solo nos miramos y unos segundos después, ella dejó de hacerlo y cerró los ojos. La vida, su alma, todo su ser abandonó el vehículo que utilizaba para la vida y su cuerpo cayó inherte sobre mi.
Yo me salvé, gracias a que la manta me llegó a cubrir el total del cuerpo, pero un sector del de ella quedó al descubierto. El tobillo, aquel que fastidió al mismo Aquileo, causó las mismas desgracias a la mujer que amé.
Fui el único sobreviviente de mi familia, amigos y conocidos.

Hoy, 30 días después, sigo soñando con aquel día mientras que me hacen pruebas de laboratorio.
Permanezco encerrado por el solo hecho de estar vivo, de haber sobrevivido a semejante exlosión con tan solo una tela de protección.
Algo hay en mi, dicen y por eso me mantienen prisionero en este lugar.
Aún sigo sin poder despedirme de todos y ni siquiera se si los han enterrado o cremado. Tan solo me dicen que yo no puedo salir, por el bien del resto de los ciudadanos.
Mis brazos ya no sienten los pinchazos de las agujas que extraen sangre. Mis pies están pálidos por la falta de glóbulos rojos y mi cabeza da vueltas constantemente. Viví, pero ahora estoy confinado a un hospital militar, donde no me dejan irme ni me dejan morir. Nadie siente piedad por mi, por lo que viví. Tan solo quieren saber como lo hice, como superé la explosión sin ningún tipo de repercusión negativa en el cuerpo. El haber sobrevivido era un castigo aún mayor al haber desaparecido aquel día. Me dicen que soy un milagro, que soy la clave para la supervivencia en el espacio y otras muchas tonterías. Lo cierto es que no me dejan ir, aunque me lo hayan prometido.

-Una vez que terminemos, podrás irte. Además, por tu cooperación, te haremos acreedor de una importante suma de dinero. Suficiente como para que comiences tu vida de nuevo.

Hasta ahí, sonaba bien y esperaba con ansias ese momento. Sin embargo, el militar no concluyó su discurso allí.

-Sin embargo- Continuó. -Al salir, deberás someterte a varias cirugías estéticas.

Mi cara fue de asombro.

-Si, entiendo como te sientes, pero debes comprender que aquí estás seguro. Si sales, es probable que de otros gobiernos o laboratorios te secuestren. Aunque la noticia de tu supervivencia no fue revelada por los medios masivos de comunicación, la historia de tu rechazo a la muerte fue filtrada por espías y la información de tu vida fue vendida a los mejores postores. Muchos te están buscando para hacerte pruebas. Si, al igual que las pruebas que nosotros te hacemos, pero ten algo por seguro. Tu eres de los nuestros y nosotros no te dejaremos morir, aunque no pueda afirmar lo mismo si otros te capturasen.

Desde ese aviso pasaron incontables días de dolor y sufrimiento. Al militar no lo volví a ver y desde hace tiempo considero que mi vida terminaría aquí.
No, me equivoco. Mi vida terminó cuando a un malnacido se le ocurrió disparar la bomba. Cuando un adefesio de ser humano jugó con la vida de los demás. Cuando un loco de mierda tuvo acceso al poder de causar tanto daño. Mi vida terminó en aquel día en que un hijo de puta se encabronó como a un nene que le negaron el juguete y quiso demostrar quien tenía los huevos más grandes.
Aquí, en mi celda, en cerrado, pienso. ¿Cuantos hijos de puta así quedarán libres?

Una historia con esperanza

Habían nacido en el seno de una familia amorosa y, a todas miradas, normal.
Él y su hermano dos años menor, vivían con sus padres en un modesto hogar de clase media. No les sobraba, pero tampoco les faltaba y los cuatro pasaban sus días entre juegos y risas.
Al cumplir el hermano mayor los 4 años, momento en que el niño florece su alegría, la familia fue asaltada de forma violenta.
Un error entre los cacos les habían conducido ante la casa de esta sencilla familia que no nadaban en dinero, como ellos pensaban y al creer que la familia se estaba resistiendo, los dos malvivientes discutieron entre ellos.
La discución se fue tornando cada vez más violenta, hasta que uno de los dos sacó un arma del bolsillo de su campera y terminó con la vida de los amorosos padres frente a la atónita mirada de los hijos quienes estaban paralizados en sus lugares.
El otro paria se llevó las manos a la cabeza, no pudiendo creer lo que su compañero acababa de hacer. Nuevamente hubieron discuciones.
El asesino quería busar las joyas y llevarse todo lo de valor mientras que el cómplice quería largárse en ese momento. No se pusieron de acuerdo salvo en el hecho de que los disparos habían atraido a los vecinos y que la policia estaba en camino.
Finalmente decidieron salir, sin embargo, el complice se detuvo y miró a los pequeños huérfanos. Algo dentro del mafioso resurgió, un sentimiento que conocía pero no recordaba: la empatía.
El hombre tomó a los niños y se los quiso llevar, pero fue detenido e increpado por el otro. Nuevamente la discución se tornó violenta y como un calco espejado de la primera escena, el hombre, que quería velar por los pequeños, arremetió contra el asesino de los padres de estos y acabó con su, nada premiable, vida.

Quedaron solos, el hombre y los dos niños. Los pequeños miraban al mayor, al cómplice del asesino de sus padres, con ojos perdidos.
La sirena se podía escuchar a lo lejos anunciando que el tiempo de desición había terminado.
Los tres partieron apresurosos para evitar ser detectados, rumbo a la casa de maleante.
Al llegar, el hombre tomó una valija, la llenó con dinero y objetos de valor y luego partieron rumbo a la estación ferroviaria.
Gracias a un conocido, consiguió 3 billetes para el tren que estaba partiendo, rumbo a una ciudad bastante alejada de la capital en donde vivían.
Allí, en esa pacífica localidad, los tres continuaron sus vidas juntos, formando una nueva familia.
El hombre cuido a los pequeños como si fueran suyos propios, renunciando a su vida de mafioso y comenzando a trabajar honradamente.
Los años pasaron y poco a poco los niños crecieron. El hombre probó ser un padre interesado y preocupado por el crecimiento y desarrollo de los nenes. Junto a él, ellos asistieron a clases y fueron educados en modales y comportamiento, todo lo contrario a lo que el hombre predicó, al ser complice del asesinato de sus verdaderos padres.
Por primera vez en eternos años, los nenes sonrieron y eso llenó de amor al hombre mayor que había conseguido cambiar su vida. Sin embargo, para su desgracia, su pasado lo persiguió y le encontró. Un conocido de su antigüo compañero buscó revancha y la consiguió.

Una escena repetida, el nuevo padre de los nenes fue asesinado frente los ojos de los pequeños. Pero, a diferencia de la otra vez, en esta oportunidad un policia se encontraba en el lugar y acudió de inmediato abatiendo al asesino.
Luego, los nenes fueron llevados a la comisaria donde el uniformado conoció su historia.
El policia sintió pena por aquellos niños y decidió adoptarlos de forma legal.
Lamentablemente, la convivencia fue corta y el policia fue rechazado para doptar. Las razones de esa desición no llegaron a sus oídos y los niños fueron llevados a un orfanato en la capital. Allí recibieron cuidados precarios hasta que las autoridades del lugar desaparecieron con el dinero que les otorgó la ciudad y los pequeños quedaron nuevamente a la deriva.
Sin nadie que cuidara de ellos, debieron tomar una desición, quedarse debajo del techo del abandonado lugar o arriesgarse en la calle.
Los hermanos optaron por lo segundo y se aventuraron, juntos, en la jungla de cemento.
Tenían 13 y 11 años respectivamente y sus cabezas eran ya concientes de su situación. Tenían un poco de dinero que les dió el policia antes de ser obligado a entregarlos, que usaron para comprar alimentos básicos y en poco tiempo, el mayor consiguió un trabajo de pocas horas en un restaurante de mala muerte, en donde hacía las veces de ayudante de limpieza.
Era un trabajo denigrante para cualquier adulto que se autorespetara, pero para el mayor de los hermanos era el suficiente dinero como para alimentarse y sobrevivir. La facha del lugar era digna de la de un establecimiento en una película de terror, sin embargo, el dueño cumplía con los pagos que le había prometido al pequeño, quien demostró ser un trabajador incansable. Los clientes, por su parte, demostraron su generosidad para el pequeño, dándole monedas, que a veces debía ganar de forma humillante y colaboraciones de ropa y abrigo.
Poco a poco fueron metiéndose en la historia de los hermanos huérfanos hasta que el dueño del lugar se enteró que ambos dormían en la intemperie y les ofreció descansar dentro del bar y darle un trabajo a su otro hermano.
El mayor comenzó a cocinar y el menor se encargaba de la limpieza. Ambos eran incansables y agradecidos, algo muy raro en la gente que frecuentaba el lugar.
Pasaron unos dos años de relativa tranquilidad para los pequeños hasta que el lugar fue cerrado por la municipalidad. Nuevamente los chicos quedaron sin un lugar donde estar, aunque ahora tenían la ventaja de tener bastante dinero ahorrado.
El amor de sus padres biológicos, sus verdaderos progenitores, había sido tan grande que les perduraba en sus corazones y eso es lo que les hacía mantener la calma en todo momento.
Con el dinero ahorrado, no tenían que volver a la calle y alquilaron una pequeña habitación en uno de los lugares más detestables de la ciudad.
Los trabajos que consiguieron fueron igualmente de repulsivos, pero poco a poco fueron juntando el suficiente capital para ir cambiando sus vidas.
Los años pasaron y la historia de aquellos hermanos fue pasando de boca en boca hasta caer en los oídos de un escritor poco reconocido, que se encontró con ellos y juntos escribieron el libro de sus vidas.

«Nuestra vida. El relato de unos hermanos múltiplemente huérfanos» Se convirtió en el mayor libro vendido en el año de su publicación y meses después, la película de su historia ya estaba en camino.

Su historia posee un final feliz. Gracias al dinero recibido, pudieron relajar sus almas y cuerpos y dedicarse a vivir. Sus caminos se distanciaron, ya no vivían ni pasaban todo el día juntos. Cada no fue haciendo su vida con la paz que se merecían.
Ambos se casaron, tuvieron hijos y luego estos les dieron nietos a los que amaron durante el resto de sus días y finalmente, cuando ambos ya eran ancianos, los hermanos se reencontraron y se miraron. Ambos asintieron con la cabeza y se fueron a dormir juntos, como cuando eran unos pequeños huérfanos sin hogar.
Sus cuerpos, tomados de la mano, fueron encontrados a la mañana siguiente por sus hijos. Los hermanos fueron enterrados juntos, al lado de donde sus padres descansaban, con la portada del libro grabada en su lápida.

Un despertar nada agradable

La Luna aún brillaba en lo alto cuando desperté.
Aquel nefasto sueño me había quitado el sueño y ya no pude volver a dormir.
Me levanté de la cama y miré por la ventana, intentando calmar mis pensamientos.
El exterior estaba tranquilo y en silencio, a diferencia del caos que pasaba por mi cabeza.
Me dirigí a la cocina, donde una botella de agua reposaba sobre la mesa. «Bendita agua» Pensé.
Agradecí que fuera aquella bebida y no la que había soñado, que era un líquido negro y espeso, como el petróleo.
La casa estaba en silencio, pero mis pensamientos seguían revueltos. Lo que había experimentado había puesto en alerta a todo mi ser.
Llevaba puesto el pantalón de dormir y tenía el torso al descubierto, al igual que en el imaginario.
Miré por la ventana, hacia la calle. La calma reinaba. Pocos autos circulaban en aquellas horas y el único movimiento constante era el silencioso cambiar de luces de los semáforos. No había viento, no habían ruidos de pesados vehículos, ni siquiera el ruido de animales callejeros. Todos descansaban.
Miré hacia arriba, fijando la vista en el cielo. La Luna brillaba con su palidez habitual, acompañada de las pequeñas luces de las estrellas del firmamento.
Ver que no habían más luces extrañas me calmó un poco. En mi sueño, varias luces que consideraba como estrellas, resultaron ser otras cosas, más pequeñas, rápidas e invasivas que se movían por el cielo a gran velocidad.
Al recordarlo, me alejé de la ventana. Mi corazón volvió a acelerar al sentir que algo aparecería allí y me tragaría con una fuerte luz blanca. Pero nada pasó. Todo estaba dentro de mi cabeza.
Regresé a la cama para intentar volver a conciliar el sueño, pero mis ojos se negaron a permanecer cerrados. Algo en ellos temía caer en la oscuridad del descanso y permanecían alertas.
No los puedo culpar. No era la única parte de mi cuerpo que se negaba a rendirse al cansancio. Mi cerebro, el que creó aquella pesadilla, era el que más alerto estaba. Dio una orden y mis sentidos se agudizaron, permaneciendo en estado de alerta.
Los minutos pasaron y cada segundo transcurrido era una pluma de serenidad apoyada sobre mi seno.
Finalmente me había relajado por completo y acostado en la cama dispuesto a terminar la noche. Mis ojos se cerraron lentamente mientras que me perdía en mis sueños.

«PUM PUM PUM»

El golpe me despertó, pero no del todo. Seguía mareado por el súbito despertar. «¿Qué fue eso?» Pensé, aunque ya conocía la respuesta. Fueron tres golpes a la puerta de mi departamento. Miré el relój y los números anunciaban el comienzo de una nueva hora. Seguía siendo de noche, de madrugada.
Me levanté con pavor, preguntándome quién llamaría a la puerta a altas horas de la noche.
Gran parte de mi tenía miedo y se negaba a responder al llamado. Finalmente me levanté y caminé sigilósamente, evitando que mis pasos sean escuchados por quien fuera que estuviese del otro lado.
Por debajo de la puerta de entrada se veía oscuridad. «Mal indicio» pensé mientras que continuaba mi lento caminar.
Primero apoyé el oído sobre la puerta y escuché. No había ruido alguno. Luego posé mi ojo derecho en la mirilla. La oscuridad impedía ver la totalidad del pasillo, sin embargo, no parecía que haya nadie allí. Poco a poco me fui calmando.
Regresé a la cama luego de haber tomado un poco de agua. Por suerte me pude acostar y los ojos se cerraron sin tanta lucha. Estaba muy cansado.

«PUM PUM PUM»

Nuevamente desperté. Otra vez el ruido, aquel ruido me despertó. Eran golpes, de eso no había duda, sin embargo, en esta oportunidad estaba más despierto y entendí que no venían de la puerta principal sino que venía de la cocina.

«PUM PUM PUM»

Nuevamente escuché el ruido y esta vez fui testigo del mismo. La tormenta eléctrica anunciada para la mañana estaba adelantándose unas horas y el viento ya había comenzado a soplar. El ruido provenía del golpeteo de uno de los cables del edificio, presuntamente el cable del servicio de televisión que golpeaba bruscamente contra los ventanales de mi casa en una perfecta trilogía armoniosa.
Me relajé por un instante, aunque en ese momento temía que aquel duro cable pueda atravesar las ventanas.
Por un instante me quedé allí pensando en como atrapar aquel elemento como para que no siga golpeando. Mientras que pensaba, miraba a la calle. La tormenta eléctrica había comenzado y el cielo era bañado con rayos y relámpagos constantes. Unos instantes después, los truenos resonaban en la ciudad, algunos con ruido más potente y otros más alejados.
Había algo extraño en aquel paisaje, algo muy familiar. Algo así había sucedido en el sueño que me despertó al inicio. Sentía como si todo esto ya lo hubiese vivido en mi mente y comencé a temer.
Un rayo cayó justo frente a mi. Mis ojos fueron cegados por el tremendo brillo y lo único que pude ver por unos instantes fue todo blanco, como el Flash de una cámara. Unos instantes duró mi vista así, lo suficientes como para que me orine encima del miedo. Durante esos instantes, vi como unas pequeñas figuras negras se movían a extrema velocidad en aquel mar blanco. Resaltaba mucho como para no ser notados y temí. Temí porque sentía que esto lo había vivido.  Sentí como era succionado por una de ellas mientras que de otra emanaba una sustancia negra que se introducía dentro mío.  Antes de perder el conocimiento, logré escuchar un susurro que decía «la muñeca, la muñeca».
A la mañana desperté en mi cama. La cabeza me dolía y no podía recordar como es que llegué allí. Me dirigí al baño para ducharme y al desnudarme me miré al espejo. Sentía una molestia en la mano izquierda y al mirar mi muñeca, noté una marca que antes no tenía. Un círculo, del tamaño de una moneda había sido marcado en mi piel, junto con unos leves relieves. Poco a poco fui recordando el sueño de la noche anterior y el último susurro antes de quedarme dormido, el susurro que hablaba sobre «la muñeca», sobre mi muñeca.

«Por dios». Pensé. «¿Qué me ha pasado?»

Aquel día me sentí extraño y con miedo. Miedo al día, a la noche. Miedo a la gente y a la soledad, pero principalmente, miedo a volver a dormir.